"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 30 de noviembre de 2017

La mujer del tren de Edward Hopper




¿Se puede leer un libro y a la vez vivir lo que se se vive en el libro? ¿Se puede contemplar una pintura, viendo de manera separada el tema, las formas, la escena y el tratamiento cromático, sin percibir que hay un ámbito que ocupas de manera refleja? Las lecturas y visiones pictóricas, o en general artísticas, son aquellas que se apropian de nuestros sentidos y que nos conducen a una comprensión emocional. Te pasa cuando vas con Celine al fin de la noche o con Leiris a la edad del hombre o a la caída de Camus o con Goya a sus fusilamientos y no digamos a sus pinturas negras. Emoción y sensación nos trasladan a entrar de lleno en un libro o en una pintura determinada. Y entonces vivimos las expresiones que se nos relatan en ambas. No, eso es imposible, dirán muchos, el emisor y el receptor solo se funden en el infinito. La lectura o la mirada a un cuadro, dirán, es entretenimiento donde entras en un argumento temporalmente  y sobrevuelas a él, pero siempre acabas aterrizando en la vida ordinaria que lleves. Más o menos como los sueños. ¿Y quién se queda en los sueños? Como mucho, te dicen, los libros y las obras de arte son medios de información y sirven para tener cultura. Domina ese criterio a mi modo de ver superficial. ¿De verdad creen muchos que si las obras interesantes de la literatura o de la plástica o de la música han influido tanto sobre los hombres es por su anodino carácter cultural? Algunos amamos ciertos libros porque estamos en ellos. Sentimos ciertos cuadros porque aparecemos en su interior. Los habíamos habitado siempre pero solo de vez en cuando caemos en la cuenta de ello.





martes, 28 de noviembre de 2017

Apunte sobre la mirada al hombre de Mircea Cartarescu



























"...Cada libro era una ranura por la que veía el interior del cráneo de un hombre. Eran unos cráneos con las protuberancias de la inteligencia, del valor, del orgullo, de la melancolía, de la vileza, delimitados y numerados con un bolígrafo. Abría cada libro como un cirujano que trepanara un cráneo y, para sorpresa del médico, en lugar de las mismas circunvoluciones y la misma sustancia cenicienta-marrón, irrigada por la arborescencia de los vasos sanguíneos, encontrara algo diferente en cada una de las duramadres desentrañadas: un niño acurrucado, a punto de nacer, una araña gigante, una ciudad en las primeras horas del alba, un pomelo grande y tierno, una cabeza de muñeca con los ojos vueltos hacia el interior. ¡Qué ósmosis tan curiosa se producía entonces entre mi cráneo y el de algún autor antiguo, de qué forma tan extraña se aclaraban entonces nuestras frentes!"

Mircea Cartarescu. Solenoide.

¿Por qué perder el tiempo en mirar las tontadas de los personajes que salen cada día en los informativos y periódicos? ¿Qué nos aportan las insidiosas tramas que, una vez transcurra el tiempo del escándalo, quedarán mortecinas para siempre? ¿Qué cuento de esos feos que presenciamos cada día no nos resultan farragosos, grotescos y carentes del mínimo interés? Y esos rostros con máscaras que hablan o alardean o sacan pecho para camelar a un público idiota o responden con dedos en uve a los vítores de una grey infatigable ante la farsa, ¿no son cansinos? Y esas figuras que se crecen ante un flash y prometen conceder y dicen que harán y aseguran con la boca pequeña integridad, ¿no nos resultan acaso increíbles a fuerza de lograr que descreamos? Y toda la matraca de los grandes anuncios para que compres el mundo y todas sus trivialidades de mínima duración en las grandes fechas en ciernes, ¿qué nos producen sino sordera, pesimismo y enojo? No nos dejan tiempo en ninguna parte para descubrir al hombre, sustituido por su propia banalidad. Para buscar lo que sea que haya sido y deba ser el hombre mejor asomarnos por la ranura de aquellas buenas lecturas que nos aportan la oculta veracidad. Para no sentirnos frustrados por el tiempo robado y las energías malgastadas. Dejemos las pérdidas para los que no saben sino procurarnos perder. 



(Imagen de Andrés Vesalio)

domingo, 26 de noviembre de 2017

Apunte sobre un Black Friday en Sinaí



O la vida a precio de saldo. Mientras aquí, es decir en todo el Occidente cristiano, laico y consumista, tenía lugar el día del comercio salvaje, denominado Black Friday, un monstruoso atentado terrorista en una mezquita del Norte de la península de Sinaí  -oh, el eco del reclamo bíblico-  se llevaba al planeta de las huríes a más de trescientas personas. Ni los mandamientos de Moisés sirven para impedir la matanza ni Alá y su profeta parecen parar el brazo del terror. ¿Son creyentes de la religión musulmana, organizados en una determinada facción, los causantes de la muerte de egipcios también musulmanes aunque de otra tendencia? Se han matado entre ellos, escuché el otro día, y me producía la frase repelús. ¿Y cuando se mataban entre sí los cristianos? ¿Cuando en nombre del Dios único se ha perseguido hasta el exterminio en nuestra historia más cercana? ¿Cuando se validan políticas cuyos efectos en muchas zonas del mundo se llama pobreza, desesperación e inanidad última? La vida a precio de saldo -manu sangrienta- de muchos países no tiene apenas eco en las sociedades occidentales y sus sistemas mediáticos. La oración en un templo tradicional está devaluada frente al culto eximio al ídolo del dólar o del euro. Black Friday for redemption.



