"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





sábado, 26 de febrero de 2022

La mascarada de Giacomo (Serie negra, 76)

 



Es probable que la vida no sea siempre un carnaval, pero tiene mucho de mascarada. Giacomo se lo dijo con desgana a la solícita y conventual hermana. ¿Incluso el amor, Giacomo?, y ella sonrió con agudeza irónica. Sin duda, querida mía. Tal vez esa sea la mayor mascarada de todas, pues a través de él tratamos de ocultar todas nuestras personalidades a nosotros mismos. Pero eso es práctico, dijo la mujer bendita mientras dibujaba cruces ora con su uña ora con los labios sobre el pecho velloso del otro. ¿Algo así como una personalidad propicia para conjurar todas las demás? Giacomo, que no deja de activar su pensamiento ni quiera cuando recibe ternuras, discurre a su modo. En cuanto que es algo que no se sabe muy bien qué es y que puede amoldarse a la idea que cada uno se haga del mismo, el amor resulta uno de los disfraces más eficientes para la vida ordinaria. Digo disfraz pero no digo engaño, pues engaño denota intención mientras que un revestimiento ocasional es un mero juego de adecuación a las circunstancias. La mujer entregada a sus votos celestiales no es ajena a la vida terrenal y dispone de un sabio criterio. Siempre me ha parecido que disfrazarse por unos días festivos no tiene mayor mérito, entre otras razones porque todos saben de qué va disfrazado cada cual. Y aunque todo el mundo se esfuerce por engalanarse con trajes caros y fastuosos o aparentar que pertenece a la clase social que el resto del año le está negada u opte por transformarse en la perfecta imagen del sexo opuesto, algo que, por cierto, muchos lo hacen con un realismo y deleite gratificante, no es nada en comparación con el virtuosismo del día a día en que la cara descubierta y el porte ya sugieren de por sí el verdadero embozo que encubre su alma. Giacomo asiente y se admira del razonamiento. Hermana de mi devoción, siempre me ha parecido usted de una perspicacia preñada de conocimiento sobre el bien y el mal de la humanidad. Y tú, el sempiterno hombre solitario y avezado que se busca a sí mismo en la experimentación del placer, aunque nunca llegues a encontrarte, le define la monja. Giacomo la corrige en un gesto manso de caridad. No crea, soy en tanto en cuanto lo intento. No persigo la mera obtención de los placeres que el azar puede poner en mi camino, sino que elijo. El prójimo me subyuga siendo como es, pero no deseo cambiarlo ni cargar con ningún afán de salvación. Ella, estimulada por el discurso compartido, se siente también liberada de la máscara cotidiana. Yo, en cambio, le confiesa, soy más metafísica, sin que renuncie al interés inmediato por la materia que tu cuerpo ofrece al mío.  




(Fotograma del filme Casanova, de Federico Fellini)

miércoles, 23 de febrero de 2022

La caída (Serie negra, 75)

 


Perdida en sus sueños, no distinguía cuánto había de sombra y cuánto de claridad en aquel paisaje desolado donde se precipitaba en caída libre. Sueño, ponme a salvo, suplicaba. Sueño, despiértame en el pasado cuando todo era diáfano, era su plegaria. Sueño, envuélveme en el placentero lago amniótico, clamaba con desmesurada ansiedad. Sueño, hazme vivir el tiempo sin tiempo del ámbar, se resignaba.

Pero el sueño la ignoraba y en su caída ella medía cada estrato de lo vivido. 

La profundidad da la medida de lo experimentado. Bajar a lo más subterráneo es consolidar el edificio vital. Míralo por ese lado, le decía ese íntimo que había supuesto para ella toda la escala del afecto, con altibajos y desigualdades. El íntimo era un superviviente, no solo de los de la edad compartida sino también de las vivencias cambiantes. Tú no caes al vacío, la decía. Tú aseguras la cimentación de la mujer viva. Ella, escéptica, reía. Mira a lo que he llegado, desvelaba. El íntimo la consolaba: mientras yo esté resistirás. Y cuando no esté, tu resistencia será más fuerte, porque las referencias solo anidarán dentro de ti.

