"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





sábado, 21 de diciembre de 2024

Ecos lejanos, 31

 


Si alguien tiene motivos para quejarse de miedo ese es Joachim. Judith lo dice de manera taxativa, implacable. No quita que cualquiera de nosotros no nos veamos sometidos a temores y angustias, pero ya sabes, mientras la herida se está produciendo y no acabas de descubrir su amplitud el dolor lo notas menos. Joachim, en cambio, ya pasó por experiencias que, como dice él, no se las desea ni a quienes le hicieron mal. Primero la leva, en contra de sus convicciones, luego el tránsito por el fuego y el hambre, y el desconsuelo que vivió entre sus compañeros. Si quienes aceptaron la aventura del kaiser en nombre de la patria ya sufrieron lo suyo imagina cómo tuvieron que sobrellevar el peligro y la desdicha quienes no compartieran la idea del sacrificio a cambio de nada. Joachim se preguntaba: ¿tengo que arriesgar mi vida por el capricho de unos poderes que tienen intereses en una guerra? Sufría por ello, pero más y sobre todo porque aquella aventura a la que se sometía al país era aceptada por la mayoría de los jóvenes, aunque no tanto por todas las familias. ¿Por qué entonces se dejó conducir al matadero?, pregunto. Judith me mira con cierto desafío. ¿No imagina por qué, señor intelectual? Él no era un cobarde y tenía visión. Aceptaba dejarse llevar porque veía la posibilidad de alentar a los demás a una reacción. Así de utópico era Joachim.

La chica se detiene, como si las palabras pronunciadas le hubieran convulsionado. ¿O es al revés? ¿Que sus sentimientos la obligan inconscientemente a poner furor en su relato? Así que, prosigue, naturalmente el resultado desastroso de la reciente tragedia no supuso para Joachim desánimo, al contrario que para muchos, sino acicate. Esta es la oportunidad de oro de quienes no tenemos nada, suele decir, y el que no haya aprendido de esta es que está ciego. Pero no se engaña, sabe que se la juega, esta vez a mano de sus propios compatriotas fieles todavía a las grandes ideas soberanas, aunque estas ideas hayan conducido al desastre, y al vocerío de los fanáticos.  

Escuchando a Judith entiendo lo del miedo o, mejor dicho, siento con más agudeza y proximidad lo que puede suponer para nosotros este miedo. Parece que conoces bien a tu amigo, ¿porque es tu amigo, no? Es amigo de todos los que compartimos la ilusión y la ansiedad de este tiempo, responde sin responderme. No la dejo pasar. Pero a ti te deslumbra más que a otros su conducta, ¿no es verdad? Judith detiene un instante su respuesta, pero su personalidad torbellino la lanza enseguida. Es una persona íntegra y que no renuncia, si le tuvieras delante lo advertirías enseguida. Tú tampoco renuncias, digo, acaso porque es tu modelo, y con esto no te descalifico, en absoluto, sino que te admiro. A tu edad todo el mundo tiene ejemplos de conducta a seguir, aunque debe distinguir. A la mía, y con la velocidad que lleva todo, la referencia que te queda es la propia experiencia, el bagaje de las vivencias que te fueron haciendo y deshaciendo, lo cual no significa que uno no sea receptivo, en mayor o menor medida, a lo nuevo que va aconteciendo. 

Judith se ha relajado y me mira tratando de pillarme. Entiendo que incluso yo puedo ser para ti alguien a tener en cuenta. Observo un retintín irónico en sus palabras. Judith, los que hemos perdido, mejor dicho, superado, tantas creencias nos queda la baza de una porción mínima de mística juvenil, aquella que tuvimos y que también sabemos olvidada. Y ese aliento de empuje, que no es racional pero que tanto incentiva a los individuos, actúa como una tenue luz que nos salva de hundirnos del todo. Me halagas, replica Judith, pero intuyo que jamás serás del todo de los míos. ¿Quién te dice que no quiero serlo?

