"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





lunes, 20 de enero de 2025

Ecos lejanos, 39

 



¿Por qué me han gustado siempre tan poco las aglomeraciones? ¿Tal vez por el ruido y el griterío desaforado? ¿Porque te obligan a identificarte con el todo aunque solo estés por la parte? ¿Porque no ignoras que tras el apelotonamiento del que todos participan hay quien señala por dónde hay que ir y a ti no te gusta ir por donde te dicen las minorías si no compartes sus instrucciones? ¿Porque se diluye el individuo en un amontonamiento abigarrado que igual podría ser de hormigas que de individuos, y tal estética rechazas? Ah, pero las hormigas no se acumulan, siguen un orden,  te dices. Los hombres, ¿qué orden siguen cuando se rompe su línea habitual? Y sin embargo los hombres tienden a formar núcleos de masa que están compuestos de ellos pero no son ellos. ¿Buscan en esa conducta un ser superior que no solo les dé seguridad y fortaleza sino que les represente a su vez algo más allá de la pobrecita calidad que somos cada humano por separado? No me refiero a creaciones metafísicas. 

Ante tantas preguntas, muchas de la cuales incluyen respuesta, Judith me pone de ejemplo la mano extendida. Los dedos sueltos, van cada uno por su lado, dice. Pero todos agrupados forman un puño. ¿Quieres decir que un puño golpea, como en el ring?, la interpelo con sarcasmo a medida que avanzamos por calles más escondidas y seguras. Sí, pero de otra manera. Las metáforas son bonitas pero pueden ser equívocas, Judith. Porque detrás de una mano con los dedos separados o juntos, en movimiento o en resistencia, ¿qué fuerza realmente se oculta? Tú siempre con tu sabiduría de libro, salta Judith, si bien con un tono cada vez más enternecedor. Lo digo porque la fuerza nunca procede de una parte sola, es detentada desde muchos ángulos y no son precisamente las mayorías quienes la tienen de su parte. Ella es rápida argumentando. Pues tenemos que hacer que las mayorías, como dices, sean las que decidan. Y ahora es el momento de hacer coincidir empuje y fortaleza colectiva. Para superar a quienes quieren impedir una vez más que protagonicemos la historia para cambiarla. 

La chica me parece luminosa pero tan inocente todavía. ¿Se cambia la historia, Judith? Ella salta como un resorte. La pasada no, pero la que está por hacerse puede ser de otro modo. Me gusta polemizar con ella. Lo que se hace es vivir, Judith, aunque a la vida la designemos una categoría en cierto modo ficticia llamada historia. Además, ¿hasta qué punto tenemos claro lo que queremos?, insisto. Eres un agorero, nunca te decides más allá de tus indagaciones filosóficas, y por eso yo misma también te doy miedo. Tus ideas no me dan miedo, Judith. Estoy acostumbrado a escuchar de todo. Pero distingo entre lo deseable y lo realizable en un momento dado. Judith sujeta mi brazo. Ya, como dicen otros, entre lo posible y lo probable, ¿no es así? Y según tú, ¿qué tenemos por delante? De momento, le digo al llegar a una encrucijada de callejuelas, aquella tropa apostada a la altura del bulevar. Vamos por otro lado, propone nerviosa, pero no te sobresaltes, de muchas más difíciles hemos salido. ¿O es que vas a tener pánico estando yo contigo, aunque yo misma te dé miedo y no lo quieras reconocer? 

Me hace reír la seguridad maternal que improvisa. Y su doble juego insistente. Creo que me ha calado, pero yo me reafirmo y solo me doy por aludido en una parte de su juego verbal. Lo que me temo es que tú y los tuyos os perdáis para siempre, digo. Me dan ganas de añadir: y de paso yo también, que me estáis arrastrando a vuestras ilusiones. 




viernes, 17 de enero de 2025

Ecos lejanos, 38

 


¿Qué hago yo quedándome aquí? Voy a darme el margen del día y luego me iré de esta habitación donde ya no sé estar. Me gusta siempre dejar que transcurra un tiempo, por lo menos unas horas o una jornada, a veces más días, antes de tomar una decisión. 

Este comportamiento lo tengo de toda la vida, tanto ante una determinación nueva como tras sentir síntomas de algún mal en el cuerpo. Aunque mi nervio contenido me pida reaccionar rápido lo sujeto. Cálculo de posibilidades. ¿Quién me dice a mí que mis malestares estomacales, por ejemplo, no son sino psicosomáticos y se pasarán antes de correr el riesgo de un diagnóstico impreciso o erróneo? O ¿por qué firmar un contrato para mi último libro sin informarme suficientemente del nuevo editor que me tienta con sus ofertas y acaso me quiere engatusar? O como me sucede ahora mismo con la mujer que me ha dejado, supuestamente para siempre, resistiéndome ingenuamente a su partida.Y me repito terco: quién sabe si no se arrepentirá o vacile y de pronto vuelva. No es probable que los recuerdos de cuanto hemos comentado o los placeres tardíos a que nos hemos entregado obren en ella como revulsivo de su tajante determinación. ¿Sus sentimientos? Los ha sacrificado y me ha invitado a que yo siga la misma senda.

Pero no me engaño. Lo que late detrás de esta conducta de demorar decisiones es el miedo. Miedo a una enfermedad, a un error en una compra o una venta, a que me busquen la vuelta las leyes con efecto retroactivo. Miedo a la pérdida de una mujer que había sido segura en mi ámbito emocional. O aún más allá: pánico a un desvalimiento. Las posibilidades se mueven en direcciones contrapuestas.

Por eso, no obstante, aunque podría parecer falto de realismo, mejor espero un período de tiempo para observar reacciones externas o confirmar lo que yo busco o tantearme si seré capaz de adaptarme a la nueva situación. Mas, ¿por qué digo nueva? He llevado años sin vida afectiva continuada. Toda expresión de mis necesidades ha sido circunstancial y de escasa proyección en la maduración de sentimientos hacia otras personas. 

Hasta este reencuentro había vivido acostumbrado a estar a mi aire, sin dependencias ni obligaciones sentimentales. Libre de complicaciones, o si las he tenido, exento de que alguien las censure o me empuje a afrontarlas sin mi propio convencimiento.  No he sido feliz, ya que tanto se cacarea sobre un término falso o al menos equívoco que la gente malgasta, pero he carecido de los problemas inherentes a toda relación. Lo cual aporta una tranquilidad indudable. 

Estar con Else me ha dado alegría y satisfacción, pero ella es ella y ahora me siento desequilibrado. ¿Se dice así? Tal vez cuando abandone este hotel todo volverá a ser como antes de llegar a él. Olvidaré el paisaje, la nieve que dicen que fecunda la tierra ahí afuera, las cornejas picoteando misteriosos alimentos de sotobosque, las viejas ruinas del castillo en el que han tenido lugar épicas arcaicas, muchas de ellas funestas para el país. Borraré de mi olfato el olor de la piel de Else, que no ha variado a pesar de los años. ¿Qué sustancia poderosa posee el olor para que recorra nuestra vida y nos hable tanto del pasado? Rechazaré las imágenes de diálogos que hemos tenido estos días, ella tan precisa y novedosa a la hora de interpretar. Perderé los ecos de su hablar pausado y seguro, de sus afirmaciones nada impositivas. Y más que nada su mirada, capaz de hacerme ver a mí mismo.

Else ha olvidado dentro del armario un cuaderno. ¿A propósito o por casualidad? Si me atengo a fechas que se citan en él puedo pensar que es un legado pensado. Aunque acaso lo trajo para refrescar viejos acontecimientos. O puede ser que persiguiera ambas intenciones. Else meditaba casi siempre antes de dar un paso. ¿Había traído el cuaderno para seguir escribiendo en él? Sin embargo nada aparece de los últimos días. Dudo, mientras lo hojeo muy por encima. Si supiera dónde para Else debería correr a devolvérselo. Sin leer. Una actitud que te honraría, me digo. Tiene que haber otra intención. Else mantiene una mente muy vívida, de lo lejano y de lo reciente. Sí, sin duda es una herencia simbólica. Su letra denota una enseñanza caligráfica exquisita. Hasta se mantienen grafismos que hoy han caído en desuso. 

Else, sospecho que el cuaderno eres tú. Es un tiempo, o varios tiempos. Antes de aparecer yo en tu vida y después de nuestra dispersión. Tú eres el médium para que yo acabe de entender lo vivido. Para entenderme.



*Fotografía de Sakiko Namura

martes, 14 de enero de 2025

Ecos lejanos, 37

 



Hay mucho griterío cruzando diagonalmente la plaza. Algunas personas que no son del ambiente habitual en Josty entran en grupo, piden un schnapps y se lo beben ansiosos de un trago. Varios salen sin pagar mientras el hombre de la barra mira, cómplice, para otro lado. Los tertulianos habituales permanecen callados, más bien turbados. Se miran entre sí, henchidos sus cuellos. Varios se levantan y se despiden. Yo, en mi rincón, me hago el indiferente pero me cuesta domeñar mi inquietud. Sigo observando que muchos obreros y también no pocos de cuello blanco atraviesan y convergen desordenadamente en la plaza, por grupos, pero continuando en la misma dirección. Algunos van armados. No falta el acompañamiento de lisiados de la guerra, probablemente los más perjudicados. 

