"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 30 de septiembre de 2025

Variaciones sobre el puño

 


1. El puño ha cambiado de bando, por lo que se ve. Me ha hecho pensar en ello el gesto de un mandatario number one que recurre con frecuencia a la exhibición de un puño. No eleva el brazo más allá de su cráneo y a veces lo deja a la altura de su corbata. Como masculla con ese sonido del que hacen gala todos los autócratas convencidos y confesos y desmedidos, no hace falta dar nombres -aunque conocimos alguno de frágil voz al que no le temblaban sin embargo su firma en las sentencias letales- no se sabe bien si refuerza con su hosca palabra el gesto empuñado o es el puño el que da giro implacable y cargado de soberbia omnímoda a las palabras. A veces hace incluso movimientos de baile con el puño y su cintura, tipo la yenka, adelante, atrás, que embelesan a la legión fanática de admiradores que le siguen.  



2. En algún libro sobre símbolos leo que el puño ya sale en los relieves asirios. Por más que busco fotografías de relieves asirios, que tanto me entusiasman, existentes en los museos europeos de la rapiña, no veo el puño; veo que la mano de los mandatarios empuña algo -un cetro, un látigo, una brida- pero no es lo mismo un puño que empuña un objeto que un puño que hoy se llamaría empoderado. Que cree que tiene poder aunque sea más deseo. No es igual empuñar que alzar el puño, vacío de objeto pero cargado de idea. Aunque también la idea puede, y suele ser, un objeto. En los asirios veo que se reproduce mucho la palma abierta, que ese es otra simbolismo, y no necesariamente la de los farsantes totalitarios del siglo XX o los neo de hoy. Curiosamente en los diccionarios de símbolos apenas aparece mencionado el puño, no así la mano abierta, que no se presta menos a ser exhibida e interpretada. 




3. Fue en los Juegos Olímpicos de Méjico de 1968 cuando unos triunfadores en no sé qué prueba subieron al podium haciendo gala no de su victoria personal, que también, sino de un gesto reivindicativo, el de la causa negra, digamos, valorando su dignidad, su condición tan humana como los blancos. Entonces su esfuerzo ganador proyectó otro esfuerzo colectivo mayor. Se vindicaban a favor de la normalización black. Recordaban al mundo y, sobre todo, al ámbito de los contradictorios USA, que tenían tanto derecho como el que más. Era un gesto simbólico, en fin, de lo que ellos mismos llamaron el black power. ¿Sirvió o no sirvió? Los estadounidenses negros de hoy dirán que se sigue deteniendo por las calles a supuestos delincuentes negros o simplemente que no les caen bien a la policía por el mero hecho de ser negros.





4. Honoré Daumier, ese excelente pintor, ilustrador, caricaturista, etcétera de las artes gráficas, reprodujo escenas de su tiempo histórico revuelto y duro. Las revoluciones de 1830 y 1848 en Francia no pasaron desapercibidas a quien las vivió de cerca. Si ya había reproducido infinidad de escenas  de la vida cotidiana, ¿cómo no iba a hacerlo también de las reivindicaciones sociales, de las exigencias obreras, que fueron cotidianidad a lo largo del siglo? Da igual si el cuadro aquel se titula La revuelta, La huelga o La revolución, porque no es un rótulo lo que expresa lo vivido sino la propia escena que, para mí, cabalga entre un impresionismo difuso y un expresionismo anticipador, aunque muchos lo encasillen como realismo simplemente. Daumier busca la expresión de la protesta social indignada a través de la escena en la que, entre la masa que toma la calle, sobresale el individuo decidido, sea líder, espontáneo entregado o simple voceador del sentir colectivo. Por cierto, el puño ¿fue antes que la bandera? No lo sé, pero indudablemente fue par a la sangre.





