sábado, 30 de octubre de 2021

Siempre el maldito azar (Serie negra, 41)

 



Are you who they say you are? No me lo puedo creer, pero parece que eres quien dicen que eres. Se acabaron tus fotos para el periódico francés. O, más bien, para la causa de la resistencia española.

Ha sido mala suerte, escucho al camillero de habla gangosa. No recuerdo cómo se llama este hombre. Tampoco retengo muy bien los nombres españoles. Miro este cuerpo inerte. Algo de su estado crítico me toca. Si yo fuera demiurgo le devolvería el aliento. Ella y su empeño en hacer fotografías de la guerra, dice el sanitario con mal humor. Más peligro que para nosotros, que al menos intuimos a tiempo cuándo debemos parapetarnos. ¿La conocía? No sé si le respondo sí o no, o si ni siquiera le respondo, pero al ver el rostro de la mujer me estremezco. Me enfado. Sí, es ella, me digo. Qué absurdo.

Poned aquí a la periodista, pido a los de Sanidad. No quiero saber ni dónde ha sido ni cómo ni por qué. Como si intuyeran mi confusión los camilleros me informan. Un accidente, un error de cálculo. Ni siquiera una bala enemiga, se justifican. Un vehículo de los nuestros la atropelló. La guerra es maldita la mires por donde la mires, me consuelo. Incluso aquí, atendiendo a heridos, el horror nos puede pillar a cualquiera. Pero no podrías seguir tu tarea si te enrocaras en pensamientos tan negros. 

No hay nada que hacer por ella, pienso mientras limpio hilillos de sangre que le escurren por el rostro. ¿Habéis mirado el contenido de su mochila? Sí, responden a la vez los de la ambulancia. La cámara, golpeada, está aquí. Varios carretes, una cartera y algunos carnés, tres o cuatro cartas, lápices, un cuaderno...Los objetos están polvorientos, como si se hubieran desparramado por el suelo aciago de este desafortunado país. No soy de dar órdenes, pero me siento azarado. Buscad si hay alguna dirección de familiares o amigos a quien avisar; tal vez la de su novio. Tomo el cuaderno. Una mezcla de apuntes a la carrera sobre parajes, croquis de rutas, avisos sobre acciones a ejecutar, transcripción de algunos pensamientos. Deduzco que son ideas propias, pero están en alemán y no sé qué dicen. Su estilo es más calmado, la caligrafía más entera, la redacción más reflexiva, lo que parece indicar que son impresiones para sí misma. Pequeñas crónicas personales más que crónicas de la guerra en sí. Acaso para retomar en un futuro y hablar de lo que vivió en esta aventura. Ella, esencialmente aventurera, habría podido repasar algún día sus experiencias. Para atención y uso de generaciones que hayan superado en cordura a la nuestra. 

Busco desesperadamente si por alguna parte está la dirección de Robert. Alguien me dijo que había vuelto a París circunstancialmente. ¿O fue él mismo tomándonos los tres una copa en la retaguardia? Siempre queda la posibilidad de conectar con la agencia, pero de eso se encargarán otros. Aunque a mí me gustaría dar con él. Un suceso puede seguir cauces orgánicos pero la amistad y el amor exigen poner rostro humano a la muerte. Qué cosas pienso. Como si la muerte no fuera el desquite, la venganza de la vida que no es posible ya vivir. Como si su motivación no consistiera precisamente en eso, en desposeernos de rostro, de gestos, de aproximación, de calor, de ilusiones. Todos los días pasan por mis manos heridos sin cura. Son desconocidos sobre los que no puedo hacer nada y a los que despido con la brevedad del profesional que no puede pararse en su cometido. Pero la que está hoy aquí es ella. Quisiera desconocerla, reprimir recuerdos, ahogar sentimientos. El pasado está vivo aún y hace daño, concluyo. Pienso en Robert. No sé si Robert pensará en ella.

He recogido sus manos y he besado su frente. Me engaño a mí mismo imaginando que su cuerpo aún palpita con aquella capacidad divertida de que hacía gala. Ni siquiera se intuye aún la violenta agitación del shock del atropello. Ella que ya no es ella. Busco culpables. La guerra, el enemigo, las tiranías, la maldad de los hombres. O la casualidad. Su propio empeño por llegar dónde no llegarían muchos para dejar testimonio de la crueldad de la guerra. Los motivos se encadenan en mi mente. ¿Será que todos se deben unos a otros? Aunque no esté claro el orden predeterminado. Y al final es el azar quien decide sobre quién se salva o quién desaparece. Qué cercanos están las sonrisas y los llantos a lo largo de nuestra vida. Cómo conviven sorteándose el gozo por participar de una causa noble y el dolor por el padecimiento que se acumula. Los opuestos se imponen unos a otros, como un juego de apuestas que no podemos controlar. Hoy le ha tocado a ella.

Llamo a los sanitarios. Cuidad su cuerpo, les pido afligido. La abrigan, observan su cara, que tanto optimismo como simpatía emanaba. A nosotros nos había hecho varias fotos, doctor, dicen casi alardeando. Incluso habíamos compartido rancho. Deje que la contemplemos. Me ha parecido un homenaje bello este recuerdo. Por un instante de sus vidas estos hombres, dedicados a ver de cerca como nadie el efecto sangriento de una guerra, habían recabado la atención de una fotógrafa internacional. Sé que ella no daba rienda suelta al disparador de su Leica por las buenas. Y que en cada toma había una entrega personal que acaso los españoles no se lo agradezcan nunca.






