lunes, 30 de mayo de 2011
La entrega de Ofelia
Ofelia, Ofelia...Pasa la caballería aguerrida de la pureza y tú miras el movimiento imperceptible de los planetas. No flotas sobre aguas sino sobre destinos. Has entregado el hijo que criaste, que es tu alma, que es tu pasión desdichada, que es tu capacidad esperanzada al jinete cuyo corcel inquieto es un suspiro.¿A dónde lo trasladarán?
Tus ojos van en él. Tu continente de súplica. Tu amarga decepción se hará mayor cuando olvide tu nombre. Es solo un instante. Yacerás entre conjuros y tus labios mascullarán el último signo de la traición que se ha cebado sobre tu sino. Pero eso no te importa, porque tu sonrisa creció entre las riberas de los arroyos. Allí donde empezaste a creer.
O donde empezaste a amar. Amar fue para ti una melodía. Nunca separaste las dimensiones del canto y de la música. Ambas germinaron en lo más primitivo y limpio que preservabas. Cuando el hechizo seductor envolvió tu vida apenas advertiste que no se trataba de otra cosa sino de una nueva canción. Pero ésta no sólo salía de tu pecho, no sólo la destinabas al aire impalpable. El cantar no rescataba ya la infancia extraviada, ni prolongaba los juegos, ni era acicate de nuevos aprendizajes. ¿Cómo podías saber que lo que se comparte ya no le pertenece a uno mismo, que la renuncia es una opción y el abandono un precio inevitable?
Ahora, tras el desenlace indefectible, deja que el corcel albo pase despavorido sobre tu cuerpo. Permaneces inaprensible a su mirada. Él portará lo que pudo ser hasta un paisaje incierto. Tal vez otras manos u otra canción entenderán la fuerza de la que tú te desposeíste. Allá, en alguna parte, ajena a la pérdida, volverás a tocar la cítara y a entonar nuevos cantos.
(Imagen de William Blake)
martes, 24 de mayo de 2011
Desde el sueño
Yo dormía. Era verano y la puerta principal de la casa estaba abierta. Las habitaciones permanecían abiertas también. Una corriente tímida de aire atravesaba en bucle el edificio. Con la brisa llegaban aromas a romero. También sonidos acompasados y calmos. Las notas tenues de la hojarasca que los chopos mecían junto al arroyo.
Yo soñaba. Soñaba que el viento acariciaba mis cabellos y descorría la sábana que me cubría. Soñaba que una voz me decía que debía levantarme y salir fuera de la casa. Soñaba que desnudo alcanzaba la huerta, bajaba por el prado y me acercaba a la orilla del riachuelo.
Lo vi. Bufaba sosegadamente. Bebía en el agua inmóvil. De vez en cuando alzaba la cabeza y balanceaba la crin. La noche era blanca. Los campos tomaban el color del mar lejano. Un mar que yo jamás había visto.
De pronto sentí ganas de oler el mar. Me habían dicho algunos vecinos de la comarca que el mar huele de otra manera a como huelen los prados. Que cuando llegas hasta sus playas tu rostro adquiere el color de la plata y tu pelo sabe a sal.
Él era muy alto y con sus movimientos de cabeza me invitaba a subir a su grupa. Debí soñarlo. Pero desde entonces no he dejado de cabalgar. Me he dejado llevar por su ritmo. Me he acostumbrado a sus movimientos nerviosos. Sujeto con tensión las bridas, pero sobre su grupa agradecida no he hecho sino caminar hacia lo desconocido.
(Cuadro de Kuzmá Petrov-Vodkin)
domingo, 22 de mayo de 2011
Todavía quedan, y muchas
sábado, 21 de mayo de 2011
Desde la reflexión hasta la inflexión
¿Por qué no hacer de la jornada de reflexión el principio de muchas jornadas de inflexión?
Según la RAE, el término inflexión quiere decir:
inflexión.
(Del lat. inflexĭo, -ōnis).
1. f. Torcimiento o comba de algo que estaba recto o plano.
2. f. Elevación o atenuación que se hace con la voz, quebrándola o pasando de un tono a otro.
3. f. Geom. Punto de una curva en que cambia de sentido su curvatura.
4. f. Gram. flexión (‖ alteración de las voces variables).
Cualquiera de las acepciones podrían valer, y yo me quedo con todas, porque todas son aplicables en este caso. Dejemos de lado las que tienen sentido fónico, porque considero que la voz debe estar en función de la intención, para que esa voz tenga contundencia y no se la lleve el viento. El tradicional día anodino de la reflexión de vísperas electorales está teniendo este año otro carácter. Fundamentalmente transgresor. Maravilloso. Ya vendrán luego las polémicas a encarar, que creo que tendrán que hacerse con más incisión. De momento lo que está en entredicho, una vez más, es el sistema electoral, como parte del sistema constitucional al uso.
Pero fijémonos en la primera imagen. Torcimiento o comba de algo que estaba recto o plano. ¿No sería genial que se aplicara? Para hacer un cesto hay que coger los juncos, cimbrarlos y doblarlos; entonces es cuando adquiere sentido el junco en las manos humanas, cuando se convierte en objeto. ¿No es aplicable la imagen al estatus plano, horizontal y paralítico de una democracia que pierde su esencia?
