"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 28 de julio de 2020

La pelea de los remeros, vista por un niño




Cuando mis amigos y yo íbamos para casa, huyendo de la tormenta, vimos desde lo alto del escarpado la pelea de los remeros. Nos costaba creer lo que pasaba allá abajo. El oleaje precipitaba la barca de aquellos hombres contra el acantilado. Yasuko se asustó mucho y empezó a gritarles, como si le fueran a oír. Y Kinko decía que no se iban a salvar. El fuerte aguacero y el viento, que doblaban el furor de las olas, parecían acelerar la desgracia. Habían advertido que aquel día las mareas iban a ser muy intensas, pero nuestros pescadores son muy expertos y a veces se confían. La embarcación estaba a capricho del temporal, mas para nuestra sorpresa, cuando daba la impresión de que de un momento a otro iba a estrellarse, se imponía al oleaje alejándose algo más de la costa. La fuerza de la marejada volvía a desafiar la barca y la empujaba de nuevo hacia las rocas. Y de nuevo aquellos hombres experimentados sacaban fuerzas y rompían las olas a su favor recuperando distancia. Así estuvieron un buen rato, como si se tratase de un pulso desigual. No nos quedamos a ver el desenlace, porque vinieron hacia nosotros el padre y el hermano mayor de Mieko, que habían salido en nuestra búsqueda, alarmados por nuestra ausencia. El hermano de Mieko, que vive en Edo, es un hombre de letras y escribió al día siguiente un poema que a mí me resultó extraño.


No maldigáis las olas,
      acercaros a sus voces,
            y cuando pase la tempestad
                 oled los aromas del alba
                         que ha vencido a los peores presagios.




* Chitón os lo cuenta de otra manera.



(Ukiyo-e de Hokusai)

    

sábado, 25 de julio de 2020

Cuentos indómitos. A orillas del Piri Poty






















"...Y salía un río de Hedén para regar el huerto y de allí se repartía en cuatro cabezas..."

Génesis, 2, 10. La Biblia del Oso, Casiodoro de Reina.



¿Desde cuándo existirán los ríos?, se preguntaba ingenuamente Jacinta. Si hay algo de lo que siempre han hablado los viajeros y que ya aparece incluso en la Biblia son los ríos, pensó. Bueno, también se mencionan las ciudades, pero no se entienden las ciudades sin los ríos. Jacinta, que era de interior, apenas sabía del mar, y creía que este se llenaba con las aguas de los ríos feraces. También de nuestro río, aunque sea una corriente chica y tranquila, se dijo sacando la cara por el Piri Poty. ¿Habrán tenido los ríos siempre el caudal que vemos ahora?, seguía dándole a la cabeza a medida que caminaba. Lo que Jacinta no sabía era que los ríos, desde los tiempos más remotos, tienen voces diferentes.

Porque de los ríos han hecho los hombres otro recurso. El de proyectar su imaginación y convertir los cursos en símbolos para fecundar creencias donde no llegaba, no podía llegar aún, el conocimiento que proporcionara explicaciones concluyentes. ¿Una forma de estar agradecidos al potencial de agua que permitía sobrevivir a los primitivas pobladores? De lo concreto y limitado los hombres pasaron a ampliar con otros significados su propia existencia. Los ríos eran la vida. Si el río nos proporciona agua para saciar la sed y procurar la higiene, y más adelante para cultivar y permitir nuestros asentamientos, debieron pensar, ¿no es merecedor de ser elevado a categoría mágica? Si las aguas de un río nos aportan limpieza y fecundidad, ¿no pueden convertirse en señal de purificación y fertilidad interiores? ¿Se descubrían los hombres antiguos como parte de la naturaleza al aprovechar los bienes de las aguas? ¿No era una señal excelsa por sí misma, además de inteligente, que los primeros hábitats se instalaran a orillas o proximidades de ríos o que las primeras ciudades se erigieran precisamente en su proximidad, si bien en espacios elevados desde donde asegurar las defensas?

