"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 31 de diciembre de 2021

Acaba el año, ¿y mañana? Mañana será otro año, será otro día.

 

- Dicen que hoy termina el año.

- Eso dicen. Entonces, ¿mañana?

- Mañana será otro año, sin dejar de ser otro día.

- ¿Y eso cambia algo?

- Si no quieres no. Aunque nunca somos los mismos.

- Lo importante es seguir aprendiendo.

- Para seguir creciendo.

- Lo importante es que aprender sirva para algo.

- Si nos hace crecer sirve para mucho.

- ¿Nos vemos mañana?

- Mejor el año que viene.


Pues deseo para todos lo que dice la pareja. Crecer para aprender. Aprender para crecer. No importa si aún estáis lozanos o peináis canas. Cuidaros de los virus y de los virulentos humanos, también fatales.



(Esculturas cerámicas de Patricia Broothaers)

martes, 28 de diciembre de 2021

Las compañeras (Serie negra, 60)

 


Me enseñan la foto y ya voy recordando a muchas de ellas. Ahí veo con su aire independiente a la Aina, sonrisa extra entre todas las sonrisas, mecánica de telares como pocas. Después nunca supe más de ella. Montse va detrás de la Antònia. Me la encontré en Orán y creo que nos dolió encontrarnos. Vivía con un comerciante francés. Tenía tantos o más lunares por todo su cuerpo que antes del exilio. No me dejó terminar de contárselos. Y es que el pasado siempre pesa en más de un sentido. De la Antònia, la intelectual, lo que me dijeron que le había sucedido no fue nada agradable. Pero quién sabe. Acaso sobrevivió y las informaciones fueran falsas. Era toda ella verbo y convicción. Si lo que planteaba hubiera sido posible qué mundo tan hermoso no habríamos conocido. Organizadora como nadie, sutil cuando era preciso y enérgica cuando se trataba de sujetar la estructura del grupo. Duele evocarla. No se rindió ni cuando podía salvarse. La Moriles, qué chistosa aquella andaluza que me tiró sin suerte los tejos en una fiesta de andaluces. Y yo para no desairarla dejándome llevar por ella no sé si a las alegrías o a las sevillanas, o lo que tocaran en el tablao. Mundo endiablado que no se detenía nunca. Como ella misma. ¿Qué sería de la Moriles? Si no me engaña mi ojo de cataratas veo un cuarto de cara de la Vasca, que no era vasca pero nadie sabe por qué la llamaban así. Puritana y de una rigidez mental que a veces daba miedo la Vasca quería que las cosas fueran como a ella se le antojaba y apenas cedía en lo que se consensuaba colectivamente. Su actitud no era buena para fomentar ideas y avanzar en la producción, por lo que no era apreciada en exceso. Alguien contó que después del fracaso andaba por el barrio chino vendiendo el placer de su escuálida carne. Nadie lo hubiera imaginado. La espigada es sin duda Silvia Moreu. Debió cambiar de rumbo ya antes del desastre. Enamorarse de uno del otro bando tuvo su acierto para ella. Si vive acaso lo haga todavía en algún pueblo de la misma comarca. Más atrás creo distinguir a la Gómez, rebelde entre las rebeldes, incapaz de soportar la disciplina. No me han jodido bastante los de antes para que ahora vosotros me hagáis pasar otra vez por las mismas, solía repetir. No sabían qué hacer con ella. A mí me asediaba, no sé si para que la apoyase en su virtud ácrata o con otras intenciones. Y yo guardando el tipo. Naturalmente nunca supo que di la cara por ella para que no tomasen medidas correctoras ni la mandaran con el máuser a lugares más arriesgados. A la que no veo en la imagen es a la Sentís, la contable, de la que alguien me dijo una vez que tenía un puesto de verduras en Poitiers. Quién iba a decir entonces lo que el caprichoso destino deparaba a cada una. El destino, al fin y al cabo, no consiste en otra cosa que en aceptar, resignarse y tirar para adelante expectantes ante la suerte, por si se puede mejorar. Si alguien me pregunta qué siento al ver la fotografía de la salida del trabajo de las compañeras no sabría bien qué responder. Trago alguna que otra lágrima. Entre todas las respuestas que podría dar se impone una. Y es que no me veo a este lado de la fotografía muchos años después. Que estoy allí mismo todavía, frente a ellas, entrando a mi turno. Cruzándonos. Me quedo con sus guiños cómplices y sus chanzas divertidas. Y casi recuerdo las mismas palabras cálidas que dirigían entonces al novato. Ahí te dejamos toda la nave para ti solo, Quimet. No te manches mucho el mono. El lunes más. Y se iban riendo hacia la diversión sabatina.






domingo, 26 de diciembre de 2021

Seppuku (Serie negra, 59)

 




Tras el seppuku ritual tendieron al hombre sobre la nieve. Las vísceras comenzaron a expandirse fuera de su abdomen pero en contacto con la nieve la sangre y otros humores se volvían albos. ¿Cómo podía interpretarlo el forense? ¿Qué clase de líquidos son los de este hombre que palidecen apenas emergen?, debatían perplejos los sanitarios. Ningún hombre tiene la sangre nívea, ni antes ni después de ser expulsada, confirmó con su experiencia vetusta el anciano superviviente Issei, que había conocido tres guerras y había visto, y otros dicen que bebido, más sangre que agua.

(No siento mi cuerpo inerte, pero me llegan ecos del mundo que acabo de dejar atrás. Hablan sobre mí y algunos me descalifican. No entienden que en el suicidio ritual no hay abandono, sino solo cumplimiento personal. Otros se horrorizan por el horror que imaginan, y que dicen que les produce mi actitud y mi agonía. Un horror ajeno a ellos, al fin y al cabo. Pero, ¿qué saben del dolor como camino inexorable hacia la nada? Hay quien busca una justificación sobre mi acto extremo. Les oigo decir algo sobre el código del honor. Pero yo no he llegado a esto por ningún emperador ni Estado ni leyes ni designio alguno de orden religioso. Quien presume de haberme conocido ha mencionado algunas frustraciones decisivas mías, sin tener idea de que tales frustraciones me han enseñado, nunca desesperanzado para seguir viviendo. Alguno menciona los fracasos en mi oficio y la quiebra de mis negocios como razón determinante. ¿Algo tan efímero e incluso subsanable podría conducirme a olvidarme de mí mismo? Hasta un amigo íntimo me traiciona, sabiendo que no le voy a desdecir, al revelar el desdén de una mujer que siempre estuvo en mi pensamiento que no en el acompañamiento al uso. ¿Y qué decir de ese funcionario, con oscuras ideas que quisiera que todos adoptaran como él, que comete la imprudente contradicción de pedir la muerte para todos los suicidas? Como no poseo tampoco el don de la risa  con ganas me hubiera quedado de burlarme de él. Qué corto y lineal es el pensamiento humano a la hora de valorar los actos de los demás. Si supieran que me he hecho el seppuku para dar cumplida satisfacción a una curiosidad, eso sí, morbosa, que arrastraba desde hace tiempo...Lo reconozco: al hendir el tanto más allá de mi piel y rasgarme lentamente el abdomen de izquierda a derecha tuve un momento de duda que tampoco habría podido reparar. Afortunadamente no solté la presión de la daga y en un nuevo ejercicio horizontal volví a colocarla en el centro. Qué ardor. Qué fuego instantáneo y profundo. Solo me quedaba alcanzar la verticalidad y dejarme caer lo antes posible. La tierra y el cielo se juntaban en ese movimiento preciso para privarme de la vida. ¿Ha pensado alguien en cómo proyectamos todo en símbolos para justificar lo acertado y lo erróneo? Mi agonía no ha sido instantánea y el precio de la curiosidad fue la misma ingratitud de siempre, la del dolor más extremo que jamás hubiera imaginado. Me quedaba como compensación saberme cercano al fin. Incluso había elegido la soledad. No quise que nadie estuviera allí para ayudarme a morir, decapitándome como en las normas de honor del seppuku. Entre otras razones porque ya nadie lo practica y no hay verdugos voluntarios que conozcan el arte de la bondad final, aunque sea sangriento)




(El escritor Yukio Mishima fotografiado por Kishin Shinoyama)

jueves, 23 de diciembre de 2021

Dans le Métro (Serie negra, 58)

 


