"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 30 de junio de 2022

Bondad

 


El artista procura adaptarme un rostro de bondad. Pero soy toda pensamiento.

Pienso y recuerdo. Recuerdo y revivo. Revivo y me atrapa la ficción.

Lo imaginario levanta edificios efímeros. Moradas que, no obstante, acogen. Ámbitos donde los días son menos agraces.

¿Dónde se encontraba la materia de la que estoy hecha? ¿Qué sustancia tocó antes el artista con sus dedos? ¿Qué cuerpos y qué vidas insufló cuando yo no existía todavía?

Pienso más en la materia de la que procedo y en el proceso que me configura que en la intención final que va a ser expuesta a múltiples miradas. 

Los artífices quieren casar los elementos con las creencias. ¿Cuánto durará tal matrimonio? 

Oigo hablar entre ellos a los obreros que me dan forma en el taller. Están temerosos del resultado. Una diosa debe ser perfecta, dicen. No puede faltar ninguno de sus atributos, dicen. Cada detalle tiene que estar trabajado. Les escucho y me asombro de que quieran proyectarme más allá del espacio humano. Pero ellos siguen órdenes.

Por qué necesitan tanto los hombres libres como los hombres esclavos nuestras efigies no lo sé. Lo he comentado con los otros personajes imaginarios llamados también dioses y tampoco lo saben. Ninguno de ellos ha exigido adquirir caracteres aparentes humanos. Pero los mortales se empeñan en otorgar propiedades diversas por aquí y por allá, ora a sus divinidades ora a sus héroes. Tal vez a sus límites y a sus carencias.

Inclino mi rostro con actitud benévola hacia ese mundo conflictivo que habla de valores y de méritos, de ensañamientos épicos y de armonías perecederas, de prepotencias y de sojuzgamientos. ¿Interpretarán mi gesto por igual todos cuantos admiran con fervor mi presencia?

Pretendan lo que pretendan de mi representación definitiva, permaneceré inmutable. Imploren lo que imploren, callaré. Que busquen en mi rostro los rasgos que ellos ocultan de sí mismos.






* Perfil del rostro de la Victoria alada de Brescia.

lunes, 27 de junio de 2022

Plenitud

 


Toses, toses mucho, deberías vigilarte más, le aconseja afectuosamente el artista mientras extiende la virulencia del rojo sobre la paleta. Es parte de mí, dice la modelo ocasional entre risas ahogadas por la desesperanza. Has vivido al máximo, Anita. Ella suspira. Si la vida no fuese intensidad, ¿qué sería?, y le hace una mueca burlona. Tú recíbeme con la mirada como si me estuvieras atrapando con las manos. Además me siento cómoda en el rojo. Es como si la sangre abandonara mis venas, se deslizara por toda mi piel y me vistiera tomando el relevo del tul y de las gasas. Como si transformara la desnudez y sublimara cada protuberancia de mi cuerpo.

El pintor mantiene el pincel en el aire. Tú eres más artista que yo, Anita. Yo solo soy un mirón. Un observador detallista, es verdad, y ávido, que pretende que trasciendas en un lienzo. Anita se crece en sus posturas. No seas modesto, Otto. ¿Acaso no es tu mirada deseo? ¿No te abrasa la sangre caliente, el fuego de la seducción, el movimiento oscilante que te brindo? Otto ni afirma ni niega. Mi mirada es sentir a través de ti a la mujer que llevas dentro. No la tradicional ni la sumisa, sino la libertaria, la que extiende, incluso a costa de su salud y de su tiempo, las posibilidades que los cuerpos ofrecen, y a cuyas requisitorias salvajes no sabemos siempre responder adecuadamente. Cuando apetezca de tus frutos ya suplicaré que me dejes saborearlos.

Anita oscila su cuerpo. Canturrea y acompaña la composición con el leve movimiento de una danza. Otto, aunque un día yo no esté sé que siempre permaneceré viva para ti. Anita esboza una pose casi famélica. Me has conocido en infinidad de oficios y servidumbres. He sido dueña de mi cuerpo, pero también propietaria absurda de mi destrucción. Has oído de mí vituperaciones y me has defendido hasta la saciedad. No mejores en el retrato a la mujer que se consume poco a poco. La plenitud no es solo lo que se posee sino también aquello que jamás se tiene e incluso cuanto se ha perdido. La plenitud es la vida vivida y el anhelo por la no vivida o el desaliento por la extraviada. 

