"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





domingo, 29 de marzo de 2020

Cuentos indómitos. La historia que Baobab contó a los niños





¿Sabéis? Esta noche, mientras dormía, vino a verme la Muerte, empezó a contar Baobab. El pavor atenazó a los chicos. Un montón de ojos saltones desafiaron entusiastas los últimos rayos del sol. El más timorato llegó a echarse para atrás en el corro. La asaetearon a preguntas intrépidas. Uno más curioso la espetó: ¿cómo era? Otro: ¿y qué te dijo? El más ingenuo: ¿y te llevó?

Baobab se creció ante la expectación del auditorio. Si la Muerte es como yo la vi no daba casi miedo, pero confundía. Cuenta, cuenta, la interrumpió aquel tropel alborozado y tenso. Y ella empezó a inventar. En el rato que estuvo charlando conmigo cambió varias veces de apariencia. Ella no se dio cuenta de que yo la había reconocido, pues disimulé muy bien. Además quería saber de qué era capaz. Oh, sonó el eco prolongado de aquel coro infantil. Sí, unas veces iba andrajosa como un vieja decrépita. Pasó de largo. Al cabo de un rato volvió a presentarse, pero vestida de dama elegante como las de esas tribus ricas que hay al norte. También desapareció. No tardó en mostrarse como cazadora, algo que me extrañó porque a las mujeres no las dejan los hombres cazar. Pero a mí no me la pegó. También la ignoré. Como no me hacía la enterada optó por cambiar de disfraz. Y apareció como una vaca. ¡Como una vaca!, exclamaron entre risas los niños. ¿Y mugía?, soltó el ingenuo. El chico ansioso no dudó: ¿Y como león, no? Los demás les hicieron callar. Cuando más me asusté fue cuando se convirtió en una niña. Los chicos se sobrecogieron pero no dijeron nada. No era como nosotros, en realidad no sabría decir de qué tribu podía ser. Me dijo que quería jugar conmigo. Esto me desagradó mucho. ¿Cómo podía la Muerte recurrir a hacerse pasar por una niña? Así que tuve que plantarle cara. ¿Se puede saber por qué te disfrazas de niña?, me puse enérgica. Ella, que siempre hablaba con amabilidad, me respondió con mal carácter que no iba disfrazada de nada. Que era todas las personas que yo estaba viendo. Si podía ser una vaca o una vieja o una señora rica, ¿no puedo ser una niña encantadora y juguetona?, dijo con descaro.

Los niños, que no perdían el hilo de lo que contaba Baobab, se movían excitados como cuando escuchan en la cercanía de la aldea los rugidos de un león o el silbar ladino de una serpiente. Baobab no ignoró que los niños esperaban respuestas. No estaba dispuesta a que la Muerte llevara las de ganar. Señora quien sea, una no puede ser a la vez muchos, le respondí yo. Baobab, me reprendió ella. Es que yo no soy una persona cualquiera. ¿No has oído hablar nunca de la mujer de las mil caras? Entonces empecé a asustarme un poco,  dijo Baobab a los chicos bajando el tono intrigante de la voz. Y recordé que mi tío me había contado que en una región que recorrió le habían hablado de la mujer de las mil caras. Pero siempre había pensado que era invención de mi tío. ¿Qué le contestaste a esa mujer?, le preguntó a Baobab la niña más atemorizada del grupo. Pues que no, que nunca había sabido de ese personaje. Eso hizo que la Muerte se enfadase de nuevo. No soy ningún personaje. Soy de carne y hueso como tú. Y extendió la mano para que se la tocase. El corro, crispado, dio un respingo como un solo hombre al escuchar esto. ¿La tocaste?, preguntaron todo revueltos a la cuentacuentos. No, no me atreví. Pero ella, que estaba molesta, insistió. ¿No imaginabas que puedo ser como son las personas de esta aldea o de otras o de cualquier confín del mundo? Puedo ser de distintas edades, alta o baja, rica o pobre, lista o tonta, silenciosa o vociferante. Como cada uno de vosotros. Y yo no voy a ser menos que vosotros porque estoy dentro de vosotros.

Baobab, al contar esto, señaló uno a uno a cada niño. Encarnando el papel de la propia Muerte. Ninguno se movió. Luego hizo una parada, como si de pronto hubiera perdido la inspiración. El efecto de pánico sobre los chicos no menguó el interés por el relato. Sigue, Baobab, vamos, sigue, la azuzaron. La verdad, retomó la niña aquella historia, es que yo estaba a punto de echar a correr despavorida, porque no sabía por dónde podría salir la Muerte, pero me hice la loca cuanto pude. Y entonces se me ocurrió ponerme a mirarme a mí misma como si no me afectase su presencia. Busqué qué había de la Muerte en mi cara, en mi pelo rizoso, en mis brazos, en todo mi cuerpo, en mi manera de ser y de hablar y de reír. La Muerte lo advirtió enseguida, porque será dañina pero es muy lista. Luego se apaciguó. No te mires tanto, me dijo con dulzura, que tú no podrás verte más que como vida que eres, y además ni se te ocurra ahora buscarme dentro de ti, porque tu vida será larga. Duerme tranquila. No volveré ya más por aquí. 

Esta historia cameló tanto a los niños que fueron propagando por ahí que Baobab no iba a morirse nunca. Tal vez fue su tío Ngongo quien ingenió ponerla, en el dialecto de la etnia, el sobrenombre de la niña que se burló de la Muerte. 





(Máscara del Reino de Oku. Museo de Arte Africano Jiménez-Arellano Alonso, de Valladolid)

sábado, 28 de marzo de 2020

El mundo que no cesa de Hokusai en la ruta Tokaido




Los grabados de Hokusai son asombrosos. Cada día que los utilizo como excusa para mis ocurrencias me quedo mirándolos un buen rato. Están plenos de detalles. En gran parte Hokusai y otros artistas de ese género me están ayudando a sobrellevar estos días de clausura forzosa y forzada. Digamos sin pudor que me dejo abducir.

El monte Fuji es una constante. Algo así como un testigo de los días y de las noches, de los veranos y de los inviernos, de los nacimientos y de las muertes, de la paz y de la guerra. Existía antes de los que poblaron la isla y creo que es un curioso impenitente de los avatares de los japoneses. 

