"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 29 de abril de 2022

Una de réprobos: De la lujuria, según el Modus confitendi, impreso por Juan Párix en 1473

 



De la lujuria

Igualmente he cometido un pecado de fornicación y de lujuria porque experimenté en mi interior el placer y el pensamiento de gula y lujuria por la polución del cuerpo, tuve trato carnal deshonestamente con mujeres y las amé, profiriendo palabras lujuriosas, tocándolas, abrazándolas, besándolas y, algunas veces, cometiendo actos deshonestos; y si no de hecho, sí de pensamiento, deseé hacer y practicar adulterio, incesto, rapto y otros pecados contra natura.


Este texto pertenece al Modus confitendi, Manual para la confesión, cuya edición facsímil ha caído en mis manos. Fue escrito por el obispo Andrés de Escobar e impreso en Segovia en el año 1473 por el impresor Juan Párix, originario de Heidelberg. La tipografía me deja perplejo. La composición de los tipos son lujosos (líbreseme de errar y decir lujuriosos, aunque siempre he visto mucho erotismo en las tipografías de los diversos y ricos alfabetos que hay por el mundo), pues el texto no se apelmaza como sí ocurría en otros impresores. Y la separación entre capítulos permite una lectura más definida. Se ve que Juan Párix tenía arte además de oficio. ¿No es precisamente esta armonía lo que certifica una obra bien hecha?  

La intención de este y otros manuales análogos era hacer pedagogía, que se diría hoy, sobre los curas en orden a saber enfocar la confesión, práctica que tuvo lugar a partir del IV Concilio de Letrán de 1215. Los manuales tuvieron sus días de gloria entre los siglos XIII al XV, luego decayeron. Se ve que la citada práctica sacramental ya había sido bien aprendida y había generado suficientes recursos psicológicos para que el pastor llegara hasta sus corderos.




El Modus confitendi está escrito en latín. Aborda los pecados que pueden cometerse de pensamiento o de palabra. Luego pasa a los siete pecados mortales (sic) que más tarde se han denominado capitales, nombrando características vinculadas a la soberbia, avaricia, envidia, lujuria, gula, ira y pereza. Luego pasa a una descripción de los diez mandamientos y de qué modo se ha pecado contra cada uno de ellos. Abunda más adelante sobre los doce artículos de la fe, los siete sacramentos, las siete virtudes teologales, los siete dones y frutos del Espíritu Santo, las ocho bienaventuranzas. Y el Manual se remata con una oración para después de la confesión y las fórmulas de la absolución.

Es curioso que incluye incluso una regla nemotécnica que debía ser de gran ayuda a los sacerdotes. Los siete pecados mortales, dice, están contenidos en las siete letras de la palabra Saligia (Soberbia, Avaricia, Lujuria, E(I)nvidia, Gula, Ira y Acidia) Realmente se lo da hecho al usuario encargado de escuchar los temerosos pecados y absolver a quienes los habían cometido.

Espero no haberos aburrido. Yo me lo he pasado muy entretenido y reconfortado leyendo el manual, porque ha sido como retroceder a la infancia y recordar aquello de meter la cabeza por delante del confesionario mientras las mujeres lo hacían por los laterales separadas por una rejilla. Y soltar una ristra de frases hechas que creo que nunca sentí con excesiva afectación. En fin, qué experiencias no ha vivido uno. Ah, y darme cuenta de cómo un texto de 1473 trataba sustancialmente de lo mismo que nos obligaban a acatar, y hacernos sentir culpables, hace apenas unas décadas. 

Sobre el texto adjunto acerca de la lujuria, lo dejo ahí para vuestras sabias consideraciones. No tiene pérdida. El sexo, las relaciones sexuales y el criterio sobre la mujer ha sido algo obsesivo en la historia de la Iglesia.




(Imagen de cabecera: fragmento del monumental fresco que pintó Luca Signorelli sobre el Juicio Final en la Catedral de Orvieto en 1502. Tampoco tiene pérdida, pero es de una belleza que desborda.