Otto licua en sangre carmesí aquel cuerpo depreciado. Ella se lo ha pedido.




* Anita Berber por Otto Dix.


domingo, 26 de junio de 2022

Zamora existe, a pesar de

 


Zamora existe. Diezmada la superficie de la Sierra de la Culebra, que tiene 70.000 hectáreas, de las cuales 30.800 han sido devastadas por el incendio de los últimos días. Pero existe. Existe a pesar de la quema. Y a pesar de la incompetencia de la Junta de Castilla y León, cuyo gobierno está en manos de PP y Vox. Con la quema las bases económicas de habitantes de muchos pueblos se han ido al garete. Han muerto animales en libertad, se han quemado colmenas, se ha deforestado una extensa zona. También se viene abajo una parte de las expectativas del turismo rural en la que tanta tinta ponen los gobernantes a la hora de la publicidad. El fuego existe, por supuesto y tendrá sus causas. Pero la gestión de control del mismo, a tenor de la denuncia de forestales, bomberos y vecinos afectados ha sido un desastre. Ni siquiera tuvo en cuenta la Junta las previsiones de la Agencia Estatal de Meteorología sobre el peligro extremo de incendio. Lo cual, según indica la prensa y denuncian afectados, llevó a una consideración inferior -riesgo medio en lugar de riesgo alto- y por lo tanto a reacción tardía, déficit de medios y limitado e insuficiente plan de combate de las llamas. Se les pregunta a las autoridades regionales y estas no saben ni contestan, porque saber da la impresión de que saben poco y además ni siquiera saben responder ni mantener el tipo ante las críticas. Eso si no echan la culpa a otros con intenciones partidistas, es decir, a los que se quejan y denuncian comportamientos deficientes. Es el déficit que ofrecen, en este asunto y en otros, los líderes de discutible monta -¿escasa, mediana?- que fueron votados y accedieron a la gobernación -pactos de por medio- en las últimas elecciones. Tomen nota para el futuro, pues, castellanos y leoneses, de lo que votan y a quiénes votan. Ni me consuela ni me resigno a admitir que esta es la comunidad de Castilla y León que tenemos y las autoridades que nos merecemos.











(La primera fotografía está tomada de Zamora News. Las fotografías de manifestaciones de ciudadanos de Zamora y provincia contra la Junta de Castilla y León están tomadas de El Norte de Castilla, NIUS y Zamora 24 horas. El mapa es de La Opinión de Zamora)


jueves, 23 de junio de 2022

Expectación

 


Sé que no me crees, Antonello. Pero estás poniendo la misma cara que en el cuadro de aquel hombre más joven que pintaste. Hasta Vasari se ha dado cuenta. Una cara mitad expectante mitad escéptica. 

Por supuesto, ya no tienes tan cuidado el rostro como hace unos años y avanzan algunas arrugas desordenadas si no salvajes. Probablemente porque te tomas la vida con más desapego y no corres como antes a aprender para que otros no te hagan sombra. Hoy la barba, a la que sigues poniendo límite, no se queda en leve sugerencia, ni el peinado a lo zucotto se te concede, ni los ojos muestran el orgullo de la viveza de entonces, ni el arco ciliar es tan moderado, ni el cuello estirado habla de un porte firme. Los años no han pasado en balde y tu cuerpo ya va teniendo alguna queja que otra, vapuleado como ha estado día tras día por tu exigente actividad. 

Que según te califico con estas observaciones estés haciendo lo posible por mantener aquel esbozo suave de tu rostro, que yo he conceptuado siempre de avispado, expectante y tierno, me place. Uno puede pasar por sucesivas pérdidas y deterioros, pero creo que si se ha tenido buena estampa en los años mejores de la vida, así llamábamos a la juventud, no lo olvides, la impronta no se pierde del todo. Tú, como preciso retratista, lo habrás percibido mejor que nadie, no solo en otros, sino en ti mismo. 

Y aquí, Antonello, llego yo tras dar contigo en esta patria en la que te refugias, dispuesto a que levantes acta de la verdad que mis facciones actuales exhiban. Un acta sin adulteraciones ni falsificaciones, una imagen más nítida y expresiva que la del espejo, donde las motas de azogue de mis años hablen con sinceridad. Me pongo a tu disposición para que un retrato de este mi tiempo de senectud compense nostalgias, reavive recuerdos y sirva de legado para mis descendientes. 




