"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





domingo, 27 de septiembre de 2020

Cuentos indómitos. El lenguaje de las manos

 



"Un hombre hay que se escapa, por milagro,

                 de tantas agonías".


Pedro Salinas, El contemplado, Variación XII.


Quédese a comer, escuchó decir a Jacinta un juez medio estupefacto. Creo que usted necesita contarme de su pasado y yo necesito oír hablar de un pasado que no tuve. ¿No le preocupa que los vecinos piensen mal, ahora que está usted sola y no se ha resuelto la desaparición de su esposo?, le preguntó Ordóñez. Ella esquivó la pregunta y el juez no esperó tampoco respuesta. Es como si yo estuviera haciendo unas diligencias de un caso o aportándole información a usted, ¿verdad?, dijo para reducir supuestos temores. Ambos se sorprendieron un poco de aquel argumento que parecía responder más a una ocultación clandestina que a una entrevista entre adultos y echaron a reír. 

El juez economizaba siempre sus risas pero una sensación sincera de bienestar sacaba de él unos reflejos contenidos en otras situaciones. Tiene usted unas manos prudentes, dijo de pronto Ordóñez, y ella se las miró. ¿Por qué prudentes?, dijo. Las manos son grandes o pequeñas, con dedos cortos o largos, flacos o regordetes, lozanos o ajados. No necesito describir mis manos puesto que usted las ve. ¿Qué más observa usted en mis manos que yo no vea? El juez buscó justificar su calificación. Veo los gestos. Estamos siempre más pendientes de nuestras palabras y hacemos complicidad de los gestos, pero estos tienen vida propia. Y de las manos cabe esperar un lenguaje paralelo, una expresión cargada de vida, aunque al ejercicio de su propiedad nos limitemos a llamar tacto. Jacinta le miró con la actitud de quien está hablando con un individuo diferente al que había conocido antes. Le sorprendía su labia sincera. Ah, ¿quiere decir entonces que lo que es cauto es mi tacto? Lo intuyo, replicó el juez. Su modo de elevar y girar las palmas, de medir los pequeños espacios que acompañan a sus palabras, la dirección ponderada de los dedos, los roces que se traen entre sí, el modo pausado que tienen de tocar los objetos. Dedos que ni acusan ni señalan ni se retraen. Manos que emiten sonrisas y dedos que acarician con mimo incluso el aire. Usted, Jacinta, habla y siente más con ellas que con su boca. 

La mujer trató de ocultar cierto rubor con una sonrisa torpe, lanzándose a fecundar la conversación. Pecaré de indiscreta, pero me gustaría saber si usted escudriña tanto a las personas afectadas en los casos judiciales como lo está haciendo ahora conmigo. Mire, y el juez agitó un respingo controlado, son observaciones diferentes. En mis casos profesionales se trata de examinar. Ahora solo pretendía aprender. Hay una diferencia de conocimiento. En lo judicial uno se encuentra mediatizado por las leyes y escéptico ante acusadores y acusados. Cada cual va buscando su propia salvación. Es una mecánica que, naturalmente, hay que llevar a cabo con escrupulosidad. A eso llamamos impartir justicia. Claro, usted podría ahora objetar: pero impartir justicia según una mecánica de pruebas no es necesariamente hacer justicia. Y no iría descaminada. Pero no es el tema a dilucidar ahora mismo. Mientras que en estos momentos, en que no nos une ningún asunto más que una conversación entre amigos, mi visión no depende de normas ni de criterios de leguleyo. Ella estuvo a punto de saltar: ¿Cómo que no nos pone en contacto la desaparición de mi marido?, pero se mordió la lengua, pues sabía de sobra que no había ninguna búsqueda oficial, a diferencia de lo acontecido en el caso del agrimensor, lo cual apaciguaba su inquietud. 

