sábado, 30 de octubre de 2021
Siempre el maldito azar (Serie negra, 41)
jueves, 28 de octubre de 2021
Penitenciagite o la persecución a la belleza. Una crónica medieval (Serie negra, 40)
Carne de pecado, tú que no te arrepientes de ser diferente, tú que no sigues los preceptos y la moralidad, tú que tienes el descaro de mirar de frente a los que portamos la voz profética: o te arrepientes o te condenas. Si yo me entregara a vosotros, ¿me salvaríais o me castigaríais? Maldita, ¿te atreves a dudar de nuestra integridad? ¿Crees que somos presa fácil del deseo turbulento y de las tentaciones del demonio? ¿Nos tomas por seres débiles que ceden al primer atisbo de belleza que se muestra provocativo y consagran su naturaleza a la fragilidad? Tu cuerpo no es muy diferente del de la serpiente que tentó a nuestros primeros padres. Penitenciagite. No me arrepiento de ser honesta conmigo misma. Mi cuerpo es el que es y me satisface. Se lo ofrezco al que llega con buena voluntad y lo exhibo ante el que necesita curarse de la fealdad de su mente. ¿Quién eres tú, encapuchado, para hacer de mi cuerpo objeto de reprobación? ¿Quiénes sois vosotros, seres siniestros, para desear mi perdición? ¿No decís siempre que habrá un juicio final donde seremos juzgados por nuestras acciones? ¿No invocáis acaso a un ser que denomináis superior para que decida en justicia? No es la hermosura la que pierde, sino la envidia. No son los sentidos los que deforman, sino su falta de ejercicio. No es el objeto de pecado la desnudez sino la suciedad de vuestras almas. No es la conciencia la que lleva por mala senda, sino la mente retorcida. Infernal mujer, ¿crees que puedes enseñarnos la rectitud del camino? Nuestras vidas son una concesión ilimitada al sacrificio y al respeto a los mandatos divinos. Nuestro deber es mantener el orden entre los humanos que se descarrían. Nuestra caridad es evitar que lo casto se desvirtúe y lo impuro se convierta en norma. Hipócritas. Pretendéis reclamaros de ungidos por la generosidad cuando os carcomen los celos más extremos. Estáis ebrios de los deseos más nefastos. Presos de vuestros instintos reprimidos. No conocéis la compasión y solo disfrutáis de la miseria de quien se agacha ante vosotros y muere sometido a vuestras leyes. ¿Os parió una madre o un monstruo? Tus palabras te recusan, desdichada. Tus actos te denuncian. Tu ira denuesta la bondad de los cielos. La carencia de arrepentimiento que muestras exige que se prenda la llama del castigo bajo tus pies. Arderá mi cuerpo porque así lo decidís, pero os consumirá su recuerdo cada día de vuestra desgraciada existencia. Quien persigue al esplendor de la vida queda condenado para siempre a carecer del sentido del goce y a pudrirse bajo la peor de las locuras. Como vosotros.
(Imagen: William Mortensen. Tomado de http://www.agenteprovocador.es/publicaciones/el-anticristo-de-hollywood )
martes, 26 de octubre de 2021
La asombrosa ternura de los Amantes de Gumelnitsa
sábado, 23 de octubre de 2021
Uno para todos y todos para el tebeo (Serie negra, 39)
(Fotografía de Willy Ronis)
miércoles, 20 de octubre de 2021
Dirección única (Serie negra, 38)
Viajas en un sentido y los paisajes van en otro. Desde niño percibiste la dinámica, aunque no fueras consciente de su envergadura. Pegada la nariz a la ventanilla del compartimento del tren ibas superando los postes orillados. Te agotabas al poco de iniciar su recuento. Los cables del telégrafo danzaban hacia atrás de ti, subiendo y bajando bordes del terreno. Solo te desconcertabas cuando el tren penetraba en una trinchera. La sensación de quedar atrapado en ella te inquietaba. Captar de nuevo el paisaje, monótono y plano unas veces, variado y abrupto otras, era como recuperar la respiración visual. Pero tú siempre avanzabas mecido por un ferrocarril que se agitaba sobre raíles envejecidos. Pensabas en el destino de aquel viaje circunstancial sin ser consciente de que también tú ibas hacia una estación invisible pero que se iba manifestando y que se llamaba vida.