La mujer se dejaba mecer por la solana y contemplaba el deslizar agitado de las lagartijas.

Vivir hibernando no es vivir para un ser humano, hizo la confidencia a su psiquiatra. Pero tú necesitas hacerlo durante un tiempo, le aconsejó el profesional del libro y la receta. Es curativo. Ella expresó sus dudas. Si desaparezco de la vida habitual seré un saurio. Mujer, pero saurio. Y necesito la calidez de otras manos, el aliento de otra boca, la liquidez de otro sexo, la palabra que no se detenga pero que tampoco se precipite. Y si algo desearía no perder, ante la privación de todo lo anterior, sería la soledad compartida. Por eso he bajado hasta donde puedo llegar, aunque sé que debajo hay todavía espacios más sumergidos donde no se oye y por lo tanto no se siente. A los que no llegaré.

Embarrada en el cieno del último estrato la mujer tuvo lástima de sí misma. Cuánto frío. Pero cuánta satisfacción por sentir la vida viva.

¿Caeré todavía más?, tuvo un presentimiento, y preguntó al sueño. Pero el sueño no responde siempre. Solo derriba y deja que cada habitante suyo se las entienda. La única salvación es el tiempo acumulado por un cuerpo.

 



(Fotografía de William Mortensen)

domingo, 20 de febrero de 2022

Mimos, consuelos y carantoñas (Serie negra, 74)

 


Oh, mi bebé, mi meloso y abrasador bebé. ¿Quién te va a dar a ti más calor? ¿Quién sabrá mejor que yo corresponder a tus impulsos de niño revoltoso? ¿Por qué beber de otro manantial donde no sabes si apenas puede salir un hilillo de agua? Y aunque manara más abundante de esa fuente que dices fresca, ¿sabrías aceptarla y saciarte como con la mía? Que esa otra que te persigue día tras día sea más joven no te garantiza que vaya a satisfacerte. Te conozco. Te gusta probar, pero ¿para sacar algo de otra mujer o para demostrarla que eres el hombre vigoroso que te crees ser? Dices que amar es indagar. Que entregarte a la pasión es medir tus propias capacidades. Insistes que en cada aventura nueva tú también ers alguien nuevo que antes se desconocía. Y que eso es bueno también para mí. Conclusión a la que llegas tú por tu cuenta. Deberías saber de sobra que si tanto vales es porque yo te he hecho valer. Pero algún día no muy lejano tu merma te marcará, la flacidez te volverá inhábil, la diferencia de edad con ella hará que no te entiendas. Porque cada uno de nosotros pertenecemos a un mundo distinto y complejo que trae el tiempo, y estar en el que viene detrás y que apenas conocemos es arriesgado. Por supuesto que tienes aún cuerda y curiosidad, pero ¿no te preocupa perderte en tus posibilidades y acabar siendo un tipo patético? Ahora todo son cantos de esa imagen que divinizas. Su piel es lisa, su rostro lozano, su cuerpo emergente, su sonrisa se halla desprovista de ocultación, su conversación es amable y madura, su actitud tan positiva...Cuánta loa haces de ella. Ella que aún no sabe apenas lo que es vivir y qué pronto se destrozan nuestras purezas, si es que alguna vez las tuvimos. Yo admito que me digas todo esto, porque creo que asumir tu desahogo es parte de la consideración en que te tengo. Pero cuidado, no te sublimes en exceso a ti mismo, no eres un adolescente. ¿O piensas que no te has ajado como yo? ¿No existe para ti la mirada al espejo? ¿No te preocupa el desaliño que ofreces últimamente? Tu ropa anticuada, los andares pesados, tu espalda encogida, la respiración más forzada, la pérdida de pelo, esos discursos obsoletos que te he escuchado con piedad mil veces...No me lo tomes a mal, no te lo reprocho, representas la vertiginosa decadencia de la que no nos libramos nadie. Mas, ¿solamente porque una jovencita, ve a saber con que ilusión mental que se ha elaborado, aunque no de modo inocente, te considere digno de ponerse a los pies de tu limitada sabiduría sobre la vida, crees que actualizas al latente e ingenuo conquistador que siempre habitó en ti? Deberás aprender conmigo o contra mí a superar el precio de la mortificación de la carne en su decrepitud. Porque, oh, tesoro, tu avaricia y la falsificación de ti mismo pueden perderte.




