"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 30 de agosto de 2022

Sentimental

 



Las circunvoluciones de mi cerebro necesitan en ocasiones desplazarse por los caminos de otros territorios. Regiones que no son solo paisajes. Se activa entonces un diálogo íntimo donde me doy consejos y arriesgo propuestas. Un camino lo conforman las ideas modernas que solo el viajar proporciona. Otro, la aventura de los amores circunstanciales. Cualquiera de ellos te propones recorrer sin presuras pero también atento, pues sabes que en esta actitud reside el deleite del viaje. Todas las rutas te conducen a conocer gentes diversas pero las imprevistas te permiten advertir más de cerca los quehaceres y los días de los pobladores. Hay desviaciones que te permiten cultivar el humor, el cual consideras tu mejor arma, sea bajo forma irónica o a carcajeo. Llegar a una ciudad y detenerte en una posada te aporta no solo un refugio o el diálogo con los paisanos sino las expresiones coloquiales en otras lenguas, que tanto gustas de practicar. Del mismo modo que aprecias percibir los gestos y las intenciones que guarda y pretende el interlocutor. Que una de las doncellas te mira con interés especial, tú la respondes con otra mirada que puede llevar a un acogimiento placentero. Te invitan a una celebración los señores de una mansión, pues tú vas y escuchas las ideas pero también las ensoñaciones de los asistentes. Te muestras fraternal y con sumo interés por las costumbres civilizadas, incluso manifestándoles que tomas como modelo las suyas, aunque muchos de ellos son aparentes y toscos. Si la esposa del Conde de J. se admira de tu ponderación pero se abre al desparpajo y hace apartes contigo, no debes rechazarla. Ella siempre saldrá airosa al justificar su ausencias, pues ¿quién puede rechazar la visita a unos jardines o la contemplación de los alrededores del palacio? Admitir invitaciones de pudientes no es para ti más atractivo que tratar con cocheros, chicas de servicio o artesanos. Una sencilla modistilla puede descubrirte mundos que no hubieras imaginado sin que exijan desplazamientos de tu parte. Alguien te relata un sueño y tú le manifiestas que es tuyo también. Otro te expone sus cuitas y le escuchas con interés. A los clérigos los conoces de sobra y, aunque les encuentras menos interesantes, gustas de echar un pulso en sus visiones de la vida, que son más intensas y soberanas que las religiosas. ¿Encuentras tropiezos al atravesar aldeas? La generosidad siempre saldrá en tu ayuda. ¿Tienes aversión al mal trato de los hombres con sus subordinados? Puedes ejercer de Salomón y ganarte el aprecio de los contendientes. ¿Compiten dos damas por tu atención? Haz como si ninguna de ellas te interesa y negocia por separado. ¿Vienen los funcionarios a reclamar tu identidad? Busca quien elevado en su dignidad sea capaz de imponerse y proporcionarte la cédula para salir del paso. 

Si en alguna ocasión un pintor de cámara retrata tu porte e ilumina tu cara para que no todos te olviden, déjate aconsejar. ¿La quiere de despacho o recorriendo mundo?, te preguntará. Y tú le responderás que haga lo posible por exponerte en amable conversación con tus propios recuerdos e imaginaciones. Y en esa pose te ves a ti mismo sentado en un angosto coche de punto sintiendo la proximidad de Madame X y el roce de su mano sobre tus muñecas, veladas por la puntilla de la camisa. 




* Laurence Sterne en un retrato de Sir Joshua Reynolds


sábado, 27 de agosto de 2022

Perversión

 




Sí, tengo dos rostros. Y qué. Se corresponden con el mismo ciclo de sucesión de la noche y el día. Salvo un ligero matiz. En mi cara las horas diurnas son oscuras y las nocturnas se brindan luminosas. 

Es por la noche cuando concibo las venganzas más crueles. Es por el día cuando sucumbo a los ardides que me son tendidos o cedo a las solicitudes a las que no puedo renunciar. Si peco de falsa ingenuidad por unas horas me entrego durante las más calladas a la sabiduría del mal para desquitarme.