El olor de un asado llegó hasta Ordóñez y este se hizo más mundano. Le acepto la invitación, dijo, pero no me obligue a hablarle de mi oficio. Ni yo quiero, precisó la mujer. Ya le he dicho que prefiero que me hable de su pasado. Yo, al fin y al cabo, apenas he salido de San Joaquín y escucharé con placer cuanto me informe del mundo, aunque se lo invente. ¿Y si mi pasado es oscuro, señora?, planteó el juez. Ella sonrió pícaramente. Más a mi favor, siempre es más interesante oír hablar de los demonios que de los ángeles.





viernes, 25 de septiembre de 2020

Aforismo de las actuales circunstancias



 

Creo que a los que habitamos en este país nos sobra crispación y nos falta bondad para con nosotros mismos.



miércoles, 23 de septiembre de 2020

Otra hoja roja que se lleva el viento. Entre Prévert y Juliette Gréco

 




Me telefonea a hora intempestiva una voz casi olvidada. Allo, Héctor, dice. ¿Recuerdas cuando escuchamos por primera vez Las hojas muertas? Era otoño, como ahora, y justo ahora cae otra hoja de nuestro pasado. ¿Siempre llamas a tus viejos amigos, respondo, cuando un personaje olvidado pasa a ser olvidado del todo? Mi tono entre incómodo y escéptico no parece alterar a la mujer de la llamada nocturna. Yo sí recuerdo, insiste. Fue un día a la salida del liceo nuevo de Montrouge. Tú parecías tan enternecido por aquella canción que ya había cantado Montand y que acababas de descubrir de voz de la Gréco. Me llevaste al bistró de tu abuelo y pusiste la gramola a todo pasto para mí. No pegaba allí, en medio de los humos y las voces de carreteros y taxistas, aquella melancolía hecha poesía y hecha mujer. Pero tú estabas emocionado. Sandrine, me dijiste, estoy leyendo a Prévert, y abriste aquel libro, Palabras, y recitaste un poema titulado El otoño, que entonces me pareció cursi y tú decías que era surrealista. No me acuerdo de tanto, replico algo desaborido. Pues yo no lo he olvidado, dice la voz al otro lado del teléfono, y lo recita a su vez:


Un caballo se desploma en medio de una avenida

Las hojas caen sobre él

Nuestro amor tirita

Y el sol también.  


Héctor, ¿por qué nos atraían las voces melancólicas  cuando apenas estábamos descubriendo la atracción de la vida? ¿Porque nos gustaban los poemas de Prévert o porque ambos éramos unos corazones frágiles? No lo sé, respondo a Sandrine. También yo podría preguntarte: ¿Me llamas por la muerte de Juliette Greco o porque la canción te vuelve más frágil? Sandrine: A estas alturas no podemos ser más frágiles de lo que fuimos, o acaso lo somos de otro modo, con otra naturaleza. No, no te voy a recitar los dos primeros versos del poema, ya sabes, Me gustaría tanto que recordaras / aquellos años en que tú y yo éramos amigos...Pero lo acabas de hacer, Sandrine. Y si te pones así, yo podría acabar con otros versos del final del poema, aquellos que dicen: Pero la vida aleja a los que se aman / muy dulcemente, sin ruido...Silencio al otro lado. ¿Estás ahí, Sandrine?, digo. Sí, brindemos por otra hoja caída de nuestra memoria, dice una lenta y pesada voz que apenas reconozco.








lunes, 21 de septiembre de 2020

El silencio hablado de las sibilas

 


Cuando paso por el museo me coloco en un ángulo discreto de la sala y las contemplo. Estas sibilas musculosas y abstraídas no miran al cielo, aunque su cabeza en altura diagonal lo parezca. Tampoco escudriñan el futuro, pues bien saben ellas, como cualquier humano, que el futuro es vana invención.

Me admira la pose soberbia y firme con que tratan de alejarse de un humano cualquiera. A este le limita el presente, que tantea unas veces teniendo en cuenta el pasado, otras arriesgando alocadamente. Pero si un hombre, reflexionando sobre sus actos, trata de articular lo acontecido atrás y cuanto le involucra en su actual situación su mirada se extravía hacia el espacio horizontal cuando no hacia el subsuelo. Más de un artífice labró a su hombre pensante en actitud de caída. 

