"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





domingo, 30 de octubre de 2022

Visita al museo

 


Observen, estimados visitantes, el cuadro de la vieja del maestro Massys. Ahora permítanme el exceso. ¿Se siente alguno de ustedes representado en el gesto de rabia que es sinónimo de desesperación? Olviden por un momento que es anciana, que está ajada por lo tanto, que sus fuerzas flaquean pero no pierden instinto, y piensen para sí si no han caído alguna vez en una conducta de maltrato corporal con ustedes mismos. Por supuesto, tal vez hayan preservado sus cabellos y no se hayan abofeteado ni golpeado con el puño a una pared. Pero ¿acaso no hay golpes en que no son los músculos ni los nervios exteriores los que actúan sino un estado de excitación íntimo que puede dejarlos maltrechos? Bien, ahorren el pensamiento interior y echen mano del cajón de sastre. La locura. Está loca, concluirán ustedes sobre la vieja. ¿Piensan cuando se sienten desbordados que también ustedes pueden estar locos? Ya digo, un saco roto este donde cabe cualquier comportamiento repentino sin control. Pero...toda actitud tiene su proceso. Por ejemplo, ¿han desatado con frecuencia la ira? ¿Les carcome la envidia porque se acomplejan con lo que consideran su propia infelicidad ya que les parece que no les persigue a otras personas? ¿Les traiciona el orgullo, esa excesiva y relativa fortaleza de la que se hallaban tan correspondidos? ¿Hacen de los pequeños fracasos cotidianos un castillo desmochado o una nave al pairo? Un pequeño fallo en su vida más o menos afortunada, y quiero pensar que equilibrada, ¿ya les hace sentir desgraciados hasta extremos de desear un mal a otros o bien sentirse frustrados en mayor medida por el pequeño incidente que les ha llevado por deseos turbios? Seguramente algunos de ustedes, sagaces visitantes, han captado el alma perturbada de la vieja. Aprovechen al contemplar la violencia ajena y hagan de la imagen un acto de contrición de sus personales desavenencias. No aspiren a que la imaginación predeterminada, ya saben, ese mundo de las ideas que a todos se nos ha impuesto y que tanto nos condiciona, convirtiéndonos en sumisos cuando no carentes del ejercicio del libre albedrío, les pase factura. El desvarío es dejar de seguir pretendiendo ser, que es tanto como recortar un camino que, no se engañen, tampoco conduce ni al edén ni al infierno. Al menos no necesariamente, si sabemos medir los pasos. ¿Qué digo? Demasiada ansia nos conduce a la ansiedad. Excesiva prepotencia nos depara pequeñez. Reacciones airadas sobre otros o contra nosotros solo provocan desequilibrio. Sufrir celos por los logros ajenos, porque nos parece que los nuestros son deficientes, acaba enfermándonos. 

Atónito por el sermón el grupo de visitantes contiene la respiración. ¿Meditan o temen? La señora McMillan hace un aparte y le susurra al oído a su esposo. Pero este tipo, ¿qué es? ¿Un guía del museo, un psicoterapeuta, un moralista, un vendedor? Señor guía, levanta el dedo la señora McMillan. Disculpe si le interrumpo, pero ¿no se está saliendo del tema central del cuadro? El cicerone hace una mueca prepotente. Ah, el tema del cuadro. ¿Usted querría que hubiera empezado por ahí? Le complaceré, ya que usted no es exigente y prefiere una interpretación sencilla. Sí, simplemente se trata de una vieja tirándose de los cabellos, cuyas razones desconocemos. ¿Le basta? ¿Quiere que nos traslademos a otro cuadro? La señora McMillan ha salido contestataria. ¿Y si la intención de la anciana hubiera sido tan solo asear a fondo la cabellera?



* Vieja mesándose los cabellos. c. 1525/1530. Atribuido a Quinten Massys. Museo Nacional del Prado.

jueves, 27 de octubre de 2022

Sus cadáveres están llenos de mundo (Crónica rápida de una visita)

 



Solía escribir con su dedo grande en el aire

[Poema]

César Vallejo




Solía escribir con su dedo grande en el aire:
«¡Viban los compañeros! Pedro Rojas»,
de Miranda de Ebro, padre y hombre,
marido y hombre, ferroviario y hombre,
padre y más hombre. Pedro y sus dos muertes.

Papel de viento, lo han matado: ¡pasa!
Pluma de carne, lo han matado: ¡pasa!
¡Abisa a todos compañeros pronto!