Conocí a Lise junto a la taquilla de la estación de metro de Goncourt. He perdido el monedero, ¿me pagarías el billete? Un acto de desparpajo por su parte. No veo por qué no, le respondí divertido. El tren llegaba en ese momento. Corrimos. ¿También vas a Lilas?, me atreví. Rezumaba juventud y yo entonces era tan sensible al clima de primavera. También, dijo. Vengo de posar, ¿sabes? Estábamos acostumbrados al movimiento oscilante de aquellos trenes, pero a veces daba miedo. Lo ordinario era tener que sujetarnos fuerte a una barra para no darnos un coscorrón. ¿Posar para un artista, dices? Para ella debía ser natural hacer confidencias a un desconocido. Se puede decir que sí. Es un fotógrafo que hace cosas interesantes, y si las hace es artista también, ¿no? No me cabe duda, le respondí. Yo esperaba que de un momento a otro se interesara sobre mi actividad o por el objeto del recorrido que hacía, y me puse a pensar si decirle la verdad o inventarme una historia. Pero no preguntó nada. Siguió su propio tema. Puedo posar para lo que me pidan. Para anuncios, para pintores, incluso para el cine. Eso puede ser muy interesante dada tu juventud, la animé. Pero no me gusta, cortó Lise. Los que realizan las pruebas son pegajosos. Quieren enseguida quedar contigo y te hacen propuestas incómodas. Eso sí, a cambio te prometen que intercederán por ti, y hay otras chicas que no dudan en morder el anzuelo. ¿Tú no?, se me escapó. Oh, perdona, no quise ser indiscreto. No, no, dijo, y sentí alivio. Haces bien en preguntarme. Me gusta las personas que vienen de frente. Hasta ahora, ¿sabes?, no he picado, pero quién sabe, hay mucha competencia en el mundo de las modelos y sería falsa si negase que puedo sentirme necesitada de pasar por ciertas inconveniencias. De momento huyo de ellas. Afirmé con la cabeza en un gesto moral que pretendía reconocer su valor. Bien debido a que coincidía la hora de salida del trabajo o por algún evento el caso es que el vagón se fue llenando de gente. ¿Ves?, dijo aproximándose a mi con una voz muy tenue. Tampoco me siento cómoda cuando esto se llena. El tono suave y cadencioso que ponía al hablar tan bajo me hacía verla de otro modo. Era como que me concedía una extraña familiaridad, algo poco usual en una ciudad en la que hasta los conocidos se desconocían. Sé protegerme de sobra, cuchicheó, pero hay días en que una tiene que pelear, manteniendo cierta clase por supuesto, con los aprovechados que te buscan. Algunos hasta se incrustan prácticamente en mi espalda, y no siempre hay hueco para apartarme. La sentía tan cercana que me preocupó que ella pensara que yo también era uno de esos. Se lo dije. No he pensado eso de ti; además en cierto modo busco que se crean que somos pareja y así no se les ocurrirá intentar nada. ¿Y si se me ocurre a mí?, reí bajito a la altura de su oído. Lise fue cómplice de mi risa. Sería un buen argumento para sentirme todavía más protegida de los desconocidos. Pero yo soy un desconocido, no lo olvides, precisé. Lo eras antes de entrar al metro. Además estoy en deuda contigo. Por el billete, porque me has escuchado y ambos nos dirigimos a Lilas. Lo casual también cuenta. Razón suficiente para fiarnos mutuamente. ¿Qué tenía aquella mujer que su manera de conducirme con la palabra tiraba también de mi apagado deseo? Un movimiento brusco del tren nos inquietó a todos los viajeros. Ella parecía controlar el ejercicio rápido de otros cuerpos por adaptarse al equilibrio. Este es uno de esos momentos peligrosos para una mujer, susurró. Tengo conocimiento de causa. Sentí su aliento tan próximo que me inquieté. ¿Y si nos bajamos en una estación anterior, en Télégraphe por ejemplo, y nos tomamos un café?, propuso. Su mano de violinista se posó con fuerza instintiva sobre la mía. Como si no hubiera más sitio donde aferrarse en aquellos soportes tan concurridos. La retuvo. Abrasaba. Recuerda que no tienes dinero, reí. Pero tú sí, saltó con picardía. Entonces con la otra mano sacó de entre la chaqueta de punto que llevaba arrebujada mi cartera. No reaccioné. Su extrema habilidad y cuanto me había contado, que no había tomado por mera palabrería, me hechizaban. A punto de detenerse el tren me rozó con el estigma de su torso enhiesto. No te separes, suplicó. Este es el peor momento. Me agarró la mano y tiró de mí hacia el andén.  Así fue como empecé a saber de Lise, la chica que iba a Porte des Lilas. 



(En la fotografía Anaïs Nin)

martes, 21 de diciembre de 2021

Un himno homérico a la Tierra. Con el deseo de un satisfactorio solsticio.

 



Los Himnos homéricos son un conjunto de treinta y cuatro poemas generados a lo largo de varios siglos anteriores a la era cristiana. Cada uno está dedicado a un dios del panteón griego pero también al Sol, a la Luna y a la Tierra. Aunque antiguamente eran adjudicados a Homero, en realidad parecen ser obra de diversos autores. Hay diferencia amplia de fechas entre todos ellos y se han transmitido por la tradición oral. Y ya se sabe que esta confirma o rectifica, cambiando y derivando siempre la forma y el fondo incluso de los relatos. De ahí que en los mitos y las leyendas más ancestrales, los grecolatinos son una buena muestra de ello, los dioses tengan diferentes vidas imaginarias y por lo tanto narraciones múltiples.

Mas la información sobre los Himnos homéricos ya la suministran los investigadores y eruditos, y yo poco más sé. A mí me ha interesado traer aquí la verdad y sensibilidad que rezuma el himno dedicado a la Tierra. Tiene todas las connotaciones de una plegaria de agradecimiento. Pero también está cargado de anhelo, de aspiración a una vida segura y condescendiente. Y ojalá feliz. Sin duda el idealismo humano ya proviene de lejanos tiempos. No en vano en la cultura clásica griega hay un eco evocador de las bondades de la existencia. Si bien uno no puede dejar de pensar que aquella sociedad también era clasista, y que no todos sus componentes se beneficiarían por igual ni obtendrían satisfacción de sus necesidades, pero ¿acaso quien más o quien menos no aspiraría a verse compensado por los dones naturales y por los productos del esfuerzo y la tarea humana?

Os dejo aquí el Himno a la Tierra, personificada en Gea, en estos tiempos en que parece que nuestro planeta está tan herido por la acción de los mortales, y las deidades se revelaron hace mucho incompetentes para poner límites a la incuria humana. Con mis mejores deseos para celebrar el solsticio de invierno. Bienvenido sea, bienvenidos seáis todos a él.



A la tierra, madre de todos
 

"Voy a cantar a la Tierra, madre universal, de sólidos cimientos, la más augusta, que nutre en su suelo todo cuanto existe. Cuanto camina por la divina tierra o por el ponto, o cuanto vuela, se nutre de tu exuberancia. Por ti se vuelven prolíficos y fructíferos, soberana, de ti depende dar la vida o quitársela a los hombres mortales. ¡Afortunado aquel al que tú honras benévola de corazón! A él todo se le presenta en abundancia. Se le carga el labrantío dispensador de vida y por sus campos prospera en ganados. Su casa se llena de bienes. En cuanto a tales hombres, con buenas leyes gobiernan en una ciudad de hermosas mujeres. Abundante fortuna y riqueza los acompañan. Sus hijos se enorgullecen de su juvenil placer, y sus hijas, jugando en coros cuajados de flores, con ánimo alegre se complacen entre las delicadas flores del prado. Esos son a los que tú honras, venerable diosa, generosa deidad. 

¡Salve, madre de los dioses, esposa del estrellado Cielo! Concédeme, benévola, en recompensa por mi canto, una vida grata a mi corazón. Que yo me acordaré de otro canto y de ti".

  
***



Y una traducción acaso menos libre, para quien sea más exigente con el estilo clásico:


A Gea



A Gea, madre universal, cantaré, de sólida base, la más anciana, que nutre sobre la tierra todo cuanto hay; cuantos seres se desplazan por la tierra divina o cuantos (se desplazan) por el mar o cuantos vuelan, ellos se nutren de la abundancia a ti debida. 

Por ti llegan a ser de muchos hijos y fructíferos, Soberana, en ti está el dar la vida o arrebatarla a los hombres mortales; feliz aquel a quien tú honres benevolente en tu ánimo: a él todo se le ofrece inagotable.

