Abrir la ventana a la noche y sentir que late una incandescencia recóndita. Recibir la mano del invierno en pleno rostro. Un viento revoltoso que forma remolinos y que te escarba los cabellos desde atrás. Asomarte a la distancia. Peor: al alejamiento. Esforzar la mirada, imaginar un contorno. Buscar un aroma, acertar al inhalarlo. Registrar un sonido, tal vez una voz. Palpar un tacto con unas manos que no encuentran el objeto, tal vez la figura. Abrir la boca, abrirla mucho, mientras queda congelada la palabra, no la intención. Proteger el pecho, porque al pecho hay que preservarlo de la noche, del silencio indeseado, de la indiferencia gélida. Impedir que el pecho sea atravesado por una descarga de claudicación. Dejar que la habitación se ventile de ti mismo. Aceptar que sea morada por la inconsistencia del deseo, que entra, se queda, se mueve entre la abstracción de tu caída. Renovar tu presencia, eres y no eres el mismo de antes de que la noche te rasgara. Permaneces y a la vez has cambiado. Los sentidos tiritarán tras el esfuerzo. Una nube de pensamiento roza los muebles de tu cuarto. La calle seguirá fuera, como siempre, inmóvil, ignorada por ti. Sólo los signos del cielo te parecen sinfonías. El eco verídico de cuanto no te llega, a pesar de la plegaria. Cuando cierres la ventana habrá pasado todo por ti. No estarás tan solo.
(Fotografió la noche el griego Stelios Tsagris)
Me cuelo por esta ventana que abres y te deseo feliz navidad y para el año que viene lo que tú quieras. Francisco.
ResponderEliminarGracias,Francisco. Esa ventana no sé si es la vida misma, la metáfora o la circunstancia. En cualquier caso, todo es vida. Y en ese mismo sentido,más allá de los rituales al uso, te deseo sinceramente Salud y Fortaleza para otro año, que son objetivos prácticos a tocar y no sólo símbolos.
ResponderEliminarPor cierto, ¿podrías pasarme una dirección electrónica particular para conectar contigo? La eliminaré en cuanto me la pases.
Lo dicho. Un abrazo, y gracias por sorprenderme.