(Fotografía de Anders Petersen)

jueves, 17 de febrero de 2022

No te acerques a la pianista (Serie negra, 73)

 



Siempre he tenido precaución para no hacerme amante de ninguna pianista. La contextura delicada que ofrece la imagen de algunas de ellas me ha inducido a sujetar la tentación. También me retraigo cuando las observo tan concentradas y ausentes. Y qué decir de sus repentinas fugas, como si fuesen reclamadas de pronto por alguna inspiración tonal. O quién sabe si solicitadas por un lejano compositor cuya pasión leen en sus partituras. Me frena incluso el proceder de unos labios que susurran a veces notas, si no arpegios, en lugar de las palabras lógicas a emplear en un diálogo. Pero lo que más me ha impactado siempre, y supone para mí un obstáculo, es la aparente fragilidad de sus dedos. Sobre todo el pavor que me invade imaginando que un simple ejercicio de tacto sobre ellos pueda causar daño. 

En realidad todas estas deducciones obsesivas me vienen desde aquella relación, si puede llamarse así, con una avezada alumna de piano. Ella gustaba de mi cercanía pero a su vez trazaba habitualmente una línea que no debía sobrepasar. Tienes que venir a mi terreno, no ir yo al tuyo, decía apresurándose a dejar claro que era ella la que iba a imponer las normas. Me enseñó a apreciar su cuerpo, en una época de mi vida que ansiaba poseerlo, sugiriéndome que lo tratara con reverencia. Tócame con la mirada, me proponía para mayor desconcierto. Y aunque aquel método me causaba desasosiego y ansiedad, yo cedía y la gratificaba visualizando cada espacio y en cada movimiento. Describe con palabras sugerentes cuanto percibas de mi cuerpo, era otra de sus sugerencias, y aquel mandato desataba en mí una sintaxis oral fluida e imaginativa. Acaríciame como si sintieras en tus manos el cristal de Murano, me decía. Yo, que en mi vida había rozado ni sabía qué era el cristal de Murano, imaginaba la propiedad fría del vidrio, mientras quedaba confundido por el calor que desalojaba el cuerpo estilizado y menudo de la joven. No sé en qué momento cometí la imprudencia de tomar la iniciativa, disponiéndome a besar sus manos. No, saltó taxativa. No puedes besar los dedos de una pianista, no te pertenecen, ni siquiera son del todo míos. Mis dedos deben permanecer fieles a otro amor. 

Aquella relación etérea y temerosa, que entonces me pareció un fracaso, a la larga fue de agradecer. Todavía considero tal aprendizaje fugaz un incentivo para la cotidianidad amorosa del presente. Pero jamás he vuelto a acercarme a una pianista para proponerla nada que no esté vinculado a la interpretación musical. 



(Imagen de Isabelle Huppert, no sé si en el filme La pianista)

lunes, 14 de febrero de 2022

Emulando a Juan de Mairena o Juan de Mairena bis (Serie negra, 72)

 





- Don Juan, le veo muy fatigado esta tibia mañana de febrero. ¿Ha caminado ya usted mucho?, le pregunta a mi maestro el vecino del entresuelo. 

El maestro Mairena, mirando a su interlocutor con ojos cansados, le responde cortésmente: 

- Como de ordinario he madrugado, aunque aún tengo pendiente mi caminata de piernas. Pero sí, le reconozco que durante las últimas horas he paseado mucho por el pasado, me ha costado en exceso subir la cuesta del presente y temo el abrupto camino que me puede deparar el porvenir. Todo ese ejercicio en un febrerillo enloquecido, ya sabe usted, estimado vecino, puede ser francamente agotador. Y uno no está a estas alturas para muchos trotes. 

