"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 30 de agosto de 2016

Aquellos estos árboles, 38





"Yo sólo escribo para mi sombra, para esa sombra que la lamparilla proyecta sobre la pared,
 y a ella es a quien debo darme a conocer".

Sadeq Hedayat, El búho ciego.



Siempre me pareció extremadamente vanidoso, e incluso bastante estéril, escribir sobre las luces de uno mismo, dice Max, primero porque nunca queda claro ante nosotros mismos si tenemos suficiente capacidad de ver, y luego porque nunca sabemos si vemos para nosotros o si lo hacemos para los demás, si la luz destella en lo recóndito de nuestro cuerpo o la prendemos para que los demás se queden a gusto, para condescender con ellos, para que nos acepten, para darles la razón aunque no entendamos su razón, que con frecuencia suele ser maniquea y poco sólida, y nos apremia ese temor a quedarnos al margen si no aceptamos la consideración general, la legislada y la que funciona por inercia, la que va y la que viene por oleadas de costumbres y modas, porque así funciona la sociedad, exigiendo consenso a cualquier precio, obligando a cesiones que nos hipotecan, imponiendo pautas y normas que no son válidas para todos, pero que a todos nos constriñen, instándonos a que ratifiquemos incluso lo que aún no hemos comprobado que debamos aceptar, y todo ese barro con que nos moldean desde el principio creemos que nos va haciendo y así ocurre realmente, pero pronto nos damos cuenta que su calidad no es la materia que debe dar respuesta sincera a nuestros impulsos profundos, nos van haciendo con lo que no somos y nos hacen creer que eso es lo que somos realmente, pero la verdad no la vemos, o la empezamos a distinguir cuando nos desasosiega ese encofrado que disponen  en cualquier fase de nuestra vida, adecuado para cualquier edad, de tal manera que lo que parece que es solo un armazón en la infancia para hacernos crecer con seguridad y ayudarnos a encontrar el sentido de haber venido al mundo, también lo es en la juventud y más tarde en la vida plenamente adulta, e incluso cuando empezamos a estar de vuelta de los ciclos que algunos llaman productivos, cuando el cuerpo pierde vitalidad y el pensamiento y las ideas ya no son tomadas con suficiente consideración por los demás, incluso entonces quieren que funcionemos con clisés, y no me cabe duda que les preocupa también que la edad del viejo se les pueda escapar del control, porque ya se sabe que en los individuos que parecen haber mermado en facultades y que no tienen ya ascendencia sobre la tribu suele haber arranques de energía, de decir las cosas en voz alta como son, como han sido, y a más de uno se le ocurre vengarse proclamando la falsedad de la existencia y lo incautos que son los que vienen detrás, les sale la sinceridad a borbotones, pero también contra los ancianos existe el chantaje, y es que el entramado atenaza las existencia a cualquier edad, y así hasta el ataúd, que no en vano me parece el más repugnante artefacto que jamás se haya inventado y encima para la nada, y es entonces cuando sospechas si acaso no será inútil hablar e intercambiar criterios con otros, lo poco que se escuchan unos personajes a otros, lo escaso que disponen para hacer la vida llevadera, piensas si realmente todo ese flujo de conversaciones, ese ruido mediático, ese desperdicio que es el chorreo de tanta palabrería, de la que ni uno mismo se libra, no será sino un ejercicio que no va más allá de la cháchara y el entretenimiento y el apartamiento de otras cosas importantes que dejan de serlo a base de ignorarlas, y cuando un ladino impulso te empuja a querer escribir, escribir para que nos entiendan, se entiende, que es lo que se exige, ahí te asalta la duda de si se debe escribir para lo que ya se sabe de sobra o se cuenta modificando apenas los parámetros de la ficción escasamente ficticia, y al exponer una relación de palabras a la lectura de los cuatro que te pueden leer se están arriesgando algo más que situaciones o anécdotas, y te invade el temor sobre si no estarás desequilibrando aquello que desde siempre dijeron que tenía que ser así, porque era así, porque es así, y el tiempo del verbo lo estarán siempre actualizando para que no cantes victoria, porque en esto de opinar o describir tus sensaciones y sacar conclusiones que traten de explicar y aplicar acerca del animal que llevas en ti, es peligroso, es peligroso todo lo que difiere de lo generalmente admitido, y te rondará el riesgo de ser perpetuamente vigilado por otros hombres que no se dan cuenta, o no quieren aceptarlo, que ellos también llevan dentro un animal díscolo, auténtico, preñado de otras posibilidades, y vas y te escabulles con tus pensamientos, tus risas sardónicas, tus escritos confusos, y si aún te queda algo de esperanza respecto a que pueda haber un leve fulgor y si esperas que la humedad que lleva implícito el pensamiento te haga el suelo más tierno, recurres con desdén a adentrarte en tu cueva, donde no estás tampoco a salvo, pero donde acaso puedas pasar desapercibido.

  

(Fotografía de René Groebli)


lunes, 29 de agosto de 2016

Debates como éste no se ven aquí nunca





He aquí un debate, y tranquilo, como los que no escuchamos jamás en las deprimentes e infames emisoras de televisión de nuestro país. El vídeo adjunto corresponde a un debate de ideas en el programa Contre courant, del diario parisiense Mediapart.  Menos mal que ya no hay Pirineos para quien quiera interesarse por ciertos temas (me consuelo aunque no me sirve)






viernes, 26 de agosto de 2016

Aquellos estos árboles, 37




"Bebía una y otra vez 
de aquella fontecica
y no había cansancio.
Y cuanto más bebía
más clara era la agua
y más creciente y ávida
tornábase mi sed".