(Imagen. El médico Janos Kiszely atendiendo supuestamente a la fotógrafa de guerra Gerda Taro, herida de muerte en 1937 en el frente de Madrid) 
 

jueves, 28 de octubre de 2021

Penitenciagite o la persecución a la belleza. Una crónica medieval (Serie negra, 40)

 


Carne de pecado, tú que no te arrepientes de ser diferente, tú que no sigues los preceptos y la moralidad, tú que tienes el descaro de mirar de frente a los que portamos la voz profética: o te arrepientes o te condenas. Si yo me entregara a vosotros, ¿me salvaríais o me castigaríais? Maldita, ¿te atreves a dudar de nuestra integridad? ¿Crees que somos presa fácil del deseo turbulento y de las tentaciones del demonio? ¿Nos tomas por seres débiles que ceden al primer atisbo de belleza que se muestra provocativo y consagran su naturaleza a la fragilidad? Tu cuerpo no es muy diferente del de la serpiente que tentó a nuestros primeros padres. Penitenciagite. No me arrepiento de ser honesta conmigo misma. Mi cuerpo es el que es y me satisface. Se lo ofrezco al que llega con buena voluntad y lo exhibo ante el que necesita curarse de la fealdad de su mente. ¿Quién eres tú, encapuchado, para hacer de mi cuerpo objeto de reprobación? ¿Quiénes sois vosotros, seres siniestros, para desear mi perdición? ¿No decís siempre que habrá un juicio final donde seremos juzgados por nuestras acciones? ¿No invocáis acaso a un ser que denomináis superior para que decida en justicia? No es la hermosura la que pierde, sino la envidia. No son los sentidos los que deforman, sino su falta de ejercicio. No es el objeto de pecado la desnudez sino la suciedad de vuestras almas. No es la conciencia la que lleva por mala senda, sino la mente retorcida. Infernal mujer, ¿crees que puedes enseñarnos la rectitud del camino? Nuestras vidas son una concesión ilimitada al sacrificio y al respeto a los mandatos divinos. Nuestro deber es mantener el orden entre los humanos que se descarrían. Nuestra caridad es evitar que lo casto se desvirtúe y lo impuro se convierta en norma. Hipócritas. Pretendéis reclamaros de ungidos por la generosidad cuando os carcomen los celos más extremos. Estáis ebrios de los deseos más nefastos. Presos de vuestros instintos reprimidos. No conocéis la compasión y solo disfrutáis de la miseria de quien se agacha ante vosotros y muere sometido a vuestras leyes. ¿Os parió una madre o un monstruo? Tus palabras te recusan, desdichada. Tus actos te denuncian. Tu ira denuesta la bondad de los cielos. La carencia de arrepentimiento que muestras exige que se prenda la llama del castigo bajo tus pies. Arderá mi cuerpo porque así lo decidís, pero os consumirá su recuerdo cada día de vuestra desgraciada existencia. Quien persigue al esplendor de la vida queda condenado para siempre a carecer del sentido del goce y a pudrirse bajo la peor de las locuras. Como vosotros.    




(Imagen: William Mortensen. Tomado de http://www.agenteprovocador.es/publicaciones/el-anticristo-de-hollywood )

martes, 26 de octubre de 2021

La asombrosa ternura de los Amantes de Gumelnitsa

 



La ternura que ambas figuras -que parecen una sola- expresan es exquisita. Tal vez los autores de estos amantes de Gumelnitsa, Rumanía, del quinto milenio antes de nuestra era, solo pretendieran manifestar la unión de los sexos. Ambos tienen sus atributos perfectamente identificados y pueden conformar la imagen ritual de la fusión de los agentes de la fertilidad y la progenie. Pero hay algo más en la pose de estas figuras. El gesto de sujeción de uno sobre otro está cargado de cuidado y entrega. Y tienes la sensación de que es correspondido. Emoción. Ambas figuras se dejan llevar como los personajes de carne y hueso que podrían haber inspirado al artista. Y que hacen que me pregunte: ¿ya se manifestarían entonces de ese modo entregado, en apariencia cariñoso, los amantes? Pienso que un artista siempre transmite su propio sentido de la existencia en la obra que realiza, sea un sencillo exvoto o personifique una representación superior o reproduzca de manera naturalista lo que le rodea. Entonces, ¿cómo no iban a trasladar aquellos primitivos artesanos de la belleza en esa pequeña escultura todo un bagaje de sentimientos, emociones, ideas y significados? Nacidos para situar como excelsa la fecundidad producida por dos partes, los Amantes de Gumelnitsa transmiten algo más que una mera función biológica. Y esa ternura activa, acogedora e íntima, que rezuman a mí me enternece.