Vida que no cesa. Nadie se atrevía a llamar a su propia existencia vida plena, porque plenitud no era una palabra usada entonces. Había detrás años tan densos como dolorosos para los pobladores del país. Fue probablemente el mercado y sus modas, y un renacer de una ideología, una más, de la utopía, lo que trajo hasta los hombres un concepto inalcanzable que se planteaba siempre como la próxima y siguiente estación. ¿Conoces a alguien que llegara a esa parada término llamada plenitud? ¿O felicidad o simplemente satisfacción? ¿Alguien contó en qué consistía esa meta con nomenclaturas sublimes? Algunos de los más longevos, olvidando a quienes habían quedado por el camino, empezaron a decir que habían tenido una vida plena. Plena, ¿de qué? Cumplir años, en condiciones físicas más bien deplorables, ¿era de por sí plenitud? ¿Plena era la acumulación de pequeñas dichas y grandes infortunios?
Tú entonces no podías reflexionar sobre ello. Cada palmo de vía en aquellos desplazamientos de ida y vuelta de la niñez solo suponía llegar a esa otra ciudad donde reencontrarte después de un año con viejos amigos que tampoco serían los mismos. Y más adelante todo cambió. El paisaje, el medio de recorrerlo. El viaje en sí mismo, tan expansivo como tus años jóvenes expectantes, en los cuales el cansancio era una noción mínima, parcial.
Sigues transitando sobre una dirección única, aunque hayas ido siempre en un sentido mientras las imágenes iban desalojándose hacia el otro. Pero ir en un sentido no significa reducir tus pasos y cuanto te ha rodeado. Has visto pasar rostros, hablas, entusiasmos, cuerpos, abrazos, entregas, discordias, desdenes, olvidos. Un paisaje cambiante, suave y ondulante que se alternaba a capricho del azar. Encrespado y riesgoso también, cuando menos lo esperabas. No hay un orden fijo en las experiencias a las que se entregan los hombres. Incluso aquello que parece encauzado al principio, con seguridades y protección, quiebra antes o después. Y las sendas que pueden parecer perdidas para siempre son salvadas en el último instante por un impulso oculto que cualquier individuo no sabe explicarse. No somos dueños ni de nosotros mismos, piensas en ocasiones con un rictus de ingenuidad e ironía.
Atravesar el paisaje es habitarlo. Te has detenido en estaciones principales y en apeaderos perdidos cuyas paradas eran fugaces. Eres benévolo. Das por buena cada experiencia, aunque tuviera su contrapartida. A lo más breve o nimio le concedes una importancia si no decisiva sí al menos aportadora. Tu pensamiento se detiene con frecuencia en comprobar, siquiera someramente, cuánto y cómo ha sido, está siendo, tu recorrido. La marcha no es ya la misma. Aquella velocidad lenta de la infancia fue superada pero ahora tienes la sensación de que otra vez se ralentiza. Sin embargo el paisaje que te rodea es más veloz. ¿Huye, se precipita, se adultera, simplemente pasa?
La línea horizontal de los recuerdos se ha convertido en apresuramiento. La velocidad de imágenes hace que se vuelvan más opacas y borrosas. Hay hombres que llaman olvido a ese fenómeno. Otros dicen que es falta de sensaciones novedosas. Algunos lo denominan desinterés y abulia. Es un hecho que las imágenes nuevas son cada vez menos frecuentes. ¿Se habrá empequeñecido el paisaje por el que siempre estabas tan acostumbrado a deambular?
Esa sensación de dejarte llevar, de que ya no controlas como antes las ilusiones -qué habrá sido de las ilusiones- te devora lentamente, si bien en cierto modo te libera. Incluso te preguntas: ¿de ahora en adelante solo me espera la caída? Pero incluso esta palabra se puede reducir, abreviar, simplemente no considerándola más que en sus dimensiones justas. Porque una palabra repetida dos veces ya no es una palabra. Es una carga. Entonces a los hombres solo les queda la opción de dejarse afectar hasta el hundimiento total o bien buscar desesperados otra palabra que conjure la gravosa. Mas vivir no es un juego independiente de palabras, aunque estas nos hagan creer muchas veces que son las que tiran del carro. Tú sabes que no, y entonces te acurrucas, encogido y absorto, sobre tus rodillas reumáticas y tratas de mirar más allá de la tiranía y las falsas promesas de las palabras. Porque nunca hasta ahora has renunciado a levantarte.