Porque en el mal hay saber. Requiere tanto del pensamiento como de la voluntad. Del cálculo sobre los resultados como de la asunción del acto consciente. De la medida de una cierta y peculiar especie de virtud encauzada para cometerlo y del sentido de que lo virtuoso no es solamente lo que se califica como bondad.

Parecerá ridículo lo que digo o, mejor dicho, en contra de todo lo estipulado. Pero si el mal abunda y es practicado con tantas artes arteras, permítaseme la iteración, algo tendrán que ver en el mismo cuantos lo practican. Y los conceptos pueden dar un vuelco. El mal y sus practicantes requiere de una inversión de valores. 

El malvado persigue a su vez el reconocimiento. Del individuo apocado y temeroso se ha pasado a un modelo de personaje masa que hace ostentación y que apenas revela complejos. Ciertamente se sabe apoyado, encuentra su refugio en los que son o se manifiestan como él, traslada su personalidad a un ente global que justifique su abyección.

Pero yo no practico el mal de los otros. El de ellos es un mal despersonalizado, que se apodera de cada cual y lo repiten por inercia, sin que sepan del placer que proporciona elaborarlo desde las entrañas. Mis noches, por el contrario, son fructíferas. Organizo la reacción ante la posesión irredenta de mis amantes. Preveo cómo actuar ante las presiones laborales que me agobian. Dibujo máscaras que me permitan corresponder al entorno presumido con superior cinismo. Planeo mensajes que confundan a los que hacen de las modernas redes un sumidero de falacias y supercherías. 

Entro en el mal mismo para provocar sus propias contradicciones. ¿Que soy una especie de demiurgo y a su vez acólito del mismo? Y qué. Nadie podrá decir de mí que practico el mal por ser boba y dejarme manipular. Asumo el mal con decisión. Lo saboreo, lo amargo, extiendo su calidad allá donde alcanzo. 

La línea entre noche y día se diluye y yo misma no me reconozco ni a favor de una ni del otro. Soy como la jornada completa, pura esencia. Naturalmente, del mal.




martes, 23 de agosto de 2022

Flexiones y reflexiones

 


El actor me ha hecho pensar en la flexibilidad que tuve. Algún eco me queda. Pero antes el movimiento era reflejo. Ahora tengo que pensármelo. ¿Cómo? ¿Pensar un movimiento que debería ser meramente natural, esto es, automático e inconsciente?

Recordando: cuando al impulso sucedía la acción refleja. El impulso se medía por sí mismo y pocas veces se equivocaba en el resultado de la ejercitación. ¿Errores de cálculo? Eso es otra cosa; siempre los hubo. Creías que ibas a poder pero tu capacidad de esfuerzo quedaba por debajo de lo que exigía la prueba. Que el desastre fuera grave o leve ya se vería; pero se corregía fácilmente. El poder de la reposición. La armonía de la agilidad. Aprendizaje.

Cualquier paso en los movimientos del cuerpo proporcionaba experiencia. ¿Hay un tipo de experiencia más fiel que comprobar lo que da de sí tu cuerpo persiguiendo el movimiento?

Saltos. Retorcimiento. Escalada. Carrera. Giros. No había voltereta que no fueras capaz de realizar grácilmente. Ni subida a árboles o tapias que no lograras. Aguantabas el tirón de la velocidad (aquel corredor de fondo que eras quiere hacerse valer aún en otras coordenadas) Te colabas por hendiduras y rendijas. Cogías peso sin que ninguna articulación o músculo se quejase. 

Sensación, entonces, de que la energía generaba más energía. Dabas por hecho que fluía como regalo de tu propia naturaleza. Que eras así. Que eras eso. Otros lo llamaban nervio.

