"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





lunes, 30 de noviembre de 2020

La escalera de los mortales

 



...Y halló un lugar apacible el hombre, y agotado por su busca decidió descansar, pues no hay otro cansancio mayor sino el que causa el agobio por no obtener los frutos de la búsqueda;

Mas se quedó traspuesto, y en el sueño se vio ascendiendo peldaños que no tenían fin, o cuya cima se perdía entre las nubes;

Y en su arrebato pensó que entre las nubes podría estar el territorio que tan tenazmente había perseguido, y aquel acicate que él sospechaba real, como solo los sueños saben describir la realidad, le empujó al esfuerzo y se vio recompensado, pues a cada paso que subía por la escalera más desbrozado le parecía que quedaba el campo de nubes;

Y sin embargo la ascensión no tenía fin, y cuando creía ver la extensión de una nueva tierra o vislumbrar el encuentro con hombres nuevos un despliegue de cúmulos entorpecían su visión nuevamente;

Y comenzó a dejarse tomar por la desesperación y se vio tentado a resignarse ante el infortunio, y en su abducción reflexionó: ni siquiera en sueños me es dada la capacidad de llegar a alguna parte, ni de encontrar a personas que se encarnen conmigo, ni de lograr encontrar un sentido a lo vivido;

Y a punto estuvo de quedarse paralizado en uno de aquellos escalones, y entonces miró en los dos sentidos, y le entró congoja, pues no alcanzaba a ver nada en lo alto, y había perdido también la referencia de cuanto dejaba tras de sí, como si todas las nubes del universo le hubiesen cercado; 

Y su pecho fue un clamor: ¿he llegado hasta aquí, sin saber si es aún medio camino o si estoy a punto de concluir la subida? ¿No hay nadie al otro lado de esta opacidad que ni me procura conocer ni me permite recordar?

Y el hombre calló, tratando de escuchar alguna voz que le indicara qué hacer, pero el silencio era absoluto, y cuando se veía ya extraviado del todo, condenado a no llegar a parte alguna, torturado por la pérdida de cuanto había dejado atrás, se oyó a sí mismo diciendo: no debí haber elegido ninguna vertical, pues yo pertenezco al mundo de los hombres horizontales y el único sentido de mi vida está en permanecer con ellos hasta el fin de mis días;

Y entonces la escalera desapareció de pronto y sus pies sintieron la tierra dura, que le pareció amable, y la piel fue azuzada por el viento penetrante, que lo sintió providencial, y contempló el paisaje abrupto y gélido del invierno. que consideró una bendición.




*Nota. Agradecido quedo al estilo del traductor Casiodoro de Reina, que no solo transmitió en su castellano del siglo XVI significados simbólicos, sino también significantes lingüísticos.


(Escultura de Liliane Caumont)


viernes, 27 de noviembre de 2020

Propuesta de Día de Acción de Gracias en España

 




Ayer, al escuchar en noticiarios que los pobladores del vasto territorio que va desde la región de los Grandes Lagos y Alaska hasta el Río Grande, más el archipiélago del Pacífico Norte, celebraban su ritual de Acción de Gracias, se me ocurrió que podíamos incentivar también la idea en España. 

Se lo conté a Max. ¿Otro Halloween de importación que maldita la gana?, saltó mi amigo. Estás de guasa. Yo le repliqué que no pretendía importar nada que no fuera ya secular en los territorios que pisamos. O que, en todo caso, importaría una idea: la del agradecimiento, algo que parece que hemos perdido, y no sé si más con la pandemia. ¿Rescatando también la cena con pavos?, se me vino arriba Max. Eso es lo de menos, dije. Se lo podemos dejar de libre elección a cada uno de los territorios taifas, porque lo que importa es la intención. Max ya se acaba mosqueando conmigo. ¿Y cuál es la intención?

Pues mira. Si los de USA festejan la llegada del Mayflower nosotros que somos muy plurales desde la Antigüedad, con barco y sin barcos, podríamos tomar nota. No estaría mal que nos propusiéramos nombrar un día al año para celebrar la llegada sucesiva desde los primeros tiempos de la Humanidad de tantos humanos procedentes de lejanos territorios que fueron aportando caracteres físicos y poco a poco cultura. Y haciéndonos lo que somos. Miles de años nos contemplan, ¿no? Y así me refiero a recordar y honrar al Homo Erectus, al Homo Antecessor, al Neanderthal, al Sapiens, a los Celtas, a los Tartessos, a los Fenicios, a los Griegos, a los Cartagineses, a los Romanos, a los Germánicos o Bárbaros, a los Árabes...etcétera. Lo diré de otro modo: hemos tenido un montón de Mayflower,  a pie y con remos. Bueno, matizo: esta tierra meridional ha acogido generosamente, hubiera individuos de la especie o no, a cuantos humanos llegaron buscando supervivencia. Ayer me pasé el día imaginando cómo podríamos celebrar las mezclas y aconteceres, y eso que soy reacio a fórmulas litúrgicas y de efemérides. Pero ya ves.

Max se ha quedado boquiabierto. Luego dice, apoyando su rostro barbudo en la palma de la mano: La verdad, y mira que me da rabia darte la razón alguna vez, es que motivos tenemos de sobra en este país para la Acción de Gracias plural. Pero somos tan desagradecidos que a nadie se le ha ocurrido. Claro que si prospera tu propuesta, ¿sabes lo que dirían los patriotas y los mediáticos? Sí, lo sé, le corto. Que estamos copiando a los americanos. Pues eso.