Me gusta también el tercer significado. Punto de una curva en que cambia de sentido su curvatura. ¿No necesitamos también ese punto que cambie de orientación la curva cerrada que tiende a convertir en círculo vicioso la vida de las sociedades? Un punto que se desvíe y abra a los ciudadanos lo que les pertenece, que ordene los mercados, que reparta el trabajo y la riqueza...Ay, temo que me he perdido una vez más en las viejas y utópicas aspiraciones sin solución. Pero es que a estas alturas uno no concibe una Reflexión sin la consecuente Inflexión. Radical. Como las geometrías de la vida. Fundamentales. Piensen en ello.
viernes, 20 de mayo de 2011
Un cartel de la calle
La palabra. Yo diría: el concepto. De palabras está ahíto este país. Palabras, palabrejas, palabrotas…Sobran por todas partes. Se habla mucho y se dice poco. Se aparenta saber y no se sabe apenas. ¿Cuántos años de democracia política llevamos? Escasos treinta y cuatro. Replanteo la pregunta: ¿Cuánto tiempo de cultura democrática llevamos? Difícil cuantificar, más todavía cualificar. La cultura es un proceso siempre más largo, un horno donde el tiempo de cocción obra directamente proporcional con la masa que se moldea y el producto que se pretende obtener. Todo lo que se fraguó en un momento de oscura y contradictoria transición (para otros, modelo de perfección) se plasmó en la Constitución vigente. Treinta y tres años escasos y ya cojea ésta, o lo hace desde hace rato. Acaso fue un defecto de la materia prima de origen o de la factoría, no demasiado modernizada. Mientras, se opera el relevo generacional. ¿Es este movimiento de indignación y hastío que tiene lugar estos días un síntoma crucial de ese relevo? ¿Una fase inicial? ¿Un aviso a los navegantes? ¿O se trata de algo más? ¿Es la masa que bulle en un horno cerrado? ¿O acaso un crisol donde puede forjarse un metal más precioso? Me gusta el cartelito de la foto, naturalmente, es bienintencionado, pacífico, ordenado. ¿Quién podría objetarlo? Pero, ¿y no se queda corto, suave, abstracto? Hagamos ficción y modifiquemos. Hay que dar sentido al concepto Democracia, digamos. O bien: Hay que dar con un nuevo sentido de la Democracia. Y si nos dejamos de zarandajas y decimos escueta y directamente: Hay que dar sentido a la Democracia, entonces, ¿nos aproximaríamos más al fondo de la cuestión? Podemos limpiar la fachada, pero ¿no estaría mejor renovar los materiales, reformar la estructura de las estancias, mejorar el uso de la vivienda? ¿Nos ponemos manos a la obra y construimos de nuevo?
jueves, 19 de mayo de 2011
#Hartazgo Revolution
No sé quién se ha inventado lo de #Spanish Revolution, tan pintoresco o tan publicitario, según se mire. ¿Conceptualmente es consistente? ¿Por qué no? Depende de si este movimiento de calle, no sólo juvenil, pero sí de ciudadanos hartos en todas sus variantes, cunde, madura y se extiende por matices de acción más concreta y permanente. Y clarifica. La Revolución es un proceso persistente, nunca de un día, nunca de un único rostro, nunca reductor. Muy transversal, muy evolutivo y acaso con diversos destinos. Es un proceso que existe aunque en ocasiones no manifieste ruido. El problema sí es la banca, por supuesto. Sí lo son los entes monetarios mundiales. Sí las corporaciones ávidas de beneficios. Sí las políticas europeas que no responden al bien común ni a una idea diferente -¿revolucionaria?- de Europa. Sí lo son las instituciones públicas -administrativas, judiciales y legislativas- si no están al servicio de los ciudadanos y de la democracia. Si no modifican leyes y se adaptan a las necesidades colectivas de los tiempos. No lo son los políticos si hay los justos y necesarios. Sí lo son los políticos corruptos que campan entre la derecha y entre los socialdemócratas, destacando más en aquélla. Sí lo son la quietud, la ceguera y el tragar con lo que nos echen. ¿#Spanish Revolution? Si como lema que recorra la única pública mundial cuaja, bienvenida la expresión. Ojo, siempre dudosa.
(seguirá)
(Fotografía de Ana Rey)
miércoles, 18 de mayo de 2011
Tándem Sampedro + Taibo
Creo que ni Sampedro ni Taibo son sospechosos de estar con el sistema. Conviene escuchar.