Ingenuidad: pensar que siempre te mantendrías como una factoría de actividad que generaba actividad. Te creías una especie de cinta de Möbius. ¿Creías que no iba a haber principio ni fin? ¿Que te componías de una sola cara que se regeneraba sobre sí misma? 

Sorpresa: aquel vecino se rompía un brazo, tal amigo una pierna, el otro con un hombro dislocado. Tú te asombrabas al compararte. Eres de goma, te decían. ¿Dónde queda aquel material del que te pensabas que estabas hecho? Algo debe quedar, te consuelas.

Misterio: tú no parabas; ellas, las chicas, casi no se movían. Poco podías enseñarlas, salvo tu exhibición ostentosa. De ellas podrías haber aprendido antes y a tiempo. Alguna trataba de emularte y te seguía. Qué épico.

Desasosiego: cuando descubriste que otros individuos, sin ser agitados como tú, obtenían respuestas sobre preguntas que tú no te hacías.

Confusión: la deriva del movimiento por el movimiento ocultaba la capacidad de tu mente. Y el consiguiente retraso en motivarla.

Has dicho que antes eras corredor de fondo. Ahora intuyes o, mejor dicho, vas concluyendo que hay un fondo contra el que no puedes ni debes correr porque tras él no hay luz alguna. ¿Habrá merecido la pena el recorrido?

 


(Fotografía: Actor de teatro Butoh)

sábado, 20 de agosto de 2022

Marchitos, febriles, errantes, pero ¿volver?

 



Que veinte o cincuenta años no son nada son imaginaciones del tango. No soy tanguero, aunque lo fui algo por influencia de mi madre que se sabía todos los tangos de su tiempo. Además escuchar ahora un tango de los célebres me remite a lo perdido y para qué. Pero eso de que veinte años no son nada siempre me llamó la atención. ¿Que no son nada? Que se lo digan a un preso o a un enfermo persistente. El tiempo parece poco o nada cuando ha transcurrido. Y eso si lo ha hecho bien. Pero el tiempo con penurias es larguísimo siempre. Claro, Gardel hablaba del amor, muy propio de un tango. Ya se sabe: rienda suelta a la melancolía. Pero incluso en el asunto amoreux ¿significa algo el tiempo? No me hagan caso, para qué teorizar en vano.

Podemos ir estando marchitos, febriles y errantes. Pero no hay vuelta alguna posible. En lugar de ir en busca de lo inexistente y perdido brindemos -apostemos- por mantener vivas ciertas dotes. La perplejidad. La admiración. La sorpresa. La curiosidad. Hay fines y motivos suficientes sobre los cuales podemos ensayar, a medida que pasa el tiempo, un cierto sentido de la vida que nos complazca. 

No hay más.


* Dedicado a Noxeus.

jueves, 18 de agosto de 2022

Quejido. A Federico y sus compañeros de infortunio

 



Ay de la noche turbia. 
Ay de la noche callada.
Ay de la noche noche. 
Ay de la noche sin luna.

No hay estrellas que te nombren. 
Ni jazmines que tú huelas. 
No hay chicharras que te canten. 
Ni voces de niñas buenas.

Solo la tierra resuena 
bajo los pasos siniestros.
Solo improperios y burlas
de la ebriedad de los ciegos.

Murmullos de dos toreros.
Los silencios del maestro.
La oscuridad del poeta
que le roba el sentimiento. 

Ay palabra que enmudece.
Ay de los gritos que acallan.
Ay del tiempo que se niega.
Ay la memoria olvidada.

Y la muerte en su lamento
a un gran vacío ofrendada.





* Retrato de Federico García Lorca, por Gregorio Prieto.

(Recuerdo humilde al poeta, asesinado un 19 de agosto de hace 86 años)

lunes, 15 de agosto de 2022

Malditos fanáticos

 


"Ven, dijo a su lado la voz de Zeeny Vakil. Al parecer, a pesar de sus tropiezos, su debilidad, sus culpas -a pesar de su humanidad-, iba a tener otra oportunidad. A veces la suerte de uno era increíble, desde luego. Aquí estaba, agarrándole por el codo. A mi casa -propuso Zeeny-. Larguémonos de aquí.

