...he llegado a la conclusión de que debo escribir menos, tal vez leer menos, tal vez beber menos, tal vez mostrarme menos huraño con otras personas, tal vez hacer que vengan con menos frecuencia a casa algunas mujeres que me destrozan, tal vez tener menos fantasías que agotan mi cuerpo, ya sé que esto suena a un haz de proposiciones de la enmienda como aquellas que nos inculcaban en los tiempos de la inocencia, y por lo tanto proposiciones que no se cumplen jamás, pero tengo que decírmelo, esa duda me ahoga, y me lo repito para quedarme más a gusto, aunque sea inútil, debería quitarme algunas manías, suavizar algunos vicios, rebajar ciertas desmesuras, lo sé, pero no puedo orientarme de otra forma, no sé vivir de otra manera, hace tiempo que vivo en el límite de todo, me he liberado de algunas ataduras externas pero en contrapartida me he amarrado a la parte más oscura de mi mismo aun a riesgo de no saber o no poder deshacer sus nudos, me siento siempre agotado, mis ritmos no tienen que ver nada con los del resto del mundo, día y noche son términos que carecen de sentido explícito para mi, creo que al fin y al cabo las noches están hechas para ser recorridas como el día, yo no tengo horas, me da igual dormir de día que de noche, y ya que por la noche me resulta difícil hacerlo sé que en algún momento tengo que caer rendido, aunque sea durante tres o cuatro horas, y no es fácil dormir durante el día, demasiados ruidos por todas partes, sirenas que atraviesan los callejones, gritos que escalan por las fachadas interiores de las casas, el cuerpo se altera aunque se encuentre inmerso en mundos ajenos, el cerebro lo siente todo, se empapa de todo aunque permanezca ausente, y se inquieta y se irrita en su desasosiego, hay tanto ajetreo en el edificio y en la calle, y el taller de los caldereros que hay en los bajos del edificio no para de martirizar con sus golpes, cuesta mantener un sueño profundo durante varias horas, si bien ese cansancio extremo se impone y es como si al caer en el sueño no fuera a levantarme de nuevo, pero el reposo siempre acaba quebrando antes de cumplir su ciclo mínimo, y así resulta que no puede llamarse descanso, y mis despertares son malhumorados, no me quito de encima fácilmente la debilidad que arrastro, por eso bebo y me sobrecargo de café y zampo los estimulantes que caen en mis manos y me sumerjo en lecturas que alivian mi abatimiento, aun cuando estar concentrado en ellas me agote, vigilia y sosiego echan pulsos improvisadamente, duermo por lo tanto a trompicones, reparto el sueño como reparto mi ebriedad o mi ira o mis miserias sexuales, trampeando con el vacío del tiempo, Mathew me lo dice con frecuencia, no debieras vivir tan desordenadamente, eso me dice, pero a mi me suena a monserga de predicador, yo vivo en mi orden, ¿qué es eso de vida desordenada?, ¿ordenada o desordenada para quién?, no le contesto airado porque sé que le mueve una intención sincera y bondadosa, y porque bastante tiene con aguantarme como vecino de puerta y como amigo que soporta mis desatinos, nunca estaré suficientemente agradecido por su bondad cuando me recoge hecho una piltrafa en las noches más solitarias, pero que nadie olvide que el vecindario está repleto de empeños compasivos que se entrometen en la vida de los demás, a los que no mueve el cuidado sincero del desgraciado, sino el funcionamiento aséptico de las cosas, y es que no me han gustado nunca las maneras que algunos han tenido de dirigirse a mi, sólo porque uno tiene mal aspecto social, digamos, o tal vez mi compostura es dudosamente estética para el gusto de los que se obsesionan con los preceptos, y como a uno les sucede a muchos otros, y a los que vivimos en el extremo, aunque no nos metamos con nadie, no se nos ve con buenos ojos, así que prefiero no pensar en que harán las almas benefactoras el día en que no me controle y les mande al infierno