"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





sábado, 31 de diciembre de 2016

Os deseo feliz Dostoievski




"- ¿Le gustan los niños?
 - Me gustan  -contestó Kirillov, aunque con bastante indiferencia.
 - Entonces, ¿ama usted la vida?
 - Sí, amo la vida, ¿y qué?
 - Si ha decidido pegarse un tiro...
 - Y ¿qué? ¿Por qué lo une? La vida es una cosa y eso es otra cosa. La vida es, pero la muerte no es, en absoluto.
 - ¿Ha empezado a creer en una futura vida eterna?
 - No, no en una vida futura y eterna, sino en una vida eterna aquí. Hay ciertos momentos, uno alcanza esos momentos, y el tiempo súbitamente se detiene y será eterno.
 - Espera usted alcanzar uno de esos momentos?
 - Sí
 - Eso apenas es posible en nuestro tiempo -replicó despacio y como abstraído Nikolái Vsévolodovich también sin ninguna ironía-.  En el Apocalipsis el ángel jura que ya no existirá el tiempo.
 - Lo sé. Eso es muy cierto; preciso y exacto. Cuando todo hombre alcance la felicidad. el tiempo dejará de existir, porque no será necesario. Una idea muy cierta.
 - ¿Dónde lo meterán?
 - No lo meterán en ninguna parte.El tiempo no es un objeto,sino una idea. Se extinguirá en el pensamiento.
 - Los viejos lugares comunes de la filosofía, siempre los mismos desde el principio de los tiempos  -murmuró Stavroguin con cierta lástima desdeñosa".


Fiódor M. Dostoiesvki, hoy aún tan vivo. El párrafo adjunto está tomado de Los demonios, edición de Alba Clásica, traducción de Fernando Otero.

Deseo para todos los que me soportáis día a día en este blog de caprichos y ocurrencias no más que cuantos deseos y aspiraciones tengáis cada cual para vosotros mismos cara a 2017. 






(Las imágenes son trabajos de papel del artista Juan Ángel Cantalapiedra)

viernes, 30 de diciembre de 2016

0,25





0,25

por cien es la subida de las pensiones por parte del Gobierno para 2017. No sé si reír o carcajearme. No sé si quejarme de los canallas o de los tontos. Y pensar que miles de pensionistas les dieron el voto...Conclusión:


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miércoles, 28 de diciembre de 2016

El grato aroma de las dedicatorias de libros




Eran viejos tiempos en que al regalarnos entre amigos un libro acostumbrábamos a dedicárnoslo. Escribíamos unas líneas con un afán que sospecho más meritorio de lo que habría en una firma convencional de autor. A través de un pequeño texto pretendíamos trasladar al otro una muestra de contento por la amistad, de generosidad por las aportaciones mutuas, de sorpresa por nuestros descubrimientos, literarios o de cualquier otra clase, de comunicación de nuestros gustos o de estímulo para afrontar un futuro que, en prácticamente todos los casos, intuíamos que consistía en alejarnos los unos de los otros. Lo que nunca imaginábamos entonces es que gran parte de aquellas separaciones serían definitivas, algunas incluso se diluirían en el olvido, varias en el dolor de la pérdida luctuosa y solamente unas pocas quedarían encerradas en nuestras secretas estancias emocionales, sin prestarlas habitualmente tampoco mayor atención. De vez en cuando uno toma un libro para alguna consulta o para releer y llega la sorpresa de encontrarse con que la primera página no ofrece palabra del autor sino del devoto obsequiante. Es en ese momento cuando el interés por el libro queda en segundo plano y se impone el recuerdo y, consecuentemente, la nostalgia. Imágenes en las que te recreas. Tal corro de amigos, una actividad voluntaria en un programa radiofónico, vinculaciones de inquietudes comprometidas con causas utópicas, lugares de encuentro y debate donde nos descubríamos unos a otros y cada uno para sí mismo, situaciones duras en que el riesgo se imponía pero la honestidad se fortalecía, y tantos afectos abiertos y desinhibidos que nos vigorizaban y cargaban de ilusiones. Es curioso el asunto. Si uno se pregunta qué libro le dedicó tal amigo o familiar no lo recuerda en un noventa y nueve por cien de los casos. Si, por el contrario, uno toma por azar un libro que trae dedicatoria personal entonces se precipita el amigo, el grupo, el entorno, las situaciones. Por eso aprecio aquel ejercicio, hoy tan en desuso, en que se elegía un libro según nuestro gusto y criterio y, además, añadíamos unas letras fervorosas para el receptor. Alguna vez he pensado en buscar libros que tengo por ahí con dedicatorias. Como puro capricho. Pero prefiero que sea la casualidad la que de pronto me ponga de nuevo en las manos una frase bonita o un texto entregado. Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, se inicia con los versos conocidos de P. Aelius Hadrianus Animula vagula, blandula...que tanto me han gustado toda mi vida. Unos versos en los que yo mismo me he reconocido y con los que aún me emociono. Cuando leo la dedicatoria del libro que me regaló aquella mujer a la que arrastré a mi pequeño mundo de actividades periodísticas, no profesionales, me doy cuenta del grado de clarividencia con que está escrito hace casi cuarenta años. Adriano vivía en un mundo que se deshacía y su voz se perdía en medio de los gritos sin renunciar nunca, dice. ¿Cómo puede permanecer este mensaje tan vivo en estos momentos? ¿Cómo puede ver uno su imagen en el espejo de esta manera? Tal vez los tiempos no han cambiado, pero uno sí que ha cambiado respecto a sus esperanzas ilusas de juventud.


  

martes, 27 de diciembre de 2016

Busque, compare y si encuentra diferencias es que usted ve mal





No son solo niños, son algo más. En un caso se trata de una propiedad con futuro asegurado. En otro la perversa verdad de un extravío, una errancia provocada, la incertidumbre. Un niño y otro niño, tan opuestos, ¿están como están ahí, en su estatus elevado y en su condición de subsuelo, por azar divino? Y aún hay quienes dan por extinguidas las clases sociales. ¿Qué temen? Como si mencionar el término escondiera el concepto. Como si el concepto fuera apestoso. Como si solamente se tratara de una categoría de selección de las especies, sin mayor trascendencia. Como si las clases fueran residuos del pasado que no vuelven, cuando más bien no se han ido. Los políticos de la confusión aparcan la consideración de la realidad. Entonces, esas imágenes de niño príncipe y niño sin hogar, ¿dónde encajan? La intelectualidad española tiene sus límites y pocos se mojan. Los aprendices de brujo que juegan con tibieza a gobernar el Estado ¿creen que negarse a llamar al pan, pan y al vino, es lo más acertado? Apenas se insiste en las causas de los males sociales, salvo de pasada. No se oye plantear alternativas ni ofrecer respuestas claras. Entonces, ¿para qué sirve la política? Bien, son preguntas de un incauto sin solución. Vean estas fotos, comparen, busquen si hay diferencias y quédense solo con la imagen de unos niños encantadores. Después vayan al oculista. O pregunten a la miopía de su ética interior.

Hernán Zin, director argentino, ha realizado una película titulada Nacido en Siria que habrá que ver, por si se nos había olvidado que las clases sociales existen, degeneran, unas se elevan y otras se deprimen hasta límites inconcebibles en pleno siglo XXI de no sé qué era de la insensibilidad.

NB. Acabo de leer que Rusia ha probado 160 tipos de armas en la guerra siria y que foguea a sus pilotos. ¿No recuerda esto la matanza de Guernica? ¿Es para ser optimistas?




(La primera foto es de El País, la otra la tomo de El Confidencial)


domingo, 25 de diciembre de 2016

Vagabundos somos y en la errancia nos encontraremos




Entra Max, madrugador como de costumbre, para ponerme en aviso. Estamos perdidos, me dice con tono irónico y exagerado. Toda la vida intercambiando lecturas como si nos protegiesen y va un escritor vivo y me dice que leer es lo más vagabundo. ¿Qué te creías?, le respondo siguiendo su juego. En la medida en que leer hace y deshace en nuestras vidas nos convierte en vagabundos. Es que me ha gustado el término que ha empleado, dice Max. Para muchos sonará fuerte y despectivo, para otros a metáfora, incluso habrá quien prefiera el vocablo errante. Pero vagabundo es materialmente correcto. Si quieres pronuncia errabundo, que fonéticamente acompaña mejor la dureza de la vida. Considerémonos, pues, vagabundos, no solo nos desplazamos persiguiendo seguridades limitadas, sino que las misereamos. Somos estúpidamente propensos, continúa, a registrar las palabras con sumo cuidado, no sea que quedemos en entredicho. Por aquello de que ciertas connotaciones de unos términos u otros las acercan o las descalifican a nuestra capacidad mental para admitirlas. Será parte de la manía de leer, le puntualizo. Leer no es precisamente orden ni estructura, sino retorno al caos de nuestro interior. Ese lugar recóndito donde nos ponemos a prueba, sobre todo de manera inconsciente. Max se muestra hoy agudo pero condescendiente: un lugar de tormento cuyo punto de dolor es precisamente que emerge la conciencia. Cuando lees algo y saltas sorprendido con una expresión tal como esto me pasa a mí. O bien: así que esto otro era lo que una vez yo había visto y no había comprendido. Cuando no se trata de un yo quiero vivir lo mismo que están viviendo estos personajes. La literatura nos acerca a territorios ignotos y nos aleja de ciénagas en las que nos hemos pringado. Nos previene incluso del propio poder de seducción de cuanto leemos, ¿no crees? No puedo llevar la contraria a Max pues, aunque diferentes en muchos enfoques sobre los acontecimientos y experiencias, nos acercamos en la pugna por desentrañar lo imposible. Y pensar que los hombres pudieron vivir y superarse antes de las palabras, le digo. Hace miles de años los seres humanos eran tan vagabundos o más que nosotros, replica mi amigo. Con esto no quiero decir que ahora haya menos cosas por descubrir, pues nos siguen rodeando enigmas de dimensión incalculable. Nuestra fe en las palabras siempre fue un cuchillo de doble filo. Nos han servido para vencer temores y a la vez nos han hundido en ellos. ¿Dependerá de quiénes las hayan pronunciado?, le pregunto. En parte, asevera Max. La propiedad sobre la palabra ha sido siempre poder. Lo sigue siendo, más aún con nuevos sistemas de expresión nunca soñados antes. Pero nuestra intimidad personal existe todavía para elegir y para decidir, le digo. Puede ser, pero muchos ya la están abandonando o dejándola en manos de los nuevos señores de la palabra. Anda, ofréceme un vaso de ese puro merlot que guardas por ahí.     



