"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 28 de mayo de 2021

La mujer obscura

 


La llamaban la mujer oscura. No porque fuera de tez negra sino porque se empeñaba en vivir en las tinieblas. 

Los cabellos enmarañados desvirtuaban sus facciones. De día ocultaba su cuerpo con un vestido largo y bruno. De noche se entregaba desnuda a los astros y bailaba al son del canto acompasado de los mochuelos. 

Procuraba pasar desapercibida. No se la conocía oficio ni familia y nadie sabía con precisión dónde se refugiaba de las inclemencias. Los que casualmente se habían cruzado con ella por alguna senda decían que era taciturna y huidiza. Nadie se atrevía a permanecer frente a la mujer oscura, aunque alardeasen de intentarlo. Pero la imaginación de los más chismosos veía lo que nadie podía corroborar. Si hace un gesto repentino de cabeza sus cabellos dejan al descubierto unos ojos perturbadores, decían unos. Cuando sopla el viento muestra una boca que se ofrece, aseguraban los voluptuosos. Algunos presumían de haberla visto caminar con movimientos tan pausados como elegantes, aquellos que solo se dan en la armonía de la floresta cuando es agitada por el viento. De ahí que hubo quien inventó la leyenda de que se trataba de un espíritu fecundado por la naturaleza y destinada a hacer crecer a esta. 

Movidos por curiosidad o por instinto obsceno, algunos hombres se apostaban de noche a la orilla del río o en lo alto de algún escarpe o junto a las divisorias de los viñedos, sospechando que ella andaba por todas partes. Sin embargo no lograban controlar sus pasos. Tal vez alguno de nosotros pueda saber algo de lo que se trae esta mujer, confidenciaban los más indiscretos a sus amigos íntimos. Pero a la mujer oscura nadie la podía ver con certeza. Ni siquiera con luna llena. En los plenilunios había un pacto del astro con la mujer por el que ella permanecía oculta a todas las miradas, especialmente a las malévolas. La luna quería que solo ella pudiera observar cómo es el mundo de las tinieblas y cómo se abandonan los hombres a sus groseros comportamientos nocturnos. La luna le protegía de acechanzas y riesgos. Prefiero ser una mujer tenebrosa, se decía a sí misma, pues no veo franqueza y bondad en el regir cotidiano de las gentes, que siempre andan a la disputa y al desencuentro, con envidias y recelos, dándose a las difamaciones y dejándose la vida en competitividades sin fin. No es precisamente la claridad aquello que ilumina las almas humanas. 

La mujer sombría se adentraba algunas noches, resguardada por las sombras, en las calles pompeyanas. Escuchaba el clamor de las quejas y los llantos, se sorprendía con el estruendo de risas y goces, ponía atención a las tensas conversaciones familiares acerca de los negocios arriesgados y también al dolor de los trabajadores mal valorados. Distinguía entre los pudientes que no conseguían ser felices y los esclavos que vivían ilusionados por obtener alguna vez la libertad. Se admiraba del ejercicio pasional de los jóvenes y se aturdía con la tozudez de los ancianos que no querían desprenderse de sus obsesión por los amores pasajeros. 

A veces tomaba la decisión irreprimible de caminar hacia el misterioso monte alto. Aquel monte anterior a todo lo habitado, aparecido allí cuando ni siquiera los héroes de otras tierras se habían detenido para fundar las urbes. Avanzaba sin prisa ni agitación, como si estuviese segura de que le esperaba un interlocutor natural que no traicionaba ni desamparaba. Atraída por aquella altura majestuosa llegaba hasta sus laderas, ascendía como si se dirigiera a otro mundo. Era presa de la excitación y la curiosidad, que no la habían abandonado desde niña. Sé que hay vida dentro de la montaña, se decía. O bien habitan allí otros hombres o es el lugar donde se refugian dioses desconocidos. Pero me llegan voces y a medida que me acerco a la inhóspita morada mis pies arden como si alguna fuerza extraña quisiera contagiarme de su energía y convertirme en una mujer luminosa. Tras un tiempo en una confusa comunión con la tierra, la mujer oscura volvía sobre sus pasos para continuar alimentando las creencias mistéricas que corrían acerca de ella por la comarca. 