Las escenas que Hokusai reproduce en su serie de  vistas del Monte Fuji son exquisitas. Nos hablan de las formas de vida, las clases sociales, los negocios, los oficios, los entretenimientos, los sexos, las edades. Pero el narrador es en realidad el paisaje. 

En esta imagen hay quien interpreta que se reproducen dos mundos. El eterno de la divinidad, encarnado por el padre volcán y su territorio próximo pero bien delimitado, y el humano de lucha por la vida cotidiana. Los altos pinos serían como una cortina de separación entre los dos mundos. A este lado, los hombres. Unos porteadores de kago que se detienen a hacer un alto en el camino (obsérvese que uno se ajusta el cordón de la sandalia mientras el otro se frota el sudor de la frente), una mujer arropada dentro del vehículo, un jinete con bagaje cuyo caballo es conducido por un empleado, un monje poeta que va en otra dirección con su flauta...Podrían ser otros los personajes representados. Aquí el preciso y delicado dibujante Hokusai elige a estos porque por la carretera del Tokaido se desplazan infinidad de individuos que el pintor convierte en personajes. La Tokaido era una de las principales rutas del país y conectaba Edo (hoy Tokio) con Kyoto. En fin, todo ello como un documento para la posteridad.

De los trazos de las figuras, de la perspectiva, de los colores y la armoniosa tonalidad con que se combinan, de la ubicación de los sujetos y los objetos...no comento nada. Descubrid vosotros esas técnicas y esos resultados. Admirad en ese trabajo la capacidad creativa del hombre, mientras los dioses pasan envidia. Viajad en el tiempo y por otros territorios que Hokusai no sublima. Solo describe fielmente.




A quien no lo haya leído le invito al siguiente cuento en Chitón:

https://ehchiton.blogspot.com/2020/03/dialogo-en-la-parada-del-palanquin.html


Algunas fotografías de la vieja carretera Tokaido, tomadas de internet:







jueves, 26 de marzo de 2020

Dos poetas del sufrimiento. Ajmátova y Tsvetáieva




¿Qué espero de estos días de confinamiento? La limpia y concluyente conjugación de un verbo: salir. 

Salir indemne: si no, ¿para qué esta forzada clausura? Salir satisfecho por los placeres obtenidos con las palabras que he podido elegir. Salir entero del acoso de los pensamientos tibios. Salir risueño por las ideas ocurrentes. Salir reconfortado por la capacidad de resistencia. Salir contento por disponer de las horas generosas. Salir humilde sabiendo que otros no han salido de la acometida despiadada del virus. Salir prudente repasando cuántos no pudieron salir jamás del perpetuo sufrimiento. Como estas dos poetas. 


La musa
Anna Ajmátova

Cuando es noche entrada y espero que llegue,
me parece la vida pendiente de un hilo.
Gloria, juventud, libertad quedan pálidas
ante ella que trae una flauta en la mano.

Entró. Al quitarse el velo
me miró fijamente. ¿Eres tú
-le pregunto- quien dictaba
a Dante su 'Infierno'? Y responde: -Yo.



Seas
Marina Tsvetáieva


-¡Hágase la luz!- y un triste día nuboso
cayó como una capa sobre el agua muerta.
Miró la tierra sonriendo extrañamente:
-¡Hágase la noche!- dijo entonces el otro.

Y apartando el rostro pensativo,
siguió su camino más allá de las nubes.
Señor de la noche, es a ti a quien canto,
a ti que me dijiste a mí y a mis noches: seas.



(Poemas tomados del libro "El canto y la ceniza. Antología poética de Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva". Selección y traducción de Monika Zgustova y Olvido García Valdés. Publicado por Galaxia Gutenberg)


martes, 24 de marzo de 2020

Cuentos indómitos. Las sospechas de Baobab




Baobab, sola, apoya la cara risueña en sus manos inquietas, sin dejar de observar la cadena estrellada que cada noche le parece que se ha movido un poco más. Hace como que pregunta a los astros pero su voz interior es tan potente que se admira de sí misma. ¿Me habrá tomado esa viajera por tonta o solo por niña? Cree que con su cuento de recorrer aldeas me engaña. Ese andar por la noche y sin miedo a los peligros la delata. ¿Se trata de una espía de las tribus del otro lado del gran Inongo? ¿O acaso es una maga que va ofreciéndose a los que reclaman conjuros? ¿Un funcionario del gobierno disfrazado que pretende sacar adelante un censo? Quién sabe si los europeos no la han enviado para que les informe de nuestros territorios con todo detalle. Pero a mí no me la da. 

Enamorada de su propia sagacidad discurre como si viajase entre las estrellas. Mira por donde puedo transformarla en personaje de uno de mis cuentos. Por ejemplo, les puedo contar a los otros niños que es el espíritu errante de un familiar, aunque ya está muy visto, seguro que a todos les han hablado alguna vez de las almas que vagan por este mundo. ¿Y si les digo que en realidad es un niño que no se ha portado bien y ha sido transformado en viejo como castigo? Eso les aterrorizaría. Siempre puedo inventarme que se trata de la reencarnación de uno de los guerreros muertos cuando la vieja guerra de nuestras familias y que vuelve para vengarse de los que le enviaron a la muerte. Eso les cautivará más. Pero ahora que lo pienso, ¿y si les cuento que se trata de la misma muerte que va disponiendo de vidas por aquí y por allá? Baobab se frota las manos por la inspiración. Si les cuento esto seguro que salen todos corriendo o no duermen esta noche. Baobab ríe desatada con su propia ocurrencia satánica. Siempre será mejor que no duerman una noche a que se queden dormidos para siempre, parece estar iniciando el cuento. Los niños no cogemos manía a los que narran historias por muy escabrosas que sean. Si no fuera por lo que nos cuentan y contamos, sea de verdad o de mentira, ¿cómo íbamos a llevar los días que tantos esfuerzos y privaciones causan a nuestros padres? 