Ah, la purificación a través de la inmersión en los ríos. Pero purificarse ¿de qué? ¿Acaso los primitivos se sentían culpables de sus desdichas? ¿No era su instinto lo que les empujaba a aprovechar los recursos con arreglo a sus medios? ¿De qué deberían sentirse interiormente sucios, como algunos hombre indignos, convertidos en jueces de otras vidas, los trataron de culpabilizar? Tal vez la conciencia se fue elaborando, afinando, día a día, a través de eternos períodos, cambiando y formando una estructura dual por la que llegaron a interpretar lo que estaba bien y lo que estaba mal, perfeccionando la vida salvaje que iba quedando atrás. ¿Fue entonces cuando el recuerdo subconsciente del valor de los ríos se convirtió en creencia que exigía un rito a través del cual agradecer eternamente el don?

En sus pensamientos confusos Jacinta se abstraía a su vez de las circunstancias que vivía. La desaparición enigmática de su esposo y antes la del agrimensor, las confidencias de la anciana, la poco clara determinación de un juez convencional, todo ello debía estar relacionado si no a propósito sí por azar. Sin saber muy bien por qué, Jacinta tuvo la sensación de que la vieja indígena le había contado todo sin ser demasiado explícita. Que le había hablado de lo propio y de lo ajeno. De lo visible y de lo recóndito. De lo que se interpreta con claridad y de lo que aparece confuso y escondido. Guiada más por lo que intuía que por lo que razonaba Jacinta se acercó al arroyo una mañana cálida. Encontró por el camino a unos chicos que se iban a bañar. Le recordaban otros tiempos en que ella misma descubría la camaradería, el juego despreocupado y el amor intuitivo a orillas del arroyo. Pero ahora, muchos años después, que creía tenerlo todo en su modesta existencia, la oscuridad la persigue de pronto, y ella, allí, junto al arroyo, se sorprende peregrinando a los orígenes. ¿Serán los ríos el origen de la vida?, se cuestionó en la orilla pletórica de juncos. Sentada al frescor de la arboleda ribereña, se abandona al rumor de la corriente sibilina, escruta los otros sonidos, repartidos entre el ramaje, el croar de las ranas, el zumbido de los insectos voladores, el chapoteo de las ratas. Si la anciana guaraní había escuchado otras voces, ¿por qué no podían llegar también a ella?

Fue entonces cuando pensó en que los ríos engullen a los hombres, no se sabe bien si por descuido o por excesivo amor de estos. ¿Era esa la cruda e insólita realidad que la vieja convertía en imágenes acaso soñadas? ¿O era la puerta franqueada por tantos desaparecidos que se dejaron arrebatar por sus fantasías? Y cuando los hombres se sumergen en las aguas oscuras, ¿es para preservarse del mal o para condenarse eternamente? Jacinta, no obstante el enigma que la obsesionaba, encontraba placidez en aquel territorio de su infancia. Nada la urgía. Los hombres, pensó sin ansiedad, aparecerán de nuevo cuando se les vuelva a desear. Y si el fin del deseo ha sido la causa de su ocultación, voluntaria o no, ¿acaso se puede esperar algo que no sea sino la resignación?




(Fotograma de la multifacética Maya Deren)

domingo, 19 de julio de 2020

Marsé


Juan Marsé (autor de Últimas tardes con Teresa) - Babelio



















Adiós, Marsé. Disfruté y aprendí de tus novelas. Gracias.

Dejo aquí un trozo de tu Últimas tardes con Teresa, como quien deja una hoja de crónica de otro tiempo, jugoso y marchito, que a algunos se nos antoja aún cercano.