Una de aquellas noches en que brillaba la luna en toda su intensidad la mujer, oculta a los ojos de los hombres, tendió su desnudez bajo los morales crecidos en la falda del monte. Lo oscuro llama a lo oscuro, pensó en medio de aquellas gotas jugosas que humedecían su piel. La calima hacía fatigosa la respiración y el suelo extendía su garra dispuesto no solo a no soltar aquel cuerpo exuberante y dadivoso sino a disfrutar con él. Aquí, entre el cielo y la tierra de la noche haced de mí vuestra esposa, invocó como si se hallara ante un ara cuyo sacrificio secreto fuera reclamado por fuerzas ocultas. Entonces creyó escuchar una voz: ¿crees que estás destinada a ser la mujer oscura para toda la existencia? Ella, que no estaba allí para esperar propuestas razonadas, no respondió. Y la voz no volvió a hablar. Las palabras de la mujer oscura son las vibraciones que este suelo me hace sentir, argumentó para sí misma. Pero, ¿y si estas convulsiones que llegan a mi cuerpo son señal de que mi tiempo de ensombrecimiento se está agotando? ¿Y si lo que me propone la naturaleza es que sea la mujer opuesta a la que hasta ahora he sido?

Se abandonó a los desconocidos movimientos que se habían instalado en ella. Hincó las uñas entre la roca. Contempló las líneas curvas que la luna trazaba sobre su piel. Se admiró de las elevaciones y caídas de su cuerpo, que se adaptaban generosas a una tierra erosionada y áspera a la que transmitía fertilidad. Como si su vida perteneciera a los propios orígenes de aquel universo. Vio a lo lejos los templos de la ciudad enmarcados por la rojez esférica y sangrante del astro que parecía devorar la urbe entera. La belleza de la vida no se detiene, se le ocurrió. Pero donde hay vida también hay fin. Dejó de lado los pensamientos y se entregó a devolver a su vez las caricias telúricas recibidas 
 




(Fotografía de Jean-François Jonvelle)

martes, 25 de mayo de 2021

Para morirse de risa o Saben aquel que diu...? (Presencia de Juan Muñoz en Oporto)

 



La escultura de Juan Muñoz en el Parque Joao Chagas de Oporto se presta a que el espectador sea contagiado por los reidores. Estos, que no tienen nada de estático, no obstante estar constituidos de duro metal, transmiten calidez locuela. El bueno de Eugenio habría dicho automáticamente: Saben aquel que diu...? Pero la risa no responde siempre a un chiste. O acaso es que la vida es un chiste e incita a tomarla a chufla en muchas circunstancias y oportunidades. La risa es una actitud contradictoria. Responde a estímulos instintivos, independientemente de cómo piense, crea o actúe cada individuo. ¿Son iguales esos cuatro? Solo en un aspecto se sienten igualados o, mejor dicho, vinculados: en que algún hecho o dicho hilarante para su mentalidad les hace desternillarse. Uno puede ser budista, otro musulmán, otro cristiano, otro ateo. Probablemente haya muchas cosas que por separado les causase risa pero que en grupo no osarían mofarse, por respeto o miedo al otro. Mas seguro que cuando coinciden en reír al unísono y espontáneamente es porque hay algo -de sus vidas, de otros, de una situación que a todos ellos les afecta graciosamente, de las  paradojas e ironías del groso vivir-  que supera sus creencias y culturas para sentirse unidos por la risotada. Transcendidos por la risa. La risa de verdad no es superficial nunca (la risa falsa o hipócrita es otro tema) El individuo, cuando ríe, está cuestionando de alguna manera algún aspecto de la vida. Reír en conjunto es acaso una forma de diálogo que supera a las palabras. Hay como una especie de consenso en la risa colectiva que posteriormente al tratar asuntos denominados serios se rompe o no se invoca. La risa es el indicativo de las contradicciones humanas. O, mejor dicho, de la percepción sincera de alguna de esas contradicciones. Al comulgar con la risa un grupo de personas dispares en pensamientos y actos está llevando sus argumentarios respectivos sobre la existencia a un plano meta coloquial, digamos. Reconocerse en instintos es racional. Incluso a veces hay que reír a lo loco. Estallar en carcajadas estruendosas pero que nadie puede tachar de insinceras. 