(Mosaico romano del Museo del Bardo, Túnez)


jueves, 26 de noviembre de 2020

Dios ha muerto

 



No es cosa de Nietzsche, no. Los medios periodísticos lo dicen hoy. El País dedica siete páginas, ¡siete!, a la muerte de un dios. Otros medios hablan de la muerte de un inmortal, de un héroe, de un genio, de un artífice. No hay palabras suficientes -debe ser la competición mediática por encumbrar a un individuo y llevarse a la audiencia o al lector como se lleva el gato al agua-  para sublimar y elevar a alguna clase de Olimpo al personaje difunto. Joseph Campbell, exhaustivo y entregado estudioso durante toda su vida de los mitos y las creencias humanas lo entendería muy bien. Lo actualizaría. Los mitos de la Antigüedad perviven bajo otras formas, diría. Acaso arriesgara: en la medida en que los valores de una sociedad se modifican también mutan los significantes y los significados. Los humanos siguen generando mitos a la imagen y semejanza de sus insuficiencias o de sus carencias, que es tanto decir de sus necesidades. Dios, o cualquier demiurgo al uso, es una categoría humana, un status mental, una composición psicológica incluso. Bien, no es mi intención ahora meterme en cuestiones teológicas o cosmogónicas. Afortunadamente, además, la física y la química han avanzado mucho, es decir, la ciencia. Mi pregunta ante esa abundancia de páginas que hoy se marca el negocio mediático, y que no gastaré tiempo en leer más allá de un epígrafe que otro, y muy de pasada, pues hasta los titulares de la prensa me abruman hoy día, es: ¿Competirá en el mundo etéreo, metafísico y trascendental el fenecido personaje del día con otros transustanciados o de ficción que habían alcanzado la cima más alta de la imaginación humana? Mientras, tres días de luto en Argentina y toda Argentina llorando, dicen. ¿Toda? Y el mundo entero conmocionado, dicen. ¿Todo el mundo? Ay el culto y la fe en los dioses. Cuánto abandono y dejación de las cosas importantes de cada día, de cada colectividad y de cada individuo no producen. Y luego se quejan los humanos de que viene el tío Paco con la rebaja.




lunes, 23 de noviembre de 2020

Habla una pequeñaja desde su escondite

 



No me ven apenas, pero yo puedo verlas a ellas. Soy tan pequeña que no me prestan mucha atención. Tú juega, me dicen cuando trato de que me hagan caso. Ellas siguen a lo suyo. Pero yo las veo. No tienen conmigo muchas palabras. Las justas y ni una más. Vete a buscar a la niña de la casa de enfrente. Dale la lata a la vecinita. Ellas parlotean mucho entre sí. Yo las escucho. Aunque no entienda todo cuanto dicen. No se llevan mal, pero pasan de la complicidad tranquila a la disputa. Creen que no me entero. Hago porque no se enteren. Me aparto pero ando siempre cerca. No me ven porque la ventaja de ser una pequeñaja es que una puede esconderse en un rincón en penumbra o tenderse junto a la puerta corrediza. Me gusta abrir un poco la fusuma y ver los movimientos de mis hermanas mayores a través de la rendija. A veces me conformo con adivinar sus pasos o imaginar sus gestos. No sé por qué se empeñan en llevarse la contraria. Una, disimulando su inquietud porque no acaba de volver su amoroso guerrero. Otra obcecada en ver el mundo desde los relatos. No sé aún leer ni escribir. Cuando sepa querré leer sobre las aventuras que una de mis hermanas lee y acaso también escribir al guerrero que nunca acaba de llegar a verme. No tengo prisa. 

Espiando a mis hermanas voy enterándome del mundo de los mayores. Con mi amiga y su hermano, que son casi de la misma edad, nos traemos confidencias. Ellos siempre me piden que les hable de lo que veo. Entonces yo les cuento eso y más, porque me gusta imaginar, y al final tengo la sensación de que les he estado contando otras historias diferentes de las que hay en casa. No sé si obro bien o no, pero los tres estamos tan entretenidos. El otro día al hermano de mi amiga le nombramos samurai. Incluso le vestimos con unos pliegos grandes de papel de arroz. Pero luego no supe seguir la historia y ellos tampoco porque nadie acertaba a saber en qué consistía eso de esperar a un guerrero y menos de que te ame un guerrero. Para no aburrirnos yo aproveché para mostrarles un libro de los que le traen a Aiko. Si se entera de que se lo he cogido sin permiso me la busco. Nos quedamos desconcertados por las ilustraciones que aparecían en el libro. Una vez oí que Aiko decía a Seijun que los grabados de algunos libros eran de un pintor importante de Edo que tenía varias mujeres. Pasamos las páginas deprisa y con nervios, tan pronto para adelante como para atrás. Cuántas risas y qué vergüenza. Luego los tres amigos pactamos secreto.   



De algo parecido se habla en esta entrada de Chitón.

https://ehchiton.blogspot.com/2020/11/las-hermanas.html


(Grabado: Yama-uba y Kintaro, personajes mitológicos ilustrados por Kitagawa Utamaro)


viernes, 20 de noviembre de 2020

Leer a Francisco Brines, el mejor premio para el autor y para el lector

 




"Yo sé que olí un jazmín en la infancia una tarde, y no existió la tarde".