Palo en el que han colgado su madero,
lo han matado;
¡lo han matado al pie de su dedo grande!
¡Han matado, a la vez, a Pedro, a Rojas!

¡Viban los compañeros
a la cabecera de su aire escrito!
¡Viban con esta b del buitre en las entrañas
de Pedro
y de Rojas, del héroe y del mártir!
Registrándole, muerto, sorprendiéronle
en su cuerpo un gran cuerpo, para
el alma del mundo,
y en la chaqueta una cuchara muerta.

Pedro también solía comer
entre las criaturas de su carne, asear, pintar
la mesa y vivir dulcemente
en representación de todo el mundo.
Y esta cuchara anduvo en su chaqueta,
despierto o bien cuando dormía, siempre,
cuchara muerta viva, ella y sus símbolos.
¡Abisa a todos compañeros pronto!
¡Viban los compañeros al pie de esta cuchara para siempre!

Lo han matado, obligándole a morir
a Pedro, a Rojas, al obrero, al hombre, a aquel
que nació muy niñín, mirando al cielo,
y que luego creció, se puso rojo
y luchó con sus células, sus nos, sus todavías, sus hambres, sus pedazos.

Lo han matado suavemente
entre el cabello de su mujer, la Juana Vázquez,
a la hora del fuego, al año del balazo
y cuando andaba cerca ya de todo.

Pedro Rojas, así, después de muerto
se levantó, besó su catafalco ensangrentado,
lloró por España
y volvió a escribir con el dedo en el aire:
«¡Viban los compañeros! Pedro Rojas».

Su cadáver estaba lleno de mundo.

César Vallejo, de su Himno a los voluntarios de la República.


Como las palabras de César Vallejo son infinitamente más potentes que las mías he abierto la entrada con su poema. Este poema y Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca, son de los que más me conmueven. Porque un poema tiene que conmover, ya que si no ¿qué clase de poema es? ¿Para qué serviría? ¿Solo para lucir bonitas palabras?




Las fotografías que se adjuntan muestran la última excavación que se está realizando de las fosas del Cementerio de El Carmen, de Valladolid, que he visitado recientemente. Cementerio que lleva ya camino de tener dos siglos. Entre 1936 y 1939 la dictadura enterró en una serie de fosas los cuerpos de fusilados y los tapó ignominiosamente. Sin más. Sin dar información a las familias. Ignorándolos para la posteridad de la larga noche de los tiempos y sus secuelas. Tratando a las personas asesinadas como un desecho. Pero las familias nunca olvidaron a los suyos, aunque no supieran. Y generaciones posteriores tomaron el interés y el relevo para recuperar la dignidad de cuantos además de perder la vida fueron infamados durante décadas. Pero aún hay quienes por odio, por mala conciencia heredada o por desprecio no tragan con esta labor.
 



Los restos de las personas que se van encontrando no difieren de los de la multitud de fosas que hay por toda España. La labor de voluntarios de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica , capitaneados por Julio del Olmo, no tiene precio.

  






No hace mucho tiempo se erigió un Memorial donde figuran los nombres de los ejecutados. Principalmente de todos los pueblos de la provincia, aunque también algunos de otros lugares.






Estas piedras eran como hitos clandestinos que los familiares habían colocado hacía décadas en una zona donde sospechaban o sabían que existían fosas. Los excavadores las han colocado ahora a un lado. Cada piedra, y más en los páramos, en las cunetas o en los cementerios, han jugado un papel silencioso. Vigías de la vergüenza profanada. El crimen fue ampliamente cometido en Castilla. Sobre inocentes.


domingo, 23 de octubre de 2022

Trance

 