Sobre esta escultura las investigadoras Anne Baring y Jules Cashford, autoras de El mito de la diosa, dicen: "Es la más temprana imagen del matrimonio sagrado entre la diosa y el dios, que perduró durante cinco mil años hasta su muerte formal con el monoteísmo hebreo y cristiano. La ternura en la actitud de las figuras enmascaradas de una mujer y de un hombre -él rodeándola a ella con su brazo derecho- es intensamente humana; no es ni remotamente divina. Se subraya la fertilidad de su unión sexual, pero aparece como fundamental la cualidad humana del sentimiento transmitido por la posición de la cabeza y los brazos, y la estrecha proximidad de sus cuerpos"



sábado, 23 de octubre de 2021

Uno para todos y todos para el tebeo (Serie negra, 39)

 



Y entonces nuestro héroe cayó, cataplás, por el profundo acantilado, donde desapareció sin dejar rastro. Oh, pero ¿muere ahí?, corta la hermana del Chibilo. No creo, hay más páginas, además los héroes no mueren. ¿Cómo que no mueren? Dice mi padre que hay héroes que no sabremos de verdad si lo fueron pero les pusieron ese nombre después de haber muerto. Pero esos son, si lo fueron, le digo, otra clase de héroes, que a su vez mataron a otros héroes, que tampoco sabemos si iban de eso o solo de pringados, pero a nosotros los que nos interesan son los que leemos en los tebeos. Sigo leyendo, ¿no? Sigue, sigue, dicen todos al unísono. Los compañeros del marino le echaron en falta al pasar las horas. Tenemos que salir en su busca, dijo uno. Hay que recorrer el litoral entero si es preciso, ordenó el que quedó al mando. Y vosotros, zarpad y seguid despacio la línea de costa a corta distancia por si se le ve náufrago. ¿Y cómo lo van a hacer?, interrumpe la pequeña Sabina, que me hinca el codo empeñada como está en no perder de vista las viñetas. Porque como la costa sea tan riscosa como la nuestra lo van a tener difícil. ¿Quieres callar?, la impelen todos. No te adelantes, deja que la historieta nos lo cuente. Callad chicos, que sigo. El lugarteniente del navegante dispuso entonces que unos salieran con la embarcación a recorrer el peligroso perfil de aquella tierra ignota. Sortead con cuidado las rocas, gritó a los suyos. Mientras, en tierra, una fila de hombres va registrando las oquedades y los matorrales de los acantilados, buscando una señal de vida del capitán. De pronto el cielo se cubrió de nubes. Lo que faltaba, gritó el timonel, como arrecie la lluvia y soplen los vientos violentos del Oeste vamos a seguir el mismo destino que nuestro jefe. La tormenta empieza a descargar sobre los intrépidos marinos. Desde la nave, movida a capricho por un oleaje cada vez más desenfrenado, la mermada tripulación trataba de vadear los farallones. ¿Qué son los fara...eso? Esta vez, fue el Chibilo mismo quien preguntó. Parece que fueras de tierra adentro, le reprocha El Chato. Pues algo así como rocas del mar, que me ha contado mi primo el que sale de pesca de bajura en las madrugadas. ¿Sigo o no sigo?, y les miré serio a mis oyentes, porque si seguís preguntando no acabaré nunca de leeros la entrega. Los relámpagos se cernían feroces sobre la nave. Los nautas, hombres curtidos en mil azares y dificultades, se amedrentaron. De esta no salimos, Olaf. Confía en tus fuerzas, le grita Erik. La voz del segundo se extiende a lo largo de la cubierta. Sujetad con fuerza los remos. En ese momento, un rayo cae al borde mismo de la nave con una violencia inusitada. ¿Qué es inusitada?, vuelve a interrumpirme la que me mete el codo hasta el riñón. Pues no sé, digo, me has pillado, pues será eso, algo más violento que lo violento o que no te esperas que sea tanto, no sé. Sigue, que está emocionante. La nave, maltrecha, a punto está de zozobrar, pero una ola benévola la mantiene a salvo de la acometida. El rayo extiende una luz rápida muy potente sobre el tramo de costa. El timonel lanza un grito. Allí, allí. Parece un cuerpo tendido en una cala. Vamos, gritan los marinos. No seáis imprudentes, estamos en la parte más escabrosa, podemos irnos a pique, clama otra voz angustiada. La Gemma no puede callar. Angustiada ¿es lo mismo que estrecho? Hala, le responde uno de atrás; eso es angosto, pero luego te lo explico, ahora escucha, que está emocionante. Puede estar vivo, interviene otro marino, hay que llegar a él. El cielo oscurece todavía más. La caída de rayos es pertinaz. ¿Alguien me puede explicar qué es pertinaz?, pregunto yo entonces. Todos mis amigos se encogen de hombros. ¿Nadie lo sabe? Pues continúo.  Por Odín, no os dejéis vencer por la furia del cielo. La nave es levantada en ese instante por un oleaje encrespado que no parece tener fin. Ni salvaremos al capitán ni nos salvaremos nosotros, se dicen unos a otros con desesperación. La viñeta de la gran ola lanzando al cielo la embarcación nos deja a todos maravillados, ciegos. Está a punto de romperse en dos, salta Toñín. Leo. El cielo oscuro y el océano cubren a la tripulación. Los osados navegantes están a un paso de perder el control. Paso página. Y de repente aquel latiguillo de otras veces. ¿Conseguirán los valientes marinos imponerse al temporal? ¿Encontrarán vivo a su jefe? ¿Llegarán alguna vez al reino prometido? (Continuará en el próximo número) 

Oh, qué fastidio; maldita sea. Habrá que espera a otra semana, nos consolamos en grupo.  




(Fotografía de Willy Ronis)

miércoles, 20 de octubre de 2021

Dirección única (Serie negra, 38)

 




Viajas en un sentido y los paisajes van en otro. Desde niño percibiste la dinámica, aunque no fueras consciente de su envergadura. Pegada la nariz a la ventanilla del compartimento del tren ibas superando los postes orillados. Te agotabas al poco de iniciar su recuento. Los cables del telégrafo danzaban hacia atrás de ti, subiendo y bajando bordes del terreno. Solo te desconcertabas cuando el tren penetraba en una trinchera. La sensación de quedar atrapado en ella te inquietaba. Captar de nuevo el paisaje, monótono y plano unas veces, variado y abrupto otras, era como recuperar la respiración visual. Pero tú siempre avanzabas mecido por un ferrocarril que se agitaba sobre raíles envejecidos. Pensabas en el destino de aquel viaje circunstancial sin ser consciente de que también tú ibas hacia una estación invisible pero que se iba manifestando y que se llamaba vida. 