Judith ha levantado la jarra a la altura de sus ojos. Prost!, y el gesto y su mirada larga son una invocación. 



martes, 17 de diciembre de 2024

Ecos lejanos, 30

 


¿Te buscaba Judith para intentar llevarte a su radicalismo o para conducirte a su calor? Me esperaba esta pregunta de Else, no obstante el abismo de tiempo que nos había separado. Pero he simulado no esperarla. Preguntas de manera tan delicada, Else, que le dan ganas a uno de retornar al pasado y aprovechar más el calor afectivo que nos faltó a todos en lugar del ardor bélico. Else se pone seria. El ardor bélico era importante. No juegues con la ventaja de saber el resultado de aquello, primero porque tú también te involucraste con generosidad, y segundo porque muchos cayeron y no se puede decir que estuvieran del todo errados. Al menos no en la intención, y mucho menos en los anhelos. Y además, mi apreciado amigo, y aquí el retintín de Else me pareció castigador, a ti no te faltó calor amoroso de mi parte. Ni tampoco por el que te ofrecieron desde otro lado. Soltarme esta invectiva cuando todo está apagado prácticamente no tiene sentido ni me parece bondadoso, replico mostrando cierta molestia. ¿No se supone que todo lo tenemos superado con creces? ¿No hemos atravesado un destino con distintas fases de crueldad, a las que hemos sobrevivido como elegidos de los dioses? Nunca te sentiste propietaria de mí ni yo de ti, eso decías al menos entonces, ¿o acaso mentías? ¿Te las dabas de abierta para no quedarte atrás de la conducta de otros guerreros, llamémoslos así, que valoraban tanto la nueva moral que se pretendía establecer como la implicación en la gesta que se frustró? No nos va ni a ti ni a mí ponernos cínicos cuando peinamos canas, me interrumpe. Y menos esta agresividad con su elegido tono verbal pero que huele a vengativa. No sería bueno para el recuerdo de ambos de aquí en adelante, una vez que nos hayamos separado. Por un instante me he avergonzado de mi enfurecimiento. Es como haberme retrotraído a un pasado conflictivo. Quiero corregirlo. Siempre retendremos los mejores recuerdos de nosotros y de lo compartido con aquellos compañeros, ¿verdad, Else? Algo que ni Judith, ni Helmut, ni Joachim, ¿te acuerdas de Joachim?, y muchos otros no podrán experimentar como consuelo. Nunca tuvimos certeza sobre si sobrevivieron o perecieron todos, prolonga Else mi reflexión, como si no quisiera zanjar nuestro turbio diálogo. No todos los testimonios que nos llegaron fueron fiables. Algunos me comentaron que habían visto a Judith tiempo después, pero bastante demacrada. Y que Helmut fue de los primeros en desaparecer. Respecto a Joachim alguien me comentó que salió mejor o peor de aquello y se implicó después en una resistencia peligrosa en la nueva y tenebrosa etapa del país. Quién sabe, puede que ande todavía por ahí. De pronto Else me mira intrigada. Pero, ¿por qué mencionas ahora a Joachim? Yo lo tenía casi olvidado. No sé, Else, asocio recuerdos, supongo, y este encuentro que estamos teniendo lo propicia. Aquella obsesión que tenía Judith por él y cómo esta me utilizó para darle celos, no sé, es vaga remembranza. No tan olvidada por ti, suelta Else con una carcajada. Me justifico. Hay marañas del pasado que nunca logramos desbrozar del todo, digo. Cosas del subconsciente. Le debo parecer hilarante a Else. Pone la última guinda. Ah, el subconsciente. Qué gran invento.




sábado, 14 de diciembre de 2024

Ecos lejanos, 29

 