Solo a ti se te ocurre enamorarte de un poeta. Son sus versos los que me enamoran, Marina. Pero corres riesgo si él te sigue la corriente. No olvides con quién estás casada. Por supuesto, lo tengo en cuenta, pero la palabra que sale de sus manos, y no te digo cuando es emitida por su boca, es demasiado seductora. No sé resistirme. Tienes que valorar el peligro, Varvara. Una no puede ir por ahí ignorando que en la vida hay que elegir a tiempo. Tú tuviste el tuyo y preferiste la seguridad. Confórmate con leer la obra del artista, mientras se la dejen publicar. No sé si podría conformarme con asistir a alguna de sus recitaciones, Marina. La proximidad de su presencia y la manera melodiosa y sin embargo enérgica como vocaliza el poeta es extremadamente tentador. Tú no le has visto, pero cuando declama hace paradas y mira al público, le interroga. Hace de sus versos un puente entre los hombres y su destino. Que imagino que es el suyo también. En el recital al que asistí tenía ojos largos solo para mí. Tú ensueñas, Tatiana. Conozco de sobra las miradas de los hombres. Son como una red de pesca o una trampa para incautos. Las suyas eran diferentes, Marina. El poeta depositaba en mis ojos su misma poesía. Cuanto había detrás. Su pasado contradictorio, la insatisfacción de su presente, el miedo a perder el sentido de sus horas y sus días. Había algo más que poesía en aquella entrega pública. Como si lo escrito y lo pronunciado en ese momento complementaran la oscura y triste luz que el hombre emitía. Sí, había un hombre que se buscaba al otro lado de las palabras. Estás a tiempo, amiga mía. Si él siente que le respondes, ya no solo que le escuchas, te buscará también al otro lado de ti misma. ¿Qué harás entonces? No sé, Marina. Tal vez tenga que elegir. Acaso dejarme llevar por encuentros lóbregos y sinuosos. Este poeta, este hombre, no es ni un poeta ni un hombre como cualquier otro. O yo no soy la misma y él se ha revelado como lo inesperado. Fue al escuchar de su boca aquellos versos que urgían socorro...os invito a todos a que vengáis / a mis palabras / ¿Quién se atreve a habitar en ellas? / ¿Quién de vosotros sabrá hacer suya mi mirada? cuando me sentí interpelada. Varvara, el poder de la palabra de un poeta es también la flaqueza de quien la recoge. ¿Por qué te predispones al peligro? Si asumes la llamada del poeta debes medir el desafío que puede partir en dos tu vida. No será fácil acertar en un juego de vidas paralelas. ¿Acaso desconoces que tu poeta empieza a ser un poeta maldito? ¿Y que no está bien visto por otros mediocres que envidian tanto el acogimiento de que goza como su actitud indócil? ¿Crees que tu marido, el reconocido camarada comisario, va a aceptar lo que también para él supone un trance que os abocaría a todos al infortunio? Entiendo tu preocupación hacia mí, Marina, pero ¿para qué sirven la voz y la palabra de un poeta si no es para trastocar nuestros mundos?



*Kuzmá Petrov-Vodkin. Chica con un pañuelo rojo.

jueves, 20 de octubre de 2022

Eres tú, lo he hecho yo

 


Ya sé lo que vas a decir. Que en el retrato que encargó mi padre me parezco, pero en cría, a aquella dama misteriosa que un hábil toscano pintó a solicitud de un mercader. Bueno, hay una diferencia. Yo río satisfecha de mi obra y de la otra me cuentan que sonríe con condescendencia de casada. Como no he llegado a verlo nunca y hablo por oídas no sé si creérmelo. Además soy consciente de que mi edad no procura aún belleza, pero las lenguas benévolas comentan que aparezco natural y traviesa. No se equivocan. Algunos lo han captado y dicen que mis dibujos sobre familiares y otros personajes son mordaces. Así que no te sorprendas si me han pintado con sonrisa de complacencia gamberra.

Visitas a las que he mostrado mis dibujos me dicen, aunque supongo que será para animarme, que tengo talento. Hay quien no duda en hablar de estilo, pero sé que se mofan. Que mi percepción de los volúmenes de un cuerpo son correctos. Que las proporciones están en su punto. Que acaso debo corregir las extremidades, pero que no me importe ahora. Que hay que partir de lo caprichoso para entender lo desigual; sigo pensando qué quiere decir esto. Debe ser que he descubierto que hay órganos del cuerpo que no están en un mismo plano. Y no solo porque me lo han hecho ver, sino que lo he comprobado a distancia, sobe todo cuando he visto a mis padres a hurtadillas desnudos. Pero estas cosas deben callarse. O esperar a ser mayor.

Giovanni, que me lleva pocos años y trabaja de ebanista en un taller de retablos, me llama precoz. No sé qué tiene de precoz hacer dibujos, le respondo. Eres precoz por tu intención. Se ve a la legua que sabes observar y, sobre todo, interpretar a tu manera un cuerpo o un edificio. Los edificios se me dan peor, ya lo sabes, le replico. Pero dibujas palacios que no existen y podrían existir. Palacios donde hay más que fachada y que sabes representar con pisos con una disposición ingeniosa. Créeme, dice. Un edificio también es un cuerpo y no me parece mal que los dibujes rompiendo la simetría. De Giovanni aprendo siempre y si opina lo que opina de mí digo que será por algo más que porque le caigo bien.

