viernes, 31 de diciembre de 2010
Consultando el I Ching
Mientras en torno mío escucho decir al tendero, al quiosquero o al vecino confiado eso de feliz y venturoso año, yo consulto el I Ching. Miento. Venturoso ya no lo oigo, y cuidado que es bonita esta palabra. Y aunque acostumbrado a ella desde tiempos lejanos, y aun sabiendo más o menos su significado, me da en mirar en el diccionario de la RAE. Para mi sorpresa, compruebo que tiene nada menos que tres acepciones.
venturoso, sa.
1. adj. Que tiene buena suerte.
2. adj. Borrascoso, tempestuoso.
3. adj. Que implica o trae felicidad.
¿Contradictorias? No necesariamente. Acaso se complementan, simplemente. Puedes quedarte con una o con el proceso entero. Por ejemplo, alguien persigue la felicidad, para lo cual tiene que atravesar una fase tempestuosa y puede lograr su objetivo con una suerte favorable. O alguien atraviesa una etapa borrascosa que al concluir con buena suerte le permite obtener felicidad. Bueno, son interpretaciones, un juego de palabras que combinándose propiciarían varias posibilidades. Y entonces me ha parecido que estas designaciones de la Real Academia para el mismo vocablo sonaban a I Ching.
Evidentemente el manual chino ignora el calendario gregoriano, la cultura occidental y moderna y las leyes actuales del mercado, que para eso es más antiguo y acaso más sabio. Aunque seguro que muchos afirman que el I Ching va más allá de todas las tradiciones y actualizaciones culturales y que sirve como el primer día. ¿Lo consultarán los del business is business? Un manual de adivinación, como un oráculo, son siempre sistemas posibilistas que valen para bien y para mal. Aciertos y desaciertos se justifican de todas maneras. Es lo bueno de un sistema abierto, que siempre mantiene su don de verdad magmática aunque la expresión al exterior sean solo cenizas.
Son presunciones mías y no quiero incidir en calificación alguna sobre I Ching. Reconozco que nunca he sabido consultarlo. Y eso que dispongo de una buena edición que me regalaron con cariño. Pero mis resistencias innatas y mi vagancia a indagar un funcionamiento sin maestro alguno en estas artes han impedido, hasta la fecha, tomar en consideración un corpus que tiene mucho de autopreguntas y autorespuestas, sospecho.
De momento, ayer me quedé alelado consultando el mapa de hexagramas. Esa belleza de pictogramas que se parecen pero distan tanto los unos de los otros, rezuma conceptos sobre el universo. No pasé de ahí. Ni siquiera sé si aquello que los dedos señalan significa algo. Qué curioso. No creo en el sistema y sin embargo uno teme que le cuenten. ¿Me pongo en sus manos o simplemente escucho los hexagramas de mi propia mente y de mi propio corazón? Ay, esos pensamientos inducidos del fin de año.
martes, 28 de diciembre de 2010
Expectoraciones
Mientras las gentes de su entorno se felicitan no se sabe bien qué, según las pautas al uso, se felicitan acaso de la felicidad imposible, de pronunciar fácilmente con la boca lo que acaso el corazón no sabe canalizar, él se rebela, el hombre se eclipsa con su otro rostro, piensa en el poder, limitado, alterno y contradictorio, de la palabra emitida, el sonido de nuestros días, una palabra estereotipo, piensa en los arquetipos de conducta con que las gentes se guían, simplemente porque hacerlo es identificarse con el grupo, sentir el calor de la tribu para no sentir la soledad individual, porque las gentes temen la soledad individual, les espanta el ejercicio de enfrentarse a sí mismos, a sujetarse sus diferentes caras, temen contraponerse a todas sus posibilidades, límites y aspiraciones, y en ese miedo por no considerarse a sí mismos no ya una fortaleza, que podrían serlo, sino simplemente un yo personal y sagrado, hacen dejación y se refugian en lo colectivo, y la masa exige siempre contrapartidas, la primera el uso abanderado de los tópicos, de las enseñas repetitivas, las que se formulan con la palabra, aunque se prostituya el concepto, y de las misma manera que algunos tienen necesidad de exhibir sus banderitas de la nación imposible colgadas del retrovisor interior de su coche, otros precisan oír una y mil veces las mismas voces, porque él cree que realmente lo que emiten las gentes no son medidas palabras, vocablos precisos y con respaldo, sino lamentos guturales, voces, a veces gritos, a veces se configura incluso una oleada masiva expedida desde miles de gargantas, y las gentes, o cada individuo de esas gentes en su entrega total, se sienten respaldados cuando disparan sus heil, sus felices, sus olés, sus halas, sus vivas, toda una coreografía de cantos huecos, porque ese simbolismo es vano, no conduce al fortalecimiento de cada ser, sino al rebajamiento de su don íntimo, y de la misma manera que se conceden con necedad al arropamiento de los modelos exhibidos, de la misma forma con que se someten a lo que consideran un poder exterior taumatúrgico, palabras pronunciadas como un solo hombre o delegadas para que cada boquita particular se crea que sale de ella misma, así mismo se vuelcan en las palabras ajadas, desprovistas de racionalidad y de sensatez que se vacían diariamente desde todos los canales de los medios de incomunicación, esas ondas capaces de envolver en la privación más absoluta a cada uno de los seres de este mundo, y no son inútiles del todo las palabras que se repiten en su vaciedad, pueden ser equívocas, falsas o vacuas, pero son muy fructíferas para los fines que se persiguen detrás, ese vivir como si se quisiera ser sujeto y objeto, esa persecución desmedida de la identidad con la mercancía, como si esta saciara las verdaderas apetencias del individuo, y por eso él, el hombre atormentado se ventila y se consolida en su duda cuando lee algo del monje Yoshida, unas reflexiones, que él llamaba ocurrencias, Tsurezuregusa, de hace seiscientos cincuenta años que parece que fueran actuales…
"Van en grupos, como hormigas, unos caminando alocadamente hacia el este y otros hacia el oeste; algunos corren hacia el norte, otros hacia el sur; los hay poderosos, los hay humildes; los hay ancianos y los hay jóvenes; tienen a dónde ir y un hogar al que regresar; al llegar la noche se acuestan, por la mañana se levantan.
Pero ¿por qué toda esta actividad?
Anhelan vivir muchos años y almacenar muchas riquezas. Sus deseos no conocen límite. ¿Qué buscarán cuidando tanto de su salud?
Lo que les espera es la vejez y la muerte, que viene con paso ligero sin detenerse un solo instante.
¿Qué nos podrá contentar mientras la esperamos?
El que vive pensando en las cosas del mundo, no la teme. El que vive ofuscado por los bienes temporales, no se imagina lo próximo que está.