Los cuatro de Juan Muñoz en Oporto -cuánto nos divirtió a mis acompañantes y a mí su hallazgo-  hacen algo más que reír desaforadamente (obsérvese el que cae por las gradas...¿o es tirado? ¿o esa broma pesada es el objeto de la risa desmesurada?) Rompen el paisaje escultórico riguroso e historicista que suelen cundir por las ciudades, al menos desde el siglo XIX. Gracias al escultor. Un conjunto en bronce que se deja a la libre interpretación e inteligencia humorística de cada paseante. Un conjunto como este habría sido un logro en una plaza principal de cada ciudad. Demasiadas esculturas con gravedad cuando no tragedia, épica o prestancia pululan por urbes y pueblos para no decir nada de provecho ni a los ciudadanos ni a los visitantes.


(Juan Muñoz. Madrid, 1953 - Ibiza, 2001. Vi el otro día un programa de Imprescindibles sobre su obra. Adjunto enlace)





sábado, 22 de mayo de 2021

Cuando un abrazo es más auténtico y expresivo que las palabras

 




Tal vez esto nos falta en estos tiempos: acoger y ser acogidos.

Tal vez esto nos delata: que nos disociamos como especie humana, como si cualquiera de nosotros, o de nuestros hijos, no pudiera verse en algún momento en el lado opuesto al que estamos.

Tal vez esto nos vuelve miserables: no comprender al otro, ignorar su vida precaria, convertir al desdichado en enemigo.

Respecto a la manipulación de las imágenes y las barbaridades que se dicen por las llamadas redes sociales solo afirmar que es cosa de canallas. Maldito aquel que se preste a la perversidad. Sea individuo o partido político. Es el más canalla e ignorante que quepa en esta Tierra. Pero hace daño.


https://www.rtve.es/alacarta/videos/modo-digital/luna-voluntaria-cruz-roja-solo-di-abrazo/5909891/



viernes, 21 de mayo de 2021

Y ahora Francisco Brines

 



¿Quién dijo que llevamos una racha fatídica de desaparición de poetas? Y aunque así fuera, ¿no han quedado sus cuerpos y sus rostros entre las palabras que escribieron? ¿No sobreviven sus energías y sus emociones, sus quejas y sus disfrutes, sus extrañezas y sus descubrimientos? ¿No son sus poemas los verdaderos entes que respiraron por ellos, fecundaron por ellos, se alzaron y cayeron con ellos? 

Francisco Brines, en La piedad del tiempo:

"La vida es el naufragio de una obstinada imagen
que ya nunca sabremos si existió, 
pues solo pertenece a un lugar extinguido".


miércoles, 19 de mayo de 2021

Varado en un sueño que me llevaba lejos

 



Me había quedado traspuesto, el café  ya frío y sus posos indescifrables a un lado, el poeta varado y su lenguaje excéntrico más allá, y del sueño repentino tejí sueños, y estos me llevaban lejos, a geografías dispersas donde tan pronto se alzaban edificaciones hanseáticas que bordeaban canales como rompían el paisaje de arrozales sencillos palafitos o mis pies hollaban caminos de sirga a la par de navegaciones fluviales que conducían a la corte de un imperio, y mi asombro era no saber cómo había llegado a cada territorio, y mi perplejidad no quedaba desvelada cuando entraba en contacto con gentes de cada lugar, individuos dispares que no obstante me resultaban cercanos, y yo entablaba conversación con ellos, me hablaban de sus oficios, me relataban sus viajes, se quejaban de sus insatisfacciones, me mostraban recónditos templos que aún latían en lo más íntimo de las selvas, fantaseaban acerca de sus conquistas afectivas, y casualmente uno de aquellos personajes, agotado por las tareas de la jornada me invitaba a beber con él un estupendo sake en una taberna de su aldea, y allí me estuvo hablando de aquella familia pudiente de la comarca, a cuyas hijas él jamás tendría oportunidad de acceder, pues solo deseaban exhibirse ante otros hacendados tan peculiares y anodinos como ellas, pero eso a él no le importaba, me decía, porque la mejor mujer de la casa era la sirvienta, esa sí que es de mi condición, me decía con euforia, pero mucho me temo que ella no quiera nada conmigo, pues ve que solo sé trabajar como un asno de sol a sol en el molino y no puedo ofrecer ningún futuro, y ella, así seguía afirmando, se siente bien acogida en aquella casa y sé que allá envejecerá, sin que haya condescendido con ningún otro vecino de su clase, sin que tenga mayores pretensiones, y cuando el sueño iba a revelarme algo más sobre aquella sirvienta mi codo se escurrió violentamente de la mesa, y por un momento no supe si salía de un sueño o de un cuento del Genji monogatari.


