sábado, 31 de marzo de 2007
Li Bai
Zhuang Zhou soñó una mariposa,
la mariposa era Zhuang Zhou.
Si un solo cuerpo se trasmuta,
todas las cosas son cambiantes.
Se sabe que el mar de Penglai
alguna vez fue claro arroyo.
El melonero de Qingmen
antes fue marqués de Dongling.
Así son riquezas y honores.
¿En pos de qué nos afanamos?
Ahora entiende mejor lo que no ha leído sino entre líneas.
jueves, 29 de marzo de 2007
Meta-Bach
Te deslizas como una gota mansa, caes leve y lentamente a lo largo de la vertical, has puesto en el tocadiscos una versión endiablada de la fuga de Bach, quieres estremecerte y notar cómo tu cuerpo se conmociona entre el oleaje de los arpegios, no deseas hundirte en la noche sin sentir que levitas, pero Bach es depredador, te va a alzar y a derribar tantas veces como él quiera, tal vez es lo que tú pretendes, callas y te recoges trazando un arbotante que hace descansar tu fuerza, te estilizas como un arco ojival, tus pies se hunden en antiguas raíces, tus brazos se enredan entre el ramaje de los árboles, te descubres en la imagen oferente, exhibes una serenidad que desconocías, eres la última vestal de un templo que se mantiene en pie de calma, te desposees, entras en el remolino, te dejas engullir por la turbulencia barroca, adviertes que un bucle se ciñe de punta a punta de tu cuerpo y que te contorsiona, la acometida te hace crecer y te vuelve diminuta, extrae tu sangre y te despedaza, luego te adormece, en tu evasión no reparas en que te vas desprendiendo de los espacios, ni en que has trasgredido los límites de tus propios contornos, la lucidez te va abandonando, te desprovees, poco a poco vas formando parte de la espiral que cerca tu blanco hábitat, te sumas a las notas, te combinas en ellas, modificas la partitura, la fuga se atempera, metamorfosis.
(La fotografía es de Ron Lutz)
martes, 27 de marzo de 2007
Defensa de los objetos (recobrados)
lunes, 26 de marzo de 2007
La medida del tiempo
He aquí de nuevo, en otra clave, el reloj del abuelo. Recuerdo cómo lo extraía del bolsillo del chaleco, asegurado por una cadenita que se sujetaba en un ojal. Me fascinaba la actitud relajada con que ejecutaba el movimiento. A veces jugueteaba también con él como si se tratara de un péndulo. Le gustaba decir la hora a cualquiera que se la pidiera; porque entonces, la hora se pedía; y la hora se daba. Épocas en que la premura extrema y la conducta acelerada no existían. Donde mirar el reloj era una referencia, pero no una obsesión. ¿Es este instrumento el que da la medida del tiempo? En segundo plano, una fotografía. Dos edades difuminadas por una neblina benévola. Una sonrisa en alza y un rictus bondadoso en decadencia. Lo que en la niña es naturaleza refleja, en la anciana es forzada, pero mantiene el tipo con bastante belleza y notable dignidad. Dos texturas diferentes de la piel, una tersa, la otra ajada. Dos aproximaciones orgullosas, una ya fugitiva de la candidez y la otra a punto de rendición. Todo un arco abierto, pero ambas sobre la misma curvatura, entre la estrella incipiente de la más joven y la señal partida de la octogenaria. ¿Son las fotografías las que reflejan el valor del tiempo? Una mano que sujeta el reloj de bolsillo. Este reloj exhibe una hora fronteriza; se trate de la madrugada o del avance de la tarde, la hora tiene algo de ecuador; por cierto, el abuelo se paró a esa misma hora un frío día de noviembre ya lejano. Difícil discernir la edad del sujeto que ahora lo sostiene. Unas yemas suaves, unos dedos pequeños pero gráciles, un sostenimiento leve, casi mimoso, que sugiere tal vez una incesante carrera de fondo ejecutada como exorcismo para negar el tiempo y sus paradas. ¿Qué mide esa mano? ¿Qué acaricia? ¿Qué compara? ¿Qué acerca? ¿Qué trata de observar? El hombre se pregunta si la medida del tiempo está en los objetos que pretenden controlarlo y retenerlo. Se cuestiona si es útil hacer un recorrido frecuente por todas las señales que indiquen pasado. Repasar los objetos que fueron de otros es activar la memoria y las preguntas. Sacar las viejas fotografías del álbum, y observarlas tratando de descubrir los enigmas encubiertos, es prender la llama de la melancolía. Pero, ¿qué hay de tiempo recobrado en cada uno de estos pequeños actos? Leo lo que Andrè Comte-Sponville define en su Diccionario Filosófico a propósito del tiempo recobrado:
Es una especie de eternidad de la memoria, en la que de pronto se revela el tiempo en su verdad (“Un poco de tiempo en estado puro”, dice Proust), y en ella (en ese instante “liberado del orden del tiempo”) es abolido. El pasado y el presente se confunden, o más bien, por diferentes que sigan siendo (la magdalena en el té y la magdalena en la tisana son diferentes), se encuentran en un mismo presente, que es el del espíritu, que es el del arte, y liberan “la esencia permanente y habitualmente oculta de las cosas”, que es simplemente su verdad, siempre presente, o su eternidad. Pues la verdad no pasa, todo está ahí; pues el tiempo no pasa (somos nosotros, diría tanto Proust como Ronsard, los que pasamos en él), y esta contemplación, aunque fugitiva, es la eternidad. El tiempo recobrado por ese motivo es lo mismo que el tiempo perdido (“la verdadera vida, la vida al fin descubierta y elucidada, la única vida, por lo tanto, realmente vivida...”), y, sin embargo, su contrario.
domingo, 25 de marzo de 2007
Tibieza
Tibio despertar
como un avance de la tibieza de la tierra.
Mis pies gélidos.
Mi corazón ausente.
Una mano bajo la nuca
formando una extraña composición de baile.
¿Hacia qué sorpresiva visión se aúpa la mente extraviada?
La lengua prospectando una pizca de saliva.
Me relamo.
Qué cuchilla en la garganta.
Los riñones tumefactos y móviles
clamando sobre el colchón desgastado.
La vejiga impele un inaplazable anhelo
el desalojo de los sobrantes líquidos
que han enturbiado el cuerpo estas últimas horas.