"Crucificados entre el maravilloso devenir histórico y la abominable fábrica de papá, abnegados, indefensos y resignados llevan su mala conciencia de señoritos como los cardenales su púrpura, a párpado caído humildemente; irradian un heroico resistencialismo familiar, una amarga malquerencia de padres acaudalados, un desprecio por cuñados y primos emprendedores y tías devotas en tanto que, paradójicamente, les envuelve un perfume salesiano de mimos de madre rica y de desayuno con natillas: esto les hace sufrir mucho, sobre todo cuando beben vino tinto en compañía de ciertos cojos y jorobados del barrio chino, sombras tabernarias presumiblemente puteadas por el Régimen a causa de un pasado republicano y progresista. Entre dos fuegos, condenados a verse criticados por arriba y por abajo, permanecen distantes en las aulas, inabordables e impenetrables, sólo hablan entre sí y no mucho porque tienen urgentes y especiales misiones que cumplir, incuban dolorosamente expresivas miradas, acarician interminables silencios que dejan crecer ante ellos como árboles, como finísimos perros de caza olfatean peligros que sólo ellos captan, preparan reuniones y manifestaciones de protesta, se citan por teléfono como amantes malditos y se prestan libros prohibidos.” 



Tomo del periódico La Vanguardia de hoy este párrafo con opinión de Juan Marsé:

“Me declaro anticlerical militante –dijo en una ocasión–, como lo era mi padre, la Iglesia le ha hecho tanto daño –y le sigue haciendo– a este país... ¿Por qué tengo que pagar de mi bolsillo a esta pandilla de sinvergüenzas, de chorizos, los obispos de la Iglesia? Y también soy antinacionalista”.




viernes, 17 de julio de 2020

¿Nos conviene estar en Babia?




¡Espabila, que estás en Babia! Expresión favorita de los padres o los maestros -con o sin cachete, pero con tono alterado- cuando estábamos despistados o no nos concentrábamos o hacíamos las cosas sin fijarnos. Entonces uno no sabía que la tal Babia existía como un lugar geográfico y que no se trataba de un mero territorio fantástico u onírico, o de una abstracción inmadura propia de la edad tierna, aunque ahora sabemos que puede o suele durar toda la vida. 

El Tesoro de la Lengua Castellana, o Española, (1611), de Sebastián de Covarrubias, define: "BABIA. Estar en Babia, estar descuidado". Pero hasta que no se va a la aldea de Lago de Babia, en el Norte de León lindando con Asturias, no se entiende bien lo que expresa. Tal es la sensación de alejamiento que transmite aquel espacio tan natural como imperturbable. La acepción de estar en Babia que de niños era perturbadora, de mayores y más si conocemos la comarca nos parece relajante. Y es que hemos llegado a un punto en que necesitamos vivir con un cierto grado de ausencia del mundo cotidiano. De ausencia elegida, aunque no nos movamos del ámbito habitual. De apartamiento para afrontar de otra manera la agresividad del ambiente, que no hace nada a favor de nuestra salud mental. Un medio en el que se maltrata la convivencia y el entendimiento.

Está siendo un año agobiante en que a las prácticas políticas oportunistas y malsanas y a la mala calidad de ciertos malos medios informativos y otras redes donde cunde la mentira, se ha añadido la violencia inusitada pero intensiva del coronavirus y la lamentable situación económica generada en el país, de consecuencias hoy imprevisibles por mucho que se hagan cálculos de macroeconomía. Y todo eso lleva a que mucha gente incube inseguridad, agresividad y amargura, aunque el verano y la expansión social lo disimule.

En este sentido y para no sentirnos afectados más que lo justo tendríamos que preguntarnos: ¿Nos conviene estar de algún modo en la Babia del dicho tradicional? ¿Debemos mantener una distancia con el vocerío, con lo mediático, los púlpitos de los partidos y otros ruidos obscenos que desequilibran más que aportan? ¿Tenemos que relajar nuestras conversaciones con el prójimo, practicando más el diálogo y menos la imposición? ¿Hay que interrumpir el intercambio de memos y momos y otras tonterías fake circulantes por whatsapp? Todo lo que sea preciso en pro de la higiene de pensamiento.