Para mi sorpresa entra Judith jadeante. La excitación que muestra la vuelve más luminosa y atractiva. Sabía que te encontraría aquí, dice brusca pero cariñosamente. Me agarra del brazo. Ven conmigo. Helmut te necesita. Hay que sacar el periódico ya y tienes que escribir el editorial. ¿Yo?, digo. Como no me pongas al día o me digas lo que tengo que escribir sospecho que va a ser un editorial de revista del corazón. Ella ríe. No, antes vas a ver algo y luego ya sabrás escribir. Hay tropas apostadas en la Grosse Frankfurter y no precisamente para ponernos la alfombra roja. ¿Ponernos? ¿Es que me vas a llevar al último espacio de peligro, a mí, que según tú soy un burgués que piensa pero también un burgués pasivo?, y dejo que mi brazo se suelte de su zarpa. Porque la mano de Judith es múltiple. Quiere ser sujeción, pero si no le sigues la corriente es zarpa, y si la sigues es caricia. Tal es el poder de metamorfosis de sus manos que en realidad es de todo su cuerpo. Vamos allá, dice. Culebrearemos por otras calles menos abiertas. Ves con tus propios ojos hasta dónde están llegando los reaccionarios y sus primeros actos salvajes, y luego escribes. Y luego...¿Y luego? ¿Habrá un después de mirar o tras escribir, si es que se me ocurre algo como a vosotros os interesa? ¿Y eso suponiendo que no nos pase algo y quedemos sobre los adoquines? ¿Me quieres a mí de héroe porque el que tienes en las alturas, Joachim, no consigues que cumpla contigo? Judith es rápida, siempre es rápida, puro nervio, de movimientos y de palabra. Hace como que no se ha molestado. Joachim solo ama la revuelta, se justifica. Me pongo duro. Tú eres parte también de todo lo que sucede, Judith, y entonces más motivos tiene él para incluirte en sus sentimientos. No seas terco, y vuelve a agitarme, ahora de los dos brazos. Los sentimientos de Joachim se reducen a lo más sublime y no entiende del amor sencillo, al revés que tú. Nunca rozará lo más excelso pero vive en ese mundo de anhelo sin fin. Me admira Judith. Vaya, parece que crees saber mucho sobre mí. ¿De qué te sacas que yo puedo ser un amante sencillo? De que yo deseo que lo seas, responde incisiva, categórica. No tengo tiempo de sentir que me deja fuera de combate. Eleva la voz. Algunos clientes que me conocen desde hace tiempo me observan con sospecha. Vamos, no tengas miedo, los nuestros nos protegerán. Debes escribir sin remilgos sobre lo que vas a ver y sacar conclusiones. Helmut se encargará de poner la guinda.

Recojo de mala manera el libro y el cuaderno y Judith me arrastra afuera. ¿Hasta dónde me llevará?, pienso, y no solamente considerando el bloqueo de los soldados. 



sábado, 11 de enero de 2025

Ecos lejanos, 36

 


Ni tú ni yo estamos para cuidarnos en el futuro el uno al otro. Sería una tortura vivir envueltos permanentemente en recuerdos del pasado. Eso ha ido diciendo Else a la par que preparaba su ropa y la iba colocando en la bolsa de viaje. Aunque ambos hemos compartido infinidad de vivencias en otro tiempo, y ese es un nexo importante pero venenoso, lo mejor es que cada cual nos quedemos con nuestra parte alícuota. ¿No se dice así en términos de economía pura y dura? 

Ha doblado sus dos pulóver con esa lentitud acariciadora que tiene para todo. Del pijama, un rebujo. De su repuesto de lencería, una discreta colocación al fondo. Los útiles de aseo. Una falda plegada con sumo cuidado cubriendo todo el bagaje. La novela que le he regalado, verticalmente en un lateral. Siempre solías acertar con las lecturas que me obsequiabas, tiene la amabilidad de reconocer. Lo leeré con calma y expectación, no sabía nada del autor y menos mal que no es un escritor antiguo. A veces hay que hacer tabla rasa con los autores y con las temáticas, para no evocar nuestras propias experiencias. Y probar con nuevas visiones. Puede que las interpretaciones de las nuevas generaciones proporcionen nuevos placeres. Aunque dudo que podamos escapar de la esfera continua dentro de la que giramos desde nuestros primeros pasos abiertos a esa insatisfacción que llaman conciencia. 

Creo que busca expresarse con cierta brusquedad para evitar que la separación nos haga dudar. O, lo que resultaría peor, dar marcha atrás. ¿Que tú por tu cuenta quieres cargar cada día con el saco de tus evocaciones? Perfecto. Tú haces y deshaces sin que nadie tenga que soportar lamentaciones. Y por mi parte, lo mismo. Todo acabó y veloz fue la carrera. ¿No decía así la poesía de aquel anglosajón? Sí, replico apocado, con desgana. Y recito un verso con el que continuaba. Galopada de galgo que se evade de la traílla, seguía el poema. ¿Sabes, Else? Demasiado elegíaco para mi gusto. Suena a sentencia, ya ves, apostilla Else.

Para sorpresa de los dos la mañana no presenta la imagen invernal de estos días últimos. Luce un sol con su cerco, pero espanta nubes. Ni rastro de heladas. Else se aproxima al extenso ventanal para despedir el paisaje. Los abedules al fondo agitan su ramaje vacío. Ha cerrado el pequeño equipaje y se ha puesto el abrigo. Tomo sus dos manos con las mías. Ambos las tenemos sin sangre. Nos sale una sonrisa amarga. Todo queda aquí, ha dicho. Todo va conmigo, me he dolido. Else ha querido tener la última palabra. No olvido tampoco, pero no debo vivir lo que me quede invadida por melancolías. Y además sé cómo tengo que llevarlo. Haz lo posible para que aquello que significamos el uno para el otro no sea causa de hundimiento sino de consuelo. 

Me ha besado con los ojos. Al cerrar la puerta una sacudida de viento se ha convertido en estremecimiento.

La habitación sin Else es toda orfandad. Yo, el huésped solitario. 




*Fotografía de Jorge Molder

miércoles, 8 de enero de 2025

Ecos lejanos, 35

 


Alexanderplatz me gusta por el bullicio y el tráfago que, contemplado a través de las cristaleras del Josty, se me hace soportable. Distante y cercano a la vez. No solo en perspectiva visual sino en la percepción de las personas. Los tranvías traen y llevan gentes de diversa condición. Que habiten en la zona potentados o comerciantes que se beneficiaron de la guerra no limita mi interés por el centro de la ciudad. 

Este café es una encrucijada no solo de movimientos sino, como decía el poeta, de vidas y por lo tanto de pasiones. Ciertamente las pasiones dentro del Josty van prácticamente hoy día en una dirección cada vez más uniforme. Lo cual resta la parte de belleza que la pasión contiene en sí misma, que es la pluralidad de manifestaciones y el encanto de las reacciones más variadas que da aliciente a las conversaciones. Que daba. El pensamiento que queda estos días es residual, como los posos del café. Es un batiburrillo de ideas a cual más descabelladas y cerriles. Los moderados se han radicalizado y los radicales de siempre se han vuelto más prejuiciosos que nunca y por lo tanto bárbaros. Los teníamos en casa y no queríamos reconocerlo. Porque verlos se les veía venir. Sus antiguas adoraciones al emperador, su concepto decrépito de que no nos muevan la patria, aunque esta no sea de todos, su enrocamiento en la religión manteniendo una perpetua alianza con los poderes, y las falaces consignas contra los que levantan de verdad el país con su trabajo cotidiano o contra los judíos o simplemente contra los diferentes, ya eran suficiente información para haberlos parado los pies antes. 

El fracaso de la guerra, lejos de apocarles y hacerles desistir de sus tradicionales propósitos, les ha dado alas de nuevo, como se las ha dado a los revolucionarios. Y es que la sangre derramada pesa, aunque se interprete de manera artera y dual. Probablemente el miedo a los consejistas y a la pérdida de una identidad decadente y rígida ha enervado como nunca a los gañanes de las peores ideas que van a remolque de todo pero que quieren ir en cabeza. Qué sabe de belleza esta gente. El arte y la literatura lo ven del modo más clásico y lineal, y no siempre saben verlo tampoco. No aceptan las rupturas formales, y no precisamente se entusiasman con el arte bien construído o la literatura renovadora, sino que beben de romanticismos tardíos y vulgares. Ese estribillo del nosotros por encima de todos es de lo más egoísta. Así que llaman cultura a lo que no son sino representaciones que hoy no aportan nada porque el pasado las enterró. Pero esa gente quiere resucitarlas para justificarse y reinventar valores que la historia ya descalificó.

Sin querer pongo el oído en el griterío de esta sombra de tertulias, cada vez menos consistentes. Me estremezco. Ando dividido en un difícil equilibrio. Entre la comodidad de un espacio donde hasta ahora me he aislado y los sucesos que acabarán llegando y que me afectarán, como afectan a todos los berlineses. Tengo la sensación de que al igual que un tiempo se ha terminado para todos también se revela crítico para mí. Else o los demás lo están viendo más claro que yo. Al menos dieron un paso arriesgado que a mí me cuesta dar porque temo la turbulencia de las palabras, los gestos virulentos, el optimismo desaforado de quienes piensan que al poder se le sortea con las consignas más audaces y congregando a la gente tras líderes a los que no niego sana intención y honesta voluntad, pero cuyas ideas no bastan para asegurarse que vencerán en la apuesta. 

Temo pero siento que me arrastran a mí también. Else, Helmut, Judith y hasta un Joachim apenas intuido me han cercado emocionalmente. Sí, mi triunfo pero también mi condena es que soy excesivamente sentimental. Aunque ellos me tomen por alguien  flemático y desapasionado.



domingo, 5 de enero de 2025

Ecos lejanos, 34

 



Somos los supervivientes de la debacle, de todas las debacles, Else. Es sorprendente, si creyéramos en los milagros diríamos que milagroso. Pero ni varita de hada ni designio celestial, en todo caso puro azar. Concatenación de casualidades que a nosotros nos permitieron salir airosos, si bien con sumas dificultades. Else asiente. Se levanta y va hacia la ventana. El invierno ahí fuera muestra que la crudeza también puede ser hermosa. 