(William Blake ilustra)

viernes, 24 de noviembre de 2017

Amores efímeros. La urraca














Se posó en el alféizar de la ventana, desafiando el frío. La miré y supe enseguida que no era un mero pájaro. Agitó su cuerpo, en un vaivén incesante. Escuché su graznido suave. Ven, dijo sin bajar la guardia. ¿Qué lado prefieres de mi plumaje, el negro o el blanco? Dudé si responder y ella lo comprendió. Mi parte blanca, dijo, te brinda el vuelo interior. Mi plumaje negro, la aventura expansiva. ¿Quieres elegir? Seguí dudando porque no veía que fuera necesario elegir entre el blanco y el negro. Se lo hice saber con cierta zalamería. Me gustas en la disposición de ambos colores. ¿Por qué tendría que separarlos, que sería lo mismo que dividir mi vida? La urraca hizo un movimiento majestuoso de sus alas, algo que no suele hacer ante cualquier mirada. Fue un instante y creí que se disponía a emprender el vuelo. Pero solo quería mostrarme la envergadura delicada y el tono contrastado de sus alas. Luego se detuvo y dio pequeños brincos en la poyata. Estaba claro que se exhibía para mí. No pudo reprimir su contento. ¿Me ves hermosa? Aquel cuerpo inquieto y a la vez seguro parecía corresponderme. ¿A dónde estás dispuesta a llevarme?, respondí. Su tono de voz era firme pero enternecía. No fue reproche, ni imposición. A tu alma atormentada, al principio de los días, a la isla de los sueños, propuso. Me precipité. ¿Tú puedes conseguir todo eso? La urraca entonces giró el cuerpo, me contempló divertida y fue contundente. Yo sugiero, tú lo intentas. Ven. Entonces comprendí la capacidad de seducción de un pájaro que supe que aun siéndolo no solo era pájaro. Abrí la ventana y emprendí el vuelo.



(Pintura de Qi Baishi)

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Apunte sobre huéspedes y huéspedes (o cuando dice George Steiner que somos invitados de la vida)













Huésped. Hace tiempo fue una palabra que me confundía. ¿Cómo es que se llama huésped a quien se aloja en una casa y a la vez también sea huésped quien da alojamiento? Sin embargo el rodaje que proporcionaba su uso aclaraba la confusión que no era y todos acabábamos situando a dos personajes que, uno pidiendo y otro ofreciendo, se complementaban. Huésped es un término maravilloso. Implica a dos partes con roles diferentes. Una es nómada y la otra sedentaria. (Me ronda el símil de los primitivos oficios, tal como el cazador recolector, el ganadero o el agricultor urbanita, que enfrentados al principio acabaron concediéndose mutuamente) Sin embargo el huésped que aloja y el huésped que es alojado parece que firmaran un pacto. ¿Circunstancial y pasajero? Tal vez solamente en la forma. Pues la necesidad es común y es la que fija la temporalidad. Y algo muy importante: el acuerdo sobre el uso de un bien y su prestación.

George Steiner dice una frase muy emotiva en su librito La barbarie de la ignorancia: "Somos invitados de la vida". Esta es la verdadera e inexorable revelación. La única que se puede aseverar. Steiner exclama con fuerte entonación: "¡En este pequeño planeta debemos ser huéspedes! El francés (ya vemos que pasa lo mismo en español) tiene un término milagroso casi intraducible: la palabra huésped denota tanto a quien acoge como a quien es acogido. Es un término milagroso. ¡Es ambas cosas! Aprender a ser el invitado de los demás y a dejar la casa a la que uno ha sido invitado un poco más rica, más humana, más justa, más bella de lo que uno la encontró. Creo que es nuestra misión, nuestra tarea". 

Aquí dejo de teclear y de tejer palabritas para entregarme a la abstracción de la hora nocturna. Solo me surgen preguntas con cierto resuello esforzado. ¿Realmente tenemos claro que somos invitados de la vida? ¿Somos huéspedes que mejoramos nuestro hospedaje? ¿Vamos a dejar en buenas condiciones la posada para próximas generaciones?




(Imagen de William Blake)

domingo, 19 de noviembre de 2017

Amores efímeros. La sombra





















Mientras duró el invierno, noches interminables y días apagados, no se conocieron. Ella iba de madrugada a la fábrica de gaseosas y volvía a casa con sus amigas cuando se había asentado nuevamente la oscuridad. Las jornadas pasaban como meras fechas de calendario y la luz era solamente una noticia que llegaba con los conductores de las furgonetas de reparto o con el comisario de la zona  que pasaba revista a la producción semanal. Varvara Tanirova, empleada 0567 de la fábrica estatal de refrescos, vecina del distrito de Zelenogrado, vivía del recuerdo de la luz de sus días de infancia, como casi todas las demás compañeras. A veces pensaba: habrá otro tiempo, será otra vida. Pero en aquella región del extenso país donde había nacido el sol era un prisionero de las tinieblas. Las horas soleadas fueron convirtiéndose en una obsesión para Varvara. Por los altos y estrechos ventanucos de la nave apenas se iluminaba la parte elevada. Dicen que si sales a la calle ahora verás tu sombra, comentaban algunas compañeras. Pero nadie allí dentro podía comprobarlo. Los repartidores se mostraban sarcásticos cuando llegaban de su ruta por carretera. ¿Quién quiere una porción de rico sol y un trozo de fresca sombra?, decían a carcajadas con cierta intención obscena. Entonces las chicas les pitaban y hacían amagos de tirarles botellas de las que iban envasando. 