Quien desee saber algo más de aquella sirvienta de una casa japonesa, puede pasar por Chitón.


 


martes, 18 de mayo de 2021

La obscenidad que cerca, maltrata y mata a los palestinos

 



Agamenón: Cuánta obscenidad en esto de Gaza.

El porquero: Y cuánta repugnancia por la complicidad y el silencio.

Agamenón: Al fin coincidimos en algo.

El porquero: Pero estemos o no de acuerdo entre usted y yo todo seguirá siendo obsceno y repugnante.



(Sin el permiso pertinente de Juan de Mairena)



Fotografía de Ashraf Abu Amrah para Reuters, tomada de dw.com

sábado, 15 de mayo de 2021

El adolescente que hablaba con los lares protectores

 




Estoy acostumbrado a verlos desde niño en un lugar escogido de la casa. Todos tan parecidos, todos tan diferentes. Bailarines, en un movimiento constante que agita sus túnicas, como si la fiesta fuera permanente en el hogar. Transmitiendo la alegría de la vida o, mejor dicho, de lo que deberíamos esperar de ella. Porque, ¿acaso no es seguir viviendo la mejor fiesta, la que hay que celebrar cada día?  

La abundancia brotando del cuerno elevado al cielo y el plato dispuesto para ser servido son una invitación a que estemos protegidos. El cuerno no es solo la espiral de la fortuna de donde brotan los bienes materiales. Es también el bucle de los anhelos y las aspiraciones, y yo diría que el de los esfuerzos para prosperar. Que haya más o menos bienestar dependerá de la clase de familia. Pero ¿es únicamente la riqueza la que nos hace mejores? 

Me da pena que algunos ignoren a los lares. Es verdad que de verlos tan de continuo pasan desapercibidos, pero estoy seguro de que si los quitasen la familia entera se turbaría. Todos creen que su mera presencia ya obra a nuestro favor. Para mí son casi como un juguete. Con esa actitud divertida me causan la impresión de que estos dioses también crecen a la par que yo lo hago. Incluso me pregunto si no serán más protectores de mí que de otros. Entonces, al hacerme la pregunta, los contemplo buscando su complicidad y tengo la sensación de que me sonríen. Es un buen gesto por su parte. Un animado estímulo el que recibo. Fantasía o no, acabo siendo yo el que sonrío y me recreo, no obstante mi ignoto porvenir. 

Tengo fama de risueño, también de soñador. A quienes así me califican así suelo decirles que es el don que me han otorgado los lares. Los familiares más incrédulos o aquellos a los que no caigo bien buscan la versión opuesta para zaherirme. Ya verás cuando crezcas del todo cómo se te van quitando las sonrisas. Entonces yo les contesto: ¿es que vosotros ya no las tenéis? No, tercia a veces el abuelo Valerio para evitar roces. Lo que a muchos nos queda es solo la apariencia. Pero yo no le entiendo muy bien. No sé exactamente qué es aparentar. A mí me salen las ocurrencias de dentro por instinto. Ni la medida educación que recibo ni las envidias de los chicos me corrigen. Tampoco me parece que mi manera de estar jovial sea debido a algún complejo de inferioridad, como le ocurre a más de uno. Ya digo, soy así y nunca pienso que me esté equivocando. Debo portarme como la naturaleza me lo impone. Equivocarse es la mejor enseñanza, repite mi abuelo como si evocara en el pensamiento los yerros propios. Ya enderezarás tus errores a su debido tiempo, si es necesario. 

Hay días en que mientras los miembros de la casa pasan de largo ante los lares yo me paro a hablar con ellos. Lo hago a escondidas. Los miro de frente, paso el dedo por el contorno de sus cuerpos. Sé que agradecen mis caricias. Lo sé porque a veces inician una danza armoniosa para mí.  El que está en un rincón del atrio es el más receptivo. Llevo hasta su penumbra mis cuitas. No espero que se porte conmigo como un oráculo, pues nunca quiero saber lo que me va a deparar la jornada. Y tampoco le pido que me evite problemas. Haz que me conserve contento todo el día, es mi plegaria breve. Una vez uno de mis hermanos me escuchó porque se lo decía en voz alta, y se burló. A ti no te hace falta nadie que te proteja de vivir en las nubes, se rio con mala fe y fue a contárselo a los demás. Pero solo yo puedo entender que con su movimiento dicharachero la estatuilla del lar me esté diciendo: tú sigue así, vive el momento como si fueras hijo de las estrellas. Puedes contar con nosotros.