Prost!, y Judith hace chocar su jarra contra la mía. Había oído hablar tanto a Else de este hombre que tengo enfrente ahora, dice. Es muy parecida a ti, ¿verdad? Tan directa me pilla desprevenido. No he tenido suficiente tiempo para conocerla, Judith. Esta balbucea buscando las palabras justas. Lo digo porque ella gusta de ciertas tertulias interclasistas en el Josty, no se siente allí extraña, más bien reconocida, aunque ya sé que tú eres un solitario. Y los solitarios sois tan peligrosos. Nos observáis a todos los demás, pero con un disimulo que da la impresión de que jugáis con ventaja. A mí por ejemplo se me ve venir. Pero un solitario, aparentemente encerrado en su mundo de lecturas y pensamientos reposados, nunca sabes por dónde va a salir. Tal vez no soy tan solitario como pretendes verme, Judith. En pocos días he salido de aquel café, he conocido a Helmut, me habéis traído a vuestra taberna de conspiraciones y por si fuera poco aquí me encuentro ahora entre la cerveza y una mujer que no me da tregua. Y no me digas que te has citado conmigo para seguir rebatiéndome los artículos. Judith me mira con un brillo que si no tuviera una pizca pícara diría que es agresivo. No me dedico siempre a rebatir lo escrito, pero sí a agitar un poco a los indecisos. Esta pulla no me hace saltar. Le replico. ¿No has pensado que acaso los indecisos tienen razones fundamentadas para serlo? Hay mucho de emocional en decidir o en contenerse y ya veo que tú no te piensas dos veces la acción. Además cometerás errores, supongo. ¿Aprendes de ellos? Su carcajada abre otras puertas. Si te contara mi vida, y mira que aún soy muy joven, te sorprenderías de los pocos aciertos que he tenido. Cada error ha sido un estímulo para retomar una situación, que a su vez antes o después me ha llevado a otro desacierto. No puedo evitarlo y no es que me falte capacidad de razonamiento, es que mi impulso se impone. Pensarás que es defecto de mis años y que soy una alocada, pero te aseguro que no más que los que estos días han tomado las calles hartos de no ver un futuro seguro. ¿Quieres decir que tu radicalismo no es fruto propio sino de la convulsión que vivimos?, le pregunto por templar el diálogo. La convulsión y yo somos una excelente pareja, nos llevamos con armonía, aunque ambas podríamos volver a equivocarnos, responde con una mueca que la muestra vulnerable. Tal vez la armonía del caos, se me escapa. Quién no es hijo del caos, señor intelectual. ¿No tienes miedo?, digo. ¿No lo tienes tú?, dice.



*Ilustración de Inés González.

miércoles, 11 de diciembre de 2024

Ecos lejanos, 28

 



Sospecho que esta aproximación a la mujer va a ser la última. No solo con Else sino con cualquiera. Las mujeres de mi pasado se extinguieron bien en el anonimato bien en la muerte. Esa otra forma de anonimato al que ridículamente se le concede el obsequio del recuerdo. Y los recuerdos nunca sustituyen lo vivido, si bien alientan fantasías o juicios de valor o una lenta compensación de las carencias. Ella se ha dejado, ha permitido que yo haya sentido, me ha sentido a mí. Pero ¿han sido las mismas sensaciones de juventud? ¿Queda algo de las viejas entregas, cuando la exploración era más estimulante que la experiencia a la que ahora solo persigue el desinterés y el agotamiento?

¿No te parece que a medida que perdemos el gusto por amar más nos acucia el turbio pensamiento del fin?, pregunta. Dice fin, teme decir acabamiento. Huye de pronunciar la palabra de las diez mil lenguas pero una única conclusión. Hace poco vi una película muy reciente, de cierto director actual, que trata del tema fatídico, digo a la mujer, obviando el término clave. Y aunque su argumento se desarrolla en una Edad Media cercada periódicamente por pestes exterminadoras bien puede representar lo que hemos vivido. Y en ese filme la muerte es la Muerte, un personaje al que, como ha hecho durante siglos toda la mentalidad tradicional, el director personifica, le hace hombre con una ambigüedad exterior pero con una concreción funesta en cuanto a su misión. Pero sabes qué hay, ¿aparte del miedo a la muerte que manifiestan todos los protagonistas? Hay la angustia generada por los predicadores. Hay la brutalidad persecutoria del poder elesiástico. Hay la pobreza y la miseria de cuerpos y almas. Hay la inseguridad. Pero, y esto sí que es fascinante, hay un margen para el amor, manifestado en una familia pequeña de juglares o saltimbanquis donde los padres se quieren y quieren al hijo en el que de algún modo proyectan no tanto sus ilusiones como sus esperanzas, o acaso es a la inversa. Y eso revela que no es una mera película sobre la muerte sino también sobre el amor que puede salvar. Y, ojo, tiene su pizca de ironía y desenfado, no es necrófila en absoluto.