Varvara Tanirova podría haber comprobado la escasa parte soleada del duro invierno de haberse levantado pronto los domingos. Pero el cansancio le pedía permanecer en la cama, cuando no el juego insatisfactorio con su amigo ocasional. Estás mejor conmigo, le decía éste cuando ella exponía aquel deseo cada vez más obsesivo. Pero no estoy enamorada de ti, le respondía Varvara. Nunca decía más. Su amor era secreto y tenía forma ajena. No lo imaginaba con olor acre ni con el sudor de otros músculos ni con la tosquedad no siempre placentera con que sujetaban normalmente su cuerpo delicado. El piso, un interior angosto y reducido, era como la fábrica. Oscuridad o luz tenue, sin elección. A veces Varvara Tanirova se sentía tentada a salir después de comer, pero temía decepcionarse. Puedo ver el sol, o lo que llegue de él si la neblina lo permite, pero y qué si luego me espera nuevamente el ambiente mortecino. Si un día salgo a la luz es para que me empape de ella, para quedarme siempre en ella, pensaba de manera más y más persistente. 

Fue en un día que se presentaba a dos luces cuando Varvara se sintió mal en pleno fragor de la cadena de envasado. Sintió que se desvanecía. Siéntate aquí, le dijo el responsable de la línea mientra la llevaba al rincón donde había una silla. Varvara se dejó sentar, se veía sin fuerzas y presintió que aquella era su gran oportunidad. La quisieron enviar al botiquín pero el comisario, que aquel día visitaba la planta, terció con su autoridad. Mejor que salga a la calle y se ventile. Lo que necesite. Cuando se te pase, vuelves, le dijo amable el comisario. La chica enfiló la recta principal de la fábrica, saludó al vigilante de la entrada y se dispuso a pasear en torno a los muros de la empresa.

Era todavía pronto y el cielo se fue abriendo generoso, como si se le ofreciera en exclusiva. Su reposición fue inmediata, pero siguió andando hasta la avenida de abedules, simulando decaimiento y dificultad en el paso. Al llegar a la vieja fuente jugueteó con los chorros de agua y refrescó su rostro. El sol se volvía más intenso. En ese momento la vio allí, desdoblándose contra el granito de la fuente. Si se distanciaba el perfil mostrado era completo. Si se aproximaba al murete del manantial la sombra se recortaba. El movimiento de sus brazos se multiplicó a su lado, como si aquel reflejo desconocido tuviera vida propia. Varvara estalló en un golpe de alegría solitaria. No había testigos que impidieran tanta liberación. Ejercitó varios movimientos de gimnasia mirando de reojo para comprobar cómo la sombra seguía un ritmo análogo. De pronto se detuvo. Quiso contemplar a su compañera, que reproducía una esbeltez algo más difusa que la de su propio cuerpo, pero sumamente fiel. Te he estado esperando desde siempre, dijo en voz alta. Ahora que te he conocido no puedo perderte. Si vuelvo a la misma vida no sabré qué es el amor. Varvara Tanirova se quitó la bata de trabajo, miró con desdén la fábrica que había dejado atrás y se dirigió por la Rabotnitsa Prospekt hacia un destino indefinido. Pegada a las paredes de otras fábricas y almacenes de la zona fue dando saltos con su amante, aprovechando el tirón de aquella luz que no quería desfallecer. Temí que no podría vivir sin ti, sombra mía, cantó con euforia sin que le importaran los transeúntes. Aprovechemos este cielo abierto y seamos una para otra antes de que caiga la oscuridad, dijo Varvara Tanirova mientras se abrazaba a sí misma, absorta y feliz por la mirada condescendiente de su sombra anhelada. 



(Fotografía de Aleksandr Mijáilovich Ródchenko)

viernes, 17 de noviembre de 2017

Sobre el más allá transfronterizo









Max y yo hemos comido hoy juntos. Para celebrar nada. De aperitivo un Eiswen, el vino de hielo de los germanos que entra solo pero con el que nos apetecía acompañar a unos mejillones de la Gallaecia de donde acaba el orbe. Después nos hemos comido una escalivada mojada por el aceite de arbequina de Tarraco, con un punto de vinagre de la Emilia Romaña francamente sutil. A continuación, tatatachán, una fuente mediana de jamón ibérico de Al-Andalus. Luego, aquí redoble de tambores y fanfarria, cuarto de lechazo de la vieja y profunda Castella, regado por un tinto crianza de Toro. Y de postre un delicioso turrón de Agramunt acompañado de cava del Penedès. Parecerá poco pero ha sido algo intenso y poliédrico para nuestros gustos. Max aún se ha tomado tras el postre una copita de pacharán navarro, pero yo no podía más. 

La charla ha fluido sin fronteras, es decir sin prejuicios ni soberbias ni pedanterías ni fantasmas ni temores.

No hemos brindado por otra patria ni por otra fe que por la amistad. La única en la que ambos creemos. El más allá del más acá.



(Pintura de Jacob Jordaens)

jueves, 16 de noviembre de 2017

Apunte sobre la personalidad truhana de los vivientes de la política


























Qué truhan estás hecho, solían decirnos de niños benévolamente. Eres un truhan, aún nos dicen cariñosamente de adultos, en una concesión de amistad cómplice. Todo referido a un comportamiento de enredo, de buscar las vueltas con inocencia o de simple manifestación simpática. Nada comprometido y todo muy afectuoso. Pero cuando se mira en el entorno más amplio, en ese ámbito social y político, pasado por la freidora de los medios de comunicación y la publicidad de los partidos, es cuando el enfoque varía, se vuelve más embarazoso y grave porque el vocablo señala actitudes y prácticas que dejan en entredicho a la política, a la ética y a los mismos individuos que medran a costa de ese mundo amplio de la representación ciudadana.