Hoy no sé qué sucede. Voces alarmadas me llegan desde la calle. Una invocación corre de boca en boca entre los moradores de las casas vecinas. Que los lares nos protejan, es lo más repetido. Durante un rato hemos sentido el azote de un movimiento perturbador del suelo. Algunas cornisas y tejas se han desprendido. La gente hace gestos de no entender lo que pasa. Algunos se refugian bajo techo, como cuando hay una tormenta. Mejor esperar, dicen. He buscado la estatuilla del lar con la que intercambio pareceres. Vosotros los lares ¿sabéis qué ocurre?, le he preguntado. Pero por primera vez el pequeño dios permanece mudo.






(Estatua de lar de una domus romana)

viernes, 14 de mayo de 2021

martes, 11 de mayo de 2021

Una carta inconclusa de la pompeyana Sabina a su apreciado Marco Tulio Obelio

 



Mi querido niño. Desde que he leído tu carta soy presa de estupefacción. ¿Porque después de tanto tiempo te hayas acordado de mí? ¿Por tu decisión de venir a verme? Que un guerrero avezado, al que supongo también fiero, recabe el reencuentro con una amiga de infancia me honra. Mas ¿eres consciente del tiempo transcurrido? ¿Me imaginas como entonces o dibujas a Sabina con el realismo de la edad, ajada y desproporcionada? ¿Acaso has sabido algo de mi vida durante estos años? Sin embargo, junto a la perplejidad por tu aparición de nuevo me invade una mezcla de curiosidad y ternura. ¿Puedo pronunciar para ti estos términos o a los militares curtidos no se os permite un lenguaje que acaso consideráis pusilánime? Mira que yo no he cambiado y sigo mostrándome zalamera y obsequiosa con aquellos que alguna vez me han aportado algo más que bienes, posición o servicios. Cuanto tú eras púber y te acercabas a mí buscabas mi tutela. Pero la protección te la podían brindar otras. ¿Qué veías en la mujer que se iba haciendo dentro de mí para que no obstante mis bromas e incluso desaires, que provocaban risas entre las chicas de mi misma edad, no me rechazaras? 

Aún me acuerdo de cuando delante de todas afirmabas con tesón: de mayor serás mi esposa. ¿Eran solo cosas que se decían gratuitamente como parte del juego de la edad? ¿Se trataba de la sinceridad que lleva consigo la inocencia? Me daba cuenta de que cuando te sentaba sobre mis muslos vibrabas de un modo especial. El calor te invadía. Te sujetabas a mis hombros, dejándote caer en una mezcla de sopor y apaciguamiento sobre mi torso creciente. Eran manifestaciones de tus emociones. El niño siente. Es el impulso natural. Con los afectos y con los sentidos. Estabas a caballo entre la madre que ya no te procuraba mimos y la niña algo mayor que no quería ser madre, pero podía simularlo. Aquel juego no era torticero. Yo te recibía con agrado aunque hiciera guiños al resto de niñas. Ya sabes. Nosotras siempre íbamos por delante en materia de sentimientos y modos de expresarlos si no de ocultarlos. Tantas veces hemos jugado a dos cartas, haciendo parecer a los demás que sentíamos lo opuesto de lo que mostrábamos.

Probablemente hoy no quisieras sentarte como antaño sobre mí. Mis carnes débiles y esta artrosis traicionera no podrían permitirse convertirte de nuevo en el niño que fuiste. Tampoco creo que ahora se te ocurra representar las atracciones de la edad de la inocencia. ¿Imaginas por un momento que a nuestra edad juegos menos ingenuos suplieran a aquellos? No sería lo mismo. Pero, ¿iban a ser peores? ¿No tendrían un sentido acorde con la edad? ¿No es el destino de los humanos seguir intentando juegos que compensen los sinsabores? Nuestro cuerpo nunca permanece igual, pero quienes tratamos de regirlo o nos dejamos llevar por sus veleidades, ese cuerpo ¿no está acaso exigiendo que se responda a sus reclamos cambiantes? Ya ves que estoy siendo franca contigo. No propongo nada, solo trato de ver si es posible dotar de otros recursos a aquella atracción oscura que nos conectó en nuestra adolescencia. ¿Soy osada simplemente porque no me resigno al avance de la edad provecta? Si retornas a Pompeya no será solo para recordar o visitar a los amigos que vivan todavía. Tendrás que observar si tienes afectos pendientes que quedaron por el camino y si aquella persona que tanto te estrechó cariñosamente es capaz todavía de proporcionarte consuelo. ¿Conoces otra manera de conjurar al destino?