Imagen intermedia: primera página del Modus confitendi

 

lunes, 25 de abril de 2022

Un monumento encarnado por la mujer de negro

 


Supongo que el monumento del fondo es en recuerdo de alguna gesta bélica de las que se erigieron a miles en las Rusias anteriores y ahora perviven en la Rusia meta zarista. Los relieves que se ven en un lateral bien pueden evocar la liberación frente a un invasor, el largo episodio de reconstrucción de una nación o algún delirio de grandeza imperial. 

Gran parte de los más importantes monumentos alegóricos de la Historia se erigen hacia el cielo. Una tradición cuyo simbolismo se ha ido repitiendo y perpetuando: menhires, pirámides, obeliscos, torres de catedrales, alminares, estupas, pagodas y, por qué no, rascacielos, se erigieron con doble o múltiple significado, según cada cultura y tiempo. Pero recogiendo simbolismos tales como principio masculino, vértice de centro místico, rayo solar, representación de la montaña, lámpara espiritual, conquista espacial...

Obras impulsadas por las élites, se considerasen hijos de dioses o intermediarios de estos, ya se sabe que los mitos lo recogen todo, pero utilizadas para consolidar creencias, afianzar dominios territoriales, glorificar sus hazañas, divulgar sus preceptos e imponer sus mandatos. 

Pero aquí hay otra clase de monumento. Carnal y cargado de significados vivos. La mujer de negro rusa, plantada con su ramo de rosas blancas, evoca una gesta más difícil, la de la conquista de la paz. Quién sabe si las rosas no expresan sino algo tan elemental como los derechos humanos. O la capacidad humana de perseguir el entendimiento. O el anhelo de vivir con respeto y tolerancia entre los hombres. O la negativa al derramamiento de sangre. O un cierto grado de pureza frente a la incesante corrupción.

Que cada cual ponga una advocación a ese ramo de rosas.  

Se me antoja que la actitud erecta, orgullosa y noble de la mujer de negro representa una protesta dual. Frente a una agresión exterior que está ejecutando aquel gobierno y frente a la agresión interior por la privación de la libertad de expresión de los ciudadanos rusos. Con todo el riesgo que implica para los valerosos disidentes que se atreven a objetar en la actual coyuntura de falta de libertades democráticas.

La mujer de negro se impone al material del que esté realizado el otro monumento. Dos verticalidades, pero con sentidos diferentes. Una invoca el pasado. La de la mujer de negro no se eleva con simbolismos abstractos de las antiguas sociedades.  La mujer de negro da la cara por el presente y lo eclipsa.




( Fotografía tomada de https://www.eldiario.es/internacional/guerrilla-clandestina-toma-silencio-calles-rusia-protestar-guerra_1_8925340.html )

viernes, 22 de abril de 2022

En el límite (Serie negra, 90)

 