Else ríe. ¿Un amor salvífico?, dice jocosa. No, solo compensatorio, digo. Entiendo que hablar de este asunto tratado en una película es algo que podemos captar mejor a nuestra edad avanzada y con nuestros achaques que si la hubiéramos visto de jóvenes, cuando apenas se hacía cine y aún no se había socializado. De jóvenes ya vimos lo que vimos, replica con una serenidad que no puede evitar una huella de melancolía. Pero no interpretábamos, Else. Cuando eres joven y estás metido en una épica vertiginosa se percibe el dolor pero lo contrapesábamos con una aspiración radical que anhelábamos cambiante y liberadora. ¿La de un triunfo de las ideas? ¿La de generar un mundo nuevo? Más bien la certeza de que pasara lo que pasara teníamos una vida por delante. Esta imagen de que saldríamos de todas, simplemente porque éramos conscientes, por la edad y un cuerpo aún dinámico, que disponíamos de salud y vigor, y que no cabía dar vueltas a lo ineludible, nos ponía a salvo. Aquel ha muerto, el otro no apareció nunca, eran las expresiones comunes que cundían entre nosotros sin mayor indagación. Nos afectaba pero no nos hundía. La muerte existía como acción de un enemigo que era tan frágil como nosotros pero que poseía la fortaleza de las bestias, es decir el poder y las armas. Y al que, ingenuamente, pretendíamos desmontar.

Else me ha escuchado atentamente. Aunque no hubiéramos hablado ahora de esto, dice, aunque la gente no comente porque mantiene un buen margen de superstición y de tabú, sí que existe un diálogo interior. Nadie se engaña. Nadie habla con una figura metafórica, y menos fantasmal, dentro de sí mismo, sino con su doble, con su declive, y dónde acaba todo. Porque sabe del propio desgaste, la pérdida de propiedades, el trastorno, todos esos heraldos negros que caminan con presura hacia un instante vacío. Y aún hay muchos que piensan que la alternativa consoladora es la religión. La alternativa de muerte, Else, es vida, no le demos vuelta, y esta comprende su limitación. Y ahí está lo crucial, aceptarlo. La única religión que reconozco válida es la memoria de lo vivido.





*Fotograma del filme "El séptimo sello", de Ingmar Bergman.

jueves, 5 de diciembre de 2024

Ecos lejanos, 27

 



Parece mentira pero mi artículo ha causado revuelo. Me defiendo con argumentos ante este petit comité donde soy escuchado con avidez. Los movimientos en la calle están siendo cada vez más audaces, digo, y ya no responden a simples escritos, y tampoco sé hasta qué punto a los líderes que van de carismáticos. Y esto lo sabemos todos. No se para así como así al que poco tiene que perder. No digo que haya que pararlo, sino que propongo no caer en el abismo, como ya ocurrió en otras circunstancias. Porque después se benefician los mismos, los que desde su cómoda posición, tan distante de la nuestra, mueven hilos oscuros tratando de manipular a quienes de buena fe han tomado derroteros osados. 

Todos me miran con asombro, como pensando: ¿de dónde sale este? ¿Es el que creíamos que era o un rebelde oculto? Las razones por las cuales se ha llegado a este fuego vienen de muy atrás, continuo. Por un lado, nuestros gobernantes están desacreditados o, mejor dicho, incapacitados para una tarea que les viene grande. O peor, no están dispuestos a aportar soluciones imprescindibles con las que no se identifican. Mala herencia dejó un kaíser que está manchado de sangre. Por otro lado lo que cunde es la desesperación y el anhelo generalizado por alcanzar un cierto bienestar que saque a tantos de la miseria. Y siempre latiendo el temor a volver a peores situaciones. Judith es implacable y lo expone. ¿Peor que esta a la que hemos llegado? Helmut me mira como diciendo: ya le previne. No digo que discrepe de la integridad de su artículo que parece sensato pero genera dudas, prosigue Judith. Lo que me pregunto es si a estas alturas de la revuelta pueden interesar los devaneos de un filósofo, y así te veo a ti, a una masa que ha llegado ya a sus propias conclusiones dispuesta a jugarse el todo por el todo. Me solivianta su exageración oportunista. ¿Crees, Judith, que la masa, como la llamas, quiere suicidarse? Por supuesto que no, salta virulenta, por eso necesita que gente pensante, con ideas y perspectiva, sepa dirigirla, pero no desviarla. Me quedo con ganas de decirle: crees demasiado en los mesías y yo no creo nada. Pero no quiero caer, por respeto a los demás, en su red de provocación. 