(Fotografía de Peter Cornelius)



viernes, 23 de diciembre de 2016

Franz Schubert + Wilhelm Müller + Ian Bodstridge = Winterreise





"No puedo, para el viaje,
elegir el momento:
solitario en la sombra
he de encontrar mi norte.
Me acompaña tan sólo
el perfil de la luna
y, en los campos nevados,
las huellas de las bestias".


Wilhelm Müller. Winterreise, Viaje de invierno.

(Con el acompañamiento visual de una imagen de Caspar David Friedrich)






miércoles, 21 de diciembre de 2016

Un christma para la Merry Christmas




Estos días me estoy dedicando a enviar los tradicionales christmas. Que quienes los reciban me disculpen porque el de este año no sea un gif. No es que la técnica no lo permita sino que la actitud del personaje de la imagen no es precisamente de gif, sino todo lo contrario. ¿Hay algo más contra natura que un niño quieto, que no juega, que no revuelve, que no respira, que no dice ni mú? Pues bien, el niño de la fotografía está paralizado por el terror, como se informó en su día. Así que de todos los temas navideños pletóricos de paz, amor y felicidad he elegido éste, simplemente por casualidad. No había mucho diferente donde elegir en el mercado de imágenes bellas. Y las de Vogue me parecían tan artificiosas, ya se sabe, excesivo photoshop. La pose del niño que sacaron de los escombros causados por un bombardeo en Siria no necesita tratamiento alguno. Es tan auténtica como atroz. Mi amigo Max, que ve belleza hasta en el horror, y está siempre al quite, me sugiere con amarga ironía que titulemos la imagen como la belleza del shock. Luego, Max pone cara de dolor contenido. O acaso de rabia.



miércoles, 14 de diciembre de 2016

Resulta que la verdadera Piedad era esto, en Alepo




¿De verdad alguien piensa que esta imagen es una perfomance? ¿De verdad que alguien cree que se sitúa en Guernica, Coventry, Dresde, Stalingrado o Berlín, por citar lugares que se citan como ejemplos de devastaciones totales de la Europa pura y casta? Devastaciones que no son las únicas, pero citar las de países africanos o asiáticos no sonaría y ya se sabe que lo que no suena no es noticia, según los cánones de los que fabrican las noticias. ¿De verdad que la imagen no representa Arte? Arte de la vida y de la muerte. Arte de los eternos vencidos, para quienes lo cromático se reduce a un solo color, el de la roja sangre. O el de las lágrimas, que son transparentes cuando son sinceras y negras cuando se trata del lloriqueo de cocodrilo de las autoridades occidentales. Aquí no hay Arte de exaltación teísta, pues ya se sabe que los dioses y los héroes no resuelven el eterno problema del dolor, por más que se hayan levantado imágenes que lo cantan para catequesis de las Iglesias, o palabras para perpetuación del resto de religiones monoteístas. Aquí hay otro Arte. Arte del horror y de la impiedad. La impiedad de unos ha generado la sufridora Piedad de otros, como es el caso. Resulta que después de tanta iconografía románica o gótica, de Van der Weyden o de Miguel Ángel, de Carracci o de Gregorio Fernández, la vera Pietà, la verdadera Piedad era esto. La de carne y hueso, la de la pérdida sin salvación y menos sin redención, la de la devastación de urbes, la de la impunidad de la mano negra que ha destruido vida. No tiene la belleza de las esculturas y los cuadros que subliman, y toda sublimación es también una ocultación, acontecimientos de dudosa existencia histórica. Aquí un padre, no una madre, sujeta al hijo muerto. No llevan vestiduras elegantes, sino de bazar chino. No aparecen limpios, están desastrados. Ni siquiera se sientan guardando formas. Es una Piedad sin compostura estética, así que no se recreen en el dúo. El verdadero dolor no tiene belleza. O la belleza reside precisamente en la compasión, en resistir y sobreponerse a la impotencia, en la reivindicación de la vida ante una muerte que no devolverá al hijo. 

La imagen se tomó hace un tiempo en Alepo, sobre una de las miles de situaciones que allí han vivido. Porque la ciudad ya no existe. Llevan solo cinco años y medio de guerra en Siria, se habla de 300.000 muertos, de 12 millones de personas sin hogar y de no sé cuántos miles de desplazados...Profesores de Historia del Arte, directores de museos, teólogos de lo inexistente, conserven las obras simbólicas de sus Piedades que, al fin y al cabo, son trabajos realizados por hombres y heredados por la Historia,  aunque no pasen de ser perfomances estáticas. Que hablan de otras dimensiones, aunque la dramaturgia que llevan incorporada se esfuerce en hacernos creer que el dolor auténtico está en ellas. Porque lo desdichadamente humano, y entiendan si quieren, es esto otro. ¿También diría Magritte sobre la fotografía de Alepo que esto no es una Piedad? Le daría la razón. No es una Piedad. Es la desgracia de la condición humana.





sábado, 10 de diciembre de 2016

Antonio & Ulrike



(Andrés Serrano)


Conocí a Ulrike y a Antonio hace bastantes años en una célebre galería de arte de Madrid. Sus corpulencias no aparentaban tanto como en la fotografía. Sin embargo los rigores de la imagen no se diluían del todo en la vida real. Por las circunstancias ellos se mostraban afables y receptivos con los invitados a la inauguración de la muestra. Les observé mucho. Cuando no hablaba con alguien Ulrike se quedaba abstraída, y yo me di cuenta de que miraba paisajes interiores que acaso la torturaban. Antonio, por el contrario, y debido a la experiencia de sus años parecía seguir el juego con mayor libertad. En el recorrido de las fotografías hubo pocos comentarios por parte de la comisaria de la exposición, se limitó a especificaciones técnicas, a lo que seguía un silencio de duración alterna, en función de la obra. Como bien dijo la comisaria ante todo se trataba de leer la fotografía y percibir conforme a lo que cada trabajo sugiriera al espectador, para lo cual lo mejor era permanecer callados. Hubo expectación al llegar ante la imagen de Antonio y Ulrike. Parada sin ruidos, mudez, contención de alientos. Ni el mínimo cuchicheo, carencia de sonrisas. Tal vez el roce moderado de los abrigos. Súbita detención de los pasos. Parecía que la sala hubiera quedado desierta. Sí noté cierto grado de iluminación en los rostros de varios espectadores, puede que exponente de una admiración comedida. Ante la fotografía Ulrike no alteró su porte severo y Antonio esbozó un rictus que se me antojó pícaro. Bobada, me dije, deben estar ahítos de verse en el cuadro y acaso fuera del cuadro. Uno de los asistentes, con aspecto de joven contracultural, susurró en mi oído una reflexión. No se engañe, me dijo, no están tan cerca uno de la otra. Entre la cabeza del viejo y el pecho de la venus hay un muro. Calló, para evitar herir la atención de los visitantes. Yo agucé entonces mi mirada en esa confluencia del hombre y de la mujer y tuve la sensación de que ninguno de los dos miraba al otro. Hay un muro visual, pensé, pero ¿existe un límite en la sensación de dos carnes tan diferentes? ¿Sienten la proximidad o realmente se perciben? ¿Le hiere a ella la rugosidad del anciano? ¿Le alivia a él la suavidad de la piel femenina? El gesto de acoger y sentirse acogido, aparentemente tan hierático, ¿no disimulará un contacto que no debe sobrepasar ese plano? Es una representación clásica, demasiado etérea para ser real, pensé. Ni un murmullo. Nadie osó dirigir la mirada directa a los protagonistas que lentamente se apartaban del grupo, permaneciendo en segundo plano. Los ojos de los presentes recorrían la fotografía, paseaban por los contornos de los cuerpos, trataban en vano de hacer una lectura de deseos, de sentimientos, de emociones. Seguí buscando pistas. ¿Hay en ese tenerse de ambos una solicitud que busca condescendencia?, me pregunté una vez más. Esa quietud aparente, relajada, que parece mantener una distancia, ¿no estará haciendo fluir el lenguaje oculto del amor?, me dio en pesar. Entonces me traicioné y apartándome ligeramente de la gente giré la cabeza buscando a la joven y al anciano. Pero ya no estaban. El joven contracultural que antes me hablara se acercó por sorpresa. ¿Se imagina usted a sí mismo en esa actitud cuando llegue a anciano?, dijo con escaso tacto. Magritte hubiera dicho, le respondí, que eso que aparece en la imagen no es una pareja.