Else se frota los brazos, como si la ventisca exterior la estuviera abrazando. Al hablar exhala un vaho que no solo es físico. Pero hay una circunstancia, querido mío, que no superaremos, y es el envejecimiento que cada vez nos degrada más. Ya hemos hablado más veces de ello. El envejecimiento trae consigo una revisión del pasado que, de no acertar, nos hace más viejos. ¿No has comprobado en muchos de los que fueron quedando de nosotros cómo se han rendido a todo lo contrario que defendieron en su juventud o en la aún esperanzada primera edad madura? Se han rendido traicionando el valor de lo que hicieron, no tanto las ideas, pues las ideas van a deslizarse por sus propios espacios a medida que nuevas generaciones las hagan andar. Pero aquellos que restan importancia a sus esfuerzos, que niegan el sacrificio, que lo hubo, y que han hecho dejación del anhelo de prosperar un mundo que dé satisfacción a todos y no sea solo rehén de una minoría, aquellos son los peores. Justifican a los tiranos de siempre, respaldan los objetivos de un sistema cada vez más esclavista con el señuelo del mercado abierto para todos, y alzan sempiternas voces belicistas que quienes controlan los poderes no tardarán en utilizar con los fines más execrables. 

Me pregunto si a Else no le vence la nostalgia que hay tras una insatisfacción que aún le llega desde lejos. Lo que no pudo ser es que no pudo ser, digo tratando de aliviar la frustración que aún colea en ella. Parece captar lo que no digo. No pienses que me devora melancolía alguna, pues nada fue mejor de aquellas épocas, dice. Nada salvo la salud de que disfrutábamos, las simpatías que nos prodigábamos unos con otros, fueran o no compañeros, y los ideales en estado primigenio de aquello a lo que aspirábamos aunque errásemos en la manera de intentar lograrlos. Y el amor, digo con una sonrisa que aún pretendo lasciva. Y el amor, con todas sus turbulencias y derrotas, asevera ella. ¿Sabes que, antes de conocerte, llegué a amar a uno de aquellos que luego nos persiguieron? Lo más interesante es que participaba también, a su manera, de mis idealismos. Sería para lograrte, Else. No creas, era sincero, tanto en su manera de opinar como en su actitud afectiva. Desapareció. Alguien me dijo que fueron los propios quienes le apartaron de mí. ¿Ves? Otro azar de tantos azares, Else.

Else siente un escalofrío y se me acerca. Antes de que nos invada el invierno total abrázame, pide. Este reencuentro no es azar, ¿verdad? En todo hay una pizca o una abundancia de casualidad, respondo. El empeño por dar el uno con el otro ha ido de la mano de las pistas que, esas sí azarosas, consiguieron ponernos en contacto. La mujer se envuelve en una especie de lamento de su fragilidad y lo expresa. ¿Es azar que todavía sintamos algo entre nosotros? Me digo a mí mismo si se trata de una pregunta o de un grito de auxilio. Mira, Else, lo interesante es que aún lata vida en nuestro interior. La vida que es potenciada por los afectos y transportada en esta ocasión por el sexo no apagado. Siento entonces que hunde más su cuerpo en el mío, y me emociono.





*Ilustración de Inés González Soria.

jueves, 2 de enero de 2025

Ecos lejanos, 33

 


Hacía semanas que no pasaba por el Josty. En apariencia, el mismo público que siempre. Las tertulias, no. Estas parecen divididas, algunas extinguidas. Los pocos que quedan en alguno de los grupos apenas debaten. No tienen con quién. Han quedado los más conservadores, los que gustan de hablar por hablar, los que se refugian de sus soledades severas. Solo emiten opiniones para consolarse, pero están temerosos y eso les conduce a la ira. No buscan enriquecer la conversación, sino asegurarse que los otros piensan como ellos. Todos tienen claro en qué bando se encuentran y si antes se habían mostrado críticos incluso con el kaiser o sus ministros ahora tienden la mano a quienes llevaron al desastre de la guerra. 

Me he arrinconado como nunca y he pedido café fuerte. El café es lo que mejor queda del Josty. Algunos me han mirado insistentemente. El viejo industrial del acero, que siempre me consideró con simpatía, se me ha acercado. No le veíamos desde hace tiempo, me dice. ¿Ha estado enfermo o le sucede como a nosotros, que le trastorna la furia de esos desarropados que quieren llevar a la nación al caos? No le he respondido, mas una cortés sonrisa por mi parte, que en realidad ha sido un golpe de sarcasmo interior, le ha debido dar seguridad e insiste en su perorata. Pero no hay que temerles. Dicen estar cansados de estos años, pero la derrota es en parte por su falta de esfuerzo. Y ahora quieren tirar todo por la borda. ¿Que se creerán sus ideólogos de pacotilla? Ya incubaron el derrotismo en las trincheras y ahora quieren llevar a su masa a un enfrentamiento peor. Nosotros lo impediremos, ¿no le parece, herr filósofo? 

Al industrial le hierve la papada. A punto he estado de soltar una carcajada pero tengo suficiente temple para controlarme y soportar las intemperancias de esta clase de personajes para los que el mundo es lo que ellos quieren que sea. Rompo mi mutismo. ¿Está menos concurrido esto?, digo desviando el tema principal del otro. Ya ve usted, replica, animado por mi condescendencia. Los más cobardes se han debido ir a sus casas o acaso con esa tropa de indeseables. Tendrían queja de nosotros. Tanto tiempo en nuestras propias mesas, donde todos hemos hablado libremente, cierto que algunos con más espíritu patriótico que otros, sin que llegara la sangre al río. Puede que algunos fueran simpatizantes de aquellos que pregonan revoluciones, y nosotros no lo supiéramos. Aunque, ni me engaño ni pretendo engañarle, ya se les veía el plumero a más de uno. Que se vayan a ver qué les dan. Que se unan a esa manada de desagradecidos que renuncian a los ideales que nos unen a todos, ya se decepcionarán. ¿No le parece? 

He debido poner una mueca cínica, pues la corpulencia del hombre se ha echado para atrás. Luego ha mirado con avasalladora intención el cuaderno que tengo encima de la mesa, pero al alzar mi brazo con la taza he logrado impedir que no leyera nada. Luego ha señalado el libro, Poesía y verdad, cuyo canto no podía ocultar. Ah, el gran Goethe, dice. Usted sí que sabe, usted sí que es un buen hombre de nuestra nación. Me han entrado ganas de preguntarle si sabía quién era aquel escritor de otro siglo, pero me he mostrado moderado. Me satisface encontrarme con alguien que también se ha interesado por Goethe, le digo. Ello nos permitiría tener una agradable charla sobre el escritor y su obra que, no lo olvide, también fue un gran librepensador. Si desea sentarse a mi mesa, insisto con riesgo pero con disimulada sorna, le aseguro que el tema sería fructífero. 

El industrial se ha colocado sobre los hombros su gabán. Me esperan en la fábrica, ha dicho de pronto. Mientras otros corretean con alma salvaje por la calle yo debo mantener la economía del país. Ha hecho una reverencia y ha escapado de una invitación tan comprometida como absurda para su adocenada mentalidad. 

Mi risa recóndita me ha permitido compensar el asco que siento por este tipo de individuos ostentosos y obscenos. No creo que Else, de haber estado ahora presente, hubiera soportado la conversación. Y ni imaginarme cómo se hubiera puesto Judith. 



*Dibujo de George Grosz.


lunes, 30 de diciembre de 2024

Ecos lejanos, 32

 


Te advertí respecto a Judith. Else habla y al mirarme me fulmina. Pero no me vengas con que te utilizó. A ti te convendría por algún  motivo, aunque solo fuera por comprobar si su carne era más jugosa que la mía. No me enfadé por ello. No, no me interrumpas. Hablar de carne no es demérito alguno. Porque además no es el otro cuerpo la clave, sino el nuestro que reclama percepciones que no tenemos con personas habituales a las que queremos. Ahí te entendí. Lo que no me gustó tanto es que te sedujera su pasión política, lo que tú llamabas arrojo y decisión. ¿No teníamos esto los demás? Me sublevaba que te ocurriera a ti, que eres sesudo y razonador. ¿Querías demostrarla que eras capaz de entrar en la vorágine? ¿Esa era tu herramienta de seducción? Su pasión, también la denominaste mística juvenil, tenía mucho de impulso ciego y otro tanto de parafernalia. Le gustaba exhibirse y que la vieran. ¿O jugaba a joven líder que sabía acompañar su atrevimiento con la palabra incendiaria y comprensible? ¿Acaso no eran esas mismas armas las que usó en su persecución de Joachim? Si tú te dejabas arrastrar por tus apetencias sexuales, a costa de ignorarme, si te interesabas ofuscadamente y no lo ocultabas a ojos ajenos, ¿es que no veías cómo lo que pretendía era hacer ostentación de llevarse a la cama a un teórico, a ti, que empezaba a ser reconocido por tanta gente? 

No, Joachim no se dio por aludido en esta táctica de Judith. Y no respondió al encelamiento que buscaba ella. Joachim tenía una idea exageradamente sacra del amor. No me cortes, ya sé que me vas a preguntar cómo lo sé. Lo sé porque también se cruzó en mi camino. Joachim vinculaba lo que los teólogos llamaban sacralidad y paganismo, algo que ya los romanos, por ejemplo, lo tenían más claro que los clérigos actuales y que en absoluto reprimían como estos. Joachim no exigía nada, pero daba cuanto estaba de su mano. No perseguía a ninguna mujer, pero sabía cuándo debía corresponder a quien veía sincera y desprendida y le buscaba. Joachim podía haber abusado más de su personalidad en ese terreno tan atractivo como peligroso, pero no entraba en sus normas ser un conquistador. Ni tampoco una presa fácil. Acaso Judith pensase que si él era alguien tan entregado a la causa colectiva también sería generoso en atenderla sentimentalmente. Y siendo ella consciente como era y no sabiendo renunciar a su capricho se desesperaba en la tolvanera de su propia obcecación. 