La niña se relaja, si bien de vez en cuando algunos sonidos lejanos la sobrecogen. Se deja acechar por el razonamiento que, como una serpiente sabia, se cuela en su cabeza. ¿Qué da más miedo? ¿Los animales peligrosos, las incursiones de gente agresiva que nos quiere mal o el hambre y las enfermedades que cada cierto tiempo se ceban con nuestras aldeas? Mi abuelo dice que lo peor es siempre la muerte. Pero debe ser porque él poco puede hacer ya y no sabe pensar en otra cosa. Solo en la espera final. Mis padres, en cambio, apenas dan vueltas a los peligros, preocupados como están por salir adelante y sacando recursos de todas partes, como los demás vecinos. Eso sí, les preocupamos nosotros, sus hijos, no por los peligros en sí sino porque temen que no sepamos ir aprendiendo ahora lo más útil para defendernos cuando llegue el momento. Mi tío Ngongo insiste en que no hay que esperar a ser mayor para disponer de recursos de defensa. Que cada cual puede ir haciendo lo propio a cualquier edad. Y que esto mismo, inventar cuentos o narrar entre unos y otros historias del pasado, ya es una manera de hacernos fuertes. Mi tío, que ha conocido los confines de esta y otras regiones, y tiene experiencia siempre dice que conocer es también transmitir. 

El cuento de mañana va a comenzar así. Un día apareció por la aldea una viajera que se creía ser la Muerte y que iba por las aldeas metiendo miedo a los niños. O bien: una vez la Muerte se disfrazó de andarina para colarse por las chozas y elegir a sus víctimas. Pero, ¿por qué tengo que convertir en personaje a quien no se lo merece?

Tanto darle a la imaginación Baobab se quedó dormida a la intemperie. Al despertar sobresaltada, cuando salió su padre a buscarla, solo se le ocurrió decir: seré tonta, me he quedado traspuesta contándome un cuento a mí misma.





(Máscara del Reino de Oku. 
 Museo de Arte Africano Jiménez-Arellano Alonso, de Valladolid)


lunes, 23 de marzo de 2020

Días de antisistema de mi cuerpo (Con Georges Brassens)





Como quien dice, al menos ya ha pasado una semana. A ver el metabolismo cómo se porta, bueno y la mente, y cualquier otro órgano o función. Imagino a mis piernas diciendo: qué le pasa a este que no nos activa. O al corazón: por qué no altera mi bombeo estos días más agitadamente. O al hígado: qué le pasará a mi jefe que no me intoxica tanto con lo habitual pero lo hace con su inacción. O a los ríñones: por qué nos recorrerá el curso de las aguas más lento que otras veces. O al intestino: qué extrema relajación que a este paso va a acabar en pérdida de conciencia de mis funciones. O a los pulmones: qué esta sucediendo que respiramos mejor que en semanas y meses y años anteriores. Y no digo a la vista: eh, que no me ejercitáis, que nos vamos a quedar cegatos los globos de la cara. Por no citar la boca y la garganta huérfanas de fonemas. Los brazos se quejan de que no se bambolean como en los paseos. Las endocrinas diciendo: ah, mis otrora revueltas hormonas, ni están todas las que son ni son todas las que están. ¿Y la mente? Oh, capitán, mi capitán, por qué me lleva mi hombre estos días a otros paisajes. Pero confío en él porque nunca carece de paisajes.

Los caminos habituales se han borrado. Qué desafío toparme con la habitación blanca o la habitación negra. Improvisar contra los colores y las geometrías de Malevich. Los tonos diluidos, los sonidos fugados. Me quejaba alguna vez que otra de la normalidad  cotidiana, de la monotonía insulsa, del tráfago de las calles. Y ahora, idiota de mí, me pregunto si lo verdaderamente saludable es esto. El mundo está parado: ni el lunes parece lunes ni mañana parecerá martes ni se sabe en qué día vivo. Vivir abstraído, descarrilado de actividades programadas de antemano, desconectado de tensiones y compromisos. Pues sí, es saludable. Resuena un grito íntimo. ¡Abajo el Gregoriano y todos los demás calendarios! se escucha al anarquista. Confusión de los días, purificación de la mente. O dicho de otra manera: no dejemos que se nos confunda la mente, porque a los días la purificación les trae al pairo. ¿No es esta la esencia del verdadero antisistema, si es que este existe? Adelante, por la causa de la vida,  mes frères, i miei fratelli, meine Brüder, hermanos míos, proletarios o no, total ¿qué importan varias semanas más de resistencia sin calendario si París bien vale una misa?


 (Grabado de Helios Gómez)








(Esta canción de Brassens va en recuerdo de Alfredo, que nos la cantaba con ironía aquellas tardes de antes de la primavera democrática, en compañía del brandy)


sábado, 21 de marzo de 2020

De Caronte y otros barqueros





"En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable". 
Principio de la Navaja de Ockham, de Guillermo de Ockam.


Ya sé que Caronte está de desgraciada actualidad estos días. Nos parecía un personaje literario, meramente metafórico, propio de aquella rica mitología clásica. Pero Caronte ha entrado en acción masiva. Le desborda el trabajo mientras los humanos pelean por sobrevivir. Tal vez el recorrido de Caronte no es tanto la travesía del fin de la vida a un improbable mundo (más bien inexistente) Sino que en realidad la verdadera laguna Estigia es esta en que navegamos desde el nacimiento hasta el fin. Creyéndonos hábiles nadadores, expertos marinos, entretenida especie acuática. Siempre flotando, pero también arrostrando el peligro de las rocas cuando no los innumerables monstruos que, como bien describió el poeta ciego que hizo padecer a su héroe, nos desafían de la cuna a la tumba. Y en este caso habría que retomar la tradición oral de los mitos y reescribirlos. O mejor dicho, contarlos de nuevo con otro enfoque. Pero eso, al fin y al cabo, da lo mismo. 

Podría sugerirse que el infortunio vincula a los humanos y los unifica en un interés común dejando de lado divergencias. Uno quiere desearlo, y en cierto modo parece estarse logrando. Pero los españoles, acostumbrados y enviciados por un malsano orgullo de querer ser diferentes entre sí, no lo ponen fácil. Cuando pase el horror de este período de pandemia habrá que valorar si sigue siendo así. O si solamente es una minoría la que pone palos en las ruedas de la fraternidad y el bien hacer, tal como se empeñan ciertos representantes políticos y los medios a su servicio, que aprovechan cualquier resquicio para tratar de obtener un beneficio electoral cara al futuro. No hace falta que entre a nombrarlos, entre otras razones porque tal actitud me repugna. Algunos se están pasando en su descaro, carencia de sentido solidario y déficit de inteligencia. Espero que de estos desafortunados personajes podamos decir pronto: por la boca muere el pez. Y queden desacreditados.  