martes, 17 de mayo de 2011
Miedo a la calle
El miedo a la calle es muy antiguo. Miedo a los navajeros y a los estafadores. A las busconas y a los soldados ebrios. A los guardianes de las esencias patrias y a los asesinos. A los mercaderes avispados y a la peste. A los invasores y a los gamberros. A los que predican misiones y a los que hacen levas. A la quinta columna y a los que desfilan al paso de oca. También miedo a los revolucionarios y a los que quieren tomarse la justicia por su mano. A raíz de la manifestación masiva del domingo, donde predominaban jóvenes pero donde se encontraron también gentes de edad avanzada, leo algunos comentarios en los medios. No demasiados. Se lee más en Internet y en los blogs que en los rotativos. Lo de las televisiones ha sido descarado, permanecen al margen negando la noticia. Nunca es fácil hacer lectura de los movimientos espontáneos. Naturalmente, siempre hay un margen para que este tipo de movimientos o manifestaciones en oleadas pueda ser manipulado. No tanto en origen -pienso que si hubiera algún ente que actuara sibilinamente desde la sombra se sabría- como en el curso de su desarrollo y futuras muestras y exhibiciones. Que el mundo del estatus probablemente tratará de capitalizar o de hacerlo degenerar. Pero que el miedo, y el desprecio, de los medios de comunicación a la calle haya sido tan patente estos días desafía la misma esencia del periodismo. Alguna vez creímos que la Democracia era el nirvana de los sistemas de vida más igualitarios. Y creímos que el igualitarismo era posible, para principal beneficio de las clases proletarias y subproletarias (perdón, las palabrejas no se usan, pero el concepto permanece vivo como la realidad) Pero el estatus la está poniendo en riesgo. La calle lo intuye. Hoy los gritos son muy moderados. Mañana, si no se afronta ni resuelve la inquietud, la calle hablará con otro tono.
lunes, 16 de mayo de 2011
La calle
Es la calle la que genera movimientos. ¿Será que se deja influir por el aire, que toma el relevo del aire, que es el aire mismo? Es la que inventa la lengua. La que hace de las palabras un abanico múltiple de significados. La que otorga dobles significados que se pierden en la noche de los tiempos. La que aplica calificativos aunque los periódicos y las emisoras no se atrevan. La que recoge lo que se percibe, aunque no esté refrendado por leyes. La que juzga, a veces peligrosa y arriesgadamente, antes de que los jueces juzguen. La que señala cuando las reglas de juego del estatus esconden el dedo. La que gime cuando suceden cosas que invitan a llorar desconsoladamente. Por supuesto, la que ríe estruendosa cuando el gozo inunda los corazones humanos. Es la mano que consuela para que no se sientan solos los hombres desposeídos. La que siente el magma de las profundidades antes que la mente mediatizada de nuestra especie. La que calienta los pies con la vinculación telúrica. Es la calle la que grita con voz aguda cuando es necesario hacerlo. La que congrega a cuantos tienen necesidad de encontrarse. La que crea canciones para sobrellevar las cargas. La que recoge las protestas justas. La que hace de alguna canción un símbolo. La que hace que la gente se agarre de las manos. La que convierte en bien colectivo las propiedades dudosas de los hombres. Es la calle la que ha presenciado la comedia y la tragedia. La que ha exhibido máscaras siniestras. La que ha soportado desfiles. La que ha conocido descamisados, algunos con sangre. La que ha tenido que padecer las condenas de unos hombres sobre otros. La que ha acogido también el baile de los liberados. La mirada de los enamorados. La sonrisa de los niños. Es la calle la que abre, la que se vuelve etérea, la que dignifica el concepto democracia cuando quieren reducirlo los de siempre y, si fuera posible, acabar para siempre con ella. Ayer fue sobre todo la calle, y lo fue de la manera más sencilla, cálida y sentida. La calle se sintió moldeada por una mayoría de cuerpos y voces jóvenes. La calle fue joven. Todo tiene que volver a ser como la calle. Adelante.
domingo, 15 de mayo de 2011
viernes, 13 de mayo de 2011
Malena S. / y 28
Hoy he librado en el trabajo, pero me he levantado temprano. Hace tiempo que tenía que arreglar las plantas y cambiar la tierra de las macetas. Sin querer, me acordé de esta tarea pendiente por una conversación que mantuve con Bohumil el otro día. Vive aquí cerca, está muy mayor y, aunque algo huraño y desganado, le doy confianza y a veces comentamos con relajación desde temas insulsos hasta aspectos más trascendentales. Él ya se encarga de restar trascendencia a lo que a mí me parece oneroso. B. también publica, pero no tiene nada que ver con el escritor de Malena. O acaso sí se den ciertas coincidencias. Todos los que han vivido en esta urbe, se hayan o no cruzado físicamente en el camino, comparten siempre sustratos más comunes de los que aparentan a primera vista. Puede que coincidan en obsesiones o en fijaciones análogas, pero la manera de tratarlas difiere. Lo poco que he leído de mi vecino es más fresco y lo lees con una sonrisa permanente e, incluso, te hace permanecer boquiabierto, expectante ante el flujo sencillo de las situaciones y del dibujo de los personajes. No obstante, en el fondo subyace acritud, pero lo disimula muy bien, y la crítica es velada, casi ni la adviertes. Cuando me explico así es cuando sale de mi interior todo lo que he incubado de Malena. ¿No será que le doy demasiada importancia a su influjo? Lo que escribe B. me parece menos de submundo que lo que registró el escritor de Malena. Está más próximo, es la vida misma, y lo que lees te deja buen cuerpo, no porque te haga feliz, sino porque comprende la infelicidad de los seres y no hace objeto ni de belleza ni de fealdad de ello. En principio parece que sólo se esmera en acostumbrarnos a entender lo que le pasa a la gente, lo que le ha sucedido a él, pero tengo la impresión que eso es un truco, un camino para avanzar en que extraigas tú mismo conclusiones. No tiene pretensiones de demoler el mundo, y eso que no le gusta nada. Como él dice, no tiene fuerza suficiente para invertir la ley gravitatoria. Gustav el cartero ha pasado y me ha dejado una postal. En la cara de la imagen vienen las grandes estanterías de la casi pontifica Biblioteca del Monasterio. Por el otro lado, unas letras: Michal, Strahov no está tan lejos. El jueves no trabajo y comer fuera de casa me sentaría bien. Hay una cantina de comida casera que sólo conocemos los de aquí y que es de las que ya no quedan. ¿Te animas a acompañarme? Martina. Luego figura un número de teléfono. Vaya, he embarrado la postal con la tierra húmeda que tengo adherida a mis dedos.