Francisco Brines, Desde Bassai y el mar de Oliva.


Certificar la existencia a través de los olores, por ejemplo. Que no de las horas ni de los días ni de las estaciones. ¿Qué confirma lo vivido? ¿Un calendario o las sensaciones? La memoria, se dirá. Pero la memoria, ¿acaso está hecha de fechas cuya cronología se perdió? El recuerdo está alimentado de imágenes que los sentidos han resguardado con una sabiduría biológica en lo más impenetrable del corazón del hombre. Pero ¿cuántas de aquellas imágenes visuales u olfativas, entre otras, existieron más allá de nuestros sueños?

¿Felicitar solo a Francisco Brines por su Premio? Felicitar a Brines por su obra. 



lunes, 16 de noviembre de 2020

Cuentos indómitos. De otro tiempo, de otro lugar, de otros habitantes

 


Cuando el tiempo pasa, el lugar no es el mismo, Jacinta. Y los lugares que ocupamos lo fueron por tan poco tiempo. Tengo otra vida anterior a la que se me conoce aquí. Una vida lejana, con gente diferente, con conductas dispares, con intenciones opuestas a lo que ahora represento. En una tierra extraña a mi origen, pero que mientras la habité me enseñó a que nada me fuese extraño. Eran tiempos duros y yo era demasiado blando. ¿A que no se lo parezco hora? Jacinta sonrió y le replicó con ternura. Yo no le veo blando, diría mejor que frágil cuando me habla de sí mismo. Ordóñez prosiguió. Mi apariencia es una coraza. No deseo que cualquiera llegue fácilmente a mí, pero necesito protegerme no tanto de otros hombres o situaciones como de mi pasado. ¿Sabe, Jacinta? Íbamos a salvar el mundo, a redimir a los cautivos, a liberar a los esclavizados, a socializar lo usurpado, a realizar a los alienados. Íbamos en un sentido y éramos en otro. Nunca llegamos sino a quedarnos a menos del medio camino, como si los primeros versos de la Comedia del Alighieri hablasen por todos nosotros. Como si nos fueran mostrando lo perdidos que nos hallábamos o a punto de tomar la senda equivocada. Pero ¿quién tomó en aquel momento el camino recto? ¿Los que se dejaban llevar por la inercia, los que aceptaban lo que había, los que se adaptaban sobre la marcha, los oportunistas, los sagaces, los mansos de corazón que iban a heredar el sistema? ¿Había un camino revelado, derecho, nítido? No para nosotros los utópicos. Creíamos quererlo todo. Querer ser más responsables y profundos que nadie, más radicales y transformadores que nadie, más entregados y sacrificados que nadie. Perseguíamos la hermandad, la ruptura con las normas, el reparto y compartición de bienes, la complicidad sexual, la adoración a las grandes ideas de las que los gurús nos contaban que habían modificado el mundo. Qué sabíamos nosotros de lo viejo que era el mundo. Qué conocíamos de las viejas conquistas, las recurrentes plagas, las necesidades y padecimientos de la humanidad, los constantes desplazamientos en masa, los repetidos sometimientos que habían llevado durante siglos a las poblaciones al matadero. ¿Acabar con todo para no saber ni poder empezar nada? 

La mujer le escuchaba fascinada, entendiéndole a medias, sin situar si aquella vida del juez había tenido suelo bajo sus pies. No le importaba, prefería escuchar sus experiencias, ya habría tiempo de pedirle aclaraciones. Ordóñez extrajo un sobre de la cartera.  Le he traído una fotografía que nunca me atreví a romper. Ya ve hasta qué punto es uno frágil. Una fotografía que me sugiere tristeza. La chica rubia traía locos a los más veteranos. Era ingeniosa y sabía marcar el territorio. Las otras eran un clan, simpático y divertido, dentro del clan general que éramos todos. Sobre quién iba de ideólogo del grupo no le voy a decir nada, no tiene mayor interés, competían entre varios, algo que me sacaba de quicio. Como advenedizo yo tenía libertad y cierta autoridad moral para decirles lo que me parecía de aquella pugna por la confusión de las ideas y el control de la grey. Pero me propuse no dejarme afectar. Al fin y al cabo observé que bullía más inteligencia y menos encorsetamiento entre las mujeres. Procuré tratarlas más a ellas.

El juez tamborileó con el dedo sobre un ángulo de la fotografía. Celine, que sonríe desde un rincón, me dijo una vez, interrumpiendo la complicidad cálida de cierta tarde de invierno: de todo esto en lo que estamos metidos intuyo que no quedará ni el recuerdo de nuestros encuentros. Entonces yo sentí una frialdad dual, asesina, como si la frase quisiera decir mucho más, y mi visión de las cosas era todavía tan miope que me turbé pensando solo en mi egoísmo personal. En que simplemente me anunciaba su abandono. Pero era otro abandono más extenso el que se veía venir. A una velocidad superior a todo el tiempo que habíamos dedicado a cavar las trincheras de la resistencia para iniciar un asalto a no se sabía bien qué y dónde se vislumbraba ya la deserción, la defección, las rupturas, las divisiones, el desconcierto. La parálisis, en fin. La mística colectiva, alimentada para que el flujo de juventud se nutriera de esperanzas e ilusiones, empezaba a hacer agua. De mística no se vive, ni hay futuro con las ideas que no van a ninguna parte, y los soberbios dirigentes no van a dar respuestas, me espetó Celine un día mientras, para mi desgarro, escapaba en una renqueante Guzzi con uno de los líderes de la manada que, por cierto, aceptó una secretaría de ministerio años más tarde. 