5. La potencia de los símbolos ¿perece con cada época o sobreviven y se extienden permanentemente en cada circunstancia histórica posterior? Contemplas una fotografía de jornaleros españoles durante la guerra civil y a primera vista te parece obsoleta. Ya no hay esos jornaleros españoles. ¿Seguro? Hay otros con procedencias norteafricanas o subsaharianas, por ejemplo, imprescindibles para las labores de recogida aunque algunos energúmenos alcen la voz hipócrita contra ellos. Ya no hay las hoces, las fajas, las camisas raídas, ¿o las hay de otras maneras, con otra forma de herramienta? ¿Qué persiste, entonces, de la foto antigua en el espíritu de hoy día? ¿Sobrevive el gesto del puño o ha desaparecido para siempre? Blandir una herramienta ¿no es más coherente y constructivo que alzar un arma? Persiste el hombre, el ser humano que dice NO antes las circunstancias adversas, ante la sumisión o la explotación latentes. Aunque no lo manifieste todos los días. Aunque no alce puño alguno. ¿Será que el puño se agazapa como arma interior de resistencia en cada individuo que se siente herido?





6. Una fotografía más o menos reciente en que hay puño y algo más enarbolado por el puño, que no se ve qué es. Pero cuyo sentido queda refrendado por la boca que grita, que clama, que lanza consignas. Son jóvenes, estudiantes sin duda, y la mayoría confía más en exhibir el grito ordenado, en repetir la consigna sugerida, en hacer piña simplemente. Se saben pacíficos, pero repiten la liturgia de los mismos rituales que practicamos en el pasado, cuando el poder era más ominoso y encararse con él mucho más arriesgado. En ese sentido quien muestra una actitud híbrida, mitad puño mitad empuñado, puede estar trazando que la protesta del futuro pueda seguir siendo pacífica o se desboque. En cualquier caso si el puño significa entonces la denuncia razonada, la manifestación de una reacción frente a lo injusto y la propuesta de una ordenación nueva de las condiciones de vida se estará conectando con una trayectoria social larga desde hace siglos. Algo que deberán aclarar los jóvenes. ¿Con la mirada inteligente puesta en un cambio que avance o dejándose engatusar por los profetas de la mentira y el retroceso? 
 





7. Si es un símbolo el puño del recién nacido se trata de un símbolo inconsciente y recóndito. Puede que sea simplemente biológico, pero ¿hay mayor reivindicación y significado que mostrar una resistencia frente a la vida que acaba de iniciar? ¿Es el cuerpo todo el intérprete de ese afrontar lo exterior del útero abandonado -donde ya el puño se fue haciendo presente- en una respuesta en pro de la nueva supervivencia? Lloros, gimoteos, estiramientos. retorcimientos, bostezos...y el puño cerrado que ¿no se nos antoja más simbólico que cualquier idea que va a recibir el niño a lo largo de su existencia? ¿Empuña la energía interior que acaba de surgir plenamente?  ¿Retiene una memoria biológica instintiva de los nueve meses que se fue haciendo? Va a resultar que el puño del recién nacido es el primer gesto, la primera presencia de un cierto tipo de poder, el primer asimiento del aire. Tal vez la expresión del brote de la conciencia aún en estado subliminal.






viernes, 26 de septiembre de 2025

De Demócrito, Burton y nosotros ahora mismo

 



Robert Burton en su Anatomía de la melancolía:

"¿Cómo se habría quedado Demócrito al ver estas cosas? 

Al ver a un hombre convertirse en cualquier cosa, como un camaleón, o como Proteo, que se transforma en todas las formas posibles, representar veinte partes y personajes a la vez, ser oportunista y variar como el planeta Mercurio, bueno con lo bueno, malo con lo malo; tener una cara, un aspecto y un carácter diferentes para cada uno con el que se encuentra; de todas las religiones, humores, inclinaciones, mover la cola como un spaniel, con obediencias fingidas e hipócritas, enfurecerse como un león, ladrar como un perro, luchar como un dragón, morder como una serpiente, tan manso como un cordero, y sin embargo enseñar los dientes como un tigre, llorar como un cocodrilo, insultar a algunos, y aun así otros le dominan, aquí mandan, allí se rebajan, tiranizan en un sitio, se les frustra en otro; un sabio en casa, un necio fuera para hacer felices a otros. 

Al ver tanta diferencia entre las palabras y los hechos, tantas parasangas entre la lengua y el corazón, los hombres que, como actores, representan una gran variedad de papeles, dan buenos preceptos a otros, mientras que ellos mismos se arrastran y revuelcan sobre el suelo. 