Anónimo sefardí del siglo XVI.




Hoy he bebido de aquel charco, como cuando lo hacía en mi etapa primitiva, y me agachaba mientras fluía lentamente un hilo de agua hasta saturar la pequeña oquedad, brotaba aquel agua con suavidad, apenas era perceptible, y yo bebía mojándome la nariz, sorbía con una avidez que se iba calmando, la modesta corriente nada rumorosa no dejaba vaciar el plato de la roca, y nunca olvidaré aquella sensación del recorrido del agua desde mis labios hasta mi tripa, y es verdad que bebía con cierto afán, más que con ansia, aunque a veces llegábamos jadeantes de las carreras, sudorosos por el sol justiciero, y el ansia trataba de poderme, pero era tal la bondad de aquella fuente leve que conteníamos los nervios y nos dejábamos atrapar en el placer, al que contribuía la técnica rudimentaria, el recurso más natural, y muchas veces he pensado en ello, en aquella huella de retorno al primitivismo en que lo salvaje era armonioso, si es que en la naturaleza puede haber algo armonioso, pues no es precisamente confluencia pacífica lo que nos rodeas en el universo, así que nunca supe quién tuvo la ocurrencia de hablar de armonía cuando en realidad habría que decir de satisfacción pasajera, pues lo que hoy parece estable mañana ha dejado de existir, y esto vale para los bosques, las montañas, nuestro propio suelo, nosotros mismos, pero si es armonía la serie de paradas que a veces hacemos en el devenir y el conflicto latente, continuo, con los elementos, pues llamémoslo así, pero sin creer que tal armonía es duradera para siempre, y era al acercarme a la pequeña patena de caliza desgastada cuando sentía una excitación inusual, me ofrecía voluntario al ritual de beber, no bebía solamente para saciar la sed, ni para dejarme absorber por el frescor, mientras el agua manaba ofreciéndose sin fin, la claridad del fondo que con su quietud me ofrecía complementaba la escena del salvaje que yo era, y aquella fascinación por mantenerse el agua dentro de los bordes de la piedra que nunca he vuelto a percibir ni con situaciones u objetos más sofisticados de nuestro tiempo, me parecía que aquella fuente no iba a cesar nunca, volvíamos al día siguiente y nada había mermado, nada se había alterado, y aquella modestia de la pequeña charca me parecía ejemplar, lo cual valoro ahora, cuando ha pasado tanto tiempo, cuando ya no sé ni qué habrá sido de ella, porque los hombres habrán destruido probablemente el paisaje de la zona, y hoy, al beber del vaso de cristal fino análogas sensaciones han venido a mi mente, y he operado con gestos semejantes a los que hacía cuando era más primitivo, he llenado el vaso hasta el borde, me he asegurado que ni una gota huía hacia el exterior, he mirado fijamente la inmovilidad del recipiente, la carencia de color, la visión del fondo del vaso se me antojaba aquel otro fondo más blanquecino pero tan transparente, me acerqué con sumo cuidado, un ligero temblor habría desequilibrado el contenido, un movimiento en falso habría alterado el objeto, pero también la recuperación de mis recuerdos, con el consiguiente desafecto a la prueba que intentaba, con la sinuosa traición a apoderarme de un tiempo irrepetible, y pensando que si revitalizaba la memoria de las cosas de entonces también me estaba ahora mismo recuperando del desgaste que he tenido después, he tratado por lo tanto que mi aproximación al vaso fuera tan hipnótico como el acceso al hontanar del origen, y he bebido no solo por sed del calor sino por sed del retorno imposible, y al sorber he notado un instante de revelación, el leve flujo que sorbía del vaso tenía que ver con cuanto había sorbido anteriormente, y sentía que mis labios se modificaban en su textura, se reducían de tamaño para ganar en sensibilidad, y el cuenco dejaba de ser vidrioso y no era solamente de roca sino que lo sentía también de carne, y me detuve apenas mi barba se humedecía y mi nariz se untaba de la humedad, y no quise moverme y dejé que mi nariz respirase dentro del agua, por ver si las propiedades de los peces habían llegado por algún oscuro camino de la evolución a mi propio cuerpo.

      


(Fotografía de Daido Moriyama)


jueves, 25 de agosto de 2016

Aquellos estos árboles, 36




"Desesperando del amor y de la castidad, caí por fin en la cuenta 
de que me quedaba el libertinaje, que suple muy bien al amor, acalla las risas, 
restablece el silencio y, sobre todo, confiere la inmortalidad".