Ordóñez hizo una parada y permaneció pensativo. ¿Por qué le estoy contando esto ahora? ¿Qué interés pueden tener para usted oscuras historias de la vieja Europa vistas y vividas por un transeúnte inexperto? Jacinta rebajó la tensión que observaba en el hombre. Es un mundo desconocido para mí y que veo que a usted le impactó, y si me lo cuenta es porque necesita reflexionar en voz alta, ¿no le parece? Y además eso es lo que me gusta escuchar, que sean historias que usted vivió. El juez no prestó mayor atención. A muy pocos he llegado a ver tras los días de la dispersión. Unos cuantos padecieron el dolor de la frustración, con las secuelas propias de aquella época. Hubo algún que otro suicidio, varios casos psiquiátricos, ciertas adicciones a lo artificial de moda. La mayoría quedamos como una masa huérfana, incrédulos para la eternidad, y creo que fue lo más saludable que cupo esperar. Yo no tardé en volver a casa, no sin antes tratar de aliviar heridas aplicando la más arriesgada de las curas. Y no funcionó. Por eso fue estúpido, aunque también enternecedor, y llámeme de nuevo débil, recordar hace poco con Celine algunas de aquellas aventuras. No había hablado con ella desde la fuga. Qué bueno, ¿se llamaron?, interrumpió Jacinta perpleja. Ordóñez rio. Ella dio con el teléfono del juzgado, ignoro qué gestiones realizaría para satisfacer su interés. Creo que intentaba conmigo algo más que recordar. Te siento tan maduro, sigues teniendo firmeza al hablar, te percibo cálido, es como si no hubiera pasado el tiempo, seguro que te conservas como siempre, etcétera. Dejó caer esa clase de frases que se dicen por formalismo pero también con aviesa intención. Fui salvaje y se lo solté canónicamente. Celine, debes saber que hace tiempo que dejé de creer en el amor, como antes dejé de creer en todo aquello que se nos ha vendido en esta vida con solemnidad. Si ya cuando me conociste era un negado de la religión, luego seguí con el rechazo a la mística de los copains que tanto nos había marcado. Más tarde me desalentaban los comportamientos de muchos humanos y por supuesto las trampas que tienden cuantos tratan de acceder a alguna clase de poder. Celine, creer no es razonar, es tomar el rábano por las hojas. Imaginé la sonrisa melancólica de Celine al otro lado de mis palabras. Visualicé cómo hundiría el rostro entre sus afilados y espléndidos dedos. Luego reprimí como pude ir más allá en una visualización de toda su esbeltez por temor a que me perturbase. Además, habría cambiado tanto. Pero ya se sabe que uno mantiene a las personas tal como las conoció  en los mejores momentos de la utopía. El amor, y usted, Jacinta, lo sabrá igual, también es un acontecimiento utópico que  produce un fogonazo y nos ciega para siempre. Al fin añadí: y además no quiero arrepentirme dos veces.




sábado, 14 de noviembre de 2020

Sei y yo, un reencuentro

 


Conozco a Sei desde la escuela. Hacía años que no la veía porque me emplearon para servir a un señor en Kameido y no había vuelto al pueblo de origen. Al reencontrarme con ella se hace la despistada. ¿Eres el mismo de siempre o te he soñado?, me espeta de pronto. Ambos somos los que somos pero tal vez no los que fuimos, se me ocurre responder. Y Sei: es lo que tiene el mundo de los sueños, en donde una vez puedes ser tal y otra vez cual. Cuando añadí que lo bueno que tienen los sueños es que los personajes que conocimos se reencarnan como si no hubiera pasado el tiempo ella afirma, pero no obstante insiste: no sé si eso es bueno o es malo. También sucede con los que murieron, y ahí están vivos y más solícitos que nunca. Aprovecho: es de agradecer soñar con los muertos tan vivos, ¿no crees? Sei: y a ellos les gustará saberlo. ¿Les gustará?, corrijo. En los sueños los que se fueron lo agradecen todo, a mí me lo han dicho. Como la conozco la entiendo, sé que habla y no habla al pie de la letra. ¿Sigues llevando cuanto sueñas a lo que escribes? Sei echa para atrás la cabeza. Para que los sueños no acaben en la noche tengo que abrir el día a mi escritura. Cuéntame uno de los últimos, Sei, como hacías en la escuela. Puesto que has venido y me has reconocido, entonces te contaré uno dramático, ofreció ella.


Y el sueño aparece en Chitón, ver:

https://ehchiton.blogspot.com/2020/11/utamaro-sueno-de-la-escribiente.html


(Grabado de Kitagawa Utamaro)

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Cuentos indómitos. La contemplación

 




"El narrador no debe facilitar interpretaciones de su obra, si no, ¿para qué habría escrito una novela, que es una máquina de generar interpretaciones?"

Umberto Eco, Apostillas a El nombre de la rosa.