Vida que no cesa. Nadie se atrevía a llamar a su propia existencia vida plena, porque plenitud no era una palabra usada entonces. Había detrás años tan densos como dolorosos para los pobladores del país. Fue probablemente el mercado y sus modas, y un renacer de una ideología, una más, de la utopía, lo que trajo hasta los hombres un concepto inalcanzable que se planteaba siempre como la próxima y siguiente estación. ¿Conoces a alguien que llegara a esa parada término llamada plenitud? ¿O felicidad o simplemente satisfacción? ¿Alguien contó en qué consistía esa meta con nomenclaturas sublimes? Algunos de los más longevos, olvidando a quienes habían quedado por el camino, empezaron a decir que habían tenido una vida plena. Plena, ¿de qué? Cumplir años, en condiciones físicas más bien deplorables, ¿era de por sí plenitud? ¿Plena era la acumulación de pequeñas dichas y grandes infortunios? 

Tú entonces no podías reflexionar sobre ello. Cada palmo de vía en aquellos desplazamientos de ida y vuelta de la niñez solo suponía llegar a esa otra ciudad donde reencontrarte después de un año con viejos amigos que tampoco serían los mismos. Y más adelante todo cambió. El paisaje, el medio de recorrerlo. El viaje en sí mismo, tan expansivo como tus años jóvenes expectantes, en los cuales el cansancio era una noción mínima, parcial. 

Sigues transitando sobre una dirección única, aunque hayas ido siempre en un sentido mientras las imágenes iban desalojándose hacia el otro. Pero ir en un sentido no significa reducir tus pasos y cuanto te ha rodeado. Has visto pasar rostros, hablas, entusiasmos, cuerpos, abrazos, entregas, discordias, desdenes, olvidos. Un paisaje cambiante, suave y ondulante que se alternaba a capricho del azar. Encrespado y riesgoso  también, cuando menos lo esperabas. No hay un orden fijo en las experiencias a las que se entregan los hombres. Incluso aquello que parece encauzado al principio, con seguridades y protección, quiebra antes o después. Y las sendas que pueden parecer perdidas para siempre son salvadas en el último instante por un impulso oculto que cualquier individuo no sabe explicarse. No somos dueños ni de nosotros mismos, piensas en ocasiones con un rictus de ingenuidad e ironía. 

Atravesar el paisaje es habitarlo. Te has detenido en estaciones principales y en apeaderos perdidos cuyas paradas eran fugaces. Eres benévolo. Das por buena cada experiencia, aunque tuviera su contrapartida. A lo más breve o nimio le concedes una importancia si no decisiva sí al menos aportadora. Tu pensamiento se detiene con frecuencia en comprobar, siquiera someramente, cuánto y cómo ha sido, está siendo, tu recorrido. La marcha no es ya la misma. Aquella velocidad lenta de la infancia fue superada pero ahora tienes la sensación de que otra vez se ralentiza. Sin embargo el paisaje que te rodea es más veloz. ¿Huye, se precipita, se adultera, simplemente pasa? 

La línea horizontal de los recuerdos se ha convertido en apresuramiento. La velocidad de imágenes hace que se vuelvan más opacas y borrosas. Hay hombres que llaman olvido a ese fenómeno. Otros dicen que es falta de sensaciones novedosas. Algunos lo denominan desinterés y abulia. Es un hecho que las imágenes nuevas son cada vez menos frecuentes. ¿Se habrá empequeñecido el paisaje por el que siempre estabas tan acostumbrado a deambular?

Esa sensación de dejarte llevar, de que ya no controlas como antes las ilusiones -qué habrá sido de las ilusiones- te devora lentamente, si bien en cierto modo te libera. Incluso te preguntas: ¿de ahora en adelante solo me espera la caída? Pero incluso esta palabra se puede reducir, abreviar, simplemente no considerándola más que en sus dimensiones justas. Porque una palabra repetida dos veces ya no es una palabra. Es una carga. Entonces a los hombres solo les queda la opción de dejarse afectar hasta el hundimiento total o bien buscar desesperados otra palabra que conjure la gravosa. Mas vivir no es un juego independiente de palabras, aunque estas nos hagan creer muchas veces que son las que tiran del carro. Tú sabes que no, y entonces te acurrucas, encogido y absorto, sobre tus rodillas reumáticas y tratas de mirar más allá de la tiranía y las falsas promesas de las palabras. Porque nunca hasta ahora has renunciado a levantarte.