Hemos aterrizado cerca de la frontera. ¿Por qué me ha traído Lynn hasta el límite de dos países? Aquí las lomas se tornan más suaves y ofrecen un valle accesible pero engañoso. Parece el otro país, o ninguno de los dos. Es lo que tienen las zonas rayanas, que han parido un territorio nuevo, aunque no se lo reconozca oficialmente como tal. Un espacio ocasionalmente compartido pero habitualmente vaciado. Pisamos el suelo que anteriormente ha sido recorrido por multitudes y a su vez por soledades. ¿A dónde iban y qué esperaba encontrar tanto transeúnte? Le he preguntado a Lynn por qué hemos venido aquí. Para pensar, para hacernos una idea de lo que fue el pasado, me ha respondido. Ella ha subido a un montículo y toma notas. ¿Es bueno anotar lo que se ve alrededor en tiempos de fricción? Aparentemente todo está en calma. No se advierte despliegue de tropa alguna ni correrías de facciones de las que tanto se habla. Nuestro razonamiento es poderoso. Hemos llegado a este punto para meditar sobre lo que aconteció o creímos que aconteció en otras épocas. Ese será el argumento que expondremos si tenemos un desafortunado encuentro. ¿Nos creerán? Pero reflexionar sobre vidas en curso de tiempos pretéritos es siempre de riesgo imaginativo. Las informaciones son escasas. Las interpretaciones, sesgadas. Los descubrimientos avanzan con rapidez pero saber situarlos es un proceso lento. ¿De cuántas culturas que se trasladaron por este valle hablamos? ¿De cuántos pueblos, gentes, conductas y aspiraciones podríamos citar algo verídico? Lynn me lo ha dicho. Burton, haz el esfuerzo de fantasear. Haz como si estuvieras viendo y sintiendo el calor de los peregrinos que huyen de un ayer para tratar de llegar a un futuro incierto. Imagina que se desplazan con sus familias, con limitados enseres, con sus pensamientos de organización social y sus creencias benéficas. Lynn sabe estimular. Ahora me doy cuenta que desde el avión ves y no ves. Adquieres una perspectiva pero no sitúas los cimientos de lo que hay abajo. Mi vida de piloto ha sido una vida de intuición y llega Lynn y me obliga a poner los pies en el suelo para algo más que descansar ante el próximo viaje. Pero el viaje, ¿dónde se encuentra? ¿Entre las nubes o en las vivencias que me aproximan a los demás hombres? ¿Atravesando distancias allá arriba o reduciendo las horas sobre este suelo? Lynn me hace una seña con la mano. Dice algo pero no la entiendo. Un valle fronterizo que habla con voces ocultas. 






(Fotografía de Latif Al Ani. Bagdad, 1931- Bagdad, 2021)

martes, 19 de abril de 2022

El vuelo (Serie negra, 89)

 


Tu amigo Seymour no tendrá ni idea de que estás sobrevolando este imperio de ruinas, le dice el piloto a Lynn. Ella hace una mueca de duda. No te fíes, Burton. Seymour se entera de todo, No es un mero diplomático, esconde otra actividad y por lo tanto despliega una personalidad más retorcida. Alguien le habrá informado de a qué hora hemos partido, qué recorrido estamos haciendo y si aterrizamos en alguna pista cercana con quién vamos a vernos. Seymour tiene por principio no creer a nadie y no admitir la naturalidad de cualquier comportamiento. Burton no parece sorprenderse. Ese tipo es peligroso. He sabido de alguno más de su estilo. Lo que no entiendo, Lynn, y te conozco desde hace mucho tiempo, no en vano hemos compartido aventuras donde la sinceridad te ha calificado ampliamente, es que te prestes a sus caprichos. Tal vez sea también mi capricho, Burton, replica la mujer. No lo dudo, y el piloto distingue las ruinas y activa con seguridad los mandos para un acercamiento, pero los personajes de doble rostro juegan con fuego y pueden quemar a quien se arrima. Lynn no quita ojo a los colores ocres que se van tornando rojizos a medida que pasan una y otra vez circularmente sobre la vieja urbe. Eso es lo que me gusta, que esos presuntuosos sientan mi aproximación como una conquista fácil. No me molesta sentirme utilizada, diría que incluso me apetece hacer creer que soy presa de los celos. En ciertas materias Seymour es un libro si no abierto al menos no secreto del todo. No sabes mucho de sus oscuras intenciones, pero suele quedar al descubierto ante lo aparente y lo que él cree accesible. Burton, que se debate entre contemplar el paisaje de la urbe abandonada y admirar el que muestra vivamente la mujer,  no se desconcentra. Sigues siendo la invicta de siempre, Lynn. Que yo te diera consejos a estas alturas no serviría sino para que me tomaras por tu papá y por lo tanto no me hicieras caso. Te has propuesto una batalla que tú crees controlar y a mí me da la impresión de que puedes encontrarte con complicaciones. Pero se ve que toda la vida te han gustado las complicaciones hasta extremos que a otros nos llevaría a evitar. A ti te gusta pilotar un aparato como este y jugar con él, ¿no?, dice Lynn. Debe ser que tu exceso de confianza se ha apoderado de tu personalidad, que ya no distingue si eres el piloto o propiamente el avión. Pues acaso a mí me suceda otro tanto. Burton afirma con una carcajada mientras inicia un descenso vertiginoso. ¿Preparada para un rasante?






