Una sombra es tan real como una flor es engañosa. Un caminar es lento como aparente el camino. Alguien nos precede. Una sombra hace de la flor otra sombra. Las escaleras conducen a una puerta.
La llave. Su caída como un goteo sobre los peldaños. Visión estremecida de las sandalias acogiendo unos pies. La mano hábil. La habitación es víctima de la mirada. Elemental mantel: isla de soledad de un bodegón. Un cuchillo siempre es un cuchillo: lo inquietante. ¿O es más alarmante un teléfono que yace descolgado?
No, lo es más la subida de unas escaleras hacia un destino incierto. Esos pies femeninos, felinos. El pick-up de la habitación vacía suena para nadie. El sillón floreado, ¿de dónde aquella flor que derivó en sombra? Abandono a la calima de la tarde. Un ojo que se cierra es un sueño que se abre. Ojo de buey: la curva de la senda acoge una figura negra. Giro, rostro sin rostro, la figura ha robado la flor ficticia. ¿Por qué corre la mujer detrás? ¿Por la flor, por la figura, por la sombra? Un caminar casi ostentoso y seguro va en cabeza; una carrera precipitada y difusa la persigue. ¿Por qué ésta no pilla nunca a aquélla?
De nuevo las escaleras. La mujer que se hace evidente. Inquietud y curiosidad. Búsqueda de un desciframiento. Otra vez el cuchillo: sobre los peldaños. Vuelo de la mujer sobre sus pies ligeros, escaleras arriba. Pausado refrenamiento. Atención a ese ascenso. Pura parsimonia. Visión de la caricia ejecutada por los pasos de unos pies calzados. ¿Cómo puedo yo, espectador, sentir su pálpito? Y la mano que se desprende ceremoniosa de la barandilla para empujar las cortinas, esa red de malla que conduce a un espacio nuevo. Por un instante, ¿no se muestran sino como aquellos velos antiguos que volvían invisible la corporeidad de la mujer?
El rostro de la mujer concita la extrañeza por los objetos. El cuchillo de nuevo, depositado en la cama: ¿qué ha rasgado, qué propone, a qué incita? Su rostro en el filo; reacciona con desdén y angustia. Sobre todo un horror contenido. La mujer es expulsada por la impresión. ¿Está decidiendo algo? ¿Se deja tentar por la desaprensión de sí misma? Oh, esa caída, danza única, ritual ejecutado en la soledad más dominadora. Catapultada al espacio, la mujer posee todos los espacios sin dejarse poseer por ninguno. Como el sueño produce dos mujeres. Como la mujer recreada observa a la que duerme. Las personalidades se palpan, se multiplican.
La sombra de la discordia, la inalcanzable, la figura negra, la mujer sin rostro, ¿no será acaso la tercera mujer que la mujer lleva dentro? ¿O se trata de una mensajera? Perseguirla, ¿no es una conmoción? El suelo es movedizo, las escaleras infinitas, el cuerpo se agota. Toda la densa agitación de la duda desplaza la firmeza de la mujer. No hay modo de alcanzar la sombra siniestra. El rostro de la mujer de negro es un espejo. La mujer no ve en ese espejo más que los vacíos que pueblan su vida. Lo entiende y su rostro es la decepción. La extrañeza, el desconcierto, el desequilibrio. La flor, ¿es un cuchillo realmente? Lo suave y lo duro son el mismo objeto oculto, el que subyace bajo la forma.
¿De qué te sirve, mujer, perseguir la figura velada por enésima vez? ¿Encarnas la propia persecución de ti misma sin objetivo ni capacidad ni estímulo de supervivencia? Sí. Te reservas siempre el símbolo: la llave. Pero ¿dónde deseas que te lleve la estancia que abres una y otra vez para encontrarte lo mismo? Ah, claro, la llave, como antes la flor, también es el cuchillo. ¿Qué echa a suertes la mujer tridimensional, en torno a la mesa camilla? ¿La posibilidad de abrir y cerrar la vida? El enfrentamiento se dirime entre las mujeres que ella lleva dentro. No importa qué largo sea el camino. ¿No pisa la mujer arenas de playa, tierras ásperas, campos de cultivo, asfalto...siquiera para atravesar los espacios posibles que puedan separarla del fin propuesto?
(Violento despertar de la modorra; los objetos permanecen en su cotidianidad; ¿no da eso seguridad?; el hombre ¿es más real, más necesario, más protector?; ¿o meramente trasversal?; ¿o solo la excusa, el intermediario, la prueba que la mujer arriesga?; siempre la flor; la mujer ya no es la misma tras el sueño; las miradas se instigan y se desafían, desconfían: la del hombre contra la de la mujer y viceversa; ¿ves cómo la flor era un cuchillo?; y el rostro del hombre, el espejo aquel que salta hecho añicos...¡No! Era otro sueño. ¡No! Era la elección que la clarividencia de un sueño propone tras el mismo. ¡No! Es la opción elegida por ella. ¡No! Es la decisión final de ella)
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Meshes of the Afternoon (Las mallas, o las redes, de la tarde) es un film único realizado en 1943 en Hollywood por Maya Deren y Alexander Hamid. La música, de Teiji Ito, fue superpuesta un tiempo después sobre el film, pero de manera sumamente lograda. Aporta más inquietud y tensión a la película, en la mejor tradición surrealista.