jueves, 30 de septiembre de 2021
Salomé y sus bautistas (Serie negra, 33)
martes, 28 de septiembre de 2021
Las diablas (Serie negra, 32)
Eh, chamaco, no tengas miedo, acércate. No lo tengo. ¿Ya pasaste la edad de la punzada? Sí, de sobra. No tengas miedo, no nos comemos a nadie. No, señora, no es eso. ¿No has estado nunca con una mujer? Ya ves que no, Mina, por la manera de reaccionar el chico se nota que anda perdido. Déjalo, si no quiere es que no quiere. Seguro que quiere. ¿A que quieres? No sé. Déjale, ya vendrá cuando esté más seguro. ¿Te asustas de nosotras? No, señora. ¿No nos ves normales? Sí, señora, pero...Vaya con el pinche, ya te veo que de sincero nada. Hay una chica más joven, no lleva mucho tiempo, pero esa te enseñaría poco. ¿La prefieres? No sé, nunca he sabido. Que no le insistas tanto, que a la fuerza nada, Mina. Anda ve por la vereda, chavo, que hoy no es tu día de estrenarte. Pero es que...¿Es que qué? Si no pruebas no sabes. Si no sabes harás el ridículo entre tus amigos. El ridículo te marcará y los otros pensarán que...¿O te has creído lo que te contaron del pecado? Yo entiendo que no quieras pecar, pero aquí uno no peca, aquí uno se pone a rodar. Míralo de ese modo, chavo. Además esto te conviene para ser un esposo hábil y comprensivo algún día. ¿O cómo crees que empezó tu padre? Deje de lado a mi padre, señora. No te me pongas bravo, cuate. Dejado está, no vaya a ser que lo conozca. ¿Te avienes o no te avienes? Es que no me llegan los pesos. ¿Andas apretado? Todos con la misma historia. Eso se arregla. Tú nos dices de lo que dispones y nosotras te proporcionamos el artículo a la medida. Pero, ¿y la otra? ¿La otra? Mira que sois torpes los novatos. ¿Quién enseña más? ¿La maestra de toda la vida o la novicia? No se me enfade, señora, pero es que preferiría a la chava. Me han dicho...¿Cómo puedes querer lo que no ves? ¿Solo por lo que otros te dicen? La imagino, señora. Además es flaca, no te iría, se te escurriría de tan poca chicha que la sostiene. Eso no me importa. Yo tampoco soy sólido. Vaya, qué lengua de gachupín tan exquisita tiene nuestro invitado. Se te ve más animado. ¿Te vas a decidir o no? Puede. ¿Puede o sí? Pero solo con la nueva. Bueno, te diremos un secreto, la nueva no es tan nueva, pero te saldrá el servicio más caro. ¿Cómo cuánto? Ah, eso es también secreto. Hay costes que solo se pueden decir de puertas para adentro. Entonces no, mejor lo dejo para otro día. Cagón, quien no arriesga no sabe lo que es gloria. Piense lo que quiera. ¿Qué vas a contar a los amigos, que andan por ahí lucidos y desvirgados? No tienen por qué saber. En este pueblo todo se sabe, pero eso sí, nosotras somos la discreción cartuja. El buen merecer del cliente es lo primero. Y el convento siempre está abierto a nuevas vocaciones. Cerremos el trato. Miren que...¿Todavía un qué? Mina, déjalo, ya vendrá otro día. Yo me llamo Rosalía, y esta...Sí, ya sé. Aquí estaremos para hacer a otros felices, aunque nos llamen las diablas. Que tu inocencia te proteja.
(Fotografía de Henri Cartier-Bresson. Calle Cuauhtemoctzin. Ciudad de México. 1934)
sábado, 25 de septiembre de 2021
El descerebrado (Serie negra, 31)
Conocí a Jan Hraska estando yo de celador en el Hospital Central de Bratislava. Toda su obsesión era justificarse con que no podía seguir las reglas de la sociedad porque había nacido sin cerebro. Cuando los médicos le decían: tienes cerebro, siempre lo has tenido, estás cansado, eso es todo, parecía calmarse. Naturalmente los médicos no podían, ni querían, estar pendientes de él a todas horas. Delegaban en el tratamiento y en nosotros los cuidadores.
