"La humanidad no tiene la menor responsabilidad, no es culpable, sufre un destino: amamos la muerte. La muerte de los demás y, más aún, en estos tiempos frenéticos, sin saberlo, nuestra propia muerte. Sin embargo, no se trata de un furor suicida, no es el instinto de muerte supuesto por la psicología. El hombre en realidad es pasivo. Es la Muerte la que actúa y lo reclama para sí. Y la suya es una llamada a la que no se resiste. Satisfecha por nuestro consentimiento, tácito pero unánime, esta noche Ella vendrá a tomarnos sin agonía para nosotros, sin angustia. Y este epílogo, para muchísimos o para todos, será la solución de problemas insolubles, el remedio inesperado de males insufribles".
Si en la Metamorfosis de Franz Kafka, el protagonista Gregorio Samsa desaparece físicamente como hombre, trasmutado su cuerpo en insecto que, no obstante, mantiene el cerebro de un hombre, en Dissipatio humani generis el protagonista narrador permanece humano, vivo, sin ninguna alteración propia...porque el cambio, lo que él llama el acontecimiento, viene de su entorno. Los habitantes de la ciudad, de las poblaciones de los valles o de las aldeas de montaña, o simplemente el matrimonio que cuida la casa del hombre, han desparecido de pronto sin dejar rastro. No se han ido con sus enseres a otra parte, no consta mudanza alguna -cada hogar permanece ocupado en cierto modo por las sombras de la ausencia de sus propietarios-, no existen cadáveres, no hay falta alguna de objetos. Solo sobreviven los animales, abandonados a su suerte, que no han seguido a sus amos al enigmático destino.
El protagonista de Dissipatio, perplejo al principio, indaga superficialmente sobre la desaparición de los habitantes. No le interesa tanto lo que les haya podido pasar como comprobar que está solo en el mundo. Una soledad nada inquietante, percibida incluso como purificadora. Y esta comprobación le lleva a hacer recorridos entre poblaciones, a penetrar en casas y comercios, en fábricas y organismos públicos. No halla vida, pero sí huellas de ella: coches abiertos y disponibles, camas con la marca de cuerpos en las sábanas, mesas puestas para la cena, hoteles con sus habitaciones que exponen una ocupación invisible o con sus cocinas bien nutridas. Estas huellas ordinarias, casi infinitas, reflejo de la cotidianidad de comportamientos y relaciones, tienen un carácter de fosilización a los ojos del protagonista superviviente. El protagonista, que al comienzo de la novela, nos cuenta de su intento de suicidio, del que había desistido, vive la paradoja de ser el superviviente único.
¿Es Dissipatio humani generis un relato sobre la muerte o sobre el tiempo? Al protagonista la desaparición de las otras vidas, que se toma con calma, ironía y serenidad -no en vano se siente dominante en medio de un mundo inmóvil- no le genera angustia. "Es igualmente seguro que estoy fuera del tiempo. Tengo de ello una confirmación perentoria: no se me presenta el problema, que preveía y temía, del tiempo libre. Problema tan viejo como la humanidad y verdaderamente su pecado original es preguntarse: Y después, ¿qué haré? Yo no me lo pregunto. Estoy descubriendo que lo eterno, para mí que lo miro desde una óptica de transición, es la permanencia de la provisionalidad. La dilatación extrema del instante, y en términos empíricos esto quiere decir: estado de postergación absoluta. Actúo pero no puedo prever la duración de la acción, solo sé que es incalculable; estoy cargando la pipa, pero ¿cuándo estaré preparado para coger una cerilla y encenderla? ¿Y lo estaré alguna vez?". Tal vez la muerte sea la revelación de otro tiempo, que ya no se nos da ocupar. Acaso el tiempo desocupado sea la señal de una muerte.
Un libro muy kafkiano que encandila. No sabía nada de Guido Morselli. Este libro, que se publicó cuatro años después del suicidio del escritor en 1973, probablemente guarde las claves de los límites vitales de Morselli.
Nota de referencia. Guido Morselli, Dissipatio humani generis. Traducción de Elena del Amo. Editorial Laetoli, 2009.