Cargada está para ellos la tierra labrada, dispensadora de vida, y en los campos hay prosperidad para los rebaños, y la casa está llena de bienes; ellos, con buenas leyes, mandan en la ciudad de hermosas mujeres, y mucha felicidad y riqueza los acompaña.

Sus hijos con alegría juvenil se sienten orgullosos y sus hijas vírgenes, jugando en coros floridos con corazón alegre, danzan entre mullidas flores del prado, (aquellos) a quienes tú honres, venerable diosa, generosa divinidad.

Salve, madre de los dioses, compañera de lecho de Urano, cubierto de estrellas, benevolente, a cambio de mi canto, concédeme una vida plácida: yo por mi parte, me acordaré de ti y de otro canto.

*



(Imagen de cabecera: Cuadro del pintor danés Vilhelm Hammershøi. Imagen posterior: escena de un vaso del Pintor de Eretria, siglo V a.e.c. )

sábado, 18 de diciembre de 2021

Encuentro con la diosa de ojos glaucos (Serie negra, 57)

 




- Oh, diosa. ¿Qué te hace estar pensativa?
- El acontecer de los hombres.
- Pero tú que participaste en la batalla con los Gigantes, ¿vacilas ahora acaso ante la actitud de los mortales?
- No dudo, pero me siento afectada. Pues no sé si cuanto hice por ellos ha servido para algo. 
- Si sirvió tu apoyo a héroes como Aquiles o Menelao en la contienda decisiva de Troya, o protegiste activamente a Heracles, cuyas gestas eran arduas y sobrehumanas, o fuiste en socorro de Perseo cuando Gorgona le puso en un brete o incluso echaste una mano impagable a Odiseo, ¿qué te hace creer que cuanto has provisto para los hombres ha caído en saco roto?
- Su necedad. Su permanente ofuscación en no entenderse entre ellos. Su afán por perseguir lo inalcanzable aun a costa del otro, en lugar de solicitar su ayuda y contribuir al éxito de una causa común.
- Pero los humanos te reconocen. Antiguamente levantaron templos y estatuas para honrarte.
- Aquel gesto no me conmovió. Siempre he deseado de ellos otra condescendencia.
- Cultivaron un elevado culto a tu representación.
- Nunca necesité que me honraran. No obstante se ve que cuanto hacen los mortales en nombre de los dioses o del dios único que inventaron después para su propia comodidad lo hacen para sí mismos.
- Te muestras desagradecida, a tenor de tus palabras. 
- Son ellos quienes no saben agradecer mis enseñanzas en la vida cotidiana ni labrar su seguridad para tiempos venideros.
- No se puede decir que hayas sido una diosa de la paz precisamente. Pues todas tus acciones en el mundo del mito han sido guerreras y no en vano los artífices te han representado con el yelmo corintio, la égida firme y la afilada lanza.
- Quien me recuerde solamente pertrechada para la contienda ignora la faceta que más me interesa que acepten los hombres.
- Ciertamente sería de desagradecidos olvidar que ya en aquellos tiempos lejanos tu nombre invocaba una celebración. Se te reconocía en las expresiones creativas. Se organizaban festividades donde las artes, la poesía, la música o el debate filosófico emergían en una competencia feliz que tú habías auspiciado.
- Y en ese sentido siempre he anhelado que los hombres, recuerden o no mi nombre, pues las expresiones de la imaginación humana son cambiantes, dediquen el cultivo de toda clase de artes e impulsen el desarrollo de la justicia y la razón como signos hacedores de paz y convivencia.
- En gran medida son herederos de tus advocaciones y han procurado, no sin dificultades, desarrollar tus propuestas.
- Lo acepto. Pero temo que últimamente anden perdidos.
- La confusión ha sido una constante histórica. La indecisión, un latido perturbador. El error, un agujero en el suelo bajo sus pies.
- Mas no han aprendido lo suficiente. Nunca acaban de aprender a valorar correctamente los riesgos, ni a conjurar los peligros, ni a optar claramente por lo constructivo. Entiendo que es la condición humana. Es obvio que los dioses que ellos inventaron nunca les hemos resuelto el problema de la existencia. Pero ¿no es precisamente ese esfuerzo que los hombres impulsan lo que les otorga el gran valor y el inmenso sentido de la razón de vivir?
- Tú misma dices bien, diosa. ¿Por qué, entonces, entristecerte? ¿Por qué esos devaneos estériles? ¿Qué más puedes hacer por ellos?

La deidad no responde, porque sabe que la respuesta la tenemos los hombres. Me ha mirado fijamente. Sus ojos glaucos me transportan. Si yo fuera su enemigo, me fulminarían. Si tratara de seducirme, me rendiría. Pero me traslada quietud, invitándome a hacer del pensamiento reflexivo el acto más prudente. Es ahí cuando sé que no estoy ni en su poder ni en las manos de nadie. Y sé que es lo que espera de mí. ¿Consistirá en eso la pizca de sabiduría que uno debe cuidar?





(Relieve de Atenea, de hace 2.500 años, en el Museo Nacional de la Acrópolis. Atenas)

jueves, 16 de diciembre de 2021

Pan con pan o diálogo de fuerzas vivas, años... (Serie negra, 56)

 


Las fuerzas vivas estampan ruidosamente sus fichas de dominó sobre el mármol. Boticario, cura, alcalde y médico endulzan la partida con un Chinchón seco. Ante un plato vacío la filosofía palidece, dice uno. Además, de ideas no se come, y se repantinga otro. ¿Para qué les sirvieron a aquellos sus ocurrencias libertarias? Todo ha vuelto a ser como antes. Pero los que han sobrevivido lo pasan mal y vienen ahora a que les aportemos la guita. Convenceros, la escasez espabila. ¿Tú crees? Cómo que lo creo. La gazuza incentiva el ingenio, eso es de siempre. Será en unos casos, porque en otros...A ver, ¿quiénes han salido los más listos de este pueblo? El hijo del aguador, ahí lo tienes, con carrera y todo. Sí, claro, solo uno de los nueve hijos que tuvieron sus padres. Y porque le llevó el cura al seminario y el chico valía. El resto, o allá para el Norte o a las Cataluñas o malviviendo. Y alguno en el trullo, como aquel que iba pregonando que había cogido solo lo que le pertenecía. Sería mamón el rojo. Sed caritativos, compadres, bien sabéis que Dios no abandona a ninguno de sus hijos, y siempre provee. No abandona pero los mata de hambre, salta jocoso el médico. No seas, sacrílego, matasanos, que si te da el cólico miserere y te quedas en esas vas de cabeza a la finca de Satanás. A este Satanás no le querría, acabaría matándole también a él. Ríen todos estrepitosamente. Lo malo es que este año viene muy mala la cosecha, interviene indiscreto el cachicán de la finca de Don Emeterio que observa la partida. Y si no hay venta no hay ganancia. Y sin ganancia adiós soldada. Tendremos a los jornaleros matando las horas por la plaza. Sin nada que hacer les tentarán las malas ideas. Y qué pasa por eso. Para las malas ideas hay cuartelillo y receta. Más caridad, hermanos, más caridad. El uso de la fuerza solo en el extremo de que sea necesario. A mí mientras me respeten los santos me parece que todo lo demás tiene solución. Claro y la patata caliente para nosotros, ¿no? No adelantéis acontecimientos. La gente de este pueblo es pacífica. Otras veces lo han pasado mal y no han ido más allá de las quejas. Ya, pero recuerda que a ti te amenazaron una vez. Bah, aquel chavea se dejó llevar por los de las malas ideas. Ya lo pagó, como lo pagaron todos los suyos, y ahí lo tienes, más manso que un siervo de los de antes. Yo no quisiera hacer de abogado del diablo pero deberíamos prepararnos para lo peor. ¿Qué es lo peor? ¿Que no podamos jugar la partida todos los días? ¿Qué tengamos que interrumpir la caza? ¿Que se nos vengan abajo esas correrías que nos traemos de vez en cuando en la capital? No se santigüe, padre, que tampoco está usted libre de tentación. Autoridades precavidas valen por dos, dice el refrán. Ya, el refrán del gobierno civil cuando ordena seguir sus instrucciones y desplegar la fuerza pública. Os digo que esta vez puede ir en serio. La chusma revoltosa son cuatro. Nosotros no tenemos que tener complejos. Pero observad que si además de caer en picado la recolección llega el desorden, a ver de qué van a comer esos desgraciados. Por Dios, no les llames eso. Pero hay que hacérselo ver. ¿O les va a abrir usted el granero, padre? Yo os digo que no se van a quedar quietos. Que no tendrán nada que perder. El hambre trae la revuelta, y no queremos que retornen aquellas circunstancias, ¿verdad? Quien se alimenta de pan con pan, dice el Libro de los Proverbios, no perecerá. Creo que convendría tomar la iniciativa y emitir un edicto municipal redactado con buenas maneras. ¿Aviso al secretario? ¿Llamo al alguacil? Calma, calmarse todos, la partida primero. Que siempre os atropelláis cuando voy ganando. Por cierto, cachicán, di a Don Emeterio que el domingo iremos a buscarle al alba para la batida. Este año vienen las perdices rellenitas y abundantes.  