Acaricio mi pecho
jugueteo con el vello eréctil
que describe un trayecto cálido desde las axilas
hasta el sur del ancla del hombre sumergido.
Prolongo una mano de viento hacia el olvidado territorio
poblado de silencio.
Me conturbo.
Acecha una descripción de aromas
y la aproximación de un rayo.
Mas de pronto
doy un repentino salto de la cama
con un quejido ahogado.
Rebelión del músculo de una pierna.
Se rompió el paisaje.
Se recompuso el temple.
Se perdió la figura.
Y otro yacer breve
por considerar si el nuevo día
merece el crédito de levantarse.
Calmas que se tajan.
La quietud fue un sueño
y el sueño un despojo.
¿A esto llaman primavera?
(Composición fotográfica de Ivan Cap)
sábado, 24 de marzo de 2007
Cambio de tiempo
Con Neuman
Uno esperaba encontrar a un bonaerense engolado, repolludo y sabelotodo y ni siquiera casi se topó con un argentino. Los años de cocimiento y crecimiento en España, principalmente en Granada, incluso le han hurtado gran parte de su acento. Lo que no le han robado es su risa desbocada, su ironía mordaz y su gracia más andaluza que porteña. Escucharle en la lectura de sus propios escritos es tan apasionante como leerlos tú mismo, incluso más, porque te llega el texto de pleno, con fondo y forma. Expresión completa, vaya. Y eso mismo te retrotrae al espíritu ancestral del cuento o de cualquier historia: que el cuento vale tanto por narrado oralmente como por escrito. Andrés Neuman confiesa la admiración que siente por ciertos programas radiofónicos nocturnos, a los que la gente llama para contar sus problemas, hablar de sus angustias y de sus miedos. La gente narra verdaderos cuentos por las ondas, dice el escritor. Los oyentes que llaman lo hacen porque se sienten feos, gordos, acomplejados, etc. A Neuman le sorprendió que una vez llamara una mujer que dijo que se sentía desgraciada por ser demasiado guapa. Y los oyentes entraron a saco criticándola, acusándola de pasarse, de quejarse sin razón, y eso fue precisamente lo que la dio la razón a ella. Se sentía rechazada porque era demasiada guapa. La fealdad, cuenta Neuman, suscita compasión, pero la belleza mueve al rencor.
A Neuman muchos le conocen más como poeta que como cuentista o como novelista. Pero hay un libro publicado por la editorial Páginas de Espuma, titulado Alumbramiento, que no tiene desperdicio y que reúne un montón de cuentos breves, algunos de los que se diría que son microrrelatos, que satirizan los roles de los hombres o expone mordazmente las relaciones en el mundo literario. Ni que decir tiene que la ironía, el humor o el desparpajo ante lo terrible son las herramientas fundamentales de Neuman. El vivo reflejo de sí mismo, posiblemente. Transcribo un minicuento graciosísimo y punzante.
LA FELICIDAD
Me llamo Marcos. Siempre he querido ser Cristóbal.
No me refiero a llamarme Cristóbal. Cristóbal es mi amigo; iba a decir el mejor, pero diré que el único.
Gabriela es mi mujer. Ella me quiere mucho y se acuesta con Cristóbal.
Él es inteligente, seguro de sí mismo y un ágil bailarín. También monta a caballo. Domina la gramática latina. Cocina para las mujeres. Luego se las almuerza. Yo diría que Gabriela es su plato predilecto.
Algún desprevenido podrá pensar que mi mujer me traiciona: nada más lejos. Siempre he querido ser Cristóbal, pero no vivo cruzado de brazos. Ensayo no ser Marcos. Tomo clases de baile y repaso mis manuales de estudiante. Sé bien que mi mujer me adora. Y es tanta su adoración, tanta, que la pobre se acuesta con él, con el hombre que yo quisiera ser. Entre los fornidos pectorales de Cristóbal, mi Gabriela me aguarda ansiosa con los brazos abiertos.A mí me colma de gozo semejante paciencia. Ojalá mi esmero esté a la altura de sus esperanzas y, algún día, pronto nos llegue el momento. Ese momento de amor inquebrantable que ella tanto ha preparado, engañando a Cristóbal, acostumbrándose a su cuerpo, a su carácter y sus gustos, para estar lo más cómoda y feliz posible cuando yo sea como él y lo dejemos solo.
jueves, 22 de marzo de 2007
Más débiles
Vuelven a ser más fuertes
¿Quiénes?
Ellos
¿Quiénes han de ser?
No han de ser
Sólo son
¿Más fuertes que quién?
Que tú
pronto quizás que muchos
¿Qué quieren?
Ante todo
¿Por qué dices todo esto?
Porque todavía
puedo decirlo
¿No podría perjudicarte?
Claro que sí
porque se están haciendo más fuertes
¿Cómo lo sabes?
Por tu advertencia
miércoles, 21 de marzo de 2007
Hay días...
martes, 20 de marzo de 2007
Desamparo
La corriente sanea la estancia, pero no logra desprender los pensamientos incrustados allá adentro. Entre sus paredes hay suspiros y exclamaciones premonitorias. Pero también negaciones y llantos. Rebotan entre sus contornos antiguos ecos y oscuras invocaciones. Cuántos demonios no habrán incidido sobre la carne del artista hasta ofrecerle la compra de su alma. Los silencios no existen en aquel cuarto más que en forma de una paralización transitoria. Como una apariencia. La falta circunstancial de sonidos o de vocalización no implica renuncia al lenguaje interior, ni sustituye la tenacidad de la voluntad ni doblega el desafío de la imaginación. Todo sigue su curso frenético. El suelo está desgastado por las pisadas incesantes del hombre y las sustancias desprendidas de los recipientes corroen lentamente la tarima. Es una muestra más de la erosión de la vida, el precio de la actividad agotadora. También es el balance de un asentamiento que se agota poco a poco. Las sombras que se apoderan del espacio surgen desde el fondo de los lienzos. Y se apoderan de los vivos. La luz exterior interrumpe como una intrusa, pero no renueva nada, no transfigura ni desata éxtasis alguno. El aire se anuncia solamente como un mensajero de una vida ya no vivida. Ella lo sabe y según se mueve por la habitación lo ve más claro. Los años transcurridos junto al pintor son tan sólo una cifra, bastante memoria y ahora una incertidumbre cargada de angustia. Él ha vivido desde hace tiempo en una frontera desquiciante entre lo próximo y lo alejado. Su obra enseña y oculta a la vez. En sus cuadros hay siempre un tema que parece consentir y aportar veracidad, y sin embargo las tonalidades imponen sus claroscuros como ángeles exterminadores de cada minuto de su existencia. La mujer, lúcida y expectante, se siente allí enormemente apesadumbrada. Hay demasiados signos a su alrededor que debe interpretar. Que están reclamando actitudes nuevas. Instinto de supervivencia, quizás. Ha entrado de pronto su marido en el estudio y se han mirado. A ciertas alturas de una soledad compartida pueden mirarse y comprenderse, sin mayores aspavientos. ¿O tendrían que representar sorprenderse? Ambos desvían la mirada por inercia hacia el cuadro de la mujer vaporosa. Ella duda si preguntar. El silencio es tan tenso que se transforma en ruido dentro de sus cerebros. Adivina en el hombre un abatimiento extraordinario y descubre en el brillo de sus ojos desamparo. Tal vez si empleas un color menos tenue, acaso si das a sus labios otro matiz, le propone. Él toma la paleta con una mano, se apresta con el pincel, mezcla varios tonos más vivos. Tal vez, musita apagadamente.
