Últimamente le invade la sensación de que multitud de ojos le escudriñan. Ojos que ve colocados en distintos espacios y posiciones. Ojos en los aleros de los tejados, ojos en la lluvia que cae, ojos en los bordillos de las aceras, ojos en los árboles, ojos en las esquinas de las calles, ojos en las escaleras de las viviendas, ojos en las espaldas de los viandantes, ojos en las fachadas de los edificios, ojos entre las juntas de los dedos del camarero del bar. Atrás permanecen los dos ojos únicos que contemplan desde cada cuerpo vivo. Hoy se multiplican. Son otros ojos que nacieron de otros cuerpos o tal vez de otras circunstancias. Como dardos puntiagudos sortea sus disparos certeros como puede. Pero siente con nerviosismo los ojos que le acompañan por donde va. Siente que rasgan el aire antes de que a él le acaricie, siente que se adelantan a sus siguientes pasos, que palpan sus pensamientos, que rozan sus intenciones, que desfiguran sus sentimientos, que detienen sus rebeldías, que adivinan sus planes, que abortan sus determinaciones. Distintas miradas para un único fin. Apoderarse de él. Eso piensa con estremecimiento. Algunos ejercen como hechizo sobre su retraída visión, otros establecen simplemente con él un coloquio, otros diferentes lanzan anatemas contra su perfil, incluso hay los que le hacen burla cuando él ha dado la espalda, y otros, en fin, se limitan a inspeccionar la dirección que ha tomado. Estos son los más peligrosos. Parece que no actuaran, pero van tomándose el relevo entre unos y otros cuando él cambia de sentido, cuando echa a correr o toma un taxi. A propósito de este caso, ayer le sucedió algo que le excitó mucho. Dentro del vehículo le acecharon diferentes ojos. Desde la nuca del conductor, desde el vidrio de la ventanilla, desde el retrovisor, desde la alfombrilla del piso. Tuvo que indicar al taxista que se detuviera antes del destino previsto. Pero incluso cuando bajó del coche no pudo despojarse de aquellos ojos que se propagaban desde todos los ángulos. Aunque ya se iba acostumbrando, no sin inquietud y agitación, pensó que al menos se hallaría seguro en la cama, por la noche. Al apagar la luz del cuarto creyó ver homogénea la oscuridad. Nunca le habían molestado los espacios oscuros ni había sentido temor. Pero en los rincones apartados de la habitación, en el techo o encima de la silla donde deja la ropa o en los dinteles de la puerta, aparecieron pequeños puntos de siniestra luminosidad. Al darse la vuelta sobre la cama se asustó cuando desde la mesilla, a escasa distancia, le contemplaban unos ojos gigantescos. Alargó a mano, tocó el vidrio de sus lentes de miope y se sintió reconfortado. Se estaba haciendo de tal manera a los ojos que se desplazaban en torno suyo, que empezaba a despreocuparse. Y él sabía que de ahí a bajar la guardia no había apenas un paso. Sólo sintió turbación al rato de quedarse dormido. Al principio los sueños, aunque confusos y caprichosos, le parecieron habituales. Ya se sabe, esa perturbación ordinaria de situaciones, objetos y recuerdos que solo está permitida mientras se duerme. Pero a medida que fue cayendo en otros planos de más profundo arrobamiento sintió que sobrevolaban sobre él cientos de ojos gigantes que se desplazaban transversalmente. Ojos turbios, ennegrecidos, biliosos, que se entrecruzaban y descendían contra su pecho, como si fueran a picotearle y devorarle entero. Cuando se levantó por la mañana le llegó un olor demasiado puro del rocío. Ante el espejo, al quitarse la camiseta, advirtió su torso lleno de arañazos, sangre salpicada y ya seca. La ansiedad y el aturdimiento se cebaron en él. Luego desayunó y dejó pasar más tiempo. Durante un rato su casa parecía liberada de toda clase de ojos heterotópicos. A medida que transcurrió alguna hora más la precaución inicial se hizo confiada tranquilidad. Tenía que preparar la clase del día y tomó uno de los libros de consulta para aclarar algunos conceptos a sus alumnos. Fue en ese momento cuando leyó aquel extraño texto:
En el libro Hariwansha hay una invocación al dios Shiva en estos términos: “Te adoro, padre de este universo que tú recorres por invisibles caminos, dios terrible de millones de ojos, de las cien armaduras. Yo te imploro, ser tan diverso de aspectos, a veces perfecto y justo, a veces falso e injusto. Protégeme, único dios escoltado por animales salvajes, tú que eres también la voluntad y el pasado y el porvenir, que debes tu nacimiento sólo a ti mismo. ¡Oh, Esencia universal!”.
No supo qué pensar. Mientras meditaba absorto se seguía acariciando las infinitas líneas trazadas durante la noche misteriosamente sobre su cuerpo.
Yo sé qué pensar.El ojo único que recreó Orwell fueron miles, millones de ojos. Ojos que son además manos, acciones, medidas.
ResponderEliminarEstamos observados por doquier, controlados hasta lo inconcebible. El individuo es transparente para el Estado, ergo para las empresas, para otros Estados, para cualquier nuevo mercader y posiblemente para cualquier ente político que desee saber de nosotros.
Estamos en pelota, señores. Cada vez más. El ejercicio de la intimidad va a ser de nuevo cada vez más imaginativo, secreto y de filigrana. Y a pesar de ello, tratará cualquiera de esos múltiples ojos de los que hablas traspasar nuestro límite más protegido.
Saquen conclusiones. Decidan si quieren ser monigotes del sistema o seres con entidad personal.
Muy acertada su ficción, señor Fackel.
Saludos y volveré a leerlo.
Querido Fackel,
ResponderEliminarRecuerdas las nueces? y las llamas? te deseo con todo el calor que tienen los reencuentros unos felices días.
Un beso.
Nada que añadir por mi parte a tus observaciones JMV. Estoy contigo en que hay que elegir entre ser o no ser, para variar. Y Hamblet se quedaría corto al respecto. Porque el tema no es la muerte, sino el sentido de vivir y el valor que se da a la vida.
ResponderEliminarProcurarse contra el mal de ojo (de miles de ojos malsanos) es perseguir la libertad interior y sus manifestaciones externas.
Gracias, por pasarte.
Bonitos símbolos el fruto y la energía que mencionas, Inuk. Importante que se mantengan vivos. Gracias por tus deseos, aunque ya ves por mis letras que uno es un tanto ácido ante las formalidades de los días. Hay que ir siempre más allá, más profundo.
ResponderEliminarPiensa una cosa, Fackel, que las formalidades de los días, no son formas, sino meras excusas para decirlo. A veces es más fácil si hay un número rojo en el calendario; es más sencillo si uno se sujeta a que gracias a ese número rojo el otro tal vez responda, y responderá quizá por obligación. Pero incluso eso, da igual, no importa que su respuesta, que los deseos que de alguna forma espero del otro, se conviertan en obligación, uno lo que quiere es un abrazo, y ese fin justifica cualquier medio.
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