* Imagen. Retrato de un hombre, de Antonello da Messina (Mesina, 1430-Mesina, 1479) Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.


martes, 21 de junio de 2022

Hoy no como ayer (¿Solsticio?)

 


Por estas fechas entonces nos acuciaban dos hechos. Las vacaciones rompían aguas y el calor se ofrecía creciente. En el barrio había tensión sanjuanera y los chicos más lanzados recogían muebles viejos para la hoguera que se iba a prender en la confluencia de mi calle. 

Mi madre apuraba los últimos días del mes para preparar la maleta, sin prisa y sin pausa, con destino a la rústica ciudad del Norte. Era en esta urbe y durante los meses de verano cuando tenían lugar escenas más o menos semejantes a las de la película Cuenta conmigo. Cuando vi este filme de mayor con mi hija me sentía identificado no solo con el vestir de los actores sino con el tipo de muchachos, sus contexturas, sus modos de hablar y de comportarse, su capacidad de riesgo y aventura. Cada personaje de la película existía en la vida real de mis veranos, hasta podría indicar a cuál de ellos me parecía más físicamente. Para mí el camino del estío estaba despejado con sus calores y sus tormentas, sus rostros nuevos y los casi olvidados, la musicalidad del habla y el vocabulario peculiar de sus habitantes, los contrastes y lo inesperado, la empatía con los amigos que se perdían de año en año pero que se recuperaban a las pocas horas de llegar allí. Y las experiencias de otro mundo, semi rural semi urbano, con sus cosechas y sus fiestas, sus domingos anodinos y los sucesos inesperados y trágicos, las secuencias de ríos y de ferrocarril, las eras y las huertas, la lectura febril de los tebeos y de Marcial Lafuente Estefanía, los secretos de ciertos vecinos y los cuchicheos críticos, los ambientes de taberna y el paso de la vuelta ciclista. Etcétera. Incluso lo que se repetía cada año no era nunca igual. ¿O éramos nosotros los chicos, y yo en particular, quienes no éramos ya de un año a otro los mismos? Así que prolongar la niñez en la medida de lo posible se me imponía como capricho o acaso necesidad personal. Y el tiempo de adolescencia iba a ser más desabrido e iba a precisar más energía rupturista.  

En fin, a veces pienso que mi infancia de verano tuvo mucho de cinematográfica. Pero es al revés. Es el planeta de la imagen el que copia la vida y la recrea. O acaso un bumerán, que capta lo real, lo reelabora y lo devuelve como ficción que aceptamos cual realidad. Tantas décadas después, hoy no es como ayer. De entrada se supone que este 21 de junio es el solsticio, pero el termómetro próximo marca temprano diez grados. El aire sopla con ecos de estaciones más frías. El realismo fisiológico de la edad no le permite a uno ir de manga corta a las horas prontas. Quiero creer que llega el verano, cuando tras el mayo y el junio calurosos uno tiene la percepción de que el verano acaso ya ha pasado. Y Stonehenge y los cultos farisaicos no me convencen. Pero ¿significa eso que uno no puede seguir teniendo sus estíos a la carta? No. Lo que no quiero es que la publicidad, los usos y costumbres del personal, la dictadura del mundo de los negocios, lo que se lleva o lo que te incitan a adoptar (adoptar lleva consigo adaptar, una sola vocal producen un verbo algo así como madre e hija) le hagan a uno ni patético, ni impúdico, ni nostálgico, ni esdrújulo plano. Simplemente se trata de seguir viviendo.




(Imagen del filme Cuenta conmigo)

domingo, 19 de junio de 2022

Intimidad

 


Jan no se lo ha indicado. Agatha ha tomado la iniciativa. ¿Por qué te has movido?, inquiere el pintor. ¿No prefieres que haya girado hacia ti?, contesta interrogativa la mujer. No pensaba considerar el ángulo que me ofreces, replica él con tono molesto. 