lunes, 19 de marzo de 2007
Reposición
domingo, 18 de marzo de 2007
Leopardi
No podía parar en la cama y se ha levantado antes de la hora a la que ordinariamente lo hace. El té indio, que compra en la tienda de un viejo mercader sij de la pequeña población próxima, impregna con su aroma la habitación donde suele leer. Poco a poco ha ido consiguiendo ciertas obras que considera necesarias. Hölderlin, Grundtvig, Keats, Byron, Stendhal, Shelley, Jacobsen, Flaubert...Algunas se las envían unos viejos amigos desde Athus, otros desde Odense. Sin embargo, hoy, animada por los recuerdos, ha tomado el volumen sobre los Pensieri de Leopardi que su marido le regalara cuando viajaron a Italia.
Bella y amable ilusión es aquella por la cual los días de los aniversarios de un acontecimiento que, en verdad, no tiene más relación con ellos que con cualquier otro día del año, parece tener con él una relación particular, y que, casi como un sombra del pasado, resurja y vuelva siempre en los mismos días, y se nos muestre delante, con lo que se atenúa en parte el triste pensamiento de la anulación de lo que fuera en su día, y se alivia el dolor de muchas pérdidas, pues parece como si, con el dolor de estas conmemoraciones, lográramos que lo que pasó y ya no vuelve no se haya extinguido ni perdido del todo. De la misma manera que encontrándonos en lugares en los que han acaecido cosas memorables en sí mismas, y diciendo: aquí sucedió esto y lo otro, nos creemos, por así decirlo, más próximos a aquellos acontecimientos que si nos encontramos en otro lugar. Así, cuando decimos: hoy hace un año o tantos años que sucedió tal o cual cosa, nos parece, por así decirlo, que esa cosa está más presente o se encuentra menos alejada de nosotros que otros días. Se encuentra esta ilusión tan arraigada en el hombre que me parece que se puede creer con esfuerzo que su aniversario sea tan ajeno a lo celebrado como cualquier otro día. De aquí el celebrar anualmente los recuerdos importantes, tanto los religiosos como los civiles, tanto los públicos como los privados, los de los natalicios como los de las muertes de las personas queridas, y otros similares; todo ello es común a las naciones que han tenido recuerdos o calendario. Y he observado, interrogando con tal fin a varias personas, que los hombres sensibles y los habituados a la soledad o a conversar consigo mismos, suelen ser muy amigos de los aniversarios y de vivir, por así decirlo, de tal género de recuerdos, recapacitando siempre y diciéndose para sí: “Hace años, en este mismo día, me sucedió esto o aquello...”
Cuando ha leído al azar este párrafo, permanece atónita. Se sobresalta. Sale corriendo a buscar al pintor. Cómo ha podido olvidarlo. Su viejo cómplice es hoy un año más viejo. El tiempo les devora y ellos ni se dan por enterados. Leopardi, desde el trasfondo de sus Pensamientos, le ha enviado a la mujer un aviso benévolo.
Abrazo
Al despertar aquella mañana se sorprendió abrazado a sí mismo. Bien fuera por efecto de una brisa que penetraba en la habitación , o por causa de los sueños turbulentos, o debido a yacer en orfandad en su camastro, se encontró poseído por sus propios brazos. Una de las manos aprisionaba su hombro derecho mientras la otra contenía el costado opuesto. Estaba de medio lado, retorcido, ahuecado en su encogimiento, con la cabellera revuelta y babeaba sobre la almohada. Le comprimía un entumecimiento extendido a todo su cuerpo y la rigidez le impedía reaccionar. Cierta molestia aguda emanaba entre las costillas, pareciendo que su cuerpo estaba emergiendo de un ejercicio violento más que de una noche de descanso. Cuando fue tomando conciencia del nuevo día y entreabrió los ojos, estos le picaban nerviosamente. Hubiera querido seguir durmiendo, pero la desazón le zahería hasta el extremo de hacerle sentirse confuso. Quiso pronunciar algo en alta voz para sí mismo, pero la garganta reseca y dolorida no le siguió. Se palpó la frente para comprobar si alguna fiebre le acechaba, pero no le pareció que así fuera. Esto le hizo sentirse tranquilo de momento. Sin embargo una idea transfigurada en inquietud le apremió. Se acordó de pronto del retrato de mujer a medio hacer que había tenido olvidado durante las últimas semanas. Más que una imagen perfilada asemejaba un esbozo o tal vez un nuevo rumbo en su orientación. El retrato parecía estar surgiendo del sueño o de estados de vigilia febriles. En nada se asemejaba a lo que acostumbraba a pintar. No podía explicarse por qué estaba planteando aquella efigie con unos contornos menos precisos, con unos colores dotados de una oscuridad no acostumbrada, con una desfiguración de las formas y una deformación de los detalles del rostro que jamás hubiera osado trazar antes. ¿Era tal vez producto de una vieja cuenta pendiente consigo mismo? ¿Le acosaba la traición de su propia memoria? ¿Se trataba de un desquite de la persona que le inspiraba, y que ya había desaparecido de su vida hace tiempo? Y sin embargo esta mujer últimamente se personaba en su conciencia, en una mezcla turbia y desafiante de recuerdo de los tiempos disfrutados y de la angustia por los deseos interrumpidos. Enfrascado recientemente en pintar paisajes exteriores, había relegado el óleo de la mujer espectral. Sucedía algo más en este olvido calculado; probablemente la inseguridad por no dar con la clave de lo que realmente quería representar. Por primer vez en su vida de artista, y aun habiendo sufrido ciclos de confusión y de dudas, no sabía resolver el icono pergeñado. ¿Qué hacer? ¿Relegarlo al abandono definitivo, destruirlo, acabarlo de mala manera aunque le dejara insatisfecho? Tal vez su mujer lo hubiera visto, aunque nada le había comentado al respecto. Y eso que ella era una fiel fiscalizadora de sus creaciones. Y una generosa sugerente ante lo que no le gustaba. Si seguía manteniéndolo a la vista, Max lo vería cuando llegara y acaso hiciera peguntas inconvenientes. ¿Cómo iba a explicar a nadie a estas alturas que el espíritu redivivo de Maren Olsen le inquietaba y laceraba hasta el punto de no poder exorcizar los recuerdos y la angustia de una pasión inacabada? Maren Olsen había surgido de un fiordo. No era una sirena ni una mujer especialmente bella, pero para él fue un descubrimiento. Y una cautivación. En aquellos tiempos, las relaciones entre los estados de los países vecinos pasaron por una crisis. Él había llegado para un corto período a aquella pequeña población pesquera en las profundidades de uno de los