Puede parecer lo que no es. Ni siquiera un intento. La atracción del vacío es tan antigua como onírica entre los hombres. ¿Cuántos sueños nocturnos no terminan tajantes sino precipitándose el durmiente en un agujero insospechado? Al hombre al borde del pozo se le ve exhausto, pero ¿porque le empuja lo que debe tener detrás en su vida o porque se ha elevado con sumo esfuerzo desde las profundidades hacia su propio rescate? La visión cambia mucho según de donde proceda su actitud. Incluso podría ser un truco del fotógrafo que le hace casi levitar y así dejar más en el aire para el observador la intención del hombre que se asoma al pozo. Pero un pozo no es un agujero cualquiera. Primero, porque tiene fondo, es decir, límite; luego, porque tiene agua, es decir, vida; luego, porque se puede bajar y se puede subir, es decir, posibilidades, esperanza. Un pozo es una brecha controlada. Una creación del hombre para su uso que, a su vez, se torna en metáfora. Y no tendría por qué tener sólo significados negativos. Caer al fondo del pozo...sumergirse en el pozo...precipitarse en la negrura de un pozo...Cuántas expresiones no habrá construido el lenguaje humano para hablar del infortunio de los hombres, de sus desconsuelos, de sus desesperaciones, de sus límites desdichados. Pero, ¿quién no se ha asomado alguna vez a un pozo y se ha quedado hipnotizado por el fondo invisible? ¿Quién no ha gustado de sentarse en el pretil o al borde mismo como prueba iniciática de adolescentes deseosos de comprobarse a sí mismos? ¿Quién no ha sentido curiosidad por saber qué hay -qué se siente, qué se ausenta, qué se prescinde- allá abajo? El símbolo se sobrepone. El poder de trascender a la representación una situación límite, un no va más vital, un agotamiento de la resistencia. Bajar, subir, tal vez dudar. El protagonista de la novela de Haruki Murakami, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, decide bajar a un pozo. La idea se la ha dado el relato que ha escuchado de un superviviente de guerra sobre otra bajada a un pozo durante una exploración de espías en Manchuria en 1937. El protagonista necesita comprobar: huir, meditar, sentir dolor o frío o hambre, perder la noción de tiempo y de espacio, apartarse...Tal vez, como le explica el superviviente...
"...Me ha sorprendido mucho saber que ha bajado a un pozo. Los pozos, como pueden suponer, siguen ejerciendo una fuerte atracción sobre mí. Sería comprensible que, tras aquella funesta experiencia, no soportara la simple visión de uno, pero no es así. Aún ahora, cuando descubro un pozo, me asomo de forma instintiva a su interior. Y si no hay agua, incluso siento deseos de bajar. Tal vez desee el reencuentro con algo. Tengo la esperanza de que, si me meto dentro y espero paciente, tal vez pueda reencontrarme con ese algo. No es que quiera, con ello, recobrar mi vida. Soy demasiado viejo para esperarlo. Lo que deseo es encontrar un sentido a mi vida perdida. ¿Cómo, por qué la he perdido? Quiero descubrirlo por mi mismo. Si pudiera averiguarlo, ni siquiera me importaría perderme más aún. No sólo eso. Desconozco cuántos años me quedan de vida, pero seguiría adelante acarreando sobre mis espaldas el peso de tal revelación."
La prueba. Una reflexión sobre las caídas de cada día. Una inflexión sobre los tiempos perdidos.
(Fotografía de Diego Perrone)
(Fotografía de Diego Perrone)