(Fotografía de Carlos Saura)

martes, 14 de diciembre de 2021

Maldición eterna a quienes hayan hecho daño a Las sacerdotisas

 


¿Qué hacer, si aparecen, con los autores del daño infligido a las pinturas rupestres denominadas Las sacerdotisas? Me temo que cualquier acción administrativa, judicial o simplemente correctora sobre ellos sirva muy poco para modificar la estructura mental de esa especie de terroristas del Arte y del Patrimonio público. Y es que la capacidad imbécil y perversa de algunos es elevada y debe tener hondas raíces en la ignorancia. 

Las pinturas de Las sacerdotisas se encuentran en el Abrigo de Los Órganos, Parque Nacional de Despeñaperros, en Jaén. Se cree que representan una danza ritual, probablemente propiciatoria de la caza. De ahí que las figuras antropomorfas y esquematizadas aparezcan enmascaradas como felinos. 

Que durante varios miles de años -se calcula que pertenecen a la Edad del Bronce- hayan resistido a la intemperie y que ahora lleguen los destructores malnacidos de turno para rociarlas con spray es algo que no tiene nombre. Pero pónganles alguno, si gustan, a elegir entre: analfabetos, bárbaros, incívicos, incultos, tarados, negacionistas, bestias...O simplemente bichos dañinos. (Se admiten otras sugerencias)

Me pregunto: ¿Qué pasaría por la mente de ciertos individuos para recurrir a esta clase de mal tan insensato? ¿Qué nivel de educación mínimo tendrán tales sujetos? ¿Qué perseguían realmente al tachar las imágenes? ¿O lo que buscaban era que su vergonzosa y miserable hazaña apareciera en los medios y se difundiera por las redes? ¿Se sienten así en sus días de gloria al ejecutar esa machada? Malo sería que un acto de barbarie sentase precedente.

No creo que baste con una acción punitiva contra esa ralea, pues la maldad no tiene cura. Por lo tanto, yo invoco, plagiando una parte del título de una novela del escritor Manuel Puig: maldición eterna para los autores de un crimen contra la antigua Humanidad. 

Acto sacrílego contra la cosmovisión de los pobladores del pasado, delito contra el patrimonio público heredado, aversión enfermiza al conocimiento. 

Pero quién sabe. Acaso las supuestas sacerdotisas o danzantes o profetisas les echen el mal de ojo a los necios destructores. Porque la vida da muchas vueltas. Y el mal solo sabe disponer de una dirección: consumirse en sí mismo, aunque se lleve por delante tesoros culturales sin ton ni son como parece este caso. No quiero sospechar que haya habido otras intenciones más sibilinas y retorcidas...porque entonces, apaga y vámonos.




(Fotografías aparecidas estos días en internet)

lunes, 13 de diciembre de 2021

¡Vade retro, libros! (Serie negra, 55)

 



Dedicado a Javed Farhad, poeta y escritor afgano, que ha tenido que vender su biblioteca personal para pagar el alquiler de la vivienda y poder comer toda la familia.

Cuando los seguidores fanáticos de aquel personaje turbio se creyeron reyezuelos en mi pequeña ciudad lo primero que hicieron fue desvalijar. Los hogares de gente letrada, las bibliotecas públicas, los centros de agrupamiento sindical, los ateneos de cultura, incluso muchas escuelas, fueron objeto de purga. Lo hacían por nuestro bien, dijeron los uniformados. Aunque algunos venían con órdenes expresas desde la capital del länder, vimos caras conocidas. No todos eran analfabetos de hecho, pues entre ellos había personas que habían realizado doctorados y funcionarios públicos a los que se les exigía tener conocimientos amplios. O eso creíamos hasta entonces. 

Verlos entrar en la casa del Doctor Cohen, por ejemplo, o saquear con impunidad un sindicato donde se alfabetizaba, o hacer una selección de libros de la biblioteca que honraba con su nombre a Goethe nos escalofrió a muchos. ¿Hasta dónde serán capaces de llegar?, nos preguntamos. Sabíamos de represalias y detenciones sobre librepensadores y militantes de entres políticos que no eran el suyo, incluso con vecinos de toda la vida que por seguir otra religión eran calificados como enemigos del Estado, pero cuando vimos con nuestros ojos destruir libros nuestro asombro fue enorme. Tuvimos que callarnos, por supuesto. 

El maestro Wolfgang Carstup, sajón como todos nosotros, nada radical pero tampoco ningún beato y menos de la nueva y virulenta corriente de moda, no pudo callar. ¿Por qué hacéis eso?, increpó a la banda paramilitar que preparaba una pira en medio de la plaza cuyo nombre honraba a un antiguo filósofo local. Nos ha llevado años formar bibliotecas como para que ahora nos desproveáis de sus fondos. El soberbio oficial le respondió con altivez: os regalaremos una nueva, única, inconmensurable. Donde leáis cuanto aporta bien, lo que alecciona para el orden, aquellos libros que enseñan a ser ciudadanos fieles y cuantos relatan las hazañas de los valerosos héroes cuya memoria el Reich ha recuperado para mayor honra. 

Carstup, que no era un ingenuo, se resistió a la falsa explicación. Pero los libros si valen algo, dijo, es porque expresan ideas de todo tipo, narran avatares de cualquier lugar de la humanidad, no obligan a tener criterios morales definidos, y trascienden las ideologías porque ante todo los libros son un testimonio total y libre. O dicho de otro modo: el que quiera que lea y elija; pero que tenga dónde y qué elegir. 

El oficial se embraveció al ver que el maestro le llevaba la contraria. Enseguida personificó en él. Es decir, ¿que tú eres partidario de aquellos que leen lo insano, lo que no ayuda a acrecentar el amor a la patria, lo que emponzoña a nuestros jóvenes? Carstup se dio cuenta de que no había diálogo posible con la bestia. Y que había corrido un riesgo serio. Dudó entre callar o seguir argumentando para aquellos animales. Tuvo una ocurrencia, si bien poco afortunada. No los quemáis, dijo tratando de arrebatar la pila que portaba uno de los secuaces de aquel operativo. Me los quedo yo, me comprometo a guardarlos sin que nadie tenga acceso a ellos. Podréis venir periódicamente a comprobarlo. 

La carcajada del grupo depredador nos hizo temblar a todos los que presenciamos la escena. El uniformado al mando no estaba a favor de la clemencia con la herencia de Gutenberg. Vociferó: Ved aquí a un idealista de los de antes, de los que aún deben creer en los filósofos y en los poetas, pero que no sabe reconocer el genio del gran hombre que el destino nos ha propiciado. Apártate si no quieres llevar el mismo fin que toda esta bazofia de papel que vamos a eliminar para higiene de los habitantes de la ciudad. 

Wolfgang Casturp se encerró en su casa tras aquel episodio. Desapareció a los pocos días. Hubo quien dijo haberle visto andando solo, con una maleta, bordeando la carretera. Nunca volvimos a saber nada de él.


   

viernes, 10 de diciembre de 2021

Tanto fueron los cacharros a la fuente...(Serie negra, 54)

 


Yo también recuerdo haber ido a por agua a la fuente. Me mandaba mi madre, aunque me supiera mal. Las mujeres se apelotonaban. Más de una se me colaba en la fila. Había risas, pero no se podía evitar siempre algún altercado. Si el llenado iba para largo las mujeres se prestaban a conversaciones. El tono de estas podía variar. Había comentarios prudentes, confidencias indiscretas, chismorreos malintencionados. Cosas del vecindario que unas veces se ayudaba buenamente y otras se echaban una mano al cuello. Si uno se fija en la fotografía se advierte un tono de jocosidad. Si bien, como en un cuadro velazqueño, en el meollo se observa cierta tensión circunstancial -cuyo motivo no nos es revelado aunque podamos sospecharlo- y a medida que nuestra vista se desplaza a la cola el grupo gana en divertimiento. 