(Fotografía de Latif Al Ani. Bagdad, 1931- Bagdad, 2021)

viernes, 15 de abril de 2022

Pasaje a Ctesifonte (Serie negra, 88)

 


Seymour es un diplomático con conexiones muy efectivas. Cuando me llamó por teléfono no lo dudé. Ah, ¿cómo es que esta vez no vas con tu esposa?, le pregunté no obstante por despejar incógnitas. Siempre has querido conocer Ctesifonte, ¿no?, pues esta es tu oportunidad, replicó Seymour. Me tragué mi propia pregunta capciosa. Reconozco que esa manera de responder Seymour se llama maestría en esquivar preguntas embarazosas. ¿Es segura la zona?, insistí. Le intuí crecido. Para nadie es segura y menos para un representante de un gobierno que no siempre es bien acogido. Ya sabes, cosas de la política. Pero confía en mis contactos y en mis artes. Seymour presume y del humo levanta un edificio. Ah, claro, tus artes, y me incliné por la ironía. Olvidaba que eres un Merlín y que si nos encontramos con alguna de las facciones que no son sumisas a tu gobierno nos agasajarán. Al otro lado de la línea Seymour rio. Luego su voz adquirió un tono firme y seguro. Tú confía en mí. Me conozco el territorio al dedillo. No soy Thomas Edward Lawrence pero he aprendido lo suficiente para saber negociar y abrir puertas cuando te las encuentras cerradas. No pude evitar enfurecerme. Oh, Seymour, pero estamos hablando de una excursión, no lo plantees como si fuéramos a retomar negociaciones. O si lo miro desde otro ángulo va a darme miedo atravesar el desierto. Yo solo pretendía que tuvieras claro que vas a estar protegida, saltó cual macho del rebaño. Además no es un desierto del todo. Es una ruta a la que poco a poco se acerca el turismo. Las ruinas atraen mucho. Y los occidentales sueñan con civilizaciones antiguas que no entienden pero se pirrian por ver lo que se excava y los lugares donde crecieron aquellas urbes. A Seymour siempre le ha gustado darme lecciones y lo hace derrochando no solo apuntes informativos sino sobre todo habilitando una moderada pasión que a veces tengo la impresión de que es impostada. Que haya ciertas zonas inhóspitas no quiere decir que nos deparen encuentros hostiles, continúa no sé si para tranquilizarme o alardeando de tener recetas para hacer frente a cualquier situación imprevista. La última vez que nos topamos con...Le paré en seco. No me lo cuentes, y alcé la voz ásperamente. La última vez no iba yo contigo, así que las aventuras con quien fuera te las guardas para fortalecer esa experiencia de la que tanto presumes. Silencio. Esta vez ni risas ni explicaciones. Seymour optó por callar un buen rato. Qué, ¿estás o no estás?, dije al fin más atemperada. ¿Sí? ¿No? Sus palabras llegaron prudentes o, más bien, medidas. Pensé que se había cortado, ¿decías? Que me tuviera como alternativa a su esposa ya me hería. Pero que me tuviese como opción complementaria de corte diplomático me repugnaba. Callé. Lynn, Lynn, me llegaba un Seymour enérgico al que imaginaba repantingado en su despacho, estirándose los tirantes horrorosos de su pantalón y haciendo señas de mando a sus ayudantes. Lynn, ¿otra vez se cortó? Quise poner a prueba su interés por mí. ¿Aguantaría un rato todavía hasta que yo diera señales de nuevo? Pero su decisión fue rápida. Sigamos preparando esa conferencia, creo que Ctesifonte puede esperar, oí que le decía a alguien un instante antes de colgar el teléfono.

