Más allá de los mamotretos de las causas y del periódico que apoyaba al partido político del que era seguidor el juez apenas leía otra cosa. Repasaba lo justo los expedientes, de manera muy dirigida, sin detenerse en detalles secundarios. En una causa judicial lo que es se ve a primera vista, solía comentar con ligereza. Confiaba plenamente en su oficial para apreciar las agravantes y las atenuantes. Del periódico, aunque fuera de los suyos, tan solo se interesaba por los epígrafes y, si venía a cuento, echaba un vistazo al artículo de alguno de los amigos de su círculo. Por si le recababan la opinión. Estaba en una etapa de su vida en que todo le aburría y de todo desconfiaba. Ni siquiera la tertulia del café, de la que cada vez era menos asiduo, le generaba ilusión. ¿Estaré en el camino de la soledad más acuciante?, solía preguntarse en sus momentos frágiles.
La charla con la mujer de Pallarés le dio que pensar. Así que mi leal oficial leía más allá de lo que su cerebro le permitía digerir, pensó de su propia cosecha. Y qué callado se lo tenía. Hay para todos los gustos y capacidades, y Pallarés debe tener ambas propiedades en una dimensión mayor de lo que aparenta. Trabaja intensamente, se dedica a la familia, lee robando horas al descanso...¿Cómo podrá con todo? Que un agrimensor desaparezca se deberá a alguna circunstancia del destino que tendrá una explicación, y miren que no dejará de ser un agrimensor, un oficio reponible, sin mayor incidencia, pensó con cierto menosprecio. Pero que del mejor oficial de este juzgado y de todos los del país no se sepa dónde anda es algo que no puedo permitir. Hace que me sienta culpable en alguna medida, sollozaba como un cocodrilo y de manera impropia para un letrado con una experiencia que se suponía tan consumada.
Los pensamientos se agolpaban en bruto y se desperdigaban sin orden dentro del cráneo del juez Ordóñez. Todo debe radicar en la investigación esa donde ha ido más allá de su competencia por lograr pistas sobre el desaparecido del río. Pero ¿y si la culpa la tienen los libros? ¿O si le desquician sus pesadillas? Lo que no me imagino de Pallarés es largándose con otra mujer, por ejemplo. Que yo sepa nunca ha comentado nadie acerca de veleidades que se pudiese traer con otras. En eso es distinto a mí. Su esposa, por otra parte, aparenta todavía una edad briosa y seguramente es capaz de suscitar deseo en su propio marido, no obstante lleven ya varios años de matrimonio. Pero quién sabe. Tal vez los sueños le han transmitido un mensaje especial en una dirección que no podemos distinguir. Acaso las lecturas le sugieren territorios que no se había planteado recorrer, algo así como otros espacios afectivos, otras metas que sin haber conocido historias escritas no se habría marcado. O simplemente un acceso de aventura por ver mundo, como si se tratara de un adolescente cuya sangre le hierve. ¿Y si lo que busca es el tiempo perdido de su propia vida? ¿No es la carne una geografía cambiante que siempre nos reclama? ¿No son los objetivos juveniles nunca alcanzados pero sí anhelados lo que suele perseguir a un hombre en plena madurez, cuando ya no hay vuelta atrás? ¿No puede tratarse en el caso de Pallarés de una inteligencia personal superior a lo que puede demostrar en una profesión que acaba convirtiéndose en anodina? Eso puede ser, que se encuentre en plena crisis vital, y ni su mujer ni yo, ni nadie en el juzgado, lo podíamos intuir. Son ganas de escarbar en lo desconocido, y temo que estoy haciendo extrapolaciones mientras tomo como referencia mis propias quebraduras.
El juez Ordóñez permaneció dentro de su coche, sin saber qué hacer. No quería tampoco alarmar al resto de funcionarios ni levantar sospechas sobre el brillante currículo de Pallarés. Si había algo secreto en el paradero ignoto de este lo mejor era ser discreto. Se lo merecía. ¿Era un subalterno o un camarada aunque estuviera en otro plano del escalafón? Compartía más que el propio juez el interés por las causas judiciales, por lo tanto se merecía un reconocimiento que al mismo Ordóñez le reconfortaba. Además, Jacinta y los hijos no podían ser abandonados por él en un momento como aquel. Ah, Jacinta, masculló sorprendido porque las imágenes de su conversación con ella no se le fueran de la cabeza. En lo mejor de su madurez lustrosa, como si aún estuviera construyendo su atracción mesuradamente voluptuosa, fantaseó con palabras interiores. La clave de la desaparición de Pallarés tiene que estar en lo que ha leído toda su vida. Pero, ¿qué libros serán esos? ¿Qué vidas ha encontrado entre sus páginas que son capaces de apoderarse de la propia?
Entonces el buen juez decidió que debía volver a visitar en pronta ocasión la casa del oficial del juzgado. Quería ver su biblioteca. Puede que para él mismo, juez de instrucción hastiado de la monotonía, ni el amor ni la lectura fueran objetivos obsoletos y, por lo tanto, descartables.
(Fotografía de Manuel Álvarez bravo)