Albert Camus, La caída


Y este gusto o, si se quiere, esa disposición a ojear las esquelas necrológicas de los periódicos, prospectando si ha caído algún enemigo, o simplemente la satisfacción morbosa de saber que el muerto era más joven y que no hizo los suficientes méritos para aguantar en esta vida, o la sorpresa de que alguien que habías tratado alguna vez o con frecuencia desaparece de pronto sin que nadie supiera si estaba mal, porque acaso no lo estaba, o lo estaba en secreto, porque muchos de los que fallecen y se dice que debido a causas naturales, o más vulgarmente que lo hace de repente, en realidad alguna larva patógena tendría dentro de su cuerpo o, como dice Max, algo se estaría cociendo en el peor sentido, tal vez durante años, eso sí, precipitándose en una vorágine que unas veces los más próximos detectan si adelgaza en exceso o si el color de la piel adquiere otros cromatismos siniestros o si el cansancio venía acuciando al anónimo paciente, y todos le decían es porque no paras, o es porque te preocupas demasiado de las cosas, y los síntomas del hombre, que solo él sabía traducir, sólo él sospechaba, por más que tratara de sugestionarse de que no, de que solo se traba de una racha mala más, y había tenido tantas, y además cómo iba a pregonar que no se sentía bien si a nadie de los que le rodeaban les hacía pizca de gracia que estuviera maltrecho, si iba a dar guerra si lo estaba, si todo iban a ser molestias, si el trajín de los médicos, y nada de pensar que de pronto la familia entera iba a quedarse sin el sueldo del padre de familia o sin la pensión tan decisiva para la economía del clan, así que el enfermo secreto siempre piensa no me pasa nada, aunque sé que me está pasando, aunque no puedo evitar sentir que este aire que no me oxigena o esta molestia que me perturba o este alimento que no me cae, eso suele decirse a sí mismo el individuo que empieza a caminar por una línea oscura, y siente que no le apetece tener ilusiones, y empieza a considerar la historia de su vida como una anécdota con mayor o menor fortuna, pero para llegar a esto, eso piensa, y es por todo ello por lo que uno se siente atraído por los obituarios cotidianos de los periódicos, donde la muerte es una tipografía, un nombre, un ritual y un olor a tinta, y uno piensa entonces si debe tener respeto a la muerte, porque la muerte no se hace respetar, la muerte es inútil para el que deja de vivir, pero es sumamente útil para el resto de los vivientes, se hace hueco, se ajustan las estadísticas, se rebaja el coste de la atención socio sanitaria, puede que el muerto que está a punto piense vaya bluf ha sido todo, y cómo se van a beneficiar otros, y ahí le doy la razón, los más sabios de aquellos que están a punto de irse reflexionan en secreto y se despreocupan de todo, ningún recuerdo les conmueve si se da el caso del óbito en el anciano que ya habitaba la vida por inercia, y no es verdad lo que dicen algunos que la antesala del morir sea como una secretaría donde se redactan memorias, se hace balance, se añoran los placeres y se ridiculizan los desencuentros, toda esa tarea viene de más atrás, de noches como esta en que te parece que no te duele nada, que respiras bien, que no te acucian ni las antiguas vanidades ni los despropósitos ni los ardores de la carne, como mucho lo que hay son preguntas y ciertas respuestas a medias, con un no sé si fui o no sé si hice, aun sabiendo que fuiste y que hiciste rebajas el acto a potencia, intentando volver a ser un libertino de papel, o prosiguiendo la línea particular de libertinaje que te caracteriza, motivado casi siempre por el descreimiento o por no haber alcanzado la cumbre de ninguna propuesta, pues bien sabes que no había nada que alcanzar, y haces del libertinaje de la edad avanzada simplemente un pulso y una burla a los preceptos de la vida organizada y a los riesgos de la desaparición física, sobre la cual no quisieras ver jamás, y no te preocupes que no lo verás, tu nombre impreso ni con olor a tinta ni mucho menos con los estúpidos rituales que la antropología social se empeña en perpetuar.

  

martes, 23 de agosto de 2016

Esquela



El otro día vi esta esquela necrológica en un periódico local de la Castilla profunda. Los familiares del asesinado honran al joven, 80 años después, simplemente con su memoria, dejando constancia en este pequeño detalle. La reproduzco aquí para decir a su familia que yo, que soy de otro tiempo y circunstancia, siento en mi conciencia aquella barbarie. Que no duden de mi deseo de que en paz descanse, algo que cuesta desear para sus asesinos, como no sea para saber al menos que con el descanso estos no cometerían más crímenes. Que no vuelva jamás a tener lugar todo aquello de lo que supe por el relato de mis mayores. Y que lamento que no haya habido jamás justicia. Pero, al menos, que sus descendientes sepan que para algunos no hay olvido. La memoria y el reconocimiento son fuentes de sabiduría y, lo que es más importante, de convivencia. Y que me hace reflexionar y anhelar un país de entendimiento, algo que no sé si todos desean. Porque algunos, como siempre, siguen estando sedientos de imponerse y no parece que acepten a los que que no piensan como ellos.
  


(Esquela tomada del periódico El Norte de Castilla)


lunes, 22 de agosto de 2016

Brindis por el 2006




Me apetece hoy brindar con cebadas bien malteadas y lúpulos a todas las máscaras que en mí habitan. O mejor dicho, junto con todas las personalidades que se miran entre ellas con ojos diversos y voces alternas y complementarias. Entiéndaseme. El que esté libre de máscaras -conscientes, subconscientes, inconscientes o reunidas- que tire la primera espuma. Yo me quedo con la espuma y también con los posos. Salud siempre.




sábado, 20 de agosto de 2016

Aquellos estos árboles, 35





"En tus abrazos
brillaban mis palabras
la lluvia las desnudaba de sangre
las desnudaba de muerte
y en la forma de tu cuerpo
se entretejían en mí".

Mohsen Emadi, Visible como el aire, legible como la muerte.