El hombre insensato se apena al pensar que no puede vivir eternamente en este mundo. Desconoce la ley universal de que todo es efímero y perecedero. "
(Composición fotográfica de Michal Macku)
sábado, 25 de diciembre de 2010
Caravinagre
Hoy, que es uno de esos días grandes del año, que decía mi padre, todo el mundo debe estar durmiendo todavía. Ya es sabido que usamos con frecuencia el maximalismo para designar comportamientos de mayoría, incluso de las mayorías exiguas, o para criticar cuando algo no nos gusta: este país, esta economía, esta política, este gobierno, esta oposición, este planeta, esta gente, esta ciudad, etc. , es o está hecha una caca, solemos decir. Por otra parte, somos también injustamente minimalistas cuando valoramos logros personales, éxitos ajenos o simplemente que las cosas colectivas funcionen. Minimalistas ingratos quitando peso, sentido y racionalidad a la luz que hemos ido teniendo en esta sociedad nuestra que procede de un desierto secular. Y es que la tendencia al reduccionismo a la baja o al alza (en este caso sería exageración), es innata en el pueblo español o como se quiera llamar a este conglomerado divertido de moradores de la piel de toro (magnífico Espriu) cuando pensamos con la rabia, el veneno o la ira en lugar de con el análisis y la tolerancia constructivos.
(Uf, cómo me levanto, me voy a parecer al kiliki Caravinagre. Por cierto, kiliki, con tu permiso)
jueves, 23 de diciembre de 2010
Los ojos heterotópicos
Últimamente le invade la sensación de que multitud de ojos le escudriñan. Ojos que ve colocados en distintos espacios y posiciones. Ojos en los aleros de los tejados, ojos en la lluvia que cae, ojos en los bordillos de las aceras, ojos en los árboles, ojos en las esquinas de las calles, ojos en las escaleras de las viviendas, ojos en las espaldas de los viandantes, ojos en las fachadas de los edificios, ojos entre las juntas de los dedos del camarero del bar. Atrás permanecen los dos ojos únicos que contemplan desde cada cuerpo vivo. Hoy se multiplican. Son otros ojos que nacieron de otros cuerpos o tal vez de otras circunstancias. Como dardos puntiagudos sortea sus disparos certeros como puede. Pero siente con nerviosismo los ojos que le acompañan por donde va. Siente que rasgan el aire antes de que a él le acaricie, siente que se adelantan a sus siguientes pasos, que palpan sus pensamientos, que rozan sus intenciones, que desfiguran sus sentimientos, que detienen sus rebeldías, que adivinan sus planes, que abortan sus determinaciones. Distintas miradas para un único fin. Apoderarse de él. Eso piensa con estremecimiento. Algunos ejercen como hechizo sobre su retraída visión, otros establecen simplemente con él un coloquio, otros diferentes lanzan anatemas contra su perfil, incluso hay los que le hacen burla cuando él ha dado la espalda, y otros, en fin, se limitan a inspeccionar la dirección que ha tomado. Estos son los más peligrosos. Parece que no actuaran, pero van tomándose el relevo entre unos y otros cuando él cambia de sentido, cuando echa a correr o toma un taxi. A propósito de este caso, ayer le sucedió algo que le excitó mucho. Dentro del vehículo le acecharon diferentes ojos. Desde la nuca del conductor, desde el vidrio de la ventanilla, desde el retrovisor, desde la alfombrilla del piso. Tuvo que indicar al taxista que se detuviera antes del destino previsto. Pero incluso cuando bajó del coche no pudo despojarse de aquellos ojos que se propagaban desde todos los ángulos. Aunque ya se iba acostumbrando, no sin inquietud y agitación, pensó que al menos se hallaría seguro en la cama, por la noche. Al apagar la luz del cuarto creyó ver homogénea la oscuridad. Nunca le habían molestado los espacios oscuros ni había sentido temor. Pero en los rincones apartados de la habitación, en el techo o encima de la silla donde deja la ropa o en los dinteles de la puerta, aparecieron pequeños puntos de siniestra luminosidad. Al darse la vuelta sobre la cama se asustó cuando desde la mesilla, a escasa distancia, le contemplaban unos ojos gigantescos. Alargó a mano, tocó el vidrio de sus lentes de miope y se sintió reconfortado. Se estaba haciendo de tal manera a los ojos que se desplazaban en torno suyo, que empezaba a despreocuparse. Y él sabía que de ahí a bajar la guardia no había apenas un paso. Sólo sintió turbación al rato de quedarse dormido. Al principio los sueños, aunque confusos y caprichosos, le parecieron habituales. Ya se sabe, esa perturbación ordinaria de situaciones, objetos y recuerdos que solo está permitida mientras se duerme. Pero a medida que fue cayendo en otros planos de más profundo arrobamiento sintió que sobrevolaban sobre él cientos de ojos gigantes que se desplazaban transversalmente. Ojos turbios, ennegrecidos, biliosos, que se entrecruzaban y descendían contra su pecho, como si fueran a picotearle y devorarle entero. Cuando se levantó por la mañana le llegó un olor demasiado puro del rocío. Ante el espejo, al quitarse la camiseta, advirtió su torso lleno de arañazos, sangre salpicada y ya seca. La ansiedad y el aturdimiento se cebaron en él. Luego desayunó y dejó pasar más tiempo. Durante un rato su casa parecía liberada de toda clase de ojos heterotópicos. A medida que transcurrió alguna hora más la precaución inicial se hizo confiada tranquilidad. Tenía que preparar la clase del día y tomó uno de los libros de consulta para aclarar algunos conceptos a sus alumnos. Fue en ese momento cuando leyó aquel extraño texto:
En el libro Hariwansha hay una invocación al dios Shiva en estos términos: “Te adoro, padre de este universo que tú recorres por invisibles caminos, dios terrible de millones de ojos, de las cien armaduras. Yo te imploro, ser tan diverso de aspectos, a veces perfecto y justo, a veces falso e injusto. Protégeme, único dios escoltado por animales salvajes, tú que eres también la voluntad y el pasado y el porvenir, que debes tu nacimiento sólo a ti mismo. ¡Oh, Esencia universal!”.