fiordos más hermosos del país. Pero el conflicto le paralizó varios meses allí. Maren Olsen fue su modelo. Nunca posó expresamente para él, pero el pintor acuñó en su mente cada detalle, cada movimiento, cada pose, cada gesto, cada desnudez que ella le mostraba en las entregas y esparcimientos con que le obsequió abundantemente. Su cuerpo más bien menudo, ni grueso ni flaco, se movía pausadamente. Él admiraba sobre todo las medidas de sus pechos y el contorno de su cintura. Su rostro no poseía una sonrisa desbordante, incluso parecía estar casi siempre abstraída, pero la mirada, cuando se fijaba sobre los ojos de él, transmitía sosiego y una especie de expectación que a él le arrebataba y le elevaba. Siempre daba preferencia a escuchar y cuando hablaba lo hacía quedamente, con una cadencia suave, firme pero relajada. El ambiente de aislamiento del pintor propició el encuentro con Maren Olsen y activó la dimensión de vivir aquello como si fuera la única razón de ser. Mientras lo recuerda, intenta dotarse de una imagen más precisa. Ha transcurrido tanto tiempo. Pero, ¿por qué esta aparición? Si lo pasado ya no vuelve en la realidad, ¿por qué se venga de los humanos en forma de fantasmas y de deseos?
sábado, 17 de marzo de 2007
(Paréntesis: Palabras y antipalabras)
(Palabras-fuerza.) No hay razón sin palabras, pero tampoco puede haber sin ellas fanatismo. En la palabra se manifiesta la salud de la razón, pero, a su vez, el fanatismo siempre aparece como una enfermedad de la palabra, una especie de inflamación absoluta de los significados. Toda predilección por una palabra en sí, al margen de un contexto, es un temible síntoma de predisposición al fanatismo.
Tiempo éste de palabras falaces, de verbosidad mediocre, de consignas mentirosas, de carencia de razonamientos. Época de palabras que son antipalabras, que ciegan en lugar de iluminar. Como perros callejeros de otras épocas, algunos sólo buscando las migajas y la caricia hipócrita del dueño que les alimente a cambio de sus renuncias. El hombre del blog ata sus emociones e intenta razonar, vengan de donde vengan los argumentos, simpre que sean argumentos. La razón no se puede domeñar, lo intuye, y la verdad, siempre relativa y dinámica le obsesiona. Como a los antiguos areopagitas o a quienes se enfrentaban a los fariseos.
viernes, 16 de marzo de 2007
Inhabitado
jueves, 15 de marzo de 2007
En capilla
Lo ha encontrado dormido, acunado por hilos de luz transversales que el amanecer filtra sobre la habitación. La pipa artística, con sus liebres de porcelana decorando la parte exterior del cuenco, yace consumida sobre la mesa. El diario permanece caído a un lado, entreabierto y con sus páginas arrugadas, penetrado por un palillero con tinta reseca en el plumín. Lo toma con cautela entre sus manos, se va hacia la ventana donde la persiana medio bajada le permite leer. La sorprende tanto la última frase. ¿Por qué teme él que Max Winternitz no apruebe los cuadros donde la mujer queda reflejada? No son retratos al uso, ni hay exhibición, ni precisa idealizarla para representar con su pintura lo que ha sentido siempre por ella. ¿Tal vez por eso? ¿Porque la incorpora a su vida doméstica y se apodera de ella en la cotidianidad, no en la altanería? ¿Desde cuándo ha hecho él, un pintor alejado del mundo y de los cenáculos de los artistas renombrados, ostentación de la esposa? No es de esos. Nunca ha necesitado la dependencia de otros ojos para mirarla a ella de una manera totalizadora e incluso absorbente. La ha consagrado sin precisar otro sacerdocio que el acordado previamente con ella. Naturalmente, eso era antes de que el agotamiento llegara. Pero ahora, ¿qué preocupación súbita le abruma? ¿Teme que Max compruebe que ha hecho de ella una posesión intimista? Porque, ¿qué otro factor se agazapa en la mente de su marido? Hubo cierta cuenta pendiente entre ambos hombres, indudable. Y también de los dos con respecto a ella. Pero el tiempo transcurrido debería haber suturado heridas. Pervive, ya tenue, cierta mala conciencia de haber exagerado lo que podría haber quedado en simple disputa formal. Ya se sabe que los malos entendimientos siempre tienen un trasfondo anterior y más hondo y se precipitan por barrancos del alma que pasan desapercibidos a viajeros e inquilinos. Extrañas definiciones. Morbosas oscuridades. Llámense incompatibilidades que superan el peso específico de las simpatías, aproximaciones que nunca fueron sinceras, deficiencias que no se han subsanado con la propia evolución racional de cada individuo, conflicto de emociones que subyacen sin rescate en el pozo ignoto del ser. ¿Llegaron simplemente en aquel tiempo a estar aburridos? No era época de ser pasto de monotonías y dejadeces. Había suficientes motivos de interés en el exterior como para ceder al tedio. El descubrimiento de los paisajes, la captura de las luces, las tertulias exultantes y fogosas, la indagación de las formas en las gallerie, el trabajo de campo, la literatura de viajes, los mitos en la piedra, las sorpresivas pinturas halladas en ajados monasterios o en herméticos palazzi de burguesías venidas a menos, el acercamiento a los artesanos de múltiples oficios, los devaneos con el chianti, la seducción por la arquitectura, los largos paseos por las riberas del Arno, la visión del largo atardecer del estío desde el Belvedere, los alegres y, a veces, arriesgados recorridos de la noche, todo era un revoltijo que les hacía a los tres confiar en la eternidad. Su marido se había empapado de los creadores renacentistas hasta dejarse marcar profundamente. Max tallaba el lenguaje y lo ponía al servicio del viaje y de las revoluciones de aquel tiempo. Fue un bagaje para ambos. Para la mujer también. Aprendió a conocerlos mejor y a quererlos por igual, aunque no de la misma manera. Tal vez ellos no alcanzaron a comprenderlo. Ella nunca quiso ser causa de disputa; simplemente no quiso ser objeto. Pero la vida siempre exige una elección, aunque ese paso no suponga avance. Se resistió a tomar decisión alguna. El escritor y el pintor utilizaron sus propias armas para envenenarse, adulterando la fuerza de sus lenguajes respectivos. Y ahí la mancharon a ella. Después del tiempo transcurrido le cuesta recordar, valorar lo vivido y verlo con otros ojos. Demasiada distancia y frialdad. Y no obstante, también la mujer se inquieta con la visita anunciada. Como una incauta se pregunta ¿puede reproducirse el pasado, al menos de alguna manera, cuando casi nada es ya igual?