No hace falta preguntarnos cómo acabó todo. El torbellino político lo oscureció. Hizo saltar por los aires las ideas, la cooperación y los sentimientos. 



sábado, 28 de diciembre de 2024

Salitre de su océano (una variación)




Al rasgar una porción de océano
con mis dedos quebradizos
palpo a través de la hendidura
el salitre áspero
sedimento abisal que unge 
las fisuras de mis labios 
espesa textura de su rusiente sabor 
sobre el desgranar pausado 
en marcas de su piel ausente

 


* A propósito de los poemas de Victoria Díaz que, junto a la obra plástica de Andrés Delgado, forman el libro estuche titulado Salitre.




martes, 24 de diciembre de 2024

Diálogo de paseantes ociosos nada arcaicos con sus niños



- Con ser importante saber a dónde se va, lo crucial es simplemente ir.

- En efecto, porque si no puedes ir de poco sirve que sueñes.

- Siempre se sueña solo.

- Siempre se vive solo.

- Algunos no entienden que estar rodeado de otros mortales no sustituye la soledad.

- Los otros suelen transmitir también su propia soledad.

- Acaso debido a eso creemos acogernos los unos a los otros.

- Sin duda que confluir entre mortales lo sentimos como necesidad.

- Lo interesante, y cuanto más se abrevia la vida se hace más necesario, es darnos cuenta de que hay dentro de nosotros alguien más que nos acompaña.

- ¿El otro yo? ¿El ego? ¿Alguien escondido que no hemos descubierto?

- El niño. El que fuimos y con quien nos tenemos que seguir entendiendo.

- El niño es el pasado y los recuerdos.

- El niño ha estado ahí en cada edad, no solo como motivador de recuerdos.

- Luego tiene sentido seguir yendo, aun sabiendo qué es lo más esencial del destino que nos está deparado.

- Aunque parte del destino no dependa de nosotros.

- Es que el destino, salvo en ese detalle final ineludible, es siempre incierto e indeciso para los mortales. 

- Por mucho que te esfuerces no lo controlas mayormente.

- Y con frecuencia resulta todo lo contrario.

- Lo cual no quiere decir que el mortal desista de intentar tener uno lo más preciso posible a su alcance.

- Pero muchas veces, ¿o siempre?, a costa de otros mortales.

- Y también con otros mortales.

- ¿Cómo lo intentas tú?

- Actuando como si se tratara de aquellos juegos.

- ¿Propones que hay que salvar al niño que llevamos con nosotros?

- Creo que hay que dejarnos salvar por ese niño personal e intransferible que ha crecido con nosotros.



*Ocurrencia motivada por Okanu, alter ego de Ricard, al que dedico, más como un conjuro que no como un lamento, el recuerdo de aquellos versos de Publio Elio Adriano:

«Animula, vagula, blandula / Hospes comesque corporis / Quae nunc abibis in loca / Pallidula, rigida, nudula, / Nec, ut soles, dabis iocos…» 
 “Mínima alma mía, tierna y flotante / huésped y compañera de mi cuerpo / descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, / donde habrás de renunciar a los juegos de antaño.”




sábado, 21 de diciembre de 2024

Ecos lejanos, 31

 


Si alguien tiene motivos para quejarse de miedo ese es Joachim. Judith lo dice de manera taxativa, implacable. No quita que cualquiera de nosotros no nos veamos sometidos a temores y angustias, pero ya sabes, mientras la herida se está produciendo y no acabas de descubrir su amplitud el dolor lo notas menos. Joachim, en cambio, ya pasó por experiencias que, como dice él, no se las desea ni a quienes le hicieron mal. Primero la leva, en contra de sus convicciones, luego el tránsito por el fuego y el hambre, y el desconsuelo que vivió entre sus compañeros. Si quienes aceptaron la aventura del kaiser en nombre de la patria ya sufrieron lo suyo imagina cómo tuvieron que sobrellevar el peligro y la desdicha quienes no compartieran la idea del sacrificio a cambio de nada. Joachim se preguntaba: ¿tengo que arriesgar mi vida por el capricho de unos poderes que tienen intereses en una guerra? Sufría por ello, pero más y sobre todo porque aquella aventura a la que se sometía al país era aceptada por la mayoría de los jóvenes, aunque no tanto por todas las familias. ¿Por qué entonces se dejó conducir al matadero?, pregunto. Judith me mira con cierto desafío. ¿No imagina por qué, señor intelectual? Él no era un cobarde y tenía visión. Aceptaba dejarse llevar porque veía la posibilidad de alentar a los demás a una reacción. Así de utópico era Joachim.

La chica se detiene, como si las palabras pronunciadas le hubieran convulsionado. ¿O es al revés? ¿Que sus sentimientos la obligan inconscientemente a poner furor en su relato? Así que, prosigue, el resultado desastroso de la reciente tragedia no supuso para Joachim desánimo, sino acicate. Esta es la oportunidad de oro de quienes no tenemos nada, suele decir, y el que no haya aprendido de esta es que está ciego. Pero no se engaña, sabe que se la juega, esta vez a mano de sus propios compatriotas fieles todavía a las grandes ideas soberanas, aunque estas ideas hayan conducido al desastre, y al vocerío de los fanáticos.  

Escuchando a Judith entiendo lo del miedo o, mejor dicho, siento con más agudeza y proximidad lo que puede suponer para nosotros este miedo. Parece que conoces bien a tu amigo, ¿porque es tu amigo, no? Es amigo de todos los que compartimos la ilusión y la ansiedad de este tiempo, responde sin responderme. No la dejo pasar. Pero a ti te deslumbra más que a otros su conducta, ¿no es verdad? Judith detiene un instante su respuesta, pero su personalidad torbellino la lanza enseguida. Es una persona íntegra y que no renuncia, si le tuvieras delante lo advertirías enseguida. Tú tampoco renuncias, digo, acaso porque es tu modelo, y con esto no te descalifico, en absoluto, sino que te admiro. A tu edad todo el mundo tiene ejemplos de conducta a seguir, aunque debe distinguir. A la mía, y con la velocidad que lleva todo, la referencia que te queda es la propia experiencia, el bagaje de las vivencias que te fueron haciendo y deshaciendo, lo cual no significa que uno no sea receptivo, en mayor o menor medida, a lo nuevo que va aconteciendo. 

Judith se ha relajado y me mira tratando de pillarme. Entiendo que incluso yo puedo ser para ti alguien a tener en cuenta. Observo un retintín irónico en sus palabras. Judith, los que hemos perdido, mejor dicho, superado, tantas creencias nos queda la baza de una porción mínima de mística juvenil, aquella que tuvimos y que también sabemos olvidada. Y ese aliento de empuje, que no es racional pero que tanto incentiva a los individuos, actúa como una tenue luz que nos salva de hundirnos del todo. Me halagas, replica Judith, pero intuyo que jamás serás del todo de los míos. ¿Quién te dice que no quiero serlo?

Judith ha levantado la jarra a la altura de sus ojos. Prost!, y el gesto y su mirada larga son una invocación. 



martes, 17 de diciembre de 2024

Ecos lejanos, 30

 


¿Te buscaba Judith para intentar llevarte a su radicalismo o para conducirte a su calor? Me esperaba esta pregunta de Else, no obstante el abismo de tiempo que nos había separado. Pero he simulado no esperarla. Preguntas de manera tan delicada, Else, que le dan ganas a uno de retornar al pasado y aprovechar más el calor afectivo que nos faltó a todos en lugar del ardor bélico. Else se pone seria. El ardor bélico era importante. No juegues con la ventaja de saber el resultado de aquello, primero porque tú también te involucraste con generosidad, y segundo porque muchos cayeron y no se puede decir que estuvieran del todo errados. Al menos no en la intención, y mucho menos en los anhelos. Y además, mi apreciado amigo, y aquí el retintín de Else me pareció castigador, a ti no te faltó calor amoroso de mi parte. Ni tampoco por el que te ofrecieron desde otro lado. Soltarme esta invectiva cuando todo está apagado prácticamente no tiene sentido ni me parece bondadoso, replico mostrando cierta molestia. ¿No se supone que todo lo tenemos superado con creces? ¿No hemos atravesado un destino con distintas fases de crueldad, a las que hemos sobrevivido como elegidos de los dioses? Nunca te sentiste propietaria de mí ni yo de ti, eso decías al menos entonces, ¿o acaso mentías? ¿Te las dabas de abierta para no quedarte atrás de la conducta de otros guerreros, llamémoslos así, que valoraban tanto la nueva moral que se pretendía establecer como la implicación en la gesta que se frustró? No nos va ni a ti ni a mí ponernos cínicos cuando peinamos canas, me interrumpe. Y menos esta agresividad con su elegido tono verbal pero que huele a vengativa. No sería bueno para el recuerdo de ambos de aquí en adelante, una vez que nos hayamos separado. Por un instante me he avergonzado de mi enfurecimiento. Es como haberme retrotraído a un pasado conflictivo. Quiero corregirlo. Siempre retendremos los mejores recuerdos de nosotros y de lo compartido con aquellos compañeros, ¿verdad, Else? Algo que ni Judith, ni Helmut, ni Joachim, ¿te acuerdas de Joachim?, y muchos otros no podrán experimentar como consuelo. Nunca tuvimos certeza sobre si sobrevivieron o perecieron todos, prolonga Else mi reflexión, como si no quisiera zanjar nuestro turbio diálogo. No todos los testimonios que nos llegaron fueron fiables. Algunos me comentaron que habían visto a Judith tiempo después, pero bastante demacrada. Y que Helmut fue de los primeros en desaparecer. Respecto a Joachim alguien me comentó que salió mejor o peor de aquello y se implicó después en una resistencia peligrosa en la nueva y tenebrosa etapa del país. Quién sabe, puede que ande todavía por ahí. De pronto Else me mira intrigada. Pero, ¿por qué mencionas ahora a Joachim? Yo lo tenía casi olvidado. No sé, Else, asocio recuerdos, supongo, y este encuentro que estamos teniendo lo propicia. Aquella obsesión que tenía Judith por él y cómo esta me utilizó para darle celos, no sé, es vaga remembranza. No tan olvidada por ti, suelta Else con una carcajada. Me justifico. Hay marañas del pasado que nunca logramos desbrozar del todo, digo. Cosas del subconsciente. Le debo parecer hilarante a Else. Pone la última guinda. Ah, el subconsciente. Qué gran invento.