Por si fuera poco todos somos acosados por infinidad de mensajes de aburridos fabricantes de fakes y presuntuosos youtubers, gente que pretende saber más que nadie, que presume de conocer el origen de la enfermedad, que implora incluso a los santos (me ha llegado uno invocando a San Judas Tadeo) Conmigo poco éxito tienen. La mayoría ni los abro, y eso que me vienen de amigos que no deben conocer mi temple.

En fin, que me entero por casualidad que estamos en la tarde de un sábado. Que de pronto el calendario está más en la pared que nunca. Que los días se han detenido y mi única plegaria laica es que no se detengan de manera dramática para nadie. Así que protegeros todos del mal y estad entretenidos. Los recursos abundan y acaso descubramos estos días que había otro individuo dentro de nosotros que no habíamos conocido. Os paso un breve relato japonés de barqueros y pasajeros para animar un poco esta calma chicha que nos pesa a todos. No tiene nada de aderezo a lo Caronte, aunque se ve que las discusiones sofistas cunden por todas partes.






jueves, 19 de marzo de 2020

Cuentos indómitos. Charla a la luz de la luna de Baobab y la viajera





















Andar por caminos de la sabana da para mucho pensar. ¿Y si me dedicase a contar cuentos como Baobab?, se le ocurrió a la Muerte. Argumentos no me faltan. Pero ¿sabría contarlos tan bien como ella? Que una niña me tenga que dar ejemplo, a mi edad eterna, sería para avergonzarme. Pero una Muerte que se precie no debe arrepentirse de nada. Al fin y al cabo yo estoy para lo que estoy y si me contagiaran los humanos de su ansia de vivir sin fin ¿para qué serviría yo? 

A la viajera de la noche le incomodan sus propios pensamientos. Teme estar entrando en la racionalidad característica de los hombres, cuando ella tiene su propia e indiscutible racionalidad. Sí, yo puedo contar los mejores cuentos. Me sobra temática. Al fin y al cabo lo veo todo. Veo las vidas en su sucesión cotidiana y las contemplo con estupor en sus  resistencias cuando se ven acechados por el fin, que ellos llaman desgracia. De esta me echan la culpa a mí. Pero, ¿no son ellos quienes la buscan? Unos ponen fin a sus vidas por arriesgarse sin protección en la caza, otros porque se accidentan estúpidamente al excavar un pozo, algunos quieren vivir de ponerse al servicio de los caciques de otras tribus y perecen en las incursiones que les ordenan. Muchos perecen al dejarse arrastrar por ambiciones y competencias que les sobrepasan. También hay quienes enferman de súbito,  sin ninguna explicación. Y siempre están los ancianos, cuyo cuerpo desgastado y maltrecho no soporta ni una pizca de un mal. El otro día escuché en una aldea hablar de una peste colectiva que se había ensañado con una región entera. Muchos temían que les llegase a ellos. Me culpaban a mí sin pararse a pensar de dónde les venía el infortunio. Claro que yo estaba allí, pero no como causante y además tuve un trabajo excesivo. Los humanos no saben que a veces la Muerte, aunque no ceje, también se harta de ser requerida.

Podría contar tantos relatos. Pero temo que los que yo podría narrar les dé miedo a los niños. No porque les hable de mi mundo, que es muy vacío, sino porque sabrán del mundo terrible y complicado de los adultos. Y los mayores no me escucharían porque dirían que ya se saben lo que les voy a contar, y no les gustaría que se lo recordase. Y además, ¿iban a ver algún encanto en una decrépita viajera? No basta con conocer las vidas de los humanos. Hay que saber interpretarlas. Combinar las palabras y los gestos, como hace Baobab. Pero ahí fallo. Baobab, con ser tan cría, tiene la naturalidad de vivir lo imaginado como si lo viviese real. Y a la inversa, que lo palpable lo convierte en ilusión y fantasía. Pero yo no podría. A mí me abruma la experiencia de los vivientes. Me falta imaginación para lograr que los niños se rían de todo lo habido y por haber. Ay, ¿cómo será tan ocurrente esa chiquilla? Volveré a la aldea para saber dónde reside el secreto de la cuentacuentos.  

Baobab, que gusta sentarse a la puerta de su choza a contemplar la luna, se sorprende de que aún ronde por allí la visitante. ¿Todavía por aquí, señora viajera? No va a saber encontrar la senda hacia otras aldeas en medio de la oscuridad. La viajera, sentándose a su lado, se pone circunspecta. Estoy acostumbrada a caminar en la oscuridad. Ah, claro, le corta ingenua la niña. Usted se guía por las estrellas, como yo. La otra se altera. Pero tú no vas a ninguna parte, no me engañes. Estás sentada a la puerta de tu casa jugando a contar estrellas como mucho. Pero la niña no se arredra. ¿Y quién le ha dicho a usted que no viajo yo también de noche? Ahora mismo, cuando ha aparecido usted recorría las constelaciones de cabo a rabo. Pero tendrías que estar durmiendo ya, ¿no?, se ofusca la Muerte. Eso viene después, explica Baobab. Con los sueños me inspiro también mucho. Contemplando el cielo y viviendo los sueños es cuando mejor se me ocurren algunas de las historias que luego cuento a los amigos. No me digas, replica la vieja. ¿Cómo es eso? Muy fácil. Para imaginar historias hay que tener muchas ganas de vivir. Yo se lo digo a las estrellas y siempre hay alguna que me escucha y me regala el principio de un cuento. La Muerte, que se cree sabionda, se siente herida en su amor propio. Sigue así, le dice a Baobab. Se levanta derrotada y toma un camino que no lleva a ninguna parte. 