No supo qué pensar. Mientras meditaba absorto se seguía acariciando las infinitas líneas trazadas durante la noche misteriosamente sobre su cuerpo.
martes, 21 de diciembre de 2010
Comunicado nº 2
Sabemos que hoy es solsticio (a las 23,39 en vuestro huso horario convencional) Y que hoy tiene lugar un eclipse de luna. Dos acontecimientos. ¿Por qué se dice en vuestras agrupaciones vivientes que son solamente dos fenómenos? De algo tan grande que los humanos no perciben todos los días se hace algo menor. Son fenómenos, pero son además sucesos importantes. Que los seres demediados tengamos que recordároslo da la medida de vuestros olvidos y, también, de vuestras ingratitudes. Lo grande es grande, sobre todo cuando se trata de comportamientos de la naturaleza. ¿Por qué los humanos los ignoráis? ¿Por qué los humanos devenidos en masas reducís en vuestra conciencia el valor del universo? Por más que os empeñéis en ignorar las dimensiones que os cubren, hay otras manifestaciones que no podéis controlar pero que deberíais reconocer. Y el universo y vuestro planeta están repletos de ellas. Os anegáis en vuestras propias ciénagas y no os dais cuenta. No veis más allá de vuestras maneras de vivir ni os sensibilizáis con otras formas que no sean esos mundos limitados e insignificantes de disfrute, de huída y de posesión donde fermentáis cuando no, más bien, os pudrís. Escapados a la identificación con el mundo amplio al que os seguís debiendo, no dudáis en vivir a su espalda. Y cuando ese mundo se manifiesta ante vuestros ojos como un don único y extraordinario, apenas le prestáis atención. No todos los hombres obran de esta manera. Antiguamente vuestros antecesores daban otro valor al cielo, a la tierra y al suceso imprevisto. Supieron de los cambios recurrentes. Se dejaron gobernar por ellos. Observaron y respetaron. Y a este ciclo que comienza en este lugar le pusieron un nombre y comprobaron que se reiniciaba una etapa. La vida volvía a engendrarse, lenta y callada, para ofrecer sus frutos más adelante. Hoy solo estáis pendientes del hecho mercantil, del tacto de los objetos, del sueño de lo improbable. El solsticio se ha borrado de vuestras mentes, pero él, no el nombre, no la mera caracterización que se le adjudica, no el valor con que fue estimado, sino su sentido profundo sigue existiendo obréis como obréis. Los hombres habéis desviado con ideas y mentalidades efímeras el significado profundo del tiempo de cambio y del momento de renacer. Os habéis apropiado de lo que no podéis poseer inventando tradiciones, costumbres y valores cuestionables que más que perpetuar el entendimiento del don os aleja de él. Los seres demediados, viajeros de paso a vuestro mundo de inconsciencia, advertimos del riesgo que supone para vuestra especie perder la identidad que os vinculaba. El mundo no existe solo en vuestras dotaciones, en la impedimenta con que os movéis y en los bienes en los que os volcáis haciéndolos objetivo fundamental de vuestras vidas. Como el sentido de culto generoso que habíais poseído desde antiguo no es borrable, decidisteis fundamentar un ídolo nuevo al que adorar en cada día y en cada actitud. Y esa adoración que, en otra estancia de vuestra temporalidad tendría un sentido simbólico, os engulle, os gobierna, os devalúa. Desde nuestra visión particular lo vemos con más claridad que vosotros mismos. Pero no temáis, porque nuestras advertencias no son de condena, por muy acres que os parezcan, ni de desalojo, ni de destrucción. Disponéis de medios como jamás los habíais tenido en otras épocas. Simplemente se trata de que veáis en ellos un afinamiento de los primeros recursos con los que vuestra especie se dotó en el origen de todo. Una posibilidad de adaptación al universo con perspectivas para la vida en su amplio concepto. Solsticio no es una palabra sin más. Es una clave. Pronunciadla por encima de todas vuestras vestimentas ideológicas y falsarias. Actuad con ella en la mano.
(Obra de May Criado)
viernes, 17 de diciembre de 2010
Aforismos del solsticio
Hay tantos géneros de libros como especies arbóreas. No en vano los unos vienen con la apariencia de las otras. Y a su vez existen subespecies, categorías y familias. En todos encuentra, en mayor o menor cantidad, alguna sustancia con la que curarse de la vida cotidiana.
Queda atrás el tiempo perdido de lectura. Doblemente perdido. Por no haber sido utilizado como ahora percibe que le hubiera gustado utilizar. Y por haber transcurrido irreversible y traicioneramente. Perder siempre es un verbo que compromete la voluntad. Pero sobre todo compromete la capacidad, que también se pierde.
No aprendió a leer cuando juntó vocales y consonantes, ni cuando pronunció los primeros fonemas, ni cuando fue conjugando las formas más sencillas de los verbos, ni cuando estableció frases con una sintaxis que se entendía. Aprendió a leer cuando más allá del texto disfrutó la textura. Aprendió a leer cuando se dio cuenta de que imaginaba lo leído.
Algunos de los libros que más le han sorprendido (considera a la sorpresa pareja del descubrimiento) llegaron a su vida por abandono. Libros que habían yacido a lo largo de años en estantes de librerías, sin que nadie los reclamase. Allí encontró cosas de Canetti, de Bernhard, de Bufalino, de Zweig, de Joseph Roth, de Consolo, de Perutz, de Holan, de Anise Koltz, de Oguzcan, de Desnos. Tanto le agradaron que desde hace tiempo considera que el destino de una lectura satisfactoria proviene del olvido.
Tanto le agradaron, dice, que podría describir perfectamente en la librería de qué ciudad y bajo qué circunstancias alcanzó a hacerse con esos hallazgos. Prefiere no ejercitar la memoria porque siempre hay otros recuerdos colaterales gravosos que preferiría no volcar desde su sensible disco duro.
Tampoco nadie le había hablado de las obras con que se iba encontrado entre las manos. ¿De dónde salían aquellos autores? ¿Cuándo y en qué territorios habían escrito y descrito tanta belleza? Que aquellos libros polvorientos y sucios permanecieran en los anaqueles de la tienda, ¿era sinónimo de que eran malos textos o de que se trataba, como el gran vino, de un reserva?
Probablemente en aquellas lejanas fechas eran libros bárbaros. Libros desconocidos, libros de los otros, libros que no encajaban en la mentalidad de las modas y en los tirones de las grandes ventas. Le atrae aquello que nadie menciona. Le fascina lo que nadie recaba. Lo suyo es la pasión por al anonimato de facto.
Abre al azar una página cualquiera de un libro. Si lee tres o cuatro líneas y le suscitan expectación, vuelve a abrir el libro por otra página diferente. Si aquí la prueba se reafirma, va al final del libro y lee las últimas líneas. Necesita tener la sensación de que no hay final para hacerse definitivamente con el libro. Puede perdonar el comienzo, el cual no le urge nunca; pero el final siempre tiene que dejarle embobado y sin saciar. Le gusta arriesgarse. El cortejo vendrá después.
jueves, 16 de diciembre de 2010
Por qué un albañil
lunes, 13 de diciembre de 2010
Sin bondad ni blandura
A pocos días del gran evento anual de mercado, he recordado un viejo artículo de Pasolini sobre las Navidades y, buscando buscando el libro donde aparece, he dado de nuevo con él. Han pasado 41 años desde que se publicara en la revista italiana Tempo, exactamente en el primer número del año 1969. Pasolini escribía en dicho medio una columna titulada El Caos, donde daba rienda suelta a todas las preocupaciones que la nueva fase del capitalismo italiano suscitaba en él. Y naturalmente, criticaba y diseccionaba con acritud todo tipo de reacciones adjuntas, paralelas o laterales que iba a acompañar un proceso de efervescencia social y política que él vio venir con harta clarividencia. Pero a la vez traslucía sus propias inquietudes, cuestionaba sus viejas militancias y dejaba al descubierto sus rabias. Pasolini siempre fue un hombre que se mostraba a carne abierta. Así le fue. Por una vez retengo mi opinión sobre el gran ídolo llamado Navidad. Pasolini lo expresa mejor y tiene plena vigencia su crítica. Otro día hablaremos del sosticio.