Ansío saber qué satisfacciones te ha proporcionado el azar. No dudes en relatarme las desventuras que has vivido. A estas alturas una no quiere escuchar una parte demediada de la existencia de un amigo y mucho menos soportar falsedades. Conmigo no tendrás necesidad ni de fingir ni de sublimar. Si has obrado perversamente quiero saberlo. Si la bondad te ha guiado me enterneceré una vez más. Si has naufragado en los errores veré en ti al hombre honesto. Si la confusión te ha vuelto frágil no debes esperar de mí signo alguno de desprecio. Y si te has convertido en un perdedor por defender los principios de justicia que no son fácilmente aceptados yo te haré triunfar con mi acogimiento. Tal vez imagino vanas ilusiones. Intuyo que tu presencia me sacará, siquiera temporalmente, del sopor de la vida rutinaria, cuando no mediocre, que aquí llevamos. Asumir la edad no significa renunciar. Y menos cuando una ausencia se va a convertir en presencia. Cuántas veces damos por hecho que el pasado no vuelve. Pero ¿y si los dioses quieren que el pasado se reencarne con los mismos o diferentes personajes? Porque nosotros pareceremos ser los mismos que una vez convivimos. Mantenemos nuestros nombres, nos reclamamos de las mismas familias pretéritas, tenemos como referencia la urbe en que crecimos. Pero todo ello solo es una parte de nosotros. La otra parte es la que estando o no prevista nos cambió. ¿O crees que yo misma, por seguir viviendo en Pompeya, pienso, hablo y actúo como en el tiempo de la fruta verde? 

Mi apreciado niño. Me siento rendida de cansancio. Continuaré mañana la carta. El día se va apagando en medio de una calidez densa. Ha sido una jornada extraña, como si el mundo se estuviera parando. Como si no fuese a haber un mañana. Ya ves qué ocurrencias tengo. ¿Será por la desazón que me causa tu noticia de que vas a venir?





* Este capítulo conecta con otro de hace unos días:


domingo, 9 de mayo de 2021

Los libertos

 


Por fin llegó nuestra hora, clama Keitos alzando el vaso de vino hacia sus compañeros. Por fin, pero nunca será la misma hora que nuestros amos, pues ellos llevan toda la vida en su disfrute, precisa Apicius con un entusiasmo moderado. Pero al menos dispondremos de lo que disponen ellos, la libertad. Arkadios, a quien el vino de la región le produce tanto euforia como decaimiento, según el tono de las conversaciones, pone la puntilla. Contento estoy como vosotros. Más vale tarde, ¿no? Pero la libertad sin bienes ¿qué clase de libertad es? Tú al menos tienes recursos, Keitos. Tienes una instrucción muy elevada, fuiste preceptor de los hijos de tu amo y gozas de una fama intachable como profesor de artes y letras. No te será difícil vivir con holgada dignidad de las clases que te reclamen. Y tú, Apicius, conoces como pocos las técnicas de cultivo de las vides. El campo no tiene secretos para ti, y además te han arrendado una de las mejores parcelas donde puedes combinar cultivos diferentes. Pero yo, que solo he sabido mantener los cuidados generales de una finca y procurar que los caprichos de mis dueños fueran satisfechos, ¿de qué voy a vivir? La libertad es un goce extraño, a mí me va a costar paladearlo. No te hagas de menos, Arkadios, le interrumpen. ¿O vas a olvidar que has desarrollado por tu cuenta un oficio que, si bien has ejercitado solamente para los Verri, muchos estarían dispuestos a solicitar y a pagar bien como hombre libre que eres? Arkadios se siente tocado por una luz de esperanza. Cierto que las pinturas que he pintado en la villa de mis amos me han compensado las exigencias onerosas de otras tareas ordinarias. Quién sabe si en el tiempo que me quede de vida podré perfeccionar la técnica y reproducir nuevas imágenes. Estaría dispuesto a pintar lo que me pidiesen. Que quieren misterios divinos, los tendrán. Que desean perpetuar retratos familiares, se los puedo hacer mejorándolos. Que prefieren imágenes de placeres, no me iba a quedar corto en ofrecérselas en sus paredes. Arkadios, a la vez que habla sueña. De pronto baja a la tierra. Pero también cuestan lo suyo los materiales y los ayudantes, y no sé cómo podría asumir los gastos. Si es por eso, saltan casi al unísono sus compañeros, te echaremos una mano. Digamos que una parte de los beneficios que obtengamos de nuestros modestos ingresos los destinaremos a ayudarte a costear gastos. Hemos estados unidos en el infortunio y vamos a seguir apoyándonos en la nueva y deseable fortuna. Y además, sabes de sobra que siempre nos han maravillado las escenas que pintaste en las paredes de la casa de los Verri. Tienes mucho que hacer aún. Keitos vuelve a alzar el vaso, animando a los otros. Por el dios de este vino que nos hermana. Arkadios, al que han embriagado las palabras de sus compañeros más que el propio vino, se siente en vena.  ¿Sabéis que hay un dios particular para cada clase de vino? Por supuesto, no para los más peleones, solo para los de calidad. Mis amos lo decían siempre y me sugerían que en las escenas de costumbres familiares con que les decoraba los muros tenían que aparecer esos dioses. De manera recóndita y muy sutil, para que solo los visitantes inteligentes lo captaran y los más religiosos no se escandalizasen. Diosecillos que empujaban las manos que elevaban las copas. Deidades que sostenían la cabeza de los comensales que daban tumbos por efecto de los vapores. Incluso traviesos sátiros que intentaban seducir a las pastoras con el mejor caldo de cosecha. Los tres se echan a reír. Tienes mucho futuro, Arkadios. Los tres tenemos futuro, como el monte que en la lejanía nos observa desde que llegamos a esta tierra. Avanzados en años podemos decir que no nos consideramos viejos. Hemos aprendido de la vida, aunque no siempre hayamos podido disponer de ella como hubiéramos querido. Y la libertad, caros compañeros, puede ser un tiempo eterno si sabemos alimentarnos con sus frutos. 