jueves, 12 de mayo de 2011
Malena S. / 27
Hace dos días que no me llama Malena. Sé por un amigo común que ha vuelto de Dresde, pero no da señales de vida. No es la primera crisis que tenemos; difícil saber ahora mismo si no habrá sido la última. No hago más que pensar en el culto que Malena rinde a su escritor del cementerio judío nuevo. No hago más que sospechar si no será esa influencia la que le coloca en una posición tan intransigente. ¿O resulta que es una mujer clarividente, pero lo que le traicionan son sus formas agrias? No dudo que lleva razón en muchas cosas que dice. Yo se la reconozco. He aprendido durante este tiempo de ella. No sólo de sus informaciones y de sus pensamientos, sino de su manera de ser y de comportarse. Admito que hasta el arte me gusta más y, aunque mi literatura preferida no sea la que le gusta a ella, me ha estimulado en la lectura. Su amante literario muerto, que vive tanto en ella, es para mí un personaje enrevesado. Todo lo que escribe lo es. Entrar en la lectura de ese autor es conducirte por estancias que llevan a otras y estas a otras, sin saber muy bien si las puertas se cierran a tu espalda y vas a poder escapar. En realidad, todo se sintetiza en: no eres tú el que te desplazas, sino el autor el que te mete en los laberintos. A Malena le gusta por eso, porque ese mundo es como el que ella lleva dentro de sí. Y se propone siempre la fantasía y la improvisación como huída. Pero las huidas de ese autor y las de Malena son de la misma madera: huidas hacia delante, nunca son salidas, jamás brilla una luz definitiva. Cuando Malena se dirige a mí, ¿es ella simplemente o se trata de la literatura del hombre judío que se encarna en ella? El hombre que crea su mundo literario para huir de un mundo personal opresor, maniqueo y que causa culpabilidad hasta límites insufribles, se propone como alternativa liberarse en el laberinto. Es curioso lo que he aprendido de tanto hablar con Malena. El autor de Malena Stepanova crea unos laberintos para combatir los anteriores. ¿Y que hace al final? ¿Se siente más libre en ellos o duplica su efecto? Pero lo que Malena ha descubierto en el narrador del Zidovtské es belleza. Y le desborda tanto que ella se siente infeliz. ¿Porque no puede compartirla con nadie? ¿Porque nunca se posee plenamente? ¿Porque siente su ser íntimo siempre dividido y en continua expansión, sin poder fijarlo en ninguna parte? Oh, cuando pienso de esta manera, cuando me asaltan estas dudas me siento embriagado de Malena. Aunque no la entienda del todo. Pero entonces temo esa absorción. Temo que me abduzca hacia un mundo donde no sabría estar como ella.
martes, 10 de mayo de 2011
Malena S. / 26
Cuando iba a salir para la estación me ha llamado Malena. Nos quedamos en Dresde, Michal. ¿Cómo que nos quedamos?, respondo. ¿Quiénes, por qué? Malena, al sentir mi alteración, se siente obligada a precisar más: Karel ya está de vuelta porque tiene que abrir mañana la tienda; dos días cerrada es demasiado tiempo para él. Nos quedamos Jan y yo, hemos encontrado una pista de la maleta que puede dar resultado. El verdadero interés es mío y solo mío, pero él se empeña en que no puede dejarme sola en una ciudad que apenas conozco. No te preocupes, tesoro. Ah, y ha insistido en que te diga que estés tranquilo. Me sienta como un tiro tanta bondad ajena, pero me contengo. ¿Tenéis sitio para pasar la noche?, le pregunto con cierto retintín. No, buscaremos algo barato; total se trata de descansar un poco y madrugar para hacer unas visitas. Michal, esto es emocionante, es como una novela. ¿Esto?, pero ¿es que tienes algo fiable y sólido entre las manos? ¿O es tu imaginación febril, para variar, lo que te excita y te hace ver aquello que aún no se ha convertido en luz?, le digo con clara indignación. Nunca crees en nada, Michal. Malena se defiende como gato panza arriba. Nunca has tenido mucha sensibilidad. La sensibilidad está hecha para volar, se logre algo sólido en esta vida o no. Es lo que da aliciente, ganas de buscar y, encuentres o no lo que te propones, mientras te expandes has vivido, ¿te enteras? Su tono es tan áspero que temo lo peor. Y sigue. Parece mentira, Michal, que tú, precisamente tú, que has conocido la conspiración, que te has dejado arrastrar en otro tiempo por la ilusión de los combates en los que tanta fe tenías, muchos de los cuales eran ficticios porque, entérate, nunca desafiasteis de verdad el poder real del Estado, es increíble, digo, que ahora seas incapaz de entender que yo me mueva por pequeños detalles y que siga rastros que no importa que sean ilusorios, e incluso no me lleven a ninguna parte. No, no es verdad. Me llevan a una. A ponerme en el lugar de aquellas personas que se amaron contra las dificultades. Y que pudieron perecer precisamente por ese motivo, por arriesgarse en medio de las contrariedades y de los inconvenientes que iban multiplicándose por todo el continente. Malena me deja mudo, ella lo advierte. ¿Michal? Sé que me estás escuchando aún. Todo esto ha surgido, yo no lo he forzado. Pero no puedo dejar que se escape la posibilidad. Y aunque no demos con la verdad de aquellos acontecimientos, pienso que si no lo intento me quedaría para siempre con una sensación frustrante. Y me parecería que soy otra. Entonces es cuando de verdad estaría perdida. Y cuando realmente me habrías perdido. No pude resistir más aquella catarata desproporcionada de palabras y la he colgado. Debe haber una botella de vino de Moravia por alguna parte, reservada para alguna ocasión especial. Se me antoja que ésta es la ocasión.
