En el gimnasio, Archelaos y Diodoros, hombres ilustres que pertenecen a distintas facciones enfrentadas de la ciudad, han coincido por fin en algo: compartir el amor por el hermoso Nereus. Este efebo, muy considerado por sus proporciones, se presta como modelo en la academia de dibujo. Su padre, hombre recto pero tolerante, no pone objeción al reconocimiento que le brindan los dos prohombres. Sin embargo, y aquí se revelan las segundas intenciones de algunos que pasan por ser admirados a causa de su rectitud, no ha perdido la ocasión. Ha dado a entender a los dos amantes maduros que sería bueno que tamaño afecto por su hijo se tradujera en alguna clase de protección y tutela remunerada sobre él. Nereus, que se siente exultante por la atracción que ejerce sobre los dos hombres nobles, se hace el ignorante y condesciende al acuerdo lascivo de aquellos. Por cierto, creo que en el taller de Nikóstratos están a punto de concluir la estatua de kuros inspirada en Nereus. Hay un mercader caprichoso que ha pagado generosamente por ella, con objeto de trasportarla a una ciudad septentrional. Si como dicen ciertas lenguas, que creen saberlo todo, en la transacción por la escultura entra también el traslado del efebo de carne y hueso, el conflicto con los prohombres puede resultar algo serio. Por una parte se pondrían a prueba las atenciones que solicitan Diodoros y Archelaos, acerca de si se tratan de un antojo pasajero. Pero si no lo fueran, y aquí se manifestaría el poder del azar y lo inesperado, tal vez sirviera para aparcar sus disputas ancestrales y atemperarse un poco en sus fiebres lujuriosas. Seguro que la ciudad se beneficiaría.
(Fotografía de Mimmo Jodice)