Expulsado del verdadero hogar los hogares que conocerás después no te parecerán lo mismo y, no siendo lo mismo, perseguirás la búsqueda del único, del que perdiste, otros hogares que se nombrarán como hogares serán en el mejor de los casos una copia modificada de aquel, o espacios que quieren parecerse, si dejan que se adapten a ti, y en este sentido serán una imitación idealizada, pero a los cuales tendrás que acogerte, porque un individuo sin un hogar a cada paso de la vida se sentiría extraño, y no es que no sea menos extraño si se acoge a lo que le ofrecen, pero se cede porque la seguridad es una exigencia necesaria, y más después de aquella fuga no deseada, así pues estarás buscando de forma denodada un sustituto del hogar original año tras año, de año en año, y a cada desgaste que percibas de tu propia materia más te acuciará la nostalgia, y en esa resistencia que al principio sentirás creciente, firme, en la que te parecerá que vas llenándote de mundos, tratarás de recrear un calor que no has olvidado, sin darte cuenta primero, lamentando más tarde, ansiando cuando cada vez tengas menos a qué aferrarte, y si bien los primeros tiempos que te esperan serán expansivos y apenas serás consciente de cómo acucia el origen, la extensión de ti mismo se irá reduciendo, limitando, aunque no perderás nunca el sentido de querer o pretender ser un sueño materializado, porque los límites, si bien cada vez te irán cercando más, y si bien ahogan por sí mismos, los vivirás como invisibles, si no fuera por esa invisibilidad, que no es otra cosa que no querer ver, el individuo no seguiría intentando explorar la vida, y cuantas posibilidades tengas de recrear la vida serán un reflejo de la que viviste en el hogar imprescindible, no solo te perseguirá una calidez que no te será fácil recuperar, sino una humedad que te volverá leve, una sombra que te resultará benéfica, un apacible rumor que se ofrecerá como alternativa al ruido descomunal que los vivientes se empeñan en generar, todo eso necesitarás restaurar a tu medida ilusa, será imprescindible que cases lo tangible y lo ficticio y hagas con ello un crisol de realidad llevadera, pues el mundo que los demás seres te han proporcionado cuando llegas a éste no te gustará más que en una parte, y luego en una parte de una parte, y tú a su vez te dividirás, una, varias veces, en tantas ocasiones en que la disconformidad que te apabulla te lo exija por instinto de supervivencia, y esa partición, en la que siempre es un riesgo saber qué parte de ti abandonas y con qué parte te quedas, te generará dudas, no hay paso de la vida en que no dejes de tener dudas, unas veces inadvertidamente, otras con pleno entendimiento, pero una vez hayas elegido u otros te hayan conducido a una imprevista rotura de ti, deberás reaccionar, porque incluso ante una amputación si no siempre los miembros se regeneran como estaban antes, al menos se desarrollan otras capacidades, la engreída posesión de ti mismo te hará creer a veces que no te sobra nada, pero siempre habrá algo de ti que pese y merme tu esfuerzo, y demore los pasos, y no por eso debes pensar que los pasos deben ser de gigante, nadie puede prever cómo van a ser sus pasos, los pasos más lentos y minúsculos pueden hacer una vida interesante, y habrá momentos también en que te dará la impresión de que tienes un noventa y nueve por ciento de sobrante, y te aferrarás al uno por cien restante para restablecerte de nuevo, y esa aritmética dual probablemente sea falsa, pero con márgenes muy estrechos se puede aún sentir el hogar, por muy lejano que te parezca que él y tú estáis uno del otro.  




(Fotografía de Duane Michals)



viernes, 19 de agosto de 2016

Cuesta mirar de frente a este país esquivo, 80 años después




Y unos versos sumamente emocionantes de Federico que reproduje en el blog justo hace diez años por estas fechas, cuando la sombra Fackel quiso jugar a ser una leve candela de Kraus:


"Si muere el alfabeto
morirían todas las cosas.
Las palabras 
son las alas.

La vida entera
depende
de cuatro letras".



Gracias, poeta nuestro.



miércoles, 17 de agosto de 2016

Aquellos estos árboles, 34





"Él, mi tío Georg, me abrió ya muy pronto, por decirlo así, los ojos para el resto del mundo, me hizo observar que, además de Wolfsegg, y que, además de Austria, hay algo más, algo mucho más grandioso aún, algo mucho más gigantesco aún y que el mundo no se compone sólo, como comúnmente se supone en general, de una sola familia, sino de millones de familias, no sólo de un lugar, sino de millones de esos lugares, y no sólo de un pueblo, sino de muchos cientos y miles de pueblos y no sólo de un solo país sino de muchos cientos y miles de países, que son, todos y cada uno, los más hermosos e importantes. Toda la Humanidad es infinita con todas sus bellezas y posibilidades, decía mi tío Georg. Sólo el estúpido cree que el mundo acaba donde él mismo acaba".


Thomas Bernhard, Extinción.