Individuos unos con poder e influencia, además de estar en el meollo del control de la gestión de sus propias organizaciones, que llevan años en los tribunales porque queda en entredicho no solo su comportamiento delictivo personal sino el del propio partido al que pertenecen, y que para más inri moral sigue gobernando. Individuos otros con poder e influencia que se lanzan a aventuras ilegales y trasnochadas para cuestionar -bien en serio, bien de mentirijillas cuando no les sale la jugada-  la organización social y política de los ciudadanos, hablando e imponiendo en nombre de todos cuando son solamente parte, que no dudan en arriesgar con la ruina a su comunidad, que comprometen a sus propios seguidores, y luego los traicionan, que tan pronto se van como vuelven, que se disfrazan cuando les interesa y se maquillan de nuevo cuando les parece, jugando a presentarse a elecciones como si nada hubiera pasado. 

He ahí dos prototipos de truhanes de nuestros días en la sociedad española. Truhanes sin ideas renovadoras ni revolucionarias. Truhanes solo pendientes de su beneficio, tanto económico como político, porque en la esfera de la gobernación no se distinguen ambos objetivos con claridad. Truhanes a los que, a pesar de todo, siguen ¿inocentes? conciudadanos tanto en la calle como en las urnas, pero ya se sabe que la ceguera es un mal extendido y de difícil cura. Truhanes que, en fin, han convertido la política en oficio de truhanes.

Adjunto dos acepciones que la palabra truhan tiene en la lengua española. Una de hace casi tres siglos que solo ofrece una explicación digamos que lúdica y divertida. Otra, actual, que amplía y precisa la calidad del término. Ya no se trata únicamente de algo meramente risible sino que contiene también la acepción severa. ¿Tanto han variado las pautas y conductas de los hombres en trescientos años? Se confirma una vez más que la precisión del lenguaje acompaña a la ejecución de las obras humanas, buenas o nefastas, solidarias o egoístas, constructivas o desintegradoras. Acaso habría que llamar a las cosas y a las personas por el nombre que sus comportamientos sugieren. Mucha gente en la calle ya lo hace. Al fin y al cabo siempre nos quedará el lenguaje. 


"TRUHAN. s. m. El que con acciones, y palabras placenteras, y burlescas entiende en divertir, y causar risa en los circunstantes. Covarr. quiere se dixesse del Italiano Trufa, que vale burla, ò chanza. Lat. Scurra, æ. Ludio, onis. SAAV. Coron. Goth. tom. 1. Año 416. Conjurados contra él, se valieron [r.371] de un Enano llamado Bernulfo, que le servía de truhan."

Diccionario de Autoridades - Tomo VI (1739)



"Truhan, na 

Del fr. truand. 

1. adj. Dicho de una persona: Sinvergüenza, que vive de engaños y estafas. 

2. adj. Dicho de una persona: Que con bufonadas, gestos, cuentos o patrañas procura divertir y hacer reír." 

Diccionario de la Lengua Española. Actual.




(Grabado de William Hogarth)


miércoles, 15 de noviembre de 2017

Apunte panfletario sobre la decadencia y el retorno al primitivismo según Jacques Barzun





En un párrafo del libro de Barzun Del amanecer a la decadencia. Quinientos años de vida cultural en Occidente el autor habla nuevamente de la Decadencia en la Historia, porque es uno de esos lugares recurrentes que no acaban de ser desentrañados. Barzun parece tenerlo más claro: "¿Cómo sabe el historiador cuándo aparece la Decadencia? Por la franca confesión de enfermedad, por la búsqueda en todas direcciones de una fe, o de muchas. En el Occidente cristiano han surgido recientemente decenas de cultos: budismo, islamismo, yoga, meditación transcendental, la iglesia de la Unificación del señor Moon, y toda una amplia variedad, algunos dedicados al suicidio colectivo. Para los espíritus laicos los viejos ideales resultan gastados o inservibles, y una serie de objetivos prácticos son transformados en credos sostenidos por actos violentos: luchar contra la energía nuclear, el calentamiento del globo o el aborto; salvar de la explotación el entorno natural con su fauna y su flora ('¡Queremos que vuelva el lobo!'); promover el el consumo de alimentos orgánicos en lugar de tratados, y proclamar condenas de la ciencia y la tecnología. Un impulso hacia el PRIMITIVISMO anima todas estas negaciones".

Aunque esta opinión es de hace dieciséis años, cuando apareció el libro, la lista que describe Barzun se mantiene y seguramente se amplía. De haber vivido hoy el historiador  -y ya vivió el hombre 104 años como para ser un testigo fundamental de muchos aconteceres-  probablemente incorporaría la vuelta de los populismos, de distinto signo formal pero acaso no de fondo, y el peligroso renacer insolidario de ciertos nacionalismos, que no plantean nada novedoso sino el viejo retorno al Estado nación -algunos no lo tuvieron nunca, y no hace falta que se cite aquí el caso más próximo- sin haber aprendido, ni querido aprender probablemente, la lección del fracaso de otros.