"Hace ya tres años que hago lo posible por no estar en Italia durante las Navidades. Lo hago adrede, con saña, desesperado ante la idea de no conseguirlo; aceptando incluso una sobrecarga de trabajo, aceptando la renuncia de cualquier modalidad de vacación, de interrupción, de descanso.
No tengo fuerzas para explicar exhaustivamente el porqué al lector de Tempo. Esto extrañaría la concesión de la violencia de lo novedoso a viejos sentimientos. Es decir, una prueba “estilística” sólo superable mediante la inspiración poética. Que no viene cuando se quiere. Es un tipo de realidad que pertenece al viejo mundo, al mundo de la Navidad religiosa: y responde todavía a su vieja definición.
Sé perfectamente que incluso cuando yo era niño las fiestas navideñas eran una idiotez: un desafío de la Producción a Dios. Sin embargo, por entonces yo estaba todavía sumido en el mundo “campesino”, en una misteriosa provincia situada entre los Alpes y el mar o en cualquier pequeña ciudad provinciana (como Cremona o Scandiano). Había hilo directo con Jerusalem. El capitalismo no había “cubierto” aún totalmente el mundo campesino del que extraía su moralismo y en el que, por lo demás, seguía basando sus chantajes: Dios, Patria, Familia. Estos chantajes eran posiblesporque correspondían, negativamente, en tanto que cinismo, a una realidad: la realidad del mundo religioso que había sobrevivido.
En la actualidad, el nuevo capitalismo no tiene ninguna necesidad de este tipo de chantaje, como no sea en sus márgenes o en los islotes supervivientes o en las costumbres (que se van perdiendo). Para el nuevo capitalismo es indiferente que se crea en Dios, en la Patria o en la Familia. De hecho ha creado su propio mito autónomo: el Bienestar. Y su tipo humano no es el hombre religioso o el hombre de bien, sino el consumidor que se siente feliz de serlo.
Cuando yo era niño, pues, la relación entre Capital y Religión (en los días navideños) era espantosa, pero real. Hoy en día, dicha relación ya no tiene razón de ser. Es un absurdo absoluto. Y es posible que sea este absurdo lo que me angustie y me obligue a huir (a países mahometanos) La Iglesia (cuando yo era niño, bajo el fascismo) estaba sometida al Capital: éste le utilizaba, y ella se había convertido en instrumento del poder. Había regalado a las grandes industrias un niño entre un asno y un buey. Además, ¿no desfilaba bajo las banderas de Mussolini, de Hitler, de Franco, de Salazar? Hoy en día, sin embargo, la Iglesia me parece, en cierto sentido, más sometida que antes al Capital. Antes, en realidad, la Iglesia se salvaba por ese poco de autenticidad que había en el mundo preindustrial y campesino (en ese poco de artesanía que permanecía en las viejas industrias); ahora, en cambio, no hay contrapartida. Ni siquiera puede decir que a su vez utilice al Capital: porque, de hecho, el Capital utiliza a la Iglesia únicamente por costumbre, para evitar guerras religiosas, por comodidad. La Iglesia ya no le sirve. Si ésta no existiese, aquel no la echaría de menos. Sin embargo, en casos por el estilo, la utilización debe ser recíproca para que sea útil a ambas partes. En este punto la Iglesia debería distinguir, por ello mismo, las fiestas propias (si, aunque sea anticuadamente, aún las tiene) de las del Consumo. Debería diferenciar, por decirlo pronto y bien, las hostias de los turrones. Este embrassons-nous entre Religión y Producción es terrible. Y, de hecho, lo que de aquí se deriva es intolerable a la vista y a los demás sentidos.
A decir verdad, es innegable, la Navidad es una antigua fiesta pagana (el nacimiento del sol) y como tal era originariamente alegre: es posible que esta alegría ancestral aún tenga necesidad de manifestarse, periódicamente, en un hombre que va a roturar el Sáhara con monstruos mecánicos. Pero en ese caso que la fiesta pagana se vuelva pagana: que la sustitución de la naturaleza natural por la naturaleza industrial sea completa, incluso en las fiestas. Y que la Iglesia se distancie de aquella. Ya no puede jugar a la rusticidad y a la ignorancia: no puede fingir que no sabe que la fiesta navideña no es ni más ni menos que una antigua fiesta celebrada in pagis (“en el campo”), pagana, y que la mezcolanza es arcaica y medieval. La tradición de los belenes y los árboles navideños ha de abolirla una Iglesia que de verdad quiera sobrevivir en el mundo moderno. Y no esto no lo saben sólo los curas excéntricos, progresistas y cultos.
Como fiesta pagana-neocapitalista, Navidad siempre será terrible. Es un ersatz (“sustituto”) –con week-end y solemnidades afines- de la guerra. En tales días brota una psicosis indefectiblemente bélica. La agresividad individual se multiplica. Aumenta vertiginosamente el número de muertos. Es una verdadera barbarie. Se dice: muchos Vietnam. Pero los muchos Vietnam ya están aquí. Ni más ni menos que en estas celebraciones festivas en que la fiesta es la interrupción del acostumbramiento al lucro, a la alienación, al código, a la falsa idea de sí: cosas todas que nacen del famoso trabajo que ha quedado reducido a lo que ensalzaban los carteles de los campos de concentración hitlerianos. De esta interrupción nace una libertad falsa en que estalla un primitivo instinto de afirmación. Y se afirma agresivamente, gracias a una feroz competencia, haciendo las cosas más mediocres de la manera más mediocre.
Sí, es espantoso el comentario que acabo de hacer de la Navidad. Y sin ninguna excepción que hacer. Ninguna bondad. Ninguna blandura. Las cosas son así. Es inútil ocultarlo, aunque sea un poco."