No es que mi maestro sea críptico, sino que a veces nosotros no somos capaces de interpretar sus pensamientos y menos sus expresiones irónicas. ¿Habrá que esperar a ser viejos para comprenderlas? Pues aviados estamos si seguimos sin aprender nada.




(Fotografía de Ramón Masats)

sábado, 12 de febrero de 2022

La evanescencia de la mutilación (Serie negra, 71)

 





Qué fuerza expresiva puede tener una escultura clásica griega que incluso demediada, sin cabeza ni extremidades, erosionada por la incuria a la que le ha sometido el tiempo, la barbarie y el suelo, podemos percibir un cuerpo vivo. 

El posicionamiento del cuerpo nos invita por un momento a imaginar aquella diosa revestida del poder guerrero, sujetando con una mano una lanza, apoyando la otra mano en un escudo, protegiendo su testa con el yelmo. Ademán seguro, confianza latente, mirada altiva sobre los mortales.

Pero esta Atenea aun siendo ella es otra. Todo cambió con la pérdida. En este cuerpo mutilado los pliegues del peplo hablan por sí solos y cobran otra existencia. Lleva a la figura a trascender el mito y a domesticar significados.

De un templo antiguo y desaparecido ha pasado a habitar el hogar íntimo y presente de cada uno de nosotros. Nuestro interior se abre. Cualquiera podemos ser un santuario suyo. Nosotros la tomamos en activa advocación y ella se deja acoger.

Desgranamos la huella del cincel en la vertical y turbadora postura de la diosa y ella nos enseña a leer en la piedra. Algunos quedamos atrapados en esa lectura larga. Lenguaje de las formas y palabra de lo oculto.

La piedra transformada en carne siempre nos perturba. ¿Será porque nos representa en lo que somos, en lo que fuimos o en lo que nos hubiera gustado ser?

Desprovista de sus atributos por la mutilación la escultura de la divinidad nos ofrece otro significado. Que es tanto como otras vidas. No es la bélica, es la pacífica. No es solo la sabia, es la promotora del conocimiento humano. No es la diletante, es la hacedora del arte. No evoca la mera palabra sino también el entendimiento. 

Tras su ligereza, el movimiento. Desde su movimiento, la inquietud vital. En su vitalidad, el don de la feminidad hogareña y el obsequio de la conquista pública. 

Una escultura parcial deviene más total. La antigüedad se actualiza. La estatua pierde, pero gana. La base del cuello sugiere esbeltez. Los senos rezuman turgencia madura. El vientre expresa fecundidad. Las caderas inician una danza deleitosa. Un afinado contorneo otorga valor a su eje creciente. Las estrías del vestido son venas que destilan calor. El eje de la vida que no la hace cesar.

Su propuesta de metamorfosis nos habla. Soy la que fui. Soy la que soy. Soy la que queráis que siga siendo. La he escuchado atentamente. Sintiendo como ella no nos roza la muerte. O mejor dicho, la idea que nos hacemos estúpidamente de la muerte.

Sueño que transfigurado en cíngulo abrazo tu torso y con mis manos configuro los dos hemisferios de tu cuerpo evocador y sinuoso. He tomado el puesto del artífice. Deslizo mis dedos por cada plegado, redondeando las aristas. El frunce del vestido roza mis sienes canas. Mortal como soy se acelera insolente la sangre. Solicito tu auspicio. Reclamo mi transmutación.  

Los siglos la contemplan. Perplejos asistimos al acontecer de la diosa. Madre, esposa, amante, hija, mujer. Perpetuo origen. Epifanía de la evanescencia.