de malos modos o cuando comprueben que uno no corrige, porque uno no tiene la menor intención de corregir, ya que no soy proclive a hacer vida de sumiso insecto laborioso ni de honesto pagador de impuestos, ¿o es que ellos se piensan que son mejores por el hecho de figurar en una nómina y de doblegar su cerviz ante el fisco?, no me cabe duda de que es la normalidad lo que apacigua y hermana a la grey, aun cuando interiormente les devore saber cómo son considerados unos respecto a otros, aunque sepan de las diferencias enormes de sus salarios y de sus posibilidades de vivir y de sus reconocimientos, pero es propio de esa masa amorfa sufrir para adentro, y sin embargo dan su aquiescencia ante las instancias superiores, que son las que generan sus desigualdades, a mi me repugnan sobre manera, y en cambio ese desprecio por ellos lo perciben ellos como si fuera mi situación la culpable, como si fuera el complejo de inferioridad motivado por mi vida orientada en otra dirección la causa de mi malestar, y yo no digo que no tenga algo de complejo y de insatisfacción, puesto que es difícil vivir entre la manada si no exhibes una fuerza que ella entienda como tal, por eso siempre estás en desventaja, no te hallas en su terreno, donde podrías mostrar armas y tácticas que ellos temerían y les obligarían a respetarte, al situarte en una marginalidad no reconocida ese vecindario te compadece, y te desprecia con facilidad, y se siente superior a ti, si bien ellos no son sino la hez de ese recipiente maloliente que está lleno de sometidos, de cuantos se venden al mejor pagador, de desairados, de los que se sienten fracasados porque se propusieron objetivos que jamás podrían alcanzar, no es mi caso, podría serlo, entre su situación física, digamos, y la mía no hay mucha diferencia, sólo que yo elijo vivir fuera de sus normas y no les pido tampoco que me mantengan, Mathew me comprende pero me vapulea a consejos, nunca podrás ser un fuera del sistema, me dice, acabarás pasando por todo como todos, salvo que decidas morirte aquí mismo, en cualquier momento, pero eso sería reconocer que eres un perdedor de verdad, me lo dice con aplomo y con bastante calma, en parte para que no me irrite y en parte para que reflexione, aunque no me descubre nada, me trata como un adolescente, y yo lo entiendo, él me lleva bastantes años, sabe de batallas perdidas, de renuncias, de expulsiones, de desamores, nada podría enseñarle yo que no haya probado él de la sustancia de la vida, y no acepta que me acurruque en los rincones del abandono, él desearía de mi que corrigiera el rumbo de la barca, una navegación que para él se fue a pique hace tiempo, pero cuya apariencia de mantenerse a flote la lleva con dignidad, controladamente, no me gustaría ser desleal con Mathew, no podría serlo, pero hay días que su presencia la percibo como presión, acaso porque tengo la sensación de que en él se proyecta en realidad mi imagen, y sí, me siento salvado por su honesta complicidad, haga lo que haga me acepta y si es necesario me defiende ante terceros, si no hubiera sido por su presencia próxima mi ruptura con Bárbara la hubiera llevado peor, y ya es bastante sufriente mi situación como para no reconocer lo mucho que debo a Mathew, las noches de desahogo, las lágrimas vertidas, mis enfados desquiciantes, los recursos que hieren el cuerpo, Bárbara no hubiera sido capaz de apreciar este auxilio desinteresado, me sorprendo pronunciando Bárbara, hacía semanas que no pronunciaba este nombre que me confunde, que inmediatamente me exige colgar apelativos contradictorios, Bárbara delicada, Bárbara despiadada, Bárbara dulce, Bárbara desapacible, Bárbara comprensiva, Bárbara exigente, la lista podría ser larga, pero debo dar marcha atrás, hacer como si no he mencionado a nadie, como si nadie existiera en mi vida, porque nadie existe desde que...
(Fotografía del checo Martín Stranka)