(Fotograma del filme Europa, de Lars Von Trier)

domingo, 17 de octubre de 2021

Dos en el café de Rua Garrett (Serie negra, 37)

 


¿Y usted cree que este poema merece ser publicado? Mire, los poemas merecen ser escritos. Darlos a la imprenta es otro asunto. Pero, ¿y por qué quiere usted publicar? No sé, me parece un destino final acaso útil. ¿Final o inmediato? Bueno, tal vez tenga usted razón, de momento inmediato, porque el final sería que fuera adquirido el libro y eso siempre es un desafío, ¿verdad? Y un arma de dos filos. Suponga que su libro de poemas tiene acogida. Le pedirán sus lectores más. ¿Atendería sus deseos con libertad creativa o se sentiría forzado? Así que debe decidir usted, porque forzar no suele dar resultado, corre el riesgo de empobrecer las expresiones, abortar sus impulsos y reprimir la audacia de los pensamientos fugaces. Además, ¿no le basta con escribir para usted mismo? ¿No disfruta de esa sensación de desahogo que todo texto que sale de uno proporciona? Porque escribir es algo que te piden las emociones, la respuesta a una necesidad que se siente y que si no se da salida se frustra dentro de uno y arrastra al individuo al vacío. No sé muy bien qué decirle, aunque creo que no anda descaminado. Sin embargo esa otra necesidad que tenemos de que haya testigos que sepan de nosotros a través de un lenguaje de iniciados, que nos empuja a publicar, es algo muy poderoso. ¿Usted cree en los testigos de sus pensamientos y sensaciones o más bien en que le atrae exhibirse y ser supuestamente reconocido? La opinión ajena puede estar bien si lo que uno hace gravita sobre las vidas ajenas o, como otros dicen, sobre la sociedad y sus instituciones. Pero no creo que ese sea el papel de la poesía o de la prosa. Probablemente, y he ahí que también me preocupa que no tuviera acogida el libro, seguramente me afectaría demasiado. Sí, esa es otra posibilidad, mas ¿le impediría eso seguir escribiendo? Entonces es que usted no sería verdaderamente auténtico, y mire que refuerzo el significado. Porque escribir debe ser ante todo sentir, acierte mejor o peor a expresar lo que se le haya ocurrido. Conviene escarbar dentro de uno, separar lo sustantivo de lo adjetivado, yo mismo no tengo claro todavía si hay que dar prioridad a ordenar las ideas o a estallar espontáneamente con las palabras. A medida que los años me acucian más valoro el reducido espacio del que dispongo y cada tiempo justo que se me concede. ¿No le obsesiona a usted lo que queda viejo y le entusiasma cuanto pretende surgir como renovador? ¿Renovador, dice? El que escribe no sabe si renueva, renovar es un verbo inquietante que los críticos literarios utilizan a veces en falso o que los filólogos, andando los años, deciden denominar para sus clasificaciones. No me intereso sobre si mis escrituras alientan pasados o inventan futuros; mis escrituras se limitan a dar forma a pensamientos desordenados, a sensaciones que no quiero o puedo olvidar, a sentimientos que rescato de cuanto se ha diluido o que dejo al albur de invenciones en las que me consuelo. Usted escribe entonces para su supervivencia solamente, por lo que veo. Para no perder un mínimo sentido de la vida. ¿Y por qué no? Le diré más, aunque le parezca exagerado. Lo hago para no enfermar. Escribo para curar. Porque el hombre es una herida en constante tratamiento. Cuando uno cree que ha sanado de algo que le trae a mal traer se encuentra con que algún suceso o circunstancia nuevos le lacera. Pero usted, como yo, puede afrontar cualquier acontecimiento. Afrontar, sí, hasta cierto punto, aunque no siempre tengo interés en ello. Y resolverlo, ¿usted cree en esa posibilidad cuando no es fácil que cualquier incidente esté solamente en manos de uno? Ya sé lo que piensa ahora, lo acepto. Escribir no sirve ni para afrontar ni para resolver. Sirve solamente para desviar un día más algo tan inherente y pegajoso como es la angustia. Y principalmente el tedio.




 

miércoles, 13 de octubre de 2021

Citerea y el sátiro (Serie negra, 36)

 


Sueñas, Citerea, que un sátiro se aproxima y pretende de ti; pero no osará rozar siquiera una brizna de hierba que tú pisas; no dará un paso si no advierte que tú quieres que lo dé; su sonrisa permanecerá a la expectativa si no recibe una señal por tu parte; sabe ser sutil para lograr sus fines; él no ha llegado por azar hasta el borde de tu vida; al fin y al cabo, ¿no has sido tú la que le has convocado cuando por la noche merodeaban voces ansiosas en lo profundo de tu pecho?; él sabe prestarse al juego y espera que entres tú también; te ofrecerá libar juntos los mejores vinos de Samos; hará sonar una flauta dulce y bailará en torno a ti; espera más de sí mismo, tú solamente eres el objeto de sus libidinosas propuestas; pero ¿dices, Citerea, que pretendes jugar con él?; mira que sabe acechar a todo tipo de ninfas, que se ha adentrado en las cellas de las vírgenes, que ha deambulado a capricho por las estancias palaciegas, que ha penetrado en chozas pastoriles, que ha acosado a esposas de viajeros sin importarle los peligros; porque el sátiro sabe que el peligro está en sí mismo, y que se conjura con sus propias artes; y tú, osada Citerea, lo convocas con astucias diversas; te exhibes plácida mientras te desnudas; te dejas flotar en aguas agitadas que tu presencia amansa; recoges flores, insinuante tras un peplos estriado que acaricia tu piel; cantas la melodía seductora que te enseñó aquel dios al que hundiste en el infortunio; conviertes tus pisadas sobre la hierba en vuelos de danzarina; al sacudir tu cabellera el sátiro cree percibir una insinuación de tu parte; curva más su sonrisa, pronuncia la mirada con fijeza, yergue su testa enastada, se le encrespan las vellosidades, hunde sus pezuñas sobre el légamo de la orilla, tensa su falo hambriento; sin embargo el sátiro no se decide a emprender el asalto; finges ignorarlo y tu actitud le paraliza; en un esfuerzo confuso el sátiro extiende los brazos hacia las aguas, tratando de aprehenderte; pero solo palpa la superficie líquida, que al contacto de sus manos se revuelve; al borde del torrente que crece el sátiro duda; los juncos afilados se cimbrean violentos, el lodo se torna más débil, la ribera se hace más imperceptible; el sátiro ya no logra ver siquiera su imagen sobre unas aguas cuya turbulencia le aturde; qué han sido de los cantos, qué de la música, qué de los pasos de baile, qué del perfil provocador de la mujer de las aguas, se pregunta torpe y rabioso; de pronto, el sátiro advierte tu emersión, Citerea, y es tal la excitación dolorosa que le embarga que no espera a que pises suelo firme; tú, Citerea, te adentras hasta el centro del río y  el sátiro, ciego, elige un salto mortal mientras tú, arrancando una sonrisa triunfante y vengativa, contemplas su caída a las profundidades. 