Se lo ha dicho a mi padre. Déjela que emborrone pliegos, que suelte su imaginación alocadamente. Cada edad tiene sus trazos como en otros el balbuceo de palabras escritas o el golpe del buril sobre la piedra o el manejo del acero. Pero es una chica, le ha soltado mi padre a Giovanni. Nada de lo que usted dice, joven, sería útil ni bien visto en una mujer a la que mimamos y preparamos acorde a su género y condición. Y además, caro Giovanni, estos dibujos son meras travesuras de quien se resiste a abandonar la infancia. Giovanni ha salido en mi defensa. ¿No se le ha ocurrido pensar, mi estimado señor Tomasso, que su hija acaso no busca anclarse en el tiempo que por naturaleza ya se le va pasando, sino de anticipar unas dotes de futuro?   

Ni puedo ni mucho menos quiero dar la razón a mi padre, pero tampoco estoy segura de que una valga para lo que con tanto estímulo dice Giovanni. De momento, yo a lo mío. Aprovecharme de lo que me consienten para convertir a la gente en caricaturas. ¿No te gusta cómo has salido?



* Muchacho sosteniendo un dibujo infantil. c.1515. Giovanni Francesco Carotto (Verona, 1480-1555)

lunes, 17 de octubre de 2022

Hombre doblemente armado

 



Al caballero le prepararon para las armas y para las letras. ¿Cuál fue primero? Hubo una aya que una vez le tomó el dedo índice y fue recorriendo con él las líneas de un libro. Hubo un tutor que le situó ante un pupitre, le explicó los útiles y le indicó cómo colocarse y empezar a trazar aquellos signos misteriosos denominados letras. Hubo un ábaco cuyas bolitas jugaban a operaciones y cifras sencillas. Hubo un aula donde las ideas clásicas, tan renacientes, cabalgaban de nuevo a través de los libros y complementaban el saber de los oficios. 

Más tarde llegó otro tiempo en que se inició en otras artes menos sutiles que le indicaron que iban a resultarle muy prácticas. Ya había sido de madera de cerezo la primera espada formada en cruz. Era el juego infantil a través del que emulaba a los mayores. Más tarde sintió el contacto en sus dedos de una daga de vela tomada de su hermano sin que este reparara en ello. Nuevo juego clandestino y ciertamente peligroso. Alguien, a hurtadillas, le vio asaltar a sus personajes imaginarios y transmitió a su padre el estilo y la habilidad del muchacho. La reacción paterna no se hizo esperar. Pusieron maestros a desarrollar su destreza, a aprender movimientos, a ejecutar los estilos más eficaces. Pequeños estiletes, espadines sencillos, y al fin una espada ropera con la que medirse con más seguridad, llegado el caso. 

Ducho aprendiz, el joven batía con artera maña a su maestro. Pero llegado el final del ejercicio temprano el muchacho no quería saber nada de un arma ni de un entrenamiento el resto del día. Incluso podían transcurrir algunas jornadas sin que fuera descolgada la espada. Alguien tan extremadamente diestro como vos, fue advertido, no debería perder el ritmo de la hoja afilada. El secreto de ella está en sentir el acero como prolongación de la mano y, más allá, de la inteligencia y del corazón. Naturalmente, sabiendo hacer uso del mismo. Pues por sí misma no es alma el arma, ni siquiera un empeño que califique a un hombre, y debe responder a lo que su dueño tenga a bien entender como necesidad. 

El caballero se debatía entre las tendencias agitadas de su cuerpo adolescente. Sus manos no desfallecían al abandonar el habitual ejercicio de ataque y defensa. Y seguían sintiendo los latidos de la sangre al encerrarse en su cuarto, aprovechando la luz diurna que iba menguando, o incluso bajo el efecto benefactor de un candil que iluminaba un libro. El hombre meditaba. Entre el filo de un arma y la arista cortante de las páginas de un libro mi mente desarrolla una batalla sin igual. ¿Cuál de ambos usos me proporcionarán mayor satisfacción en esta vida?, se preguntaba. ¿Me defenderé más y de mejor modo en los lances de arremetidas y retiradas? ¿O será el conocimiento que me transmiten las viejas sabidurías mi fuente de goce y de armonía? ¿Qué será más crucial y determinante? ¿La derrota en una batalla o la caída en la ignorancia? Y aunque jamás me tocara, por fortuna, la suerte del riesgo y de la sangre, ¿qué recompensa otorga la vida estéril de un hidalgo por muy noble que sea? Veo mi entorno repleto de seres inútiles que no pasan de ser presumidos ganapanes de alcurnia. Se baten con espadas para refrendar su hombría. ¿Me conformaría yo con ser uno más de ellos? Los libros conducen al saber, mas también a los sueños, pero lo que yo siento no lo sienten otros y no aspiro a que me comprendan. La carrera de las armas es siempre una carrera corta. La del saber no se mide por distancias sino por satisfacciones, y no acaba nunca. 