Todo podría resumirse en una especie de negación de aquello que más nos ha afirmado, con sus luces y sombras, en los últimos dos siglos: la Razón y lo que su desarrollo trajo consigo, esto es, el ejercicio del libre pensamiento, el raciocinio y la argumentación. Ver que la política, por ejemplo, se rinde hoy a un mundo de imágenes difusas y nada racionales, tal como la falta de análisis rigurosos, la extensión de la mentira y lo que se da en llamar la posverdad, el recurso a los planes tácticos y a corto plazo en políticas de gobierno y de oposición, la escandalosa manipulación de masas a través de todas las variantes de publicidad ideológica, el mantenimiento de una cierta influencia de las estructuras religiosas tradicionales que simulan aggiornarse, la desvirtuación de los hechos históricos, tanto del pasado como de la actualidad, la falta de abordamiento de los problemas de fondo donde el conflicto de clases parece haber sido relegado, la medición de los desajustes estructurales por una maniquea macroeconomía que beneficia más a aquella minoría de entes del beneficio privado en lugar de repercutir con cierto sentido igualitario entre la colectividad, todo ello, en fin, es como inflar un globo muy grande y de abundante colorido para el que solo es cuestión de tiempo que pinche y nos deje a todos a dos velas.

Que hoy día la política tenga un significado más emocional que lógico, más sentimental que empírico, más cuasi religioso que laico y más efímero que asentado es preocupante. Que sea bajo el debate de ideas y de propuestas enriquecidas -o bien se queden en papel mojado, sin aplicaciones reales- es angustioso. Que las alternativas políticas integradoras de todo tipo de sectores trabajadores no se vean por ninguna parte es nefasto y empuja a la sociedad a dejarse seducir por los flautistas de Hamelín que preconizan salvaciones traidoras. Que el sentido de la Estética y de la Ética esté sucumbiendo a expresiones industrializadas y carentes de respuestas a todo lo natural y humano -es bello y es bueno lo que produce ganancia, parece ser el lema imperante-  pone la puntilla al método mismo del Pensamiento racional. El desempolvamiento y revitalización de viejos símbolos  -cánticos, banderas, mitos reinventados y falseados-  es un signo también de esa decadencia de la que Barzun habla.

En este sentido la decadencia del momento actual ¿es solo una expresión de comportamientos de choque o más bien refleja lo perdidos que andamos los ciudadanos de las sociedades occidentales mientras los grandes problemas globales nos desbordan y los grandes capitales no cesan de hacer sus agostos? No, no son los del ruido identitario los que marcan la pauta, por más que estén viviendo sus contradictorios y penosos, si no ridículos, días de gloria publicitaria. Hay muchos que, ante todo lo que ha venido promoviéndose desde un sector de la sociedad catalana en orden a la disgregación, decimos cada vez más alto: Más Europa, por favor. Pero una de dos, o el proceso es lento o tampoco los Estados más influyentes y decisorios acaban de estar por ello. Pero si no se alcanza pronto más Europa ya sabemos lo que nos espera. Eso sí que sería el signo definitivo de la decadencia.






(Arriba, cuadro de Johannes Kupetzky. Abajo, foto de Barzun)



martes, 14 de noviembre de 2017

Apunte sobre un anhelo emotivo de Elio Berhanyer















Veo trozos del programa Imprescindibles, de la llamada televisión pública, sobre el diseñador de moda de alta costura Elio Berhanyer (88 años) En un momento dado el hombre hace una reflexión con la mirada perdida hacia el pasado que yace en su interior. "Cuando me vaya al castillo de irás pero no volverás, dice con ironía expectante, me gustaría que hicieran conmigo una cosa, pero no lo van a hacer. Me gustaría que me echaran desnudo donde mi padre...(pausa reconcentrada y emotiva del hombre) Pero no lo van a hacer" (parada muda, como si escuchara alguna clase de eco que solo él entiende) 

Indago algo sobre la vida de Elio Berhanyer (nombre artístico) nacido Elio Berenguer, hijo del jornalero anarcosindicalista cordobés Elio Berenguer Lobo, fusilado por los insurrectos contra la República de verdad en agosto de 1936. Entonces comprendo del todo su anhelo emocionante: Que me echen desnudo donde mi padre...Este hombre ha debido llevar toda su vida dentro de sí a su padre. Con su desnudez busca la desnudez de la tierra, persigue la vida perdida de su padre. Me quedo pensando: ¿pero sabrá dónde está la tierra que acoja a éste?  

Entonces resuena el verso de Luis Cernuda: "Sin víctimas ni amantes. ¿Dónde fueron los hombres?" (Poema Desolación de la quimera)



sábado, 11 de noviembre de 2017

Amores efímeros. La higuera




Sube tú primero, animó a la niña. Esperó a que ella trepara por el tronco inclinado de la higuera. Observaba fascinado sus piernas blancas y flacuchas que se hacían más largas a medida que el vestido de tirantes blanco se le recogía. Luego desaparecían tras una nube desconocida. Algún día le preguntaré cómo, pensó el niño. No te arañes con la corteza del tronco al subir, dijo ella, yo me quedo aquí apoyada. La vio como una exploradora alcanzando la cima, acariciando las hojas aterciopeladas de la higuera. La chica arrancó una y la hizo girar entre sus dedos por el tallo. Cuando llegues tengo un abanico para ti, ya te queda poco. 