(Diosa Atenea, del Museo de la Acrópolis de Atenas)


jueves, 10 de febrero de 2022

Diálogo de la vestal y las ruinas (Serie negra, 70)

 

 



La vestal se asomó al pasado. Vosotras sois lo espectral, no yo, dijo a las ruinas. Pero a nosotras se nos ve y damos testimonio de lo que fue y hubo aquí antes del deterioro, respondieron ellas. Mas ¿y tú? ¿Dónde habitas? ¿Quién te recuerda entre las civilizaciones posteriores a la nuestra? Yo no necesito reencarnarme ni permanecer visible, fui la que fui y serví a quien serví, respondió desprejuiciada la vestal. Las piedras no dan tregua. ¿De qué te sirvió ser oferente si ni siquiera fuiste libre para transmitir a las generaciones el afán de superación? ¿Qué referente de armonía has ofrecido a los hombres? Planteáis mal la cuestión, ruinas lamentables, dice ella con enojo. Yo he prevalecido y progresado a lo largo del tiempo, no sin extremas vicisitudes, y con avances y retrocesos. Soy consciente de que ni siquiera ahora tengo asegurada una meta, pero sobrevivo para hacerla posible. En cambio vuestras construcciones hoy día son testimoniales y agónicas, si bien admirables. Abrieron caminos a la inteligencia creativa de los hombres. Pero eso ya no es vida, como mucho una referencia superada. Sin embargo yo, vestal, empujo a los tiempos para que se nos reconozca e impelo a los hombres para que cambiemos el antiguo curso de la división y los enfrentamientos. Las vestales vivimos en otras dimensiones que eran imposibles de imaginar en los tiempos en que ocupamos vuestros recintos sagrados. ¿Acaso te crees tan pura? ¿Piensas que no te azuzan análogas apetencias a las del otro género?, cuestionan las ruinas. La vestal se defiende altiva y segura. Soy consciente de mis impurezas, pero muchas de ellas no se deben a mí misma por naturaleza, sino a las acciones malévolas de otros y a las circunstancias generadas interesadamente por ellos. Hay algo que a vosotras, ruinas, y a mí nos vincula. Ambas buscamos el sustrato de la vida. Perseguimos o mantenemos el sentido del origen. Reclamamos el elemento virgen que se sigue reproduciendo, más allá de la función, la forma y el destino que nos han deparado entre los humanos y la naturaleza. Perpetuamos la búsqueda: vosotras testificando con vuestra soledad, nosotras generando perspectivas. Ante aquella lógica las ruinas suavizan su opinión. Alabamos que encuentres puntos de convergencia entre tu vida y la nuestra. O entre nuestra muerte y tu vida, si lo prefieres. Y reconocemos con satisfacción que la tuya siga vivificándose, construyéndose día a día, aunque nosotras permanezcamos como un eco en el que también te debes reconocer. ¿Admites al menos que el tesoro que podemos aportar nosotras tiene como nombre Memoria? La vestal no duda. Nadie es propietario de la memoria de lo vivido, simplemente es heredero y transmisor. Al fin y al cabo yo misma ¿acaso no me proyecté más allá de las arquitecturas que en vuestro tiempo y mucho antes de vuestro tiempo fueron identificando a los humanos con la naturaleza que los acogió? Admitid que fue la necesidad lo que impulsó la arquitectura protectora de piedras y de cuerpos. Admitid que fue el mito lo que, cincelando la mente de los hombres, proporcionó imaginación para que forma y técnica plasmaran la Belleza. Ambas, ruinas y vestales, somos en cierto modo fantasmas de un pasado, pero en la medida en que el pasado levantó una y otra vez nuevos presentes pervivimos como esencia de todo tipo de expresiones que han tenido lugar y las que aún están pendientes de manifestarse. Concedo que estos son los tiempos de las ruinas por excelencia, y que vuestra presencia no es un mero hecho a mirar de paso sino que incita a nuevas generaciones a su interpretación. Pero también es el tiempo de las vestales liberadas como nunca fue antes. Si miráis en vuestro entorno, ¿no veis una pléyade de humanos de toda condición entregada a vuestro servicio y reconocimiento? Si hoy día las vestales no nos afianzáramos libres, ¿creéis que vosotras, ruinas apreciadas, ibais a tener sentido para los futuros pobladores del mundo?