Ella se dejó mirar. Al alejarse intuyó la mirada correcta, pero sutil e incisiva, del juez. Como cualquier mujer no dudaba de que al volverse de espaldas sería observada por la curiosidad insaciable del macho. Para qué evitarlo. Ser observada con algún tipo de interés, sin desdeñar el lascivo, la enorgullecía. ¿Cuánto tiempo hace que no me fijo si me miran con especial inclinación?, pensó. Se movió lentamente, haciendo que buscaba algo. Se quedó parada, como si de pronto dudara dónde encontrar aquello que buscaba. En el ejercicio de simulación enderezaba su cuerpo, adelantaba una pierna, expansionaba sus hombros, se ponía las manos en la cintura, expulsaba hacia atrás su cabellera zaína. Saboreó su propia coquetería, prolongando la escena. Luego hizo ademán de volverse hacia Ordóñez, simplemente para pillar su gesto y tantear su actitud. Pero se encontraba tan feliz en aquella interpretación que no deseaba concluir sus poses y supo que sobre todo quería dejarse admirar. ¿Puede ser admirada una persona por un mohín, una contorsión delicada, un silencio estudiado, unos zarandeos de sus pies sobre un espacio mínimo del suelo?, volvió a pensar con entusiasmo. Ser mirada es simplemente notar que es recorrida por unos ojos. Ser admirada es percibir algo más. Un tacto cercano, una palabra en ciernes, un signo que recorre el aire. No son solo los sentidos más obvios los que se exponen para trazar la distancia de los objetos. Es sobre todo la propiedad oculta con que una persona se siente afectada por otra. Las ideas se le acumularon de pronto, generando dentro de ella un discurso confuso. Y de pronto, Jacinta puso fin a su exhibición.

Juez, ¿no le ha parecido extraño el escrito que ha leído?, exclamó volviéndose de sopetón hacia él. Ordóñez pareció salir de un embobamiento. Es un texto raro, sí, farfulló. Cuidado que he leído en los procedimientos judiciales mensajes difíciles y retorcidos, en cuanto a la envergadura de lo que trataban, pero simples y claros a la hora de ser expresados. Pero este que me muestra no sé encajarlo. Será que no tiene encaje, dijo Jacinta. Yo diría que el que lo ha escrito navega entre sueños y deseos, arriesgó el hombre. Pues a mí se me ocurre que lo hace entre el delirio y la pasión, o acaso es lo mismo, pero mucho más intenso, precisó ella. A ambos les entró la risa a la vez. Ordóñez: Me convierte usted en crítico literario sin pretensiones por mi parte, naturalmente, pero me parece usted más aguda en su juicio. Jacinta hizo un gesto de quitar importancia a aquel calificativo. Luego se explicó. Entiendo poco de escritos, pero comprendo algunos. Incluso con los más difíciles, si tienen algo que decirme, me esfuerzo para captarlos de cabo a rabo, simplemente porque hay algo, la intuición tal vez, que me facilita la lectura. Otras veces pienso, subrayó, que yo me encuentro de algún modo dentro de lo que cuenta un relato y que, aunque no logre explicármelo, me vinculo de tal manera que no soy la misma una vez leído. Eso me recuerda, interrumpió amable el juez, la época en que me iniciaron en lecturas en aquella estancia de primera madurez en Europa. La mujer olvidada casi me extorsionaba, aunque de manera divertida. Me entrego a ti, decía jocosa, si te lees esto. Y me ofrecía una novela que ella aseveraba que era rompedora. Ya ve, Jacinta, uno leyó por amor. Por la satisfacción del amor, diría yo, exclamó la mujer cortándose. Jacinta se dio cuenta en ese instante que él podría interpretar como una indirecta el escrito que le había ofrecido.   

Ordóñez lo advirtió y desvió la conversación para evitar tensiones. Parece que alguien de su entorno tiene afanes escribientes, ¿no cree? Alguien imaginativo que quiere dar rienda suelta a un escritor que llevaba dentro desde siempre pero al que había contenido. O tal vez un ser imaginativo que busca situaciones ficticias en su cerebro más recóndito para huir de un presente que no le satisface. Suele pasar. Y Ordóñez se dio cuenta entonces que le venían a la mente razonamientos que la mujer de París le había hecho, aquella mujer experimentada y comunicativa. Se lo dijo a Jacinta. No hablo por mí mismo, las circunstancias me han recordado otras ya olvidadas. Ya ve. En ocasiones hay segundas vueltas en la vida. De ahí que sufrir en exceso cuando se ha perdido una relación no sea saludable. Útil tampoco. Hay que evitar que los recuerdos se alcen como un muro. ¿Quiere decir que el muro negro ante el que nos encontramos cuando hay un padecimiento irremediable se puede derribar fácilmente?, le interrumpió ella. Ordóñez se encogió de hombros. Fácilmente no sé, eso depende de cada cual. En mi caso la facilidad vino de mano de mi retorno a Asunción. Pero a punto estuve de quedarme en tierra. Volviendo al texto que me ha dado a leer, y que aún estoy digiriendo. ¿Tiene más? Jacinta dudó en la respuesta. Optó por una salida salomónica. Hoy ya le he cansado bastante con el escrito y con lo que hemos hablado, pero buscaré otros. Tal vez otro día...Es curioso, musitó el juez. A nuestra edad hablar del tiempo que transcurre y de la sensación de perder que hemos sufrido parece ser una constante. Pero, ¿cuál es lo que más nos zahiere con obsesión? Acaso no haber hecho las cosas con sentido, no haber sabido nutrir la ilusión. Ya sé que parece que eso es propiedad de jóvenes o de quienes se inician en la madurez. Peor es perder la vida de repente, soltó Jacinta tratando de hallar consolación. Entonces es cuando todas las posibilidades se han venido abajo definitivamente. Ordóñez sonrió en corto. Por supuesto, afirmó sereno. Será que la pérdida más latente dentro de uno es lo que no se hace, lo que se anhela pero no se ha llegado a tener. Jacinta le percibió amargo. Tener siquiera algo a lo que aferrarnos es un tesoro, ¿verdad, juez? Lo triste es que incluso teniendo lo necesario, lo que nos da seguridad y calma, también nos parece poco. ¿Volvería usted a París?