sábado, 14 de diciembre de 2024

Ecos lejanos, 29

 


Prost!, y Judith hace chocar su jarra contra la mía. Había oído hablar tanto a Else de este hombre que tengo enfrente ahora, dice. Es muy parecida a ti, ¿verdad? Tan directa me pilla desprevenido. No he tenido suficiente tiempo para conocerla, Judith. Esta balbucea buscando las palabras justas. Lo digo porque ella gusta de ciertas tertulias interclasistas en el Josty, no se siente allí extraña, más bien reconocida, aunque ya sé que tú eres un solitario. Y los solitarios sois tan peligrosos. Nos observáis a todos los demás, pero con un disimulo que da la impresión de que jugáis con ventaja. A mí por ejemplo se me ve venir. Pero un solitario, aparentemente encerrado en su mundo de lecturas y pensamientos reposados, nunca sabes por dónde va a salir. Tal vez no soy tan solitario como pretendes verme, Judith. En pocos días he salido de aquel café, he conocido a Helmut, me habéis traído a vuestra taberna de conspiraciones y por si fuera poco aquí me encuentro ahora entre la cerveza y una mujer que no me da tregua. Y no me digas que te has citado conmigo para seguir rebatiéndome los artículos. Judith me mira con un brillo que si no tuviera una pizca pícara diría que es agresivo. No me dedico siempre a rebatir lo escrito, pero sí a agitar un poco a los indecisos. Esta pulla no me hace saltar. Le replico. ¿No has pensado que acaso los indecisos tienen razones fundamentadas para serlo? Hay mucho de emocional en decidir o en contenerse y ya veo que tú no te piensas dos veces la acción. Además cometerás errores, supongo. ¿Aprendes de ellos? Su carcajada abre otras puertas. Si te contara mi vida, y mira que aún soy muy joven, te sorprenderías de los pocos aciertos que he tenido. Cada error ha sido un estímulo para retomar una situación, que a su vez antes o después me ha llevado a otro desacierto. No puedo evitarlo y no es que me falte capacidad de razonamiento, es que mi impulso se impone. Pensarás que es defecto de mis años y que soy una alocada, pero te aseguro que no más que los que estos días han tomado las calles hartos de no ver un futuro seguro. ¿Quieres decir que tu radicalismo no es fruto propio sino de la convulsión que vivimos?, le pregunto por templar el diálogo. La convulsión y yo somos una excelente pareja, nos llevamos con armonía, aunque ambas podríamos volver a equivocarnos, responde con una mueca que la muestra vulnerable. Tal vez la armonía del caos, se me escapa. Quién no es hijo del caos, señor intelectual. ¿No tienes miedo?, digo. ¿No lo tienes tú?, dice.



*Ilustración de Inés González.

miércoles, 11 de diciembre de 2024

Ecos lejanos, 28

 



Sospecho que esta aproximación a la mujer va a ser la última. No solo con Else sino con cualquiera. Las mujeres de mi pasado se extinguieron bien en el anonimato bien en la muerte. Esa otra forma de anonimato al que ridículamente se le concede el obsequio del recuerdo. Y los recuerdos nunca sustituyen lo vivido, si bien alientan fantasías o juicios de valor o una lenta compensación de las carencias. Ella se ha dejado, ha permitido que yo haya sentido, me ha sentido a mí. Pero ¿han sido las mismas sensaciones de juventud? ¿Queda algo de las viejas entregas, cuando la exploración era más estimulante que la experiencia a la que ahora solo persigue el desinterés y el agotamiento?

¿No te parece que a medida que perdemos el gusto por amar más nos acucia el turbio pensamiento del fin?, pregunta. Dice fin, teme decir acabamiento. Huye de pronunciar la palabra de las diez mil lenguas pero una única conclusión. Hace poco vi una película muy reciente, de cierto director actual, que trata del tema fatídico, digo a la mujer, obviando el término clave. Y aunque su argumento se desarrolla en una Edad Media cercada periódicamente por pestes exterminadoras bien puede representar lo que hemos vivido. Y en ese filme la muerte es la Muerte, un personaje al que, como ha hecho durante siglos toda la mentalidad tradicional, el director personifica, le hace hombre con una ambigüedad exterior pero con una concreción funesta en cuanto a su misión. Pero sabes qué hay, ¿aparte del miedo a la muerte que manifiestan todos los protagonistas? Hay la angustia generada por los predicadores. Hay la brutalidad persecutoria del poder elesiástico. Hay la pobreza y la miseria de cuerpos y almas. Hay la inseguridad. Pero, y esto sí que es fascinante, hay un margen para el amor, manifestado en una familia pequeña de juglares o saltimbanquis donde los padres se quieren y quieren al hijo en el que de algún modo proyectan no tanto sus ilusiones como sus esperanzas, o acaso es a la inversa. Y eso revela que no es una mera película sobre la muerte sino también sobre el amor que puede salvar. Y, ojo, tiene su pizca de ironía y desenfado, no es necrófila en absoluto.

Else ríe. ¿Un amor salvífico?, dice jocosa. No, solo compensatorio, digo. Entiendo que hablar de este asunto tratado en una película es algo que podemos captar mejor a nuestra edad avanzada y con nuestros achaques que si la hubiéramos visto de jóvenes, cuando apenas se hacía cine y aún no se había socializado. De jóvenes ya vimos lo que vimos, replica con una serenidad que no puede evitar una huella de melancolía. Pero no interpretábamos, Else. Cuando eres joven y estás metido en una épica vertiginosa se percibe el dolor pero lo contrapesábamos con una aspiración radical que anhelábamos cambiante y liberadora. ¿La de un triunfo de las ideas? ¿La de generar un mundo nuevo? Más bien la certeza de que pasara lo que pasara teníamos una vida por delante. Esta imagen de que saldríamos de todas, simplemente porque éramos conscientes, por la edad y un cuerpo aún dinámico, que disponíamos de salud y vigor, y que no cabía dar vueltas a lo ineludible, nos ponía a salvo. Aquel ha muerto, el otro no apareció nunca, eran las expresiones comunes que cundían entre nosotros sin mayor indagación. Nos afectaba pero no nos hundía. La muerte existía como acción de un enemigo que era tan frágil como nosotros pero que poseía la fortaleza de las bestias, es decir el poder y las armas. Y al que, ingenuamente, pretendíamos desmontar.

Else me ha escuchado atentamente. Aunque no hubiéramos hablado ahora de esto, dice, aunque la gente no comente porque mantiene un buen margen de superstición y de tabú, sí que existe un diálogo interior. Nadie se engaña. Nadie habla con una figura metafórica, y menos fantasmal, dentro de sí mismo, sino con su doble, con su declive, y dónde acaba todo. Porque sabe del propio desgaste, la pérdida de propiedades, el trastorno, todos esos heraldos negros que caminan con presura hacia un instante vacío. Y aún hay muchos que piensan que la alternativa consoladora es la religión. La alternativa de muerte, Else, es vida, no le demos vuelta, y esta comprende su limitación. Y ahí está lo crucial, aceptarlo. La única religión que reconozco válida es la memoria de lo vivido.





*Fotograma del filme "El séptimo sello", de Ingmar Bergman.

jueves, 5 de diciembre de 2024

Ecos lejanos, 27

 



Parece mentira pero mi artículo ha causado revuelo. Me defiendo con argumentos ante este petit comité donde soy escuchado con avidez. Los movimientos en la calle están siendo cada vez más audaces, digo, y ya no responden a simples escritos, y tampoco sé hasta qué punto a los líderes que van de carismáticos. Y esto lo sabemos todos. No se para así como así al que poco tiene que perder. No digo que haya que pararlo, sino que propongo no caer en el abismo, como ya ocurrió en otras circunstancias. Porque después se benefician los mismos, los que desde su cómoda posición, tan distante de la nuestra, mueven hilos oscuros tratando de manipular a quienes de buena fe han tomado derroteros osados. 

Todos me miran con asombro, como pensando: ¿de dónde sale este? ¿Es el que creíamos que era o un rebelde oculto? Las razones por las cuales se ha llegado a este fuego vienen de muy atrás, continuo. Por un lado, nuestros gobernantes están desacreditados o, mejor dicho, incapacitados para una tarea que les viene grande. O peor, no están dispuestos a aportar soluciones imprescindibles con las que no se identifican. Mala herencia dejó un kaíser que está manchado de sangre. Por otro lado lo que cunde es la desesperación y el anhelo generalizado por alcanzar un cierto bienestar que saque a tantos de la miseria. Y siempre latiendo el temor a volver a peores situaciones. Judith es implacable y lo expone. ¿Peor que esta a la que hemos llegado? Helmut me mira como diciendo: ya le previne. No digo que discrepe de la integridad de su artículo que parece sensato pero genera dudas, prosigue Judith. Lo que me pregunto es si a estas alturas de la revuelta pueden interesar los devaneos de un filósofo, y así te veo a ti, a una masa que ha llegado ya a sus propias conclusiones dispuesta a jugarse el todo por el todo. Me solivianta su exageración oportunista. ¿Crees, Judith, que la masa, como la llamas, quiere suicidarse? Por supuesto que no, salta virulenta, por eso necesita que gente pensante, con ideas y perspectiva, sepa dirigirla, pero no desviarla. Me quedo con ganas de decirle: crees demasiado en los mesías y yo no creo nada. Pero no quiero caer, por respeto a los demás, en su red de provocación. 