Jan me cogió cariño, acaso porque siempre me mostraba más receptivo que otros compañeros y nunca hice uso de la fuerza. ¿Tú ves que yo tenga cerebro?, me preguntaba con frecuencia Jan. No puedo ver tu cerebro, pretendía razonarle, está bien protegido por la capa craneal, lo que quiere decir bien colocado, y además si piensas, si hablas, si sientes, si comes y si percibes dolor es porque te funciona de maravilla. Quiero creerte, Karel, me decía, pero me quedaría más a gusto si alguien me abriera esta corteza -y señalaba el parietal- y me lo mostrara como en un espejo. Pero Jan, le respondía yo con un guiño de sorna, si te hicieran eso estarías muerto. No sé, insistía el hombre, tal vez sí, pero me quedaría más a gusto. Tú confías en mí, ¿no?, trataba de traerle a mi terreno. Sí, Karel, confío y por eso sé que eres la única persona que puede ayudarme a encontrar la solución. Es verdad que, como dices, siento dolor y tengo apetito y hablo, no mucho, pero hablo, y hasta juego al ajedrez con Josef, pero me parece que eso solo demuestra que soy animal de costumbres. Si tuviese cerebro trataría de seducir a la enfermera Ajmátova, pero como no lo tengo apenas sé hacer otra cosa más que coger las pastillas que me ofrece y dejarme pinchar por ella en el brazo de vez en cuando.
Así que es se trata de eso, pensé. De un truco, no sé si consciente o no, que pretende utilizar para llegar al sentimiento de la mujer. Jan Hraska, atiende, le animé. No puedes deducir que solo porque la enfermera Ajmátova no te hace caso estás desprovisto de seso. ¿Por qué no te esfuerzas en dar por hecho que eres como cualquier otro humano, y no pienses en los que están en este hospital, te vistes elegante y le propones a la Ajmátova un paseo por el jardín? Si funciona acaso otro día te permitan recorrer la vereda de los abedules. Y si todo va bien, seguro que te dejan ir acompañado hasta el café del viejo Lada. Ah, pero ahora no se te ocurra contestarme que no lo quieres hacer porque no tienes cerebro. Jan se quedó callado, contempló con gesto reprobatorio la ropa deficiente que llevaba puesta, y me habló con parsimonia pero decidido. ¿Puede, entonces, la enfermera Ajmátova ver si tengo cerebro? Puede más que eso, aproveché esa actitud positiva. Puede leértelo. ¿Y decirme lo que piensa mi cerebro, si lo tuviese, de mí mismo? Bueno, eso, Jan, tendrás que preguntárselo a ella llegado el momento.
No sé si yo tomé también el camino del absurdo, pero estaba disparado proponiéndole cualquier cosa que prendiera su atención y le sacase de la indolencia. Jan Hraska puso una cara luminosa, corrigió una arruga de mi bata y se puso en pie. Tengo que ir hasta el armario y ponerme el traje de domingo, dijo. Formidable, le aupé eufórico. Si te parece voy a ver a la enfermera para que venga en tu busca en cuanto te hayas acicalado y puesto como un dandi. Jan se quedó pensativo. Pero, ¿cómo va a leerme el cerebro la enfermera Ajmátova si no lo tengo?, y adoptó una actitud mustia. No cedí. Ella tiene sus propios métodos, ya verás. ¿Como unos rayos especiales que proyecta desde sus ojos?, preguntó cándido. Porque ella emite una mirada que me roba el cerebro. Aproveché su salida entusiasta. ¿Ves, Jan? Tú mismo acabas de reconocer que tienes cerebro y que manifiesta inclinaciones afectivas. No te equivoques, Karel, replicó. Cuando a uno le roban en su casa le privan de algún bien. Y mi cuerpo es una casa, la más íntima, mi preferida. No me había dado cuenta hasta ahora pero creo que lo que me han robado es la joya más preciada. Por eso no te preocupes, Jan Hraska, se me ocurrió ya al borde de tirar la toalla. Le di un leve empujón en dirección a su cuarto. La Ajmátova, además de tacto profesional y una espléndida mirada, tiene madera de detective.