El fotógrafo Andrés Serrano nació en 1950 en Nueva York de padre hondureño y madre cubana. Iniciado primero en la pintura opta más tarde por la fotografía. Paisajes callejeros y líneas de trabajo monográficas en su primera etapa, de los que la serie Fluidos corporales, en la década de los 80, suscitaría escándalo entre el puritanismo estadounidense y religioso. No es ajena a su obra su propia experiencia vital, donde la formación católica, la herencia afrocubana o los aconteceres de la política norteamericana marcan el carácter crítico, no moralizante, de sus trabajos. Su temática se centra fundamentalmente en la figura humana, siendo unas veces simple representación de individuos, otras añadiendo a los personajes elegidos una caracterización, por lo que el baile entre documento y significado simbólico roza con frecuencia lo iconoclasta y una acerva crítica. Se trata de expresar las diferentes manifestaciones de la naturaleza humana  -su condición social, la vida y la muerte, el sexo, la soledad, la desgracia, etcétera.- a través de individuos comunes que encuentra por la calle. Dice a su favor que las fotografías no las manipula y los formatos son amplios, logrando una proyección superior de la intencionalidad por aquello que plasmó su cámara. Ni que decir tiene que ha sido siempre considerado por la reacción ideológica y estética como un chico malo e inmoral. La manera de disponer las figuras, las actitudes de los personajes y el colorido de sus aderezos dicen de su admiración por la pintura de siglos pasados, asaz barroca pero vigorosa.


viernes, 9 de diciembre de 2016

Pleamar




"¡Oh fugitivas ondas, esperad!
¿Por qué no me lleváis con vosotras?"

Luís de Camões



Un hombre se asoma al vestíbulo del océano, donde las aguas audaces ocupan la costa. Contempla lo más lejos que puede, hasta donde ya no ve. La ciudad a su espalda, y con ella colinas, gentes, pasado, catástrofes y reconstrucciones. Un hombre mira donde se pierde la luz y el suave fragor de la pleamar arrulla su adiós. Un hombre pregunta a las olas con el mismo interés con que ha escuchado a los otros hombres con los que hablado. Por unos días un hombre ha exorcizado todos los tedios, ha desplazado quejas corporales, ha relajado sus pensamientos, veloces por costumbre. El hombre volverá a tierra adentro acumulando imágenes, pero también hirviendo en sentimientos, cosechando percepciones. Llevará dentro de sí una pleamar intensa que no olvidará fácilmente. ¿Podrá retener por algún tiempo la luz, la suave humedad, la armonía de las arquitecturas enlazadas, el tono melódico de las voces? No es fácil hacer descripción de una ciudad ni siquiera para uno mismo, pero se ha aproximado. La ciudad ha salido a su camino. Él se ha abierto de par en par a lo inesperado, ha sentido la levedad de sus cuerpos, ha catado la saudade. Para el hombre la saudade es vínculo. Sabe que volverá a la ciudad para sentirla y dejarse envolver como la primera vez.



jueves, 8 de diciembre de 2016

No 4º andar desta casa nasceu...




"...ese episodio de la imaginación a que llamamos realidad".

Fernando Pessoa, de Libro del desasosiego.




¿Nació realmente aquí el poeta? La visitante oriental preguntó a un transeúnte. Este dudó en su respuesta, como si la placa de la fachada fuera imprecisa y no constituyera suficiente prueba. Ahí pone eso, pero no estoy de acuerdo. Quien nació fue fulano de tal y tal, que andando el tiempo fue escritor, de prosa y de verso, de sí mismo y de otros cuantos que él parió. La oriental permaneció perpleja. Solo quiero saber si el célebre escritor de la ciudad nació en esta casa. El poeta no nació aquí, nadie nace poeta, el poeta se hizo mucho más tarde, dijo el hombre. En ese edificio, como mucho, nació un primer personaje de sí mismo. No le acabo de entender, insistió la mujer, no domino su lengua. Acláreme con mayor precisión. ¿Nació el eximio poeta en esta casa o hay un error? El paseante trató de explicarse con claridad pero a su modo con rigor. Ya le digo que nadie nace otra cosa sino hombre o mujer, blanco o negro, pobre o rico, porque cualquier otra circunstancia tiene lugar al avanzar la vida. Entonces, cuando uno ya se ha olvidado de que una vez nació, cuando uno cree que está aquí desde siempre y para siempre, elige, con acierto o con fracaso, con suerte o con infortunio, con abundancia o con privación, un oficio de crear o un oficio de medrar. Ah, le entiendo ahora, le entiendo, expresó ella con esfuerzo mal disimulado. Además, continuó el hombre, en la placa figura un nombre y unos datos, eso no lo discuto. Y en internet saldrán los nombres de sus padres y hasta su genealogía más antigua, eso no lo dudo. En el caso de nuestro glorioso escritor el asunto se complica. ¿Quién de los escritores que fue o, matizando, que iba a ser nació realmente en esta casa? No sé si la pregunta se la harán otros, pero no es mi caso, pues ya le digo que para mí no nació aquí autor alguno. Un autor nace o, mejor dicho, empieza a nacer cuando aprende a leer y a escribir. Luego cuando aprende a mirar y a escuchar. Luego cuando aprende a dudar. Más adelante cuando sabe decir no. Después cuando solo atiende a la voz de su imaginación y traduce la ficción en verdad. Y por último cuando no se deja manipular por las palabras. Es usted un tipo interesante aunque, ¿cómo dicen ustedes?, bastante retorcido, arriesga a decir la muchacha. Yo buscaba simplemente un lugar ya consagrado para la posteridad y me he encontrado con una versión menos sencilla y por supuesto nada turística. Si no hubiera dudado, concluyó, no habría escuchado su brioso discurso, señor. El transeúnte sonrió con extrema benevolencia. Mi estimada oriental, no me cabe duda de que usted va para escritora. Ya avanza en las fases de su nacimiento a las letras. ¿Se tomaría un té conmigo? ¿Por qué no?, dijo la oriental. Añadió: ¿Cómo ha dicho que se llama? Bernardo. Bernardo Soares. Y se ajustó el sombrero.




martes, 6 de diciembre de 2016

Aljube




"Éste es el tiempo
de la selva más oscura".

Sophia de Mello Breyner Andresen, de Mar novo.



No pienso entrar ahí ni por casualidad. Lo dice Manoel, aquejado de artrosis y desesperanzado de los hombres y de los tiempos, ante el antiguo lugar de detención política y ahora reconvertido en estancia de la memoria. Entonces no era museo de recuerdos, naturalmente, era el lugar inmundo que era. He visto transformar ahí dentro a hombres en animales acosados hasta la delación. Maltratados hasta el exterminio. Borrados hasta lo profundo de sus conciencias. No piense que exagero. Imagino que está bien que exista una referencia viva de aquello para conocimiento de nuevas generaciones. Pero, ¿hasta qué punto los jóvenes de hoy quieren estar informados sobre la barbarie que cometía un Estado? La vida me ha enseñado que todo puede repetirse. Las miserias físicas y las morales. Mis nietos me dicen: abuelo, te entendemos, pero son cosas que pasaron, te tocó a ti y a muchos como tú, pero no nos reconocemos en aquellos tiempos. Eso me dicen, y les comprendo. Ellos se deben a otras circunstancias, pero hay que saber de lo que pasó. Hay que entender las causas y saber de sus efectos, por eso es necesario transmitir oralmente lo padecido. Me creen nostálgico, y en cierto modo lo soy, no del sufrimiento, que nadie lo quiere, sino de la entereza que muchos tuvimos para soportar. El mayor me habla con afecto estimulante. Tiempos difíciles, no los pudisteis elegir, tuvisteis que sortearlos, eso me dice. Tiene razón, pero ¿por qué algunos miramos de frente al rostro de lo prohibido y penetramos en el duro corazón de la crueldad? Solo nos queda la herencia de haber sido víctimas de aquel poder pero también de nuestra ceguera, aunque los historiadores sublimen los acontecimientos y los moralistas saquen sus conclusiones épicas. Quien más o quien menos de cuantos pasamos por tan siniestro lugar vimos truncada alguna parte de nuestra vida. No vivo amargado por ello, necesito los pocos años que pueda vivir para sentir paz. ¿Preocupado por cuanto sucede ahora? Es evidente, y sobre todo por los que van llegando a la vida y cuyas expectativas son poco claras. Eso también lo comento con mis nietos, ¿sabe? Manoel habla de lo amargo pero sonríe con dulzura. Yo siempre les aviso, es lo que me queda. Transmitir mis experiencias y advertir de que el pasado es un camaleón que acaba volviendo con disfraces y envoltorios atractivos. Salvo que...¿Salvo qué?, le pregunto. Salvo nada, responde; tengo dudas de que los jóvenes puedan asegurarse otro mundo. Yo se lo deseo, pero no creo que los líderes del futuro lleguen con recetas creíbles bajo el brazo. Nuestros hijos y los que les sucedan también serán producto de su momento y estarán sometidos al postor más sagaz, acaso bastante oscuro. Manoel sigue subiendo por las hospitalarias calles de Alfama. Es tarde ya para visitar museos. 



lunes, 5 de diciembre de 2016

Ascensor da Bica




"Las horas desechadas son ceniza. Solo si yo soplo vuelve el hombre".