Agatha le argumenta con dulzura. Para pintar como siempre ya tienes infinidad de modelos. Esos comerciantes y  letrados que te pagan bien aunque te regatean, o los arquitectos y funcionarios que no cesan de reclamar tus servicios para pasar a la posteridad. Ellos prefieren la convencional rigidez del retrato habitual. Se quieren altivos o severos o autoritarios. Pretenden impresionar. Pero yo quiero otra cosa, Jan. Una imagen donde la luz contraste con la oscuridad y se imponga a ella. Donde mi rostro te hable sobre todo a ti. Donde la mirada sea sencilla y a la vez condescendiente. Donde una cara no refleje un espíritu cerrado sino que transmita la emoción prudente y sincera de una mujer. 

Jan ha dejado descansar la paleta y, mientras, se mueve en torno a ella. La oscuridad no tiene apenas matices, dice. Pero la luz exige colores albos que distingan la expresión de un rostro lozano como el tuyo del adorno y el vestido. Deja que te contemple. Mantente en esa postura relajada. No eres ninguno de los personajes que pinto por encargo habitualmente. Y tu mirada, Agatha, ah, tu mirada, es ¿cómo diría yo? ¿Más cálida tal vez?, le interrumpe ella. ¿Un obsequio para la observación de tu genio? Jan se ha abstraído y habla desde otra dimensión. Espera que la mida, si es que la luz de unos ojos se puede medir.  




* Retrato de Agatha van Schoonhoven, obra de 1529 pintada por su marido Jan van Scorel (Schoorl, 1495- Utrecht, 1552) Galleria Doria Pamphili, Roma. 


viernes, 17 de junio de 2022

Maltrato

 



La belleza suscita envidia. La envidia genera impotencia. La impotencia deviene en ira. Los bárbaros no podían sostener la mirada de la afortunada. Ella no cedió a la falta de inteligencia de los bárbaros. Si no podemos someterla, dijeron estos, maltratemos la belleza ahí donde más le duela.  

Quebrado un rostro, la belleza, no obstante, sobrevivió.

(Post comentario. Los bárbaros destrozan pero a la larga suelen copiar los modelos que persiguieron. No pudieron rehacer jamás la destrucción, pero aunque pasaran siglos la imitación de aquello que no aceptaron en su día les descalificó para siempre. Muchos bárbaros desaparecieron, porque la violencia no genera hermosura. Mas no olvidemos que siempre hay nuevos bárbaros dispuestos a tomar el relevo)



(Cabeza de mujer del Museo Archeologico Nazionale di Taranto)

martes, 14 de junio de 2022

Celebremos la cosecha, Neil Young




Celebremos, Neil, que el tiempo es un cuento y la obra dura lo que dura. Pero ¿acaso el placer no es lo mismo? ¿O la curiosidad, o el asombro, o el acercamiento? Guiña un ojo a la vida, la transcurrida, la presente y la soñada. El placer o la aproximación o la perplejidad o el interés son descubrimientos tempranos que van exigiendo afinamiento a lo largo de los años. Hay que pulirlos, eliminar óxidos, verificar sus propiedades adaptadas al envejecimiento.  Yo casi no había crecido cuando lanzaste Harvest, pero cuando una composición es eterna los que llegamos más tarde la hicimos nuestra. 