Else, que por fin ha dado señales de vida tras salir indemne de una comisaría, es más sagaz. Sus palabras me respaldan. Toda opinión debe ser publicada. No hay que considerar idiota a la gente. Si ven en nuestra revista distintos enfoques no solo elegirán entre pluralidad de criterios sino que les estaremos ofreciendo un medio menos uniforme pero que sabe plantear las cuestiones en una dirección de avance. Por mi parte, dice con aplomo, no tengo inconveniente en que se edite. No podemos demorar la salida, si queremos ser tenidos en consideración aún en esta sociedad convulsa. 

Judith ha venido hacia mí y me suelta al oído con socarronería: ¿Eres tú quien ha convencido a Else? Porque ella era más decidida antes de conocerte. Voy a tener que tomarme contigo unas buenas henkel un día de estos para ver si me convences a mí también. He sentido el calor inquietante de su aliento próximo a mi cuello. Sigue mordaz. Puestos a un debate podemos jugar al juego de la salvación, ¿lo conoces? ¿No? Aquel en que los jugadores van sorteando entre sí quién se salva y quién se condena...a base de unos buenos tragos de cerveza.



lunes, 2 de diciembre de 2024

Ecos lejanos, 26


¿Sabes algo de lo que más agradezco en este reencuentro? Que no hayamos hablado todavía de nuestros males...llamémoslos físicos. Me he echado a reír estrepitosamente ante esa valiosa aportación de Else. Pero si estamos casi enteros, digo sin rebajar la risa cómplice. Un tema tan recurrente como excusable a nuestras edades, ¿verdad?, dice. Ese y el otro. ¿Cuál otro?, me hago el despistado. El otro, el que nos obsesiona cada días más, el que ha transcurrido a nuestro lado desde hace décadas. Desde aquella revolución frustrada a la debacle patriótica y al desastre consecuente. Y el goteo de tantos que sobrevivieron a penurias y persecuciones, pero no escapan de sí mismos. Porque también sucede por razones que suelen llamarse naturales. ¿Recuerdas la frase tópica de los periódicos: murió de muerte natural? Debía resultar excepcional morir por su propia llamada interior, que no únicamente por las carencias elementales o por la devastación. Creo que mi sonrisa en este momento se ha vuelto más cínica y ella me devuelve la suya con el mismo rictus. Ya, lo natural y lo accidental, ¿dónde la frontera ante un acontecimiento personal que no sabe de categorías del lenguaje, Else? ¿Tú crees que hay misterio en la muerte?, dice. No, ninguno, me apresuro. Los misterios son siempre una ficción, es solamente la manera de nombrar lo que aún no conocemos. Pero aquello de lo que hablábamos de jóvenes, lo del éros y el tánatos, como un gran descubrimiento, ¿hasta qué punto no son conceptos misteriosos? Y ya sé que es algo que anida en nuestro interior desde que nacemos. Else, nos gusta conceder a esos términos una calidad superior a la que tienen, ¿sabes por qué? Porque la vida es insatisfacción, por más que consigamos algunos logros y ciertos placeres, y nos devora contantemente el deseo y nos golpea cada día el miedo. Son nuestras emociones las que convierten en algo sacro lo que no son sino manifestaciones naturales, inevitables, con sus límites y en ocasiones con su brutalidad. Eso lo sé, y Else se recoge sus cabellos aún frescos. Pero tú, ¿qué crees?, ¿qué son más poderosos, los sentimientos de amor o los de la muerte? Mi risa es esta vez más incisiva. Se alimentan unos de otros, Else; ya sabes, los vasos comunicantes.

Else aún conserva un cuerpo que no ha perdido los perfiles sugerentes de su juventud. Detecta que la observo, que me complazco en su silueta. Qué miras tanto, se queja con una coquetería mal disimulada. Ya no soy la que te volvía loco de concupiscencia. Aquella mirada aún la conservo, le digo con dulzura, y noto que mi cuerpo se deja afectar todavía. Me aproximo a ella. Me mira como si dudase de sí misma.




*Dibujo de Edward Hopper

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 25

 



Está bien y no está bien, dice Judit devolviéndome las cuartillas. No ha tardado apenas nada en leerlo y no me he resistido a preguntar. ¿Se lo ha leído todo ya? Me responde lacónica. ¿Lo dudas? Está bien escrito, lenguaje claro y preciso, todo el mundo lo entenderá. Pero encuentro tibios tus planteamientos. Se debe escribir para incentivar y no para frenar, ¿no? 

Judit es de pequeña estatura, morena, flequillo travieso y mirada que va más allá de uno. No, no es actitud prepotente sino un ejercicio de autodefensa con la que intenta salvar su nervio precipitado. Me gusta su tuteo aunque apenas me conoce. ¿Es una manera de lo que supone ella derribar reglas de clase o de obligar a ponerme a sus pies? Me contagia su estilo. Ya me habían advertido que eras muy radical, me defiendo. Su instante de calma es efímero. Sal a la calle y di a los que están soliviantados que aquí no pasa nada, que se vayan a casa, que ya procurarán por ellos los mismos o parecidos a los que ya anunciaron antes que iban a solucionarlo todo. Presiento que me arrastra a su terreno. No pretendo en el artículo detener nada, solo pido cordura y claridad en lo que se hace, exclamo con el tono más templado que puedo. Judit me sigue provocando. ¿Por qué esa actitud? ¿Porque su militancia activa le impide dialogar con quienes considera templados en el mejor de los casos? Mira, tengo la sensación de que escribes como si estuvieras en la cápsula de tu Josty, y allí no se entiende nada. Me dan ganas de saltar y decirle: no entenderán otros pero en aquel gueto de gente bien yo tengo mi propio aislamiento. Me lanzo. Allí pienso, Judit. Observo y reflexiono. Doy vueltas a las informaciones sobre la insurrección en marcha. Leo y repaso sobre experiencias pasadas y sobre otras insurgencias, de las que la mayoría no triunfaron. Judit me interrumpe. Ah, todo muy cómodo, ¿no? ¿Con eso te basta? Creo que Judit me ve encogido si no apocado ante su insistente tenacidad. Conocer otras experiencias no es algo inútil, digo irritado. Entender lo que sucede ahora no se resuelve lanzándose al vacío. Lo creas o no, yo estoy con vosotros. Sería también para mí una frustración si todo fracasa. Judit se agita más. Entonces, ¿por qué no das acción a tus palabras y transmites no solo esperanzas vanas sino un cierto fragor que todos entenderán?

Por cansancio o por prudencia enmudezco. Ella también. La mujer ha abierto los ojos de par en par. Una mirada aguda, el destello que irradia una simpatía que ella protege tanto cuando argumenta con dureza. Por un instante me parece haber perdido el hilo de nuestra discusión. Son sus ojos los que me echan un pulso. Es su boca pausada ahora, perfectamente delineada, la que me habla. Son sus manos posadas sobre la mesa, dedos toscos y resecos, su condición de obrera que muestra con orgullo, las que me reclaman. ¿No dices nada?, me espeta de pronto. Debería leer el artículo Else, sentencio brutalmente.



*Fotografía de Lotte Jacobi

lunes, 25 de noviembre de 2024

Contemplación

 


Fue al abrir la planta cuando se me reveló el misterio de la vida. La virtud de lo recóndito.



viernes, 22 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 24

 


Sigue siendo tu mano tan leve como entonces, susurra la mujer. Es ese don de aquello que roza lo imperceptible lo que siempre me gustó de tus caricias. Un don que desecha lo vulgar, que atraviesa el tiempo y actualiza el instante. Un vuelo ligero que al contacto con mi cuerpo tomaba volumen y sobre todo densidad. Un soplo que no es garra, ni dentellada que te roe, ni losa que te oprime.

Nunca me resistí a ti, y tú nunca te impusiste a mí. Cuando sucedió todo, cuando transcurrió veloz y dramática la vorágine, eché de menos la calma de tu frágil pero elocuente tacto. Una señal que emanaba desde cada uno de tus espacios, con la que yo me ungía. Aun cuando lo perentorio en aquellos días consisitiera en salir indemnes del atolladero y la salvación de cuerpos y voluntades fuera lo que más nos urgía, forcé el recuerdo de tu liviandad. Como contrapeso al desprecio y a la violencia que se desataron contra todos nosotros. 

En el inicio de la dispersión no dejé de alojarte. ¿Me aferraba a un tótem? Te convertiste en el mayor secreto. ¿Hay algo más sagrado que el secreto? Ambos habíamos cultivado una sacralidad particular, ceñida a nuestro propio entendimiento. Amarrado a nuestro particular diálogo afectivo. No tenía que justificarse ante nadie y para nada. Era morada, prueba, dirección única. ¿Te parecí alguna vez que yo fuera Dafne? ¿Por qué a los hombres os atraen tanto las ninfas puras? A diferencia de la dríada, yo no pretendí nunca preservarme ni fui jamás huidiza ni me convertí en laurel ni mis brazos se transformaron en ramas, ¿o tal vez sí? Tal vez acabé convertida en un árbol lujuriante. Tú solías repetir: mi destino es estar siempre bajo tu sombra. En tus momentos encelados osabas transgredir los principios de mi libertad preguntando: ¿cuántos se han refugiado entre tu ramaje? Ese pensamiento, ¿agitaba tu inquietud y te arrastraba a amarme más intensamente? En aquel estado umbroso que yo te proporcionaba solo tú te solazabas, como nadie antes supo ni pudo hacerlo. Ni lo haría después. Pero el destino deseo chocó con el destino realidad. Las emociones afectivas trocaron en conmociones históricas. La posesión que presumía de inexpugnable cayó troceada en pérdida.