A mí me gusta más escuchar a las adivinas que contemplarlas. Y pienso por un momento si la manera de mirar no será a su vez un modo de escuchar por mi parte. No deja de fascinarme esa lograda postura de misión premonitoria con que les ha dotado el artista. ¿Qué esperáis?, les pregunto. Me parece oír su repuesta: ¿Qué esperáis vosotros? Pero ellas, sin girar su rostro, sin osar inclinar la cabeza hacia el paseante mediocre, se limitan a tamborilear tenuemente sobre sus carrillos. Porque las sibilas no responden por las buenas a cualquier mortal, sabedoras de que ellas no están para sacarnos las castañas del fuego. Cuántas veces fracasarían en sus intentos de consejo durante los lejanos tiempos en que eran utilizadas por los hombres de gobierno. Cuando estos acudían hipócritamente a ellas para justificar después sus desatinos y malas decisiones. Una duda tonta me asalta: ¿desearán en nuestros días recurrir a ellas los dirigentes de las élites de poder? Confiados en sus equipos directivos, seguros de sus asesores, atenidos a las cifras, aferrados a una telaraña de mecanismos y delegaciones, haciendo que hacen y diciendo no más de lo que dicen, los gobernantes se equivocan una y otra vez. Y la enorme masa de población que fiamos nuestro destino a quienes controlan y dirigen la sociedad somos tan ciegos de dirigirnos mendicantes a ellos como si fueran adivinos. 

Miro a las profetisas con la intriga de niño crecido, y me susurran que ellas no se responsabilizan de las acciones humanas ni se hacen eco de nuestros fallos. Su imagen quedó postergada para siempre en los viejos relatos épicos. Pero las tallas del artista me transmiten sus mensajes ocultos. Creed más en cada uno de vosotros mismos, me llega en su dialecto de la Fócida. Mientras no lo hagáis y luego os pongáis de acuerdo no superaréis vuestras incertidumbres y desasosiegos.




Conjunto de sibilas, obra de Alonso Berruguete (Paredes de Nava, 1490 -Toledo, 1561) del Museo Nacional de Escultura de Valladolid.


jueves, 17 de septiembre de 2020

La excursión por el lago Yamanaka

 




Se las veía contentas. Todo el empeño hacendoso que ponían cada día en sus trabajos y atenciones con los demás lo dejaban fluir al empujar la barca. El día se había despejado, las aguas amansaban las orillas, el lago atraía el vuelo de aves tenaces a la captura de los peces saltarines. Podría decirse que todo emanaba complicidad con las mujeres. El aire suave que mecía los juncos, la luz que protegía la quietud del lago, el paisaje extenso que proponía a la mirada una huida sin fin. Incluso el Fuji parecía más regio que nunca, desplegando su amplio kimono de plata. Iban agitadas, como adolescentes. Sus vestidos no eran impedimento para poner en acción los remos. Me provocaron entre risas y gestos. Adiós, abuelo Tsurumatsu, ¿no quiere venir? Anímese, donde caben cuatro caben cinco, y la embarcación puede con todos. Yo les respondí: divertíos, ya he navegado lo mío. Pero ellas insistían en provocarme. Nuestros remos son los más sólidos que usted haya podido manejar. Seguí el juego: No lo dudo, pero siempre me tuve por mejor timonel que remero, así que no podríais conmigo. Insistían tanto que casi me hicieron creer que me lo proponían en serio. De pronto pusieron un tono de confidencia. ¿Sabe una cosa, abuelo Tsurumatsu? Nos fugamos, no vamos a volver, véngase con nosotras hasta el otro lado del lago y quien sabe si de la prefectura. Usted ya ha vivido mucho tiempo en el pueblo. No volváis si no queréis les dije, pero el pueblo perderá su sustancia, aunque probablemente vosotras ganéis más. Por cierto, si cuando se os eche en falta me preguntan si os he visto, ¿qué digo? Dígales que vio cómo nos secuestraba el pájaro Yatagarasu y nos llevaba a todas por los aires, pero que esta vez en lugar de tener el ave tres garras tenía cuatro.



Chitón cuenta de la excursión de las mujeres en el enlace:

https://ehchiton.blogspot.com/2020/09/las-mujeres-de-la-naturaleza.html


(Ilustración de Katsushika Hokusai)