(Figura enmascarada del Reino de Oku. 
Museo de Arte Africano Jiménez-Arellano Alonso, de Valladolid)


miércoles, 18 de marzo de 2020

Sandrine rediviva (con trasfondo de Françoise)




Los días parados tienen también algo de días desandados. ¿O de un necio intento de andarlos de nuevo? ¿Con recuerdos, con fotos sueltas, con miradas que quieren atrapar lo que se distanció del todo? Aquellas últimas palabras de Sandrine que te obsesionaron: hubo un tiempo en que sí. En que todo fue y pudo ser. En que la realidad y el deseo hacían y deshacían a su antojo. En que parecías poseer todo, no obstante su pequeñez, y el mundo era un campo de experimentación donde arriesgabas pero también obtenías satisfacción. Con los años te consuelas diciendo que no hay mayor satisfacción que la experiencia. Y revistes a esta de calificativos. Es un don, es un disfrute, es un saber. Es una explicación limitada y subjetiva de lo que has vivido y aún recorres. Sandrine, qué peligro volver a ver tu foto. ¿Por qué no habrás roto su fotografía? Suponiendo que esté ya no será la misma. Tampoco tú quieres otra, quieres aquella ya imposible. Pero aquel tiempo del azar queda lejos. Los días parados permiten juegos o simples ejercicio de memoria. Más: reconsideración, revisión, valoración. ¿Para qué? En tu caso para saber si hurgar en la herida aún te afecta. Morboso. Nunca volvemos ¿del todo? al pasado, por mucho que nos esforcemos con los instrumentos de la mente. ¿Quién dijo aquello de eterno retorno en el hombre? En el amor ¿o en todo absolutamente? el eterno retorno no existe.







domingo, 15 de marzo de 2020

Cuentos indómitos. Baobab, la cuentacuentos, y la Muerte



Le llamaban la Baobab porque juntaba a los demás niños bajo el árbol y allí les contaba historias. Ella, niña también, era requerida por toda la chiquillería a la hora del atardecer, cuando el horizonte parece llevarse el fuego a otra parte. Una vez todos congregados Baobab animaba: vamos a decir adiós al sol. Y los niños se ponían de pie, agitaban las manos hacia poniente y exclamaban: vuelve mañana, te esperamos. Era como un himno que nadie quería perderse. Por eso ninguno llegaba tarde.

A veces alguno de los más pequeños hacía pucheros al decir adiós al sol, porque pensaba que no iba a volver. Entonces Baobab le preguntaba: ¿por qué lloras? Es que yo quiero que el sol venga otra vez mañana, respondía acongojado. Los otros niños reían y Baobab le consolaba. El crío no estaba muy seguro. Me da miedo la noche. Los rugidos de los leones me despiertan. La chica siempre tenía una salida. No temas a los leones, te prometo que mañana vendrá el sol a ajustar cuentas con ellos si alguno se atreve a acercarse a tus sueños. Baobab apostaba fuerte: y si se retrasase iré yo misma a buscarlo. El pequeño relamía sus lágrimas y cesaba en su berrinche.

¿Sobre qué queréis que contemos hoy una historia?, alzó provocadora su voz Baobab cuando apenas dejaba ya el sol huella de su paso. Baobab siempre hablaba en plural, aunque fuera la que soportara el peso del argumento, porque a medida que comenzaba alguna historia inventada sobre la marcha iba induciendo a los demás a que aportasen una parte. Los niños estaban encantados de participar. Baobab volvió a la carga ante la duda colectiva. ¿Contamos un cuento de vivos o de muertos? De muertos, chillaban unos. De vivos, se imponían otros. De vivos y de muertos, susurró una chica de otra tribu que llevaba poco tiempo viviendo allí. Entonces Baobab sugirió: podemos hacer una historia de muertos que no se olvidan de haber vivido y de vivos que no quieren morir nunca. Yo no quiero morir nunca, dijeron varios chicos al unísono. Ni yo, saltó Baobab. Pero para no morir nunca hay que inventar muchas historias y enlazarlas unas con otras. ¿Y que no se acaben jamás?, replicó una niña de otra tribu que se había quedado a dormir con unos parientes. Los cuentos no tienen por qué tener fin, se le ocurrió a Baobab. Alguien dijo: en lo que nos contamos historias sin parar puede que se pase el tiempo de morirnos. A lo que otro puso reparos: pero también se nos pasará hacernos mayores, que es lo que todos queremos. Yo no quiero, dijo un niño albino que tenía su manera peculiar de ver las cosas. No veo que los mayores se lo pasen mejor que nosotros, aunque manden y tengan sus esposas.

Con tal fragor de la discusión, la noche fue cayendo y la asamblea de los niños tenía que dispersarse. Aquella noche no hubo manera de hilar un cuento en condiciones. No era fácil a veces implicar a todos, así que esta vez se les fue el tiempo en disputas estériles. Pero no había problema. A una noche sucede otra, pensó. Mañana estarán con ganas de recuperar la historia perdida. Cuando Baobab despachó a todos los chavales a sus hogares se le acercó una mujer que había estado todo el rato escuchando. Baobab se sobresaltó. Pero la viajera se mostró simpática con ella. ¿Vas para la aldea de Mbemba?, le preguntó la niña. Voy hacia esa aldea y a otras más que me pillan de camino, le respondió la Muerte que, como siempre, y más si tiene que acercarse a niños, disimula todo lo que puede su condición. Pero al pasar por aquí y ver cómo les contabas historias y convertías a los otros niños en cómplices me he quedado prendada. ¿Desde cuándo haces esto? Oh, dijo la niña, no sé, siempre lo he hecho, primero con mis hermanos y ahora con los demás. La Muerte, que es la viajera más tenaz, fue más allá en su curiosidad. Pero ¿por qué les cuentas historias? Por la misma razón, respondió Baobab, por la que me las contaban a mí. Para que pierdan el miedo a los ruidos de la noche, a los animales depredadores, a los accidentes. Incluso a la muerte. ¿A la muerte?, saltó como un resorte la Muerte. Claro, la mayoría no imaginan cómo es la muerte y yo hago todo lo posible para que si llegan a imaginársela se burlen de ella. La Muerte miró a Baobab con simpatía. No pudo evitar la pregunta. Y tú, ¿cómo te imaginas a la muerte? Pues no sé, y la niña miró de arriba abajo a la otra. Así como parecida a usted. Como una viajera de la noche.