El pintor babiano Manuel Sierra, muralista experimentado, ha adornado medianerías, fachadas y laterales de varias casas de Lago de Babia. En el enlace adjunto hay un vídeo titulado Un pueblo de cuento, donde se puede ver la obra pictórica de Sierra vinculada a los quehaceres y los días de aquella gente. Y cargada de homenaje y reconocimiento a gentes de esa España olvidada donde acaso aún se encuentra otra medida de las cosas, otra bondad entre los vivientes.





Nota. La fotografía de cabecera no corresponde a Babia sino a Valladolid.

miércoles, 15 de julio de 2020

A los ciudadanos de buena voluntad




A los ciudadanos de buena voluntad *:

Yo no os robo.
Yo no os mato.
Yo no os espío.


* Entiendo por buena voluntad: 

Querer acercarse y no alejarse. 
Querer ser libres y no dejarse atar por otro amo. 
Querer admitir otros argumentos y no aferrarse con obcecación a los propios. 
Querer ver con claridad y no apostar por la ceguera. 
Querer hacer y no destruir.
Querer la convivencia y no el enfrentamiento.
Querer obrar en beneficio colectivo y no en función de la ganancia particular.
Querer recoger el pensamiento constructivo de la Ilustración y no arruinarse en el nacionalismo romántico demoledor.

Etcétera (Que cada cual piense en lo que significa para sí mismo la buena voluntad)


El final de La peste, de Albert Camus, dice:

"...Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, en los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa".

En tiempos de una clase de peste suelen crecer aún más otras pestes. Las pestes nos acompañan siempre. Y muchas de ellas las creamos los hombres. Léase el texto de Camus en ese sentido.




martes, 14 de julio de 2020

Sísifo, Camus y un cuento





En su breve ensayo El mito de Sísifo, dice Albert Camus: "Los dioses habían condenado a Sísifo a subir sin cesar una roca hasta la cima de una montaña desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza".

Esta interpretación que tiene sus variantes y sus aplicaciones metafóricas siempre está presente en la vida de los humanos. No solo en la actividad laboral que desarrolle cada cual, sino en la misma carencia de trabajo, cuando esta se convierte en una obsesión amarga hasta el hastío e incluso la desesperación. Pero más allá del trabajo que se desarrolle el mito se puede aplicar a cualquier otro tipo de acciones y de relaciones que los humanos desarrollamos cuando ellas persisten en el tiempo y envejecen sin nuevos alicientes, sin generar nuevos significados creativos.

Chitón nos ofrece un cuento con apoyo de imagen Hokusai, ese pintor del mundo flotante japonés que entre otros temas nos narra formas de vida y sobre todo de trabajo en el campesinado del siglo XIX de Japón.



https://ehchiton.blogspot.com/2020/07/el-adolescente-inquieto-y-el-molino.html



viernes, 10 de julio de 2020

Año raro que pasará a los anales históricos




I. Hace mil años. La foto de unos Sanfermines lejanos rescata una memoria perdida. En vano. Entre la imagen y la actualidad hay mutaciones. Una, la de los cuerpos a contraluz que nos ofrece a estas alturas con sus arrugas el tiempo transcurrido. Otra, la desaparición inevitable de dos de los que posan. No, no es una nostalgia formal lo que le puede embargar a uno. Tampoco la huella del paso de los días. Acaso sí la conciencia de lo perdido. La pérdida tiene nombres, no solo de personas, sino de situaciones y ámbitos que casi hemos olvidado. Entonces, cuando me encaro con una fotografía que me trae el pasado me encaro con mis propias emociones, con lo que fue y pudo haber sido. Cuando una fotografía refleja el tiempo de la infancia todo resulta especial. Una fase de dejarse uno llevar, de descubrir, de empaparse, de no sentir responsabilidad  -vendría más adelante-  y sí mucha obligatoriedad. Pero dominaba el bienestar, la empatía, el sentido lúdico. Hubo un tiempo que fue, en que hubo todo ello. Después, humo. Algún día, cenizas.