domingo, 12 de diciembre de 2010
La caída de los dioses
Hoy se me ha roto uno de mis dioses. No recuerdo si vino de Quíos, de Lesbos o de Éfeso. Pero seguro que de alguna lejana excavación. De momento he quebrado yo también un poco. Pasa cuando se daña o se pierde alguno de estos objetos que traen recuerdos y a los que has contemplado miles de veces. Había pensado en volver a unir los trozos. No es difícil. Mis amigos restauradores hacen virguerías con las causas antiguas. Quedaría impecable y es probable que incluso recuperase su tonalidad original, si accedo a que le quiten la pátina. Ahora que tengo la antigüedad en la mano pienso en lo frágiles que han acabado resultando los dioses. Un simple exvoto de barro me invita a pensar en su materia. ¿De verdad necesitaba el gesto de la rotura física de una representación para meditar sobre lo quebradizo de las teogonías? No, pero la comparación se prestaba a ello. Las roturas cotidianas tienen también su sentido y su don de la oportunidad. Cuando he tratado de casar los pedazos me ha asaltado una duda. ¿Y si en lugar de la imagen de un dios se tratase del retrato de un filósofo? No lo había pensado antes. Su rostro armonioso y mayestático me hizo creer siempre que era un dios. O yo quería que lo fuera. Pero ahora que lo veo tan bipolar y separado de sí mismo, en el fondo un don nadie entre mis dedos, me recuerda la efigie de un pensador cejijunto. Acaso la caída ha sido una señal para descubrir que lo que tenía en el anaquel de los libros no era tanto la exaltación del Olimpo como la confirmación del Lógos. No es trivial el tema. Levantar la indagación lógica frente al mundo de los mitos fue la segunda gran aportación de la cultura griega. Mientras que los mitos existían por doquier en todas las culturas, el pensamiento elaborado, sistemático y con efectos en la vida de los ciudadanos fue un producto griego, madurado y exportado por el helenismo a diestra y siniestra del mapa de su tiempo. ¡Un filósofo, nada menos! Tenía un filósofo en casa y yo sin enterarme. Muertos todos los dioses, hete aquí que tengo al menos el recuerdo gráfico de algún presocrático. Pero, ¿y si fuera el mismísimo Sócrates? ¿Acaso Platón? No quiero pensar ya en que se tratase del todopoderoso Aristóteles. Qué nervios. ¿Corro a reagrupar las piezas? No. No. Se va a quedar así la máscara. Aquellos filósofos también están muertos. De ellos queda el humo. Y un rastro de utilización maniquea por parte de nuevas religiones salvadoras que hasta el siglo dieciocho no recibieron la puntilla. Dios o filósofo, el relieve se va a quedar tirado en un cajón. Castigado.
viernes, 10 de diciembre de 2010
Trágala perro
Bien, se dirá: desde el principio de los tiempos los hombres han obrado bastante arteramente. Nada nuevo bajo el sol. Cierto. Y los hombres de gobierno además lo han hecho multiplicado por mil. Los hombres de gobierno han obrado con alevosía, cálculo y medios. Han puesto en marcha picardías, tretas, presiones, sobornos, pillerías, cohechos, falsas o verdaderas promesas, felonías, tortura, aniquilaciones. Todo para obtener información que les permitiera conseguir oscuros fines. Información obtenida no ya sin ética alguna, condenada ésta a las tinieblas exteriores desde lejanos tiempos, sino con desprecio, humillación y calumnia. Fines para cuyo logro no han reparado en dineros, influencias o perjuicio físico de personas y naciones.
Se sospechaba. Los historiadores, a través de análisis de la documentación de épocas pasadas, lo habían comprobado, pero apenas lo sabían ellos y no de manera fresca. Pero verlo en directo, y a disposición de toda la humanidad que quiera enterarse casi en lo que llaman ahora tiempo real, eso es lo novedoso. Y toda esa antigua práctica retorcida, sucia y maloliente es lo que está saliendo a relucir con la filtración por parte de Assange y Wikileaks de los cables entre embajadas de los Estados Unidos de América y sus gobiernos súbditos por todo el globo terráqueo.
El destape de la olla -cuánto olía a podrido en Dinamarca, eh, príncipe Hamlet, ¿verdad?- proporciona no tanto una serie de informaciones que para sus emisores y receptores ya están asimiladas hace tiempo, sino una muestra espléndida para la consideración cívica. Por ejemplo, hasta el más despreciado ciudadano puede preguntarse: ¿qué tipo de trileros están dirigiendo el planeta en todas las naciones, en todos los foros mundiales, en las grandes empresas y en los fondos financieros y monetarios que cortan el bacalao y la sardina? Todos estos personajes que extorsionan y se chantajean, que se compran y venden, que arriesgan las vidas de humanos y la estabilidad de los países para lograr sus proyectos hegemónicos y obtener más beneficios en sus contabilidades ¿son los que luego exigen esfuerzos, sacrificios y paciencia a los habitantes del planeta? ¿Ellos son los modelos de perfección? ¿Cómo podemos estar en manos de esa gente? Y, sin embargo, ahí siguen, y todos los días se levantan diciendo a la humanidad: trágala perro.
De momento, la cacería se ha iniciado y van a por el mensajero que ha traído y llevado las noticias de cuanto los hombres de gobierno han practicado nefastamente. Pienso entonces en los versos de César Vallejo y me estremezco, no sin ira:
Y si después de tantas palabras,
jueves, 9 de diciembre de 2010
Geometrías invariables, 8
(Fotografía de una obra de Bill Viola)
miércoles, 8 de diciembre de 2010
Geometrías invariables, 7
(Montaje de Bill Viola)
martes, 7 de diciembre de 2010
Geometrías invariables, 6
sospecha que a veces le hastían las palabras, y se pregunta que de dónde le ha venido ese fervor por la palabra, supone que de lejos, de cuando ellas eran considerablemente reducidas, pero también muy precisas, de cuando a veces en el entorno de él se entendía más con aquello que no se hablaba o con la escasez de lo que se decía que con la catarata huera a que se ha llegado más tarde, y ese interés por las palabras no lo tuvo siempre, porque para interesarse por ellas debió primero considerarlas suyas, y antes de llevarlas bajo su piel las palabras que llegaban a él no eran elegidas, se le imponían, tal vez ese regusto más reciente por las palabras proceda de cuando las palabras como las pinturas japonesas fueran flotantes, y las palabras aún lo son, cuesta capturarlas y degustarlas, pero cuando se logra hay un deleite visual, sí, las palabras se pueden ver, oler, palpar, desencadenan una oleada de sensaciones, y todo ello proporciona un placer nada fácil de describir, un estado que no se transmite acaso, pues todo lo sensorial aunque se puede participar no se siente por el que tiene al lado, se siente o se comprende por desplegarse dentro de uno mismo, pero a veces las palabras no van más allá del estereotipo, de lo que la gente repite, porque la gente no habla prácticamente, no dice nada nuevo prácticamente, la gente habla excepcionalmente, cuando no tiene más remedio, y le cuesta, le cuesta mantener un criterio, porque el triunfo de las palabras es que se pueda exponer con ellas un criterio, y si puede generar un discernimiento pues mejor, y no habla toda la gente ni lo hace sobre todos los asuntos ni comenta