"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 30 de junio de 2016

La foto del error




En esta fotografía se ha producido un craso error. Concédanse 60 segundos para descubrirlo. Una vez transcurrido el tiempo, arriesguen interpretaciones.


Solución. El error de salir a la calle, desde su palacio episcopal, del jefe de la Iglesia Católica Española cuando hacía un alto la marcha ciclonudista que todos los años se celebra por estas fechas. Como diría el profeta, por su adusto rostro lo conoceréis. No obstante, su decisión habla a su favor. Afortunadamente, la calle es de todos, señor Blázquez.


(Fotografía tomada del digital http://ultimocero.com/noticias/2016/06/18/la-marcha-ciclonudista-cumple-diez-anos-pedaleando-en-pelota-picada-por-la-ciudad/ )



lunes, 27 de junio de 2016

Aquellos estos árboles, 24




"Desconoces la tierra
en la que cada día me hundo
y en la que nutro sílabas secretas."

Salvatore Quasimodo, Viento en Tíndari, de Aguas y tierras.



Condenados a la noche los hombres viven deslumbrados por débiles resquicios de luz. El humus que pisan hiede, pero no parece importarles el olor a lo muerto. Siguen presumiendo de ser animales de superficie, cuando solo se mueven por galerías subterráneas. Se arropan y se tientan entre sí, temerosos para explorar los caminos. Se entregan una y otra vez a las voces más ajenas, olvidando el aviso de muchos que les precedieron. Tanta reincidencia les pierde. La conducta de la costumbre y la satisfacción de lo perentorio les basta. Su objetivo es ganar un día más. Y en la hora oscura de la jornada, sin que sepan distinguir si hay alguna hora que no lo sea, buscarán la placidez ignorando, y a la vez asumiendo, que son de otros. Y sin embargo...



(Fotografía de Brassaï)


sábado, 25 de junio de 2016

Aquellos estos árboles, 23





"¿Ahora quién nos ha convocado así? ¿A quién tan grave urgencia le apremia? 
¿Es de los hombres jóvenes o de quienes son ya mayores?".

Homero, Odisea, Canto II.



Si estás, agradece que estés. Es lo que me digo a mí mismo con íntima cautela. Y no, no va la frase de zen ni de esotérico. Va de gratitud. Ese pensamiento me produce calma. O es la calma la que incentiva que se me ocurra tal simplicidad, no por sencilla menos constatable. Esta sensación de levantarme hoy con una cierta claridad, y no me refiero a ideas sobre el mundo ni sobre el hombre genérico, me proporciona una modesta pero inusitada alegría. Bagatelas, tal vez, suspiro. 

(Mientras las reglas el juego social evocan para hoy el discurso de la reflexión, que puede ser tan extenso en unos como baldío en otros, mi yo invoca el mero estado sensorial tranquilo. Confesaré que del asunto electoral en ciernes, del cual no sabe uno qué parte es suya y qué parte es ajena, o qué porción te hacen creer que te pertenece y cuánto de la tarta está siempre en manos de los mismos, poco espero. Creo que yo, y muchos como yo que venimos de cierto itinerario iluso, somos víctimas de nuestro excesivo entusiasmo del pasado, de las esperanzas cultivadas (nada hay más equívoco y perjudicial que cultivar con adoración la esperanza) y de un permanente estado de autoengaño sobre la supuesta política, la de la rectitud, acerca de la cual no nos hemos quitado del todo una cierta visión redentora, cuando no justiciera, que conduzca a los mundos mejores. Ya no más. Me quedo en los mundos sutiles)

Si estoy, agradezco estar. Por supuesto, nunca es tarde para desbrozar caminos de fronda que ocultan los malos bichos. Nuestro padre Odiseo (no hay como una figura literaria para reconocer en ella al padre) fue tentado por múltiples apariciones seductoras y conminado por otros tantos peligros con fiero rostro, y llegó al puerto de la calma. ¿No nos ha de pasar algo análogo a sus hijos, sometidos a monstruos de menor calibre y a seducciones más toscas de los humanos?