II. Y entonces me da en pensar en la actualidad. Qué año este 2020 tan diferente de todos, tan sorprendente, tan rompedor. Ha multiplicado desgracia y ha destrozado el modus vivendi de muchísima gente. Y vete a saber todavía su alcance definitivo. Quién nos los iba a decir. Pero es un año subversivo como pocos porque ha hecho saltar por los aires parte de la idiosincrasia española. Que un agente externo, pero que cunde en nuestros cuerpos personales y colectivos, nos fuera a modificar de tal manera las tradiciones, las costumbres, los rituales y el juego no lo podíamos esperar jamás. Algunos dicen: no pasaba algo así desde la guerra. ¡Comparar con aquella gran desgracia nada menos! ¿Excesivo?  Pero quién nos iba a decir a nosotros, españoles alegres y confiados, dados a conmemorar lo imaginario más que lo real, y lo real siempre adulterado y adaptado a conveniencia, que nos íbamos a quedar sin Fallas, Semanas Santas, sin Ferias de Abril, sin Sanfermines, sin Moros y cristianos, sin castellets, sin Rocío, sin queimadas de los antigos cértigos, en fin, sin innumerables fiestas locales de vírgenes y santos, que otra cosa no habrá en los territorios insulares y peninsulares, pero fiestas a porrillo. Años sin toros ni fútbol ni deporte en general, al menos en su acepción de asistencia de masas, pues el negocio es mucho en algunos de ellos y, aunque se siga muriendo media España, esa identidad nacional, el fútbol, portadora de tantas esencias patrias, sigue su liga: ¿cómo iba a morir con los que mueren? Año que pasará a la historia como el año en que los españoles se quedaron sin juego y sin religión exhibida, pues que hasta las misas se suspendieron, y los fervorosos ahora ya no pueden recurrir a hacerse los cristianos primitivos con sus ósculos y apretones de manos y abrazos, porque aquí el juego y lo religioso son los dos mecanismos tradicionales que han unido -el que no se dejaba, a las tinieblas exteriores- a quienes no eran de fácil tendencia a unirse por labores más constructivas. Año, en fin, en que se verá alterada otra de las liturgias de los últimos años, las vacaciones. Y no quiero avanzar más características del año raro, año duro, año de imprevisibles consecuencias, que cada cual de vosotros, lectores de esta entrada, sabéis como nadie desarrollar.

III. ¿Reflexionar sobre el virus estrella y asesino de la temporada? ¿Sobre uno o mil virus que forman parte de nuestro hábitat de terricolas? Los virus no necesitan ser pensados. Sí conviene a la especie autoelegida profundizar en su ámbito, labor necesaria e interesante, inteligente sobre todo, aunque siempre deficitaria. Ver cómo se explican por mediación de la existencia de todas las especies animales, que es donde actúan. ¿Se puede, y hasta qué punto, llegar a un mundo desde otro mundo? El constante desafío desde la cultura en su cuna. El intento imprescindible para procurar la supervivencia de especie.

IV. Y ahora, una vez habiéndome permitido a vuestra costa este desahogo retórico, me voy a dedicar a seguir con los cuentos indómitos, que uno necesita entenderse a sí mismo en la ficción -qué humano, qué Sapiens Sapiens o Sapiens Neardentalensis, qué español, caballero o bellaco, soy- mejor que en la difícilmente comprensible realidad.
 



miércoles, 8 de julio de 2020

El oportunista género humano, según Robert Foley




Antropólogo Robert Foley sobre el género humano:


 
"Creo que los humanos son extremadamente oportunistas como especie. En el nivel más flagrante, no hay una parte o hábitat del planeta en el que no vivamos, incluso si es bastante efímero. 