(Fotografía del checo Josef Sudek)
jueves, 23 de septiembre de 2021
La entrevistadora en la casa azul (Serie negra, 30)
¿Y dice usted que ha venido para entrevistar al ruso? No sé si querrá. De momento está descansando. Puedo dejarle el aviso y que se ponga en contacto. El ruso lo medita todo antes de dar un paso. Piense, señorita, que su vida corre peligro desde que se vio obligado a abandonar aquella lejana tierra suya. Que no es que la abandonase, pues es un abanderado de una causa en que el mundo, aunque tiene fronteras, él lo ve una tierra única de una sola clase de hombres. Pero es lo que yo digo: entre la tierra de origen y la salvaguarda de la vida yo no me lo pensaría. ¿O hay un pedazo de suelo más seguro que sentir tus propios latidos cuando estos pueden depender de un instante? Dígame en qué hotel se hospeda y seguro que un día de estos le pasa recado. De verdad, señorita, que me da pena que ponga usted esa cara. También se la ve, por lo que me han dicho, que usted es una especie de tránsfuga. Malos tiempos estos en que gentes de allende del océano, más avanzadas que nosotros, llegan hasta aquí huyendo. ¿Que nadie está libre de que la expulsen de su patria? Eso está a la vista. O una de dos, te vendes por el plato de lentejas como aquel del libro sagrado o ya puedes ir pensando en hacer la petaca. Pinche de mí, qué cosas tengo, pretender corregir la plana a una persona que sabe lo que es andar por el mundo dando tumbos. Mire, no quiero que se quede triste por no ver al ruso. Yo estoy aquí de servicio y me debo a mis amos. Pero porque no haya hecho el viaje en balde se los presentaré. Le prevengo, eso sí, que son muy peculiares. Si tienen un buen día la recibirán con una cordialidad como si hubiese comido con ellos los fríjoles toda la vida. Si no, tampoco le negarán que recorra la casa y los patios. Seguro que no les molesta que mire y remire sus trabajos. Dizque habrá oído usted hablar de ellos, la pintura es su pasión, pero como todas las pasiones tienen sus altibajos. ¿Sabe usted que hay pasiones destructivas? Puede incluso que todas las pasiones lo sean antes o después. Ellos mismos, y esto se lo digo para que no se sorprenda, tienen días y noches de furia y de tormenta que les aleja al uno del otro. También días de entendimiento que les vuelve ausentes a los ojos del próximo. No me pida explicaciones, señorita, sobre lo que pintan. Se pintan a sí mismos, pero a la vez pintan el mundo como lo ven. Porque ellos creen que el mundo es como lo sienten. Él dice que hay muchos mundos y que quiere pintarlos todos. Ella, en cambio, calla y hace, piensa que el mundo está maltrecho y que el mensaje del dolor lo lleva dentro desde siempre y eso la guía. Ya ve qué raros son. Cosas de pintores o acaso los efluvios de las pinturas, que acaban intoxicando no solo su sangre sino sus mentes. Y luego la dichosa política, que nos vuelve locos a todos. Pero de eso no quiero hablar, ya le digo que una es solo del servicio. Así que pase. Espere un poco junto a los hermosos nopales que tenemos en el huerto. Eso sí, tenga cuidado de no pincharse.
(Fotografía de Gisèle Freund)
lunes, 20 de septiembre de 2021
El orden dórico (Serie negra, 29)
(Fotografía de Bernard Plossu)
sábado, 18 de septiembre de 2021
Gormaz, Paralelo 41
¿Qué ves desde aquí? Veo todo. Pero el todo es inmenso, ¿no? ¿Cómo puedes abarcarlo desde aquí? Sí, pero está ante nuestra mirada. ¿Y cómo definirías ese todo que ves? El todo no se puede definir. Las definiciones quedan para la parte. No es por llevarte la contraria, pero aquí hay más de una parte. Una considerable elevación, un arco de herradura, la mampostería, un paisaje agrario, el curso de un río, un horizonte que insinúa montañas, un cielo que no cesa. Tú lo dices. Eso es el todo. ¿No te basta con entenderlo de ese modo? Y aún hay más, extraviado en la neblina del tiempo. Una cultura dominadora que ordenó alzar la fortaleza, los técnicos y obreros que la construyeron, los episodios que tuvieron lugar en ella y su entorno, la llegada de otra cultura que tenía muchos ingredientes de la opuesta. Sigue siendo el todo, no obstante. Y todavía puedo indicar más partes. El acontecer, la transformación, la historia, la propiedad cambiante, otra lengua, el abandono, el olvido, y siempre el sufrimiento humano. ¿Puedes ver todas esas partes que permanecen en la oscuridad y que se encuentran aquí? Puedo ver todo. Y detrás, ¿no intuyes la bondad y la abyección, el ansia y la conformidad, la rebeldía y la complacencia, la atracción y la repulsión, el lujo y la miseria, el sencillo saber y la maldita ignorancia, el horror y la belleza, la supervivencia azarosa y la muerte insoslayable, todo cuanto ha gobernado la existencia de los hombres, fueran de unas creencias, condición y clase o de otras? No solo intuyo todo lo que citas, sino que sigo viéndolo con claridad porque son el todo, y aún rigen los corazones de los habitantes del presente. Sí, tienes razón. Me parece que yo también veo como tú. Veo todo lo demás. Lo visible y lo desaparecido. Lo que puede venir y lo que nos gustaría ver. Pero ahora permanezcamos contemplando el todo.