(Imagen de Chris Marker)


jueves, 23 de junio de 2016

Aquellos estos árboles, 22




"Y sin embargo, el encantamiento de la vida está intacto cuando se la vuelve a ver por primera vez".

Vergílio Ferreira, Pensar.



En el cruce de la calle estrecha con la ancha se hacía la hoguera. La altura baja de las casas molineras proporcionaba a las calles una amplitud visual que hoy no existe. También un espacio donde contener el riesgo de una magnitud que no debía irse de las manos. El día había sido muy agitado. Los chicos del barrio pasaron toda la jornada sacando enseres desvencijados que se habían guardado para la ocasión. Aún se apuraban las últimas horas para recabar de vecinos o establecimientos sillas rotas, cestos de mimbre raídos, vasares de desecho o puertas carcomidas. El niño miraba desde el balcón la algarada que se traían unos y otros para el ritual. Mi barrio competía con el más próximo por la fiesta del fuego. No había cohetes ni fuegos de artificio, pero sí expectación. Al anochecer se prendía la pira. No hay nada que magnetice más a los humanos que la visión de las llamas. Los vecinos más osados azuzaban la fogata al menor síntoma de rebajamiento. Cuando la dimensión de aquel edificio de fuego había mermado y quedaba un diámetro, aún considerable, de brasas los adolescentes y jóvenes más ágiles saltaban una y otra vez sobre los restos del monstruo. Había algo de dominio del hombre sobre el elemento naturaleza. El niño creía que también de trampa. Al fin y al cabo el fuego tenía sus leyes, había devorado el ajado mobiliario y los pisos caóticos que se habían dispuesto se habían venido abajo. El niño descubrió el temor al fuego y la medida del hombre, adaptada a su propia capacidad de juego. En el cruce de la calle amplia con la calle más angosta de mi infancia permanecían rescoldos que se iban apagando con lentitud. Algunos permanecían contemplando la merma de aquella energía devastadora. Por la mañana la ceniza dibujaba un mapa pardo sobre el pavimento. ¿Implicaba aquella liturgia una serie de simbolismos que entonces no se nos explicaban? No sé en qué momento desapareció la tradición inocua de las hogueras por barrios. Supongo que con el salto de una miseria contenida a la condición de la humilde pero digna pobreza. Historia del país. Nunca ha querido el niño volver a contemplar las piras del solsticio recién estrenado. Pero la memoria de aquella hoguera deslumbrante y caprichosa permanece dentro de él como un tesoro que le invita todavía a hacerse preguntas.



(Fotografía de Carlos Pérez de Rozas)


miércoles, 22 de junio de 2016

Aquellos estos árboles, 21




"Ama a quien quieras con el corazón,
pero ámame, a mí solo, con tu cuerpo.

Nadie ama solamente un corazón:
un corazón no sirve sin un cuerpo".


J.M.Fonollosa, Park Street, de Ciudad del hombre: New York.