Antónia Cunhal, de Reconstrucción del vacío.



Tentados estuvieron de subir y bajar la cuesta del funicular corriendo, como hicieran cuando sus piernas y sus pulmones se lo permitían. El escultor acompañó a la escritora a un rumbo incierto, tomando algunas de las calles más empinadas de la ciudad. ¿Pretendían recuperar imágenes que habían quedado atrás? Ahora ambos nos dedicamos a pulir materias brutas, dijo la mujer. Tú de las piedras, yo del vacío. Él la corrigió. Una masa también puede ser un vacío para quien quiera transformarla. A diferencia de las palabras, que siempre proceden de palabras anteriores, dijo sin ánimo polémico al que la mujer no prestó mayor atención, aunque tú busques generar con ellas nuevos relatos. ¿Te acuerdas cuando decíamos de jóvenes que no había frontera entre el ser y la nada?, reflexionó Antónia. Nunca entendimos aquellas teorías tan en boga en nuestros tiempos, pero lo vivido se encarga de hacerlo más accesible. Siempre he pensado que la filosofía, o el mundo de las ideas en general, dependía más de lo que cada cual llegase a vivir que de ese espacio ideal, bastante abstracto, por cierto, en el que se muestran cual sofismas de imposible comprobación. Solo machacándonos año tras año llegamos a entender algo de lo que sucede. Es el territorio de las vivencias y nuestra disposición a ocuparlo lo que nos enseña con mayor precisión y claridad que las ideas de los teóricos. ¿Te parece que estamos ahora más cerca que nunca de franquear ese límite entre lo inexistente y la propia experiencia?, apuntó el hombre. Antónia apostilló. Hemos estado siempre al borde, sin darnos cuenta. Ahora la cuestión es que nos falta tiempo. Que no podemos restaurar lo que hicimos mal del pasado y menos cuanto no llegamos a realizar. Que nos sumergimos en nuestras obras respectivas para encontrar un canal que nos comunique con nuestros sueños, y a contracorriente de nuestras incapacidades. Que apenas creemos ya en otra cosa que en sobrevivir, ya sabes, asegurar ciertos recursos materiales, preservar las escasas relaciones desinteresadas que nos ofrecen aún su cara noble, soñar con algunas lecturas placenteras que todavía no habíamos descubierto. Acercarnos a aquello que aún no ha sido corrompido por las desaprensivas obras humanas, y que cada vez cuesta más encontrar entre la naturaleza física que antes nos poseía. El hombre añadió: ¿sumarías a ese acervo al que debemos aferrarnos nuestra tendencia a la nostalgia? Ella se detuvo y le miró. ¿Y si probáramos que la nostalgia de los mejores días aún puede ser presente? Anduvieron calle abajo con la percepción de que el destino de aquella tarde era más certero.




domingo, 4 de diciembre de 2016

Rua dos Sapateiros




"Escucho como si la piedra
cantase. Como
si cantase en las manos del hombre".

Eugénio de Andrade, de La sal de la lengua.



¿Y tú? ¿Sigues dando golpes a las piedras?, me dice Antónia mientras esperamos el arroz caldoso que João nos prepara en un perol monumental.  Extiendo las manos, le muestro ambas caras, ella toca su textura. Cada vez más rudas y ajadas, dice, sujetando las yemas de mis dedos. A veces no sé dónde comienza y termina un bloque bruto, digo, si en la roca en sí o en mis manos, que cada vez se trasuntan más en la materia que trabajo. Supongo que el deterioro de tus manos tiene el precio satisfactorio de lo que creas cuando esculpes, añade Antónia. Esa es la visión sublimada. preciso, la que yo intento tener cuando avanzo  y termino una escultura. Pero el camino que he recorrido para llegar a su fin nadie lo ve. Bloques desechados, trabajos que se quedan a la mitad, inconclusos, defectos que a veces intento sortear y me obligan a cambiar la idea preconcebida. El tema inicial de una obra no es siempre lo que consigues. Pero no lo considero negativo. De los fallos y errores he obtenido lo inesperado. Es como si la equivocación fuera un signo y también una llave para abrir la imaginación y replantear la obra. Nunca hubiera imaginado que con lo delicado que siempre has sido pudieras relacionarte de vis a vis con la piedra, y con bastante acierto, me la tira Antónia. Ya ves, acaso en la delicadeza radicaba mi antiguo diálogo con los hijos fundamentales de la naturaleza terrestre, acierto a responder. Mis brazos no han sido fuertes pero el corte y la talla tienen que ver mucho más de lo que piensa la gente con la sensibilidad y la estrategia para acometer el embiste. Las herramientas han mejorado, se conoce mejor la composición de una roca y aquellos viejos estudios sobre los prismas que tanto nos costaba aprender en nuestros años juveniles han servido como acercamiento a lo que oculta el mineral. Antes de ponerte a hacer saltar las primeras lascas tienes que haber dialogado con ese ser aparentemente amorfo que tienes delante. Me da la impresión, me corta Antónia, que sigues siendo el poeta que siempre fuiste, aunque ahora tus letras escriban sobre otros soportes y tengan otras grafías. ¿Me recuerdas con esa imagen?, la interpelo. Naturalmente, asevera ella, yo fui una escultura de placer para ti y esculpías muy bien sobre mi cuerpo con tus palabras y no solo con tus manos. Todas estas horas de nuestro encuentro no he hecho sino pensar si seguirás siendo el mismo artífice de la mujer. Serví ambas copas con vinho verde. João traía ya la cazuela abundante. El aroma que emanaba de aquella delicia invitaba a trocar un anhelo por otro. Me dispuse a servir el plato de Antónia. Dime, dijo mientras detenía el cucharón, ¿sigues siendo el artista gozoso y entregado que yo acogí? 



sábado, 3 de diciembre de 2016

Rua de São Mamede




Ha sido un encuentro casual y, sin embargo, buscado a su vez. Quiero decir deseado, pero tengo comprobado que cuando algo se desea intensamente pasa a la instancia de lo que se busca de manera más palpable. No puedo asegurar ya que se logre. En la confluencia entre Rua da Saudade y São Mamede, yendo yo hasta un taller de artesanos que reparan muebles viejos de madera y otros trastos, me he dado de cara con ella. No pareció sorprenderse en extremo Antónia Cunhal, la escritora, que había sido vecina mía hace años. Desde antes de quedarse viuda no la había visto. Solo supe de la muerte de su esposo Rogério a la vuelta de mi último viaje. Así que me justifiqué y le di el pésame. Ya me había dicho tu hermano Flávio que estabas fuera del país, me dice Antónia. Ella y yo habíamos tenido una amistad, no exenta de turbulencias, en otro tiempo. Tal vez si nos hubiéramos limitado a ser amigos los encontronazos hubieran sido menos, pero ambos quisimos probar ese territorio en el que te creces con los lenguajes de la carne y te exiges con vínculos que te da miedo afrontar, y que de no funcionar arrasa lo que habías cultivado anteriormente. Ya era una vieja herida del pasado y ahora seguíamos hablándonos si no como el primer día al menos con el respeto que se fundamenta en haber vivido experiencias que se han sedimentado sobradamente en nuestra personalidad. De qué murió tu marido, le pregunté. De agobio, respondió. ¿De agobio?, y no pude evitar la extrañeza. Se agobiaba mucho, sí, y tanto agobio se volvió contra él. Le conociste poco, pero era su condición, aunque siempre decía que le agobiaba yo. Me sorprendió su confesión directa. Era como si retomase así una confianza que había flaqueado los últimos años, aunque quién sabe si ella no la hizo permanecer reprimida y oculta. No niego que en muchas ocasiones yo fuera dura y extremadamente severa con él, pero no era tanto mi actitud como la sensación creciente que él tenía de que no era comprendido, continuó relatando Antónia. La palabra puede ser tan torturadora y grave como cualquier otra manifestación. Y de hecho lo es, no en vano se trata de un tema recurrente en mis narraciones. Porque las palabras no duelen solamente por su uso pétreo, esa sensación de que se tiran contra los otros como disparos de honda. El verdadero dolor viene por el camino del engaño, incluido aquel que nos infligimos a nosotros mismos sistemáticamente. La palabra es un vector con el que el emisor busca ratificarse y sobre todo imponerse. ¿Ese es tu criterio?, le pregunté a mi amiga. Se suponía que las palabras deberían ser vehículos de entendimiento, de llegar unos humanos a otros, no en conducirnos al enfrentamiento. Por la cara que pone capta que voy de irónico. Como se quiera ver, dice. Nada es unidireccional en la vida, ni siquiera la palabra, por más que se obligue a que se matice en cualquier tipo de relación o negocio. Sí no siempre es afirmativo, aunque se haga énfasis en el tono. Un sí puede prolongar una situación anterior, demorarla, y hasta quitarse de en medio al interlocutor. De alguna manera se convierte en máscara ocultadora, falaz, Del sí afirmativo al sí condicional se va sin apenas percibirlo. Cada cual se da cuenta cuando los que han hablado se van cada uno por su lado.  ¿Quieres decir que el sí sonoro puede ser un no subrepticio, un lobo con piel de oveja?, intervengo. Más o menos, dice Antónia, y me clava la mirada. Por un momento me siento una presa acechada. Ella abunda en su discurso. Imagina entonces, dice con un destello de sus ojos, no sé si de mujer que domina el arte de la escritura o el afán receptivo y sagaz de su género, lo que puede suponer una acumulación ordenada de palabras, eso que llamamos sintaxis, el desarrollo de una argumentación, donde su perfección técnica puede ponerse al servicio de lo contrario de lo que se dice. Quedamos en silencio, brevemente. Debe ser terrible morir de agobio, digo de pronto, sin mayor intención. Sí, debe ser, responde. Me daban ganas de preguntarle algo así como: cuando le decías a Rogério que te agobiaba mucho, ¿estabas sugiriéndole que no le aguantabas más? Pero no lo dije. Sí, añadí escueto, tiene que serlo.