lunes, 9 de mayo de 2011
Malena S. / 25
Pensar en lo que hay de dictadura en la actitud del padre y compararla con el Estado es inevitable. También a la inversa. Al menos lo ha sido para quienes crecimos en otro tiempo. Muchas veces he pensado que una se nutría de la otra. Difícil saber qué monstruo fue primero pero, como siempre sucede con cantidad de asuntos, se retroalimentaban mutuamente. El éxito del Estado residía en que si funcionaba el padre el Estado tendría menos trabajo. En las familias se cultivan siempre las primeras células totalitarias. Era así antes y sigue siendo, aun cuando ahora hayamos ganado en permisividad. O simplemente que las formas actuales de vida provocan que los padres ejerzan menos control sobre los hijos. Sobre todo si la institución Estado es menos protectora y no respalda como lo hacía antes, aun hipócritamente, a las familias. Si funcionaba el mecanismo corrector y limitativo en las familias, el Estado actuaba menos en el plano juvenil. Mitad de coste, mitad de desgaste de imagen. Por eso el Estado ponía tanto empeño en la enseñanza. Ésta y las familias se coordinaban al unísono; aún lo hacen pero hoy no es tan fácil sujetar esos flecos más sueltos y relajados. Hoy hay un interventor abierto y cruel que no requiere tanto las maquinarias de antaño. O las maneja a su antojo y de forma aleatoria. Es el mercado, con sus leyes inexorables resumidas en: o tienes o no tienes, o te vendes o no te compramos, o das lo que precisamos y al precio que queramos pagarte o te mueres de asco. Por lo menos van de frente. Los que vivimos en nuestra adolescencia la mano dura de la familia y no la aceptamos, dimos un paso al frente. Muchos no afrontamos aquella actitud rigurosa y cercenadora del núcleo de la tribu de manera directa. Los que lo hicieron se limitaron a romper moldes estéticos, a convertirse a modas nada comprometedoras y escuchar música estridente del momento. Otros representamos el papel de sumisos en casa y saltamos a dar la cara frente al Estado y frente al otro Estado que influía sobre éste. Era una manera de dinamitar también el núcleo duro de nuestras vidas. Y las familias se resintieron, naturalmente. Se sumergieron en la confusión y de nuevo en el temor. Todos perdimos, en cierto modo, aunque se nos vendan los cambios. Pero nunca se gana algo ni se avanza ni se llega a otras sensaciones sin alguna clase de desastre. Lo tengo claro. A pesar de todo el esfuerzo nunca logramos vivir sin dejarnos tocar antes o después por una larga mano oscura, antigua, fiscalizadora que representaba un único rostro. Y que, en cualquier momento, cuando crees que todo está superado, aparece desde el submundo de cada uno, como una serpiente venenosa que se abre paso entre las raíces del sotobosque.
domingo, 8 de mayo de 2011
Malena S. / 24
Malena, Jan y Karel se han ido a Dresde para todo el día. La tozudez de Malena no tiene límites. Lo que se le pone entre ceja y ceja lo lleva a efecto. Ha debido engatusar a Karel puesto que éste no ha tenido inconveniente en cerrar la tienda. Un día es un día, ha dicho en la estación, y me estaba haciendo falta una aventura. Y ha reído, regocijándose con el doble sentido. No sé en calidad de qué iba Jan. Ah, sí, de erudito supongo. Pero, ¿por qué ha tenido que echar mano de una excusa? Que le venía bien porque así mataba dos pájaros de un tiro, ha dicho; entrevistarse con un colega alemán y seguir la pista que ha lanzado Malena. A él le apetecía ir, simplemente. Le gusta meterse en todo y hace bien, tiene olfato para desplegar sus conexiones. Yo creo que no hay nada tangible respecto a la enigmática maleta de Lenka Sbovoda, y que la pista, no sé si un mero rumor o la confidencia de un anciano lejano, se va a diluir en cuanto se paseen los tres por las galerías de arte a la orilla del Elba. Repitió Malena que tenía que haber ido yo también, pero no ha insistido demasiado. Nos hubieras desanimado desde el primer pie en el andén, ha dicho delante de los demás. Así que muy temprano les he dejado en la estación y me he ido a trabajar. Al volver a casa tenía una llamada de Malena en el contestador; que volverá a llamar, dice, aunque no mostraba su voz demasiado entusiasmo. Había también otra llamada, pero no ha dejado mensaje, y me ha intrigado. No reconozco el número. Estaba recogiendo el piso y ha sonado de nuevo el teléfono. ¿Malena?, he preguntado varias veces con insistencia, pero no respondía nadie. Han colgado. Por un momento me han venido al recuerdo los tiempos anteriores al cambio en el país. Aquellas prácticas siniestras para atemorizar a los opositores. Pero no tiene sentido ahora. Ni estoy metido en nada ni nadie requiere para que me observen. ¡No! Me he pillado a mí mismo confundiendo los tiempos. Como si el subconsciente me provocara o se rebelase; y me ha forzado a racionalizar el momento. Qué larga mano tienen siempre las dictaduras, eh Michal, he dicho en voz alta frente al espejo del retrete. Casi tanta como la mano del padre, me ha respondido un eco muy tenue desde el otro lado.