Mas el diálogo hondo no era el de las mujeres. Sino el más silente, pero no menos entrañable, de los recipientes. La conjunción de todos aquellos objetos que se valoraban por su capacidad, independientemente de la medida que los clasificaba y el uso habitual que los definía, se manifestaban en una especie de éxtasis. Ellos sabían esperar y como buenos hermanos entregados al uso de las familias se contaban sus alegrías y sus desdichas. Cuánto temían el desgaste de los años. Uno decía que había perdido un asa. Otro, que el mimbre que recubría el botellón se iba deshaciendo. Había quien se quejaba de estar criando ya cierto óxido. O aquel que se presentaba avergonzado por sus abolladuras. O el que lamentaba haber dejado de prestar servicio como lechera para rebajarse a esta otra actividad inodora, incolora e insípida, a tenor de lo que contaban los libros escolares. ¿Y qué decir de aquellas cerámicas de barro rojizo o blanco que temían quedar obsoletas si se partía el pitorro o la boca de relleno? En aquella epifanía cotidiana de los útiles más comunes y necesarios se citaban los orgullosos garrafones, las garrafas humildes, los barreños inabarcables, los cubos comodones, las cazuelas de la ración, las ollas de los gabrieles, las jarras aguamaniles con las que se aseaban sus dueños sobre la jofaina, los cántaros metálicos, los botijos con sabor a cieno y verano.

¿Se interesaba toda esta humanidad de objetos por la otra que vociferaba, se increpaba, contaba anécdotas o reía para hacer llevadero el rato? Esa humanidad de los cacharros solo hilaba complicidad con la imperturbable y parturienta fuente. Su fiel generosidad les proporcionaba cada día el verdadero sentido de su existencia.




(Fotografía de Campúa)

miércoles, 8 de diciembre de 2021

El recadero del maestro Utamaro

 



Trabajé de aprendiz para el maestro Utamaro. No sé si aprendí más observando sus maneras de pintar o ejecutando sus recados. De lo primero serán mis trabajos los que podrán responder. En cuanto a los encargos tengo que reconocer que fue un aprendizaje provechoso. Yo soy por naturaleza tímido, y en mi juventud lo era mucho más. ¿Fue por esa razón por la que el maestro confiaba en mí? ¿Sabía él de sobra al enviarme a buscar alguna muchacha a la casa de té más oscura del lugar que iba a ser sumamente discreto? No es que a él le importase demasiado que se supiera dónde escogía a algunas de sus modelos, pero me utilizaba para conocer mi opinión. No se piense mal. De su vida íntima con las modelos no debo revelar nada, aunque con ganas me quedo. 

Él quería que le confirmase o disintiese sobre la anatomía o rasgos particulares de aquellas mujeres a las que luego iba a representar, a algunas de manera idealizada, en sus ukiyo-e. Dame tu dictamen sobre las proporciones del cuerpo de Suki, me decía. El rostro de Aiko es tan sereno que dan ganas de dibujarlo. O bien: la espalda de Manami es como un lienzo, no sé si copiarla o pintar en ella si me deja. Sin que yo le dijera nada Utamaro sabía por mi sonrisa o mi mirada pilla que no iba descaminado en sus apreciaciones. ¿Digo poco si afirmo que mi timidez era para él una buena medida de por dónde debía acometer una obra? 

No sé si un día me vio más apocado que de costumbre o simplemente que no daba pie con bolo en mis trazos, que decidió dar un paso a mi favor. Creo que necesitas algo más que aprender a dibujar o hacer de recadero. Vas a ir de mi parte a buscar a una mujer a la que llaman la misteriosa, que a veces acude a la casa de té a buscar su propio placer. Es una mujer callada, prudente, de superior belleza interior a la aparente. Le dirás que no la necesito de nuevo para mi obra, pero que tú sí. Prueba a ver si te corresponde y luego me dices. 

Fue una anécdota más de mi estancia de adiestramiento con el maestro. Que aquella mujer y yo vivimos juntos una temporada nos sirvió a ambos amantes. Por supuesto, el mundo propio de ella era muy superior al mío. Y sus maneras cautelosas no eran óbice para distinguir las intenciones de la gente. Lamenté mucho que me abandonase. Yo fui aprendiendo a pintar mejor. Pero ella me superaba en sus ganas de vivir.


Se sugiere la lectura sobre una mujer despeinada en el blog de Chitón :

https://ehchiton.blogspot.com/2021/12/la-despeinada-y-su-diario.html



(Fotograma de la película Las cinco mujeres de Utamaro, de Kenji Mizoguchi)  

lunes, 6 de diciembre de 2021

El desaparecido (Serie negra, 53)

 



¿Sabes por qué te hemos detenido? Él desafía a sus interrogadores. Supongo que por mis ideas. Por tus inapropiadas ideas, más bien, le responden ásperamente. Vas sembrando la discordia y te has aliado con los más traidores. El detenido manifiesta asombro. ¿Quién ha traicionado a quién? Solo he sido consecuente y he defendido lo que me ha parecido digno de proponer para que la gente no sea infeliz. Sus interrogadores endurecen el tono. Nosotros decidimos quién y cómo debe alcanzar la felicidad. Pero es un derecho que no se le puede negar a nadie, aulló el hombre. Tú no eres quién para invocar derechos y menos para gritarnos a nosotros. Estás aquí por asocial. Y a los asociales se les debe corregir y si no cambian les proporcionaremos una dosis de felicidad eterna. Sabemos todo de ti. De la fe inquebrantable que decidiste quebrantar. De los pasos que has dado para subvertir el sistema. De tus pactos con las fuerzas enemigas. Hay testigos innumerables de ello. Se te va a pedir que te retractes de todo lo que has hecho con la intención de perturbar la convivencia y confundir a la gente de bien. De tu colaboración depende que algún día seas feliz en este mundo. El arrestado permanece mudo, tratando de ordenar sus ideas. Saca fuerza para argumentar. Pero todas estas acusaciones son ambiguas, además de falaces, dice enojado. Además, ¿no estábamos todos en el mismo barco? ¿Por qué me culpáis a mí de querer hundirlo? Quieto con lo que dices, se le imponen los otros, no vaya a ser que ahora nos cargues con la responsabilidad de que si las cosas van por mal camino ha sido cosa nuestra. En este momento es un imperativo poner orden y lo primero es segar la cizaña. Hay que hacer converger las ideas a una sola. Y dirigir el objetivo hacia lo más práctico. Asegurar el orden y concentrarnos todos en una sola tarea. Arrimar todos el hombro con plena conciencia de lo que nos jugamos. Aupándonos en torno a quienes saben dirigir y garantizar el futuro. De ello depende que la dirección vuelva a estar clara de nuevo. Para que no se frustre el destino  real, y no el idealista y engañoso que tú y los tuyos prometíais a los honestos. No se arredra el cautivo. Nunca hemos tenido tan cerca la posibilidad de acabar con la tiranía del hambre, de la ignorancia y de la injusticia, y he luchado por ello. ¿Por qué mi visión de lo práctico e inmediato va a estar equivocada? ¿Hay que concentrar todo en el poder de los burócratas? Pero vosotros ¿de parte de quién estáis? Obtiene una bofetada por respuesta. Saltan sus lentes y se siente indefenso. Se ve que no te arrepientes de haber hecho el juego a aquellos que dices combatir. Te va a dar igual. Las pruebas contra tus actividades son amplias y concluyentes, y alguien que sabe más que tú y que nosotros allá arriba va a tomar las medidas oportunas para que no sembréis más discordia. Dos energúmenos lo levantan de la silla. ¿Discordia cuanto hemos aportado?, acierta a decir con torpeza. ¿Discordia poner en primera línea de combate a hombres y mujeres entregados? ¿Discordia querer el bien universal? ¿Discordia buscar la satisfacción para los que siempre han andado escasos de recursos y sobrados de necesidades? Calla de una vez, le increpa el polizonte. Que suba al coche con los otros. El hombre se sumerge en un silencio repentino, profundo, como si quisiera blindarse contra la indignidad. Desconcertado por su mente temerosa recuerda algo que leyó en cierta ocasión. Un hombre que dice que no es un hombre que dice que sí. No a todo lo que resulta insoportable y por lo tanto inaceptable. Sí a la percepción de que pueden modificarse las circunstancias y vivir con la cabeza alta. Pero estos pensamientos no le consuelan. Sabe que es ya un derrotado. Soy de esa clase de hombres que ha querido cambiar el mundo pero cuyas intenciones no prosperan nunca. ¿De qué me sirve en este momento incierto evocar a esa humanidad por la que creí haber luchado dignamente?