sobre una cuarta parte de los temas, sino que más bien la gente delega, entrega la opinión a los que saben, como oía con frecuencia él en su niñez, pero ahora no se sabe bien quién sabe de verdad, no son fiables los que parece que saben, desde luego no son nada seguros los que viven de la palabra, los que negocian y montan mecanismos productivos y comerciales con la palabra, y ordinariamente estos son los más atendidos por la gente, y menos respetables resultan en tantas ocasiones aquellos que abusan de la palabra para dirigir el destino de una sociedad o pretender dirigirla si aún no lo consiguen pero lo pretenden, porque ponen en juego una palabra vana, una palabra que se descalifica de un día a otro con la opuesta o, lo que es peor, que queda desvirtuada por hechos sobre los que se había dicho previamente algo diferente, y esto desconcierta, y no sólo a la gente sobre esos hechos, la desconcierta sobre el supuesto valor de mantener y utilizar las palabras como herramientas, y ni mencionar a los que han tratado tradicionalmente de configurar la mente conforme a su ideología y a su moral basadas en dogmas, aprovechando connivencias de poder, a estos ni los considera ya, no lo hace de momento porque cree que han perdido predicamento, pero como son camaleónicos siempre hay que estar vigilantes con ellos, él siempre observó que como mucho los individuos se comunican unos con otros con signos prefijados, y de ahí que él se rebele, la gente pone en circulación coloquios nada novedosos que igual podrían aplicarse de unos temas a otros, que igual ya se decían hace años y es como si no se hubieran modificado las circunstancias en que se vive, como si el tiempo transcurrido no lo hubiera hecho, discursos que no conducen a ninguna indagación y que él podría evitar escucharlos, que de hecho se aparta lo que puede de ellos, no es que ya huya de lo que se dice en las vías mediáticas, sino de lo que oye en su proximidad, en el mercado, en la calle, en los bares, y es por esa razón, por esa retracción que va practicando por la que frecuenta cada vez en menor grado ciertos lugares, aunque no pueda quitarse de en medio siempre la charla más o menos frecuente de los individuos, por aquello de que la convivencia impone sus regulaciones, y quiera o no éstas se encuentran al borde de cada perfil de vínculos y de relaciones, él siempre ha vivido en una flotación de las palabras, desde los primeros entendimientos, y ha empapado sus sentimientos de esa propiedad, de ahí que cuando se siente harto de las palabras duda también de las suyas, duda de si sus palabras son acogidas por los destinatarios, y si debería renunciar y volver al balbuceo
(Fotografía de Dieter Appelt)
jueves, 2 de diciembre de 2010
Geometrías invariables, 5
(Imagen de Bill Viola)
miércoles, 1 de diciembre de 2010
Geometrías invariables, 4
(Fotografía de Daido Moriyama)
martes, 30 de noviembre de 2010
Geometrías invariables, 3
(Pintura de Xabier Morrás)
sábado, 27 de noviembre de 2010
Geometrías invariables, 2
entiende los exabruptos del poeta, los exabruptos son siempre expresiones reflejas, suelen decir mucho aunque suenen mal, aunque haya excesivo contenido visceral en ellos, y eso no está bien visto por las reglas medias del juego social, los oyentes no quieren escuchar las frase tónicas, sólo aceptan los exabruptos si proceden de los personajes, porque los personajes son siempre una recreación, pero no se acepta fácilmente, en cambio, que las frases fuertes procedan de individuos como cualquiera de ellos, los personajes siempre se sitúan más lejos, y sorprendentemente, sin embargo, siempre hay una identificación en la distancia, una especie de observación modélica, a muchos individuos de nuestro entorno les pasa, gustan de tomar como referencia a los personajes, proyectan en ellos lo que les falta o sitúan un alcance donde no llegan, e intentan recibir de vuelta la fantasía de una suerte de logro, no importa cuál sea la forma que ese supuesto logro revista, basta con creer por un tiempo en que es posible obtener lo que no se tiene, así se opera como una especie de bumerán que retorna al lanzador de los miles de lanzadores de la tribu, porque la pieza cobrada no es luego tangible, eso es lo que pretenden muchos de nuestros socios tribales, ser alguien a través de los ejemplos ilustrativos, ruidosos, aceptados por el conjunto de la vaciedad colectiva, nada nuevo por lo tanto, siempre los héroes fueron la referencia recurrente de los humanos rebajados interminablemente en su condición, pero ahora los héroes ocultan su rostro tradicionalmente épico con otros rostros acordes a lo átono que rige en la tribu, no es que esos modelos actuales estén carentes de violencia o de simbología de poder o de muestra de posesión de bienes, es que la ofrecen de modo sibilino a quienes no tienen nada, se requiere por lo tanto lo sibilino, lo encubierto para que modelo y miembro de la tribu se guiñen, se seduzcan, en un intercambio donde sujeto y objeto es sólo uno, el individuo tribal que debe entrar en el juego mercantil hasta las últimas circunstancias exigibles, hasta lo exhaustividad, y es por eso que a él le han gustado tanto estos versos y otros versos de Luca, el poeta suicida, uno más de los poetas suicidas, hay tantos que casi podría decirse que es una consagración exigida para un poeta ese acontecimiento supuestamente decidido de quitarse la vida, solo que de Luca el mérito reside en que se mató de una vez por todas a la quinta tentativa, trato de suicidarme, dijo, escribió, conteniendo voluntariamente la respiración, eso dejó en su último poema, creo, y luego fue la mano del Sena la que le permitió cumplir su último deseo, voraz y turbulenta especie de regresión al origen, y son esos y más versos que desarbolan la experiencia de vida y dolor asociadas en el poeta los que a él le deslumbran, sobre los que se para y vuelve con lecturas consecutivas, desiguales, y en cada nuevo pase por los poemas, en cada descenso lento y siempre más profundo, él se ve tocado de algún modo, tal vez se trate del método, tal vez sea el desparpajo blasfemo con que el poeta lacera su vida, o acaso la vorágine conceptual que es reflejo del poeta, así como es reflejo de él la agitación cotidiana que de manera callada le demuele, con harto arañazo, con fuertes vaivenes, y esa lucha de conceptos buscan el cauce de las palabras no para adornarlos sino para hacer viable un desentrañamiento que le diga algo más sobre sí mismo
(Fotografía de una composición visual de Bill Viola)
viernes, 26 de noviembre de 2010
Geometrías invariables
cómo se puede soportar
este destino de presidiario
y cómo es posible
que el número de desesperados
de suicidas y de asesinos
sea tan escaso