Vamos, respondió él, y volvió la espalda al panorama".

Salman Rushdie, Los versos satánicos.  


El ataque a las palabras es una práctica antigua. Define a los intolerantes, a los que no respetan la discrepancia. Pero no es un ataque abstracto a las palabras y sus significados. Las manos visibles e invisibles del crimen creen que destruyendo a los que las utilizan también las hacen desaparecer.

En todas las culturas ha habido sectores que han ejercido violencia contra los que usaban la palabra verbal o escrita. Los judíos la practicaron, los cristianos no la evitaron, los musulmanes han recorrido análogo camino, los supuestos laicos pero totalitarios la ejercieron hasta el límite. Cuando el ataque se ejecuta con una inteligencia tenebrosa detrás -no creo que tras el atentado a Salman Rushdie del otro día haya solo un mero fanático casual- revela que el fanatismo está bien asentado. Y que es un medio e intercambio -como la moneda- para lograr largos fines.

Qué puede decirse a estas alturas que no se haya dicho de la intolerancia, esa lacra permanente ejercida desde diversas instancias y que es alimentada con oscuras intenciones. Qué se puede descubrir sobre los crímenes en nombre de iconos abstractos e inexistentes. Qué de las desdichas que el poder de unos hombres generan sobre otros utilizando la mano de obra de la violencia. Qué honda y vertiginosa propiedad tienen las palabras que algunos, hipócritamente, no pueden soportarlas.

Celebraré la recuperación del escritor Salman Rushdie, cuya ejecución ya estaban celebrando los más fanáticos. Tal vez no solo los del bando de la teocracia iraní sino algunos de cualquier sesgo intolerante de los que tenemos en nuestro entorno. 


jueves, 11 de agosto de 2022

Gesticulaciones

 


Observen, señores visitantes, dice el pretencioso cicerone, que lo más expresivo de esta doble escultura no son los rostros, ni siquiera la disposición de celebrar un ágape con sus cuerpos extensos, ese estilo que heredaron los romanos. Aun cuando sus caras reflejan un estado de bienestar y alegría idílicas, ajenas a este mundo, resultan demasiado alejadas para el mortal que las contempla. 

No se puede negar que la actitud de arropamiento mutuo ya refleja algo más calor, y pretende trasladarnos la fuerza de la complicidad aparente de una pareja. Ya entonces se daba un instinto de protección sublimado que ha llegado hasta nuestros días. Otros dirían que anuncia un carácter de compenetración, que vaya usted a saber. Tal vez la posición social pudiente de ambos permitiera esta exhibición enaltecedora, tan ignorada o recóndita, por otro lado, entre los pobres. 

Pero lo que realmente denota viveza, vida comunicativa, dinámica de existencia dotada de proyectos como si vivir fuera algo inacabable, es la gesticulación que ambos esposos practican. A quién se dirigen, que señalan, qué plantean o resuelven, qué pensamientos intercambian y debaten, qué intenciones se traen entre manos, nunca mejor dicho. 

Ah, señores visitantes, admiren este conjunto de quienes aun muertos nos quieren decir que están vivos. Recréense en el misterio arcaico de sus rostros angulares de orientales procedencias, valoren lo bien trabajados que están los miembros de sus cuerpos robustos, reconózcanse en sus propios atributos femeninos y masculinos, aprecien sus peinados y aderezos. Pero, eso sí, pero déjense arrobar sobre todo por el movimiento de sus manos. Cuánto hablan sus dedos afilados y móviles. ¿Hacen un repaso de lo que fue su vida? ¿Conciben nuevas ideas con las que prolongar lo improrrogable? ¿Dialogan y razonan? ¿Contemplan lo pasado o imaginan nuevas vivencias? 