Hasta cierto punto, tenemos un nivel de plasticidad en nuestra biología para facilitar esto (por ejemplo, nuestra capacidad de termorregular para el frío y el calor), pero la forma principal de hacerlo es a través de nuestra conducta y cultura. Esa conducta puede ser tan simple como mantenerse a la sombra y descansar cuando hace mucho calor ("...solo los perros locos y los ingleses salen al sol del mediodía...", como dice la canción de Noel Coward), o tan complejo como el uso del fuego, o construyendo refugios y vistiendo ropa. Probablemente hay dos cosas detrás de eso: una es que las poblaciones humanas han aumentado, por lo que existen la presión poblacional y la necesidad de encontrar un territorio nuevo en el cual vivir, y tenemos una movilidad apoyada por cultura para hacerlo. El segundo es que somos una especie experimental, superando los límites por curiosidad, ya sea inventando un mejor sacacorchos o mirando hacia la próxima colina para ver qué hay allí. 

Sin embargo, otra cuestión es si todas las especies de homínidos eran tan oportunistas. Hasta cierto punto, hay un elemento estático en gran parte del registro arqueológico a largo plazo que sugiere mucho menos oportunismo, un comportamiento mucho más fijo, y es probable que esta capacidad haya evolucionado relativamente tarde. 

Además de cómo podemos adaptarnos a cualquier entorno, existe el hecho de que podemos adaptarnos a un clima. En ese pasado profundo, eso podría haberse limitado a crear un refugio y por lo tanto un microclima pero, primero probablemente a través del fuego y luego a través de la agricultura, los humanos han modificado cada vez más el entorno para adaptarlo a ellos mismos al menos a corto plazo, como estamos descubriendo. con el cambio climático antropogénico".



Me quedo dando vueltas a estos párrafos. Mientras me llegan noticias de la extensión de la pandemia del coronavirus por aquí y acullá. Mientras en nuestra cercanía se producen lo que llaman ¿como eufemismo? rebrotes. Mientras nos informan de las conductas humanas que ignoran la difusión de los contagios, desde altos mandatarios hasta cualquier individuo de abajo que no discierne, ni quiere hacerlo, entre el peligro y el respeto al otro. O, mejor dicho, que pasa del sentido de Sapiens como individuo también de colectividad. ¿O sobre todo de colectividad? Y si se ignora esta conciencia tradicional ¿qué va a ser del individuo que se canta a sí mismo creyéndose él ante todo y ante todos? Me quedo pensando en que acaso el exterminio tiene muchos rostros, infinitos procedimientos, múltiples derivas. ¿Autorregulación biológica del género? Y entonces en ese marco ineludible, ¿dónde quedaría el conocimiento, que ha hecho crecer la conciencia?  ¿Y qué será de esta? ¿Saldrá indemne, contagiada o mutada de esta fase que nos ha descontrolado a todos?




Robert Foley | King's College Cambridge

Robert Foley





martes, 7 de julio de 2020

La vida tenía un precio. Addio Ennio Morricone



Ennio Morricone ha muerto.  El compositor ganador del Oscar tenía 91 años.


La vida siempre tiene precio. Antes o después lo pagamos. Pero si al menos se acompaña con dones tan significativos como las composiciones musicales que Ennio Morricone nos brindó en las bandas  sonoras de muchas películas siempre será un precio bien pagado. Supongo que habrá sido de sobra estudiado cómo el cine potenció por una parte un tipo de composición musical, pero por otro cómo convirtió a la música en objeto de conocimiento y disfrute para amplias masas que jamás habrían asistido a un concierto en directo. Nunca olvidaré cómo descubrí al brillante Prokófiev a través de Alexander Nevski, de Eisenstein, allá en los lejanos tiempos juveniles de cineclub. ¿Y cómo olvidar innumerables bandas musicales de los años cincuenta y sesenta que todo el mundo tarareaba o silbaba después de ver un film? Algunas verdaderamente icónicas. 