jueves, 6 de mayo de 2021

Diálogo apócrifo de Don Quijote y Sancho Panza al pasar por Madrid

 


- ¿Pues no decía vuesa merced que de la pandemia íbamos a salir mejores?

- Lo dije, pero ahora tengo luengas dudas. A la vista está, mi fiel Sancho, que salimos más torpes y sin propósito de la enmienda. Y que volvemos a caer en las mismas desventuras que durante siglos nos han perjudicado. 

- ¿Y no fue vuesa hidalguía la que defendió que los hombres debían ayudarse en el infortunio, plantar cara a los canallas y procurar la caridad y la justicia con los desdichados?

- Mi buen Sancho, también farfullé que los molinos eran gigantes, las aldeanas nada menos que princesas, las ventas no otra cosa sino castillos, y que la cadena de galeotes penados lo era de inocentes, o que los pellejos de vino tornábanse en otros gigantes, por no olvidar que la virgen que llevaban los disciplinantes en procesión era una dama tomada cautiva por malandrines y que la gobernación de una ínsula estaba al alcance de cualquier patán.

- Mas yo le advertí a tiempo de sus acaso bienintencionados errores, mi señor Alonso Quijano, debido a los cuales así nos fue en la desdicha, por ver lo que no era y confundir culos con témporas.

- No sé si hubo yerro por mi parte con bondadosa intención, pero si era yo el equivocado, ¿por qué me seguiste a pesar de todo, Sancho? Si cuanto sale de boca de cualquier orate, predica un avispado, proclama un negociante o un profeta os ofrece un edén os lo creéis, ¿cabe culpar de ello exclusivamente a cada uno de esos bellacos? ¿Por qué no usa la humanidad la razón a tiempo en lugar de sacrificarla a la mera palabrería? ¿Por qué no guiarse por el sentido común que proporciona la madurez de la vida? ¿Por qué se sentencia el futuro a los encantamientos vanos que antes que tarde se diluirán como el humo? ¿Es que las gentes han olvidado que nadie proporciona techo a cambio de nada, ni concede por gracia mantas para cubrirse, ni garantiza el plato diario de gabrieles, ni da un ápice de libertad si no le vendes al menos una porción de tu alma?