El campo de las metáforas no solo trastocó el uso del lenguaje. Estableció principios, sustitutos de conceptos, devaluó el sentido de la designación de cuanto se iba conociendo. En lo literario, también en la conversación ordinaria, queda todo muy bonito. Dan juego. Amplían la imaginación, sustituyen a veces lo real. A pesar de las metáforas, nos entendemos. Pero acaso debido a las metáforas, nos confundimos. Persisten esas dualidades pseudoconceptuales tipo cuerpo/mente, cuerpo/alma, sexo/corazón, etcétera, que la gente practica en un diálogo cotidiano tal si estuvieran enfrentados o, al menos, no vivieran en el mismo hábitat. Como si el cuerpo y sus manifestaciones padecieran una escisión permanente. En el océano de los creyentes religiosos la gran metáfora es Dios. A veces le ponen rostros. Lo normal es el maniqueísmo imperante, el uso ad hoc del concepto según le vaya a uno bien o no le luzca la vida, según quiera justificar unos actos o desear otros que no le son alcanzados. Dios sería únicamente una hermosa imagen si no tuviera como contraprestación la entrega y sumisión de la voluntad del individuo que cree en el concepto. Una metáfora sustitutiva, arrogante, que da idea de la debilidad del hombre. ¿La soledad de los hombres, que diría Sartre? Hasta dónde llegó la metáfora se condensa en el aparentemente antónimo Dios/Diablo, proyecciones. sin duda, de la sencilla división bien/mal que no es tan sencilla cuando el valor que se otorga a unos actos u otros se transmutan, muchas veces en lo opuesto, en función del interés ocasional del individuo o de la colectividad. El poeta Fonollosa, hablando del amor, fue pragmático e irónico. Sincero. Objetivo.



(Fotografía de Nobuyoshi Araki)


lunes, 20 de junio de 2016

Aquellos estos árboles, 20





"¿Por qué soy azotado con estrellas
en la desnuda noche iluminada?
Un ciego aroma viene y me embriaga
para que vuelva el niño, y ser el que era".

Francisco Brines. De La última costa.


Las vivencias con un sobrino de nueve años reverdecen mi propia personalidad a los nueve años. Tal vez por eso creo entenderlo mejor que otros. Puede que busque una proyección hacia atrás de mí mismo. Me miro en él como en un espejo, aunque no todos los objetos de fondo sean semejantes. O en un túnel del tiempo que me reclama con tranquila expectación. Yo hacía lo mismo, suelo decir a terceros. Su sentido del juego, su excitación constante ante la novedad, su capacidad de diálogo, su bondad a ratos, su picardía frecuente son una fuente continua en la que me parece beber de mis propias experiencias infantiles. No digo que su nerviosismo latente, que hace que todo lo toque y todo lo agite, no me saquen de quicio alguna vez que otra. Pero me entusiasma. Naturaleza bruta que se entrega para dar de sí y para sentirse receptivo. Y esa capacidad de indagación, que nunca sabes si es una pose y un puente tendido con el adulto, o un extremado interés por saber. De ahí las preguntas que un niño hace y que un adulto no sabe responder. Pero ¿acaso un adulto debe responder a todos y cada una de los interrogantes que le plantea un niño? La mayoría de las veces no sabemos responder correctamente. La mayoría de las veces damos respuestas convencionales, o simplemente salidas largas que aplacen para más adelante el razonamiento. De ahí que últimamente pienso que acaso sea más importante ayudar a razonar, iniciarlos, estimular el interés. Aunque un niño siempre desarma a un adulto, pues el interés parece crecer con él, sin que tenga un rector encima que le sugiera. Me miro en la imagen del sobrino de nueve años y me gusta creer que soy yo pero, eso sí, con una cierta superioridad sobre mí mismo. Como si su presencia de esta época complementara la presencia de mis nueve años en aquel tiempo y lugar tan diferentes. Oigo con frecuencia en el entorno: es que hoy los niños saben mucho, y esta opinión se refiere más a la vida cotidiana que a lo lectivo, por supuesto. Un viaje a mi propio pasado a través de una energía en acción de nueve años. Cierto que uno ha olvidado muchos detalles sobre el comportamiento cotidiano de mi niñez. Cierto que aquellas frondas estaban más prietas e inextricables que ahora. Cierto que el viento era más monolítico y menos vario, pero los márgenes sobre la interrogación acerca del mundo, de la vida, de uno mismo existían. Y eran muy ricos. Y más valiosos si alguien, cerca de ti, te escuchaba atentamente. Aunque de entonces viene también aquella afición por los cuentos  -¡le contaban tantos a uno para distraer respuestas!-  que han jugado un papel fundamental en la vida ilusionada que uno ha vivido. Las vivencias con mi sobrino, ¿son solo un método para repensarme? ¿Una suerte de resiliencia con que afrontar lo desabrido de la edad provecta? ¿Una carga lúdica que invita únicamente a disfrutar por disfrutar? La risa se instala entre ambos. Malo el día que uno de los dos frunza el ceño. Por cierto, ahora recuerdo que tengo que jugar al futbolín de verdad con él y enseñarle a hacer tirabeques con que liberar energía contra botes de latón.