Y de este modo, entregado a conclusiones contradictorias el joven caballero acababa cayendo rendido sobre un episodio de aventuras o sobre un tratado de mecánica que casi nadie entendía, y que ordinariamente estaba fuera de cualquier consideración de las gentes crecidas entre gasas y mimos.





* Retrato de caballero. Daniele da Volterra. Museo Nacional del Prado.

viernes, 14 de octubre de 2022

Carné

 


Rescatada de una vieja caja de galletas Olibet aparece, entre otras, tu foto. Es una fotografía de carné que acompañaba a un certificado de buena conducta. Exigencias de tiempos oscuros. Atravesando tu mirada me pregunto: ¿eras tú o soy yo? 

Me atrae ese aire moderno que luces, con las solapas levantiscas sujetando el cuello de la camisa. ¿Cuándo fue hecho el retrato? ¿Antes o después de aquellos episodios que envolvieron a todos, incluso a los que habían permanecido en mundos alejados, casi primigenios? ¿Habitabas por fin un tiempo en que el dolor de las pérdidas no te acechaba, alumbrando ya nuevas ilusiones? 

Miro pausadamente tu rostro y no veo en él pasado y tampoco se pergeña un futuro donde yo ocuparía un lugar. Una actitud de tránsito, como si no hubiera presencia alguna. Como si tú misma te asentaras en un espacio paralizado y vaporoso. 

Esta y otras fotografías tuyas de la caja de galletas me hacen pensar solo en ti. Yo no era, y cuando fuera iba a ser otro. Otro al que le estaban vedados tus años anteriores. Otro al que se le adelantó un hombre de otro destino. ¿Te conocí alguna vez?

Nada de desairar la memoria que guardo de ti. No por ignorar mi propio transcurso tardío. Uno piensa en otros a través de los vínculos. Y sin embargo la visión que nos proporcionan estos sobre los individuos más próximos es parcial, demediada, siempre sujeta al propio recuerdo de las cosas. Pero antes, antes de mí, ¿qué oportunidad habría tenido de saber de ti? Lo que quisieras contarme. Lo que me contarías a tu modo. 

Aquellas pequeñas anécdotas, si bien abundantes, que me relatabas. Pero lo pequeño puede tener dimensiones profundas. Hay que saber verlas. Hay que saber hacerlas ver. Anécdotas, vivencias, pasadas por el tamiz de tu intención. Resaltando lo que te interesaba. Ocultando siempre lo que considerabas que no podría yo entender o bien tú no deseabas mostrar porque no sería apropiado para un niño. 

Tales ocultaciones duraron toda la vida. Por eso ante una imagen de tu pasado, la escudriño. Me interrogo sobre ella. Te pregunto a ti, delegando mi cerebro en una obsesiva ficción. Intento colocar personajes de tu entorno, aquella familia numerosa a la que yo conocí ya diezmada. Pero cuando lo intento pongo caras de un contexto también vinculante con mi propia experiencia. De aquellas personas, de cuanto había detrás, siendo ellas por si mismas, como si yo no hubiera existido, ¿qué sé? ¿Qué supe? 

Ya de mayor, cualquier información me ha parecido interesante, pero escasa. Y ahora sé que cualquier información también podía ser equívoca, limitada, una y otra vez interesada. 

En cada familia hay un sinfín de narraciones orales. Cuando estas se transmiten ¿dicen la verdad de lo que sucedió? ¿Cuánto hay de episodios cuyo trasfondo se explicita? ¿Cuántos quedan como una versión superficial adulterada? Pienso que en lo que se transmite a otras generaciones es como las fotografías de carné. Una imagen quieta cuyo sentido difiere en función de la actitud que muestre una cara. Un momento único que ignora el tiempo burlando su dirección. Una instantánea.