Al ver a un hombre declarar amistad, besarle la mano, a quien quería ver decapitado, sonreír con la intención de perjudicar, o engañar al que saluda, alabar a su amigo indigno con elogios hiperbólicos; a su enemigo, aunque buen hombre, envilecerle y deshonrarle, así como a todas sus acciones, con el mayor rencor y malicia que se pueden inventar.

Al ver a un hombre comprar humo en vez de mercancías, castillos construi­dos con cabezas de necios, hombres que siguen las modas como monos en las ropas, gestos y acciones; si el rey se ríe, todos se ríen; «Si te rieses, él se reiría a carcajadas; te ve llorar y las lágrimas brotan de sus ojos». Alejandro se inclinaba, y así lo hacían sus cortesanos; Alfonso volvía la cabe­za, y así lo hacían sus parásitos. Sabina Popea, la mujer de Nerón, llevaba el pelo de color ámbar, y así lo hicieron todas las mujeres romanas al instante; la moda de aquella era la de todas. 

Al ver a hombres totalmente llevados por el afecto, admirados y censurados por opiniones sin juicio; una multitud desconsiderada, como los perros de un pue­blo, si uno ladra, todos ladran sin motivo. En la medida que gira la rueda de la for­tuna, si un hombre está favorecido o recomendado por algún grande, todo el mundo le aplaude; si cae en desgracia, en un instante todos le odian, y como el sol cuando se eclipsa: antes no lo tenían en cuenta, ahora lo contemplan y fijan la mirada en él. 

Al ver a un hombre que tiene el cerebro en el estómago, las tripas en la cabeza, que lleva cien robles a la espalda, que devora cien bueyes en una comida, es más, devora casas y ciudades, o como los antropófagos, que se comen unos a otros. 

Al ver a un hombre revolcarse como una bola de nieve desde la más baja mendicidad a los títulos de venerabilísimo y honorabilísimo, colocarse injusta­mente honores y oficios; a otro que mata de hambre a su genio, daña su alma para acumular riquezas que no disfrutará, que su hijo pródigo funde y consume en un instante.

Al ver la envidia de nuestros tiempos, a un hombre aplicar sus fuerzas, medios, tiempo, fortunas para ser el favorito del favorito del favorito, etc., el pará­sito del parásito del parásito, que puede despreciar el mundo servil, como si tuvie­se ya suficiente.

Al ver al mocoso de un mendigo hirsuto, que, alimentado últimamente de mendrugos, se arrastraba y lloriqueaba, llorando por todo, y que por un viejo sayuelo llevaba un mensaje, que ahora se agita en seda y satén, valerosamente montado, jovial y educado, ahora desprecia a sus antiguos amigos y familiares, descuida a su familia, insulta a sus superiores, domina sobre todos. 

Al ver a un sabio rebajarse y arrastrarse ante un paisano iletrado por carne para la comida. Un escribano mejor pagado por una obligación; un halconero que recibe mayor paga que un estudiante; un abogado que gana más en un día que un filósofo en un año, mejor recompensa por una hora, que la de un estudiante por doce meses de estudio; el que puede pintar a Thais, tocar el violín, rizar el pelo, etc. ganan ascensos antes que un filólogo o un poeta.

Al ver a un pobre tipo o a un sirviente asalariado arriesgar su vida por su nuevo señor, que apenas si le dará su paga al final del año; un colono del campo trabajar como una bestia, cultivar y afanarse por un zángano pródigo y ocioso que devora toda la ganancia o la consume lascivamente con gastos absurdos; a un noble que encuentra la muerte en una bravata, y por un pequeño fogonazo de fama se arroja a la muerte; a una persona mundana temblar ante un albacea testamenta­rio, y no temer al fuego del infierno; desear y anhelar la inmortalidad, desear ser feliz, y sin embargo evitar por todos los medios la muerte, un paso necesario para llegar a ello."

Etcétera.