martes, 15 de septiembre de 2020

El día que conocí a la mujer libre

 Laura Vicente


El día que hice esta fotografía la conocí. Si dijera que es la que miraba al fotógrafo con atención no aclaro mucho, pues todas estaban expectantes, circunspectas y pendientes del flash. No se encontraba ella entre las más escondidas ni tampoco entre las que esbozaban sonrisa. Tampoco era de las de rostro más grave y menos todavía de las de apariencia ausente. Ninguna de las presentes podía ausentarse ante la eternidad de una fotografía. No voy a entrar en características anatómicas ni en formas de vestir, muy similares tanto en unas como en otras. De las alturas de aquellas mujeres ¿qué podría decir para dar pistas? Las de las primeras filas, dominantes en el grupo, no se llevaban mucho entre sí. Y la que daba más alta se debía a un sencillo calzado pequeño burgués que decía más de su desclasamiento que de su talla. Me niego a señalar que se trataba de la joven situada en tal posición a contar desde la izquierda o desde la derecha. Ni de si se colocaba junto a la de rizos o tras la de busto generoso. Y tampoco me parece oportuno indicar si llevaba un uniforme de oficio o un vestido a la moda. Aquel día todas estaban galanas y, no obstante la aglomeración, se respiraba flagrante. En resumen, que decoro y buena presencia no les faltaba a ninguna de nuestras obreras. Si diré que ella, y debo revelar ahora que fue con la que conviví un tiempo después, hasta la separación de sangre y fuego a que nos condujeron las circunstancias no deseadas, mostraba doble mirada. O triple, o cuádruple. Con aquellos ojos que procedían de un campo abierto y extenso, un espacio que sugería algo así como que nunca hubiera tenido origen y no revelase poseer destino, me observó mientras colocaba el trípode, a la vez que ordenaba el agrupamiento para que pudieran salir todas, misión imposible, en la imagen. No fue fácil hablar con ella al final de aquella sesión  pasajera. Todas las demás la reclamaban como si su opinión fuera decisiva. Yo tenía que volver al periódico y ella se veía obligada a atender a muchas de las asistentes, precisadas de consignas y ahítas de resoluciones que debían dar a conocer entre las mujeres de la ciudad. Estaba ya a punto de recoger la cámara para irme cuando, sorprendiéndome, interrumpió su tarea, se acercó y me dijo: ¿Cuándo va a salir el reportaje? Yo le respondí, aun no sabiéndolo con seguridad: mañana mismo si no tiene inconveniente el redactor jefe. ¿Puedo hablar contigo después de la publicación si no me ha gustado algo? Yo pensé: y si te ha gustado también, pero omití decirlo. Le respondí que naturalmente, que era una persona que corrige errores y deshace entuertos. Ella rio, yo me confundí, y entonces vi con claridad lo que había en el fondo de su retina. Fue aquello que observé lo que tiró de mí con fuerza incontrolable y lo que interrumpió para siempre mis días indolentes.




domingo, 13 de septiembre de 2020

Un poema recuperado, no sé por qué

 



Llegada


Vino a mí: el padre 
mirando sus manos de escribiente 
pensó en sí mismo y dijo: 
he aquí que llegas 
y ella la mujer de la otra tierra me ha concedido 
el don de que seas parte de este suelo maculado 

eso dijo y cuando tomó entre sus dedos mi levedad pensó: 
serás mi obra y te conduciré más allá de las adversidades 
eso afirmó y necesitó creer 
para sostenerse a sí mismo 
para apartar de su memoria los tiempos difíciles 
para probar que ser padre y hombre 
es ser una y otra vez hombre 

el padre empezó de nuevo a sentir a través de mí 
orígenes que nunca había olvidado del todo
y también a renunciar 
porque un padre debe creer en lo que transforma 
y compartir cuanto ofrece 
y aunque se rodee de incertidumbres es firme: 
no hay un camino seguro pensó 
pero lo labraré para ti 
deseó 

pues un hombre que llega con otro hombre
desde su misma sangre 
ya no sabría hacer otra cosa sino esperar al hijo 
toda su vida
y temer por él


(Las noches desasosegadas no sé qué tienen que se libran combates en ellas. Combates con la imagen, combates con fantasmas, combates con la oscuridad, combates con el propio desorden. Y cuando en un golpe de sueño, cuando no eres tú pero sigues siendo tú, cierta fuerza interrumpe la vigilia de temores y algo de ti se recupera. Y al despertar nuevamente, mientras la red de los espectros sigue tendida y tú eres un insecto inane atrapado sin apenas resistencia, te aferras a una pista emanada de aquel sueño, y antes de que se desprenda de nuevo de tus manos intentas seguirla. Tratas entonces de pergeñar un leve apunte en la libreta de la mesilla, o intentas un esfuerzo vano de memoria, pero la mente está pesada y cruje y oscila a punto de rendirse una vez más. Escuchas la sangre y temes que se apelmace en algún espacio recóndito de tu cuerpo. Te esfuerzas en visualizar tus tejidos celulares con un afán imposible y los ves rebeldes. Te acucia una pretensión obsesiva de adivinar el futuro de tus días y el pavor te acorrala. Piensas en los que te precedieron y pasaron por cuanto tú pasas ahora. Te concentras en lo que no comprendías cuando ellos vivían. Para darte ejemplo de entereza callaban. El desasosiego de la noche, que ya ha quedado atrás, te pone sobre la huella de un poema que escribiste hace tiempo con objeto de curar tus propias heridas. Y hoy, ahora, lo rescatas. Y ahora lo recitas. Somos hijos de otra permanencia, mientras se desgasta la que nos califica día a día)  




viernes, 11 de septiembre de 2020

Tentadora Diana Rigg, no ibas a ser vengadora eterna

 