Poco se sabe de cada uno de nosotros a través de una imagen de carné. He pensado en aquellas imágenes hieráticas que conservo de niño. Realizadas para una ocasión administrativa. Salvo alguna digna excepción yo mismo me muestro odioso conmigo mismo. Ajeno a cualquier posteridad. Repulsivo para el momento exigido. Como si la confusión de tener que posar me perturbara y no quisiera que yo fuera yo. No me gusta contemplarme en las fotos que aún guardo de carné.  

Al recuperar esta instantánea, te hago de nuevo la pregunta. ¿Eres tú o soy yo? Una pregunta vana, porque intuyo la respuesta. Intermediada por una carcajada franca.

 



lunes, 10 de octubre de 2022

Aquellos cosacos de Zaporiyia, versión Ilyá Yefímovich Repin

 



Y de pronto se me ha iluminado. No sé si por los bombardeos rusos a la población civil de Zaporiyia -y hoy a Kiev y otras ciudades ucranianas- o por otra clase de asociación de ideas. Aquella exposición que disfruté en Madrid al borde del nuevo milenio traía cuadros de pintores rusos del siglo XIX. En otra ocasión vi otra muestra sobre el realismo socialista soviético, que también ofrecía su particular interés, aunque era otra cosa. Pero las obras del siglo XIX, donde los artistas rusos querían ser tan europeos como los franceses, holandeses, españoles o ingleses, me pareció sumamente interesante. Y es que el arte europeo de siglos pasados, donde se reflejaban comportamientos de vida cotidiana, paisajes de cercanía, retratos de personajes ordinarios o influyentes también sedujeron a los creadores plásticos rusos. Aquellos cuadros expuestos procedían de la Galería Tretiakov.

Me ha iluminado el vago recuerdo de aquel cuadro que es puro ardor. Cuya composición casi había olvidado, pero que buscando buscando he dado con ella en la red. Ilyá Yefímovich Repin (1844-1930) pintó en 1880 una escena basada en la leyenda sobre un supuesto episodio histórico. Un grupo de cosacos respondiendo por carta al sultán otomano Mehmed IV, se titula. Parece ser que este propuso a los cosacos que dejasen de incordiarle, exigiéndoles sumisión. Copio y pego la propuesta: 

"Sultán Mehmed IV a los Cosacos de Zaporozhia: Como sultán; hijo del profeta Mahoma, hermano del sol y de la luna, nieto y virrey de Dios, regente de los reinos de Macedonia, Babilonia, Jerusalén y Alto y Bajo Egipto, emperador de emperadores, soberano de soberanos, caballero extraordinario jamás vencido, firme guardián de la tumba de Jesucristo, fideicomisario y elegido del mismísimo Dios, esperanza y confort del pueblo musulmán, cofundador y gran defensor del cristianismo... Os ordeno, cosacos zapórogos, que os subyuguéis a mí de manera voluntaria y sin resistencia alguna. Os mando, además, desistir de seguir incomodándome con vuestros ataques".

Los cosacos, que siempre tuvieron a bien su orgullo independiente y de resistencia a cualquier imposición se tomaron a chacota la oferta sultánica. La respuesta cosaca fue insolente, rebosante de exabruptos, burlas e insultos. Vuelvo a copiar y pegar:

"Cosacos zaporogos al sultán turco. 

Oh sultán, demonio turco, hermano maldito del demonio, amigo y secretario del mismo Lucifer. ¿Qué clase de caballero del demonio eres que no puedes matar un erizo con tu culo desnudo? Cuando el demonio caga tu ejército come. Jamás podrás, hijo de perra, hacer súbditos a hijos de cristianos; no tememos a tu ejército, te combatiremos por tierra y por mar, púdrete.

¡Sollastre babilónico, loco macedónico, cantinero de Jerusalén, follador de cabras de Alejandría, porquero del alto y bajo Egipto, ladrón de Podolia, catamita tártaro, verdugo de Kamyanéts, tonto de todo el mundo y el inframundo, idiota ante nuestro Dios, nieto de la serpiente y calambre en nuestros penes. Morro de cerdo, culo de yegua, perro de matadero, rostro del anticristianismo, ¡fóllate a tu propia madre! 

¡Por esto los zaporogos declaran, basura de bajo fondo, que nunca podrás apacentar ni a los cerdos de los cristianos. Concluimos, como no sabemos la fecha ni poseemos calendario; la luna está en el cielo, es el año del Señor, el mismo día es aquí que allá, ¡así que bésanos el culo! 

Koshovýi Otamán Iván Sirkó y toda la hueste zaporoga".