Estas cosas -estas actitudes, estos comportamientos, estas voluntades, estos desdoblamientos, estas contradicciones, estas hipocresías, estos cambios de chaqueta- que dice Burton en su obra (1621) o que intuye que Demócrito (siglos V-IV a.e.c.), como buen reidor de su escepticismo, ya habría advertido a lo largo de su vida, estas cosas siguen en vigor en nuestros días. A nuestro alrededor, en las instituciones, en los negocios, en la hueca educación, en los pseudo medios de comunicación, en las aspiraciones absurdas y en las ambiciones torpes, en las relaciones que pretendemos desprendidas y generosas pero se truecan en obtención de algo a cambio, en los arcaicos conceptos sobre la vida que seguimos adorando mezcla de becerro de oro y dios salvador, en nuestra personalidad contradictoria y falsa, en la perturbadora inocencia que como adultos perseguimos todavía enarbolar irresponsablemente y que ni nosotros mismos nos creemos. 

Estas cosas y muchas más dice el erudito Robert Burton en la suculenta y sabrosa obra citada donde un aprendiz de descreimiento como yo aún intenta hallar consuelo.




lunes, 22 de septiembre de 2025

Vorágine de otro Adán, el de Marechal

 


"Adán cerró los párpados: ¡cómo le dolían esos pobres ojos! Cuando abusaba uno de la noche pidiéndoselo todo a su reinado, la noche ardía como un aceite negro y devoraba los párpados que no conseguían juntarse. Luego, sobre los párpados doloridos, la luz del día quemaba como el alcohol.-¿Sería él, acaso, un espíritu nocturno, emparentado con aves maléficas, insectos de culo fosforescente y brujas que montaban en escobas mansitas?-No, porque su alma era diurna e hija del sol padre de la inteligibilidad.-Siéndolo así, ¿por qué vivía de la noche?-Frecuentaba la noche porque en su siglo el día era incitador y antorcha de una guerra sin laureles, violador del silencio y látigo contra la santa quietud; exterior como la piel, activo como la mano, sudoroso como las axilas, vocinglero y fecundo en embustes, de sexo varonil, joven héroe de tórax velludo. Se apartaba del día porque lo embarcaba en la tentación de la fortuna material, en el ansia de poseer objetos inútiles y en el deseo malsano de ser político, boxeador, cantante o pistolero.-¿Y la noche?-Incolora, inodora e insípida como el agua, la noche producía, sin embargo, una borrachera igual a la de los buenos vinos; silenciófila, estimulaba empero el amanecer de las voces difíciles y los hondos llamados que sofoca el día bajo sus trombones; antípoda de la luz, ordenaba, con todo, la visibilidad de las estrellas; destructora de cárceles, favorecía la evasión; campo de tregua, facilitaba la unión y la reconciliación; hembra curativa, refescante y estimulante, se yuntaba con el hombre y concebía un hijo, el sueño, graciosa imagen de la muerte. Y, sin embargo, la noche pesaba dolorosamente cuando al fin uno quería dormirse y el sueño se le negaba".


Leopoldo Marechal, Adán Buenosayres.


¿Cómo nadie me había hablado antes de este novelón? Esta sensación de catarata y curso de aguas rápidas me arrastra, ¿o es lo que desconocía? ¿O acaso lo que uno sabía y comprobaba poco a poco pero lo había leído de otras maneras? Tal vez estoy lanzando las campanas al vuelo, pero que se empiece una novela y uno se sienta envuelto en una vorágine de forma, vocabulario, giros y sintaxis, donde el tema parece interesar menos que la manera como se ejercita una descripción sin fin, sin contemplaciones ni pausas,  no es algo frecuente, y en ese sentido me recordaba cómo Thomas Bernhard me atrajo a su propio torbellino o Céline a sus infiernos particulares. Bah, esto es un simple apunte, muy particular y de desahogo, en este inicio otoñal, frío, angustioso, abrumador y desconcertante.



lunes, 15 de septiembre de 2025

Riki Blanco, talla moral e ilustradora

 



Más nítido no puede ser. No hay líneas de meta ya en nada. Salvo las que nos marquen otros por la fuerza. Sí hay líneas rojas que no deberíamos traspasar. Pero hay quien lo ignora y allá con quién se alía su conciencia. Riki Blanco, colaborador en El País, da hoy su talla moral e ilustradora. 


viernes, 12 de septiembre de 2025

Los carreristas

 