Emma Peel - Adarve Granadino


No convenía ponerse delante de esta peligrosa dama. Pero no éramos delincuentes, sino críos, y aquella creación televisiva rezumaba demasiada woman's appeal como para no ceder a los riesgos. Así que nos colgábamos todas las tardes ante la pantalla para ver la serie en que dos actores británicos, Diana Rigg y Patrick Mcnee, encarnaban a Emma Peel y a John Steed: Los Vengadores. Ella. envuelta en sus trajes de cuero negro, ágil como un jaguar, resultaba colaboradora inequívoca de su compañero John Steed para defender al Imperio y el Orden frente al mal. El personaje Peel encarnaba valores propios de los 60, los de mujer liberal, independiente, capaz de valerse por sí misma y de demostrar tanto carácter o más que el patrón masculino al uso. Características representadas por los trajes simbólicos, ya fuera el ajustado combinado chaquetilla o jersey y pantalón de cuero, o el de trajes de diseño minifalda que empezaban a ser rompedores en la moda de los felices sesenta. Mary Quant estaba ahí.

Recuerdo que a la hora vespertina, sentados el grupo de amigos en un banco para nuestras entretenidas confidencias ya rebeldes, era inevitable comentar la serie. También incidir en las ironías de corte británico, ese humor especial que a veces disimula que lo sea, con que siempre se remataba cada capítulo. También captar las sugerencias y tentaciones de una complicidad de pareja que parecía ser solamente de trabajo pero que traspasaba el guión para que los chicos díésemos un paso al frente y releváramos al actor. Al fin y al cabo aquel woman's appeal que emanaba la mujer de negro, en una serie rodada en negro, ¿no estaba diseñado para complacer el sentido íntimo del espectador? Mi amigo M. se enamoró perdidamente de Diana Rigg y no hubo manera de quitársela de la cabeza hasta que conoció a una chica de carne y hueso, también intangible y efímera por entonces, pero al menos de visibilidad de este mundo. 


(Diana Rigg ha dejado la vida con 82 años. Los espectadores de las últimas generaciones la habrán visto actuar en Juego de tronos. Pero esta Diana, por su papel y por su edad, ya no cumplía el rol de vengadora de la serie. Y se han perdido a la apasionante detective)


Femina | Que sont-elles devenues? Diana Rigg, d'Emma Peel à Game of…

Agora de Ideas: Los Vengadores, el estilo británico de los 60


miércoles, 9 de septiembre de 2020

Tener menos que nada en Lesbos

 

Un segundo incendio ha sido declarado este miércoles en el campo de refugiados de Moria, afectando a zonas que no habían sido alcanzadas por las llamas hasta ahora. En la imagen, varios refugiados abandonan el campo de Moria con algunas pertenencias. A sus espaldas, una gran columna de humo.

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"Acampados estamos muy lejos de la tierra patria, en el mar apoyados".

Homero, Ilíada, XV 740


Hay días en que uno siente la vaciedad y la vergüenza. Los que ya nada tenían tienen menos. ¿Qué clase de matemática aplica el orden del mundo humano?

Incendios en los campos de refugiados de Lesbos. Un campo levantado para albergar a 2.800 personas, pero donde estaban recluidas casi 13.000. Grecia. Unión Europea. Mare nostrum. ¿Nostrum?

Y en mi ciudad hay gente se queja de que el covid 19 les haya dejado sin las fiestas tradicionales. Para tradición la de la miseria humana. Ay.


(Fotografía tomada de El País/ Fotografía tomada de Deutschland Welt)


lunes, 7 de septiembre de 2020

El orden de las cosas en un cuento japonés




"¡Oh mentes desdichadas de los hombres, oh espíritus ciegos! ¡En qué tinieblas de vida, en cuán grandes peligros se consume lo poco que hay de tiempo! ¡No ver que la naturaleza no reclama para sí otra cosa, si no es que el dolor esté lejos retirado del cuerpo y, apartada de inquietud y temor, gozar de una sensación de bienestar en el espíritu!".