Cuando llegó la brutal separación, la que todos los nuestros padecieron de distintas formas, en algunos privándose de seguir viviendo, en los más sufriendo el exilio, cuando fuimos ausencia unos de otros, yo creí sobrevivir emocionalmente con tu recuerdo poderoso. Pero me encontré de repente seca. Mi frondosidad se extinguió. Mis solicitudes se evaporaron. La apetencia de alojar a otras almas cesó de la noche a la mañana. Tú desapareciste. Yo te hice desaparecer. Cabía prolongar ese recuerdo, dotarlo de imágenes, de sensaciones, de deseos vividos. Mas se hallaba encerrado en la memoria secreta que no convenía desvelar, siquiera por si venían tiempos más sosegados.

Ahora, tu mano ligera pero insistente, cuando nuestros cuerpos son otros cuerpos, y poco reconocibles para nosotros mismos, sigue conservando una suavidad entre sus arrugas. ¿De qué hablan estas palmas ajadas? ¿Qué percibe tu mano de mí? ¿Qué nos queda por sentir? ¿Qué podemos alcanzar cuando la aridez se ha impuesto, probablemente sin reversión, en nuestras existencias?



*Ilustración de Inés González

martes, 19 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 23

 



Helmut me recibe en la taberna que frecuenta con una sonrisa inhabitual. Me ha costado llegar, me justifico. Demasiado ruido y algunas calles cortadas por la policía, aún tan prusiana. No importa, ha hecho bien en cuidarse, asiente el editor. Le encuentro radiante y sin el ceño de otras ocasiones, así que dejo que hable. ¿Sabe usted? Me ha sorprendido mucho su artículo. Para ser un intelectual recóndito y supuestamente aburguesado usted dice cosas sustanciosas y plantea cuestiones más próximas a la acción directa que a las teorías bonitas que luego no se sabe cómo llevar a la práctica. ¿Lo ha leído Else? Me sorprende la pregunta, cuya intención prefiero no juzgar en este momento. Hace días que no veo a Else, digo tajante. ¿No ha aparecido por el Josty?, insiste. Pues me preocupa, porque si ni usted ni yo nos hemos encontrado con ella últimamente es que puede estar teniendo alguna dificultad. Sospecho a qué se refiere pero no quiero incidir. Su mirada me escruta y yo callo. Centrémonos en su escrito, dice rompiendo el instante de tensión. Me gusta su estilo porque desciende al barro, pero lo hace de manera indirecta. No incita, solo sugiere. No provoca, da elementos de juicio para que los lectores saquen sus propias conclusiones. No hace llamadas incendiarias, deja que cada cual compruebe quiénes son los verdaderos pirómanos en esta sociedad podrida. Es muy medido en su exposición. ¿Cómo se lo tomarán los lectores? ¿Lo verán sinceramente templado o agudamente sibilino? ¿Lo considerarán un híbrido entre el pensador de salón y el escritor de libelos? ¿Valorarán sus planteamientos reflexivos cuando todo parece ir demasiado rápido y sin que se atisbe un freno? Helmut hace una parada en sus interrogaciones. Luego alza su mirada de los papeles y me observa fijamente. Lo suelta de repente. Para tener una apreciación más amplia del texto se me ocurre que podría leerlo Judit. ¿Sigue sin conocerla? Se lo pasaré hoy mismo a ella, aunque no crea, no es mejor juez que Else a la hora de valorar. Le vencen sus urgencias excesivamente radicales. Pero no habremos perdido nada con solicitar su opinión. Algo se rebela dentro de mí y no me callo. Puede intentar localizar a Else, digo con una prudencia mal reprimida. Puedo intentarlo, y cuantas más opiniones del círculo íntimo tengamos será mejor. Pero usted no deje de escribir, continúe fluyendo, y no tema caer en lo descabellado, aunque no creo que tal actitud quepa en esa mente controlada que posee. Interrumpo a Helmut. Usted lo ha dicho antes. Todo va demasiado deprisa, la gente quiere direcciones seguras, sí, pero sobre todo indemorables. Puedo ser contagiado por la corriente más impulsiva. Helmut está a punto de decir algo, pero deja que se expresen por él sus facciones relajadas. El brillo sanguino y excitado de sus ojos me está pidiendo más.





*Fotografía de Alexandr Rodchenko

viernes, 15 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 22

 


¿Sigues recordando a Helmut tras estos años de olvido?, digo a la mujer, cuya imagen rebota en el cristal del invierno. E insisto, pero sin acritud. Un Helmut que nunca volverá. Ella se vuelve hacia mí, se revuelve contra mí. Hemos vuelto los que teníamos que volver, dice con una entonación débil, incluso afable. Pero eso sí, nunca hay olvido definitivo; sí hundimiento, también renuncias, y también superación. Seríamos injustos si no reconociésemos todas las fases por las que hemos atravesado. ¿Que algunos de nuestros amigos y compañeros cayeron entonces? Fue un hecho. ¿Que otros se han perdido en la nada durante estos años? De algunos sabemos, de otros nadie nos dará razón nunca. Cierto que no nos acordaremos de aquellos que no nos significaran en especial. Pero de los que estuvieron cerca, o aquellos que conocimos accidentalmente y nos causaron grata impresión o esa minoría que por un breve espacio de tiempo alentó nuestras vidas, bien con sus ideas o con sus afectos, ¿cómo podríamos olvidarnos? Además hay un esfuerzo recurrente, también reflejo, por tenerlos presentes. No se nos aparecen en la mente todos los días, eso sería una obsesión, pero son personajes que ante circunstancias especiales, a veces casuales, se nos muestran. 

Afirmo con la cabeza, luego busco una expresión de halago. En mi caso sí debió ser obsesivo que te evocara. Reacciona. ¿Por la memoria que guardas de nuestro entendimiento sexual? ¿Por las contribuciones ideológicas con que ambos nos pertrechamos? O algo más simple. ¿Porque te sentías abandonado de ti mismo y me buscabas como referencia que compensara tus desequilibrios más integrales? No en vano aquel tiempo juntos pareció hacernos indisolubles. 

Sus preguntas son certeras. ¿Preguntas o dardos? Busco una respuesta sincera, si bien suena a diplomática. Por todo o por cualquier razón que señalas, según circunstancias. ¿Tú no? La mujer sonríe pero se da la vuelta. Miro el contorno de su espalda. El cabello corto que libera el mismo cuello esbelto que siempre ha tenido. Me gusta contemplar su rostro reflejado en la ventana, menos preciso y más misterioso. No sé, dice casi sin voz. Te mentiría si te dijese que solo tú estuviste presente estos años. Todos los hombres con los que estuve antes de ti me acompañaron siempre. La mayor parte de ellos de una manera tibia, fugaz, sin mayor impacto. Con distinto ritmo y escasa persistencia. En situaciones vividas después sus imágenes acompañaron imágenes vivas que yo haya podido percibir, por ejemplo ante la visita a una ciudad o al leer textos que había comentado ya con otros. O incluso en el mismo momento de abrazarme a un hombre se instalaba en mí la sensación de que abrazaba a otro del pasado. A ti mismo, sin ir más allá. ¿Quién puede borrar todo lo que hemos recibido con bondad o placer? ¿Quién no recurre a recrear instantes de satisfacción o de euforia o de claridad de ideas que hemos tenido y nos han hecho ser lo que somos? 

Casi no la he escuchado. Es su cuello desnudo el que emite señales que escapan de ella. Una forma que no ha cambiado y que me pide diálogo. Lo acaricio.     




*Fotografía de Gertrud Arndt

lunes, 11 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 21

 


¿Este es su lugar de trabajo, Helmut? Es acogedor, pero se va a dejar la vista entre tantos papeles. Helmut pone un dedo significativo en sus labios. Pretende ser un sitio discreto, dice, que algunos querrían conocer y no precisamente para entusiasmarse con mi actividad. Pero sí, aquí es donde redacto mis artículos, donde corrijo los que otros me entregan. Ahí él me pilla. Sonrío. Aún no le he entregado nada y me incluye, no sé si con bondad o con alevosía. Con ambas intenciones, replica. Ella me echa una mano a la maqueta, después de haber traído las contribuciones de varios artistas que están por nuestra labor. ¿Ella? ¿Else? No solo está Else. También Judit. ¿No le ha hablado Else de Judit? Es más audaz que nosotros, hay que calmar sus ímpetus, pero transmite estímulo con sus atrevimientos. Una tarea de publicar exige elegir, medir el interés de los textos, compaginar las páginas con unos dibujos acordes. Aunque hay muchas imágenes que expresan con más exactitud los pensamientos. 