(Fotografía de Ferdinando Scianna)

lunes, 7 de febrero de 2022

Soy Febrero y me he retrasado por culpa de Fackel

 



Me he retrasado solamente en el hecho de que mi imagen aparezca en esta página, porque ni Fackel ni ningún dios bendito podrían evitar que esté cuando tengo que estar. Pero eso sí, no perdono al autor del blog que se haya retrasado siete días, ¡siete!, para presentarme como mes y que además porto el estigma de ser el más corto. ¿Es un agravio comparativo o refleja la dejadez del personaje que me trae a trancas y barrancas hasta aquí? Él dice que es cosa de la sequía que padecen los de su tierra. Yo pienso que se trata de su propia sequía interior, que no se entera a veces de en qué tiempo vive, que está hecho un despistado, que en su hastío de los hombres también finge cansarse de los días y, lo peor de todo, que no me considera un mes definido. ¡Como si los demás meses no tuvieran sus más y sus menos! 

Ya sé que a lo largo de la historia de los indígenas han corrido refranes en que purgo los pecados del mundo. ¿Cómo han podido hacer de mi existencia expresiones tan crueles como aquella que dice Febrero el corto, el peor de todos? Hay algún otro que me trata más suavemente: Febrero, rato malo y rato bueno. Un poco ridículo, porque habrá gentes que tengan ratos malos en cualquier época y otros que no se apeen de su bienestar. Si se quiere, en esa misma dirección alguien se apiadó de mí y matizó: Febrero, un rato malo y otro bueno. Lo cual me hermana más con el resto de meses. Agradezco la benevolencia de quien hiciera una precisión más justa. 

Hay otro que se pasa tres pueblos, como dicen ahora. Febrerillo corto, con sus días veintiocho, si tuviera más cuatro, no quedara perro ni gato. Cualquiera diría que soy tan fatídico que pongo en riesgo la vida de mis hermanos domésticos. Que yo sepa no se me ha quejado ninguno, pero cuando agradecen mi duración abreviada me da en qué pensar. Los animales de casa no tienen ni un pelo de tontos más que los humanos que la habitan. 

Un refrán que no se acordarán ni los viejos, si es que queda alguno de los antiguos tras la penúltima peste que ha venido asolando al mundo, es el que canta: Febrero, horas al hero, horas al foguero. Ya puedo aparecer yo en la escultura del artista de Parma encarnado en el labriego que huella el terruño, que nadie recordará que hero es heredad, el terreno de una familia, y sospecho que las formas de darle al suelo han cambiado y las horas de pasar al fuego abundan más y con calor de hogar más garantizado. Y para rematar, sigue en vigor aquel que me llama con descaro Febrerillo el loco. Un poco más de respeto, señores, que uno responde como se le da a entender, guste o no a las gentes y sus quehaceres.

Me he vengado de Fackel apoderándome de su entrada y poniéndome sabidillo -tengo derecho, ¿no?-  al repetir dichos de la otrora sabiduría popular de los nativos del país. Consuélome con que aún quedan veintiún días más y no voy a revelar ahora si me manifestaré loco o cuerdo. Principalmente porque estos conceptos de locura o cordura son propios únicamente del comportamiento humano, al que en absoluto me debo. Pero ya es sabido que todo es del color del prisma a través del cual se mire la vida. Disfruten de las bondades de Febrero, que las tengo. Mas...búsquenlas.




(Representación escultórica de Febrero, obra de Benedetto Antelami o del Maestro de los meses, en el baptisterio de la Catedral de Parma. Finales del siglo XII)

sábado, 5 de febrero de 2022

Amo a mi ama, aunque mi ama a veces no me ame

 


Sé que no me toma por tonto. Pero a veces abuso de su paciencia y no duda en castigarme. Hay un pacto claro entre ella y yo. Procuro atenerme a lo acordado y ella me trata con guante de plata. Es cómoda una vida de esta clase. Mi ronroneo melodioso, las plácidas siestas de compañía, la sigilosa vigilancia de la casa, cómo respondo a su solicitud, todo ello es premiado por mi ama. Ella nunca ha dudado de mi fidelidad, ni le he dado motivos hasta ahora para dudar, pero reconozco que la tentación siempre llega desde fuera. 