Lo dice Lucrecio en el Libro II de La naturaleza de las cosas, y uno, en estos tiempos de aflicción, confusión y dudas en que vivimos se queda pensando con reservas, expectante pero se quisiera también esperanzado. Y como nunca hasta ahora ha anhelado que el dolor esté alejado, clamando porque la inquietud vaya perdiendo peso, que el temor se rebaje, que lo oscuro se torne transparente y que el goce más íntimo supla sabiamente al desconsuelo.

Chitón, en su serie sobre los ukiyo-e de Katsushika Hokusai, nos ofrece hoy un cuento.






(Ilustración de Balbi López Santos)

viernes, 4 de septiembre de 2020

Somos lo que la Taxonomía quiere que seamos

 


Nunca hubiera imaginado que yo -y tú y tú y tú, todos los que leéis esto- fuera, fuéramos, cuanto describe la Taxonomía. Estábamos hiper clasificados por los criterios de la ciencia biológica y yo no me había enterado. ¿Dónde encajará la siguiente especie, la que nos suceda cuando la nuestra flaquee o simplemente mute? ¿Cómo será denominada? ¿Quiénes se encargarán de modificar la Taxonomía? Pero bien pensado, los sucesores ¿se entregarán a la misma obsesión clasificatoria o resolverán el control con otro lenguaje más simplificado? Merece la pena leer de corrido la tabla de lo que somos, ya digo que según la Taxonomía. Con tanta nomenclatura ¿no se supera toda discusión ontológica, señores filósofos?


Taxonomía
Dominio:Eukaryota
Reino:Animalia
Subreino:Eumetazoa
(sin rango)Bilateria
Superfilo:Deuterostomia
Filo:Chordata
Subfilo:Vertebrata
Infrafilo:Gnathostomata
Superclase:Tetrapoda
Clase:Mammalia
Subclase:Theria
Infraclase:Placentalia
Superorden:Euarchontoglires
Granorden:Euarchonta
Orden:Primates
Suborden:Haplorrhini
Infraorden:Simiiformes
Parvorden:Catarrhini
Superfamilia:Hominoidea
Familia:Hominidae
Subfamilia:Homininae
Tribu:Hominini
Subtribu:Hominina
Género:Homo
Especie:H. sapiens


La fotografía es de una obra del escultor Bernardí Roig. La tabla está tomada de Wikipedia.


martes, 1 de septiembre de 2020

Göbekli Tepe, doce mil años nos contemplan (unas imágenes y una ficción caprichosa)




Gobekli Tepe (9500 a.C.), el Stonehenge de Turquía | Terrae Antiqvae


Me llamo Oguzcan y soy un ignorante. Quiero decir que si me sacan de mis labores agrícolas tradicionales y del cumplimiento rutinario de mi fe apenas sé del mundo. A veces leo en  el periódico de la provincia sucesos de otros países de los que desconozco dónde están. Ahí sí debo agradecer que me enseñaran en la madrasa no solo lo elemental de escritura y cálculo sino a distinguir el bien del mal. Aunque bien pensado ha sido la vida la que me ha seguido enseñando la diferencia entre el bien y el mal, sin que no siempre tenga claro cuándo elige uno con moral correcta o lo hace conforme a sus intereses o bien a lo que otros le obligan. 

Vida sin mayores aspiraciones, una guerra casi olvidada que me dejó cojo, varios hijos, algunas desgracias y este maldito y doloroso mal de la piedra que me ataca de vez en cuando. y al que agradezco no obstante que no me mate. Ese es el balance de los años que mi edad provecta tiene cada vez más dificultad en contar. Si no fuera por aquel acontecimiento donde lo antiguo y oculto  me ofreció su rostro podría decir que mi experiencia no ha sido diferente a la de otros individuos de mi generación. Pero el día en que, trabajando en la cuadrilla de obreros sobre un montículo, al que conocíamos de siempre como el monte panzudo, y al que subíamos corriendo de niños, rescatamos aquellos extraños y monumentales pilares casi me vuelvo loco. Había otro mundo bajo tierra. Había habido otras gentes mucho tiempo antes. Todo aquello, ¿tenía algo que ver con el país en donde vivo hoy?