miércoles, 30 de noviembre de 2016

Rua do Carmo





"No es el amor, sino sus alrededores, lo que merece la pena".

Fernando Pessoa, en Libro del desasosiego.



Pasaban embelesados por el lugar. De pronto la chica tapó los ojos al joven al que acompañaba. ¿A qué hueles? Él estuvo a punto de responder que a ella, pero le pareció demasiado tópico y excesivamente escapista. No sé, dijo estúpidamente. Vamos, aspira profundamente, insistió ella mientras apretaba el ciego antifaz de su mano sobre los párpados de él. También estuvo a punto de decir que a su pelo, que a su camisa planchada, incluso a precisar que a tal crema, pretendiendo con el gesto una aproximación más doméstica. Pero le avergonzó cometer un exceso de familiaridad entre ellos, siendo como eran todavía unos adolescentes que se tanteaban con torpeza y que apenas se rozaban con un erotismo gestual. Haz el esfuerzo, dijo la chica haciendo un mohín inquieto que puso más nervioso al otro. Él esbozó en su mente todo un repertorio de posibilidades. Olor a mar, olor a viento del interior, olor a tiendas, olor a transeúntes, olor a cocinas, olor a alhelíes, olor a zaguán húmedo, olor a bacalao, olor a naftalina, olor a café, olor a descargadores, olor a bodega, olor a otoño. Olores que se contradecían, en los que era una tontería pensar porque seguramente ella no pretendía invocar ninguno de ellos en ningún caso. Ah, te rindes, ya te veo, le conminó ella sin querer que lo hiciera. Por última vez, no me digas que no eres capaz de distinguir este olor, y aflojó la mano sobre el rostro del chico. Éste consideró que era una prueba absurda a que le sometía, un ejercicio para comprobar su ingenio. Tal vez un experimento de asociación de ideas a través del cual ella iba a juzgarlo y acaso decidir si lo elegía. Rió para ocultar su desasosiego, hizo aspavientos con los brazos para despistar a la mujer, incluso lanzó pequeños gritos divertidos que la disuadieran de someterle a aquella presión. Ah, te rindes, lo sé, lo sé, dijo ella con una voz astuta que acabó desarmando al joven. Entonces, empujándole hasta la pared, le conminó a entrar en un portal apenas alumbrado por una luz débil. Fijó su cuerpo firme contra el cuerpo tembloroso del chico y le dijo queda al oído: ya no vale responder a qué huele.




martes, 29 de noviembre de 2016

Calçada de São Francisco




Bajando João Baptista Madeira por Calçada de São Francisco, a la altura de Nova de Almada, se encontró con el doctor Molder, que volvía de su consulta. A ambos les vincula una amistad no solo antigua sino cómplice. La complicidad no es únicamente cuestión de equipo deportivo o de asociación política, ni tiene por qué remontarse a la infancia escolar, ni por qué deberse al intercambio de cuitas sobre el estado de sus respectivos matrimonios. En bastantes ocasiones la complicidad se debe a algo adquirido a causa de un don especial, la curiosidad en los casos y cosas más inocuos y superficiales de la vida, que dan la impresión de ser torticeros pero son en realidad livianos. Así pues, el doctor Molder, incluso respetando el secreto hipocrático, se atrevió a relatar parcialmente a João Baptista confidencias que su paciente B. de R. -utilizó unas siglas para denominarle, seguramente inventadas a su vez-  había tenido con él esa mañana en su consulta. B. de R. dice que se encontró recientemente con Almeida Garrett, el escritor romántico, sí, todo dandy él, todo seductor él, y que estuvieron tomando cerveza mientras el escritor le relataba algunos de sus viajes. ¿Sabe, doctor?, me dijo Garrett que lo que más le preocupa últimamente era el viaje interior, entendido éste no como mística ni espiritualidad, sino como recreación de lo que habita físicamente dentro de un individuo. Acostumbrados a mirar alrededor de nosotros mismos, dijo B. de R. que le había confesado Garrett, cegados por una perspectiva exterior y ajena, ignoramos los paisajes que crecen o se marchitan dentro de nuestro cuerpo. Tal vez estoy siendo cada vez más hipocondríaco, dice que le dijo Garrett, pero cuando sufro un trastorno o caigo en una indisposición medito acerca de lo poco que sabemos sobre nosotros mismos. Porque ser nosotros mismos, había dicho Garrett a B. de R, no consiste en lo que aparentamos, en los bienes que nos permiten disfrutar o en los conocimientos que pensamos que nos han enriquecido. Ser nosotros mismos suele ser algo que ni siquiera está en nuestra mano. La otra noche fui víctima de una diarrea súbita, sin saber a cuenta de qué, dice B. de R que le contó Garrett, y tenía la sensación de que mientras yo mermaba en resistencia corporal y en claridad de mente había una serie de vidas dentro de mis vísceras que decidían por mí, que se convertían en rectoras, caóticas, eso sí, de todo mi supuesto ser. Todas las expresiones de aquella disfunción se me antojaban causadas por seres invisibles y minúsculos, con otras dimensiones y características, que cumplían sus objetivos sin pedirme permiso y mucho menos darme explicaciones, a los que yo había estado ignorando toda mi vida. Seres que vivían dentro de mí en alquiler o quién sabe si siendo en realidad propietarios de todo mi cuerpo. Pensé en los límites que un individuo tiene consigo mismo. Es frecuente escuchar sonidos profundos de los mundos que habitan dentro de nuestra naturaleza, de los cuales nos llegan ardores, flatulencias, dolores, picores múltiples o presiones inexplicables que alteran las funciones habituales y hacen que nos invada la preocupación, que seamos pasto del mal humor y nos asole incluso el miedo más arrogante. Porque el miedo es cobarde, sí, pero es también arrogante y es capaz de inducirnos a la catástrofe. B. de R. me hablaba del escritor Almeida Garrett con total sobriedad, dijo el doctor Molder, ya ve, y me aseguró que Garrett seguía lúcido como en otras ocasiones si bien le parecía que necesitaba consejos de un amigo para superar sus obsesiones aprensivas. Es por ello por lo que B. de R. había pensado en recomendarle que acudiera a mi consulta. Charle usted con él, doctor Molder, me dijo B.de R., le hará un favor a él y, por supuesto, yo me sentiré honrado por el hecho de que un doctor tan afamado pueda atender a mi amigo. Ya ve, querido João Baptista, tengo que recibir un día de estos a nuestro insigne Barrett, que lleva más de ciento cincuenta años muerto. Por si no fuera poco, mi paciente B. de R. me sugiere que averigüe cómo lograba Garrett tener tanto éxito con su seducción, no solo con las mujeres sino con los editores a los que engatusó para que publicaran sus efímeros periódicos liberales. Yo le he dicho a B. de R.: y eso, ¿a usted qué lo mismo le da? Es que Garrett no me lo quiere contar, me ha respondido mi paciente. 
  