Me asombra este hombre al que menosprecié. Pero estoy por buscarle las vueltas. Es admirable su esfuerzo, Helmut. Pero mucha gente no sabe leer o lee mal, ¿a qué dedicar tanta entrega? No se preocupe, y sonríe. Ya aprenderán. Además cuento conque aquellos que son más cultos se lo expliquen a los que aún ignoran las palabras escritas. Porque pueden ser analfabetos pero saben mucho en su propia carne de la vida. Todo consiste en escribir interpretando la condición de estos. Paro su argumento. Pero no se puede solamente escribir para los que carecen, hay que hacerlo también comunicando los razonamientos y las fantasías bien expuestas de aquellos que ya han descubierto un valor superior del lenguaje. Y en ello estamos también, o ¿por qué cree usted que le necesito? Usted que viene de otra clase o al menos se codea con esos otros, y a los que usted critica en sus escritos secretos. ¿Lo sabe por Else, Helmut? En parte por ella y en parte lo intuyo. Usted se sienta en un café de los acomodados a ordenar sus pensamientos, a reflejarlos en sus diarios. ¿Lo hace para observar a aquella gente que desprecia? ¿Traduce en palabras los sentimientos que le suscita la vida de aquellos tertulianos? No le critico por ello, más bien me parece interesante y no me tome por aprovechado, pero creo que con sus observaciones y su talante crítico me podría enseñar mucho. Y a usted le vendría bien colaborar, ampliaría su perspectiva.

Helmut me ha sorprendido. Cree saber sobre mí más que yo mismo. Mis confidencias, aún escasas, con Else, ¿le han proporcionado información? ¿O con lo que sabe se arriesga para atraerme hacia su quehacer? Yo voy muy por libre, Helmut, no espere de mí filiación alguna. Simpatías sí, adscripción no. Salta tajante. Ni la quiero, yo mismo huyo de rigideces. Su identidad es suya pero una parte de ella también lo es de toda esa gente que anda revuelta porque cree conocerse pero sufre los embates de quienes quieren anularla. Es más fácil lo que le propongo. Se trata de incorporar pensamientos dinámicos, proyectar ideas que trasciendan la falacia de las esperanzas que otros predicaron siempre y generar sentido nuevo, hacer que los individuos crean en sí mismos. De lo contrario el viejo mundo seguirá imponiéndose y, probablemente, con mayor peligro. ¿O usted cree que nos van a respetar? ¿Que van a permitir que gente como usted, librepensadora y plural, campe en un territorio que los eternos propietarios siempre han poseído y acotarán aún más? Va usted muy deprisa, Helmut, me confunde. Alza el dedo en dirección al exterior de la casa. Mire las calles de estos barrios. Ahí van más deprisa todavía. Y si no se sabe dónde ir puede suceder lo peor.





*Ilustración de Käthe Kollwitz

jueves, 7 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 20

 



Abandonemos todo / levantemos desde el vacío una posesión / este es nuestro tiempo, esta nuestra casa / dos cuerpos uncidos libremente/ desafiando al destino que intentará separarnos...¿Aún recuerdas aquel poema que me escribiste cuando todo empezaba entre nosotros?, dice la mujer. Lo recuerdo, respondo, pero me gusta escucharlo de tu boca; no importa si lo alteras. 

¿Por qué una boca son tantas bocas?, se pregunta a sí misma. Una boca que habla, otra que come, otra que besa, otra que suspira, otra que sonríe, otra que se cierra enojada, otra que recita, otra que vomita, otra que sangra, otra que exhala...Y una boca que calla. ¿Es nuestra boca verdaderamente nuestra o es como Hermes, una mensajera sin dioses pero sí intermediaria con cuantos pasan al lado y entre nosotros, a lo largo de nuestra existencia? ¿O es tan solo una vía de escape a las ideas que nos bullen, a las cuitas que nos afligen, a las angustias que nos corroen, a los odios que nos agitan, a las ocurrencias que nos llenan de euforia? ¿Se trata de una abeja, qué digo, un enjambre que va recogiendo el polen de cuanto humano nos apetece catar, bien sea a través del diálogo o de sus obras o con la pasión? ¿Puede limitarse a ser un simple mecanismo cuando a través de ella sale ora precipitada la emoción, ora prudente lo reflexivo? ¿Es perímetro o volumen?¿Es la boca un animal selvático o el pensamiento emancipado de la oscuridad? Y más allá, dos bocas que se buscan ansiosas, ¿forman una sola saliva? ¿La que rastrea las pistas escondidas en la hondura de los cuerpos que se solicitan? ¿La que se ofrece tímida cuando la duda nos paraliza y se desata audaz en el desahogo brusco? ¿Habla la boca para uno mismo incluso cuando no quiere hablar para los demás?

La mujer se ha quedado colgada del eco de sus propias palabras. No me abruma ni aflige su desfogue. Por el contrario, tantas preguntas me inducen a apreciar no solo la naturaleza de esta mujer que ha mantenido el temple juvenil no obstante los golpes y las heridas, sino también la búsqueda obcecada en la que acaso nunca obtenga respuestas satisfactorias. Interrumpo su verbalización, necesito hacer revelaciones. Te lo reconozco, le digo, tú me enseñaste a mirar a otros a la cara, no solo de frente sino el detalle de cada facción. Cada ángulo, cada arruga, cada punto de tersura que persigue renovarse o adaptarse al momento. Diría más, amiga mía, después de ti cuando me he hallado frente a otros siempre he desviado la mirada hacia la boca. La tuvieran cerrada o exclamasen. He contemplado las bocas unas veces avergonzado, otras temeroso, otras como observador despistado, en muchos casos anhelante. Desviado por pensamientos fluidos que atraviesan el instante frente a otro individuo al que me encaro. Miro al personaje, quien sea, y su rostro se reduce a la boca. Su contorno, su emisión, su dentadura. Su palabra boca. Mi mirada ordena en silencio. Tal vez exige. Fantasías en modo condicional del verbo. Si cerrase esa boca. Si aplicara mi ironía en lugar de su rictus de severidad. Si la capacidad oral suya viniera a ordenar mis palabras balbuceantes. Si percibiera esa boca como si me perteneciera. Si curase el hedor de esa boca que me espanta. Si me contagiara su risa desatada. Si sus palabras hirientes regurgitaran en su boca. Si las amables me elevaran. Si rozara las curvas de esa zona labial, a cuyo contacto la boca se relaja y se abre. Si esa boca abriera mi boca.

¿Todo eso fantaseas en cualquier circunstancia y ante cualquier persona?, me espeta asombrada. Todo eso y tanto más, digo con firmeza. Y es que ante cualquier otra boca, apartado de cualquier sugerencia, arrebatado por la memoria que el instinto no traiciona ni olvida, suelo siempre invocar tu boca, como si me desplazase desde todas las bocas a la tuya. Como si desde la tuya viajara a todas las bocas mundo.



*Fotografía de Ellen Auerbach

lunes, 4 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 19

 


¿Desaparecido en combate, Helmut?, y Else da un brinco ante el tipo que ha entrado por la puerta. Y no te lo digo en el sentido literal, aunque acaso puede haber resultado más apropiado. ¿Ha sido así? El tal Helmut me mira y la mira, como diciendo ¿y este? Else lo capta. Ha venido conmigo el amigo bohemio del que te hablé. ¿El burgués?, salta Helmut precipitadamente. ¿Le enfanga la mirada mi currículum según la versión Else o que haya venido con ella? No he podido reprimir la carcajada. Sí usted prefiere, aquí está el burgués, le digo. Aunque no tenga mucho donde caerme muerto. Else se interpone, práctica y sagaz. Este hombre lee y escribe, déjate de prejuicios. Y además piensa con buen temple. Helmut supura prepotencia. Y muchos otros, y qué. Helmut, no estás sobrado de apoyos. Tu labor editora es fundamental, pero te desborda y corres el riesgo de publicar en tu revista panfletos alocados en lugar de ideas sensatas. No todos tus amigos que corren a entregarte artículos son juiciosos. Las emociones están bien para cultivar la vida interior pero no para exponer ideas y menos reclamar conductas rompedoras a la gente. Helmut se ha quedado observándome, en una abstracción que revela duda, pero creo que su mirada es menos cruda. Tal vez le sorprenda que yo no reaccione y que no emita opinión. Else, mediadora, recupera cierta calma. Me señala. Él está aquí conmigo porque pienso que puede colaborar en tu publicación, Helmut. Espere, Else, digo. Me apunta a un trabajo que no sé en qué consiste y da por hecho que mis pensamientos puedan ser aceptados primero por Helmut y después por esa causa que hay detrás de todo el movimiento de fuerza que se ha desencadenado en nuestra sociedad. Else me para con brusquedad. Se lanza a opinar arriesgadamente ante la cara de bloqueo que muestra Helmut. Le apunto a esa tarea porque en una crisis como la presente tienen que emitirse opiniones en diversas direcciones. No basta con provocar la ira de las masas ni jugar a soldaditos de un poder popular que está lejos de tocarse. El pensamiento tiene que ser creativo y prever recorrido también, para que cualquier movimiento no sea una encerrona. La gente, cuando se siente atrapada, perece en la frustración. Hay que evitarlo. Else me deja perplejo. O me valora en exceso o quiere que Helmut no se pierda solamente en la incitación a situaciones que pueden desembocar en caos. De pronto me justifico. No tengo ideas claras sobre nada, Else. Ni para regir mi propia existencia. ¿Y quiere que colabore en una revista que ha tomado una deriva, por lo que me dice, excesivamente provocadora? Pero usted puede aportar otro tipo de provocación, me interrumpe. La de hacer que en estas jornadas apuradas y violentas que se están desatando se genere otro tipo de perspectiva. Mi confusión aumenta. ¿De qué saca sus impresiones Else sobre mi capacidad, que limitadamente conozco? ¿A qué juega? Hay un silencio confuso pero expectante entre los tres. Helmut no ha abierto la boca desde hace un rato. Else emite una sonrisa velada. No sé cómo me sale, traicionando mi propio estilo. Helmut, hábleme con precisión sobre su dedicación editora, le digo. Else se ha echado hacia atrás en el banco. Choca con energía su vaso contra nuestros vasos inertes.





*Farkas Molnár, de la Bauhaus. Hombre con cometa.