miércoles, 14 de marzo de 2007
Anotaciones
El pintor medita. No ha vuelto a hablar con su mujer de la visita anunciada. Últimamente le preocupan más ciertas críticas y algunos puntos de vista que no captan o no quieren ver sin prejuicios lo que hace. O eso piensa él. Esta noche ha echado mano del diario, no quiere pintar, sólo expresar su desasosiego. Con ello, hallar un margen de bonanza.
Me llegan opiniones, y algunos comentarios de la prensa lo ratifican, seguramente repitiendo por inercia y sin criterios propios. Hay quien califica mi pintura de meramente intimista. Solo porque pinto la casa por dentro, solo por eso pretenden convertir mi pintura en una pintura de interiores. Y lo dejan ahí. Qué es lo íntimo. ¿La simple exposición de los objetos en los márgenes de un espacio? ¿La exhibición de un entorno reservado a la familia? ¿La muestra de un sistema de imágenes que refrenden las normas de conducta y, como diría nuestro paisano Soren K, la apelación a una moralidad, cuando no el triunfo de la apariencia? Pero, ¿y la luz? ¿No cuenta la luz? ¿No es la luz la que otorga vida y sustancia y lenguaje? ¿Y las sombras y los contraluces y las brumas? No, no se dan cuenta de que hay un diálogo permanente en luces y sombras que generan una evanescencia y una atmósfera en la que se diluyen objetos y comportamientos, pero a través del cual se genera expresión y por lo tanto vida. Los colores no se definen por sí mismos, más allá de su estado natural y no siempre delimitado, sino por el empeño del ojo que ve lo que nos rodea. Y por las intenciones de la mente que pone en acción el ojo. Los que contemplen mis obras como un catálogo costumbrista y gris están listos. La vida no se manifiesta en un simple estado de potencia o de color, porque en realidad no hay un estado definido que merezca un reconocimiento de calidad especialmente canónico. Los cánones tienen mucho de moda y mucho de mito y bastante de precepto absoluto, y como tales, no me interesan. ¿Qué define un canon? ¿Un tema, una visión formal, una ortodoxia sobre la belleza, unas medidas, una apología de la opera umana, que decían en la Toscana? Pero la estética no es algo rígido ni inamovible. Si lo fuera, todo sería repetición y monotonía. ¿Y la disposición de las figuras? A muchos les sorprende que sitúe la modelo de espaldas o con la mirada inclinada o el perfil ladeado o deslumbrando con su cuello desnudo y esbelto o asumiendo una postura de abstracción. Ellos quisieran saber. Cuando proyecto las estancias las trato como corporeidades. Los ambientes son uno y muchos cuerpos. No sólo las escalas de los cuerpos. Las escuelas y las academias hablan mucho de la perspectiva aérea en función o con referencia a los espacios, ya sean abiertos o cerrados, pero con frecuencia temen el tratamiento de la dimensión de las figuras sobre la misma categoría. No es mi caso, evidentemente. Ellos preguntan si yo encajo las figuras de la modelo como un objeto más o como un elemento complementario que humanice una escena o porque así sustraigo esa sensación de frialdad física que rezuman los interiores. Y concluyen que no lo logro. Que la mujer que sale en los cuadros se ve postergada a un segundo plano o dominada por la espacialidad desmesurada o por el brillo de los blancos y los negros. Ellos no saben, es obvio. Y no tengo el menor interés en explicarlo. Pero Max llegará un día de estos y me preguntará. Max observó siempre mucho, hasta tal punto que cuando visitábamos las campiñas toscanas y los pequeños pueblos amurallados de la zona yo ponía la mano que volaba tras los lápices y él guiaba el oteo que a mi se me pasaba inadvertido. Sí, tendría que reconocer que muchas de mis visiones eran su mirada. Él no sabe, no ha podido saberlo, que algunas de mis obras han germinado debido a sus sugerencias. Cuando él vea lo que he pintado en estos últimos años, me preguntará, seguro. Y aunque no lo haga, por discreción o prudencia, es probable que sus gestos, sus paradas, sus sonrisas, me estén exigiendo si no una racionalización, sí al menos cierta aclaración de móviles e intenciones. ¿Y podría negárselo a Max? Temo especialmente cuando le enseñe los cuadros donde está reflejada ella. ¿Los aprobará?