lunes, 28 de noviembre de 2016

Chiado




¿Conoce usted muchos casos de un poeta que dé su nombre a todo un barrio? No digo ya a un pueblo o a una ciudad, que acaso hay alguno en el planeta por eso de que un escritor puede dar renombre a un lugar, sino a un sencillo distrito. Pues aquí tiene al personaje, me indica un empleado del servicio de limpieza, ilustrado él, entendido en calles y en letras, a lo que parece, y no solo en recogida de basuras. Y señala la escultura de aquel Antonio Ribeiro, apodado el Chiado, poeta de sátiras y otras chanzas de hace más de cuatro centurias. Chiado gesticula sobre su pedestal, declamando para nosotros y de paso convidándonos a que participemos en el jolgorio de sus versos, que uno imagina simplemente con contemplar su mímica y su entregada postura. Nunca había visto una estatua tan poco estatua, le digo al joven de la limpieza. Si no fuera por el color oscuro del bronce se podría pensar que es una figura humana que ha subido a hacer su número de circo para que los transeúntes le den un dinero. ¿Ha leído usted algo de Chiado?, me pregunta. No, ni siquiera había oído hablar de él antes, le digo. Pues entonces quédese ahí delante, contemple su rostro jocoso y de qué manera agita sus manos y cómo alterna la posición de sus pies. Me sale una carcajada benévola. El empleado de la limpieza tuerce el rostro y me suelta: es usted un hombre de poca fe literaria. ¿No sabe que antes de la escritura ya se narraba de viva voz y que incluso después de que se publicaran ediciones la voz seguía teniendo su importancia y su vigor? Por supuesto, por supuesto, pero  ¿es el caso?, me defiendo. El caso es que no teniendo a mano una obra de Chiado para que usted lo descubra lo que debe hacer usted es permanecer al pie de la escultura un rato. Busque, eso sí, el ángulo desde donde mejor le llegue la voz oculta del poeta. No se deje impresionar si le mira de frente, ni piense que le hace burla. Usted escuche, escuche. El camión del servicio ha arrancado y él se ha agarrado a vuelo de uno de los puntos de sujeción del vehículo. Perplejo aún, giro la cabeza instintivamente hacia Antonio Ribeiro, como si oyera algo. Y si ese eco que emana de su boca risueña le llegara a un viajero...


    

domingo, 27 de noviembre de 2016

Rua Rodrigues de Faria




"Lenta descansa la ola que la marea deja",

Fernando Pessoa, de Odas de Ricardo Reis.



Ellas juegan. Imagina que tú eres el sultán y yo Sherezade, dice una a la otra. ¿Por qué no yo Sherezade y tú Shahriar? Podemos alternar los papeles, unas veces tú eres uno y yo soy otra, y a la inversa. Pero ahora imagina que tú eres el terrible sultán y yo la incauta virgen, una de las miles que él ha reclamado para sus noches. Bien, sea así. Ven, Sherezade. Te perdono la vida a cambio de que me otorgues algo más que amor. ¿Qué puedo darte que contenga más que amor, mi señor? Eso tienes que preverlo tú; en que sepas sorprenderme reside el precio de tu vida. Puedo multiplicarme en mis artes de Eros, poderoso sultán. He conocido muchos artificios del amor y todos me han dejado insatisfecho. Tu tiempo corre; imagina o perece. Puedo llevarte a pasear por tus jardines a la luz de la noche, al olor de los nenúfares, al abrigo de las sombras. En infinitas ocasiones he deslizado mi soledad por la naturaleza creada y en las ciudades fantásticas ideadas por mis arquitectos. Tus horas se acortan; inventa algo o caerás en manos de mis guardianes. Puedo remitirte al pasado, convertirte en el hombre que era valeroso sin exigir nada a cambio, hacerte virgen de nuevo. Las artes mágicas solo existen en boca de los charlatanes. Pierdes el tiempo, aguza tu ingenio. Puedo trasladarte a la niñez y enseñarte algo más importante que las artes y las ciencias. Nadie puede enseñarme a estas alturas que aprenda aquello de lo que carezco. No tardará en clarear y no me ofreces una solución; yo pierdo algo pero tú pierdes todo. Puedo ser la esposa que nunca te traicionará, amado mío. Lo mismo dijeron las mujeres anteriores. Si eso es todo lo que me ofreces, puedes ir despidiéndote de la existencia. Puedo contarte una historia sobre un hombre poderoso que lo tenía todo y que al sumergirse en los sueños lo perdía todo. Oh, Sherezade, eso me intriga, sigue. Es una historia que no va a solucionar tu problema, mi señor, creerás que me estoy riendo de ti y me expulsarás con violencia de tu lado. Quiero saber por qué el hombre que lo tenía todo llegaba a verse desprovisto de todo. ¿Perdía incluso la vida? Mi señor, la historia es larga, si empiezo no habrá ocasión de que te la relate toda. Comienza y yo decidiré. Si los días y las noches no concluyen en una sola fecha del tiempo, bien puede prolongarse tu relato cuanto sea preciso. Yo decido, mi dulce Sherezade sobre los tiempos y los trabajos de los hombres. Pero no sobre los sueños; necesito saber más. Las dos mujeres se quedan calladas. Una pregunta a la otra: ¿Vas a perdonarme la vida o me cortarás la cabeza con tu alfanje? Mañana continuarás con la historia. Esta es la hora en que debemos entregarnos a la muerte o a la salvación, pues ambas caminan de nuestra mano.






viernes, 25 de noviembre de 2016

LX Factory



Ellas. Parecen dos gotas de agua. No porque sean gemelas, pues no lo son. No porque tengan costumbres semejantes, porque tampoco las tienen. No porque sus gustos parezcan los mismos, ya que siempre hay diferencias. Son dos gotas por la necesidad que ambas sienten de aproximarse. Poner otro verbo que califique es arriesgado. Ellas no creen que una mera palabra pueda definir lo profundo, la necesidad. Ellas saben que las palabras son vehículos que acaban instalando un lenguaje convencional a través del cual los individuos creen entenderse. Ellas se reconocen en el sentido de estar. No de ser, otro vocablo convencional, amplio, impreciso, que dispersa. Aunque los humanos lo reduzcan y le apliquen categorías abstractas. Se han bajado del tranvía 15 en la parada de Alcântara, a dos pasos de la vieja fábrica. Ellas quieren estar. Juntas tampoco es un término exacto. Desean estar la una en la otra sin dejar de estar en sí mismas. Saben por experiencia que lo que se denomina como junto acaba siendo forzado. Ellas quieren dejar a salvo siempre su unicidad. Yo te necesito y este es el momento, parece decir una a otra. Si tu momento de necesidad es ahora podemos estar. Si no, volveremos a hacernos la propuesta. No es que lo argumenten verbalmente. Con la sencillez de las miradas se bastan. La sencillez siempre es también una simulación. Dos personas que se miran pueden resbalar en su observación o pueden quedar fijadas. No solamente es la mirada. Son giros, acciones del cuerpo, gestos, actitudes. Toma este libro para que leas, dice una a otra. Pero en realidad está diciendo: toma este libro para que leas en ti. Ellas son lectoras apasionadas y cuando pasan la página de las caricias, por ejemplo, saben que están desarrollando un guión. Que avanzan en él, que lo enriquecen. Que no están pendientes del desenlace. Que se demoran. Han pedido una habitación en el pequeño hotel de la antigua textil. Habían empezado una novela, su novela. Cada una va a leer para la otra pero en realidad lo harán para sí mismas. Nadie reemplaza a otro en la lectura de un texto imaginario. Nadie sustituye las letras vitales del otro.  Porque un libro nunca contiene una sola historia. La historia que ellas elijan va a depender también de la necesidad.




jueves, 24 de noviembre de 2016

Alcântara




Soy ácrata desde los diez años, me dijo Boaventura Ferreira mientras nos servíamos tinto  de  una frasca. Y tengo casi noventa. Muy temprano para tener ideas, ¿no le parece?, le comenté con precaución. Las ideas no se aprenden con ideas sino por lo que se sufre cada día. Mi padre pegaba a mi madre cuando sus frustraciones le golpeaban a él. Por descontado, yo procuraba parar en casa lo justo, porque si me cogía se cebaba en mí. Mi madre prefería sacrificarse. Vete que está a punto de llegar tu padre, me decía. Ya ve, como para no ser anarquista. Crecí en medio de la violencia, donde el maltrato físico y oral se resumían en lo mismo. No era solo aquello que veía en la familia. Los capataces se lo hacían pasar mal a mi padre y a los demás que trabajaban con él y su ira reprimida la volcaba de mala manera con nosotros. En otros hogares pasaría lo mismo, pero la personalidad de mi padre era más visceral y tenía mucha dificultad para encajar su suerte. Podía haberse rebelado contra los que le maltrataban a él, pero no era valiente. Nunca fue valiente. Los que utilizan la violencia en nuestro entorno son los más débiles, además de los más cobardes. De eso me di cuenta mucho más tarde. Después de que mi madre y yo nos marcháramos al Norte. En las autoridades no se podía confiar; siempre se ponían de parte del padre de familia, aunque fuera una bestia. Así que ya ve, soy ácrata por naturaleza social, que se dice ahora, pero yo prefiero decir que por instinto. Por autodefensa primero, por reflexión después. Si mamas violencia, una de dos, o la reproduces como hacen otros o te rebelas contra ella para anhelar otro estado de cosas y buscar la manera de conseguirlo. Así que siempre odié el dominio brutal del padre y, con ello, todo tipo de dominio que emane de cualquier figura que se impone, que sojuzga, que desprecia. Usted pensará que al hacerme adulto tendría que haber superado las heridas de la niñez. Nada de eso. Todo se agravó. El Ejército me envió a las colonias y la violencia de palabra y obra, como dicen los creyentes de la religión que la justifica o que mira para otro lado, se siguió repitiendo. En parte con nosotros, la carne barata que iba a África a defender los negocios de los mismos que trataban cruelmente a sus obreros de la Metrópoli. Y en mayor medida con los nativos, seres a los que había que civilizar a imagen y semejanza de la santa patria. Para mí aquello era la continuación de la historia anterior de mi vida, solo salvada durante unos pocos años mientras vivimos mi madre y yo solos. Boaventura Ferreira hablaba con mucha calma y una extraordinaria precisión. No había odio en su relato y parecía haber suavizado viejos resentimientos. Para ser usted un anarquista, Boaventura, le veo como hacedor de paz, le dije provocativo. ¿Por qué iba a ser violento, joven?, me respondió. Sería no haber aprendido las propias lecciones de la vida. Además, el verdadero violento es quien propugna tener control y alguna clase de poder. Quien se obceca en mantenerlo a toda costa y a costa de todos. Entienda los matices. ¿Quiere que le siga hablando de mi vida? No todo fueron desdichas.