sábado, 4 de diciembre de 2021

El plantón (Serie negra, 52)

 



Solíamos citarnos en Les deux magots, pero aquel mediodía yo no aparecí. Cuando me telefoneó desesperada por la noche alegué un reportaje imprevisto en el periódico. Dijo que no me creía, que los reportajes no son nunca de última hora y que había llamado a la redacción y...Para, para, corté con énfasis su enfado. A estas alturas deberías saber que los reporteros estamos vendidos a la improvisación y que el orden del tiempo por el que otros os regláis a nosotros se nos niega. Continué con un tono de animal sacrificado. Ahora mismo tengo que pasar a limpio las notas del suceso y entregar la información. Me la están urgiendo. Mi  argumento no debía ser muy creíble porque ella no cejaba en su ímpetu. Dijo algo así como: ay, pobrecito mi periodista de investigación, te imagino cargado de café y envuelto en volutas inspiradoras de humo para hacer literatura barata con tus notas, débil y enfebrecido sin haber tomado siquiera un sándwich, envuelto en el gabán, ojeroso y desgreñado, necesitado de mimos y otros estímulos más intensos, sin fuerza para proporcionártelos tú mismo si no estoy a tu lado...Siguió diciendo esto y aquello que yo no quería escuchar, porque aquella chica había perdido la compostura y no la reconocería ni su abuelo diciendo memeces. Lise, le dije de pronto alzando la voz, no te pongas chabacana que estropeas tu estampa. Esta salida mía le llegó al alma. Tú eres quien estropea mi imagen, y soltó un improperio que me alarmó, no tanto porque me lo llamara sino porque no parecía ella. Entonces se me ocurrió: Pero Lise, ¿eres tú con la que hablo? Al otro lado del teléfono el improperio se potenció y dijo no sé qué de que me habían visto coqueteando con la redactora jefa del periódico de la competencia y que la escucharon decir a ella que estaba dispuesta a cambiar de journal porque si ingresaba menos por un lado ganaba más por otro y...Las cataratas verbales siempre me bloquean, y yo entonces me respaldé estoico en el sofá y dejé colgando el cable y el auricular se precipitó en un baile pendular y divertido. Me sabía mal chocar con aquella mujer tan estilosa e inteligente, pero oh, cuánto he odiado toda la vida sentirme en propiedad de alguien. La voz iracunda y quejica se fue diluyendo a través de las ondas. Seguí acariciando con parsimonia a mi gata de Angora.  




(Fotografía de Henri Cartier-Bresson)

jueves, 2 de diciembre de 2021

La belleza íbera de la crueldad

 




Esta escultura me parece apasionante. Se lo comento a Max y Max me contesta que es una representación de la Historia. Yo me dispongo a objetar que simplemente se trata del ejercicio de caza de un animal de fuerza superior sobre otro más débil, al menos en su territorio, pero me ve venir. ¿Por qué no puede serlo?, me inquiere. ¿No te gustan tanto las metáforas? Pues ahí tienes una. Otros la llamarían la lucha por la vida. Y, ¿no es precisamente ese combate por la supervivencia la esencia de la Historia? Quien diga que representa solamente a unos animales se queda corto. Tal vez hay que ver más allá del naturalismo de la escultura, me regaña.

No soy capaz de llevarle la contraria, porque en efecto, la metáfora invita a imponerse en nuestros ojos del siglo veintiuno. Pero independientemente de que sigan pendientes de interpretar las verdaderas intenciones del artista íbero no hay duda de que era un gran observador. Y probablemente un filósofo. Sería de tontos negar la brutalidad que los hombres han esgrimido contra otras especies y contra sí mismos, precisa Max, dispuesto a no dejarme meter baza. Recuerda que ya en la Antigüedad se labraron infinidad de esculturas que representaban enfrentamientos crueles entre dioses, héroes y hombres. Luego, a medida que se desarrollaron las demás artes plásticas casi todos los artistas reprodujeron escenas de las mitologías donde los héroes combatían con otros héroes, o con villanos, o se enfrentaban a animales ordinarios o fabulosos, cuando no eran los propios dioses los que fulminaban a sus enemigos personales.. 

Observa, prosigue mi amigo. ¿Cómo es posible que percibamos belleza en una manifestación artística que rezuma crueldad? Parece mentira que el montón de siglos que esta obra ha estado soterrada no le haya hecho perder ni un ápice de su valor expresivo. Me fascina la esquematización de ciertos rasgos. Mientras la anatomía de los cuerpos animales es perfecta, la expresión de los rostros se potencian hacia un territorio de horror cuyo realismo es monstruoso. Atacante y atacado se transforman. Uno, mostrando con potentes dentelladas y las garras apresadoras su capacidad dominante. La víctima, acobardada y reducida en una rendición última. ¿No te parece que acaso la historia humana es tan biológica como la de los animales? ¿Es menos duro y terrible el desarrollo cultural humano que el comportamiento animal, al que hemos considerado siempre salvaje?

Mejor contemplo la escultura, le replico molesto por tanta verborrea. Déjame que sueñe con el artista, su taller y los golpes de cincel que modelaron esta escena. Que imagine el encargo para un palacio o como exvoto. ¿Quién podría tener en su casa una obra de esta factura? ¿Con qué intención? Su realización ¿fue motivada por un culto o por el placer visual? ¿Pretendían aquellos íberos aproximarse un poco más al conocimiento del mundo animal o veían en la escultura un modo de exorcizar sus demonios? Bravo, dice Max. Aplaudo tu asombrada complicidad con aquella cultura. A mí también me aturde tanta modernidad. 





(Escultura íbera representando a una loba o bien a una leona atrapando a su presa, descubierta en La Rambla, Córdoba, en 2020)

lunes, 29 de noviembre de 2021

Aquella alumna que miraba o no miraba (Serie negra, 51)

 


Parece que miro, pero no miro. Y eso que nos han dicho que estemos pendientes de lo que nos diga el fotógrafo. 

Quieren que sea la foto del curso. Esa fotografía que hay que poner en una pared o sobre una cómoda en casa. De dos en dos. Pulcras, ordenadas, modosas. La imagen perfecta para la posteridad. No miro. He abierto los ojos y he permanecido relajada. Mi compañera estaba más pendiente. Lograba una imperturbabilidad más natural. Yo no. Yo estaba fuera de todo. Un rato antes me habían castigado y tuve que hacer el esfuerzo de aparentar. Estar ahí delante y a la vez no estar en ninguna parte. Los castigos duelen más después de cumplirlos. ¿Lágrimas? En la fotografía que observo ahora en la distancia de mi vida no veo rastro de ellas. ¿Lloré o no lloré? Ahora que lo pienso mis lágrimas siempre fueron una corriente vertical que subía desde el estómago y luego descendía para no alojarse en ningún espacio. Tal vez se diluían en la indiferencia. No hacer caso. Creo que el secreto de no llorar en público es procurar ajustarse a una circulación interna y, por lo tanto, oculta. En la soledad llorar podría ser algo diferente. He llorado en ocasiones en exceso, pero nadie se ha enterado. Nunca di a nadie el gustazo de que me vieran llorar. La gente lo considera como un acto de contrición, de arrepentimiento por algo que no has hecho bien. Llorar por un mal, llorar por sufrir escarnio, llorar por impotencia, llorar por ser ignorado.