Ha abandonado la pluma y cerrado el cuaderno. Toma la vieja pipa de loza, adornada con relieves de animales, fabricada en la misma factoría de Copenhague de donde se exportan al mundo las vajillas de la flora danica. La llena de hebra y la prende. Aspira profundamente, extendiendo el aroma a sándalo por todo el cuarto. Acaricia la pipa con parsimonia, casi sensualmente, con su pulgar. Le invade una apacibilidad discorde. La vieja y gastada pipa. El último resto del naufragio de su nunca olvidada relación con Maren Olsen.
martes, 13 de marzo de 2007
Relectura
Ha corrido al dormitorio. Del fondo del cajón de las mudas, en la cómoda, saca un sobre envejecido. Está repleto de indicaciones, caligrafías, tampones, franqueos. Un sobre que nunca llegó a su destino en la capital del Moldava. La carta que guarda necesita una relectura. Debe comprobar si siguen vigentes para ella los reproches que escribió y las rabias con las que atronó y se sumergió en abandono.
Max: No me hago a la idea de que tras estos meses en que nos has acompañado te hayas ido con tanta urgencia. Es verdad que la sucesión de acontecimientos de los últimos días generaron una molestia en la pequeña familia que formamos que resultaba difícil sobrellevar. Nada estuvo siendo igual que antes. No te culpo a ti. Como no le culpo a él. No es cuestión de culparnos nadie. Las cosas son como son y veo que al final ninguno de nosotros hemos querido aceptarlo. Mejor dicho, ni tú ni él lo quisisteis asumir. Tu despedida me pareció una decisión atropellada, eras muy libre de tomarla, pero, insisto, sobre todo ausente de reflexión, cuando no temerosa. Puedo entender tu incomodidad, tu confusión, tu voluntad generosa de no hacer daño a nadie, mas que rehuyeras hacerte valer me indignó. ¿Es que no han supuesto nada todas nuestras conversaciones, nuestros paseos por la ciudad, nuestros fugaces pero entregados encuentros en la hospedería Basilicata , de la Via di Carpaccio? ¿No podías haber exigido explicaciones y haber plantado cara, dejando hablar a tu corazón? ¿O acaso éste te flaqueó y estaba dejando de latir? Dirás que exagero, y ojalá creas que únicamente es eso, porque sólo con pensar en que utilizaste una excusa para quitarte de escena y olvidarte de mi me enfurezco. Sabes perfectamente cómo valoro el significado profundo que se cimentó entre ambos; por eso mismo no pongas en duda que no respeto tu manera de ser y tus impulsos. Estaba ya acostumbrada hace tiempo a acomodarme a las circunstancias repentinas con él como para que ahora no tuviera paciencia y comprensión contigo. Este tiempo florentino ha sido un tiempo nuevo en mi vida, o al menos yo lo he creído así. Puedes pensar que ése es mi error, creer que lo que yo probaba y cuanto despertaba dentro de mi marcaba una fase elevada y distinta donde iba depositando ilusiones y esperanzas. Aunque calles sé que puedes estar pensando que tal vez el asunto no iba de la misma forma contigo. Y que cuanto para mi tenía de calidad nueva y de inmersión apasionada pudo suponer solamente para ti aventura, concesión y recreo. No te tildo por ello de ser un farsante ni un equívoco conmigo. Creo que no estabas exento de sinceridad y apertura hacia mi. Siempre te acepté aun sabiendo el riesgo de imprecisión y de límite que podía suponer llegar a quererte. Fui yo la que aposté a fondo, y no me arrepiento en absoluto. Sin embargo no puedo controlar este sentimiento de frustración que me acorrala desde tu marcha. No es lo mismo caminar con dudas, o no ver con claridad la senda que eliges, o simplemente calibrar los pasitos, que encontrarte de pronto sin dirección, ni rumbo, ni motivo de marcha. Te lo dije entonces y te lo digo ahora. No me desinteresé por mi marido como un efecto arrastrado por el interés que ibas suscitando dentro de mi. La solución con mi esposo venía siendo desde hace tiempo una respuesta de supervivencia y de cuidado mutuo, interpretado y conformado como tal por ambos. Eso te podría explicar que él no manifestara en ningún momento inquietud o celo exacerbado ante los movimientos que tú y yo pusimos en marcha. Su clave residía en que no podía aceptar que tu actitud conmigo pudiera estar a la par o un peldaño más bajo que lo que él me había ofrecido mientras nuestro afecto conyugal duró. Esa sensación que iba calando en él de que tú te limitabas a usarme, a apropiarte circunstancialmente de mi ilusión, a inculcar en mi una veneración que podía ser ignorada en cualquier momento, le desbordó. Yo no aprobé jamás que él se erigiera en mi defensor, puesto que una ya es quién para convenir o rechazar cualquier plano de contacto o vinculación con otra persona. Nunca le hubiera aceptado como protector en un caso así. Tal vez fue esa situación la que desencadenó una partida de billar peligrosa a tres bandas. Una partida que no solamente quedó en tablas, sino en la que todos fuimos perdedores. ¿O crees que por haber huido tú te has salvado? ¿De verdad sientes en lo más hondo de tu fuero interno que yo he desaparecido para siempre de tu vida? Tras tantos silencios que nos aproximaron, tras tantas palabras susurradas y tras aquellas pausadas caricias que me arrebataron del olvido y me sacudieron de la inercia no puedo creer que todo haya quedado en puro mármol. Lo que digo puede sonar a quejido desmesurado, pero no me siento vencida. Sólo confundida. Creo que tienes todavía algo que decir, y bastante que rectificar. Estás a tiempo. Perdonaría antes tu cobardía que tu silencio definitivo. Ya sabes dónde habito, y va para largo. Para ti, y me temo que me dejo arrastrar por este pesar de tu ausencia, que tanto me aprisiona, seguiré siempre.
Se siente ida. Han pasado tantos años desde Florencia, desde esta carta de ida y vuelta, desde la frustración que la hundió, que no sabe reaccionar. No es que no pueda. No sabe. Los sentidos se encuentran bloqueados en alguna zona del tiempo pasado y también de su cerebro marchito. No tiene claro si hubiera sido mejor que esta carta hubiera llegado oportunamente a su destinatario, o si lo acertado fue que la puñalada del azar y de los hechos históricos lo impidieran, como así aconteció. Tal vez es el momento de quemarla. O de entregársela en persona cuando Max aparezca. Tampoco tiene sentido a estas alturas ser cauta. Pero ¿serviría de algo una exigencia que suena a tardía y que acaso no puede ya ser respondida?
lunes, 12 de marzo de 2007
Caldara
Vanne pentita a piangere,
E ammorza nelle lagrime
Il tuo impudico ardor.