(Fotograma del filme Europa, de Lars Von Trier)
domingo, 17 de octubre de 2021
Dos en el café de Rua Garrett (Serie negra, 37)
miércoles, 13 de octubre de 2021
Citerea y el sátiro (Serie negra, 36)
Sueñas, Citerea, que un sátiro se aproxima y pretende de ti; pero no osará rozar siquiera una brizna de hierba que tú pisas; no dará un paso si no advierte que tú quieres que lo dé; su sonrisa permanecerá a la expectativa si no recibe una señal por tu parte; sabe ser sutil para lograr sus fines; él no ha llegado por azar hasta el borde de tu vida; al fin y al cabo, ¿no has sido tú la que le has convocado cuando por la noche merodeaban voces ansiosas en lo profundo de tu pecho?; él sabe prestarse al juego y espera que entres tú también; te ofrecerá libar juntos los mejores vinos de Samos; hará sonar una flauta dulce y bailará en torno a ti; espera más de sí mismo, tú solamente eres el objeto de sus libidinosas propuestas; pero ¿dices, Citerea, que pretendes jugar con él?; mira que sabe acechar a todo tipo de ninfas, que se ha adentrado en las cellas de las vírgenes, que ha deambulado a capricho por las estancias palaciegas, que ha penetrado en chozas pastoriles, que ha acosado a esposas de viajeros sin importarle los peligros; porque el sátiro sabe que el peligro está en sí mismo, y que se conjura con sus propias artes; y tú, osada Citerea, lo convocas con astucias diversas; te exhibes plácida mientras te desnudas; te dejas flotar en aguas agitadas que tu presencia amansa; recoges flores, insinuante tras un peplos estriado que acaricia tu piel; cantas la melodía seductora que te enseñó aquel dios al que hundiste en el infortunio; conviertes tus pisadas sobre la hierba en vuelos de danzarina; al sacudir tu cabellera el sátiro cree percibir una insinuación de tu parte; curva más su sonrisa, pronuncia la mirada con fijeza, yergue su testa enastada, se le encrespan las vellosidades, hunde sus pezuñas sobre el légamo de la orilla, tensa su falo hambriento; sin embargo el sátiro no se decide a emprender el asalto; finges ignorarlo y tu actitud le paraliza; en un esfuerzo confuso el sátiro extiende los brazos hacia las aguas, tratando de aprehenderte; pero solo palpa la superficie líquida, que al contacto de sus manos se revuelve; al borde del torrente que crece el sátiro duda; los juncos afilados se cimbrean violentos, el lodo se torna más débil, la ribera se hace más imperceptible; el sátiro ya no logra ver siquiera su imagen sobre unas aguas cuya turbulencia le aturde; qué han sido de los cantos, qué de la música, qué de los pasos de baile, qué del perfil provocador de la mujer de las aguas, se pregunta torpe y rabioso; de pronto, el sátiro advierte tu emersión, Citerea, y es tal la excitación dolorosa que le embarga que no espera a que pises suelo firme; tú, Citerea, te adentras hasta el centro del río y el sátiro, ciego, elige un salto mortal mientras tú, arrancando una sonrisa triunfante y vengativa, contemplas su caída a las profundidades.
(Fotografía de Eric Kellerman)
lunes, 11 de octubre de 2021
Invocación a la diosa de Hamangia
"Oh, tú, la primera. De ti surge el todo. Tú otorgas la protección y los hombres crecen bajo tu cuidado. Das la razón de existir y amamantas sin distinción a cada criatura. De ti descienden los que piensan y los que actúan. De ti los que alimentan y son alimentados. De ti quienes ríen y cuantos se entristecen. De ti quienes unen y quienes separan. De ti dimanan los que heredan el calor y los que se arriesgan al abandono. De ti proviene el principio del habla que produce más habla y el silencio que acoge el desconcierto. Tú conviertes en fecunda la tierra baldía. Tú animas a los intrépidos y consuelas a los desafortunados. Tú muestras el camino de la bondad y repruebas a los maliciosos. Tú exiges a los guerreros que depongan las armas. Tú eres la llamada de retorno para el moribundo. Después de ti los hombres usurparon tu nombre, pero no pudieron nunca negarte. Te denominaron de otras formas, intentaron someterte al imperio de nuevos dioses o del dios único. Pero cada ser humano de cualquier tiempo de la historia sabe perfectamente dónde te encarnas. Cada uno te reconoce en la madre que tuvo. Cada uno se emociona ante la gran madre de la naturaleza que nos acoge a todos. Cada cual te reclama ante el dolor extremo. No hay humano que no se mire a sí mismo sin encontrar la huella de ti. Tú eres el vínculo entre la vida que se perpetua y la nueva que se origina. Tú estás en el origen de cada tiempo y cada individuo y persistes más allá del destino y de la nada".