Formas diferentes del dolor. Hay a quien le gusta ver llorar al otro. Todo el mundo llora, por lo tanto si lloro no me acomplejo, parecen pensar. Conmigo no lo lograron. Siguen sin conseguirlo. Esa actitud mía era entonces peligrosa. Todavía lo es. Quiero decir que ha tenido siempre riesgo para mi integridad. Podía ser interpretada como niña díscola y suscitar doble castigo. O como un ser insensible nada presto a la colaboración. Pero yo me esforzaba en entregarme a los demás. Ocurrió en ocasiones. Tragué mi rabia cuantas veces alguien reaccionaba de modo condenatorio contra mí. ¿Por qué habría tenido que manifestar con lágrimas un disgusto o desacuerdo o bronca que me afectase? Hubiera sido lo fácil. Pero ignoro cómo nació en mí esa resistencia a mostrarme débil. ¿Se trataba de eso? ¿Que no soportaba la idea de debilidad? Hay gente que tapa su fragilidad con una dureza formal exagerada. Aparente. Un rostro apretado, la mirada analítica y escrutadora, sus movimientos bruscos, gesto de estar por encima de ti. O simplemente el alejamiento. Cualquier comportamiento de este tipo le delata. ¿Que tenía confundido a todo aquel que tratara de zaherirme o hacerme la vida imposible? Me daba resultado. Me sigue dando. Acaso por eso me temen y saben que soy tan fácil de tratar como invicta si me atacan. Dejo que accedan a mí pero paro en seco cualquier intento que perjudique siquiera al instante. 

Parece que miro, pero no miro. Mi compañera quiere esbozar un interés que yo rechazo. ¿En qué pensaríamos cada una de nosotras? Miro ahora a ambas y me pregunto si nos estaba emocionando el momento. Acaso yo seguía dando vueltas a la puntilla del cuello de la bata que exhibía mi vecina. Hoy me parece tan banal como yo tan alejada de la circunstancia. Pero, ¿ha cambiado algo dentro de mí desde aquella fotografía entrañable que contemplo?




(Fotografía de Jean Marie del Moral. Una escuela en Turquía, 1987)

sábado, 27 de noviembre de 2021

Impasible el ademán (Serie negra, 50)

 


A veces los gestos engañan. Lo que puede parecer ascenso es en realidad hundimiento. 

Eso dice Faustino cuando hablamos del pasado. Nosotros íbamos allí convencidos. Nos llevaban, de acuerdo. Autobús y bocadillo pagado. Hasta los más tibios iban. Acaso por miedo. Algunos por medrar y demostrar que eran afectos a la situación. Además ya se sabe que sentirnos dentro de la grey ayuda a superar las dudas personales. Todos juntos en unión, cantaba el himno que casaron con el otro de impasible el ademán. 

Faustino empina otro chato de tinto y la frasca va mediada. ¿Las dudas o el miedo?, pregunto. El miedo genera siempre más dudas y, desgraciadamente, certezas bastante desdichadas. O estabas con ellos o ellos iban a ir contra ti. Hay un tono triste en la voz de Faustino. Acaso por eso aceptamos. Efecto de la tierra arrasada. Y nos dejamos llevar como reses mansas. No había salvación fuera de aquel poder omnímodo, cutre, inmoral e injusto si quieres, pero que lo acaparó todo. ¿Todo incluso la personalidad profunda de los individuos, Faustino? Incluso eso. Los que se resistieron ya ves cómo acabaron. Y muchos dejaron reducida su existencia a un exilio interior, muy íntimo, como si no tuvieran pensamientos ni ilusiones ni estímulos. Inexpresivos. Como si la capacidad racional hubiera quedado proscrita. Conocí casos de muchachos que se volvieron locos de verdad. También supe de quien pasó por orate, debido a sus extravagancias. Eran sus maneras de huir, de verse comprometidos con el gran engaño tras la bestial matanza. De no tener que pagar el precio que iba contra la razón aplastada. 

Duró mucho todo aquello, ¿verdad, Faustino? Una eternidad, pero simplemente se trataba de vivir. Comerte tus propias entrañas y asegurarte la manduca, aunque tuviera su precio. Y que los hijos salieran adelante. Ya llegarían otros tiempos. Que en este suelo empezaba a amanecer, cantábamos. ¿Quién no quiere que amanezca? Pero ocultábamos, aun sabiéndolo, que a España la habían apagado la luz los que solo querían que la luz fuera suya y brillase sobre todo para ellos. Algo he sacado en claro del pasado. Que ignorancia y maldad se alimentan mutuamente.

Miro el rostro lacio de Faustino. Sus arrugas herederas del esfuerzo de supervivencia. Su sonrisa congelada. Sus venas marcadas por el tono morado de la vejez. Me llega su pausado y forzoso ejercicio de respiración. Es un perdedor aunque estuviese forzosamente en el bando de los vencedores. Como muchos otros. Si las cosas hubieran sido de manera diferente, dice enervado. No podían ser de otra manera, trato de apaciguarle, intentando evitar que se zahiera con melancolías estériles. En la historia y en la vida lo que ha sucedido así es porque no pudo ocurrir asá, le digo con cierta chanza. Faustino asiente con una tristeza perdida en el espacio de los recuerdos, que es lo más vivo que hoy tiene. Al fin y al cabo sacaste adelante a la familia, le consuelo. Sí, pero tan despacio, se queja. Y además nadie me regaló nada. Eso al menos es lo que me vuelve digno a mis propios ojos, ¿no crees? 

Vuelco lo que queda de la frasca en los vasos. Nos miramos cara a cara, hay un leve gesto de alzar y chocar el modesto vaso de duralex. Su mirada es agradecida, a pesar de su aflicción. Cuántos tragos amargos tuvimos que pasar, y no precisamente de este peleón, ¿eh, Faustino? ¿No nos merecemos un brindis de resistentes recónditos, aunque hayamos estado en rincones diferentes, a pesar de todo?  



(Fotografía de Ramón Masats)

jueves, 25 de noviembre de 2021

Vik Muniz en la Waste Land

 





Donde hay basura
también hay vida.
Y tanta gente que vive de ella.
Gente que sorprende y que sabe más de lo que aparenta.


El artista visual Vik Muniz realizó una de sus obras
entre los recuperadores de basura de Brasil.
A aquel lugar lo llaman paradójicamente Jardim Gramacho.
No perderse el filme Waste Land, de Lucy Walker.







Vik Muniz


martes, 23 de noviembre de 2021

Diálogo del maestro y la modelo (Serie negra, 49)


No te muevas. No me muevo. Esa posición es importante para que pueda captar la sombra de tus senos. Procuro hacer lo que me dice, pero cansa estar así. Lo entiendo; tampoco es cómoda la tensión y el movimiento de mi brazo sobre el lienzo. Si echo un poco más los brazos hacia atrás, ¿no le sirve? No me sirve. Es usted muy exigente, maestro. ¿Nadie te ha dicho que la naturaleza nace de la propia tensión? Es que mi naturaleza ya se hizo hace tiempo, ¿no cree? Solo en un sentido, amiga mía. La naturaleza es una línea curva que no cesa. Si fuera aún púber le daría la razón, pero ahora ¿acaso no me ve como la mujer madura? La imagen que estoy reproduciendo en el cuadro dirá qué mujer eres, en qué estado te encuentras, qué espacio ocupas. Pero maestro, ni que usted fuera un dios creador. A mí manera lo soy. Es una propiedad muy humana, aunque no se lo puedan permitir todos los humanos. O no quieran intentarlo. Si me permite le diré que me resulta pedante. O al menos muy seguro de sí mismo. No, no estoy seguro ni de mí ni de nada. Solo hago. Interpreto. Trato de extraer lo que tu cuerpo proyecta para transformarlo en más que una simple imagen. ¿Más que una imagen? Sí, en una trascendencia. Pero si usted no cree en metafísicas, señor. Solo creo en lo que trasciende de la belleza. De la fealdad del mal no trasciende nada, salvo que al horror lo llamemos trascendencia, lo cual sería un fracaso. ¿Por qué sublima tanto la belleza, maestro? Porque en algo puramente humano nos tenemos que refugiar. ¿Aunque no sea duradero? Aunque sea efímero, sí. Maestro, ¿a usted la belleza le produce placer? La belleza es placentera por sí misma, sea o no observada por otros ojos. Sea o no aprehendida por unas manos. Sea o no comprendida por una inteligencia. ¿Sabe qué? Usted a veces me parece un místico. Ya te he dicho que yo hago; que interpreto. Pero antes me dejo poseer para que mi mano, que en realidad sigue a mi ojo, exprese una cierta eternidad. Tú, amiga mía, derivarás como yo lo haré hacia cambios menos sutiles del cuerpo. Pero lo que estás siendo en este instante será imperecedero. No te muevas ahora. No, no me muevo.






(Fotografía de Zdenek Virt, Praga, 1966)

domingo, 21 de noviembre de 2021

Rapadas (Serie negra, 48)

 


A Marianne Beyle le quedaba un oscuro espacio de orgullo. Sí, ella había colaborado. Si por colaborar se entiende haberse empleado en un burdel del Barrio Latino. 