(Fotografía de Eric Kellerman)

lunes, 11 de octubre de 2021

Invocación a la diosa de Hamangia

 


"Oh, tú, la primera. De ti surge el todo. Tú otorgas la protección y los hombres crecen bajo tu cuidado. Das la razón de existir y amamantas sin distinción a cada criatura. De ti descienden los que piensan y los que actúan. De ti los que alimentan y son alimentados. De ti quienes ríen y cuantos se entristecen. De ti quienes unen y quienes separan. De ti dimanan los que heredan el calor y los que se arriesgan al abandono. De ti proviene el principio del habla que produce más habla y el silencio que acoge el desconcierto. Tú conviertes en fecunda la tierra baldía. Tú animas a los intrépidos y consuelas a los desafortunados. Tú muestras el camino de la bondad y repruebas a los maliciosos. Tú exiges a los guerreros que depongan las armas. Tú eres la llamada de retorno para el moribundo. Después de ti los hombres usurparon tu nombre, pero no pudieron nunca negarte. Te denominaron de otras formas, intentaron someterte al imperio de nuevos dioses o del dios único. Pero cada ser humano de cualquier tiempo de la historia sabe perfectamente dónde te encarnas. Cada uno te reconoce en la madre que tuvo. Cada uno se emociona ante la gran madre de la naturaleza que nos acoge a todos. Cada cual te reclama ante el dolor extremo. No hay humano que no se mire a sí mismo sin encontrar la huella de ti. Tú eres el vínculo entre la vida que se perpetua y la nueva que se origina. Tú estás en el origen de cada tiempo y cada individuo y persistes más allá del destino y de la nada".


Esta escultura, que representa a la Diosa denominada de Hamangia, fue hallada en la misma necrópolis neolítica de Cernavoda, Rumanía, donde estaba la estatua del dios pensante o dios triste o no dios. Por supuesto, ya desde el Paleolítico los humanos habían desarrollado conceptos abstractos en sus representaciones, no olvidemos no solo la abundante serie de venus con sus atributos femeninos sino representaciones aún más primitivas basadas en rasgos, geometrías o aprovechamiento de oquedades.

Pero lo que me llama la atención de ambas esculturas Hamangia es que poseen cierto estilo naturalista que permite expresar emociones, actitudes, comportamientos y una determinada acción a través de sus posturas. Obviamente la dificultad está en interpretar toda esa expresividad. Si son dioses son dioses cercanos, humanos, como todos los dioses, pero más de casa. Si representan la encarnación del ser humano diferenciado -un gran avance respecto a las representaciones anteriores y más primitivas de seres andróginos- cuya sacralidad va implícita en el reconocimiento de la vida y pretenden rendir homenaje a ambos sexos -en unas sociedades agrarias que se habían ido asentado y que ya configuraban formas de relación y de institución- su modernidad conceptual me parece enorme. 

Piénsese que la cultura de Hamangia -una de las que abundaban hace siete mil años por zonas europeas como la región adriática, la egea, los Balcanes centrales, los Balcanes orientales, Moldavia, Ucrania occidental o Danubio medio, culturas que hoy se conocen como La Vieja Europa- que duró algo más de dos mil años fue desbaratada por pueblos nómadas que avanzaban a caballo desde regiones comprendidas entre el Volga y el Dniéper, salvo en territorios más al sur del Egeo y el Este asiático, donde tuvieron continuidad y evolución.



domingo, 10 de octubre de 2021

Pensador o dios, siete mil años largos le contemplan

 


Auguste Rodin no inventó a ningún hombre pensante, solo lo recreó. Aunque me pregunto por qué a la célebre escultura de Rodin no se la ha denominado El preocupado o El angustiado, ¿y por qué no El adormilado?, y sin embargo se la ha definido con algo más genérico ¿o más sublime? como El pensador, hasta convertirla en un paradigma. Pensar define y no define. Un gesto, una actitud o una posición del cuerpo pueden ocultar intenciones. Lo importante es qué se piensa y bajo qué premisas o condicionamientos emocionales e intelectuales se piensa. ¿Uno se concentra o se abstrae? Tal vez ambas formas son características del pensamiento, sin duda. Pero, ¿se piensa en recuerdos? ¿Se piensa haciendo planes de futuro? ¿Se piensa meditando y haciendo balance de algún hecho o comportamiento insatisfecho? ¿Se piensa imaginando una representación gráfica o pergeñando un texto literario? ¿Se piensa con sentido de la justicia o de la arbitrariedad? ¿Con criterio de la cooperación o del beneficio? ¿Se piensa como si se soñara? 