Esta escultura, que representa a la Diosa denominada de Hamangia, fue hallada en la misma necrópolis neolítica de Cernavoda, Rumanía, donde estaba la estatua del dios pensante o dios triste o no dios. Por supuesto, ya desde el Paleolítico los humanos habían desarrollado conceptos abstractos en sus representaciones, no olvidemos no solo la abundante serie de venus con sus atributos femeninos sino representaciones aún más primitivas basadas en rasgos, geometrías o aprovechamiento de oquedades.
Pero lo que me llama la atención de ambas esculturas Hamangia es que poseen cierto estilo naturalista que permite expresar emociones, actitudes, comportamientos y una determinada acción a través de sus posturas. Obviamente la dificultad está en interpretar toda esa expresividad. Si son dioses son dioses cercanos, humanos, como todos los dioses, pero más de casa. Si representan la encarnación del ser humano diferenciado -un gran avance respecto a las representaciones anteriores y más primitivas de seres andróginos- cuya sacralidad va implícita en el reconocimiento de la vida y pretenden rendir homenaje a ambos sexos -en unas sociedades agrarias que se habían ido asentado y que ya configuraban formas de relación y de institución- su modernidad conceptual me parece enorme.
Piénsese que la cultura de Hamangia -una de las que abundaban hace siete mil años por zonas europeas como la región adriática, la egea, los Balcanes centrales, los Balcanes orientales, Moldavia, Ucrania occidental o Danubio medio, culturas que hoy se conocen como La Vieja Europa- que duró algo más de dos mil años fue desbaratada por pueblos nómadas que avanzaban a caballo desde regiones comprendidas entre el Volga y el Dniéper, salvo en territorios más al sur del Egeo y el Este asiático, donde tuvieron continuidad y evolución.
domingo, 10 de octubre de 2021
Pensador o dios, siete mil años largos le contemplan
Auguste Rodin no inventó a ningún hombre pensante, solo lo recreó. Aunque me pregunto por qué a la célebre escultura de Rodin no se la ha denominado El preocupado o El angustiado, ¿y por qué no El adormilado?, y sin embargo se la ha definido con algo más genérico ¿o más sublime? como El pensador, hasta convertirla en un paradigma. Pensar define y no define. Un gesto, una actitud o una posición del cuerpo pueden ocultar intenciones. Lo importante es qué se piensa y bajo qué premisas o condicionamientos emocionales e intelectuales se piensa. ¿Uno se concentra o se abstrae? Tal vez ambas formas son características del pensamiento, sin duda. Pero, ¿se piensa en recuerdos? ¿Se piensa haciendo planes de futuro? ¿Se piensa meditando y haciendo balance de algún hecho o comportamiento insatisfecho? ¿Se piensa imaginando una representación gráfica o pergeñando un texto literario? ¿Se piensa con sentido de la justicia o de la arbitrariedad? ¿Con criterio de la cooperación o del beneficio? ¿Se piensa como si se soñara?
A la figura de la fotografía algunos la llaman El pensador de Hamangia. Otros El dios triste de Hamangia. ¿Y si únicamente contempla el mundo que le rodea? ¿O acaso es la imagen misma del silencio, de la necesaria quietud, de la conquista de le atemporalidad? ¿Y si solo se trata de la representación perpetua de un hombre asombrado? El asombro que nos acompaña desde la cuna. ¿Se admira de la vida o se sorprende del hecho de la muerte? ¿Se estremece meditando sobre el dolor o se gratifica recreándose en los goces? Pensador o dios, naturalismo o sacralidad, arte o culto, origen o destino, veo al ser humano que a su vez me mira. Qué difícil es interpretar el sentido de una obra de hace milenios, por más que los arqueólogos traten de atribuirle significados. Y sin embargo cuánto calor me transmite.
Los escultores modernos Henry Moore o Baltasar Lobo también habrían envidiado aquella obra del neolítico europeo de hace siete mil años.