miércoles, 23 de noviembre de 2016

A Brasileira




Es el último reducto. El café es un flujo de turistas, pero aún hay clientes fijos de los alrededores. Para algunos es objeto de remembranza que pesa como referencia ineludible. Ni siquiera se libra el visitante accidental que llega con la tablet en la mano. Las puertas, abiertas de par. El trajín de los camareros sorteando al público curioso y al parroquiano de todos los días. Dentro, una mesa rectangular y estrecha reúne, comprime, a seis hombres de edad bastante avanzada. No parece aquella una imagen del presente, sino más bien una fotografía en sepia hecha carne caduca. Uno de los hombres habla y el resto escucha con aire recogido, evitando como puede el fragor del público. Ellos, ajenos al ruido, permanecen concentrados en el tema que les atrapa con interés. Es el momento de recuperar la tradición de las revistas literarias y culturales nacidas de tertulias, dice el que parece llevar la iniciativa. Habla bajo, templadamente, con actitud amigable, exhibiendo el fervor del nostálgico que siente resucitar dentro de sí un antiguo talante creativo. Tenemos experiencia amplia, cada uno hemos leído lo nuestro y según nuestras preferencias, y eso hace que nos complementemos. Pocos habrán debatido como nosotros sobre los avatares de la historia y sobre las expresiones artísticas, dejándonos empapar por corrientes, modelos y creaciones efímeras. Mantenemos además una insatisfacción viva sobre cuanto acontece a nuestro alrededor. Es como si nos mantuviéramos ojo avizor, aunque hayamos callado hasta ahora. Nadie duda de que disponemos de bastante destreza en la escritura y además en nuestras filas hay un dibujante agudo, un fotógrafo que aún mantiene el tipo a lo Heartfield o a lo Renau y es capaz de realizar fotomontajes incisivos, y tenemos un especialista en maquetación con un arte y un gusto especiales acerca de la tipografía y la composición. ¿Qué pensáis vosotros? Todos asentaron con la cabeza aunque no de manera claramente convincente. Entonces, si estáis de acuerdo nos repartiremos el trabajo. ¿No será mejor aclarar antes de qué fondo económico disponemos para la aventura?, preguntó uno. Ya sabemos que ese apartado es importante, pero no fundamental, replicó el de la voz cantante. Lo decisivo es tener claro qué decir y sobre todo qué actitud debemos mantener. El eje de nuestro proyecto debe ser mantener una mística clara que anime a fluir las ideas. En cierto modo los lectores nos verán como anacoretas que han preservado el alma de las viejas tertulias y que hemos decidido salir de debajo de las piedras. Todos volvieron a mover la cabeza, esta vez con un gesto más firme. Uno se atrevió a disentir. Ya, pero si el alma de las reuniones de otro tiempo no contiene ideas que irriten, propuestas indóciles e incluso transgresoras, ¿no se nos verá como los ermitaños que han permanecido en estado de hibernación? El hombre que expuso sus intenciones fue contundente. Tal vez, pero pasaremos desapercibidos. Hoy día las ideas en general están más refrenadas que lo que nosotros hemos estado. Y los que se mueven en los espacios culturales o de protesta solo giran en torno al mismo círculo, sin demasiadas ganas de sacrificar los donativos que reciben. Quién sabe si al exponer aquello que hace cincuenta o sesenta años planteábamos no se nos verá como modernos y rompedores. Todos se miraron unos a otros y sus rostros radiaban con un optimismo terapéutico. Otro preguntó: ¿Cómo llamaremos a nuestra revista? Sin duda alguna debe denominarse  Reducto. Una oquedad de resistencia que se abre a la luz, podría apostillarse tras el título. No está mal, aseveró con mordacidad uno que se acariciaba la barba constantemente. Aunque son contradictorios el título y el subtítulo. Ahí está la clave, saltó el organizador. De alguna manera también demostramos que aún laten las fantasías surrealistas. O la invocación a lo imposible, enfatizó el que estaba en el extremo de la mesa y no había abierto la boca.





lunes, 21 de noviembre de 2016

Elevador de Santa Justa




Doctor Sousa Gonçalves: los muertos no van ni al cielo ni al infierno. Los muertos no cremados van a los estratos de los períodos de la tierra. De aquellos seres desaparecidos hace miles, millones, de años decimos que son fósiles. Otro tanto se dirá de nuestros muertos actuales. Los paleontólogos del futuro hablarán de nuestro cuerpo, con ayuda de otras ciencias, como fósiles. A nadie se le ocurrirá entonces buscar alma alguna. Ya estará superada la dicotomía falsa de los teólogos. Cuando me muera quiero imaginarme como fósil. Cahaya Lestari, la arqueóloga indonesia, le ha contemplado con ojos entre sorprendidos e irónicos: ni a usted ni a mí nos interesa lo más mínimo, por lo que veo, dónde van los muertos, a los cuales no fragmentamos, ni lo hacemos cuando los individuos están vivos. No pensemos en estratos ni en descubrimientos del futuro. O en todo caso, sí, propongamos otros espacios y otros hallazgos. Ábrame usted las dimensiones de su hábitat, que yo le acogeré en las mías. Ese es el único sentido cabal y gozoso de la vida.



domingo, 20 de noviembre de 2016

Largo do Carmo




Hicimos una escapada del congreso de arqueólogos para mostrar a nuestros colegas indonesios la huella viva del terremoto. Fue una propuesta suya. Aunque la ciudad fue arrasada por el seísmo y los incendios y más tarde reconstruida, ¿no queda nada que recuerde el terrible acontecimiento?, preguntó la responsable de la delegación indonesia, la doctora Cahaya Lestari. A nuestro arqueólogo emérito Joaquim Maria de Sousa Gonçalves se le iluminaron los ojos. Yo me encargo de que vean algo de aquella catástrofe. Hagamos novillos, como en la escuela, y disfrutemos un rato mostrando a nuestros amigos rincones agradables de la ciudad. La doctora Lestari era dulce pero entregada con tozudez a las enseñanzas de su trabajo. Nosotros estamos acostumbrados a descubrir ruinas y a tener que afrontar rehabilitaciones sucesivas, explicó. Los elementos están siempre ahí, golpeando las piedras y las vidas. A veces se corre más riesgo procurando cuidados que mejoren el estado de las ruinas que aceptando su decrepitud. No todo suele ser tan ruinoso como parece. El doctor Sousa captó el mensaje. No tema, lo que le vamos a mostrar está más firme que lo que dejaron los constructores iniciales, dijo con cierta soberbia de occidental añejo que desviaba intenciones confusas. Eso sí, apuntilló, a mi modo de ver, si bien se trata de una seña de identidad a la que se le ha dotado de un uso para que no sean meras ruinas a la intemperie, tan importante como el museo que alberga es el mirador desde donde se contempla la zona de Rossio y las freguesías más altas por las que emerge el Castelo de San Jorge. Ustedes tienes muchos espacios elevados para admirar la ciudad. Además, creo también que la ciudad sabe contemplarse a sí misma, dijo la arqueóloga indonesia. Al doctor Sousa se le veía eufórico y satisfecho por el reconocimiento de un foráneo. Cualquier comentario le daba pie para alardear de su amada ciudad de las colinas, como la solía denominar. En efecto, se explicó. Hay miradores que miran hacia el interior, miradores que contemplan el estuario y la otra costa, cuando vienes de Almada la vista desde el puente es otro mirador, y si tomas el ferry se despliega una visión más horizontal pero no menos hermosa. Yo creo, pontificó el doctor Sousa, que hay miradores para todas las estaciones del año, para toda clase de estados de ánimo, para encuentros con diferentes personas, miradores para llevar a un amante oficializado o a uno clandestino, para entregarte a la soledad melancólica o para planear un guión cinematográfico. Yo mismo, a mi edad, no tengo un mirador favorito, los prefiero todos. Solo me defino por uno u otro en función de la luz del día, de la humedad, de un recuerdo o de la necesidad de respuestas que mi cuerpo me exige sobre la marcha. Cuando llegaron a Largo do Carmo, tras subir la empinada cuesta de Calçada Sacramento, Cahaya Lestari propuso al doctor Joaquin Maria de Sousa Gonçalves: esta plaza pequeña y vegetal me gusta. Y dirigiéndose al resto del grupo: el que quiera visitar la iglesia memorial del terremoto, que vaya. Usted y yo, doctor Sousa, tomemos algo en una de las mesas de ese bar y dejemos las ruinas para otro momento. Luego la doctora Lestari, con un tono que desbarató al hombre, dijo: hábleme más de usted y de sus miradores.  