Al verla pasar, le ha llamado. Se siente eufórico. Le ha estado enseñando algunos bocetos. Su cartapacio de apuntes silvestres está repleto, muy desigual, pero aprovechado y sustancioso. El carboncillo se escurre entre las hojas y deja entrever aves, ríos, cielos, caballos, caseríos, lomas redondeadas, ruinas monásticas, figuras alejadas, pastoras, viajeros, rostros de perfil. Parece que le ha cundido la escapada. Si a ella le satisface encontrarlo con ese humor es principalmente por él mismo. Suficiente para disculparle la desaparición. Además no le ha echado tan en falta como le sucedía al principio. Es decir, antes, cuando este tipo de plantes enigmáticos era una novedad matrimonial. Aprovecha el momento y le habla de las intenciones de Max, ¿o habría que decir nuestro viejo amigo Max? Él no pone ninguna cara especial cuando le habla de la carta recibida y de la visita en ciernes. Como si no le afectara. ¿O acaso es que la historia del pasado la tiene ya olvidada? Aquello estuvo bien, fue interesante conocerle, todos aprendimos, todos nos aportamos, todos descubrimos todo, y nos divertimos tanto, fuimos, en fin, una gran familia. ¿Una familia a tres? Da la sensación de estar pensando todo eso. Demasiada frialdad, pero no dice nada. El comentario ausente pesa. Y sin embargo, no es verdad que ni siquiera se muestre perplejo. Acaso su perplejidad le paraliza, y tampoco quiere ser más explícito. O se trata de una actitud condescendiente con ella, para compensar su desaparición repentina de los últimos días. El pacto de complicidad de la pareja lleva implícito admitirse el uno al otro la falta de explicaciones. Se han dado tantas, se han inventado tantas, han sospechado tantas. Ella también se ha ido algunas veces. No es desatención, en absoluto, este comportamiento mutuo. Hay en él mucho de reconocimiento de sus márgenes de libertad y de admisión benévola de desencuentros que deben destensarse, ya implique búsqueda de soledad y apartamiento, abandono provisional, olvido momentáneo, necesidad de huída transitoria. Como se le quiera llamar. Todo tan urgido como efímero. Pero acaso necesario. Ella hojea el cuaderno de campo, se tizna los dedos. Necesita palpar la representación, acariciar lo figurativo, probar ese noviciado de croquis, sentir lo que empieza. Como una admonición. Es probable que esos trazos queden para siempre en el territorio de lo que meramente se transita, como causa. Que nunca los lleve a efecto, que jamás pasen a formar parte de la textura de lo acabado, que no sean sino flor de un día. ¿Se siente ella parte de esos trazos? ¿Quizás inacabada, fuera del cuadro de la vida sentimental, sin formar parte de la quintaesencia de la obra? Ningún obstáculo a que Max Winternitz se reencuentre con ellos. Él incluso empieza a pensar que es interesante. Los reencuentros siempre sirven, opina. O se revitaliza la presencia o se comprueba que el tiempo ha agostado el recuerdo. Y a pesar de todo quisimos tanto a Max, ¿verdad?, la dice. Ella pagina el papel barbado cubierto de bosquejos, siempre de machones. Teme tanta aquiescencia. Le confunde tanta templanza. Y entonces, se acuerda con desgarro de la carta devuelta, aquélla que envió a su amigo Max hace años a Praga y que jamás le fue entregada. Excusa formal: destinatario desconocido.
Abandona el gabinete del pintor, dejándole con el aria en la boca...
Tenti invan la mia costanza
Ch’altra speme non t’avanza
Che l’eterno mio rigor.
domingo, 11 de marzo de 2007
(Paréntesis: Respuesta)
sábado, 10 de marzo de 2007
(Paréntesis: Infamia)
(Pintura del pintor simbolista finlandés Magnus Enckell)
La carta
Estimada señora. Espero que las desavenencias acontecidas con usted y su marido durante nuestro encuentro en Italia no hayan perdurado hasta hoy. Todos deberíamos haber entendido sobradamente que la fuerza y la inexperiencia de la juventud depara con frecuencia equívocos. Si lo asumimos, damos por hecho la superación de los viejos conflictos. Por otra parte, ha pasado suficiente tiempo desde nuestras dichas y desdichas de Florencia como para suponer que los tres hemos cambiado. Lo más seguro es que hasta mi propia figura y el recuerdo de este humilde personaje del azar que se cruzó con ustedes hayan quedado borrados de su memoria. Probablemente, la dedicación a nuestros respectivos oficios ha desgastado sobradamente nuestros cuerpos, atemperado con creces nuestras ansias y ordenado nuestra volubilidad. Nada más lejos de mi intención a estas alturas que resucitar viejos fantasmas ni activar rencillas que malograron nuestra amistad. Por mi parte, sigo manteniendo viva y apreciada la parte positiva de ésta, y nunca he podido arrinconar los múltiples momentos de disfrute en común. Ustedes me mostraron visiones de la vida que mis ojos y mis oídos y mi lengua no habían logrado captar. Ustedes me deslumbraron con su complicidad y con su alegría compartida y, a pesar del desencuentro inevitable pero injusto, lo he valorado siempre como un bagaje fundamental de mi existencia. He realizado numerosos viajes posteriormente. Podría decir que estos últimos años los he pasado nómada en el aspecto físico, pero profundamente arraigado en el conocimiento de los hombres. Como bien saben, por tantas confidencias y tantos debates hasta altas horas de la noche que mantuvimos los tres, para mi sólo hay un territorio reconocido y que merezca el nombre de patria: la búsqueda. Si permanezco de modo duradero en un país, en una ciudad, aun habiendo conocido y establecido lazos con el lugar y sus vecinos, llega un momento en que me embarga un estado de asfixia. Esta sensación experimentada me ha hecho corroborar que difícilmente soy amante de la vida si no soy ciudadano del mundo, sin más límites que aquellos que la naturaleza y la aceptación de los hombres decidan. Próximamente debo realizar un reportaje por ciertas regiones del Norte de Europa. Algunos amigos que han sabido de ustedes recientemente me han puesto al corriente de la zona donde viven y sería mi deseo encontrarles aunque fuera de modo fugaz. Si ustedes lo aceptaran, también sería un gesto superador para los tres. Al fin y al cabo puedo certificar que la borrosidad del transcurso del tiempo suele eliminar los aspectos negativos y consolidar el recuerdo de los mejores momentos. Tendrán noticias nuevamente de mi en cuanto consiga los pasaportes necesarios de las autoridades de los países que debo atravesar.