(Escultura de Don Quijote y Sancho Panza en Alcalá de Henares)


martes, 4 de mayo de 2021

El señalado


¿Cuántos dedos, voces y acciones le acusaron? En otro mundo su tenaz resistencia a integrarse en el que vivía no habría sido objeto de rechazo. Eso pensaba, con una actitud tan marginal como onírica. Él era como era y aunque le dijeran que la sociedad estaba también para su propia supervivencia no había manera de que lo aceptase. Cada plegaria de infancia se convirtió en blasfemia. Cada exigencia en abandono. Cada responsabilidad forzada en desentendimiento. Las palabras dulces recibidas se deshacían con la primera reclamación hacia él. Los gestos amables de otros se enturbiaban en cuanto le pedían algo a cambio. El sostén acumulado por la bondad de aquellos más cercanos se fracturaba ante un futuro de desabrigo. ¿Qué posibilidades tenía de sobrevivir en la confortabilidad que le brindaban si no asumía sus compromisos? ¿Por qué se excluía del territorio humano al que pertenecía? Anhelaba en su fuero interno la vida en el desierto o en los manglares o en las junglas donde la espesura le convertirían del todo en el salvaje que llevaba reprimido. ¿Acaso podía ser aceptado en esos espacios en que la presencia de su especie era imperceptible? No lo temía, tal era su aversión al cerco por el que se sentía aprisionado. En su discurso íntimo no se resistía a probar la aventura. Tal vez en otro paisaje mis sueños de independencia se materialicen, se sugestionaba. A medida que más dedos, emergentes o subterráneos, le acusaban él lo percibía como una expulsión. ¿No se le estaba facilitando la huida definitiva? Pero para escapar hay que tener valor. Temía cuanto de incierto brindaba el futuro. Pero le espantaba aún más la idea de que aquellos dedos que se multiplicaban y le empujaban hacia un suelo sin salida acabaran allí mismo con él. Antes de dar el salto. Hasta que un día oyó hablar de que otra persona, en una geografía alejada de la suya, padecía análogas presiones a las que, sin poner tierra de por medio, lograba sobrevivir. ¿Y si busco esa otra personalidad tan próxima a la mía y que no es la imagen del espejo a la que estoy acostumbrado? Todo sea intentarlo, pensó mientras se le iluminaba el rostro.




Hay otro personaje, una mujer que no se siente integrada, de la que se cuenta algo en Chitón.

https://ehchiton.blogspot.com/2021/05/la-mujer-que-se-quedo-en-blanco.html


(Retrato de Lusha Nelson a Peter Lorre durante el rodaje de la película Crimen y castigo en 1935)

sábado, 1 de mayo de 2021

El día que Billy Bragg ondeó su guitarra

 


Puedes estar o no de acuerdo con los principios que defendió Billy Bragg, dice Max, pero no puedes negar la energía que derrochan algunas de sus canciones. Algunas remueven mis pensamientos vivos de juventud. Max, los pensamientos de juventud son pensamientos muertos, le replico agrio. ¿Vive acaso aquello que envejece en el baúl de nuestra memoria? Los cementerios, por ejemplo, son objeto de memoria, pero todo ahí es estático. Solo el símbolo adquiere un papel vivificador, pero ¿a quién resucita el símbolo? Vaya, insiste un Max que desconozco hoy. Estás más tajante tú que yo. ¿No se suponía que tú eras el sensible y amable y yo quien viene siempre a traer problemas? Pues sí, estaba allí cuando Bragg enardeció al público con algunas canciones históricas, entre otras más de su cosecha. Entonces vivíamos más que nada de enardecernos. Una de las manifestaciones de la ilusión, del cultivo de mundos ideales, que llevaba su carga honesta y sincera. ¿No nos guiaban valores en los que hoy pocos se reconocen? No me arrepiento de ello, y sé que aunque estés desabrido conmigo tú tampoco te arrepientes. Hoy todo lo del pasado resuena como relato épico, Max. La resistencia y el esfuerzo por mejorar la existencia no prende como en otro tiempo entre la gente. Se supone que yo soy el eterno escéptico, dice Max burlón. Y no he venido a discutir con amarguras. Por eso te he traído el disco del recital de Billy Bragg. Siempre te ha gustado el ritmo irlandés, con esos ecos celtas que tanto os enajena a los individuos irredentos. Y aunque la letra te haga sonreír con ironía y desánimo sé que la entenderás. Porque a ti también te gusta volar a los tiempos en que todo parecía tener un justo sentido. Max no me deja opción y abro una botella de un Valbuena del 72 que guardaba por guardar.  ¿Sabes, Max? Este vino tiene cuatro o cinco variedades de uva en sus entrañas. Las mezclas enriquecen.