Podría decirse que la otra, que tiene cierta envidia de mi ama,  me ha sobornado, es verdad. Ni los gatos nos libramos de las ofertas que nos hacen. Me avergüenzo de haber aceptado su propuesta, corriendo el riesgo de que me echen, porque ¿dónde iba yo a estar mejor que en esta casa donde como, duermo, me siento seguro y me dejo acariciar por cuantos visitantes llegan? 

Conozco a mi ama lo suficiente y presumo de saber acerca de sus íntimos secretos. Me gusta que escriba de su vida y es una lástima que no sepa leer sus pensamientos escritos, que oculta de la vista de los demás. Pero su hermana ha llegado hasta mí con cucamonas y promesas, buscando hacerme su cómplice, y yo he caído en la trampa como un estúpido y por egoísmo, chivándome de los lugares ocultos donde mi ama preserva sus tesoros manuscritos. Un error que me puede costar caro.  Y lo que sería peor: ¿dejará mi ama de amarme después de esta traición? 



Esto viene a cuenta de un relato que aparece en eh chiton

https://ehchiton.blogspot.com/2022/02/mi-gato-ingrato-y-una-mas.html



(Imagen: ukiyo-e cuyo autor desconozco)


jueves, 3 de febrero de 2022

En el desierto rojo (Serie negra, 69)



Por qué me pegó aquel bofetón cuando no le di la respuesta que ella esperaba o, mejor dicho, hubiera deseado que le diera, nunca lo interpreté como agresión. Más bien, y al bajar mi cabeza lo confirmé, se lo concedí como derecho. 

Tenía perfecto derecho a abofetearme, a echarme en cara mi indecisión, a repudiarme como hombre patético que estaba siendo. Ah, Mónica, me sentenciabas al exilio y ambos nos condenábamos a atravesar desiertos con desigual suerte aunque con la extraña sensación de que un fino pero íntimo cordón seguía sujetándonos en el vacío.

O acaso tú no. Acaso tú me expulsaste de tu conciencia para siempre. Levantaste un muro, pusiste púas, tratando de impedir siquiera un asalto más por mi parte. El muro funcionó y cada día lo levantabas un poco más. ¿Hay una pared más elevada que la ausencia?  

Qué fue de ti, qué fue de mí. De ti nada me sirve de lo que hayan podido contarme. De mí fue la paralización de los sentimientos y el apagamiento de las emociones. Y la necesidad se convirtió en tosquedad y los deseos fueron a partir de entonces abruptos y únicamente quedó a salvo la memoria. Solo en cierto modo. O más bien regenerándose sobre sí misma, como hacen muchas especies animales.

¿Sigue dormido el animal que hay dentro de mí? Quién sabe hasta qué punto a la bestia que se aletarga le quedará por delante un largo invierno. 




(Recordando a Mónica Vitti, 90 años de vida, que descansa ya para siempre)


martes, 1 de febrero de 2022

Meditaciones y postmeditaciones al azar (Marco Aurelio sugiere)

 


"Desear lo imposible es cosa de locos, y es imposible que un hombre vil no haga alguna vileza".

(Marco Aurelio. Meditación XVII)


Por desear en ocasiones lo imposible ha podido ser vil, mas también sabe que se ha hecho daño a sí mismo. Se dirá: pero aspirar a lo imposible abre campos inexplorados. Sin embargo, ¿cuántas veces no ha vuelto maltrecho de esos desiertos, cuando no abismos, a los que la falta de cordura conducen a un individuo? 


(Nota. Pruébese a abrir al azar el libro de las Meditaciones, de Marco Aurelio, también titulado Pensamientos para mí mismo. Inténtese dejarse llevar por sus sugerencias, pues unos pensamientos generan otros)  


(Máscara en bronce de Marco Aurelio)