viernes, 6 de mayo de 2011
Malena S. / 23
Puede que Malena sepa dónde estuvo Martina la otra noche y el otro día, pero no suelta prenda. Dice que no le ha contado nada. Que si ha habido un amor loco de veinticuatro horas, que ni se acuerda. Que si la han raptado, que ni lo sabe. Que si ha naufragado por las calles, que pregunten a los de la limpieza. Lo único que le ha dicho la bibliotecaria a Malena al incorporarse al trabajo es que no quiere ser solo un ratón de biblioteca. Y Malena ha indagado: ¿qué quieres hacer, Martina? Y Martina: no sé, de momento salir más con vosotros y con vuestros amigos, por ejemplo. Me he reído al escuchar esto y no me he contenido: Martina no es ninguna adolescente para hablarte así ni para buscar protecciones. El entrecejo de Malena me ha fulminado. ¿Tú no tienes ni pizca de bondad o qué? ¿Te molesta soportarnos a las dos? ¿Qué es lo que te acompleja? ¿O es que te turbas en su presencia? ¿No decías que te recordaba a Isolda? ¿Tienes miedo a probar alguna poción como Tristán y caer en la pasión desenfrenada? La batería de reproches, a cual más variados, es imparable en Malena cuando se pone. Me hunde en el silencio. Creo haberte dicho alguna vez que la gente deja de explorar las sensaciones, querido. Pero eso ¿es lo que le pasa a ella o lo que te sucede a ti? Sí, Michal, cuando se deja de buscar lo nuevo en las cosas nuestro interior se enrarece, y todo empieza a percibirse horrible. El trabajo que no te satisface, o los paseos que no nos muestran nada diferente, o las discusiones que se apagan en las tertulias que a su vez se extinguen, o la imagen tan adorada de los amigos, o el amor que se repite sin reinventar los afectos…Para mucha gente hasta el sexo se ha vuelto feo, pero no por el sexo en sí, sino por su carencia, por su abandono, por su olvido. Cuando Malena quiere vengarse, y está segura de sus argumentos, utiliza las preposiciones como mazos y te deja como un clavo semihundido en el maderamen. Martina está…¿Cómo lo diríamos hoy, en términos modernos? Sí, está en crisis. Como muchos otros, pero al menos ella de pronto se ha dado cuenta. Cuál ha sido el detonante, lo ignoro. Pero ella ha reaccionado. ¿Cómo una adolescente? Bienvenida esa adolescencia. Ojala tuviéramos a lo largo de la vida, cada vez que no sabemos por dónde tirar, un arranque de acné. ¿No te sale ya ni un rastro de acné, Michal?
jueves, 5 de mayo de 2011
Malena S. / 22
He sudado mucho esta noche. Creo que me resfrié ayer. Malena me dejó plantado bruscamente a la puerta de su casa. No sé si fue un aviso, pero tuve que volver solo; tomé el último metro y anduve un rato acosado por las cuchilladas húmedas de las calles. Bebí para entonarme un vodka añejo que tenía en casa. Y de paso diluir el malestar causado por la defección de Malena. Mi cuerpo se ha retorcido entre las sábanas. En la congestión no he distinguido si era pensamiento o fantasía. Desde una distancia invadida de luz Malena y Martina me sonreían. Se cogían de la mano y bailaban pausadamente; de pronto se separaban y arrancaban veloces, trazando círculos, como derviches giróvagos, manteniendo una extraña concentración. Se acercaban a mí como posesas, pero a medida que estaban próximas perdían su ensimismamiento y arrancaban a reír exageradas y divertidas. Intentaban rodearme, pero me apartaba de ellas. Tiraban de la sábana tratando de arrebatármela, pero yo me resistía contumaz, como si en ello me fuera la independencia o la energía. Pero mientras Malena me zahería y se mostraba agresiva conmigo, Martina permanecía en segundo plano, expectante, retraída, irresoluble. Michal, elige, me imprecaba Malena. Que elija, ¿qué?, le decía yo confuso. Escoge entre una Malena o la otra. Entre la Malena que te exige y la Malena que te implora. Entre la que quieres controlar y la que no se deja arrebatar por nadie. Entre la Malena pérfida y la Malena inocente. Entonces sentí que me ahogaba en sudor, que mi propia transpiración se convertía en una ajorca que ceñía mi garganta. Y que Malena apretaba con sus manos aquella argolla invisible destellando una mirada extravagante, enfurecida. Martina, distante, observaba atemorizada y benévola, y en su apocamiento emitía un grito agudo cargado de súplica. Me despertó el teléfono. Medio atontado, lo cogí y era Malena. ¿Pero cuál de las dos, la falsa o la verdadera? Michal, Martina no se ha presentado en la biblioteca y nadie sabe de su paradero. En un instinto traicionero, apenas en mis cabales, miré el otro lado de la cama. Sólo había vacío.