Pasaban los carreristas. No sé si me lo inventaría yo o si se le ocurriría a alguno de mis primos o si es que por extensión en mi infancia la gente llamaba así a los que participaban en la vuelta ciclista. En aquella pequeña urbe del Norte todo se llamaba de otra manera, no opuesta pero sí con términos peculiares. Era un vocablo olvidado. Pero ayer, a medida que caminaba por mi ciudad, calles valladas, despliegue exagerado de policía de toda clase, bocinas y sirenas, pitos de guardias urbanos, gente acumulada en unas zonas y apenas afectada en otras, unos pocos patriotas con sus enseñas y otros pocos solidarios de causas perdidas con banderas de gente aplastada, lo de carreristas me vino por las buenas. He aquí que pasan los carreristas, me salió de pronto. ¿Por qué me vendría un término que desde niño tenía desechado para aplicar a los profesionales de un negocio que supera a su propia conceptualización de deporte? 

Caprichosa mente, siempre subrepticia, me dije a la par que me reía. A algún viandante debió sorprenderle que mi risa se reflejara exteriormente, aunque pudo suponer que yo iba como tantos otros van, colgado de unos auriculares o hablando con esa cosa pegada que llaman pinganillo. Pero no, yo, insignificante humano, solo llevaba pegada a mí mi propia mente. Mente atávica, mente que te piensas evolucionada pero que a las primeras de cambio te expulsa imágenes o pulsiones psíquicas que creías enterradas. Mente que relaciona, asocia, prejuzga, juzga equívocamente la mayor parte de las veces. Mente que genera adrenalina que pone en guardia, o provoca la bilis que te vuelve amargo, o proporciona dopamina placentera, o invita a estar atento y precavido. Mente que inventa ideas para el consumo personal e íntimo o bien recoge y acoge, aunque mañana las excluya, porque nada de lo que crees es original sino adaptado. Mente máquina, que nunca acabas de tener claro si la controlas o ella dicta sus normas para ser quien eres y para hacer obvio cómo te manifiestas. 

Por unos minutos me paré en una curva. Quité del fondo de la  imagen a coches que acompañaban la carrera, a guardias talludos, a los armados, a los de protección civil, al público; eliminé el ruido que se sucedía, los pequeños aplausos, el aliento verbal de aficionados. Por un instante fijé mi atención en el primer carrerista que pasaba inclinándose sobre el asfalto, luego en otros dos que casi rozaban el vallado. Traté de ver en cada uno de ellos al hombre híbrido enmascarado, al humano que se apoya en una máquina que responde en función de la energía que transmita con su pedaleo y su control. Hoy día, pensé, todos los humanos somos híbridos del día a día. Uncidos a un trabajo, a unos aparatos y vehículos, a unos medios de incomunicación pseudoperiodísticos, a unas relaciones múltiples que tienen mucho de repetición de tiempos y movimientos, como en la ingeniería industrial aplicada a las fábricas que ajustaba unos y otros en pro de la rentabilidad y el beneficio. Miré a los carreristas pero no encontré a los hombres. Aunque el movimiento de sus piernas me suscitó envidia. Y las mías, mientras, generando poco a poco varices, me dije.




lunes, 8 de septiembre de 2025

Demasiado humanos por ser superanimales

 



Desbordado por la lectura de Humano, demasiado humano, del multifacético alemán de bigotes, ordinariamente denominado Friedrich Nietzsche.

"El superanimal. La bestia en nosotros quiere que se le mienta; la moral es la mentira necesaria para que no nos destruya. Sin los errores implícitos en las hipótesis de la moral, el hombre seguiría siendo un animal. Pero así se ha tomado por algo superior e impuesto leyes más estrictas. Por eso aborrece los estadios más próximos a la animalidad: por ahí ha de explicarse el menosprecio del esclavo como un no-hombre, como una cosa".

La bestia en nosotros quiere que se le mienta. Vivimos en una permanente mentira, en cualquier órbita de nuestra existencia; por lo tanto ¿seguimos siendo agitados por el animal primigenio que fuimos y seguimos siendo? ¿Nos conforma la mentira y nos reafirmamos en ella? Mitos, morales, religiones, ideologías, corpus doctrinales varios...nos contemplan por milenios.