Nada denota en esta pareja, señores visitantes, preocupación, ni inquietud, ni resignación, ni abandono. Niente da abbandonare es la consigna que marcan esas manos que se saben ahítas de conocer el cuerpo del otro, o de firmar contratos, o de ordenar acatamientos, pero que también quieren dejar constancia de una mutua esperanza. 

Particularmente pienso, estimados oyentes, que se trata de una soberbia y magistral intervención teatral. Aunque se me enfaden los especialistas. Porque ya se sabe que las comedias y los dramas tienen lugar en cada unidad familiar y cara al exterior pueden traducirse de las formas más imaginarias. Con voces, con desplantes, con gestos, con movimientos. Con su consiguiente ocultación, incluso. Por supuesto, no les quiero condicionar la visión sobre estos ficticios inmortales. Extraigan ustedes mismos sus conclusiones. Pero gocen de la contemplación. Añoren y envidien una vida eterna si su ilusión se lo comunica y les place. 

Y, ahora, señores visitantes, pasemos a otra sala.




* Sepulcro de los esposos, obra etrusca hallada en Cerveteri y expuesta en Villa Giulia, Roma.


lunes, 8 de agosto de 2022

Sumisión

 


Vas a llevar la corona a tu reina. La que salvas. La que respetas. La que reconoces. No te arredra saber el precio que pagarás. Lo que ella me pida se lo concederé, piensas, anhelas. Acataré sus preceptos. Pero no es lo que parece, voy más allá, insistes. Bien sabes diferenciarte de los necios. Lejos de su babosería tú al menos crees conocer dónde estás. Es tu arte. En el ejercicio del culto a tu soberana te elevas. Te elevas incluso cuando te hundes para satisfacer sus caprichos. Jamás la alcanzarás del todo. Pero ella disfrutará no solo con sus mandatos sino incluso con sus desplantes, su altanería, sus humillaciones. Todo ello lo aceptas porque consideras que son los dones que ella pone en ti para percibir el goce. Te unas o no a la procesión de adoradores mandas mensajes ocultos a tu reina, que ella distingue. Te cuelas a veces entre los acólitos más viles y depravados para simular que eres uno más, pero ella sabe que no eres un cualquiera sino un selecto. Me ha elegido, piensas, te entusiasmas. Dispuesto como estás a descubrir tus pulsiones sin fondo ella te pone a prueba. No hay espacio extremo de la diosa que no desees idolatrar. Si te extiende sus manos las humedeces en tu boca. Si te ofrece su torso te estremeces en un impulso de lactante solícito. Si descubre su abdomen te arrodillas convulso ante el templo. Si prolonga sus pies perezosos lames cada palmo de sus dedos. Madre consoladora, canta tu plegaria, pero apenas has entrado en su reino. Porque ella será la que ordene, la que proponga, la que te hiera, la que te divida. La que saque de ti lo que tú mismo desconoces. ¿A qué estás dispuesto?




* Dibujo con autorretrato en Dedicatoria, de El libro idólatra. Bruno Schulz.


viernes, 5 de agosto de 2022

Inmortalidad

 