Ennio Morricone fue uno de los grandes. También uno de los nuestros. De los preocupados por el mundo y sus tiranías. De los que vivimos la confraternización entre ese otro mundo de las imágenes de butaca de patio y el de las realidades cotidianas. Hoy, al leer sobre su fallecimiento no solo me viene el tarareo de algunas músicas sino innumerables recuerdos que acompañan. Cines que ya no existen, personas con las que íbamos a ver películas y que han desaparecido, filmes que hemos olvidado, inquietudes desechadas, aspiraciones relegadas para siempre, modos de vida que no se parecen, circunstancias vitales que han mutado. Recordar hoy a Morricone es enfrentarse uno mismo con los fantasmas gratificantes del pasado, es decir con lo perdido. Y es que la vida tiene un precio. Bueno, muchos precios. Pero uno indiscutible, que no se puede regatear jamás. Adivinen.
  





(Fotografía tomada del diario La Repubblica)



domingo, 5 de julio de 2020

El íncubo marino de Hokusai





En el principio fue el sueño. En el principio ¿de qué? ¿De los tiempos? ¿De las naturalezas? ¿De la inconsciencia humana? En el principio del no principio acaso. Cuando el Universo no se pensaba a sí mismo, pues disponía de una categoría anterior y diferente a la del pensamiento humano. La del Caos. Y no un Caos ordenado, no. Ni demiúrgico, ni dirigido, ni siquiera soñado. Antes del pensamiento debió existir el sueño. Las ensoñaciones, los anhelos ocultos, la atracción latente por el riesgo y lo desconocido. La inexplorada tendencia del deseo, duro como las condiciones de la tierra pero dúctil como el sílex. Propiedades de los elementos más híbridos de las materias de los planetas. Habilidad desarrollada por Neandertal o por Sapiens o esbozo de otras especies, el sueño tuvo siempre un matrimonio de conveniencia con el deseo. Del sueño y del deseo proceden los hijos naturales reconocidos y otros igual de naturales pero recónditos. Algunos de ellos fueron llamados íncubos y otros súcubos.  ¿Fueron alguno de estos los que Hokusai disfrazó de Octopus para animar la fantasía de la mujer?

Chitón nos cuenta un cuento sobre Ama que fue visitada bien por sus sueños o bien por algún huésped misterioso, eso no está claro, pero seguro que sobre todo por su propio deseo.






(Ilustración de Hokusai)

miércoles, 1 de julio de 2020

Cuentos indómitos. Confidencias de una superviviente





















La anciana superviviente de la guerra lejana recibió con indiferencia a la mujer del agente judicial. Jacinta seguía haciendo sus pesquisas, no solo por saber de su desaparecido esposo sino también atraída por los cuadernos del agrimensor, que habían obsesionado tanto a Pallarés. Si mi marido ha leído los diarios del otro e incluso ha escrito por su cuenta, influido sin duda, tiene que haber algo en ellos que me lleve a una pista. Las personas no desaparecen así como así. Y que dos individuos lo hagan en pocos días me hace pensar en una conexión. Pero ¿por qué motivos? ¿Por una mujer seductora? ¿Por una crisis propia de la edad? ¿Por el hastío de vivir en esta población de horizontes limitados? Hay gente, acaso la mayoría, que desde que nace asume su propia identidad y la vincula a la del medio donde vive. Pero otros no parecen estar satisfechos jamás ni de su origen ni de su acontecer. El agrimensor venía de fuera, pero ¿solo por el trabajo? ¿O huía a su vez  de la monotonía de su vida y encontró en la llamada del río una salida trágica? ¿Existía la mujer acuática que sedujo al forastero? Pero mi marido, ¿qué motivos puede tener para ausentarse? ¿Estaría cansado también de su actividad diaria o acaso de mí?   

Era humilde pero limpia la casa donde vivía la vieja. Aun ajada y de movimientos lentos mantenía dignidad y en modo alguno parecía ceder a una decrepitud que la anulase. ¿Quiere que le cuente lo mismo que a otros que han preguntado antes?, inquirió a Jacinta en una mezcla de guaraní y chapurreo de español. Jacinta no sabía exactamente qué y cómo hablar con ella. Había llegado hasta allí por una intuición probablemente inútil.  ¿Cómo podía justificar su presencia? ¿Diciéndola que ella, la anciana, aparecía en los diarios de un hombre desaparecido que había leído su marido y que a su vez también se hallaba en paradero ignoto? 