A la figura de la fotografía algunos la llaman El pensador de Hamangia. Otros El dios triste de Hamangia. ¿Y si únicamente contempla el mundo que le rodea? ¿O acaso es la imagen misma del silencio, de la necesaria quietud, de la conquista de le atemporalidad? ¿Y si solo se trata de la representación perpetua de un hombre asombrado? El asombro que nos acompaña desde la cuna. ¿Se admira de la vida o se sorprende del hecho de la muerte? ¿Se estremece meditando sobre el dolor o se gratifica recreándose en los goces? Pensador o dios, naturalismo o sacralidad, arte o culto, origen o destino, veo al ser humano que a su vez me mira. Qué difícil es interpretar el sentido de una obra de hace milenios, por más que los arqueólogos traten de atribuirle significados. Y sin embargo cuánto calor me transmite. 

Los escultores modernos Henry Moore o Baltasar Lobo también habrían envidiado aquella obra del neolítico europeo de hace siete mil años.



(Cultura Hamangia. Hallado en una necrópolis de Cernavoda, Rumanía)

miércoles, 6 de octubre de 2021

Serapio, el afilador (Serie negra, 35)

 


Serapio pasaba con una frecuencia calculada por las calles del barrio. De lejos ya escuchábamos la melodía pausada de su ocarina. Luego un soniquete cantado. ¡El afilador...! ¡Cuchillos, navajas, tijeras...! Y vuelta a la ocarina. Mi madre le llamaba desde el balcón. Le voy a bajar unas tijeras y un cuchillo. Cuando quiera, señora. Otras vecinas aprovechaban el tirón de su presencia. Incluso el carnicero de la vuelta, que expendía carne de caballo, recurría a él. Aquel hombre, al que todos le teníamos por gallego, tal vez porque el oficio se había afianzado más en aquella zona o porque tenía acento del Miño, era un hombre callado. Pantalones de pana, chaqueta de loneta, camisa sudada, boina encasquetada. Uñas por debajo de las yemas, un pedalear preciso a la rueda, cierta cojera que no le impedía la tarea, y una inequívoca concentración encorvada sobre el esmeril y la piedra que pulía el acero. Su gesto adusto no ocultaba una mirada noble al devolverte los útiles. Son tantas pesetas. Pocas pesetas. Una vecina sale a su encuentro con un paraguas prácticamente desguazado. No arreglo paraguas, dice sin dejar que la mujer le pida nada. Pues antes de la guerra los afiladores arreglaban paraguas, insiste ella. Señora, yo no soy de antes de la guerra.

Serapio, lo supe mucho tiempo después, había sido maestro. Señalado por la cruz de los redentores a sangre y fuego estuvo en prisión. Le conmutaron la condena a muerte a cambio de varios años de cárcel y una condena de por vida. No ejercer más el magisterio. ¿Qué tal se te dan las cuentas y la geometría?, me preguntó un día que le bajé algún objeto para afilar. Así, así, debí responderle. Vaya, dijo ceñudo, eso hay que corregirlo. ¿Y la geografía? Mucho mejor, me sé todos los ríos y las cabezas de partido de todas las provincias de España. Buena señal, dijo. Siempre sabrás por dónde andas. ¿Y la historia? No nos cuentan mucho, acerté a responder con decepción, por una parte te dicen que la historia es muy antigua y rica y luego resulta que te la explican como si fuera de dos días, sin haberte enterado de casi nada. Eh, la historia es importante, chico, pero vas a tener que hacer tú el esfuerzo de entenderla un poco y eso te va a llevar toda la vida. No esperes que te hablen de la historia como ha sido sino como a algunos les interesa que haya sido. Así que tendrás que indagar tú. Me asombré. Pero cuando acabe de dar la asignatura, ¿qué puedo hacer? Me miró tentado a hacerme confidencias. Puedes hacer más de lo que imaginas, pues la historia no es solo una asignatura, sino la comprensión de los hechos que vivimos, aunque ahora ni nos hablen de ellos ni los entendamos. Si te quedas con ganas de saber más de ella seguro que vas a seguir interesado siempre. 

Me daba palique según pasaba el filo por el esmeril y yo había cogido carrerilla. También me gusta la gramática, y es donde mejor nota saco, añadí. Buena cosa, muchacho, pero saber escribir y acertar a hablar es lo que más problemas causa, no lo olvides. Eso no quiere decir que debas retraerte. Escribe lo que sientas y habla con prudencia. Pero sobre todo domina la lengua para que otros no te dominen a ti. Con eso ya es suficiente. Haciendo el repaso caí en que me dejaba algo. ¿No me pregunta por la religión, señor Serapio? Se me da divinamente, y observé que ponía una sonrisa franca y desinhibida al decir lo de divino. Ah, se hizo el sorprendido, ¿te refieres a la Biblia y todo eso? Sí, son cuentos bonitos, aunque muchos de ellos violentos en extremo, y ya sabes, unos personajes son buenos y otros malos, y siempre ganan los buenos, que no estoy seguro de que lo sean. ¿Cómo en las películas de indios y vaqueros?, se me ocurrió. Más o menos, rio Serapio. Fui sincero. Yo no entiendo muchas cosas que cuenta, pero hay historias que me parecen como las de los tebeos de hazañas bélicas. Entonces me asusté, creyendo que había dicho algo que estaba yendo contra lo sagrado. Serapio volvió a reír. Sí, hay mucho de hazaña bélica en ese libro y no imaginas la cantidad de negocios turbios. Mientras lo veas así menos daño te hará. No comprendí en ese momento el significado de sus palabras. Mi madre, inquieta por la tardanza, se asomó al balcón e interrumpió la charla. ¿Ya está afilado el material, Serapio? Ahora se lo sube su hijo, y me guiñó un ojo el hombre. 