Las brevas lucían su color morado suntuoso, algunas ligeramente rajadas debido a su madurez. El niño se recostó en otra rama gruesa cercana a aquella donde estaba la chica. Las hojas esbeltas le acariciaban la cara, escondiéndole parte de la figura de la niña. Respiró hondo tras el esfuerzo. ¿Tienes calor? Toma, puedes abanicarte, dijo ella y a continuación siguió hablando con tono imperativo, pero cariñoso. Cierra los ojos. Ahora abre la boca y prueba despacio, y extendió su mano. Las brevas hay que comerlas sin prisa y relamerse. El niño olió la piel de su amiga y obedeció. Muerde sin miedo. Sintió la aproximación de aquella pulpa delicada y jugosa. De pronto desobedeció y abrió los ojos. La contempló primero deslumbrado, también ansioso. Después la cató. ¿A que está dulce?, dijo con énfasis la niña a su compañero de juegos. Éste afirmó con la cabeza y siguió llenando su boca con la delicia azucarada del fruto. Abriré una para ti, le dijo a la niña. 

Cuando se sacudió las tiras de la piel del fruto, que se le habían pegado a sus dedos, eligió una breva de buen tamaño, sin fisuras. La que le pareció más esbelta y tierna. ¿Sabes que la forma de la Tierra es como una breva?, le dijo y la chica rió la ocurrencia. La desgajó en dos partes. Mejor la compartimos, tú te comes una mitad y yo la otra, será como una ceremonia, le ofreció. ¿Como los novios cuando se casan?, replicó la niña. Más que casarse. Yo te daré mi parte y tú la tuya, tenemos que comer de la mano el uno del otro, propuso el chico. Y eso ¿qué quiere decir?, replicó gozosa la niña. Pero él no quiso o no supo responder. Ambos comieron despacio de la vulva pulposa que se ofrecían mutuamente en sus manos extensas, como platos. Mordían a cachitos; ahora tú, ahora yo. Ahora me hace cosquillas tu lengua. Ahora tiemblo cuando tú me la das. Mientras, sentían cómo las morreras resecaban el perfil de sus labios. 

Al niño le pareció que los ojos de la chica crecían a medida que devoraba el fruto. Ella creyó ver en la mirada de él un carrusel de luces que oscilaban de color por momentos. Espera, me toca a mí abrir otra, dijo cuando terminaron. ¿No crees que nos caerá mal comer tantas?, y el chico habló como si fuera de pronto un adulto prudente. Será la penúltima, dijo la niña con picardía. Además, ¿no ves que nos las comemos a medias?




(Fotografía de Marianne Breslauer)

jueves, 9 de noviembre de 2017

Las folías, las locuras, de España



















Las folías de España es un tema musical que procede de la Baja Edad Media. Inicialmente es un tema popular, probablemente pastoril, que se componía tanto de canto como de música. En el magnífico Tesoro de la Lengua Castellana (1611), de Sebastián de Covarrubias, se proporciona esta información:

“Una cierta danza portuguesa de mucho ruido; porque resulta de ir muchas figuras a pie con sonajas y otros instrumentos, llevan unos ganapanes disfrazados sobre sus hombros unos muchachos vestidos de doncellas, que con las mangas de punta van haciendo tornos y a veces bailan, y también tañen sus sonajas; y es tan grande el ruido y el son tan apresurado, que parecen estar los unos y los otros fuera de juicio. Y así le dieron a la danza el nombre de folía, de la palabra toscana ‘folle’, que vale vano, loco, sin seso, que tiene la cabeza vana”.

Probablemente la danza y su estilo ya viniera de tiempos anteriores y vinculada a significados y expresiones más primitivos. Lo cual explicaría su ritmo frenético rayano en la locura. Curiosamente, en español folía sirve para designar tanto la citada composición musical como el concepto locura. ¿No se dice locura en francés folie? La folía prendió a lo largo del Renacimiento, se desarrolló más en el Barroco y hasta en el Clasicismo, y siempre manteniendo el temple y el compás, aunque muchos intérpretes la concedieran un virtuosismo superior. De un inicio popular y libérrimo la folía pasó a ser, pues, una interpretación cortesana en el extremo opuesto a sus orígenes modestos. Monstruos barrocos como Lully y Marin Marais la adaptaron de manera exquisita. Jordi Savall las ha interpretado por activa y por pasiva. ¿Cómo resistirse a escuchar una trepidante y breve, La Rêveuse, de Marin Marais?

Estas son locuras, folías, de España que reivindican la belleza de la música y del entendimiento frente a las locuras de los clowns de la política de nuestros días. Dice mi amigo Max sobre esta interpretación de Savall: quien no se emocione y vibre al escucharla es que no tiene alma.








Jordi Savall. Folías de España, de Antonio Martín y Coll







miércoles, 8 de noviembre de 2017

martes, 7 de noviembre de 2017

Recurriendo a Michel de Montaigne





















Cuando leo a un clásico no solo leo lo moderno, lo actual, sino incluso la novedad. Se puede objetar que la novedad de un clásico no es novedad en nuestros tiempos. Pero lo que aparece ahora es efímero y urgente, y aunque nos toca a todos se no suele escapar a menudo su comprensión. Nos cuesta captar cada experiencia cotidiana y mucho más asimilarla. Conocer es un proceso  que, acaso, cuanto más lento y medido más entidad y calado posee. Por ello me parece necesario recurrir al clásico, no obstante las propias dificultades y límites que yo tenga para acceder a él, porque asienta y me descubre el concepto de las cosas. Y su perspectiva y la mía. Es frecuente escuchar cuando se cita a un autor de hace siglos: pero eso ya lo sabemos. Y quien así habla lo dice con la osadía de creer que lo sabe todo. Prefiero verlo de otro modo, pues la condición que nos trae la edad avanzada no es que nos creamos sabios sino que descubramos que el relativo conocimiento de hoy nos ha llegado porque hubo sabios desde hace milenios. Y opto entonces, al acercarme a un clásico, por una suerte de consolación para mis cuitas personales y en lo que me toca de las colectivas, que me proporciona afirmación, y también cierto grado de seguridad y una nada desdeñable porción de equilibrio

