Se lo pregunté a bocajarro un día festivo que subimos hasta la colina de Vysehrad. ¿Piensa usted con frecuencia en la muerte? Esbozó una sonrisa y los ojos se le encogieron. ¿En la muerte como hecho o en la muerte como sujeto?, respondió incisivo. ¿No es lo mismo?, dije. Mientras uno no se muere es un mero hecho ajeno, argumentó. Algo que les ocurre a los demás. Puede doler más o menos en función de la cercanía del individuo que desaparece o de la tragedia con repercusiones colectivas, por ejemplo una guerra. Se estará derrumbando el mundo a tu lado pero si tú te ves y te sientes vivo percibes una alegría interior, enormemente egoísta y por ello más sincera, como si te dijeras: esta vez no es la mía. Amigo mío, continuó su perorata franca, la muerte es una representación como tantas otras, aunque sea más significativa porque es más decisiva. Precisamente por ello, intenté razonar, es un fenómeno que nos tiene más en vilo, un pensamiento que no por fugaz es menos recurrente. Incluso a muchos individuos les asusta si no les atormenta.
Mi acompañante tosió repetidas veces, contuvo el pecho con la mano izquierda y a la vez inhaló el aire fresco que recorría la altura de la ciudad. Todo lo que tenga que ver con la muerte, dijo, es ficción. Un montaje escénico, donde las religiones, y algunas más que otras, se han prestado siempre a hacer del hecho natural un mundo tenebroso con que afectar a los vivientes. No le voy a discutir de la necesidad humana, sobre todo en las épocas más remotas y oscuras de las sociedades, de generar representaciones que compensaran los límites. Pero esos límites siguen existiendo, le interrumpí. Como imposición personal y también colectiva. Y ya ve que millones de personas no cambian su sistema de representarse el mundo y la vida.
Mi amigo hizo un alto al comenzar a bajar de la colina. Tomó aire, como si allá abajo pudiera faltarle y quisiera llevar consigo una provisión. Cierto. De ahí que me interese tanto el tema de lo que muchos llaman la conciencia. ¿Ha pensado alguna vez que no tenemos conciencia clara de nuestro nacimiento y que jamás tendremos ni recuerdo ni conciencia de nuestra propia muerte? ¿No le parece la gran paradoja de la vida? Toda la existencia pretendiendo controlar nuestras situaciones y la reacción de nuestras capacidades, es decir viviendo por inercia e instinto, siendo conscientes, que no siempre comprendiendo, de lo que damos de nosotros mismos, para que el alfa y el omega que llevamos cada uno sin revelarse sino en su justo momento no se nos sometan a control alguno.
Él se detuvo de pronto bajo unos tilos. Quédese unos instantes aquí. No piense, dijo. Respire, compruebe cómo el aroma se reparte por las venas. Déjese llevar por la fragancia de estas flores que crecen hacia abajo, como si desearan hacer felices a los humanos a través de lo sensorial. ¿No le parece que son los sentidos los que nos proporcionan las mayores compensaciones?