(Yo la hice propia gracias a la chica de la barricada. No recuerdo su nombre, si es que lo supe. Aquella multitud estudiantil que cortaba la circulación ferroviaria no tenía más defensa que los que estaban delante o detrás. Se protegían unos a otros. Y el balasto de la vía. Pobre munición frente a los pertrechos de las mesnadas del régimen. A pesar de mantener a raya a los secuaces durante un tiempo largo tenía que acabar mal la aventura. Nos cogieron entre dos fuegos y la desbandada fue de órdago. Entre las piedras arrojadas al tuntún y los porrazos inclementes las brechas en la cabeza de muchos de nosotros fueron el pasaporte para ir directamente al trullo. Nunca he visto la agilidad juvenil tan disparada. Corrimos contra ellos y contra nosotros. El ¡tierra, trágame! de los tebeos estaba en la actitud de cada uno, pero ni por esas el suelo se hacía cargo de hacernos desaparecer. El azar, que tiene dos rostros, fue aliado de unos para la salvación y de otros para la mala fortuna. Hubo quienes tomaron el cauce de un pequeño río. Quienes se empeñaron en una carrera a campo a través. Quienes se bloquearon y no supieron reaccionar. En mi caso un portal y subir cinco pisos en un edificio sin ascensor. Vértigo. Allá arriba podía haberme esperado la trampa, pero estaba ella. Temblaba, se recogía nerviosa sobre su propio cuerpo, presa de una histeria que trataba de contener a duras penas. Ante mi presencia dudó, pero yo era uno de los suyos y lo advirtió enseguida. ¿También por mi espanto? Yo no había tenido tiempo de procesar el miedo. La huida era una reacción natural y protectora. No sabía siquiera si no habría caído en una encerrona, pero en una situación así no se proyecta el futuro inmediato porque ponerse a salvo era la exigencia del momento presente. Pensé en el pavor que traslucía la chica y me crecí. Era también el mío propio. En aquel instante ambos estábamos a la deriva y eso motivaba complicidad. Ella quería llorar abiertamente pero el miedo se lo impedía. No sé cómo se me ocurrió decirle aquello: si lloras me bebo tus lágrimas. Se relajó por un instante, y una risa corta y muda, pero balsámica, nos calmó. De esta salimos, le dije. Aún nos mantuvimos un buen rato allá arriba, junto al ático, atentos a ruidos, a pasos, a griterío. No debía haber allí vecinos o nos ignoraron. Esperando que el paso del tiempo hubiera eliminado también las cargas inclementes de la fuerza pública. Nos inquirimos sobre la facultad a la que pertenecíamos. Renegamos de la violencia de las cargas. Hablamos de música, ella sabía mucho más que yo. Fue cuando me dijo si había escuchado a Neil Young, que su hermano estaba muy enterado y que me podía dejar algún disco. Primero salimos de aquí y mañana me prestas el vinilo, le dije como si aquello fuera una charla de café. Y salimos, naturalmente. Algunos vecinos del barrio que iban con su utilitario al turno de tarde de las fábricas se nos ofrecieron para salvar el cerco. A, pero con las prisas y el nerviosismo no caímos en citarnos la chica y yo. Y aunque hubiésemos quedado, ¿qué iba a hacer yo con un disco si ni siquiera tenía tocadiscos? Así que siempre que escucho las canciones del intérprete de Toronto me viene a la mente la joven del desasosiego. ¿Pasaría por otra como aquella o peor? ¿Habría rehuido para siempre verse envuelta en una aventura análoga? Para qué hacer preguntas sobre los guiños que hace la vida a unos y otros. La vida es un guiño continuo. Celebremos, pues, la cosecha cincuenta años después, ¿verdad, Neil? Celebremos los años que nos queden para sembrar y recoger)










sábado, 11 de junio de 2022

Seymour y el zagal (Serie negra y 99)

 



Soy otro cuando me quito el traje. Cuando me alejo del cometido del ministerio y me olvido de los conflictos en ciernes. Aunque, tan implicado como estoy, ¿puedo abstraerme? Al menos lo intento. No soy tan insensible y manipulador como Lynn y otros me consideran. Hago mi trabajo, aunque cada día dudo más de mi trabajo. Pero mejor mantengo ocultos mis pensamientos. Aunque es cierto, soy otro cuando trato a los seres de este mundo como si pertenecieran al mío. No, qué falsedad, soy yo quien desciende al suyo. Pero ¿acaso lo hago para aproximarme? ¿Para comprenderlos y sentir sus necesidades en una mínima parte? Si me involucrara de verdad en la vida de aquellos de quienes nos aprovechamos sería un Seymour nuevo, probablemente para siempre.

Ayer hablé con el joven pastor al que llaman Mâlik, que presume de la amistad con la arqueóloga. Es fiel a sus amistades. Solo tuvo palabras de reconocimiento para ella. Intenté sonsacarle, pero era mudo. Eso me preocupó. ¿Se comportará así por sinceridad o porque la protege? Y si la protege, ¿lo hace por algún interés semejante al mío o porque la tiene sublimada? También un pastor nativo puede enamorarse de una extranjera. Las fantasías basadas en los deseos profundos están al alcance de cualquier mortal.

