"Yo sólo escribo para mi sombra, para esa sombra que la lamparilla proyecta sobre la pared,
y a ella es a quien debo darme a conocer".
Sadeq Hedayat, El búho ciego.
Siempre me pareció extremadamente vanidoso, e incluso bastante estéril, escribir sobre las luces de uno mismo, dice Max, primero porque nunca queda claro ante nosotros mismos si tenemos suficiente capacidad de ver, y luego porque nunca sabemos si vemos para nosotros o si lo hacemos para los demás, si la luz destella en lo recóndito de nuestro cuerpo o la prendemos para que los demás se queden a gusto, para condescender con ellos, para que nos acepten, para darles la razón aunque no entendamos su razón, que con frecuencia suele ser maniquea y poco sólida, y nos apremia ese temor a quedarnos al margen si no aceptamos la consideración general, la legislada y la que funciona por inercia, la que va y la que viene por oleadas de costumbres y modas, porque así funciona la sociedad, exigiendo consenso a cualquier precio, obligando a cesiones que nos hipotecan, imponiendo pautas y normas que no son válidas para todos, pero que a todos nos constriñen, instándonos a que ratifiquemos incluso lo que aún no hemos comprobado que debamos aceptar, y todo ese barro con que nos moldean desde el principio creemos que nos va haciendo y así ocurre realmente, pero pronto nos damos cuenta que su calidad no es la materia que debe dar respuesta sincera a nuestros impulsos profundos, nos van haciendo con lo que no somos y nos hacen creer que eso es lo que somos realmente, pero la verdad no la vemos, o la empezamos a distinguir cuando nos desasosiega ese encofrado que disponen en cualquier fase de nuestra vida, adecuado para cualquier edad, de tal manera que lo que parece que es solo un armazón en la infancia para hacernos crecer con seguridad y ayudarnos a encontrar el sentido de haber venido al mundo, también lo es en la juventud y más tarde en la vida plenamente adulta, e incluso cuando empezamos a estar de vuelta de los ciclos que algunos llaman productivos, cuando el cuerpo pierde vitalidad y el pensamiento y las ideas ya no son tomadas con suficiente consideración por los demás, incluso entonces quieren que funcionemos con clisés, y no me cabe duda que les preocupa también que la edad del viejo se les pueda escapar del control, porque ya se sabe que en los individuos que parecen haber mermado en facultades y que no tienen ya ascendencia sobre la tribu suele haber arranques de energía, de decir las cosas en voz alta como son, como han sido, y a más de uno se le ocurre vengarse proclamando la falsedad de la existencia y lo incautos que son los que vienen detrás, les sale la sinceridad a borbotones, pero también contra los ancianos existe el chantaje, y es que el entramado atenaza las existencia a cualquier edad, y así hasta el ataúd, que no en vano me parece el más repugnante artefacto que jamás se haya inventado y encima para la nada, y es entonces cuando sospechas si acaso no será inútil hablar e intercambiar criterios con otros, lo poco que se escuchan unos personajes a otros, lo escaso que disponen para hacer la vida llevadera, piensas si realmente todo ese flujo de conversaciones, ese ruido mediático, ese desperdicio que es el chorreo de tanta palabrería, de la que ni uno mismo se libra, no será sino un ejercicio que no va más allá de la cháchara y el entretenimiento y el apartamiento de otras cosas importantes que dejan de serlo a base de ignorarlas, y cuando un ladino impulso te empuja a querer escribir, escribir para que nos entiendan, se entiende, que es lo que se exige, ahí te asalta la duda de si se debe escribir para lo que ya se sabe de sobra o se cuenta modificando apenas los parámetros de la ficción escasamente ficticia, y al exponer una relación de palabras a la lectura de los cuatro que te pueden leer se están arriesgando algo más que situaciones o anécdotas, y te invade el temor sobre si no estarás desequilibrando aquello que desde siempre dijeron que tenía que ser así, porque era así, porque es así, y el tiempo del verbo lo estarán siempre actualizando para que no cantes victoria, porque en esto de opinar o describir tus sensaciones y sacar conclusiones que traten de explicar y aplicar acerca del animal que llevas en ti, es peligroso, es peligroso todo lo que difiere de lo generalmente admitido, y te rondará el riesgo de ser perpetuamente vigilado por otros hombres que no se dan cuenta, o no quieren aceptarlo, que ellos también llevan dentro un animal díscolo, auténtico, preñado de otras posibilidades, y vas y te escabulles con tus pensamientos, tus risas sardónicas, tus escritos confusos, y si aún te queda algo de esperanza respecto a que pueda haber un leve fulgor y si esperas que la humedad que lleva implícito el pensamiento te haga el suelo más tierno, recurres con desdén a adentrarte en tu cueva, donde no estás tampoco a salvo, pero donde acaso puedas pasar desapercibido.
(Fotografía de René Groebli)