La moral es la mentira necesaria para que no nos destruya. Uno creyó alguna vez en que había una moral buena y otra mala, pero en realidad siempre nos hemos conducido con y en la doble moral. Si la moral es una mentira necesaria para la supervivencia, ¿qué salida tiene quien no quiera aceptar el engaño vital? Consúltense los sinónimos tan precisos como adaptados a casuística que proporciona el lenguaje. A estas alturas no veo alternativa.

Sin los errores implícitos en las hipótesis de la moral, el hombre seguiría siendo un animal. Las hipótesis de la moral son siempre de interés, beneficio, imposición o justificación. Eso puede alejarnos del animal natural pero reafirma un animal superior. A este le hemos llamado simplemente humano. Un concepto equívoco, al menos si te dejas llevar por el peso de la moral.

Pero así se ha tomado por algo superior e impuesto leyes más estrictas. Lo superior como proceso de autosugestión y no solo de adaptación al medio y a la evolución. Las leyes, ¿están para acotar espacios, impedir interferencias o lograr fines que de ordinario nos enfrentan?

Por eso aborrece los estadios más próximos a la animalidad: por ahí ha de explicarse el menosprecio del esclavo como un no-hombre, como una cosa. Acabemos. Queremos alejarnos de condiciones penosas del pasado, pretenciosos de que no volveremos a ellas. ¿Estamos seguros? Por ahí uno se explicaría que no aceptemos a los inmigrantes pobres, no nos importen lo más mínimo las víctimas de los genocidios mundiales (el último sobre los gazatíes es un exponente al alcance de la vista), nos diferenciemos de nuestros paisanos más humildes y deteriorados en su supervivencia, o tratemos de mala o despreciativa manera a quienes nos sirven en los mercados por debajo del salario mínimo. Esa precisión conceptual de Nietzsche un no-hombre, como una cosa, ya está en la teoría sobre la alienación y enajenación humanas, desarrolladas por otro pensador alemán de luengas barbas cuyo apellido Marx tantos temen aún. La cuestión hoy día es que hemos aceptado el estado individual alienado, como si fuera un precio menor, y nos desborda, cuando no desquicia, la propia enajenación donde no somos nadie sino lo que nos dicen (obligan) que seamos.

Por lo demás, puedo estar errado, y qué. Leer a Nietzsche oxigena, y más cuando ya nada se espera personalmente exaltante. que cantaba Celaya.



*Ilustración de Tullio Pericoli

miércoles, 3 de septiembre de 2025

Fundido a negro

 



Un hombre mira a una mujer. La mujer se deja mirar y a su vez observa al hombre. Él rebaja el descaro con el que contempla. A ella no le importa el atrevimiento y sabe devolver la mirada con disimulo. El hombre es ahora pasto de su escudriñamiento. A la mujer le basta un instante para deducir -todo es arriesgado, no obstante- de su manera de vestir, de su actitud, de los rasgos físicos, de su capacidad de mantener la mirada cuando ella le reta. Le es fácil inferir de cómo es ese hombre, con su margen de error. Él no saca conclusión de su mirada, solo le habla el instinto. Porque él ha detenido sus ojos en ella con la delectación usual en los hombres, pero es ella quien desafía sin que él lo advierta. Todo sucede muy rápido, van a coincidir en su paso. Ambos retardan el avance, probablemente más el hombre. No dejan de mantener el pulso visual mientras avanzan. Creen, sobre todo él, que el tiempo se demora, que los movimientos se ralentizan, que está a punto de detenerse la vida. Naturalmente la imagen de vida se refiere al pasado. Y esa circunstancia de aproximación tensa, mantenida, podría ser un punto de inflexión respecto a todo lo vivido. El ruido de la calle aumenta. El tráfago de personas desborda. Ambos están a punto de verse superados. El hombre percibe cierta angustia. La mujer teme perder el control de una fijación con la que domestica al adversario. Han llegado al punto en que la línea del suelo iguala el plano en el que se encuentran. Por un instante él cree que ella se ha parado. A su vez la mujer teme que él no avance más. Un fundido a negro les salva de tener que decidir.



*Imagen de Maya Deren