(Fotografía de Isa Marcelli)

domingo, 8 de noviembre de 2020

Verdi, el Himno de las Naciones, Jan Peerce y las santas narices de Toscanini. Dedicado a los que por la puerta asoman si es para bien


 



Los ciudadanos demócratas estadounidenses bien se merecen que rescate una interpretación antigua. Parece ser que para la Exposición Internacional de Londres de 1862 encargaron a Verdi una composición que expresara la unificación italiana y el reconocimiento hacia otros países europeos. Entonces Verdi compone una cantata a la que denomina Inno delle nazioni. En ella Verdi incluye variaciones de los himnos francés, inglés e italiano, se apoya en un coro y en un solista, y dibuja un canto excelso a la fraternidad y el entendimiento. Pues bien, en 1943, en plena y sangrienta Guerra Mundial, el exiliado Toscanini dirigió una interpretación, dentro de la mística y solemnidad que en aquel momento -como casi un siglo antes se había manifestado al componer Verdi el Himno- requería la situación. Mientras, la guerra de los cincuenta millones de muertos y del holocausto proseguía en territorios mundiales. Toscanini puso su añadido en la composición: introdujo el The Star-Spangled Banner y la Internacional. El coro es el Westminster Choir College y la orquesta la Orquesta Sinfónica de la NBC. La voz solista, el tenor Jan Peerce. Observar la entrega de Toscanini, con su canturreo y la agitación rítmica y ordenada de su batuta, emociona.

Anécdota posterior: al llegar la guerra fría entre la URSS y los EEUU, en Occidente se censuró la parte en que debería haber sonado la Internacional. En fin, que los cantos sublimes a la fraternidad y el progreso de las naciones en ocasiones han acabado en flor de un día. Pero siquiera por felicitar a los ciudadanos demócratas de los EEUU al echar al inquilino de la Casa Blanca bien merece la pena rescatar un impactante Verdi -Verdi siempre será Verdi- y una interpretación poderosa. Aunque parezca un estilo desfasado y lo escuchemos hoy con escepticismo, si no con incredulidad. Situemos la composición en sus dos tiempos históricos, pues el de estos días está por escribirse. De momento, expectantes ante aquellos que por la puerta asoman, si es para bien del mundo.





sábado, 7 de noviembre de 2020

We the People of The United States...

 







Mirando estas fotografías, y dando por hecho que uno conoce poco de aquel extenso territorio que va de costa a costa oceánicas, y de Alaska y los grandes lagos al Río Bravo, aclárenme si así, a primera vista, ha cambiado algo. ¿Será que sigue en pie aquella vieja conquista, en gran parte genocida, del legendario Oeste? ¿O ahora todo es allí Oeste? ¿Qué pensarían los padres fundadores acerca de esta neodemocracia de las armas a la que muchos se aferran en el siglo XXI para utilizarlas contra sus propios conciudadanos? Ay de la carta fundacional de Thomas Jefferson y otros, aquella que dice: We the People of The United States...qué riesgo corre en estos momentos. "Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, con el Fin de formar una Unión más perfecta, establecer Justicia, asegurar la Tranquilidad interna, proveer la defensa común, promover el Bienestar general y garantizar para nosotros mismos y para nuestros Descendientes los Beneficios de la Libertad, ordenamos y establecemos esta Constitución para los Estados Unidos de América." Etcétera. Ojalá no se les logre a los energúmenos. Porque todo lo que pactan los principios constitucionales podría irse al garete. Y sabemos que ese people of the United States -¿o solo una parte, acaso la mitad?- es mucho más constructivo, más razonable y más demócrata que aquellos cuyo lenguaje solo se expresa con el de sus fusiles de precisión y su exhibicionismo macabro, mientras se miran en el espejo de un presidente...(que la Historia ponga el calificativo adecuado)




(Fotografías de archivos de internet y de prensa de estos días)

miércoles, 4 de noviembre de 2020

Cuentos indómitos. La rosa del desierto

 


"A veces, inmerso en sus libros, le venía a la cabeza la conciencia de todo lo que no sabía, de todo lo que no había leído y la serenidad con la que trabajaba se hacía trizas cuando caía en la cuenta del poco tiempo que tenía en la vida para leer tantas cosas, para aprender todo lo que tenía que saber".


John Williams, Stoner.



Ordóñez, ¿cree que alguien que no haya viajado puede escribir como si lo hubiera hecho? El juez la miró con sorpresa. ¿Era acaso él capaz de responder a aquella pregunta extraña, sobre un tema que apenas conocía? Lo digo, prosiguió la mujer, porque he hallado papeles en las carpetas de mi marido con descripción de lugares y personas que me recordaban libros de aventuras que leí hace mucho. Algunos escritos eran sueños, otros recuerdos, muy extraños todos, y cuya comprensión se me escapaba. Jacinta ocultó al juez la procedencia real de aquellos papeles. Ni siquiera ella misma estaba segura si correspondían al agrimensor, que se había guardado para sí Pallarés, o si eran fruto de alguna experiencia desconocida de este o de la imaginación febril que solía desatar en ciertas crisis de su vida. 