  



(Fotografía de Latif Al Ani. Bagdad, 1931- Bagdad, 2021)

miércoles, 13 de abril de 2022

Varada en el camino (Serie negra, 87)

 



«Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. Sólo mi memoria sabe lo que encierra. La veo y me recuerdo, y como el agua va al agua, así yo, melancólico, vengo a encontrarme en su imagen cubierta por el polvo, rodeada por las hierbas, encerrada en sí misma y condenada a la memoria y a su variado espejo. La veo, me veo y me transfiguro en multitud de colores y de tiempos. Estoy y estuve en muchos ojos. Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga». 

Elena Garro, Los recuerdos del porvenir.



Rendida caigo. Los caminos tan largos. El sol tan verdugo. Dónde una sombra. Si me hiciera lagarto entraría y saldría de la vida como ellos. He parado junto al mojón que indica distancias horizontales. A veces cuesta decidir qué rumbo tomar. Tal vez el cansancio existe para parar y pensar. En mi entorno solo silencio de hombres. Aquí no llega el trajinar de sus actividades. Lo demás se agita. Polvareda que se levanta a capricho del viento. Silbidos inconfundibles de áspides de paso. Grillos entre los zarzales sedientos. Algún remoto trueno seco. Sinfonía prudente del aire. Pensar es alejarse de lo inmediato. Me acecha un sueño sin horas. Me adormezco. Soñar es descansar. Ya no sé andar los trayectos como los andaba antes. ¿Son más cortos ahora? Aquellos horizontes me reclamaban pero nunca lograba superarlos. El horizonte es inalcanzable. Ahora lo sé y por esa razón me he detenido. Para que la tierra que sujeta mi cuerpo me hable. Que me descubra lo que intuía pero no razonaba de niña. Son los mismos guijarros, pero me parecen otros.  La grava es más nueva, y sus aristas se clavan en mi piel como si la envidiaran. Permanece la misma sangre seca en las lindes de la senda. Una sangre que no se puede borrar aunque la memoria de los hombres no la recuerde. Huellas desvanecidas, desplazadas por la presencia de otras nuevas. No dura mucho este instante sin tiempo. Me llegan pasos orquestados. Voces de mando. Susurros clandestinos. Carreras asustadas. Griterío desatado por ilusiones que van y vienen cruzándose. Expectación de viajeros que quieren iniciar una nueva vida sin conocer el destino. Rastros estridentes y fabriles que inauguran nuevas ciudades. Vivir es desconocer el futuro. Lo hace atractivo, aunque algunos lo consideren arriesgado. La tierra que hay bajo mi cuerpo está más elevada que entonces. Se han acumulado estratos sucesivos. La erosión ha galopado más que los jinetes de cada época. Debajo de mi cuerpo hay ejércitos derrotados. Cuerdas de esclavos traídos de lejanos continentes. Fugas de hombres de bien. Atropelladas urgencias de perdedores. Clérigos malheridos por sus contradicciones. Donjuanes agotados por la insatisfacción de no saber quererse. Cuadrillas de albañiles y de ferroviarios cuyo reino nunca será de este mundo. Multitudes apiñadas e individuos solitarios. Pero allí debajo no queda perfil alguno de sus cuerpos. Un rumor colectivo que se aleja entre las profundidades de un tiempo que dicen que existió. Aquí, tendida sobre esta vereda, yo misma siento que desaparezco. Nadie sabrá más de mí. Uno se va cuando es olvidado. Seré ausencia mientras dure la imagen que hayan retenido de mí los demás vivos. Después formaré parte de la materia sencilla de los caminos. Varada para siempre, como si no hubiera pasado por la vida.







(Fotografía de Juan Rulfo)

domingo, 10 de abril de 2022

Eros y Tánatos (Serie negra, 86)

 




"yo sueño-
 ¿por qué sueño con tanta frecuencia con penetrar en lo imposible? 
¿quizá porque mi sangre es igual al sueño 
o quizá porque yo sea la muerte?" 