He contado mis revueltos orígenes tantas veces que ya me da lo mismo, le sorprendió la superviviente. Pero poco más puedo decir. Las imágenes de mi infancia cada vez son más difusas. De la lejana memoria apenas me quedan sensaciones. No veo ya rostros de personas de entonces, ni siquiera de la familia; solo conservo vivas las llamaradas de los sentidos. El hedor de los muertos que dejaron las malas bestias, los gritos dementes de los soldados, las órdenes de quien conducía un destacamento de uniformes borrachos, la dificultad de respirar por el humo de las casas incendiadas. ¿Qué niña de hoy podría decir que sus recuerdos de infancia son de esta clase? Yo era muy chica, lo poco que conservo en el recuerdo fue alentado por mi papá cuando regresó de su cautiverio, después de que mi madre muriese para siempre. No se extrañe de lo que digo, no, con ella se murió también para mí parte del pasado. Recuerdo horrores pero apenas impresiones agradables, y olvidé pronto los cuidados de mi mamá, los roces de sus dedos o el canto dulce para dormirme. Y si algo creí que quedaba dentro de mí fue a través de mi padre, que pude recomponer más como ficción que necesitaba para liberar la angustia. Esto le dará idea de lo que supone para un niño que su vida se desequilibre. Porque en la infancia está todo el peso de lo que luego será una mujer, o un hombre, y en ese bagaje se apoya una manera de adaptarse a la vida, de reaccionar ante las adversidades o de participar de las alegrías comunes.

Usted pensará que habrá habido muchas como yo, y no me tengo por una doliente exclusiva, y tampoco soy ya eso, porque a cambio el azar me ha deparado una vida larga. ¿Sabe por qué? Usted dirá que el azar no se cuestiona, pero no es verdad del todo. He vivido toda mi vida con un deseo que no he querido abolir. Un anhelo imaginario, no superar la infancia medio robada. No querer traspasar la frontera de la adolescencia. Y hay días que con estas trabas para andar o con estas manos que no saben tomar bien los objetos, ya me ve usted, no sé parar en casa. Quien se encierra en su casa o no sale de su patio es como si estuviera ya habitando un mundo de muertos. 

Y aún busco. Busco el paisaje antiguo hasta por debajo del que han levantado los de aquí y los que han venido de fuera. Y subo a alguna loma para sentir el aire y el sol como sentirían nuestros abuelos, como se verían reconfortadas las viejas tribus. Miro desde allá el horizonte y me llega algo de su secreto. Me llega más que de las leyendas o los relatos de la historia. Y al ofrecer mi cuerpo fatigado a los elementos de la naturaleza me parece rescatar algo que una vez se me negó. El aire, el sol, el paisaje, todo eso que aún subsiste me habla de otros y me habla de mí. Entonces recupero por unos momentos viejas imágenes de la felicidad perdida. No me tome en serio si no quiere, pero allá arriba percibo sonidos ancestrales. Y cuando me acerco al río Piri Poty me llegan cantos de una mujer oculta. Allí también el secreto se hace sentido. A veces permanezco en silencio un rato entre los juncales y tengo la impresión de oír conversaciones de complicidad. Miro y no hay nadie. Sin embargo las palabras de un hombre y de una mujer joven que presientes gozosos nunca son secretas del todo. No veo a nadie, y por eso nunca se lo he contado a nadie. Me tomarían por demente. Pero para mí las voces se revelan. Allí, junto a la corriente o dentro del agua, es como si dos personas disfrutasen de los juegos. Se me antojan que incluso prohibidos. Ya ve usted, ¿qué más le puedo contar que le pueda interesar, si es que esto le interesa?




(Fotografía de Chris Killip)