miércoles, 4 de mayo de 2011
Malena S. / 21
Martina también es una mujer sumergida en otro planeta. Acaso por esa razón se lleve tan bien con Malena. Hay una complicidad basada en que las dos mujeres beben de las mismas fuentes. La lengua, la narración, el libro. Una secuencia que las nuevas técnicas van a ir alterando pero que ellas prefieren ignorar. Tenemos mucho que disfrutar todavía con la vieja usanza, suelen comentar entre risas cuando surge la polémica. No me esperaba que el monasterio fuera tan grandioso y las bibliotecas tan extensas. Aunque me he dejado llevar amablemente para que Malena no se sintiera molesta, no puedo decir que no me haya costado mi buen esfuerzo. Martina ha sacado de los estantes resguardados obras importantes. Ha abierto la cámara acorazada para que veamos de cerca los códices más antiguos, aquellos realizados por los amanuenses medievales. Malena no ha resistido la tentación de hojear las páginas gruesas y dejar su tacto sobre el pergamino. Creí que le iba a dar un ataque por la emoción que le ha embargado. Ha habido un momento en que ambas parecían dos amantes disputándose su mutuo objeto de placer. La primera impresión que causa Martina es la de ser anodina y tibia, pero creo que es debido a su timidez. Malena es quien tira siempre de ella, quien le provoca y le hace abrirse. Quien la introduce entre los demás. Pero es precisamente esa actitud apartada que muestra la bibliotecaria, tan distante de la euforia comunicativa de Malena, lo que llama la atención e incluso deslumbra. Michal, me comentaba Malena cuando íbamos en el tranvía para su casa, has hecho poco aprecio a mi amiga. ¿Cómo dices eso?, me he defendido. Ni siquiera la has escuchado como bibliotecaria, y ella es quien verdaderamente sabe de los secretos de elaboración y cuidado de esos tesoros. Malena abusa en ocasiones del término tesoro, y cuando quiere reconducirme hacia sus posiciones también lo usa conmigo. Sabes que no es un tema que domine, que no estoy a vuestro nivel, que jamás podré coger el ritmo que marcáis ni manifestar la pasión con esa materia como lo hacéis vosotras, le digo con firmeza. No es por eso, Michal, insiste Malena, nadie te pide que tengas que estar con nosotras. Nuestra complicidad siempre ha funcionado sin necesidad tuya ni de nadie, pero Martina es una persona que necesita que se le dé a entender desde fuera el valor que tiene. Necesita que se le hagan llegar mensajes, gestos, ciertas palabras apropiadas que la conecten con el mundo real. No soy ningún misionero, Malena, ni estoy para convertir a los paganos ni para hacer terapia con los pusilánimes. La frase me salió abrupta, brutal, lo cual encendió a Malena, que tuvo que hacer esfuerzos para no levantar la voz entre los pasajeros. Lo sorprendente de mi reacción verbal es que yo no era sincero. No veía yo así a Martina, y creo que si mantuve distanciamiento y relativa frialdad era porque me sentía un tanto descolocado por ella. Además, Martina transmite una belleza especial, como extraída de una de esas iluminaciones de los libros que nos estuvo enseñando. ¿Sería Isolda como ella? Se lo he soltado a Malena. ¿Sabes, cariño? Martina me ha recordado a Isolda. Creo que la mirada de Malena ha sido un azote, absorbido por el reflejo de los cristales del tranvía.