dejó colocado el dedo en aquella página mientras paseaba la mirada por el fondo perdido de la habitación, volvió a leer el texto, el poeta lo estaba diciendo con una claridad sólo apta para los que quieren obtener interpretaciones, estaba sugiriendo lo que él pensaba pero no se atrevía a decir en voz alta, ese tipo de cosas que suelen soltarse a bulto en una conversación álgida, más bien en un intercambio de frases lapidarias, simple desahogo, cuando uno no alcanza a acertar con un argumento, cuando uno no sabe ya dónde están las claves de los procedimientos que se le ocultan pero que gravitan sobre él, ese tipo de expresiones desairadas y locas que no sirven para nada, de las que normalmente el emisor se arrepiente a continuación porque cree que puede estar provocando o jugándose una actuación judicial contra él, pero Luca el poeta podía refrendar su hastío desde la impresión de unas páginas, podía ratificarse y quedarse tan a gusto, no tanto porque aquello estuviera escrito hace algún tiempo, sino porque el autor estaba muerto, y a los muertos se les suele dispensar de una querella en toda regla, a los muertos se les persigue de otras maneras, por ejemplo, podría acontecer, como mucho, que en algún momento alguna autoridad inquisitorial decidiera prohibir su obra, o ser relegado al olvido, como si el olvido pudiera ser ejecutado por decisión legal y no por la falta de interés de los lectores, pero a los muertos no hay quién les conduzca ante un juez, incluso los jueces de la moral lo tienen difícil, y eso que con quienes más se atreven de ordinario esos clérigos del recto camino es con los muertos, también se empeñan en perseguir a los vivos, pero la fuerza que poseen ahora para intentarlo está mermada, su influencia reducida pero manteniendo niveles de infiltración considerables, a veces se reservan sus venganzas para pequeñas capillas tribales, pero esos perseguidores morales no pueden alcanzar los fines de antaño en nuestra cultura, fines que acababan de ordinario con la muerte en vida y con la muerte definitiva, modalidades de muerte refinadas, agudas y extremas que pusieron en circulación a lo largo de toda la historia de nuestra civilización y, naturalmente, ya sé que planteándolo así es dejar incompleto el panorama de los perseguidores, porque hay otros disciplinados que acechan en otras religiones, en otras corrientes de represión moral, y bien que empezamos a saberlo en nuestro rincón medianamente ilustrado, porque nos llegan ecos, más bien informaciones, o peor, noticias, la noticia es siempre una información demediada, incompleta, incluso no comprobada, la noticia es lo que da vida empresarial a un medio de comunicación, es decir, negocio, pasar de la noticia a la información es ya más escaso, y la información se queda normalmente en unos límites que no interesa traspasar, y entonces el lector tiene que arreglárselas para informarse de otras maneras o simplemente permanecer en la sospecha, él sospecha que cuanto tiene lugar en su entorno no le es alcanzado comprender, y entonces se plantea el mundo de las relaciones humanas como geometrías, oscuros intereses que se mueven circularmente, detentadores de control sobre esos intereses que se ubican en un vértice cuya altura y proyección no puede medir, individuos afectados que permanecen en lo transversal, o simplemente en lo lateral, como el mismo, y esa visión geométrica tiene mucho de sensaciones, y las sensaciones conducen a desasosiegos, como el suyo, a digresiones, como las suyas, a invocaciones nerviosas como las pregonadas por el poeta Luca, y que él entiende tan bien
(Fotografía de una obra-video de Bill Viola)
sábado, 20 de noviembre de 2010
Yama-uba y Kintarô
Kintarô amaneció a la vida y pronto lo hizo en soledad. La Tierra era tan grande para él como peligrosa. Muchos otros niños se habían encontrado al nacer en situación de orfandad y abandono semejantes, pero no sobrevivieron a la prueba. Vivir es la prueba, la única, pero Kintarô no lo sabía todavía. Hay seres tocados por la bondad del azar. Los bosques y los ribazos de los ríos no son sólo los espacios de riesgo, sino también los de la supervivencia. Yama-uba, la vieja bruja, habitaba en ellos. Yama-uba era sensible a todo ser desvalido que se encontrara por los caminos, fueran animales o humanos. Con frecuencia los acogía y les ayudaba. Su imagen física desgreñada no ocultaba los rasgos evidentes de la dulzura. La belleza dispone caminos inadvertidos a una mirada superficial. Y los consolida. Kintarô no era ningún niño enclenque. Su robustez manifestaba las ganas de vivir. La energía que emanaba de él fue reconocida rápidamente por la anciana. Ella tomó al niño entre sus brazos y le nutrió con sus pechos cargados de esencia de vida. Le dio abrigo en su cueva, le mostró el entorno, le enseñó los primeros pasos. Ambos tenían un destino, acaso el mismo. Su vínculo se fue fortaleciendo. En aquella relación de causa a efecto se alimentaban mutuamente en la ternura. Más allá, la función de la existencia preveía un horizonte de misiones diferentes. Yama-uba, protectora, tenía momentos en que se disolvía entre los vegetales y las aguas. Los utilizaba para transformar y hacer perenne su propia existencia. Kintarô probaba y se reforzaba tanto con cada fruto de la tierra como con cada comprobación paulatina de su fuerza y de su inteligencia. Ambos subían a la montaña, descendían por los vericuetos más inextricables, se bañaban en los ríos y prospectaban cada palmo del suelo que pisaban. Se reconocían en otras especies y hablaban con ellas. Yama-uba, por su edad y su experiencia, sabía más. El niño aprendía velozmente, pero a su vez ella aprendía de Kintarô. Porque lo nuevo siempre enseña a lo anterior. Y quien lo acepta sabe que nunca envejece en su corazón. El destino de Kintarô iba a ser otro. La bruja le había enseñado, sí, pero también sabía que el hijo adoptivo -¿no son todos los seres de este mundo seres adoptados por la naturaleza?- crecería y su destino tenía que afrontarlo solo y con decisión y valor. Kitarô se hizo mayor. Su robustez inicial se transformó en corpulencia y, sobre todo, en sabiduría. La inteligencia es la forma más cualificada de la fortaleza interior. Y Kintarô comprobaba que su entrega a los actos del futuro eran la garantía de transformación del mundo circundante. Yama-uba y Kintarô nunca dejaron de estar unidos. No podía ser de otra manera. Dos personas distintas permanecían distantes físicamente, en tiempo y espacio, pero en ellos latía una confluencia de origen invencible. Aquella maternidad inicial de hecho recorría sus espíritus con el fuego de una entraña vivificadora de la que no podrían desprenderse jamás.
(Pintura de Kitagawa Utamaro)
jueves, 18 de noviembre de 2010
Más matices
martes, 16 de noviembre de 2010
Aforismo frontal (efímero)
Miraba a los lados y le parecía que se le indicaban direcciones obligatorias. Miraba tan obsesivamente la calzada que no se atrevía a pasar. Miraba las figuras y le estremecían su rigidez. Observaba las rayas y se establecían funestas analogías en su mente. Tanto contempló los laterales que se olvidó del horizonte. Permaneció con la mirada tan fija en el suelo que sólo sentía la aspereza del asfalto. Lamentó la herida abierta de la miopía. A punto estuvo de darse la vuelta. Al fin, cayó en la cuenta. Alguien no quería que cruzara la calle. Entonces se preguntó: ¿por qué no me propondrán mirar de frente? ¿Por qué quieren que evite mirar donde tengo que mirar? Elevó la cabeza, buscó el vértice al otro lado, puso el pie sobre las bandas de cebra y arrancó. Al otro lado le esperaba el paisaje deseado.