Siempre tuvo él la misma opinión que el escritor, siempre no, en realidad nunca le enseñaron a apreciar lo de otros, pues el complejo malsano que le rodeaba se obstinaba en inculcar que su suelo, su patria, su familia, su paisaje era no sólo lo más bendecido sino lo único, único en el sentido de selecto y electo, por mor divino, no tangible, por encima de todo lo que hay por el mundo, bebió desde su infancia de una especie de consagración de la estrechez, de lo minúsculo, del entorno opaco que aprisionaba a todos sus paisanos, sólo se salvaban, y a qué precio, aquellos a los que el hambre o la miseria o el descontento les obligaba a desarraigarse, y cuesta entenderlo, pero muchos de aquellos si no se liberaron del todo de las circunstancias de origen al menos conocieron mundo, y luego contaron, y luego atrajeron a otros más, y mucho más adelante y lentamente revirtió como un relato de tradición oral, que al fin y al cabo lo era, sobre los que se habían quedado y seguían pensando que lo suyo era el no va más, y ese conocer mundo no era el del turista de ahora, que tampoco conoce mundo, que apenas ve las ciudades sino como parque temático, probablemente los que emigraron supieron más del mundo que los viajeros actuales con visa, y aun cuando muchos hicieran sus guetos allí donde iban era inevitable el roce con gente de otras nacionalidades, la adaptación, limitada y circunstancial, al nuevo medio, y pudieron comparar, y ahí está la clave, la gente que se considera que es y vive en lo mejor del planeta debería comparar, y comparar no es una estadística ni unos datos sobre el producto nacional bruto ni el mito de una conciencia de pertenecer a una patria en lugar de al mundo entero, comparar es ver al otro, romper fronteras, y no estar erre que erre pensando en que son mejores si se aferran a un Estado, porque al final son presos de ese Estado, del que han tenido y del que puedan crear, y nunca él entiende que se obstinen tanto algunos en reforzar aquello que les anula o les reduce, no comprende que muchos elijan la vida de vivir esferas dentro de esferas que ejercitan constantemente poder en cada una de ellas sobre sus súbditos, pero acaso sea, piensa él, que a muchos individuos les satisface ser súbditos, de ahí que sólo cambien de sujeto de dependencia, y arrinconen unos símbolos para adoptar otros, digo adoptar porque nunca se sabe si lo otro, adaptarse, es posible cuando se va comprobando que la historia se repite no con arreglo a banales ideas cada vez más desfiguradas, sino porque los verdaderos centros que deciden sobre las vidas se han fortalecido, y ellos, esos poderes crecientes juegan en otra estratosfera, y solo se sienten interesados en los acontecimientos, sólo se preocupan de los funcionamientos que ponen en marcha los hombres del suelo y del subsuelo si no alteran el equilibrio de sus negocios, así que él no logra saber bien por qué tanta obstinación en disgregarse aquellos que deberían trascenderse, no en el sentido metafísico, que ya no es posible citar como filosofía plana, sino en ir dentro y más allá de las dimensiones que la naturaleza social de los hombres ha disparado, y esboza una sonrisa, él que perdió muchas de sus sonrisas, cuando ve que los mitos cayeron hace tiempo, que todo se mueve como jamás se perturbó antes, que  los centros del universo, los ejes del carro de la historia, el centro de gravedad de la explicación del mundo, la esencia de sí mismos, sea con el sobrenombre enmascarado de pueblo, lengua, patria, economía, leyes, costumbre o tradición, es hoy día antiesencia, y no le cabe duda de que el mundo, agitado como jamás lo estuvo anteriormente, no reconoce el límite y que brinda una oportunidad al que se aferra, por complejo, miedo o renuncia, a creer que su leve parcela le pertenece, cuando ya estaba vendida incluso antes de llegar a la vida. 




(Fotografía de René Groebli)


sábado, 13 de agosto de 2016

Aquellos estos árboles, 33




"Aprovecha la vida mientras sea vida dentro de ti. 
Aprovecha tu cuerpo mientras seas tú quien vive dentro de él. Aprovecha".

Vergílio Ferreira, Pensar.



Palpación del cuerpo. Ejercicio gratificante unas veces. Prueba de discordancia otras veces. Cuerpo perímetro, cuerpo extensión, cuerpo territorios. Cuerpo cepo, a veces. Las manos capaces de llegar siempre a cualquier zona de su superficie. Manos que se recogen sobre sí mismas, manos que obligan a arquear el cuerpo hasta el extremo opuesto, manos que incitan al escorzo lumbar tratando de evitar que la estatua se incline peligrosamente, manos que se sumergen en la hendidura misma de la carne que no se puede traspasar. Manos que saben de sudor, que a veces también se ensalivan. Manos que se extravían sobre otra piel distinta, porque una caricia no siempre es un encuentro. Palpo mi cuerpo confiado. Confío en él, él confía en mí, diálogo ingenuo de tactos. ¿Solo de tactos? Cada rincón de mi hábitat habla desde dentro. ¿Cómo llegar a su cuerpo profundo? Laberinto de cuerpos dentro de mi cuerpo. Ordenado en su reparto, caótico en las respuestas del deterioro. Voces agudas, palabras altisonantes, griterío que chirría. Mi tacto no alcanza ese intramundo, ni siquiera los demás sentidos que acuden a la cita saben interpretarlo. Entonces sucede que sentidos recónditos, gestos no nombrados, una cohorte de reacciones no traducibles externamente se hacen notar con su peculiar vocabulario. Es la hora de la queja, de reivindicar una reposición imposible, del cansancio que se afirma, lento y desaborido. Hasta ese momento he amado su silencio, su sumisión, su aparente docilidad. Cualquiera disfunción interior utiliza otros idiomas en los que no se quiere hablar. Te haces a ellos, pero ellos no saben de tus dedos ni de tus pensamientos ni de las palabras con que inquieres su suceso. No entienden que el amor que has mantenido con tu cuerpo profundo ha empezado a ser desamor. Que antes o después vas a quedar al pairo. Que lo que más has querido va a volverse inhóspito. Pero aún no permaneces a la intemperie de ti mismo. Derivas cualquier movimiento rebelde hacia el pozo ciego. Y sueñas de nuevo con tu resistencia. Y consideras un improperio desear renacer. Al tocar desde fuera tu propia piel, al pulsar los músculos, al hacer crujir los huesos en su aparente normalidad, al constatar la sabiduría de lo sensible, que tanto te entusiasma y te explica de ti mismo, al no percibir lamento alguno, respiras en profundidad. Ese respirar es el mensajero que intenta llegar hasta los espacios que encajan dentro de ti. Donde moran seres íntimos, alumbran rostros desconocidos, se encabritan animales donde tú eres ajeno. Desalojas palabras que suenan a deseos. Para vosotros mis ojos no bastan, dices, mis lágrimas no son útiles, insistes. ¿Servirá de algo mi palabra en el instante en que las furias se desaten y no se controlen, ahí en alguna de las estancias de mi cuerpo tan próximo y tan lejano? Os amo, vísceras, digo. Fluid, conductos, digo. Manteneos, cartílagos, imploro. Bacterias, pacificad vuestros bríos. Jugos gástricos, no os agriéis. Oxigenad bien vuestro curso, arterias. No deis saltos, células, digo. Demorad el desgaste, neuronas, proclamo. No convirtáis al mensajero que os envié desde mi reino incauto en el oscuro jinete de vuelta del dolor.