lunes, 2 de mayo de 2011
Malena S. / 20
A ver, Karel, nos estás diciendo que Lenka y su amante de Dresde desaparecieron sin dejar rastro, dijo Malena. Así fue, ratificó nuestro amigo el librero. Mi padre hizo algunas pesquisas con escaso éxito porque la familia de ella la echó en falta, pero las relaciones con los alemanes distaban de ser ventajosas; estaban a punto de ocuparnos. Sólo halló alguna vaga pista. Hubo quien dijo que se les había visto escapar a otro país más seguro. Hubo quien aseveró que la policía política del monstruo lo había retirado de la circulación. Fue muy extraño que desaparecieran los dos a la vez; pero en aquellos tiempos todo era posible, como más tarde desgraciadamente se confirmó. El bar de Ferdinand es acogedor y tomar un café cargado después de haber dejado atrás la penetrante boira se impone. Además propicia el calor de las conversaciones, con el fondo medido de una melodiosa música de jazz. Ferdinand es un tipo peculiar. Ha pasado por multitud de oficios, pero todo resultaban conflictivos con él, suele decir. Karel lo sabe muy bien, que nos conocemos desde hace muchos años, ¿verdad, Karel?, dice Ferdinand. Yo siempre he sido un tipo receptivo, con ganas de hacer cosas. Pero no sé qué tienen los trabajos que no han sabido aprovecharme. Ríe exageradamente. No creáis que habla en serio, apostilla Karel. El problema para él no han sido los trabajos sino los arreadores. Antes o después se le ponía uno por delante al que no tragaba y prefería cesar antes de cobrarse la pieza, lo cual habría podido ser más arriesgado. Malena retoma el tema. No puedo entender que aquellos dos amantes que no se metían con nadie acabaran mal. Las historias de amor no deben acabar mal. Con lo que tú lees y dices eso, Malena, la increpo. La literatura está plagada de historias destrozadas o simplemente frustradas. Pero Malena parece no escucharme. Si al menos todavía se encontrara aquel maletín que Lenka Sbovoda le confió a tu padre, Karel. El tesón de Malena nos deja boquiabiertos a Karel y a mí. Pero ¿no te das cuenta del tiempo que ha transcurrido, de los cambios, tropelías, desapariciones que se han sucedido con unos regímenes y con otros?, le contesto con energía. A veces suceden prodigios, Michal. Esas cartas que me ha pasado Karel, por ejemplo. Aún existían, estaban ocultas en alguna parte, alguien las protegió aunque no sepamos por qué razón, y tiene que haber más. Yo creo que si una historia de amor ha sido intensa y persistente, y ha afrontado riesgos deja siempre una huella o un cabo suelto para la posteridad. En unos papeles, en la memoria de supervivientes o acaso en la figura de un hijo. Vamos, Malena, que lo que quieres es que la Historia se adapte a como te hubiera gustado que fueran las cosas, la insisto tratando de que baje de la nube. La vida de las gentes ha pasado durante un montón de años por azares y vicisitudes sin fin, y esas mismas vidas se debatían entre los verbos perecer y sobrevivir. Cuando estos dos verbos eran los platillos fundamentales y decisivos de la balanza biológica, ¿qué sentido podía tener el amor? ¿Qué espacio vacío podía reclamar la ilusión más imposible de todas? Al acabar la frase yo mismo me quedé helado. ¿Qué pensaría Malena de aquella especie de declaración teórica que podría dejarme en entredicho? Pero Malena flotaba en su mundo literario. Pedimos otro café. Aquella noche no había sueño.
domingo, 1 de mayo de 2011
Malena S. / 19
Cuando salimos de la taberna, la niebla del anochecer subía por las cuestas hacia el Hrad y descendía hasta el río. Los tres íbamos contentos, el vino hizo lo suyo y el becherovka puso la guinda. Estómagos calientes, pasos lentos, los tres agarrados del brazo, la chica en medio. Daban ganas de cantar, pero ni Malena se atrevía, ni Karel tiene ya voz para estos trotes ni yo he sido nunca precisamente una fiesta. Las postales y las cartas heredadas por Malena (así decía ella, que había heredado letras y más letras) habían concitado la conversación de la cena. Y con las cartas se había destapado la memoria del tiempo pasado, los entresijos de la compleja historia que hemos vivido y las desgracias anexas a las sociedades maltratadas. No creáis que las cosas resultan siempre tan bellas como a veces las letras dan a entender, dijo Karel con tono apesadumbrado, según nos acercábamos al puente de las figuras barrocas. Yo era niño cuando conocí a una pareja semejante a la que componían Frantisek y Maruška. Entonces no percibía las cosas, pero andando el tiempo mi padre y mi hermano mayor me fueron aclarando el juego. Él era de Dresde y ella de aquí, de Smichov. Creo que él estaba casado, pero no su amante. Ser de dos nacionalidades distintas no había constituido problema alguno hasta que el monstruo vecino llegó al poder. Y ni siquiera entonces supuso una dificultad para ambos, que se veían discretamente en Dresde o en algún pueblo próximo a nuestra ciudad. Mi padre estaba bien informado porque Lenka Sbovoda, que era como se llamaba ella, había sido novia suya en la universidad, y de vez en cuando se la encontraba. El hombre de Dresde era un hombre culto, apuesto y decidido. No, no era judío, sino algo peor: era un librepensador que siempre había tenido conflictos en los medios académicos, y más en ese momento con toda la ralea de oportunistas que se iban arrimando a los vencedores. Cuando el monstruo fue afilando su estrategia agresiva y removió el tema de los Sudetes todo se puso patas arriba. Al hombre de Dresde le empezaron a poner dificultades para salir de allí y Lenka Sbovoda hizo un considerable esfuerzo por desplazarse en diversas ocasiones para encontrarse con su amor. ¿No hay cartas de aquella relación, Karel?, le interrumpió Malena como una niña entusiasta. Es probable que las hubiera; mi padre llegó a ser depositario de un maletín de Lenka S. con libros, fotografías y otros recuerdos. Una pequeña maleta de cuero marrón oscura, con sus correajes, que estuvo mucho tiempo en el desván de la casa de mi padre. Pero Karel, ¿lo dices ahora?, le espetó Malena enfática y casi riñéndole. Ay, amiga mía, vete a saber qué fue de aquel maletín y de tantos otros objetos, con todo lo que vino después. La luz de las farolas del puente carolino apenas penetraba en la densidad de la niebla. Era bonito pararse a ver correr la bruma húmeda y fría, ignorando el curso del Vltava. Parar un instante los recuerdos, jugar a distanciarnos los tres, dejarnos borrar por el ángel exterminador que hace desaparecer la ciudad a las horas más secretas.
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