(Fotografía de Nobuyoshi Araki)


sábado, 18 de junio de 2016

Bípedos





Somos bípedos desde hace tiempo. Bailando para otros bípedos. Esperando que nos coreen, nos jaleen, nos aplaudan. Nos dediquen bellas expresiones. Nos brinden palabras enaltecedoras. Nos susurren con ternura. Somos bípedos que devolvemos los gestos unas veces. O que nos enrocamos presuntuosos en la vanidad, urdida de modales pasajeros. Imagino lo henchida que tiene que estar la destinataria del mensaje. Póngase en masculino para ampliar el campo de posibilidades y equilibrar la dedicatoria. Este bípedo, que mira y se apunta muchos de los mensajes de la calle, no acaba de sorprenderse de las confesiones que pueden trasladar al transeúnte las palabras escritas en una pared. Algunas rompen la trivialidad ordinaria. El ejercicio declaratorio que se muestra aquí tiene visos de autenticidad. Aunque nunca se sabe. La publicidad se superpone con sus ardides tantas veces a la sinceridad cotidiana de los bípedos... Creámonos el mensaje, no obstante ese punto dulzón, elevado para los que tenemos las sienes albas. Disfrutemos de lo inocuo. Obviemos que pueda contener un ápice de inicuo. Veamos también otros tipos de amor, a citar: Vindicación de Sintaxis. Triunfo de Ortografía. Corrección de Caligrafía. No es poco para los bípedos. Aunque nada comparado con aquello de bajar de los árboles.


 (Nota Bene. Quién pudiera sumarse a los felices 19)



jueves, 16 de junio de 2016

Aquellos estos árboles, 19




"Como una mano en la hora de la muerte se crispa, 
mi corazón se encoge".

Robert Desnos, de A la misteriosa.



No hay muerte más inimaginable para un hombre que la de un pájaro.

¿Será esa la razón por la que desviamos con urgencia la vista del asfalto, cuando vemos  con lástima que al ave se le truncó el vuelo para siempre?

La desazón nos convoca inclemente. Corremos a apartarnos de nuestra propia, previsible, caída.





miércoles, 15 de junio de 2016

Aquellos estos árboles, 18





"Nunca tendré de nuevo
todo aquello que tan pronto perdí..."

Konstatino Kavafis, Días de 1903.



A escasos días del solsticio el golpe tajante de un cambio en el clima sorprende a los hombres y les distrae. Les hace dudar. ¿Debemos avanzar o nos quedamos donde estamos?, parece decirnos la jornada nublada, áspera, incluso fría. Probablemente cuanto llegue de ahora en adelante tendrá un efecto paraclimático. Tal vez tampoco ya sea normal. Tengo un amigo que echa la culpa de tanta incertidumbre a las manifestaciones variables y caprichosas de la naturaleza. Cuando le señalo que es como responsabilizar a nuestra madre o justificar nuestras ineptitudes con quien menos culpa tiene me da la razón. Pero insiste con un elevado grado de acritud: necesito hacerlo para no tener que odiar a los hombres.