 Adonis. Singulares



...muere, muérete en mí, se lo dice al oído, quedamente, mientras él evita moverse, ella abrazándose como puede a su espalda, apretada, cubiertos los dos por una manta que huele a sudores, lo hacen imperceptiblemente, hay mucha gente allí, todo su hacer es lento, disimulado, no pueden producir ruido, no deben ser descubiertos, aprovechan los movimientos de los demás cuerpos, los roces inevitables de otras ropas, cualquier arranque de una tos aguda viene bien, o los ronquidos, o algún lamento perdido en medio de la noche, cualquier sonido les favorece, sobre todo el traqueteo del tren cuando cambia de vías, entonces varían de posición, les sirve para hendir más sus cuerpos, para agarrarse a cualquier palmo de la piel, no bajan la guardia sino que afinan el cuidado, jamás ni uno ni otro se había entregado a nadie con esa mezcla de tiento e intensidad, como si interpretaran un acorde delicado que en tono bajo gana en receptividad, no se había dado la circunstancia, de vez en cuando fingen cambios de postura del sueño, no deben producirse jadeos, la mujer le tapa con los cabellos, nadie debe darse cuenta, le oculta, él ahoga sus jadeos en el cuello de ella, mientras la sujeta la cadera, mientras la levanta a hurtadillas, levemente, a la mujer le cuesta contener la palpitación que le sofoca, pone la boca sobre la cabeza del hombre, se esfuerza en resistirse al desvanecimiento, la mujer le hace desaparecer, como si le engullera con su cuerpo, como si entre ella y la manta hubiera un niño que se esconde, o un sueño, o una figura imprecisa, siente que él se disuelve, que sus contracciones contra la pelvis de ella la agitan más, teme la respuesta convulsa del hombre, y a la vez la anhela, soporta la quemazón de la boca del hombre, el afán de éste por no delatarse, ellos allí, en medio de tantos infelices, nur eine kurze Reise werden, les han dicho al partir, sólo va a ser un corto viaje, y ella no quiere que sea un viaje breve, no quiere llegar a ningún lado, ellos no quieren considerarse como los demás, su manera de amarse es también el modo en que rechazan aquello, y niegan el viaje en sí, que es también el frío, la masa de animales humanos extraídos de sus barrios, de sus aldeas, todos amontonándose en el vagón, el miasma que vuelve irrespirable un espacio, los lamentos, la inquietud, el desasosiego, las frases inconexas de los primeros enloquecidos, y el silencio terrible que a ratos les anula a todos, ellos abrazados cautamente, sin apenas saber cómo son sus rostros salvo por el tacto, sospechan del viaje lo que ignoran la mayoría, se diluyen el uno en el otro como una forma de huida, la única posibilidad de supervivencia, haciendo de sus cuerpos su propia estación término, un regate al destino



(Nota. He rescatado este escrito de hace tiempo porque creo que hay que hacer una defensa pudorosa del amor frente al ataque obsceno de la muerte)

 

(Fotografía de Anders Petersen)

jueves, 7 de abril de 2022

Venid a mí, que yo llegaré (Serie negra, 85)





Su mirada lo abarcaba todo. Porque no eran solo sus ojos los que oteaban, sino los ojos de los que había atraído hacia sí. Vosotros sois mis ojos allá donde los míos no alcanzan a ver. Sois mis oídos de cuanto no me llega. Sois mis manos ejecutoras porque las mías no lo sujetan todo. Sois mi olfato, pues desde donde os encontráis podéis percibir lo que se cuece antes de que hierva. Sois mi palabra para que la impongáis sobre las gentes necias. Comprobad que no solo delego mis sentidos en los vuestros, sino que los vuestros siempre deben responder a lo que mis sentidos quieren y esperan.

Así habló el Gran Hombre y todos sus agentes ejecutores le aceptaron como un Dios. Ellos, los elegidos, bien por posesiones y poderes heredados, bien por su sagacidad aunque antes fueran unos donnadie o por la originalidad de sus sugerencias, e incluso aquellos que supieron servirle antes de que se les pidiera que lo hicieran, ellos, lo más selecto de aquella corte asintieron con convicción a sus palabras. Inmensos en su gozo por obtener la confianza del Gran Hombre, se sabían también obligados y exigidos. No podían fallarle. Él los compensaría.