Busco la confortación en cuanto han podido escribir los sabios del pasado. La miseria política que vivimos últimamente, cuya situación no niego que resulte atractiva y apasionada para muchos, está produciendo no solamente un desequilibrio en la situación económica y hasta cierto punto política de todo el país, cuyo precio a pagar puede ser alto. Está causando estragos en las relaciones de convivencia, problemas en la comprensión de de lo que acontece  y situaciones de nerviosismo, confusión y estrés en muchos individuos. Es probable que a  aquellas personas que menos se interesen por los temas políticos o menos se hayan acercado a entender la situación apenas les afecte. Pero hay otra parte de individuos, más sensibilizados, que han desarrollado, con sus luces y sombras, un grado de cultura política importante dentro de ellos, que lo están pasando mal. Naturalmente ello me conduce automáticamente a preguntarme: con la disponibilidad abierta y fructífera de una vida que se nos ofrece para procurar vivirla con satisfacción y salud, dentro de las posibilidades y márgenes que la condición social actual nos coloca, ¿cómo podemos perder el tiempo, la energía y la buena relación con los otros a cuenta de veleidades pasajeras, invenciones siniestras y ambiciones sin límite de minorías que las construyen sobre la manipulación y el seguimiento de una determinada cantidad de súbditos?

Dice Michel de Montaigne en su ensayo La semejanza de los hijos con los padres:

"La salud es algo precioso, y lo único que merece en verdad que se emplee no sólo tiempo, sudor, esfuerzo y bienes, sino incluso la vida en su búsqueda, porque sin ella la vida nos resulta penosa. Placer, sabiduría, ciencia y virtud, sin ella, se empañan y desvanecen; y, a los más firmes y vigorosos razonamientos que la filosofía pretenda imprimirnos en sentido contrario, no tenemos más que oponerle la imagen de Platón golpeado por la epilepsia o por una apoplejía, y retarlo en este supuesto a llamar en su ayuda a las ricas facultades de su alma. Cualquier vida que nos lleve a la salud no puede decirse en mi opinión ni dura ni cara."

Y es que en los días aviesos y conflictivos que nos tocan vivir, ojalá no más graves en el futuro, uno no puede conformarse con leer noticias y comentarios en aquella parte de prensa relativamente creíble. Mucho menos atender a tertulianos televisivos cuyos límites o servicio al amo son perceptibles. Los entresijos de las formas, los movimientos en la ardiente oscuridad que se traen la clase política y la económica, en los distintos planos, globales y locales, las jugadas de ajedrez de aprendices y maestros del juego de recorrido largo, no nos explican demasiado. Y sí nos desgastan considerablemente. Tener que escuchar últimamente a gente sesuda decir que está hasta las narices o que a la mierda la política es preocupante. Si los inteligentes dejan el terreno expedito a los mediocres -y sospecho que en la comunidad del país donde hay ahora un contradictorio conflicto que les encanta exportar ha sucedido así, y tampoco se puede hacer cantos de buena gobernación a los que dirigen el Estado central- estamos perdidos. Que no hagan mella en nuestra salud personal y colaborativa entre ciudadanos. Sería lo último. La antesala de algo mucho peor. Para cuidarme, para curarme, busco y rebusco en los clásicos.




domingo, 5 de noviembre de 2017

La evanescencia visible de Jean





















Viene a verme Jean a una hora imprevista, pero no intempestiva y menos perturbadora. Me queda poco para terminar el juego de la oca, me suelta tras interesarnos primero mutuamente por nuestra salud (ahora no nos apetece hablar de nuestros desasosiegos)