* Gormaz: 41º 29' 32'' N - 3º 00' 14'' O. Y pensar que quieren instalar una macro granja de explotación intensiva de cerdos por ahí abajo.
Vista desde la fortaleza musulmana, siglos IX/X, de Gormaz, Soria. Ver:
https://www.asden.org/el-valioso-y-reconocido-paisaje-del-castillo-de-gormaz/
(Fotografía de Miguel Ángel García, de Ólvega, tomada de Wikimedia Commons)
miércoles, 15 de septiembre de 2021
Cachete o caricia (Serie negra, 28)
Ahora que ha pasado el tiempo y las vidas se han venido abajo miro y me veo. Con mi uniforme negro que había admirado desde muy niño. Lo que no se me logró es la Totenkopf, y anda que no me gustaba la calaverita plateada que lucían orgullosos los cargos altos. Pero la insignia no estaba destinada a los pequeños. Qué iba a saber yo entonces de aquel antiguo emblema que sublimaba el encuentro del hombre con la muerte. Mi camarada Franz estaba a punto de llanto cuando el superhombre acarició su rostro. Yo tragaba saliva, como seguramente hacían los otros de la fila. Que te venga a animar el superhombre no sucede todos los días. Y eso es de por sí emocionante. Yo nunca había visto al superhombre de cerca y menos sonriendo. Creo que era una sonrisa de perdedor, que nadie secundó durante el breve acto, no sé si por temor a él o porque las emociones se habían convertido ya en vidrios rotos. No cundía precisamente el humor, como tampoco la esperanza. La suerte estaba echada. Nos dijeron que éramos los últimos y leales defensores. Defensores ¿de qué? ¿De la devastación? ¿De la victoria pírrica? Creo que en realidad íbamos de ingenuos y risueños. Los idealistas. Tan perdedores éramos nosotros como él, y saber esto no era para poner buena cara. Durante años habíamos puesto todos una cara programada. El rostro de los triunfadores, y lo entiendo ahora, es un rostro impostado. Porque incluso los momentos de gloria tuvieron un precio. Gestos que respondían al dictado del departamento de la Propaganda. Pero que nosotros asimilábamos, a los que dábamos nuestro acuerdo. ¿A quién no le gusta ser del bando de los victoriosos? No solo fuimos lo que quisieron que fuésemos, sino que nos gustó ser así. Al menos los primeros años. Luego...los vecindarios se fueron llenando de ausencias. Über alles...cantábamos con fe ciega. Aunque cada vez estábamos menos por encima de nadie.
Franz, ¿tú has entendido lo que nos ha dicho?, pregunté a mi amigo. Con ojos lacrimosos movió la cabeza de izquierda a derecha. Nein, y sollozó. Franz me dijo después que la mano del gran jefe temblaba. No puede ser, le dije. El jefe nunca tiembla, nunca duda, nunca se equivoca, nunca da marcha atrás. Yo no percibí la palmada como Franz. Acaso porque el que temblaba era yo y no pude sentir la misma expresión de contacto de aquella mano que siempre nos habían dicho que era inmensa. Pero la encontré pusilánime, insignificante. En absoluto digna del jefe en el que habíamos depositado nuestro presente y nuestro porvenir. Luego yo también lloré cuando el superhombre se alejó cabizbajo, sin sonrisa y con andar pesado. En ese momento me di cuenta de que mis días de adorar al hombre providencial acababan ahí.