(Fotografía de Jacob Aue Sobol)



miércoles, 10 de agosto de 2016

Aquellos estos árboles, 32





"- Cuando todo hombre alcance la felicidad, el tiempo dejará de existir, porque no será necesario. Una idea muy cierta.

- ¿Dónde lo meterán?

- No lo meterán en ninguna parte. El tiempo no es un objeto, sino una idea. Se extinguirá en el pensamiento.

- Los viejos lugares comunes de la filosofía, siempre los mismos desde el principio de los tiempos -murmuró Stavroguin con cierta lástima desdeñosa.

- ¡Los mismos! ¡Los mismos desde el principio de los tiempos, y nunca habrá otros! -exclamó Kiríllov con ojos centelleantes, como si esa idea encerrase poco menos que una victoria".



Fiódor M. Dostovievski, Los demonios.



Sufre un desvarío irritado cuando observa cómo la gente se aferra a mil y un subterfugios, cada cual los busque sea con poco o mucho dinero, sea rodeado de esposa o marido y los hijos, sea solitario, sea entregado a dedicaciones y actividades que recrean, sufre inútilmente  por el paso del tiempo en una lucha atroz, permanente, que desequilibra a los hombres más que les aporta apacibilidad, en una época en que se condena la indolencia, se valoran excesivamente las pequeñas posesiones, la gente viviendo consciente como nunca de sus limitaciones, pero a su vez desdeñándolas como nunca antes lo hubiera hecho, ya sin resignación, y no es que la resignación de otras épocas fuera precisamente una solución digna, aunque algunos lo consideraban una virtud, porque la resignación permitió a los más desaprensivos aprovecharse del espacio y los dones de los pasivos, y no es que ahora predique él mismo ninguna forma de cesión resignada, pero sabe que la espiral es incendiaria, causa molestias mentales, efectos físicos que se palpan, a veces sumamente fuertes, eso de somatizar que llaman algunos, como si cada ejercicio del cuerpo, desde la respiración al hecho de coger peso, desde la preocupación por un problema hasta el riesgo por cualquier paso no supusiera ya un desgaste en el continente que acoge eso que llamamos individuo o ser y que viene acompañado de un nombre por norma y ritual desde que nace, vivir es zaherir el cuerpo a cada paso, corres y lo sacudes, amas y te deshaces, pones en marcha la fuerza y los órganos se conmueven, lees y estudias y la cabeza se va para los lados, piensas y te pierdes en oscuros departamentos de la memoria, de tal modo te extravías en ellos que no distingues qué hubo de verdad o de mentira en tu pasado, qué fue de lo que llegaste a hacer o se quedó por el camino, qué se mostró más revelador, si la atención fiel de quien te quiso en sus brazos desde los vagidos iniciales o la sonrisa circunstancial que llegó diciendo vengo para salvarte de ti mismo, y que caíste en ella de bruces cuando acaso creías a medias y no querías admitirlo, y el cuerpo es una eterna persecución sobre sí mismo, una carrera perdida desde el principio, y esa fase engañosa en que dicen que debes considerarte maduro, pero en realidad ya estás empezando a pudrirte velozmente, y sigues exhibiendo la fantasía de un cuerpo que se desperdicia a sí mismo, por mucho que hagas yoga o te untes con cremas o convoques a las amistades que corearán tus ingeniosas opiniones, y que lo hacen porque ellas a su vez necesitan ser mantenidas en un estado de reconocimiento embaucador, y renováis unos y otros lo que denomináis proyectos de vida, es como un edificio, cuanto más viejo más se le aplican las correcciones, se le rehabilita de palabra, porque una de dos, un edificio si se rehabilita de verdad es ya nuevo y eso en el cuerpo humano no pasa, y si se dice que se le ha rehabilitado pero no ha cambiado su estructura entonces es un engaño, aunque a la gente le guste la apariencia que lleva implícita toda mentira, y como es un juego en que todos vamos aceptando apariencias y las transformamos en realidades y postergamos otras realidades más auténticas y vigorosas para ceder en la seducción de lo que parece pero no es, pues sucede que el mismo concepto de felicidad lo hemos revestido de forma comercial, y hemos ocupado el tiempo para dar satisfacción a las imágenes que nos han sustituido, y de ahí que algunos rebeldes del lugar, de la proximidad, alguno de esos rebeldes que moran en él mismo estén opinando que solo cuando el tiempo de la duración se termina es cuando se alcanza la felicidad, y esa especie de compensación de la nada para sustraer el fracaso de lo existente sigue siendo tan falaz como cualquier otra forma de las que conocemos en nuestro caminar cotidiano.