(Cabeza de personaje femenino, Cultura Ife. Nigeria. Siglo X-XII.
Museo de Arte Africano Jiménez-Arellano, de Valladolid)

viernes, 13 de marzo de 2020

Santiago Matavirus




Quién le iba a decir al otrora Santiago Matamoros que quien iba a cerrar España era un virus. Dicen que venido de la China, para más inri. Pero vete a saber. Alguien nos explicará con veracidad científica el origen y la carrera de tales microorganismos. Porque la meta ya la vamos sabiendo en nuestras propias carnes. Salvo aquel dictador de cuyo nombre no quiero acordarme, que cerró el país durante bastantes años, nadie había cerrado España. Naturalmente, aquel personaje, tan sostenido por sus aliados de la Fe, decía contar con la ayuda de Santiago desde la guerra que ganó. Además de la prestada por el jinete nazi, que fue la decisiva.  O la desafortunada cabalgada republicana, que acabó desbocada. Mas es otro tema. Ahora, he aquí que un patógeno de otro mundo, que no de otro planeta, llega en masa y probablemente personalizando y nos va poniendo poco a poco a todos en cuarentena. De una manera u otra. ¿Aparecerá un Santiago Matavirus para sacarnos del aprieto? ¿Bajo qué forma, con qué rostro, qué espada triunfadora esgrimirá? Paradojas. Ironía de la Historia, una vez más. Nos creíamos los reyes de las terrazas, los bares, los chiringuitos, las discotecas, los campos y canchas de deportes varios, de competiciones múltiples, de maratones por doquier...En fin, de la calle toda, españoles todos. Pero no. Solo somos humildes vasallos, débiles y asustadizos actores de relleno, frágiles y desconcertados conatos de hombre. O es que el hombre -genérico de hombre y mujer, entiéndase- era esto. Es esto. Y, sin embargo...



(Relieve de Santiago Matamoros en el Museo de los Caminos, en Astorga)

jueves, 12 de marzo de 2020

¿Se borrará la Historia?





Va a ser muy difícil -o al menos más difícil- borrar la historia en el futuro. Por supuesto que del mismo modo que hay técnicas y sistemas que permiten recopilarla y sirven para investigar e interpretar, también puede haber un uso por las mismas vías que reduzcan datos, los eliminen y sobre todo se condene al silencio al historiador. El conocimiento de la Historia es fundamental para andar el camino las nuevas generaciones. Hay quien dice que también para evitar caer en errores análogos a los del pasado, aunque creo que ahí influyen otros elementos. La misma condición de la naturaleza humana que le hace competitiva, agresiva frente a quien le dispute territorio, violenta y negacionista en muchos casos ante los cambios cada vez más precipitados y urgentes.

Los historiadores ya no son los antiguos cronistas, gran parte de ellos corifeos del poder, si bien algunos iban por libre y estos son los que hoy valoramos más. Tampoco son los recopiladores mediatizados por sus ideologías que hemos conocido hasta gran parte del siglo XX. Hoy, por fin, el estudio y conocimiento de la Historia y su complejidad es más científica que nunca. Aunque lo más difícil resulta siempre articular los factores múltiples que influyen en un tiempo y unos territorios, y conforme a grados de desarrollo social y económico diversos, para comprender qué incide más y de qué manera para que se produzcan los hechos que se producen en la vida de las sociedades mundiales.

Muchas veces se sacan conclusiones correctas, pero otra cosa es que los poderes económicos y políticos quieran hacerlas caso y regirse por ellas. Ese puede que sea el gran problema. Cuando pase la oleada esta del coronavirus espero escuchar análisis sensatos sobre las circunstancias. Espero que no solo me hablen de este u otros virus. Espero oír que hay factores que propician no solo la difusión del virus -algo que siempre ha acontecido- sino que afectan a las interconectadas relaciones de mercado de todos los países. Tal vez haya que analizar algunas cuestiones clave: la contaminación del planeta, el cambio climático de consecuencias múltiples que se acelera, la superpoblación mundial y la concentración de habitantes en las megalópolis, la falta de planeamiento de recursos alimentarios y las maltrechas, si no caducas, doctrinas de la Economía que no están siendo revisadas, aunque sí muy cuestionadas, y que son tan víricas como los  virus biológicos.

La imagen que preside el post pertenece a John Heartfield -pseudónimo del alemán Helmut Herzfeld- que protagonizó durante catorce años, la mayor parte de ellos bajo el terror nazi, la realización de una revista -AIZ- donde a través de fotomontajes ingeniosos, críticos feroces, fustigó al régimen del crimen. Es muy curioso el pie de foto: "Guerra y cadáveres. La última esperanza de los ricos". Aprendamos del virus, aprendamos de las circunstancias que están tambaleando las sociedades, aprendamos de la Historia. Que esta no sea borrada. Simplemente para que el pie de foto no sea una vez más un hecho para todos. Como bien sabemos, para unas cuantas regiones del planeta ya lo está siendo.

Os invito a leer un cuento de Chitón, que es menos severo:

https://ehchiton.blogspot.com/2020/03/el-viento-que-barrio-la-historia.html







lunes, 9 de marzo de 2020

Cuentos indómitos. El clamor del último día





















¿Dónde estabas? ¿Dónde estabas? Con un coraje escapado del silencio de los últimos días el anciano cree ver la imagen que le persiguió toda la vida. La de la lactancia y la del placer, la de la rectitud y la de la ternura, la de la protección y la del magisterio. ¿Dónde estás?, eleva su tono frágil. Cambia de tiempo verbal porque en el recorrido que está a punto de interrumpirse para él los verbos se unifican, los significados alcanzan una armonía que antes no conocieron. Pero la madre, la amante, la mujer, o el instinto, que acaso todo se resume en el instinto, no habla. No está allí para ofrecer salvación al hombre que se agota. El pensamiento fluye veloz pero desordenado. Para qué va a ordenar el pensamiento, aunque pudiera, si el orden se establece para conseguir un propósito. Pero ¿qué propósito podría obtener a estas alturas el hombre que se pierde lentamente? Allí, tras su invocación, postrado sobre el último lecho, cree ver todos los lechos de su existencia. La cama compartida con su paridora, las camas ocasionales, las camas institucionales. Piensa: ¿por qué siempre he acudido a todas las camas buscando lo mismo, la difícil e inconstante seguridad? Pero la búsqueda de la seguridad ni es fría, ni solitaria, ni superficial. Todo le ha enseñado, aunque no sepa bien cuánto ha retenido. Todas cuantas me han acogido, reflexiona con un sarcasmo que nadie sino él podría entender, me han dado cobijo, calor, entrega, conocimiento, calma. ¿Calma?, duda. Entonces se da cuenta de lo dual que es todo en la vida. Cómo obtener un don implica un esfuerzo que pone a prueba los recursos del individuo. Los biológicos y los culturales. Ah, la búsqueda de la eterna protección, llega a exclamar. Hombres y mujeres embarcados en una constante búsqueda que denominamos con sustantivos sublimes. ¿Dónde quedó el goce? ¿Dónde la estabilidad, siempre tan provisional? ¿Dónde el aplomo que llamábamos madurez? ¿Dónde los arrestos que echábamos para delimitar espacios conquistados? Estás, sé que estás, y vuelve a subir la voz. Alguien entra y pregunta si ha llamado. Pero él no contesta, o replica con una respiración agitada que informa a la visitante. Estás aquí, siquiera para ofrecerme la última visión. Eras la primera y ahora estás siendo la última. Pero yo me entrego, seas quien ocupe el lugar. Toda mujer ha sabido hacer para mí mi lugar. Y yo, me queda la esperanza, lo he sabido hacer en ella. El anciano calla y solloza, no por dolor ni por miedo. Llora por la pérdida; es inevitable. Pero a su vez gime por cuanto tuvo y le alimentó con creces. Porque, desaciertos y fricciones aparte, su balance es bienaventurado. La vida ha sido tan larga, concluye. Todos se fueron antes y nadie pudo impedirlo. Déjame poner la cabeza en tu regazo desnudo. Madre, esposa, amante, mujer del tránsito fugaz. No pido que evites mi destino. Solo quiero que seas tú quien me conduzca a la parada final. No son imágenes, sino actitudes, las que el agónico percibe en ese instante. Y su cuerpo convulsiona como cuando se alborotaba entre los brazos de la madre o se deshacía entre la mujer del amor. Extiende de lado su cara sobre la almohada baboseada. Su propia humedad le parece cálida y gustosa. Sé que estás, como siempre estuviste.  