(Actor Toshirō Mifune)


lunes, 13 de junio de 2016

Aquellos estos árboles, 17





Nada hay imperecedero. Pero algunas situaciones, rostros, acontecimientos que alguna vez fueron, hoy todo ello meras imágenes al fin y al cabo, siguen gravitando dentro de nosotros a medida que pasan los años. Todo tuvo su tiempo y los espacios fueron ocupados, siquiera fugazmente, y concedimos valor y consistencia, sin advertir que del mismo modo que llegaban a nuestras vidas iban a ir diluyéndose poco a poco. De todo lo que fue queda un poso nostálgico, pero cuanto tuvo de tangible nos hizo ser felices. Eso aún nos proporciona satisfacción. De todo lo que pudo ser aún revolotean los pájaros exóticos que no llegaron a habitar junto a nosotros, aún nos estremecen los cantos oceánicos que mecieron sueños de calado, aún nos emociona el lenguaje de los pequeños gestos que se interrumpieron a mitad del camino. Cuando la longevidad, ay de mi grito risueño, haga todavía su guiño definitivo, resonarán a la desesperada los acordes de algo que una vez pudimos nombrar. Pero también sonreiremos desde nuestros labios amoratados, instigados por una latente ingenuidad, imaginando por ejemplo el calor que nunca llegamos a fijar en nuestro calor. Es lo que tiene seguir siendo un candoroso y sensual irredento de por vida.




sábado, 11 de junio de 2016

Aquellos estos árboles, 16





"La vida no es un problema que tiene que ser resuelto, sino una realidad que debe ser experimentada".

Sören Kierkegaard




Haz y envés de un envase cualquiera. Metáforas, y algo más, de la cara y cruz de una vida, aunque no de cualquier existencia. Aquella imagen, no estoy seguro de si se trataba de la cara principal o de la opuesta, de un paquete de cigarros que ha quedado para testimonio de la longevidad (y no voy a ser modesto: de la mía, espero) Por qué tenía las características de una especie de acta notarial no lo sé. Que el usuario sentía la necesidad de dejar constancia de su particular declaración de cese de uso está fuera de dudas. Un símbolo, dejar escrito: dejé de fumar en tal fecha a la salida del hospital...Una resolución que no fue por indicación facultativa. Acaso el rigor de un hombre ordenado, tal vez un capricho, quién sabe si una manera de demostrarse a sí mismo de lo que se es capaz a cualquier edad, incluso avanzada.  Es curiosa la vida de los seres humanos. Unas décadas antes él, cualquier otro, yo mismo, hubiéramos pregonado a los cuatro vientos que hemos hecho tal cosa o visitado tal lugar o encontrado con una persona significada o adquirido un objeto que nos deslumbraba. La vuelta, el envés, del tiempo nos susurra otro tipo de mensajes. Dejé de hacer...dejé de creer...dejé de tomar...dejé de acercarme a...Certificamos poco a poco que abandonamos prácticas que nos parecían eternas, conductas que pensábamos que jamás cambiaríamos, gustos que ya no degustamos, sueños que no nos privan, amores que ya no amamos, complicidades que se viven de otras maneras. Vivimos para creer (y desear y pugnar por mantener) y vivimos para descreer (y olvidar y librarnos de las competencias y de lo subsidiario que nos incordia) ¿Cambiamos con los años? Cambiar no explica nada. Prolongamos el campo de nuestras posibilidades, las que nos proporciona el pecho pero también el dorso. Vivimos en dos direcciones. La conciencia de cuál de las dos prima en cada uno de nuestros espacios y horas nos hará más serenos. Vivimos con el peso de lo de atrás y con la incertidumbre de lo de delante. Tengámoslo claro. Evitará que aquella teoría de la angustia de Kierkegaard nos aniquile estúpidamente.



jueves, 9 de junio de 2016

Aquellos estos árboles, 15





"A mi padre, quien a los 84 años aún no fuma".

Dedicatoria de Guillermo Cabrera Infante en su libro Puro humo.