Por cierto, jamás volvimos a ver al afilador después de aquel día. Eran tiempos en que una persona podía estar o no estar de un día para otro.





domingo, 3 de octubre de 2021

La mujer que hablaba con el fuego (Serie negra, 34)

 


Nadie se atrevía a contrariar a aquella mujer. Tened cuidado, avisaban los más malévolos a cuantos llegaban al pueblo. Esa mujer habla con el fuego. ¿Le ha traicionado la mente?, preguntó un viajero, que desconfiaba de cuanto se dijera en una taberna. No, no está loca, se le respondió. Si lo estuviera, no habría problema. Sabemos cómo tratar a los locos, a quienes respetamos como miembros de nuestra sociedad. Pero esa mujer es algo distinto. Se sienta ante las fogatas o los hogares, ensimismada. Gesticula con las manos, danza o se retuerce. Para nadie es un secreto que habla con el fuego, le hace preguntas y pacta negocios con él. El viajero inquirió. ¿Cómo lo sabéis? ¿Acaso ella ha revelado lo que se trae con el fuego? No lo sabemos, pero lo sospechamos. 

El viajero, avezado en experiencias, dudó de juicios tan poco consistentes. Pero no dijo nada, porque la duda, que le permitía tener cautela ante los comentarios ajenos, también le ponía vigilante ante cualquier manifestación extraordinaria. El viajero no pensaba hacer noche en el lugar, y no obstante se sintió agitado por la curiosidad. Contrató una habitación en la posada. Luego deambuló por la villa, asombrado por la herencia que la historia había depositado en ella. Un legado escasamente cuidado por los herederos. Gran parte de los edificios se encontraban ruinosos y tal incuria hería profundamente la sensibilidad del hombre. Empezó a sentir las horas frías. Pensaba ya en volver y descansar cuando divisó una hoguera en la zona del elevado mirador que daba al caudaloso río. Le reclamaba el calor y se acercó. Probablemente unos zíngaros de paso, luego una vivencia más, se dijo estimulado. 

Sin embargo, cuando llegó hasta la hoguera no había nadie. Prendía altiva, trazando compases de baile, creciendo sobre sí misma. No se veían carromatos, ni se escuchaba griterío de niños, ni tentaban al aire los arpegios de un violín. El viento creciente trajo un nimbo de humo denso que le rodeó. Le cegaba la visión del paisaje en todas las direcciones y temió dar una mala pisada y caer al abismo. Un sentido agudo de la precaución lo detuvo. Entonces desde la hoguera se precipitó hacia él una llamarada voluptuosa. Sintió intenso calor, pero las llamas, caprichosas y audaces, no le rozaron. No temas, escuchó entre el crepitar. Soy del fuego pero no soy el fuego. Si has llegado hasta aquí tiene que ser porque buscabas calor o porque me buscabas a mí. Quien solo busca calor me desconoce. Pero quien me busca directamente a mí encuentra el calor. Este fuego es la razón de la vida. La sabiduría que emana del fuego que, una vez, hace mucho tiempo, permitió evolucionar a los humanos. Quien me busca se busca también a sí mismo. Persiguiéndome a mí conocerá el fuego verdadero. 

El viajero se repuso de su propia perplejidad, sin saber si aquello era imaginación o realidad no soñada. Pensó en las revelaciones, de las que era tan descreído, y también en los símbolos que se ocultan en el propio pensamiento y obnubilan la razón. ¿Tú eres la mujer que dicen que habla y pacta con el fuego?, preguntó a la voz. Yo soy todo lo que el fuego quiere que sea. Yo respeto al fuego y él me corresponde. ¿Eso es lo que has acordado con él?, insistió el viajero. Las gentes te mencionan con temor y tratan de defenderse de sus miedos descalificándote. La voz se ofreció mansa, como si domeñase la llamarada. Mi pacto con el fuego no le incumbe a nadie. Solo a aquel que quiere saber más de sí mismo. Yo te ofrezco esa posibilidad si accedes conmigo al mundo ígneo que otros hombres no ven. El viajero pensó: todo conocimiento tiene algo de locura. Se lo transmitió a la voz. Sin duda, replicó esta. ¿No es locura el atrevimiento, el riesgo y la dedicación del propio tiempo personal a desentrañar lo que alimenta la vida? ¿No es locura, por la que se puede pagar un alto precio, la negación de interpretaciones anteriores que los hombres repiten sin comprobar su grado de verdad? ¿Y no es la peor de las locuras aceptar como verdad cuanto viene siendo desde épocas antiguas una gran mentira?

Al amanecer se extrañaron en la posada de que el viajero no se levantara temprano, como había comunicado la víspera. Lo encontraron tendido apacible, sereno, incluso arrogante. Durante varias horas nadie osó acercarse a aquel cuerpo. Tan intensa era la calidez que emanaba de él. Ventilaron la habitación hasta que el ambiente se fue enfriando.



(Fotografía de Willy Ronis)