Vuestras riquezas presentes solo están garantizadas si hipotecáis vuestro futuro a mí. Nos debemos mutuamente, pero no olvidéis jamás que quien decide en un destino que nos beneficia a todos soy yo. No me defraudéis y no os decepcionaré. No os apartéis un paso de mis pasos porque en ellos hallaréis seguridad. No vaciléis ante mis propuestas porque en ellas también se balancean vuestras aspiraciones. Seremos un solo cuerpo contra el enemigo. 

Cuando así habló el Gran Hombre se hizo un silencio aquiescente. Jurad ante mí que estáis de acuerdo, les impelió el sumo rector. Todos los congregados doblaron su cerviz para sacramentar la promesa. Pero hubo un advenedizo a la corte, cuya fama de valeroso y fiel le respaldaba, que alzó su voz.

Señor, ¿y quiénes son nuestros enemigos? Vuestro imperio es único y goza de la paz. Los territorios permanecen unidos. La prosperidad avanza entre vuestros súbditos. Las fronteras están aseguradas. Vuestro ejército permanece alerta y leal. La política que vuestra mente preclara ha trazado está fuera de dudas. De nadie tememos y nadie se atreve a producirnos temor. ¿Dónde, pues, el enemigo?

El Gran Hombre, puesto en pie, fue preciso. Bien hablas, mi entregado servidor. Todo está atado y todo da sus frutos. Pero el enemigo no es solo una figura real y presente. No es el acto en sí, sino la potencia de querer ser como el Gran Hombre. Libraros de tal tentación, porque entonces cualquiera de vosotros encarnaréis al enemigo. Y entonces, os aseguro, mi ira será implacable con quien se desvíe de mis anhelos imperiosos.

En ese momento los elegidos proclamaron al unísono: eres el Gran Padre. Nuestros destinos está unidos al tuyo para siempre. 







(Fotograma de la película Iván el Terrible, de Serguéi Eisenstein, 1944)

martes, 5 de abril de 2022

La Novaya Gazeta, Новая газета, se autosuspende mientras dure la guerra de Ucrania

 



Uno de los pocos periódicos críticos e independientes de Rusia, ¿o acaso el único?, Novaya Gazeta, decidió hace unos días suspender su publicación, tanto en papel como en edición digital. Las constantes presiones y amenazas del Roskomnadzor (Servicio Federal de Supervisión de las Comunicaciones, Tecnologías de la Información y Medios de Comunicación, burocrático eufemismo con que el Estado ruso vigila y supervisa todo lo relacionado con ese área) les ha obligado a cerrar hasta que se dé por terminada la guerra de Ucrania o, como dice el director del medio, hasta que termine la operación especial en el territorio de Ucrania, otro eufemismo impuesto por Putin.





Hace años que la libertad de prensa en Rusia es una sombra. Varios periodistas fueron asesinados -¿qué tendrán los periodistas auténticos, qué tendrán?- de los que se recuerda con especial dolor a Anna Politkóvskaya, redactora de Novaya Gazeta, cuyos reportajes sobre la Segunda Guerra chechena resultaron incómodos para el Kremlin.



El director de Novaya Gazeta, Dmitri Murátov, recibió el Premio Nobel de la Paz 2021. Tal vez esa circunstancia le esté salvando de una represión más contundente por parte del Kremlin. Tal vez la decisión conjunta con editores y redactores ponga a salvo al medio y a él mismo. Pero visto el punto belicista a que se ha llegado en Rusia todo puede ser posible. 



Recordé un poema de César Vallejo, uno de sus Poemas póstumos. Se lo dedico a los resistentes enmudecidos de Novaya Gazeta y de toda la oposición de una sociedad amordazada. ¿O voluntariamente aquiescente?


¡Y si después de tántas palabras!


¡Y si después de tántas palabras,
no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos!

¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!
¡Levantarse del cielo hacia la tierra
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!
¡Más valdría, francamente,
que se lo coman todo y qué más da...!

¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
¡Y si luego encontramos,
de buenas a primeras, que vivimos,
a juzgar por la altura de los astros,
por el peine y las manchas del pañuelo!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo, desde luego!

Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena...
Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra!



sábado, 2 de abril de 2022

El escritor que no sabía seguir escribiendo (Serie negra, 84)


 

Inclinado sobre el pupitre, acompañado por la soledad de su sombra, el hombre no supo avanzar.

Releía una y otra vez las escasas palabras escritas. Tan pronto las colocaba en orden inverso como las borraba tratando de hallar otras más acordes a su intención. Pronto comprobó, no obstante, que carecía de empeño. No se le ocurría nada. Entonces irguió su cabeza, y golpeando con el lápiz el tablero de modo alterno se dejó llevar por una sinfonía de percusión monótona.

El tamtam le abdujo. Se alarmó. La idea de verse privado de la necesidad de escribir le producía un desasosiego doloroso. Luego reflexionó: No me había pasado esto nunca. ¿Habré llegado al fin de mis días? No se trataba de una pregunta irónica ni exagerada. Aprensivo como era consideraba cualquier desmotivación como síntoma de un mal que le acechaba desde alguno de los órganos secretos de su cuerpo.

Detuvo el golpeo. Aguzó la escucha del silencio. Tanteó con su concentración los territorios que desde el cerebro a los pies transcurrían inquietos, ajenos a control alguno. Buscaba interpretar las disonancias que pudieran emitirse desde cualquier rincón de sí mismo. Una punzadas repetidas en la cabeza. El arañazo de una sequedad aguda en la garganta. El sofoco que le pedía hiperventilación. La acumulación de gases en el abdomen. El dolor desigual motivado por congestión pelviana. La degeneración de los cartílagos de sus dedos. No había zona que no emitiera alguna clase de señal de desajuste, si bien consideraba que siendo como eran estos signos viejos conocidos no debía preocuparse especialmente. Pero ¿y los otros espacios inaccesibles, que viven instalados y ocultos a la propia comprobación táctil, que no emitían indicios de disfunción?, se preguntaba obsesivo. ¿Estaría en alguna de aquellas parcelas recónditas la razón de su pérdida de interés en la escritura? 

Pero tras el intento de visualizar su cuerpo más íntimo a través de aquel periplo explorador no encontró explicación de ningún tipo. Tenía que haber otra razón, tal vez en la esfera no menos física de su pensamiento, pero orgánica como expresión de la vida que llevaba consigo. El trastorno neurológico puede estar aquí ya, pensó estremecido. Si es así ya puedo considerarme arrojado a las tinieblas exteriores, acertó a construir una expresión literaria.

Ante aquella conclusión temeraria no dirigió su mirada a ninguna parte. La habitación donde se agitaba su mente enfebrecida la percibió como ratonera. Le pareció que menguaba la luz. Cuantos ruidos lejanos le llegaban chocaban antes de llegar con claridad a sus oídos, difuminándose. Debo estar en un limbo, se diagnosticó. Un espacio ausente donde ni siquiera se asienta siquiera un criterio moral. Moral. ¿Por qué pronunció aquella palabra que se había ido convirtiendo en tabú a lo largo de su vida? 

De pronto giró con lentitud la cabeza y se encontró cara a cara con su sombra. Estamos solos, dijo a la sombra. Pero esta se revolvió contra él. Eres tú quien está solo. Tú, que siempre andas lamentando tu decrepitud, buscando malestares, concediendo a los fantasmas la calidad desagradable pero sublime del dolor. Indaga por qué has perdido la necesidad de escribir.  Busca el mal de fondo entre los males circunstanciales. Tal vez entonces recuperes la necesidad de la escritura, que no es sino la del pensamiento. Acaso entonces tus emociones respondan con un boca a boca que destierre tu afasia.



(Autofotografía de Jorge Molder)