Previamente a conocer estos textos, que son del siglo XIX y pretenden ser copia de unos anteriores, traté de imaginar esa labor colectiva que Repin representa tan expresivamente. Pero la respuesta cosaca ha eliminado cualquier atisbo imaginario por mi parte, porque la carta es en sí ya una obra imaginativa, deslenguada, feroz. 

Solo me queda trasladarme a la escena. Mezclarme con los guerreros y escuchar quién indica que se ponga tal frase o la otra. Quién vocifera que se insulte al sultán. La ocurrencia infame del tipo de grandes bigotes. El calificativo áspero del que no separa la pipa de la boca. El chascarrillo soez del que se sujeta la tripa. El aguijón verbal del que señala con el dedo al escribiente para que lo  ponga en el papel. La caída desternillante del que se inclina hacia atrás. ¡Y la risa contagiosa de todos y cada uno de los asistentes! Por supuesto, no puedo por menos que reconocer al ilustrado escribiente que se lo pasa de miedo, y su sonrisa insinuante y contenida lo demuestra, a medida que toma nota de las propuestas salvajes y las plasma con cierto orden en la misiva. Ignoro qué respuesta, si la hubo, bien textual o violenta, recibirían del sultán. Aunque se tratara solamente de una leyenda en absoluto niega la fama que tenía aquella gente y su actitud dispuesta a la resistencia que, por cierto, cambió de bandos en distintos momentos históricos. 

La obra de Repin es gozosa y, por supuesto, pletórica de testosterona. He leído por alguna parte que Repin estuvo en España un tiempo y conoció la obra de Velázquez. ¿Sería Los borrachos, por ejemplo, un modelo de representación escénica para el ruso?

Ironías de la historia, que hubiera dicho Isaac Deutscher. Repin nació en una localidad de la provincia de Jarkov, hoy Ucrania, y murió en otro lugar de Finlandia, hoy perteneciente a Rusia. Las fronteras no son precisamente eternas, y con frecuencia bastante más movibles de lo que nos pensamos. Y quién sabe si, con cosacos o sin ellos, hay ahora mismo una carta volando hacia el Kremlin cargada de improperios contra el nuevo zar que se pretende de todas las Rusias.





domingo, 9 de octubre de 2022

¿Demiurgos o Armagedones?

 












Pocos libros tienen un comienzo tan preciso y que da en la diana como El cáliz y la espada. Nuestra historia, nuestro futuro, de Riane Eisler, publicado en 1987, si bien no lo hemos conocido en España hasta 2021. Comenzando su lectura no me resisto a comunicar un par de párrafos de su Introducción:

"¿Por qué cazamos o nos perseguimos? ¿Por qué está nuestro mundo tan lleno de la infame inhumanidad del hombre hacia el hombre, y hacia la mujer? ¿Cómo pueden ser los seres humanos tan despiadados con los de su propia especie? ¿Qué es lo que nos inclina eternamente hacia la crueldad en lugar de hacia la bondad, la guerra en lugar de la paz, la destrucción en lugar de la realización?

De todas las formas de vida de este planeta, solo nosotros podemos plantar y cosechar campos; componer poesía y música; buscar la verdad y la justicia; enseñar a un niño a leer y escribir, incluso reír y llorar. Debido a nuestra habilidad única para imaginar nuevas realidades y llevarlas a cabo mediante tecnologías cada vez más avanzadas, somos, casi literalmente, colaboradores con nuestra propia evolución. Y, con todo, esta maravillosa especie nuestra parece ahora inclinada a poner fin no solo a su propia evolución, sino a la de la mayor parte de la vida en el globo, amenazando a nuestro planeta con la catástrofe ecológica o la aniquilación nuclear".




(Fotografías de esculturas del arte cicládico)

miércoles, 5 de octubre de 2022

Paradigma

 




"Nada  há que eu não conheça que eu não saiba,
e nada, não, ainda há por que eu não espere
como de quem ser vida é ter destino".

"Nada hay que no conozca, que no sepa,
y nada existe que yo aún no espere
porque vivir es un destino".