De pronto se lo solté, por si cambiaba de actitud. Mâlik, ¿sabes que Lynn es amiga mía desde hace tiempo? Esta revelación le noqueó. Su mirada preguntaba pero se contenía. Ni tengo secretos para ella ni ella los tiene para mí. Ambos queremos lo mejor para este país, que es tanto como decir para los que vivís en él. Tal vez no me creas, porque te han informado mal o porque no te fías de los extranjeros. Pero Lynn también es extranjera, ¿no? Mâlik cayó en la trampa. La mujer no es como otros extranjeros, saltó. La mujer se interesa por nuestro pasado, el más antiguo, porque dice que entendiendo aquello también se entiende lo que vivimos ahora. El pasado es diferente al presente o, si prefieres, lo que vivimos ahora no tiene que ver con lo que hace milenios sucedió, le argumenté. Mâlik se fue desatando. ¿Eso le parece? ¿No había pastores entonces y los sigue habiendo ahora? ¿No había gente que se enriquecía y hoy siguen viviendo a costa de otros? ¿No hay ahora invasores como los hubo en otras épocas? Por lo que me cuenta la señora arqueóloga, en el fondo pocas cosas han cambiado. Y la señora está bien enterada. Apreté el diálogo. ¿Tanto te ha contado del pasado la arqueóloga? ¿Y qué te ha dicho del presente? 

Entonces el pastor me miró reprimiendo sus palabras y sus gestos. Dio un pitido en dirección a sus perros para que enderezaran el movimiento del ganado. Luego me sorprendió. No creo que usted sepa tanto como ella, dijo. ¿Ah, sí?, me salió de lo profundo. Tal vez tenga razón este chico, pensé. Lynn sabe más aunque yo me mueva de aquí para allá intentando modificar lo que ella y las gentes de aquí conocen de sobra. El pastor permaneció esperando que yo le replicara. Me pareció hábil. Su lealtad con Lynn estaba fuera de duda. No se prestaba a traicionarla. Fui por otro lado. Veo que te gusta la arqueóloga, joven Mâlik. Es sabia, aún tiene buena edad, su piel es atractiva para vosotros, y seguramente te ha embaucado hasta su sonrisa y seducido su palabra. No se lo niego, señor, dijo. Pero me gustaría que nadie le hiciese daño. 

Sé que irá corriendo a contar a Lynn que ando por aquí. Pero no me importa. Ella siempre está cerca de mí.




(continuará; ¿continuará?)


(Autorretrato de Latif Al Ani)

jueves, 9 de junio de 2022

Adiós, Julito

 


Los chicos estábamos pendientes del invento de aquel chalado (así le llamaban algunos a un técnico ingenioso y entregado de mi vecindario de verano en el Norte) empeñado en captar imágenes de la RTF, a pesar de haber un Pirineo de por medio. 

En aquel tiempo, en la España casposa y siniestra, cualquier individuo que rompiera moldes era considerado un loco y, a veces, un peligroso. Simplemente, dedicarse a indagar por su cuenta en ciencia y técnica ya era objeto de burla. Es cosa de brujas, recuerdo que decía una tía mía cuando le contábamos los intentos del hombre por traer imágenes de la televisión extranjera, pero próxima. No recuerdo el nombre del chalado, que era un genio tratando de hacer funcionar una televisión en su taller de electrónica, en la capital provinciana y tradicionalista navarra que no había pasado aún de la radio. Los chicos nos arremolinábamos como tontos pero expectantes curiosos, y él a lo suyo, nos dejaba estar sin inmutarse, y en medio de una maraña de rayas y sonidos extraños a veces aparecían imágenes. Cosa de brujería.

Aquel mediodía las imágenes misteriosas fueron las del Tour. Si fue entonces cuando Julio Jiménez, ciclista abulense, coronó el Puy de Dôme no lo recuerdo, ni sé si lo supe en ese momento. Hoy leo que casi a sus noventa años, Julito ha perecido por accidente, encima por accidente. No lo podré comentar con mi tío de Ávila, con el que tantas veces hablé sobre Jiménez, al que conocía porque en Ávila en aquellos tiempos se conocían hasta los gatos. 

Pero hasta una muerte ajena puede traerle a uno recuerdos entrañables -ah, cómo nos persiguen los tiempos de niñez y juventud, tan poco entendidos entonces, tan echados en falta ahora- y nunca es tarde para ir más allá. 

Comprender lo que fue nuestro pasado histórico, del que solo nos han contado anécdotas pero poco explicado lo que había detrás, de una densidad importante. Nada menos que la idiosincrasia de un país.