N.B. Sólo decirle, mi estimada amiga, que guardo celosamente el cuaderno repujado en cuero por los artesanos florentinos que usted me obsequió. No me atrevo sino a anotar en él las observaciones más valiosas que mi caminar me han deparado.
Con todo mi aprecio vivo por ustedes. Su amigo, Max Winternitz.
Todo su afán inquieto es preguntarse: ¿vendrá sólo o vendrá con una mujer? No hace referencia en la breve carta a su estado civil y, aunque ese nomadismo del que habla lo sigue manteniendo como ética y comportamiento, los años han ido cayendo y no es el primer ni el segundo hombre independiente que cambia su primogenitura por la seguridad de la atención. Además, se le ocurre presa de un extraño instinto celoso, siempre puede haber una mujer de la complicidad que sea como él y le siga a donde quiera que vaya. Pero qué insensatez de pensamiento, se dice. Hace descansar la agitación de la sorpresa sobre el respaldo de la silla, hasta perderse nuevamente por los Jardines de Bóboli.
jueves, 8 de marzo de 2007
Registro
miércoles, 7 de marzo de 2007
Arañazo
Todo recuerdo
es el presente.
Ha arrojado el carboncillo entre las resmas de papel. Las araña con sus uñas ennegrecidas.
martes, 6 de marzo de 2007
(Paréntesis: Matanza en la calle Al Mutanabbi)
"Me gustaría que usted hubiera visto lo que eran los viernes, dice Shatri quebrado por el llanto. No se podía caminar. La gente y los libros colmaban la calle. La calle Al Mutanabbi es parte importante de Bagdad. La violencia ha cambiado el destino de los negocios de las calles de Bagdad. Luego en tono reverente, recita un proverbio conocido en todo el mundo árabe: El Cairo escribe, Beirut publica y Bagdad lee”.
Suena a título de novela, ciertamente. Matanza en la Calle de los Libreros de Bagdad. La imagen parece fotograma de película. El argumento recuerda a un relato de acción. Y el desarrollo de la acción se vincula a multitud de tramas. En definitiva, casi dan ganas de preguntarse: ¿hay algo tras la foto que puede estar siendo realidad? La infamia de una guerra civil que acumula miles de muertos desde que norteamericanos e ingleses invadieron Irak, apoyados por cierto siniestro personajillo español de chulería y bigote de cuyo nombre no quiero acordarme, no la convierte en menos guerra por repetirse hasta la saciedad todos los días en los medios de comunicación de masas. Para los ojos del espectador tranquilo y cómodo que observa despreocupadamente pero al que no le toca, que cree que está a salvo pero que al callar otorga, cuando la normalidad se instala el suceso deja de ser noticia.
El mito aposentado de la noticia como impacto (calidad) y urgencia (venta) se revela en nuestros tiempos más que nunca como puro mercado. Nada nuevo. Cuando la normalidad se consolida, la sensibilidad se vuelve tosca y la conciencia extravía el norte. Y sin embargo, nada permanece quieto. Simplemente con que la vida de hombres y de perros se vea arriesgada cada día, tanto por las bombas como por la escasez y por la miseria, simplemente con eso la noticia tendría que mudar moralmente su piel conceptual. La noticia está hoy día desprovista de ética. Consagrada como objeto mercantil se vende al mejor postor, se manipula y se prostituye.
La muerte en la Calle de los Libreros no es ni más ni menos valiosa que aquélla que se produce en la cola del pan, en la fila de solicitud de trabajo, en el autobús o en los hospitales. Ni es más simbólico el atentado. O tal vez sí, acaso tiene su matiz. Se mata al hombre y se mata un oficio de perdición. Los libros siguen teniendo ese matiz salvador o perdedor, según se vea, en tiempos en que corren el riesgo si no de desaparecer sí de perder influencia por mor del avasallamiento informático. La capacidad de pensamiento y el ejercicio de la memoria puede que en el futuro tengan coordenadas diferentes que las actuales, que reposan en los libros y en la lectura. Los libros y todo el mundo que gira en torno a ellos siguen siendo pecado y perdición para muchas culturas. Incluso para la nuestra, aunque aquí se muestre solapada e hipócritamente. Se sabe que en los libros se condensa también y de manera especial la naturaleza de los hombres y la ardua lucha de estos por desarrollarla o condenarse en ella. Los libros tienen mucho de testimonio y bastante de testamento.
No sé si este atentado de la Calle de los Libreros de Bagdad habrá sido especialmente simbólico o se trata simplemente de que la lógica de la guerra civil anuncia que ningún sector de la vida social iraquí debe quedar libre de la destrucción. Cuando uno recuerda las imágenes de la Biblioteca Nacional de Bagdad arrasada y la acompaña con ésta de la Calle de los Libreros, uno tiembla por el avance de la senda de los talibanes de la cultura. Ojo, esa senda también fue abierta desde Washington. Ahora bien, si los libros que se hayan podido salvar de las estanterías destruídas de las librerías de viejo de la calle Al Mutanabbi sirven para ser recogidos como testigos de la larga carrera de la vida, la esperanza permanecerá. Lo que nadie podrá evitar es que los libros se rescriban: al fin y al cabo es la eterna constante de la historia de la literatura mundial.
"De pronto sus sollozos rompen el silencio. ¿Es esto Irak? se pregunta en voz alta, señalando la calle arenosa y cubierta de basura mientras los olores a papel podrido y a cloacas se mezclan en el aire. Muchos libreros de la calle Al Mutanabbi se hacen esta pregunta. Aquí, en el centro intelectual de Bagdad, subsistían muchos custodios de la tradición literaria que sobrevivieron al imperio y al colonialismo, a las monarquías y a las dictaduras. En los primeros días de la invasión estadounidense, la calle Mutanabi palpitaba frente a la promesa de libertad. Ahora en el cuarto año de la guerra una sombra se cierne sobre el venerable pasado. Muchos de los tradicionales libreros se han visto forzados a cerrar. Otros han sido arrestados, secuestrados o asesinados o se han ido de Irak. Caminamos con nuestros ataúdes a cuestas, dice Mohammad al-Hayawi, el propietario de la librería Renacimiento, uno de los más viejos negocios dela calle. Ya no existen garantías en Irak"