"Ay del que junto al río / no quiere llamarse sed".
Rosario Castellanos, El rescate del mundo.
Jacinta, soy un juez del montón, aunque en una población pequeña sea considerado una autoridad. ¿Sabe por qué?, y Ordóñez dudó si tutearla. Por no haber tirado por la borda la profesión a raíz de haber viajado a Europa. Debí haber aprovechado el viaje para interesarme más por la cultura y no tanto, o no solo, por el amor. Y mucho menos por el Derecho. Fíjese que aquella mujer que me enloqueció por sus atractivos, que no se limitaban a lo erótico, también influyó en mi a través de sus conocimientos. Jacinta recibió aquella confidencia como un reto. ¿Y qué le podría yo ofrecer a este hombre que tiene tanta sed o, mejor dicho, tantas clases de sed?, pensó. Mis conocimientos son reducidos y muy locales, mi práctica amorosa limitada e incluso agotada en la rutina, mis palabras escasas y no muy expresivas. ¿Acaso mi calor? ¿Un calor coloquial que nos abra a los dos con el desahogo de mutuas confesiones? Siga, Ordóñez, usted es un hombre de mundo aunque lleve recalado aquí muchos años. Usted llegó a vivir de verdad siquiera por un tiempo que seguramente sigue permaneciendo latente. Puede contarme con libertad, y quién sabe, y Jacinta sintió el latigazo del rubor, si a través de sus experiencias se despierta en mí algo que me saque de la rutina y el apagamiento. El juez esbozó una sonrisa. Como si entrara en su cerebro un oxígeno que no respiraba desde hacía tiempo. Tengo casi olvidado aquel viaje, dijo reprimiendo su verdadera intención de abrirse. La mujer le contempló con cierta decepción. Dicen que lo que se vive con intensidad, por muy lejano que quede, perdura y se convierte en refugio para siempre. ¿Quiere decir usted, Jacinta, que también lo ha comprobado? Jacinta se sintió pillada pero disimuló. No había prisa por los desahogos. Fue decidida. Desde que no da señales mi marido pienso menos en él y más en la mujer que vivió antes dentro de mí. ¿Le parece, Ordóñez, que cometo una traición? ¿Que soy una despegada? ¿Que al volver al pasado cometo un acto de infidelidad? El juez estuvo a punto de responder que él no había estado casado ni había mantenido una relación lo suficientemente larga con una mujer para saber opinar sobre esa clase de dudas. Desgraciadamente no soy testigo fiable para juzgar en privado este tipo de sentimientos, le dijo librándose de estar tentado a ejercer con su criterio ningún tipo de presión. Luego añadió: en ese sentido, es usted quien debe aportarme a mí. Tal vez así la entienda y comprenda en cierto modo las razones de que Pallarés se haya alejado un tiempo. Porque seguramente es lo que ha hecho. No desaparecer, salvo de un contacto inmediato, sino alejarse. Acaso necesitaba él también repensarse la vida, si me permite que lo diga así. Jacinta le miró tratando de valorar sus palabras. Llega un momento en que repensar la vida, como usted dice, puede ser útil para uno mismo, pero no sé si restaura vínculos. Salvo los de la costumbre y la monotonía. Pero ¿no es triste que toda tabla de salvación consista en dejarse llevar sin más, contando el paso fatigoso de los días? Ordóñez pensó que la mujer avanzaba, no sabía muy bien hacia dónde, tal vez hacia una búsqueda con la que en solitario no sabía dar. ¿O era mucho más sencillo? El juez observó la tranquilidad de Jacinta, admiró su manera de hablar prudente. Se sintió relajado. Se lo dijo con sencillez. Me siento a gusto, ¿sabe? Aquí y en este momento, como si ambos habitáramos un territorio neutral. ¿No es en esa clase de espacios donde los humanos son capaces de entenderse mejor? Ordóñez vertió a medias en el vaso de Jacinta. Este vino está elaborado con un merlot excelente. Me lo trajeron de Asunción no hace mucho. No, no piense que se trata de ningún soborno; simplemente el agradecimiento de un viejo amigo de la facultad con quien me reencontré. La vieja camaradería, como el gozoso amor perdido que no olvidamos del todo, procuran a veces sus satisfacciones. Jacinta alzó leve y significativamente el vaso, como si aquel instante fuese también para ella una de esas satisfacciones inesperadas que dan aliento o, quién sabe, si alguna clase de esperanzas.
Fotografía de Éric Marváz