Mezclados y arrugados, sin un orden temporal aparente, Jacinta los había ido leyendo no una sino varias veces, sin entender si el autor se refería a hechos verídicos o se trataba de invenciones. Había oído contar a sus abuelos que a veces los hombres alientan fantasías y escriben y cuentan sobre ellas para sobrellevar las dificultades. O bien para hacer creer a otros que sus vidas no han estado vacías y que lo vivido humildemente también es una crónica útil para generaciones nuevas.  Aquellos pliegos escritos, unos a mano, otros con una underwood de letra machacada, ofrecían pequeñas historias sin vínculo a primera vista. Me gustaría que leyera alguno, Ordóñez, dijo la mujer mientras compartían un mate. El juez hizo un gesto de aceptación, extendió la mano. Los dedos de ambos se rozaron al tomar la hoja de papel, sin que ella acabara de soltarla ni él se decidiera al tomarlo, como si en aquel gesto de entrega quedará en suspenso una lectura que no precisaba de las letras. Mire, lea esto, insistió Jacinta, y dígame luego cómo debo entenderlo, si como el relato de un ser vivo que recuerda o como un soñador que se ve  privado de experiencias y viajes y los finge. Y el juez comenzó a leer.

"Cómo fue aquel acabar en un paraje agreste, donde no obstante lo accidentado del terreno dejó que se solazara el cuerpo del viajero, agotado este por el tránsito sin sentido, la tensión natural que no cedía nunca, las horas atropelladas, la mezcla de lenguas que solo las ciudades del desierto saben exponer y que todos los habitantes del oasis logran entenderlas, y entretenido en el inevitable ocio de la espera el joven mercader, aprendiz aún de las artes de los negocios cambiantes, se distraía obteniendo la belleza de las rosas del desierto, aquellas maclas expuestas a propósito por las corrientes desconocidas que el mundo mineral diseña para las ciudades subterráneas, rebuscando en ellas un principio que no lograba desentrañar, y al tacto cortante de aquel abigarramiento de pétalos, finos cristales de los que podría decirse que fueron paridos al unísono, destinados a mirarse entre sí, a multiplicarse como si se repitieran en idéntica medida y textura, y a la caricia arriesgada que el joven ejecutaba con sus dedos sobre las aristas ocres, era como si la rosa misma se conmoviera, él sentía el palpitar de la roca escondida, de las láminas de fuego que se protegen unas a otras, y desde la piedra misma partículas de arena gimoteaban incesantes a cada deslizamiento de unas yemas ásperas, curtidas por el sol y agrietadas por la temperatura hosca de las noches, y entre las uñas del hombre de paso se sedimentaba la sustancia lítica desprendida, fue en ese contacto con la rosa del desierto donde perdió su propia noción humana, y de las palmas de la mano fueron surgiendo trizas desprendidas, crecidas por una humedad oscura y áspera, las uñas laceradas y retráctiles, erosionadas por vientos oscuros, y al cerrar con lentitud el puño tuvo un latigazo de pavor, placentero por lo que tenía de misterio, doloroso porque temía no volver a ser como antes de perseguir las profundidades en su afán curioso, atormentado por buscar la fuente impenetrable que le acogiera cada vez que su desazón le agitara desesperadamente, y supo entonces que al proseguir el viaje, a cada ataque de fragilidad, él cerraría el puño, consciente de que contenía la rosa hallada, la materia aromática, y que la transportaba al atravesar las dunas, bamboleándose al paso oscilante del dromedario, rosa que se desplegaba entre su carne aceda aunque, como una brújula del instinto que habría de llevar a todos los confines de sus viajes, en realidad hubiese quedado oculta y apartada en aquel caravasar". 

Ordóñez, cuando terminó la lectura, que demoró para atender bien a lo que en el papel se decía, no levantó la vista de repente. Fue elevando sus ojos como si ascendiera por una escalera hasta el primer peldaño. La mujer no quiso presionarle, se levantó y fue hacia un extremo de la habitación. Ordóñez contempló entonces con lentitud y cálida mirada la espalda de Jacinta, su estructura firme pero grácil aún, admiró los pasos bailarines que la rejuvenecían, y creyó por un instante, sin saber por qué, que aquella mujer que tenía delante era la que salía del relato confuso que había acabado de leer.