(Cultura Hamangia. Hallado en una necrópolis de Cernavoda, Rumanía)
miércoles, 6 de octubre de 2021
Serapio, el afilador (Serie negra, 35)
domingo, 3 de octubre de 2021
La mujer que hablaba con el fuego (Serie negra, 34)
Nadie se atrevía a contrariar a aquella mujer. Tened cuidado, avisaban los más malévolos a cuantos llegaban al pueblo. Esa mujer habla con el fuego. ¿Le ha traicionado la mente?, preguntó un viajero, que desconfiaba de cuanto se dijera en una taberna. No, no está loca, se le respondió. Si lo estuviera, no habría problema. Sabemos cómo tratar a los locos, a quienes respetamos como miembros de nuestra sociedad. Pero esa mujer es algo distinto. Se sienta ante las fogatas o los hogares, ensimismada. Gesticula con las manos, danza o se retuerce. Para nadie es un secreto que habla con el fuego, le hace preguntas y pacta negocios con él. El viajero inquirió. ¿Cómo lo sabéis? ¿Acaso ella ha revelado lo que se trae con el fuego? No lo sabemos, pero lo sospechamos.
El viajero, avezado en experiencias, dudó de juicios tan poco consistentes. Pero no dijo nada, porque la duda, que le permitía tener cautela ante los comentarios ajenos, también le ponía vigilante ante cualquier manifestación extraordinaria. El viajero no pensaba hacer noche en el lugar, y no obstante se sintió agitado por la curiosidad. Contrató una habitación en la posada. Luego deambuló por la villa, asombrado por la herencia que la historia había depositado en ella. Un legado escasamente cuidado por los herederos. Gran parte de los edificios se encontraban ruinosos y tal incuria hería profundamente la sensibilidad del hombre. Empezó a sentir las horas frías. Pensaba ya en volver y descansar cuando divisó una hoguera en la zona del elevado mirador que daba al caudaloso río. Le reclamaba el calor y se acercó. Probablemente unos zíngaros de paso, luego una vivencia más, se dijo estimulado.
Sin embargo, cuando llegó hasta la hoguera no había nadie. Prendía altiva, trazando compases de baile, creciendo sobre sí misma. No se veían carromatos, ni se escuchaba griterío de niños, ni tentaban al aire los arpegios de un violín. El viento creciente trajo un nimbo de humo denso que le rodeó. Le cegaba la visión del paisaje en todas las direcciones y temió dar una mala pisada y caer al abismo. Un sentido agudo de la precaución lo detuvo. Entonces desde la hoguera se precipitó hacia él una llamarada voluptuosa. Sintió intenso calor, pero las llamas, caprichosas y audaces, no le rozaron. No temas, escuchó entre el crepitar. Soy del fuego pero no soy el fuego. Si has llegado hasta aquí tiene que ser porque buscabas calor o porque me buscabas a mí. Quien solo busca calor me desconoce. Pero quien me busca directamente a mí encuentra el calor. Este fuego es la razón de la vida. La sabiduría que emana del fuego que, una vez, hace mucho tiempo, permitió evolucionar a los humanos. Quien me busca se busca también a sí mismo. Persiguiéndome a mí conocerá el fuego verdadero.
El viajero se repuso de su propia perplejidad, sin saber si aquello era imaginación o realidad no soñada. Pensó en las revelaciones, de las que era tan descreído, y también en los símbolos que se ocultan en el propio pensamiento y obnubilan la razón. ¿Tú eres la mujer que dicen que habla y pacta con el fuego?, preguntó a la voz. Yo soy todo lo que el fuego quiere que sea. Yo respeto al fuego y él me corresponde. ¿Eso es lo que has acordado con él?, insistió el viajero. Las gentes te mencionan con temor y tratan de defenderse de sus miedos descalificándote. La voz se ofreció mansa, como si domeñase la llamarada. Mi pacto con el fuego no le incumbe a nadie. Solo a aquel que quiere saber más de sí mismo. Yo te ofrezco esa posibilidad si accedes conmigo al mundo ígneo que otros hombres no ven. El viajero pensó: todo conocimiento tiene algo de locura. Se lo transmitió a la voz. Sin duda, replicó esta. ¿No es locura el atrevimiento, el riesgo y la dedicación del propio tiempo personal a desentrañar lo que alimenta la vida? ¿No es locura, por la que se puede pagar un alto precio, la negación de interpretaciones anteriores que los hombres repiten sin comprobar su grado de verdad? ¿Y no es la peor de las locuras aceptar como verdad cuanto viene siendo desde épocas antiguas una gran mentira?
Al amanecer se extrañaron en la posada de que el viajero no se levantara temprano, como había comunicado la víspera. Lo encontraron tendido apacible, sereno, incluso arrogante. Durante varias horas nadie osó acercarse a aquel cuerpo. Tan intensa era la calidez que emanaba de él. Ventilaron la habitación hasta que el ambiente se fue enfriando.
(Fotografía de Willy Ronis)