(Fotografía de René Groebli)



sábado, 6 de agosto de 2016

Aforismos del estío





No es de extrañar que el poder de las imágenes haya llevado desde la antigüedad a los hombres a una devoción entregada y voluptuosa.

El arte desarrolla la generosidad de la naturaleza. El buen arte potencia los dones del cielo y de la tierra.

Las imágenes figurativas han reconquistado periódicamente los imprecisos cerebros humanos. Justo cuando la palabra vendida como sagrada había mermado en su credibilidad. ¿Reside ahí el triunfo del Barroco español? Pero el Barroco también pereció.

La representación figurativa no siempre es lineal ni una venta al encargo, a la intención o al mensaje de quienes la han solicitado. Incluso en lo excesivamente realista y grotesco hay una rebeldía del autor de la obra, una denuncia, una duda sembrada.

Una obra bien hecha oculta otra dentro de sí misma. Incluso puede dejar líneas del lienzo o de la talla de piedra abiertas para otras posibles direcciones.

Y vuelta a la abstracción de los símbolos fecundos. Que es tanto como decir al origen, a la madre, al constante devenir. Naturalmente no hay símbolo más latente que el propio cuerpo. Macho y hembra humanos se remiten por mor de sus imprescindibles hormonas y con el aliciente de las feromonas al virtuosismo de hacer más llevadera la existencia. Una necesidad no menos perentoria que la procreación.

Dicen que las primeras diosas de la Humanidad, llamadas venus por los sabios, eran representaciones de la fertilidad. No se sabe a ciencia cierta si se trataba de la mera fertilidad de la especie o de la imaginativa y lasciva del deseo que se iba construyendo en un lento proceso del arte de la exquisitez.

Las imágenes domésticas solían estar hechas a imagen y semejanza de las que se amontonaban en templos, santuarios y posteriormente museos. Sin embargo los devotos han apreciado siempre más los iconos de proximidad. Eran tangibles, podían cambiarse con facilidad de mueble o arrinconarse, y no había que compartir besos con otros transeúntes como sucedía con la estatuaria de los mercados de la Fe.

Hoy las imágenes icónicas entran de modo más directo en nuestras mentes y sin necesidad de creer. Basta con que actives viejas mediáticas y nuevas domóticas y delegues en ellas.

Los seguidores de las nuevas técnicas son legión. Los pequeños, medianos y mediocres diosecillos se han impuesto en una relación personal entre mente y dedos de la mano desde la tierna infancia. Hay una comunión permanente del usuario con sus mundos que para sí hubiera querido aquel trasnochado Moisés y su código de conducta.

En este sentido, nunca el control del individuo fue tan exitoso como cuando el hombre acepta que otros le controlen desde fuera y él crea que se controla a sí mismo. Una madurez engañosa, asaz fraudulenta.

Si la religión es el opio del pueblo, según cierto crítico alemán de economía política, ¿qué es la representación exuberante de las deidades y de los hombres santos? ¿Una adicción viral, como se dice ahora con ese lenguaje superficial y cursi de nuestros días?

Y la actual devoción multitudinaria por tantos objetos y propiedades, ¿sigue siendo aquello bíblico de la adoración al becerro de oro que no cesa, pero adaptado a los tiempos? La diferencia está en que ahora cada individuo, familia o sociedad puede acceder a la carta de sus propios objetos de adoración. Nadie osa condenar la febril saturación del mercado. En parte porque, en mayor o menor medida, todos identificamos individualidad con posesión. Y porque si alguien pone alguna objeción se le responde con la letanía falaz de que gracias a la abundancia se crean puestos de trabajo. 

Las formas de las primeras diosas escultóricas ya lo dicen todo. En significado de pensamiento y en estética. Es en las formas donde reside la esencia de lo que se quiere representar. La forma es el lenguaje que deseamos todos escuchar desde tiempos primitivos. Lo que afina y permite prospectar en nuestros sentidos. 

Las esculturas de las primeras venus, ¿son alegorías o mapas? Acaso ambas cosas. Pero ¿acaso no hay mejor alegoría que la descripción del territorio de los cuerpos que se van descubriendo poco a poco?

Benditas venus primitivas. Ya os imponíais en tiempos tan tenebrosos a la oscuridad de la naturaleza. Probablemente ya desafiabais las primeras tentativas de una parte de vuestra especie por que no accedierais a la luz.

La adoración es la expresión de la carencia. Pero no se adora lo representado como divino porque el hombre anhele ser parte de la divinidad. Es el origen de la propia especie lo que marca en los seres humanos el sentido subconsciente de que siguen siendo parte de la naturaleza inhóspita. De ahí que los hombres necesiten inventar subterfugios para conjurar su propia condición de desarraigados.