Ahí ha quedado, en algún cajón de casa, con la fecha del último cigarro fumado. Cuando el fumador tenía apenas ochenta años y le quedaba aún década y media de vida. El tabaco, aquel tabaco, nunca le quitó la salud. Le interfirieron otras cosas, sin que tampoco pudieran con él. La guerra, el hambre, salir adelante, sacar a flote al resto de su familia original, la enfermedad lenta y progresiva de su mujer, la muerte de los hermanos, alguna de ella más injusta que otras. O yo mismo, las preocupaciones que le causé, por ejemplo. En realidad, él soportó cualquier clase de avatar con una buena materia orgánica. Y tesón, mucha tesón, hay que tener fuerza de voluntad era una de sus frases favoritas, para no dar margen a que los elementos pudieran con él. ¿Que emocionalmente sufría alteración? Naturalmente, era su temple. Pero su cuerpo, nunca excesivo ni en altura ni en peso, estaba señalado para resistir. ¿Fumar? Una práctica que hora no se ve. Jamás vi fumar con fruición, otros dirían estrés o ansiedad, a mi padre. Lo suyo era un acompañamiento medido, como la copa pequeña de coñac tras las comidas, o el faria ocasional. ¿Era lo suyo fumar? El caldo tenía más de liturgia que de veneno. Abrir el cigarro original, deslizar su contenido en un papel nuevo extraído de un librillo Abadie o Zig-Zag, darle la forma y la capacidad a su gusto, redondear con los dedos las puntas del cigarro, echar mano del chisquero, poner el cigarro en ignición. Segundo ritual práctico: inhalaciones lentas, bocanadas humorosas, evitar la menor estancia posible del humo en los pulmones. Cierto que no creo que la labor de aquellos Ideales tuviera los venenos que hoy tiene el más miserable cigarrillo. Acaso no todo fuera tabaco tabaco y ya se sabe, en tiempos peores la adulteración de los productos sería una tentación para los fabricantes. ¿Por qué fue siempre tan fiel a la labor del caldo? No lo sé, alguna vez una fugaz escapada a uno de los cigarrillos nacionales, canarios, que se iban imponiendo en el mercado moderno. Muy fugaz. Medir la vida, ¿secreto de longevidad? Saber quitarse a tiempo lo que el cuerpo dice que no precisa. No despilfarrar. No miserear tampoco, pues además de saludable puede ser sabio vivir armónicamente solo con lo necesario. El paquete de caldo que me encuentro de vez en cuando al desencajonar objetos me ayudan a desempolvar memoria. La memoria no es tabaco. Se la puede relegar a un cajón, obviamente, como esos cigarros. Se la puede volver a prender, la tentación de comprobar qué sabor atrapamos de nuevo. Lo que no sé es si inhalar memoria resulta más sano. ¿O depende de cómo la fumemos?




  


martes, 7 de junio de 2016

Aquellos estos árboles, 14





"Si es real la luz blanca
de esta lámpara, real
la mano que escribe, ¿son reales
los ojos que miran lo escrito?

De una palabra a la otra
lo que digo se desvanece.
Yo sé que estoy vivo
entre dos paréntesis."

Octavio Paz, Certeza.



De una orilla a otra, somos el río, formado de más aguas. Canalizado y, en ocasiones, para nuestra sorpresa, desbordándose. Nuestra fijación se ha acostumbrado a la dirección de su curso. Pero en esa mirada se extravía el horizonte, del mismo modo que nos abandona cuanto quedó atrás. Recuerda: somos aún aquellos niños observando la vía del tren. Sin retroceder y creyendo que avanzamos. A pesar de nuestra mirada la confluencia ajena nos hace erráticos y ella se muestra más lejana. Olvidamos con frecuencia que, en realidad, no vamos a ninguna parte. Las gotas de las que estamos hechos se han vuelto más líquidas, ¿o se han evaporado?, tras cada impulso imperceptible de la corriente. La dirección temporal, efímera,  oculta el verdadero sentido de la marcha: el que nos permite navegar entre dos riberas. Entre dos márgenes blancos. Donde ni escribíamos antes de ocupar la página ni donde jamás volveremos a emborronar después. Sin embargo, yo sé que estoy ahí...Aquí.





domingo, 5 de junio de 2016

Aquellos estos árboles, 13




"Matamos lo que amamos. Lo demás
no ha estado vivo nunca".