   

martes, 7 de junio de 2022

El niño y los opuestos

 



Una vez el niño señalaba el cielo, pero miraba con exigencia al suelo. Yo estoy entre lo de abajo y lo de arriba, dijo para que le entendieran ambos espacios. (Debía estar aprendiendo los opuestos)

Tú eres mío, le respondió la tierra con reproche. Pisas lo que te sostiene.

Di que no, exclamó el cielo, perturbado por la competencia. Tú eres para mí, pues el futuro está en tu crecimiento.

La tierra se enojó. De eso nada, él crece aquí sobre mis pilares, que son los suyos.

Pero yo soy la metáfora de su ascensión vertical, apostó el cielo, que es de lo que lleva camino.

El niño, que en su ámbito imaginario dialogaba con los elementos, no sabía aún qué era crecer, y menos el futuro, y mucho menos una metáfora.

Reaccionó enérgico ante tanta visceralidad.

Tú cielo, baja aquí y sé como el suelo. Tú, tierra, sube para que te vea al otro lado. Esto dijo volviendo a esgrimir el dedo, sin darse cuenta, ¿o sí?, que aquel gesto era un signo biológico e inconsciente de poder. Pero él no sabía todavía qué era poder.

Entonces los opuestos coincidieron en el rechazo de lo que decía el niño. El cielo se volvió opaco, inexistente. La tierra se abrió y dejó al descubierto un inmenso hueco.

Mas el niño no se fio. Y siguió su juego, sin saber que era su aprendizaje. 

Yo estoy entre lo que viene de atrás y lo que me espera por delante, y esta vez el dedo tamborileó sobre el aire.

Desconcertados, la tierra repuso su manto y el cielo recuperó su éter. Va sabiendo los opuestos, dijo lo de arriba. Va entendiendo lo complementario, asintió lo de abajo. No le podemos perder.





sábado, 4 de junio de 2022

Fantasías del pastor (Serie negra, 98)

 



Mâlik habita un tiempo casi ausente cuando trasiega apaciblemente con las ovejas. Conoce el territorio al dedillo pero siempre busca nuevas interpretaciones. Detrás de cada risco o campo fértil que recorro hay otro paisaje, piensa para sí. No se ve a primera vista. Nadie lo ve porque la gente de paso es torpe para advertirlo. Se limita a lo que más resalta a sus ojos. Pero yo descubro cada día y cada noche algo nuevo. No es solo lo que la mirada me dice, sino los sonidos, las tinieblas, la temperatura alterna, los vientos cambiantes, los más ligeros rumores. Aunque duermo profundamente esta noche me he despertado bruscamente, sin saber por qué. Si era una ensoñación o un arrebato lo ignoro, pero se apropiaba de mí.

La noche olía a oasis. La tierra, silenciosa. La oscuridad se dejaba escudriñar. Llegaban bocanadas de aire con sabor a dátil. La sequedad protectora de las raíces se metía entre las uñas. Quien no ha pasado la noche al raso no sabe de la manifestación reveladora y traviesa de las sensaciones. Una luz emergió de pronto entre las palmeras, destellando quebradiza, refulgiendo caprichosa. Se aproximó. 

La luz tomaba la apariencia de una antorcha. Ondeaba por encima de mi cabeza y salía a mi encuentro, iluminándome. Pero yo, ¿veía con claridad los objetos de mi entorno o vislumbraba tan solo sombras dentro de mí? Una agitación extraña me impedía retornar al sueño. Un temblor latente convertía el ámbito familiar en un espacio confuso.

Aquella antorcha alocada ardía saltando de uno a otro de cada punto cardinal. Los reducía a uno único. No tenía más límite que su propia fuerza expansiva. Tan pronto flameaba desbordada como se recogía en el cogollo de la tea. No era ajena a todas las fuerzas flotantes que jugueteaban con ella. Pero tampoco parecía estar dispuesta a entregar toda su energía. Resistía y me buscaba. Se retorcía y me llamaba. Acariciaba mi cercanía pero respetaba el territorio.

No se me ocurrió ni por un instante que se tratara de la zarza ardiente. No me ordenaba sacrificio de ninguna clase ni me imponía acatar ley alguna ni decidía someterme a servidumbre. Detrás de ella no había una voz extraña. Era otra clase de voz cuya palabra no me reclamaba para una leva, ni me proponía nuevos dueños, ni me condenaba a otro destino que no fuese el que ya conocía.  Soy la voz que no tiene edad, dijo de pronto. ¿Cómo es eso?, respondí. Pero la voz me ignoró. Soy el fuego que no se extingue y que llevas dentro de ti, siguió diciendo como si me fuera transmitida una revelación.