 

 Fotografía de Karen Paulina Biswell

domingo, 1 de noviembre de 2020

El nombre de Sean Connery

 


1. Podría ser un cuadro de Zurbarán. Luces y sombras componiendo un tenebrismo denso y dirigido a los pecadores y pecaminosos. Pero en la escena de esta película no hay un tenebrismo demoledor, angustioso, dramático. O solo la dosis justa, solo suavizada por el maestro y el discípulo. No representa tampoco las tensiones de un Barroco incipiente, respuesta del Trento reformador que ponía en orden a un sector del rebaño, pues el hasta entonces rebaño universal del representante de Dios en la Tierra había quebrado. El otro sector fue a pastar en otros prados, los del luteranismo y sus derivados. Esta imagen de un Zurbarán sin Zurbarán está situada un par de siglos antes, en una Europa también convulsionada, como ha sido toda su trayectoria, pero los personajes protagonistas de la novela de Eco, Fray Guillermo de Baskerville y su discípulo  Adso de Melk, mantienen el temple del destino que eligieron. La película ratifica el carácter de los personajes. Sabio y prudente el franciscano, frágil e iniciático el alumno. Turbulento el mundo monástico donde se desarrolla El nombre de la rosa, como si se estableciera un puente entre la época y sus conflictos y la vida interior de una ciudad de Dios. La talla de fray Guillermo ¿hubiera estado tan bien dibujada si el actor no hubiera sido Sean Connery? ¿Habría llegado la altura de esta interpretación a los espectadores si el papel lo hubiera encarnado otro intérprete? Son preguntas estériles. Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que hay mucha gente que no tiene inconveniente en ver de manera recurrente el film. ¿Es la trama policíaca? ¿La ambientación? ¿La época reflejada? ¿El misterio que se respira en cada escena? ¿La interpretación de todos los que intervienen en la película? De todo un poco, o de todo mucho. Pero sobresaliendo, ese actor de raza que acaba de morir con noventa años. Que la nada le acoja. Pues el monje de la rosa medieval o el agente secreto o el amante de Marnie o el padre del arqueólogo o el intocable o el bandido de los bosques, entre tantos personajes, le resucitarán siempre entre nosotros.



2. Un posible diálogo que me invento en base a la imagen:


ADSO. ¿Por qué se vive entre tinieblas, maestro?

FRAY GUILLERMO. No te dejes engañar por el ámbito en que vivas, Adso. Además solo vive en tinieblas quien lo elige. Y tú no tienes edad para sucumbir, como todos estos, a una visión opaca y cerrada de la existencia. Ni siquiera para que pienses en ello.

ADSO. Es verdad que si no fuese por usted yo no sabría en qué dirección encaminarme.

FRAY GUILLERMO. Todos hemos pasado por el principio, y en cualquier momento hemos atravesado circunstancias confusas, pero el saber no viene desde fuera por las buenas sino que hay que elaborarlo dentro de uno, como hace el maestro cervecero del monasterio con la destilación.

ADSO. ¿Ni siquiera viene de arriba el saber?

FRAY GUILLERMO. Adso, eso tienes que descubrirlo tú con el poder del razonamiento que te proporciona la mente y con la actitud que mantengas con cuanto te rodea.

ADSO. Pero yo pensaba, maestro, que los hombres...

FRAY GUILLERMO. Los hombres son parte del paisaje, y en muchas ocasiones son más difíciles de acceder que una montaña y más capaces de engullir que el océano.

ADSO. ¿No debo, pues, confiar en ellos?

FRAY GUILLERMO. También de ti depende. De tu capacidad observadora, de cómo sepas llegar hasta su alma y sobre todo de que estés prevenido contra el mal que tantos de ellos ejecutan, y cuya norma de conducta no saben enderezar.

ADSO. Pero hay personas afables y sinceras, maestro, aunque algunas que yo las veía así no se portaron luego bien conmigo.

FRAY GUILLERMO. Si analizas la naturaleza en general verás que no hay seres más contradictorios y capaces de comportamientos opuestos, tanto benefactores cual dañinos, como los hombres. Llegará un día en que tu olfato, que se basará en la experiencia, te indicará sobre la dignidad o indignidad de cuantos vayas encontrándote por la vida. Y conforme a ello sabrás tratarlos.

ADSO. Pero eso sucederá solo con la gente más analfabeta y miserable, ¿no, maestro?

FRAY GUILLERMO. Ay, Adso, pasa con ellos, sin duda, pero en cuántos de esa condición no los hay más decentes, sabios y verdaderos que los que están encumbrados y pregonando que saben e imponiendo sus leyes.   

ADSO. Entienda mis temores, maestro, y sepa que solo encuentro confortación en sus palabras. Pero, dígame, ¿siempre hay que pagar un precio por la vida? 

FRAY GUILLERMO.  La vida tiene mucho de transacción mercantil, y hasta qué punto que muchos solo saben hablar consigo mismos y con Dios poseídos de ese lenguaje. Pero la vida tiene que ser otra cosa.

ADSO. Cuanto me previene sobre los hombres lo agradezco, mas es para dar miedo, ¿no?

FRAY GUILLERMO. Por eso digo que vivir tiene que ser algo más y muy diferente. La Tierra es grande, de cerca y de lejos. No solo los territorios que no se acaban de alcanzar nunca sino la profundidades que hay en el cuerpo de los seres vivos deben ser objeto de nuestra atención. Y si es posible de  nuestra dedicación.

ADSO. ¿Quiere con eso decir que hay que conocer todo lo posible? ¿Que tras todas las cosas y manifestaciones hay una explicación? ¿Que solo conocer nos salva?

FRAY GUILLERMO. Así es, Adso. Y fíjate bien: no para conquistar sino para comprender. Y comprender es encontrar sentido a la existencia.


Etcétera, pero no quiero aburrir.



(Fotograma de la película El nombre de la rosa, de Jean-Jacques Annaud, basada en la novela de Umberto Eco)


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Y una interpretación del gran Pedro Iturralde (Falces, Navarra, 1929-Madrid, 2020), que también ha hecho mutis por el foro.