(Fotografía de Andrés Serrano)

sábado, 7 de marzo de 2020

El ámbito de la otra alma humana (Crónica del Ser y la Nada)




Max, que últimamente habita en el inframundo, me envía una fotografía y un comentario, por si te es de utilidad, apostilla:


" (...) Hace unos días han derribado un edificio frente a donde vivo. Lo que han hecho me parece un gesto descarnado, un ataque a la intimidad, un despropósito. Han dejado al descubierto el ámbito más íntimo del ser humano. No me refiero a eso que los idealistas de todos los tiempos denominan el alma y que hoy, aun cuando se siga usando el mismo término, sabemos que consiste en esas cuatro reglas llamadas suma, resta, multiplicación y división de los caracteres, sentimientos, afectos, emociones, en fin todo ese acervo de digestión mental con el que nos movemos por la vida. Hablo de la otra alma hecha corporeidad plena. Es decir, el Ser y la Nada. Lo que queda a la vista es un receptáculo que en otra época era considerado sacro. Una concavidad mistérica, una reliquia, un sancta sanctorum, una cella, un útero, en fin, de la regeneración del cuerpo. En otro tiempo se añadía al piso en una zona ganada al exterior, y cumplía, del mismo modo que los más discretos pero lujosos servicios de ahora, la función de acoger el desalojo de nuestras entrañas más profundas. Algunos dirán que estas solo son de carácter fisiológico, pero a mí no me cabe duda de que  la fosa séptica, la letrina, el retrete son espacios personales sublimes, espacios de pensamiento y de memoria, de ocio y de experimentación, de control y de higiene, de toma de decisiones y de imprudencias decididas, de fluidez y de contención, de desahogos varios y de accidentes vasculares en ocasiones. Pero es que esta tribuna  del ser humano, añadida con inteligencia a un piso cuyos habitadores seguramente tenían antes que compartir su función con otros vecinos en otro lugar colectivo del edificio, la veo tan solitaria, mostrando su desconsuelo. abandonada a la intemperie y a la obviedad a que las someten los viandantes que ganas me dan de hacer gestiones en la administración municipal para que sea catalogada y respetada para observación y disfrute de las próximas generaciones. Un monumento, sí, consideremos esta habitación diminuta pero esencial un monumento que los defensores del patrimonio histórico y arquitectónico de una ciudad que se precie deberían proteger (...)


Desde luego, este Max es la repanocha. Su sensibilidad con la herencia histórica no tiene límites. Y su aprecio por las formas de vida humana, no obstante todo lo que rabia, es incontenible.




jueves, 5 de marzo de 2020

Cuando acabe la peste y unas letras de Albert Camus




"Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría estará siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormidos en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa".

Es el final de la novela La peste, de Albert Camus. Visto el panorama generado en el mundo por el virus covid-19 uno desearía leer pronto un párrafo análogo. ¿Habrá, mientras, un despliegue de sensatez? ¿De medios y de buenas intenciones? ¿En la gestión institucional, en el comportamiento social, en la actitud de cada individuo? ¿Seremos los humanos capaces durante este tiempo de pandemia de envainarnos las diferencias de unos con otros? Tengo mis dudas. Sin ir más lejos, toda la barbarie que tiene lugar en Siria no nos habla precisamente de buena voluntad. Pero ¿quién pone el cascabel al gato? El covid-19 es una realidad al pie de la letra, con todas las precisiones que hagan falta. Pero es también una realidad para ejercitar el pensamiento. Y extraer conclusiones sobre la situación del planeta, la división de los mundos sociales, la manera de llevarse a cabo el desarrollo, los límites del sistema actual, la primacía del beneficio sobre cualquier otra regla, etc. Un virus de verdad nos pone a prueba todos los otros virus latentes, de otro orden y que con tanto éxito se repiten todos los días desde la metáfora. Ya se sabe: eso de información vírica, ataques virulentos...Por cierto bastante dañinos también todos estos virus generados por humanos.

Leo en la prensa que en Italia se han disparado las venta de La peste del puesto setenta y tantos al puesto tres. ¿Quieren sus compradores leer solo y de manera lineal una historia de peste o sacarán conclusiones de carácter más amplio? Cuando acabe la peste, vamos, la epidemia, porque el virus, este y mil más, seguirán teniendo su hogar entre los humanos, habrá que extraer conclusiones y ojalá tomemos determinaciones. O la ética se impone más que nunca o iremos de catástrofe en catástrofe. Al fin y al cabo, si fuese así y ojalá no, sería también condición humana.



martes, 3 de marzo de 2020

Entre dos extremos, sobre el camino. Hokusai de nuevo.