Qué podía hacer. El marido, cautivo. Los hijos, hambrientos. El oscuro ático, en riesgo de perder el alquiler. La calle, peligrosa para una mujer sola. Se resistió al principio. No tenía madera de puta. Nunca había sido infiel ni había hecho dejación de sus deberes de madre. La fábrica en la que había trabajado durante años fue cerrada en víspera de la ocupación. Sus propietarios eran judíos, dijeron. Malos tiempos para los patronos, argumentaron estos. Malos tiempos para todos, susurraba el ambiente generalizado. 

Los victoriosos del paso de la oca fueron en parte sutiles con la población, aunque las simpatías hacia ella fueran limitadas. Solo quienes se opusieran serían objeto de represalia, proclamaron. Además con ellos venía dinero fácil. A Marianne Beyle se lo planteó, avanzada la ocupación, la vecina del primero, que tenía suficiente experiencia en el oficio. No tienes más que dejarte llevar. Tu presencia es agradable. Ellos son gente educada, ¿sabes? Y muchos bastante afectuosos. Siempre hay alguno que se pasa de la raya, pero eso ha ocurrido siempre con los nuestros. A Colette, que trabaja en un piso de Faubourg Saint-Denis, un capitán le ha propuesto sacarla del ambiente cuando termine la guerra, y será pronto, le ha dicho con discreción. Él presume de enamorado y ella se amarra a lo que le parece seguro. Al fin y al cabo, Marianne, ¿qué diferencia hay entre un boche y uno de nuestros hombres?, razonó. Tú les ves desnudos y no distinguirás más que rasgos superficiales. Que si el color del cabello, que si el idioma, que si su prestancia militar. Pero en cuanto a su manera de comportarse con una mujer te resultarán iguales. Yo diría además que son más cuidadosos estos ocupantes que nuestros paisanos, que se muestran desconsiderados y tramposos. Con los boches pasa que son más cultos de origen o les han aleccionado los superiores. Te aseguro que en el catre no son precisamente dictadores. Además, por ganarnos la vida de este modo no quiere decir que seamos nazis, aunque muchos paisanos no nos miren con buenos ojos. Anímate. 

Eso escuchó Marianne de su vecina. No tenía mucha elección. Aunque mantenía reparos. ¿Si mi marido llega a saberlo?, comentó Marianne. La vecina pensó: ve a saber si tu marido volverá, como miles de los nuestros que han sido llevados a fábricas o campos de concentración; pero se calló por compasión. Luego dijo: lo entenderá, porque tú y tus hijos tenéis que sobrevivir, y la manera de conseguirlo no puede ser censurado por nadie. Nosotros no hemos traído la guerra ni hemos llamado a los alemanes. 

Marianne se resistía a la proposición. Fregar pisos y oficinas me mata pero he ido tirando. Y los años de guerra se suceden eternos aunque a los boches ya no les van tan bien las cosas. Si pudiera aguantar... Marianne buscaba argumentos a favor y en contra. Pero la incertidumbre mina la fortaleza de las personas. Y las necesidades se agravan. En los cálculos de la vecina la propuesta no era una inocente ayuda. Marianne Beyle tenía una belleza que epataba no solo entre los suyos sino entre la oficialidad alemana. No solo se trataba de una hermosura natural y cuidada, sino que su personalidad ofrecía una actitud prudente y se preservaba tras un estilo misterioso que seducía sin proponérselo. Su vecina era consciente de estos ingredientes innatos y sabía por experiencia que siempre hay clientes que pagan más por esa clase de dones no limitados a la exuberancia de un cuerpo y a la entrega libidinosa y burda de una profesional. 

Marianne Beyle cedió al fin, agobiada por su situación, y entró a trabajar en un burdel donde los ingresos se le ofrecían más elevados de lo que una trabajadora de cualquier otra actividad pudiera imaginar. Ese mismo día corrió la noticia, que las autoridades de ocupación trataron de ocultar, de que el norte del país había sido invadido por fuerzas liberadoras.  Aquel hecho trascendental hizo que las tropas alemanas fueran movilizadas y reagrupadas con urgencia en otras partes. El negocio de los burdeles se desplomó. Marianne apenas se había estrenado como señora de compañía, algo que agradeció al azar. 

Avanzaba un agosto cálido cuando en la ciudad se produjeron movimientos populares de resistencia. De inmediato los maquisards se alzaron en armas abiertamente. Ella iba a cantar su no pequeña victoria personal; había resistido al máximo la humillación de prostituirse. Cuando la urbe fue liberada por la vanguardia del ejército aliado, la Nueve, una compañía integrada por republicanos españoles, se desató la hora de la venganza. Tal vez los más acérrimos fueran los patriotas de última hora, voceadores iracundos, y no distinguieron. En las redadas espontáneas de colaboracionistas sacaron a la calle a muchas mujeres a las que acusaron de ofrecer su cuerpo al enemigo. Marianne Beyle no lloró cuando la raparon ni pidió piedad, aunque se considerase víctima de una injusticia. Pensó profundamente en sus hijos, congratulándose de no haberse manchado apenas en un oficio que denigraba. No dejó siquiera que la confusión y los equívocos de una guerra acabaran con ella. Sorprendentemente se tomó con serenidad su mala suerte. 

La vecina que la había introducido en los servicios de la carne no se libró de ser detenida por la grey furibunda y rapada. Se llevó la peor parte. La mostraron desnuda para más escarnio, mientras recibía toda clase de improperios de la gente. Dando por hecho que todo estaba perdido para ellas increpó a sus verdugos. ¿Colaboracionista yo?, gritaba fuera de sí. ¿Habéis permanecido ocultos durante estos años y ahora salís fácilmente para convertirme en el enemigo al que no fuisteis antes capaces de combatir? ¿No habéis colaborado todos con vuestro silencio, cuando no cobardía? Y cuando veníais los de aquí, muchos de vosotros que ahora nos ultrajáis, a que os diésemos placer y escucháramos las confidencias que no hacíais a vuestras esposas, ¿erais capaces de llamarnos colaboracionistas? ¿Acaso ibais diciendo en voz alta que éramos vuestras putas? ¿Es que no todo valía con nosotras, mientras a muchas nos tratasteis mal y nos pagasteis peor? Preguntad a vuestros maridos, escupió a las mujeres que exigían su perdición. Nos deben lo que vosotras erais incapaces de procurarles.

Marianne temió que las palabras de su vecina enervasen más a quienes las fustigaban. Optó por seguir callando. En medio del griterío y de la sed justiciera de la calle alguien con ascendencia sobre los vengadores protegió de males más graves a Marianne Beyle. Nunca supo ella quién había sido su rescatador ni se explicó por qué lo hizo. Lo que pasé aquellos años fue toda una lección de vida, contó mucho tiempo después a sus nietos.




jueves, 18 de noviembre de 2021

Cuadrado Lomas fundido en el paisaje de Castilla

 


Félix Cuadrado Lomas se ha fundido para siempre con el paisaje de la Castilla mesetaria a los 90 años. Ha sido en su casa de Simancas, Valladolid. Leo en la prensa que las cenizas serán esparcidas por varios lugares de su tierra, entre ellos los Montes Torozos y Calzada de los Molinos, con arreglo a una idea que él, como buen pintor identificado con esos campos, había dejado pergeñada para la ocasión. Que la tierra, los colores y el eco del carácter de sus viejos pobladores te acojan, Félix. Vale.



La luz abajo, la luz arriba



Todo



Dialogo de valles y páramos



Complicidad



Habla, cuenta, dinos



Nada es recto



Verde antes que amarillo



Alquimia



No tan locas


Ocres castellanos



Abandono 



La mirada que reverdece



Otros tiempos (que no deben volver)



Tiempos que no fueron mejores (siento disentir de mi admirado Jorge Manrique)



De sol a sol, sin redención



Majuelos esperando el tiempo de su fruto



Plegaria de majuelos



Geometría de paisaje humano



Ellos nos miran



La geometría del continente y contenido



Más geometrías con cerezas



Héroes (verdaderos) del pasado



Nos escuchan



La cuadrilla (de amigos: unos pintaban, otros escribían, todos se lo pasaban bien)



Caída última




* Los pies de foto son capricho de mi propia cosecha. Las fotografías de sus cuadros están tomadas de distintas páginas de internet sin otro ánimo que dar a conocer parte de la obra de Cuadrado Lomas y rendirle homenaje.