domingo, 14 de noviembre de 2010
Otras lecturas
Domingo. Desde hace miles de años, desde que derivé de mis propinas de juventud una moneda para comprar un vespertino todos los días (en mi juventud el diario que me parecía que se esforzaba por informar a pesar de la dictadura franquista era un diario de tarde, un lujo, vamos) lo primero que hago es bajar a por el periódico. No tendría necesidad de hacerlo, esto de internet ya lo tengo pagado, podría mirar las noticias ahí, pero no es lo mismo. Para mí, bajar al quiosco es ejecutar un ritual a mi medida. Lo hago si nieva, si tengo fiebre. Además, tocar el papel siempre ha desarrollado mi sensibilidad táctil, aunque ya no envuelvo el bocadillo de sardinas en él. El día que no me pueda santiguar con este ejercicio voluntario, malo. O el sistema de prensa ha desaparecido vencido por la electrónica, o yo estoy con la pata quebrada o ni siquiera estoy y, como la necesidad es subjetiva (aunque algunas necesidades sean suma de subjetividades) pues vale, desaparece también con el sujeto. Nada que objetar. Y sin embargo hay días en que el periódico no te llena. Esa sensación de que te dice lo mismo que días anteriores y muy anteriores me agobia. No por las noticias en sí (la prensa, la radio y la televisión viven un grado elevado de competitividad supuestamente noticiosa, lo cual les lleva a dar importancia a lo que no tiene, a sobrevalorar lo que apenas tiene valor, a inventarse un particular criterio de noticia que yo al menos me niego a aceptar como tal) sino por una sensación laberíntica que últimamente me sobrecoge un poco. Un laberinto donde uno, donde todos, estamos sin que tengamos demasiados recursos para resistir, no digo ya para enfrentarnos, al monstruo. Las verdaderas noticias siguen ocultas. Se refleja lo secundario, pero lo que se teje y cómo en el cuerpo del monstruo nadie nos lo dice. Como mucho nos llegan algunos eructos de éste, ciertas sudoraciones y, eso sí, todo el desplome de sus fuerzas sobre cuantos corremos estérilmente por las calles del laberinto sometidos a la imposición del monstruo y condenados a no encontrar jamás la salida. Domingo que no me apetece leer la prensa (me toco la frente) y una sensación oculta que me dice que me va a pasar en adelante con más frecuencia. Así que salgo al campo, a nada, a leer las líneas de un cielo entrecruzado de nubes y de una luz propia de revelación bíblica, a esperar que llueva en cualquier momento, a oler la tierra húmeda, a evitar en la medida de lo posible a esa lacra de los conductores, entre la que me hallo, y elegir carreteras secundarias. El laberinto, como es tan extenso, a veces nos hace creer que nos podemos sentir libres. Inmerso en esa ficción, uno se aleja de lo que le agobia más y se deja llevar donde al menos se crea que todo es más relajado. Oh, el domingo. Se ven otras cosas, si se quiere ver, y se lee más en otras letras, si se quiere leer, y se piensa con calado, si se quiere meditar, y de pronto me pregunto: ¿ellos vivieron también en el laberinto? ¿Llevarían algunos años intentando salir de él y ésa fue la salida que hallaron? Nunca ciertas fechas fueron tan extremadamente crueles. ¿Hay una fecha reservada para cada audaz humano que pretenda escapar del monstruo? (Se ve que el domingo sin lectura educadora y reconductora de la prensa me vuelve febril; pero cuántas lecturas estarán perdidas todavía...)
sábado, 13 de noviembre de 2010
Bálsamo
¿Me he pasado en mi afán por señalar el combate o el estímulo acerca de las conductas humanas? Tal vez. Pero sí, creo que este libro vital puede ser un bálsamo. Cada uno se lo puede aplicar para sus propios males. Con que algo se alcance, evitando u obteniendo, nos podemos dar por contentos tras una cuantas refriegas en la mente. No digo quel Miguel de Cervantes pretendiera hacer de esa obra un código moral ni un tratado del saber vivir. Pero creo que la propia deconstrucción que reside dentro de él alivia cualquiera de nuestros ritmos y palia las desesperanzas.
Y por si alguien prefiere un recurso más cercano, le invito a pasarse por cualquiera de las imágenes de otro descifrador del alma de los españoles durante los nefastos forrenta años. Y que ha muerto hoy. Por cierto, parte de ese alma sigue en vigor. Salud, Berlanga inolvidable.
martes, 9 de noviembre de 2010
Adiós, consonantes entrañables.
Hoy me había puesto a escribir un cuento chino, de barrio chino quiero decir, pero sobre la marcha se ha caído de mi pulso una letra decisiva (me espanta que se extravíen los grafismos) y no sé si el texto se entenderá bien.
"...Aquel aval se puso a alanear con el alado de la amarreta que iba comiendo ocolate por la calle. Resultaba usco ver cómo illaba al u o que pretendía morderle los bajos del pantalón. Para desembarazarse del perro illón buscó alguna u ería en sus bolsillos, pero sólo encontró un pedazo de orizo. Se lo tiró, pero estaba que eaba ispas y sin querer tropezó con uno de los opos y el asquido que produjo al pisar una de las ramas asustó mu o más al can. Los ismosos del barrio suelen decir que aquel aval estaba demasiado apado a la antigua, siempre iba masticando icle, cubierto con una upa renegrida y ulesca, y que apurreaba malamente las palabras porque no había ido a la escuela y jamás había probado una uleta que le permitiera estar menos aparro. Los demás aveas ocaban mu o con él porque no soportaba las c anzas de los icos. Estos le daban la apa constantemente e incluso le hacían antaje a costa de que su padre que era urrero andaba siempre icoleando ocarreramente con las señoritas bien de la ciudad..."
Es una broma, una disgresión, claro, aunque tenía muy presente a Queneau y sus ocurrentes Ejercicios de estilo. No sé si tragar con las ruedas de molino de las autoridades de la Lengua (¿Orwell también predijo hasta qué punto intervendrían la lengua?) o declararme en huelga de solidaridad con las letras consonantes sacrificadas. No sé si liquidar a la Che y a la Elle es apropiado, o producto de la diplomacia que hoy guía todo lo políticamente correcto, incluso en el idioma. No tengo opinión; las informaciones que llegan me están sorprendiendo y aún no conozco motivos, razones o caprichos varios en ese juego de concordancias y toma y daca de las Muy Dignas Academias de la Lengua Española e Hispanoamericana. Cuestión de jerarquías, clasificaciones y mover algo para que todo siga igual. Muy propio de la dinámica de los tiempos barrocos. Ya lo decía el pseudoprofeta: pasarán el cielo y la tierra, pero los sonidos no pasarán. Que me dejen seguir considerando a la che y a la elle (y a la y griega, que ahora se va a llamar ye) como me apetezca. Después de todo, en los tiempos del calígrafo Juan de Icíar tampoco existían la ch y la ll y las letras eran preciosas. Evidentemente, me adaptaré a los cambios como lo he hecho mil veces. Pero es duro deshacerte de lejanos aprendizajes. Lo importante va a ser nuevamente no cómo se escriba ortográficamente sino lo que se diga con las letras. Porque tal como va el rumbo de las cosas va a haber que decir mucho, pronto y muy enérgicamente. Aunque nos saltemos las ortodoxias.