A Jean no le había visto desde bastante antes de iniciar esa serie de ocurrencias, como él se suele referir a sus escritos instintivos. La sigo, la leo, aunque no opine nada, le digo antes de que me pida cuentas. En absoluto pretendía saberlo, dice, simplemente es que estoy eufórico, y también perplejo, no tanto por haber llegado tan lejos sino por las enseñanzas, digamos, que me está produciendo. ¿Enseñanzas? ¿A ti?, le sigo el hilo. Sí, creo que cada individuo se enseña a sí mismo, no solo es lo exterior o personas concretas las que pueden aportarnos, que lo son, sin duda. Pero es uno mismo el que cataliza lo que va llegando, lo que percibe o lo que transforma. No es un camino recto, ni siempre de causa a efecto. Yo mismo he tenido procesos de aprendizaje rápidos, impulsivos, pero me resultan más satisfactorios y efectivos los lentos. En estos siento que aquello que me empapa, proceda de donde proceda, abren más mis sentidos y sobre todo  mi capacidad de asimilación. Podría haber esperado a terminar la serie, cierto. Pero es como cuando subo a una montaña o me aproximo a un faro. Siempre me detengo en el camino un buen rato. Como si mi cuerpo no quisiera conocer la meta propuesta. Me sucede parecido con la lectura, a treinta o cuarenta páginas del final voy ralentizando el avance, incluso me paro; me sucede con frecuencia si el libro es interesante y me agrada por diversos motivos. A veces dejo el libro unos días o un mes a mano, pero sin retomarlo. Como si no deseara que la trama concluyera o que su estilo gozoso muriera con la muerte del relato. Como si no pudiera alejarme del ámbito de los personajes o de su tiempo o de sus angustias y diversiones, que de todo hay. El desenlace puede esperar, no va a modificarse, pero mientras yo sí, y acaso, quién sabe, en unos días percibo el fin de otra manera. O yo mismo soy diferente y entiendo y siento diferente. Porque la lectura es sensación, también emoción, como ante cualquier proceso artístico que requiere al testigo, lector u observador, para que cumpla una función más amplia que la que pretendió un autor.  ¿Te parezco demasiado tiquismiquis? No, le digo. Cada uno tiene su método y su encaprichamiento. Estaría bueno que hubiera que leer como una regla monástica y no disfrutar como en un burdel, le digo con una falsa violencia no menos pseudo literaria. Jean sabe de sobra cómo soy, y de mis ironías exageradas, aunque nos veamos lo justo últimamente. Pero sé que quiere decirme algo más. Bien, tomemos una copa de vino juntos, ahora que te has desahogado, le sugiero. ¿Sabes?, y parece ignorar mi invitación. Creo que ha medida que voy terminando mi particular interpretación del juego de la oca se me ocurre que podría empezar de nuevo. Conociendo a Jean, no me sorprendo del todo. Ya no le puedo parar. Empecé de una manera, fui evolucionando de otra y ahora, casi al final, pienso que cada viñeta del ilustrador puede sugerirme nuevos temas. Nuevos enfoques, historias diferentes, juegos más allá del juego. ¿Es la ilustración en sí o es mi propia visión cambiante de las cosas lo que proyecta otras invenciones ?

El vino está sabroso. Su confesión hace que lo paladee más. Le digo: Jean, lo que ocurre, así de simple, es que la vida que llevamos dentro nos cambia cada día. Y cada día la degustamos más, como este vino de ahora. Y acaso nos acecha la trampa de creer que podemos disfrutar más de lo que nuestros límites nos permiten. No sé si podremos, ni hasta dónde llegaremos, pero al menos todo tiene un sentido más claro. Es la contradicción que debemos asumir. Y que nos llena. Sabemos más, percibimos de manera más enriquecedora y útil, nuestras capacidades y logros tienen más mena que ganga, pero no sabemos ya cuánto duraremos. Jean sonríe. Duraremos lo que la imaginación nos permita sortear el desgaste. He hecho bien en venir a verte. 


https://tulaevanescente.blogspot.com.es/2017/11/59-el-vuelo-ausente.html



(La ilustración es de Artemio Rodríguez)


viernes, 3 de noviembre de 2017

Apunte sobre Antístenes y Diógenes




Lo cuenta Michel de Montaigne -recogiéndolo de Diógenes Laercio- en el ensayo La semejanza de los hijos con los padres:

"Y, cuando el estoico Antístenes se encontraba muy enfermo y clamaba: ¿Quién me librará de estos dolores?, Diógenes de Sinope, que había ido a verlo, le ofreció un cuchillo: Él, si quieres, muy pronto. Antístenes replicó: No digo de la vida, sino de los dolores."

Estos cínicos...Dos posibilidades, dos métodos, para acabar con el dolor. Impecables los dos pero uno implacable. Sin embargo, ante la fórmula más radical y suicida, exterminadora no solo del dolor sino de la vida del paciente, tiene que haber un tratamiento alternativo, posibilista. Ciertamente también dice Montaigne más adelante: "¿Qué importa que demos el brazo a torcer, mientras no demos a torcer los pensamientos?". Pues es evidente que hay situaciones críticas en que ni se ve intención de ceder ni de corregir conductas y mucho menos de modificar los criterios del pensamiento.

Moraleja. No conviene ponerse en el peor de los extremos para acabar con un efecto porque se puede terminar con quienes los causan y con quienes los padecen.



(Cuadro de Jacob Jordaens)

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Apunte a una cita de Jacques Barzun sobre la decadencia





















"Cuando la gente acepta la futilidad y el absurdo como algo normal, la cultura es decadente. La palabra no es difamatoria: es una definición técnica. Una cultura decadente ofrece buenas oportunidades ante todo al satírico". Lo dice el historiador Jacques Barzun en su extraordinario libro Del amanecer a la decadencia. Quinientos años de vida cultural en Occidente (De 1500 a nuestros días) ¿A que podría aplicarse a los momentos actuales? Sin embargo tal comentario aparece en el capítulo en que dibuja con una claridad pasmosa la revolución luterana y cuando se dispone a hablar de un hombre erudito llamado Erasmo, cuyos escritos divertidos  -los Coloquios-  no van a la zaga de su Elogio de la locura (o de la estupidez o de la necedad, como traducen otros)

Francamente, los tiempos decadentes que atravesamos en la actualidad podemos afrontarlos dramatizando hasta extremos angustiosos o relativizando a través del humor. Tal vez sea necesario e higiénico no dejarnos envolver por los sofismas vacuos y darnos más a satirizar situaciones y comportamientos, amén de divertirnos con aquellos personajes que se prestan al ridículo. Que abundan en el ruedo ibérico. No cabe otra actitud si no queremos perecer en el hastío o en la confusión. Los Coloquios familiares de Erasmo o el Coloquio de los perros de Cervantes fueron excelentes ejemplos de épocas diferentes que acaso nos conviene leer para amortiguar la estupidez política de nuestros días.



(Erasmo según Durero)