Rosario Castellanos, Destino.



¿Porque no sabemos alimentar aquello que una vez el azar puso en el camino de nuestra necesidad? Matamos el amor carne, el amor afecto, el amor memoria, el amor convivencia, el amor amistad, el amor entrega, el amor conocimiento, el amor esfuerzo, el amor salud...Al hablar así uno parece un siniestro personaje teológico elevando y reduciendo todo al amor. ¿Matamos por apropiación, por cansancio, por suplantación, por abandono, por superación en definitiva? Obsesiva persecución de un ser nuevo que sustituya al anterior dentro de nosotros, al que considerábamos agotado. Insistente ejercicio en que dos Yo se atraen y se repelen, utilizando para ello cuantas personas y situaciones nos rodean y a través de las cuales buscamos una afirmación siempre inconclusa. Pero no, no todo es amor, ni siquiera muchas cosas que creemos, más que pensamos, como amor no son sino meras pinceladas de probarnos en nuestra condición. Damos vida solo a lo que odiamos, insiste la poeta mejicana. Otros poetas hablan de la muerte del amor como hablan de la muerte del dios o de la muerte de la civilización. Nada muere porque acaso nada se engendra conforme a nuestras íntimas apetencias personales. Aquella voz, aún la recuerdo, que escuché en cierta ocasión decir: ¿es que hubo alguna vez una creación del amor?, resuena como desnudez, se instala como negación. Nos ocupa como conciencia, esa gran herramienta en un continuo acontecer y hacerse. Salvamos lo que odiamos porque no soportamos el vacío. Amor y odio necesitan alimentarse mutuamente dentro de nosotros. Etcétera. ¡Basta! El hombre sensato que me circunda, que entra y sale de mí confuso o ilusionado, tira de esta piel neuronal. Pide que me deje de conceptos abstractos, convencionales, vagos. A los poetas, susurra, no hay que hacerles caso. Como no hiciste caso a todos los demás clérigos y brujos que desde el principio de los tiempos inventaron palabras y órdenes huecas donde apenas se reconocía al hombre.




(Fotografía de René Groebli)



viernes, 3 de junio de 2016

No se puede uno fiar ni de su papá



No se puede uno fiar ni de su papá, ya digo. Te descuidas un poco y a la primera de cambio, zas, te la juega. Aunque el que juega eres tú, o eso has dicho. Y la palabra jugar tiene varios significados, así que uno puede acogerse libremente a cualquiera. Te despistas un poco y tu padre te la envaina con Hacienda. Por supuesto, vosotros habéis sido buenos chicos, acaso papá-Hacienda os ha mirado con malos ojos. Que no, que no se puede confiar en los papás. Ah, aquella figura sublime, respetuosa y respetada, protectora y ejemplar, ¿que fue de ella? No puede uno confiar ya en la divinidad-papá, los Reyes Magos-papá, en el pensamiento-papá, en el Estado-papá, en las emociones-papá, en la sociedad-papá. Antes habría que matar al padre, versión freudiana o lacaniana, a elegir, y haber crecido. Un hombre que crece es algo más que generar semen en sus vesículas oportunas o ser un habilidoso del balón, por ejemplo. Por supuesto, cotizar y declarar fiscalmente lo que corresponde también denota calidad de adulto. Pero ya se sabe que eso es propiedad de los obreros y empleados a nómina clara y concisa, porque no nos escapamos por ningún lado. Yo no quería, fue mi papá, fueron otros que nos aconsejaron mal (entiéndase que muy bien pero que no salió bien la jugada, la fiscal no el pase a gol) Déjenme ser jocoso para aliviar la irritación. Todavía está por estallar la burbuja futbolera. Pero claro, si nos van a decir desde los clubes que la culpa era del papá...




(Imagen tomada al albur de internet)