Alarido. Podría decirse de la más afinada, intensa y aguda expresión del animal. El alarido más genuino tiene lugar cuando se encuentra en esa frontera imprecisa entre el dolor y el placer que da como resultado la nada.
Hay situaciones en que el animal vuelca históricamente su estridencia. En el asalto a la trinchera enemiga, por ejemplo. En ese instante se produce un enfrentamiento entre alaridos opuestos, pero no diferentes. Se considera un ejercicio de envalentonamiento que enerva para la prueba. La lengua materna y particular de los contendientes no juega papel alguno en ese cruel instante, y si dependiera del alarido emitido los adversarios firmarían posiblemente la paz al momento, desobedeciendo órdenes asesinas, enternecidos al hablar y reconocerse por fin en un lenguaje común.
También el alarido surge espontáneamente, y sin pretenderlo, al recibir el animal la descarga de una tortura. La presión física de otros animales que juegan con ventaja sobre el cuerpo de un animal enjaulado y reducido provoca tal gama de dolor y desgarro sobre el cautivo que éste no puede por menos que desahogar sus minúsculas energías clamando confusamente contra el cielo.
El animal en su soledad maltrecha suele provocar un alarido feroz cuando recibe la noticia de la muerte de la cría. Un accidente, un crimen, la desaparición repentina e inesperada de una de sus crías, despedaza la ilusión del padre o de la madre. Presos de la confusión, los animales que recogen en sus brazos la vida muerta del descendiente no saben bien contra quién dirigir su odio. Es un alarido especialmente perturbador, ahogado con frecuencia de mala manera dentro de su pecho.
Hay todavía bastantes culturas de animales donde los alaridos se confunden o son prolongación de los llamados rezos, plegarias y cantos salmónicos. Suelen acontecer en determinadas circunstancias cuando los animales no distinguen los límites entre la vida de convivencia con otros animales diferentes y su fe ciega en lo imposible e inexistente. En ese sentido, he escuchado en diversas ocasiones alaridos de masas que asemejan gritos de guerra sumamente preocupantes y temibles.
Los alaridos también se producen en acontecimientos de menor trascendencia de vida,
pero a los cuales se otorga un valor incalculable en materia psíquica y emocional: un partido de fútbol. Los alaridos pueden pasar de invocación al estímulo del triunfo a la desesperación afligida de la derrota. Suelen meter más ruidos que nueces, pues ya es sabido que todo espectáculo de masas es un montaje teatral, lo cual no impide que alentado por extremistas concluya en ocasiones en violencias donde el alarido ha perdido ya todo mérito.
Evidentemente, el alarido no es un simple grito. Implica un desenfreno de las cuerdas vocales y se prolonga en ocasiones hasta desembocar en su propio eco. Por ejemplo, en el orgasmo. El animal no está acostumbrado a practicar el alarido como conclusión saludable y expresiva del placer obtenido en el juego con su compañía sexual. Las formas de vida, los hábitat reducidos, el alcohol y la limitada imaginación y desenfado en los juegos de pareja suelen reprimir cualquier forma vocalizada en alto. Sólo los amantes desinhibidos que no reniegan de su condición salvaje saben ejercitar las respuestas adecuadas a sus instintos primarios. Si se les pregunta no duden al preferir una forma de alarido. No siempre se puede optar por un alarido gozoso.
(Composición fotográfica de Misha Gordin)