La llama vigorosa hacía arder lo inmóvil. El más leve soplo de aire desviaba su trayectoria. Se proclamaba firme en su vuelo sin atender a límites. Tan pronto ascendía como venía a encontrarse conmigo. Bien se encrespaba enérgica o caía deprimida sobre el arenal. Si yo me apartaba, ella se desviaba como si fuera su espejo. Si yo me acercaba a su calor, ella tanteaba el mío. Supe de pronto que aquella antorcha era mi propia antorcha. La que yo alguna vez había encendido para caminar por la negrura de los días. La voz no me había engañado en su designación.

Entonces sospeché que si yo era el fuego también podía ser otros elementos y, sobre todo, la manera de contemplarme en ellos. La mirada en el agua, el reflejo en el espejo, la sombra en el muro, la memoria acechante, la llamada del firmamento, la sangre acumulada en mis ojos, el sudor que me identificaba, la saliva recurrente, la perdida identidad del semen, mi propia voz callada. El fugitivo humo de aquellas brasas en que se habían convertido mis deseos a través de los días y las noches.

¿Seré alguna vez ese anciano del que esta fantasía me estaba hablando?






(Fotografía de Latif Al Ani)

jueves, 2 de junio de 2022

Silva de amapolas (Serie negra, 97)

 


¿Le ha gustado la leyenda que le conté el otro día, señora? Me debe usted a cambio alguno de sus saberes. El zagal parece entusiasmado con el intercambio de historias. Quiere transmitir y a su vez recibir. Tienes un don especial para narrar lo que tus antepasados te contaron, le elogia Lynn. Mâlik se atropella: no se lo diga a nadie, pero me invento parte de los cuentos. Si usted me enseña algo ahora yo lo cocinaré a mi manera. ¿Sabe lo que pienso? Que aunque los relatos tengan un corazón desde los tiempos más antiguos se pueden enriquecer. Así que por un lado la gente escucha lo de siempre pero le parece a su vez algo nuevo. 

La arqueóloga se siente fascinada por aquel adolescente. ¿Te has dado cuenta de que habitas en dos mundos, Mâlik?, le dice. Eres el pastor que eres y a la vez eres el contador de historias, donde vives cuantas experiencias elijas vivir. Te voy a contar yo ahora una pequeña historia sobre amapolas que experimenté hace poco, y aún no sé si dormida o despierta. Los ojos de Mâlik destellaron entusiasmo. Lynn no esperó.


"La efímera me esperaba al borde del barranco. ¿Por qué tan alejada de las demás?, le pregunté.

¿Y tú?, respondió ella. ¿Acaso no te separas también de la grey? Un campo de humanos no es tan diferente al de nosotras las amapolas. 

Tienes razón, le concedí. También somos frágiles, aunque parezcamos más sólidos. Y nuestra textura de igual modo termina ajándose, nuestros colores palidecen y la verticalidad de la que nos sentíamos orgullosos va decayendo en una curva inevitable.

Me miró con una afectuosa insolencia. La diferencia consiste en que nosotras tenemos asumida nuestra precaria condición, de primavera en primavera, y los humanos, aunque estáis en una constante mutación, pensáis que no tendréis fin o que al menos este se distancia.

Anhelé tocar entonces sus pétalos con delicadeza, pero me detuve a medio camino. Simulé tomar el cáliz, insinuando ingerir su profunda y secreta esencia, que no nos es revelada. La intensa rojez de su estallido me deslumbraba. Imaginé que su fino tallo se escurría entre mis dedos. Toda ella se hallaba a merced del jugueteo del aire, como si se pretendiera su amante o su dueño. 

La ensoñación me hizo percibir el mensaje de la flor. Después permanecí contemplando el campo humano que me rodeaba".


El zagal le hubiera pedido más, pero solo se le ocurrió: esa historia tuvo que haberla vivido, señora. ¿Cómo no se me habrá ocurrido a mí, que estoy acostumbrado a las amapolas rojas y también a las blancas?

 



(Fotografía de Liliana Inés González Soria)