viernes, 18 de noviembre de 2016

Saudade




Dicen que una vez pasó por la ciudad un caminante que tenía fama de que tañía con mucho arte un instrumento y que los cantos que recitaba causaban un efecto de encantamiento sobre los oyentes. Un grupo de vecinos le pidió que hiciera un poema para ellos como recuerdo de su estancia. El hombre no era de excesivas palabras, no obstante su fama de evocador de lugares y de amores. Pidió al grupo que le acompañara hasta el borde donde el agua invadía la tierra y la tierra empezaba a edificarse sobre sí misma. Por el camino se fueron sumando más paisanos y todos iban con gran algarabía pensando que lo que les esperaba era un recital del cantor viajero. Era la hora del atardecer y el sol se desplazaba ya excelente y soberbio hacia mundos inescrutables. El hombre se aproximó a la superficie cenagosa de la orilla y con un palo escribió una palabra. Saudade. El corro de gente que había acudido permaneció aturdida. El cantor, mientras, había dado media vuelta y se disponía a partir, pues era un hombre de costumbres melancólicas y le gustaba ausentarse de las villas y ciudades al caer el día. ¿Y la poesía?, le preguntó enérgica una mujer deteniendo sus pasos. Eso, ¿y ese canto que te comprometiste a regalarnos?, dijo otro del grupo con cierta severidad. El poeta viajero se giró hacia el barro donde aún permanecía marcada la palabra. Ahí la tenéis. Aprendérosla de memoria antes de que la marea invada la ribera. Muchos dicen que así fue el origen de un vocablo que es hondo, que no tiene fácil explicación y que solo puede comprenderse si se pronuncia con amor.





jueves, 17 de noviembre de 2016

Cais das Colunas




Un grupo de niños se acerca al borde de las aguas de otoño, desconociendo cómo se apodera la luna de ellas y las hace crecer. Nada saben todavía las criaturas terrestres de los enrevesados seres que habitan el piélago. Y, sin embargo, desde su osada decisión los desafían. Tal vez la propia fragilidad y el temor a lo que ignoran les haga cautos. Juegan a hacer zarpar navíos imaginarios que el oleaje caprichoso pone en riesgo. Tienen la mirada fija en esa distancia corta que es el batir y retirarse la espuma que besa una y otra vez sus pies. Acaso ahora son más pragmáticos que luego cuando se vayan haciendo mayores y otras medidas de distancia les engatusen y confundan. No saben calcular la repentina tromba que les va a hacer correr tierra adentro y eso les divierte. Esa fascinación hipnótica durará toda la vida. Con las olas, con el viento que agita los ramajes, con los colores de las estaciones del año, con las palabras de los poetas, con el susurro de cuantas ternuras les alivien. Ay, cuánto se acordarán, según les vayan pesando los años, de aquellos juegos primigenios donde siempre eran ganadores. Tendrán que aprender a distinguir entre el entrechocar de los elementos y los disfraces seductores de los hombres y sus obras. Como el viajero del canto homérico tendrán que desbrozar el camino, en una procura incesante de elegir y de desechar, de avanzar con precaución y de detenerse convenientemente, de confiar en sus fuerzas y de despreciar lo que aparenta cómodo. Unas veces acertarán, muchas errarán, otras tantas les confundirán. Porque la vida, muy a su pesar, no ha sido nunca una mera contemplación. Mientras, los habitantes sumergidos, agazapados ante las expectativas de que los pequeños seres terrestres sean adultos, les dejan regocijarse. También ellos gustan de una inocencia que en alguna ocasión perdieron.





miércoles, 16 de noviembre de 2016

Largo do Picadeiro





"Hay ojos que solo miran al sueño; y, cuando
el sueño se disipa, se quedan ciegos".


Nuno Júdice, de Viaje.


¿Por qué estamos callados un buen rato siempre que salimos de vivir una obra de teatro clásico?, interroga Sebastião a sus dos acompañantes. Has dicho vivir una obra clásica, no ver ni asistir a una obra clásica, eso me ha gustado, le corta jovial Regina. Yo entiendo a Sebastião, dice Maria. Vivir una obra no consiste en un mero asistir a un espectáculo, aunque éste sea el vehículo para atrapar al espectador. Pero la gente suele ir al teatro como espectadora, al menos en principio, asevera Regina. Esa actitud de ver, oír y callar se lleva en otros órdenes de la vida cotidiana, ¿no os parece?, precisa el hombre. Un espectador de la vida establece siempre una distancia con los demás, con los quehaceres, no te digo con esas supuestas responsabilidades cívicas que se invocan en su nombre y a las que el ciudadano espectador suele dar la espalda. Si muchos dan la espalda a la política es porque probablemente también tengan razones, saltan a coro las mujeres. Sebastião no quiere la deriva de una conversación que al enmarañarse difumina ideas que se pueden compartir y que entre todos deben explorarse. Por eso insiste. Chicas, sigue en pie mi pregunta. Siempre que salimos del teatro o también del cine tenemos un rato de silencios, vamos juntos pero andamos abstraídos, es como si cada uno de nosotros estuvieran deglutiendo con mayor o menor lentitud el alimento que acabamos de tomar. Yo siempre dije que a ver, perdón, a vivir una obra o un film hay que ir sola, matiza Maria. Entras y te sientas sola, te enfrentas sola al argumento, entras y sales cuantas veces quieres de cada escena, te demoras en sus cuadros y, en definitiva, que avanzas o retrocedes tantas veces cuanto quieras según te impresione lo que allí se representa. Regina no le va a la zaga: vivir, como dices, un drama o una comedia, nombres desiguales y demasiado rígidos a mi modo de ver, es un convite, con mucho de self service. Resulta difícil abarcar de principio a fin cada detalle, pero puedes tomar una parte u otra en función de tu necesidad de comprenderla mejor o de disfrutarla como te venga en gana. ¿No tenéis la sensación, cuando salimos del teatro, de que hemos estando viviendo un sueño?, pregunta Sebastião. Yo no, exclama Regina, yo tengo siempre la sensación de que el sueño comienza a partir de pisar la calle. Sí, dice la otra amiga, volver a lo ordinario tras una obra se muestra más nebuloso. Una buena película o la obra clásica como la que acabamos de presenciar nos han hecho comprender mucho más acerca de los trabajos y los días que nuestras vivencias cotidianas. Y en menos tiempo, asevera Sebastião. 


martes, 15 de noviembre de 2016

Rua Garrett




"La diferencia que separa el recuerdo de la evocación es que el recuerdo no tiene alma".

Vergílio Ferreira, Pensar.



Un joven poeta se ha sentado junto a un viejo escritor muerto en el velador del histórico café. Quiero que escribas por mí ahora que estoy muerto, dice el hombre desde su efigie de bronce, porque mi carne dejó esta tierra hace mucho tiempo pero mis quejidos sortean a los gusanos y aún quieren aflorar a través de los espacios mundanos. El joven se estremece asombrado. ¿Me ha elegido de medium, maestro? ¿O prefiere que me denomine intérprete? Déjate de nombres, suelen ser imprecisos y la mayor parte de las veces traidores. Tú escucha, escribiente, y transcribe, le indica el hombre de bronce. El joven se afana ante la voz de la estatua. Escribe que no deseo que nadie me recuerde como un individuo que vivió para las letras, sino que las letras me nutrieron a mí, le cuenta la estatua hombre. Ya me basté yo solo para verme desde individuos diferentes que crecían dentro de mí y acababan cercándome. Incluso muerto, los personajes que reproducían personajes han tomado mi relevo. No sé si por la perduración de los siglos, puesto que probablemente no solo el papel esté sentenciado, sino que también la palabra misma arriesgue su fin. Todos esos otros Yo que salieron de mí y se conjuraron contra mí siguen hablando por el hombre que no da cuenta de existencia alguna, y se reproducen hasta donde otros individuos que les escuchan hacen suyas las ocurrencias que redacté. Las palabras nunca se ciñen exclusivamente al origen sino que se transforman, unas veces adaptándose, otras transgrediendo. También se pierden las palabras, o se esconden, o se dispersan fuera del alcance de los cazadores de palabras. Quien crea que las palabras que una vez fueron expresadas se limitan a las páginas de un libro es como si pretendiera domeñar el aire. El poeta joven permanecía anonadado, sin estar seguro de si estaba transcribiendo correctamente las opiniones de un hombre muerto. ¿Sabe, maestro? Alguien de esta ciudad debió pensar sobre usted: evoquémosle con una imagen que resista el frío y el calor, que transmita quietud y a la vez se le vea absorto, que contenga al hombre que hubo dentro y se exhiba como memoria en una eterna actitud sedentaria de calle. En la nada que habito no me interesan las vanidades, dice el escritor muerto, pues todo es mudable, incluso una estatua. De ello dan testimonio los aconteceres de las pasadas civilizaciones. Sumergido en la liturgia de transcriptor el joven poeta no se da cuenta de que transcurren las lunas y los soles. Que el bronce le ha fundido también a él.  Ignora que hay muertos que pueden con los vivos. ¿Se habrá convertido en un heterónimo más del escritor inexistente?