No sé si el símil es un invento cristiano, aunque los exégetas utilizaran las dos letras extremas del alfabeto griego, alfa y omega, para convertir en metáfora la vida. En Chitón se cuenta una historia de dos jóvenes que se encuentran en el puente colgante de un lugar de difícil acceso. Ambos realizan las tareas cotidianas al servicio de su respectivo señor y de su correspondiente señora. Pero el mismo camino que recorren les enseña que deben de buscar una salida si no quieren perecer en la monotonía desapacible de sus existencias. La chica ya se ha dejado tentar por la creatividad, por la suerte de tener una señora que es culta y disfruta del arte. El chico entra en una fase de rebeldía interior que quiere llevar más allá para no ser un bruto siempre. La propuesta de la joven al otro es una esperanza. Pero como la esperanza es siempre algo abstracto resulta ser también una indicación, una dirección, una senda nueva que merece la pena explorar.

Este relato no sería sino una lectura más, pero nada endeble, de las circunstancias por las que se atraviesa desde el alfa hasta la omega de la metáfora conocida. Desde el punto de vista de la duración temporal de la vida poco más habría que decir. El alfa y el omega se aplicarían a un individuo de seis años, a uno de cuarenta o a un nonagenario. Ahora bien, visto desde el espacio de los contenidos, qué importante es poder y saber elegir y poder y saber hacer para que el vivir del día a día tenga su sentido. De ahí que al leer el relato me parezca que pugnar por salir de la ignorancia constantemente y fortalecer la comprensión y el entendimiento de las cosas, incluido el hecho nada metafísico de estar viviendo, ya depara por sí mismo satisfacciones, evolución, apartamiento del estado de bruto que yace en cada uno de nosotros. Pero que cada cual saque sus propias conclusiones que, probablemente aun circunscritas al alfa y el omega, recorre todas las demás letras del alfabeto griego o del alifato o de cualquier otro alfabeto.

¿Cuáles son esas letras? Ah, búsquense en el quehacer de nuestras respiraciones y latidos. Constrúyanse con toda clase de arte posible. La percepción de la vida no puede ser solamente un inestable puente colgante entre dos rocas antagónicas. 


https://ehchiton.blogspot.com/2020/03/encuentro-de-recaderos.html





domingo, 1 de marzo de 2020

Cuentos indómitos. Los subversivos



...no supe del término subversivo hasta llegar a la juventud y salir rebelde como muchos otros de mi tiempo, pero ahora que veo la foto en que aparecemos varios de aquella panda lo pienso mejor: fuimos subversivos ya en la infancia, entiéndase que no había intención previa de serlo, al menos no una conciencia de la misma, sino que nos salía por las buenas y por las brutas, unas veces subiendo a la tapìa del hospital al atardecer y recorriéndola porque estábamos empeñados en llegar al depósito de cadáveres, así, tal como lo cuento, entonces nadie lo nombraba como morgue, aunque a mitad del camino se nos chafaba la aventura, ora porque un mochuelo nos pegara un susto de muerte o porque apareciese algún vecino de aquellos caseríos dispersos, otras veces la subversión se producía acometiendo irreverencias al pie de aquella lápidas memorables de los muertos de una guerra, los de un bando, por supuesto, que habían puesto los vencedores en los muros de las iglesias, y recuerdo que el Rosario, que era mi mejor amigo, por ejemplo pegaba tiros, el Chibilo caía lanzando ayes escasamente convincentes y a continuación tenía que meterse en su féretro blanco con adornos de lujo, eso era lo que más le gustaba hacer, y mientras el Serapio, el Torres o yo mismo nos disponíamos a proporcionarle un entierro de categoría, nunca supimos para quién estaba reservado el otro cajón de pino tan grande y siniestro que se encontraba allí arrinconado y cubierto de telarañas, sí que lo preguntamos, pero siempre nos respondían que a alguien le vendría bien, como si se tratase de unos zapatos o una camisa, y a nosotros no nos daba repelús alguno toda aquella mercadería para las situaciones extremas, debía ser porque estábamos acostumbrados a ver cómo hacían los ataúdes, pues mi tío era un ebanista apreciado, hacía obras muy perfeccionistas, le llamaban de todas partes, pero derivó su oficio hacia lo fúnebre cuando falleció su mujer, la pobre murió de repente, y yo preguntaba qué mal era ese de repente, y me contestaban, pues eso, de repente, y nunca supe cómo sería morir de repente, y siempre he tenido la idea de que es algo que no te da tiempo ni a pensar, y cuando lo hablaba con mis amigos a todos nos parecía bien, menos a Gema, que siempre decía que tenía que dar tiempo a morirse para acordarse de todos los amigos y su razonamiento nos dejaba a todos emocionados, así que mi tío en el taller de carpintería se fue especializando en el traje fin de temporada, y los empleados tuvieron que vérselas con aquel material nuevo y aquellos muebles de última hornada, y fue por eso por lo que no había secretos para nosotros entre los artículos reservados a los finados, y también hay que decir que gracias a esa reconversión del negocio de mi tío aprendimos todos palabras nuevas, y nos apuntábamos a los entierros y decíamos a los que iban a despedir el duelo ese féretro, que era una de las palabras nuevas, lo ha hecho el tío de Pedro Mari, aprendimos a perder el miedo a toda la parafernalia que rodeaba a la muerte gracias a la carpintería, y es que en realidad pocas cosas nos daban miedo entonces, excepto los castigos y también o sobre todo los curas, porque estos además de regañarnos por las buenas también nos asustaban por las malas, amenazándonos con el  fuego eterno si pecábamos, y encima se empeñaban en sermonearnos con que pecábamos mucho,  y que los niños son ángeles y los ángeles no pecan nunca, y cuando le preguntábamos al cura que por qué no pecaban los ángeles le daba por decir que porque no tenían cuerpo, que el cuerpo era lo más pecaminoso, y no sé si fue el Torres o el Serapio que le contestó que entonces él no quería tener cuerpo para no pecar, y entonces el cura dijo ay angelito, y le acarició el pelo, y cuando comentábamos estas cosas en la escalera ya digo que no sé si el Serapio o el Torres estaba obsesionado con el cuerpo porque decía que se lo tocaba mucho y se iba a condenar, y le disuadimos de aquella idea fija de que prefería perder el cuerpo, pues temíamos por él, y fue Gema la que hizo de misionera curativa, y a los demás nos pareció una obra de caridad muy hermosa, y el otro se curó de su temor, pero la mayoría no teníamos miedo al pecado, qué más hubiera querido el cura que nos espantase el pecado, lo verdaderamente terrorífico era el castigo humano y de este el peor de todos, el dolor, el dolor físico, y sobre todo el infame dolor de la humillación, que era lo que mejor sabían hacer algunos mayores... 





(Fotografía de Fernando Herráez)