Los que dirigían la excavación, profesores de universidades extranjeras casi todos, estaban tan perplejos  y excitados como nosotros. La diferencia es que ellos parecía que sabían algo y para los obreros y los primeros visitantes de aldeas cercanas todo aquello que surgía era un misterio total. ¿Cómo interpretar aquel espacio circular de dónde extrajimos tanta tierra? ¿Qué querían decir las figuras de animales labradas en la piedra? Los bloques donde aparecían brazos y manos, ¿eran gigantes? A las gentes del lugar solo nos habían hablado de nuestra cultura y religión, o de la república que se había formado a principios del siglo, pero todo esto que vomitaba el subsuelo ¿de qué tiempo y qué vidas se trataba? Los supersticiosos lanzaron el rumor de que podría ser cosa de seres de otros mundos, y en cierto modo no iban descaminados, y los arqueólogos enseguida precisaron que sí, que eran de otros mundos pero de los que habían existido antes en el mismo planeta en que habitamos, y cuya memoria se ignoraba y su existencia era desconocida.

Creo que cuando despejamos la tierra de los relieves, cada figura era una aparición que nos echaba para atrás. ¿Por qué observábamos con temor aquellas imágenes? Unas, porque eran de animales reconocidos por nosotros a los que temíamos. Otras porque eran extrañas y no se sabía de qué clase de seres se trataba. ¿O eran inventados? ¿O animales que habían existido y estaban desaparecidos desde hacía siglos?  Y ¿qué decir de aquella piedras monumentales, todas tan iguales, cuya parte superior sobresalía como si fueran cabezas? En los pueblos de la zona todo eran comentarios y habladurías. Que si cosa de diablos, que si procedía de gentes huidas por persecuciones, que si habían adorado a dioses que nuestra fe no podía reconocer jamás. En el café de Ümit no se hablaba de otra cosa al atardecer y hasta los niños se acercaban y ponían oído a nuestros chismorreos. Tengo que admitir que si bien nuestra religión no admite las imágenes aquellas esculturas nos entusiasmaron. Incluso hubo quien se hizo preguntas con mucha discreción. ¿Por qué nos hemos privado de esculpir en nuestras mezquitas o ciudades a otras especies o a la nuestra misma cuando civilizaciones antiquísimas ya sabían hacerlo tan bien? ¿Qué mal hay en hacernos acompañar nuestras aleyas con imágenes de la naturaleza? Que no me oiga, y Alá tenga misericordia de mí, ni el imán y mucho menos el muftí, pues nada hay más lejos de mi intención que ser un hereje. 

Pienso que unas ruinas no son un desecho. Que de ellas se puede aprender mucho. Que la existencia de culturas antiguas, con sus creencias pero también con sus formas de vida, nos pueden revelar muchas zonas oscuras de nuestra alma. Y, tal vez, cuando sepamos más de aquellas gentes que levantaron las edificaciones de la colina panzuda nos sirva su obra para entender la nuestra. O modificarla.




Nota. Este texto es una mera y caprichosa ficción inspirada en las imágenes del lugar arqueológico llamado Göbekli Tepe, en Sanliurfa, antigua Edesa, en Turquía. En principio se piensa que lo descubierto puede ser un santuario de gentes cazadoras y recolectoras de hace más de 11.000 años. De la época que denominamos Neolítico, anterior a las sociedades agrícolas y urbanas. Los interrogantes son muchos y variados. Pero parece ser un descubrimiento -y aún se ha excavado una pequeña parte- de primera magnitud que puede estar revolucionando los conocimientos que se tenían sobre aquel tiempo de la prehistoria. En la red hay una variada información. Las fotografías están tomadas de internet sin otra intención más que la ilustrativa.



Los misterios de Göbekli Tepe | Ancient Origins España y Latinoamérica

3. Gobekli Tepe: a flock of dodos in relief at the base of a central... |  Download Scientific Diagram

File:Göbekli Tepe Pillar.JPG - Wikimedia Commons

Gobekli Tepe-13 | Göbekli tepe, Prehistoric art, Ancient

Arqueólogos de Israel encuentran un patrón geométrico oculto en Göbekli Tepe  (Turquía), el “Templo más antiguo del mundo” – Arqueologia, Historia  Antigua y Medieval - Terrae Antiqvae


Tour de día completo de Gobekli Tepe y piscinas de Abraham desde Sanlıurfa  | Anatolia suroriental | 2020 | Viator

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