Jorge de Sena. De la antología Sobre esta playa



De aquí para allá. La vida como una carrera. Las paradas momentáneas no son abandono, sirven para recuperarse. De qué. De las dudas, de los avatares desconcertantes, de la confusión. De aquí para allá; siempre. De allí para acá; improbable. Edades que se van superando. Paisajes que se van sucediendo. Personajes que aparecen y desaparecen. Energías que se alternan. Pensamientos que se componen y se deshacen a medida que el viaje del mensajero atraviesa llanos y montes. Anhelos improbables y deseos intempestivos que debilitan al mensajero. Pronto una curva. Más allá un páramo engañoso. Después una caída vertical cuyo fondo ofrece la sensación de que no se va a poder  remontar nunca. Y otra vez una elevación reconfortante. Y otra vez el perfil de las alturas que hay que sortear. Y más allá nuevas sendas, sobre algunas de las cuales el mensajero ya estaba avisado; otras veces aparecen por sorpresa. Una vez más caídas. O más paradas por falta de aliento. El mensajero es pequeño y frágil, pero también veloz. ¿Podría imaginarse un enviado cuyas características no fueran útiles para el cometido? Es un mensajero particular. Se despacha y se remite a sí mismo. Establece los mandados para su propio cumplimiento, si bien a veces los pierde por el camino. Pero, ¿qué mensajes porta el mensajero? No se sabe, ni él mismo lo sabe siempre. Solo conoce de acudir veloz al tránsito de los días, al acabamiento de las horas, a la merma de sus fuerzas, a la privación de sus ilusiones. Corre, mensajero, vuela. La voz del viento es sardónica. ¿O será acaso la risa que emite el cuerpo del mensajero cuando sus zancadas se refrenan? No te detengas. Justifica la carrera con el esfuerzo de tu memoria ordenada. A veces te preguntas por qué seguir con el oficio. Total, siempre habrá delante de mí una distancia que no alcanzaré, piensa cuerdo el mensajero. Pero es tu tiempo, es tu sentido. Y la cordura tiene una dimensión que no responde a todas las preguntas. Toda comprensión del mundo se reduce a tus pies alados.




* Tras escribir este texto me entero de la muerte reciente de un antiguo amigo, el poeta Miguel Suárez. Y se me ocurre que, aun fuera de tiempo, se lo ofrezco. En contrapartida a aquella dedicatoria amanuense de hace muchos años que puso en mi ejemplar de su poemario La voz del cuidado, con ecos del místico Juan de Yepes, que decía: 

Para ti, esta voz que sigue siendo 
NÓMADA
amor del instante luminoso.



(Fotografía del japonés Eikoh Hosoe)

domingo, 2 de octubre de 2022

Evocando el tiempo de los pacharanes

 


Algo dentro de mí muere...Este verso, que procede de no sé dónde, me viene cuando escucho en uno de esos noticiarios de relleno de domingo que este año hay una recolección baja de pacharanes. Sea o no verdad, y sin lamentar haberme vuelto tan escéptico de los pregoneros, no puedo evitar evocaciones pasajeras.

De chicos recogíamos el fruto para su empleo familiar. Simplemente. Si se comercializaba el producto aún se trataba de algo incipiente. En cada casa tenía lugar la propia elaboración del licor de pacharán. Los mayores introducían los pacharanes en botellas que contenían anís y los dejaban macerar durante meses hasta que el intenso y peculiar color rojizo se hiciera notar. Entonces era el punto. Había nacido otro licor con el que se coronarían las digestiones de las comidas copiosas. En Castilla y otras zonas de España se conoce a los pacharanes como endrinas.

Fue parte de mi educación sentimental arrancar de los arbustos pacharanes y moras. Mientras estas, ya oscurecidas, se prestaban a un paladeo dulce y a una textura carnosa, los pacharanes eran más bien objeto de nuestra curiosidad. Y atracción. Su esfericidad firme, la belleza del colorido azulado, su piel lisa y brillante, la ácida carnosidad que parecía transformarse en un misterioso fruto prohibido, nos seducían. Nuestras bocas se resistían a aquella acidez extrema. Pero probar y comparar era también aprendizaje. 

Gemma y yo tomábamos cuantos frutos obsequiaban los árboles, los arbustos, los matorrales espinosos. Más por juego que por necesidad. Ella se ponía el vestido perdido y yo, despreocupado, lucía mi camisola con lamparones. No sé por qué Gemma puso en mi boca uno de aquellos pacharanes mientras yo le daba a catar otro. Ninguno de los dos resistimos la impetuosa acometida de la entraña jugosa. Mejor las moras, coincidimos, son más gustosas y apetecibles. Tras el festín caímos en un trance de risas al contemplar el mutuo teñido de nuestros labios. Ella se ocupó de limpiarme con sus dedos frutales. Yo me avergoncé de mi torpeza.