Ni siquiera en la forma los hombres se distancian de los demás animales. Probablemente la belleza, por ejemplo, cunda más en otras especies. Sobre si también la inteligencia está tanto o más agudizada en los animales que en el homo sapiens, algunos científicos afirman que es obvio. Solo que se trata de mundos diferentes que no pueden valorarse de análoga manera. La competencia es un hecho, y entre los humanos ha adquirido una dimensión extremadamente sofisticada. De la aniquilación ya se va sabiendo que es una propiedad que nunca estuvo en manos de otra especie tanto como lo está en la nuestra.   

Hay que apreciar los dones del cielo y de la tierra. Cuando aparecen fundidos hay que extasiarse y dejarse llevar. No es obra de la casualidad ni de personajes inexistentes. Los artistas del Paleolítico trascendieron con sus venus mágicas el duro curso del caos. El empeño de los hombres de introducir su orden en el caos no es otra cosa que el desarrollo del arte.

Pero el arte no puede prescindir del caos si quiere regenerarse. La historia humana se ha encargado de amputar las maneras de la expresión y la creación artística. El plano más extremo del orden artístico es el mercado, el negocio, la imposición del valor de cambio sobre otra cosa. Así está hoy día el tema. Las venus paleolíticas, los caballitos y bisontes de las cuevas, las tallas de los bastones de mando nos evocan un mundo donde la expresión artística tenía otra dimensión, más que un mero valor. Aunque es evidente que el trueque ha existido siempre.

Trato de hacer ficción sobre la fase de acabado de una obra de la Prehistoria. O mejor dicho, sobre la exposición al público del trabajo. Una de aquellas mujeres representadas excelsas  -Willendorf, Brassempouy, Lassel, Lespugue, Dolni Vèstonice, Grimaldi...nombres en que la geografía de la población ha sido eclipsada por figuras míticas-  en piedra o arcilla. ¿Era lo que todos esperaban? ¿Nadie había imaginado lo que el artista les ofrecía? ¿Se pretendía de ellas protección o exhibición? ¿Invocaba la conquista de la naturaleza en la representación femenina? ¿Suscitaba aproximación o distanciamiento? ¿Cómo serían las emociones de los espectadores? ¿Apreciarían todos el trabajo? ¿Estimularía la obra a otros artesanos? ¿Se extendería de viva voz a otras tribus el evento nuevo salido de manos humanas? Etcétera.

¿Cuántas imágenes preservan las neuronas de nuestro cerebro? La imaginación propende al imaginario. Los rostros diferentes de éste son resultado de la estimulación cuyo vértice es el goce.



(No logro saber de qué autor es la imagen adjunta, olvidé apuntarlo al cazarla por la red)



miércoles, 3 de agosto de 2016

Aquellos estos árboles, 31






"Pero no te das cuenta, le digo, no te das cuenta de que si ponéis la guillotina en primer plano,
 y con tanto entusiasmo, se debe únicamente a que nada es más fácil que cortar cabezas, 
y nada es más difícil que tener ideas".

Fiódor Dostoievski, Los demonios.



Pensamiento y acción se necesitan, diría que se reclaman. Pero ¿dónde su vértice de encuentro sensato para que el vórtice donde naufragan no destruya la necesidad de la confluencia?



lunes, 1 de agosto de 2016

Instinto noble




No sé por qué me da que lo más noble de la política es, ante todo, instinto. Instinto de saber elegir, aunque sea para ponerse a salvo. Instinto de obrar con rectitud, conforme a las posibilidades del medio y de las tribus. Instinto de rebeldía si ves que no funciona la adaptación. Al fin y al cabo, se trata de recursos de la naturaleza humana que a veces la cultura no puede domeñar. En ese sentido, los dos ciudadanos que se escurren de entre los brazos de un tipo furibundo actúan por un sentido profundo de la política instintiva. Ejercitan su derecho a no aceptar ni por asomo a quien vocifera. Probablemente sus padres pertenezcan al mismo partido del personaje con aires energúmenos (No quiero ni pensar que hayan sacado a las criaturas de la inclusa para la foto) Ya se sabe cuánto gusta a los dictadores, incluso a los déspotas como éste, que les ofrezcan a los inocentes. Dejad que los norteamericanitos blancos y cristianos se acerquen a mí (esta cita me la ha inspirado el artículo que Paul Krugman publicaba ayer en El País Negocios) Pues bien, algún padre le ha prestado esas almas cándidas al señor de la foto, en un acto de sumisión que avisa de lo peor. Los inocentes berrean, tratan de escabullirse, alargan la manita en un que alguien me salve o bien codean en un apártate de mí, pestífero, que parece decir el más llorón. Acaso porque sospechan que un Herodes más perverso que el otro se esconde tras su acicalado porte. Que los padres que hacen dejación de sus nenes al exultante personaje de película de miedo se acobarden a su vez. Con semejante prueba, los chicos les pueden salir rana a las primeras de cambio, no se muestran ni dóciles ni condescendientes. Cosas del instinto poderoso que manda mensajes a la política. Claro que los hombres han generado una herramienta mortífera denominada cultura, cuyo doble filo arremete contra instinto, naturaleza y principios básicos de la propia convivencia. Debido a ello existe el señor de los negocios de la imagen que quiere ser el presidente (peligroso) del Estado más poderoso del planeta (de momento)


Nota. Recomiendo el artículo: 



(Fotografía de E.Vucci, agencia AP, tomada de El País)