Aquí estoy. He venido con mis amigas. ¿No queríais inspiraros todos vosotros en nuestra juventud? Herr Kirchner, ¿cómo me coloco hoy? Quiero que ellas aprendan también a posar. ¿Quién nos iba a decir a nosotras que íbamos a ser modelos de pintores en boga? Para mis amigas prima el dinero. Para mí es necesario también, pero he descubierto que hay algo más que vender la propia imagen. Me lo has enseñado tú, Ludwig, y perdona el tuteo, sé que lo prefieres. No me importa el resultado de lo que pintes, eso es cosa tuya. Yo estoy a este lado de tu trabajo y me brindo a cuanto precises y a lo que mis movimiento te sugieran. Tu mirada a mi cuerpo es ya para mí un valor. Me reconoce. No aspiro sino a estos instantes en que soy una fuente de ideas para ti. Ya me lo dijiste el primer día. Voy a hacer tu retrato, Marcella, a mi manera, a lo que el instinto nuevo me exija. No me importa lo que acabes pintando, te respondí. Para mí la obra está en este tiempo en que me pides que me ponga de este lado o eleve mi torso o me recoja cruzando las piernas o desenmarañe mis cabellos. La obra finalizada de la joven Marcella ya está aquí, posando ante ti. Me gusta tu sinceridad, Ludwig. No busco reproducir lo que pareces, me has dicho, sino lo que hay detrás y va a inmortalizar tu tiempo presente de otra manera que pocos ejecutan. Hasta con tu lenguaje de artista estoy aprendiendo. Creceré, me haré adulta, si la vida no me ha maltratado antes demasiado, pero esa inmortalidad de la que hablas es como poesía. Un cuadro es también poesía, sueles afirmar. Y entonces yo te sonrío porque me haces sentir musa no solo de artes sino incluso de nuestra mutua amistad. 





* Retrato de Marcella, de Ludwig Kirchner

lunes, 1 de agosto de 2022

Confusión

 


Pintarse a uno mismo es lo más difícil que existe. Cada día lo intento pero cada día tengo una expresión diferente. ¿Que eso lo hace más interesante? Sin duda. Pero me arrebata la incertidumbre por saber quién soy realmente. Sería más sencillo mirarme al espejo. Este me devolvería la imagen sin mayores altibajos entre un día y otro. Me parecería que soy yo, aunque no estuviera seguro si solo se trata de un burlón el que tengo enfrente. Pero disponer el espejo de un lienzo para reflejarme, ay, eso es otra cosa. Inestabilidad. Desasosiego. Inseguridad. Todo acaba deviniendo en confusión. ¿Cuántas veces he empezado y he alterado las pinceladas? Un color me deprime, lo cambio. Una disposición me resulta inquietante, la modifico. Observo que falta expresión, me invento alguna. Y ese no saber quién soy da la medida de mis dudas. ¿Debo pintar mi apariencia o recrear un personaje? Al fin y al cabo cada individuo se ofrece aparente de día en día y en ocasiones resulta irreconocible para los próximos. Acaso de ahí que me tiente imaginar lo que soy, aun no siendo lo que otros me ven. Pinto para mí como otros escriben solo para ellos. Me expongo a extraer mis propias turbulencias, a derivar en gestos poco atractivos, a exponerme en posiciones escasamente edificantes. Y qué. Un cuadro es flor de un día, aunque si permanece para la posteridad muchos vean al retratado de un modo fijo. Allá lo que piensen y la idea que se hagan de mí. No deberían verme como quien ve una fotografía, que también las fotografías son de un instante, sino como un individuo en tránsito con su propia obra. Tampoco soy lo que pinto, siquiera en sus desequilibradas posturas o miradas aviesas. En realidad soy mis eructos, mis movimientos intestinales, mis cansancios, mis voces aguardentosas, mis desplantes, mis inquietudes. ¿Cómo dejar constancia de todo eso y más en un lienzo? En el pasado muchos artistas han retratado a personajes de modo exquisito y retórico. Como si solo fueran tipos de cuadro. Como si no tuvieran vida, sino solo un rol. Cuadros para una galería, un salón o una dependencia sinodal. ¿Reflejaban esos retratos lo que eran realmente los personajes o pretendían trasladarnos su estatus de poder? Ciertamente, siempre se ha pintado también de otra manera. Ignorando a los pudientes y reconociendo a los débiles. Ni uno ni otro es mi caso, ni lo intentaría. Yo me veo así: soy en cuanto hago. Me desplazo hacia un espacio inescrutable.  Giro sobre mí mismo hasta convertirme en ángulos. Proyecto la mirada buscando el momento que no volveré a disponer. Ahí quedo. Móvil y tratando de evitar una permanencia imposible. Fecundando una confusión que me aporte íntima claridad.


  


* Autorretrato de Max Beckman.