Else, que por fin ha dado señales de vida tras salir indemne de una comisaría, es más sagaz. Sus palabras me respaldan. Toda opinión debe ser publicada. No hay que considerar idiota a la gente. Si ven en nuestra revista distintos enfoques no solo elegirán entre pluralidad de criterios sino que les estaremos ofreciendo un medio menos uniforme pero que sabe plantear las cuestiones en una dirección de avance. Por mi parte, dice con aplomo, no tengo inconveniente en que se edite. No podemos demorar la salida, si queremos ser tenidos en consideración aún en esta sociedad convulsa. 

Judith ha venido hacia mí y me suelta al oído con socarronería: ¿Eres tú quien ha convencido a Else? Porque ella era más decidida antes de conocerte. Voy a tener que tomarme contigo unas buenas henkel un día de estos para ver si me convences a mí también. He sentido el calor inquietante de su aliento próximo a mi cuello. Sigue mordaz. Puestos a un debate podemos jugar al juego de la salvación, ¿lo conoces? ¿No? Aquel en que los jugadores van sorteando entre sí quién se salva y quién se condena...a base de unos buenos tragos de cerveza.



lunes, 2 de diciembre de 2024

Ecos lejanos, 26


¿Sabes algo de lo que más agradezco en este reencuentro? Que no hayamos hablado todavía de nuestros males...llamémoslos físicos. Me he echado a reír estrepitosamente ante esa valiosa aportación de Else. Pero si estamos casi enteros, digo sin rebajar la risa cómplice. Un tema tan recurrente como excusable a nuestras edades, ¿verdad?, dice. Ese y el otro. ¿Cuál otro?, me hago el despistado. El otro, el que nos obsesiona cada días más, el que ha transcurrido a nuestro lado desde hace décadas. Desde aquella revolución frustrada a la debacle patriótica y al desastre consecuente. Y el goteo de tantos que sobrevivieron a penurias y persecuciones, pero no escapan de sí mismos. Porque también sucede por razones que suelen llamarse naturales. ¿Recuerdas la frase tópica de los periódicos: murió de muerte natural? Debía resultar excepcional morir por su propia llamada interior, que no únicamente por las carencias elementales o por la devastación. Creo que mi sonrisa en este momento se ha vuelto más cínica y ella me devuelve la suya con el mismo rictus. Ya, lo natural y lo accidental, ¿dónde la frontera ante un acontecimiento personal que no sabe de categorías del lenguaje, Else? ¿Tú crees que hay misterio en la muerte?, dice. No, ninguno, me apresuro. Los misterios son siempre una ficción, es solamente la manera de nombrar lo que aún no conocemos. Pero aquello de lo que hablábamos de jóvenes, lo del éros y el tánatos, como un gran descubrimiento, ¿hasta qué punto no son conceptos misteriosos? Y ya sé que es algo que anida en nuestro interior desde que nacemos. Else, nos gusta conceder a esos términos una calidad superior a la que tienen, ¿sabes por qué? Porque la vida es insatisfacción, por más que consigamos algunos logros y ciertos placeres, y nos devora contantemente el deseo y nos golpea cada día el miedo. Son nuestras emociones las que convierten en algo sacro lo que no son sino manifestaciones naturales, inevitables, con sus límites y en ocasiones con su brutalidad. Eso lo sé, y Else se recoge sus cabellos aún frescos. Pero tú, ¿qué crees?, ¿qué son más poderosos, los sentimientos de amor o los de la muerte? Mi risa es esta vez más incisiva. Se alimentan unos de otros, Else; ya sabes, los vasos comunicantes.

Else aún conserva un cuerpo que no ha perdido los perfiles sugerentes de su juventud. Detecta que la observo, que me complazco en su silueta. Qué miras tanto, se queja con una coquetería mal disimulada. Ya no soy la que te volvía loco de concupiscencia. Aquella mirada aún la conservo, le digo con dulzura, y noto que mi cuerpo se deja afectar todavía. Me aproximo a ella. Me mira como si dudase de sí misma.




*Dibujo de Edward Hopper