Cuando a continuación cogimos el Panzerfaust apenas podía con él. Nunca antes me había pesado tanto. La caricia del jefe no me había nutrido lo suficiente. Lo comenté con mi mejor camarada. Las explosiones, cada vez más cercanas, las paredes de edificios que se venían abajo, el humo cegador y un aire cargado de gases que no nos permitía respirar decidieron por nosotros. ¿Crees que sirve para algo morir aquí, Franz?, y ambos, palpitantes, nos contemplamos con mirada desencajada. Nos dolía el miedo. La oscuridad llegó antes aquella tarde de primavera. Franz y yo abandonamos el arma, nos apartamos con cuidado del grupo, ya bastante disperso, y corrimos imparables. Desertando de la muerte segura e inmediata. Sin una dirección clara. Siguiendo al albur el curso del Spree, pues cuando todo está perdido solo un río puede conducirte al origen o al destino. Al idealismo lo dejamos yaciendo entre las ruinas.
lunes, 13 de septiembre de 2021
El sueño del heredero del olvido (Serie negra, 27)
viernes, 10 de septiembre de 2021
Cuando Abu Hassan velaba a los muertos en venta (Serie negra, 26 )
Me llamo Abu Hassan. No me he visto en otra igual. Mis vecinos dicen con sorna que he hecho oficio de velar a los muertos. Pero aquí estoy, al cuidado de unos despojos por si algún extranjero se encapricha con ellos. Y es que hay que ver qué ocurrencias tienen los ingleses. Compran hasta los muertos. Los que saben dicen que son cadáveres de gente importante que vivió aquí en otro tiempo. Cualquiera lo diría al ver el estado en que se encuentran. Una vez un viajero rico me llamó ignorante por decir que tenían unos cuantos años. Son momias de hace milenios, me escupió con su pretencioso idioma. ¿No sabes lo que son momias? Algo me han contado, said, pero me cuesta entender que a los muertos los cubrieran de vendas, le respondí con respeto. A nosotros nos envuelven en una sábana y luego tierra encima, mirando a la ciudad sagrada por supuesto. El inglés se creció ante mi simpleza. Pretendió enseñarme. Eran gente noble, con una cultura excepcional y vasta, se creció soberbio. Tú ahí, medio dormido, ni sabes ni quieres saber de tu pasado. ¿Para qué, said? Me pagan por cuidar la mercancía. En esta mercancía que dices, terció de nuevo el inglés, se evidencia una clase sabia y poderosa que en otras épocas conquistó el mundo. Ganas me dieron de replicarle si habían sido gentes como ellos, que van por todos los continentes a la caza de riquezas. Pero ante un inglés conviene morderse la lengua.
Paso tantas horas a la solana, espantando moscas, que hasta me gusta que aparezcan turistas impertinentes. Si aprendiera todas las lenguas que se escuchan desde aquí me abriría camino en la vida. Pero es impensable, he nacido para lo que he nacido y, como yo, hay miles. A los dialectos del país se suman las lenguas de gentes del más al Sur y las enrevesadas pronunciaciones de los europeos. A veces capto algo de lo que comentan los que están de paso y finjo ser más ignorante de lo que soy. A los viajeros les gusta alardear, como el caso que he contado antes. Y también ignorarnos. Ellos van a sus negocios.
Hay extranjeros que nos desprecian pero otros que se apiadan porque nos consideran incultos y atrasados y su religión les invita a ser bondadosos. Te voy a explicar cómo embalsamaban a las momias, me saltó el otro día una inglesita pecosa y con rostro de vicio. Que Alá me perdone si pienso equivocadamente del prójimo, pero es que hay gestos provocativos y miradas insinuantes que hablan por sí solos. Aunque tal vez sea mi hambre. Dejé que me contara lo que no era nuevo para mí y fingí sorprenderme con su relato de técnicas y rituales. Si quieres atraer a alguien debes mostrarte por debajo suyo, me había recomendado mi tío Mahfud. ¿También a nosotros se nos podría embalsamar?, le pregunté con cierta picardía a la chica. Podríamos probar sin que estuvieras muerto, dijo ella con desparpajo. ¿Sin sacarme las vísceras?, y fingí asustarme. Acaso te pidiera el corazón, atacó ella entreabriéndome la camisa. Sentí una convulsión interior, pero no se pueden cometer errores con uno de fuera, y menos propasarte con una chica occidental, que luego te acusan de provocar de palabra y de obra.
Si la inglesa pelirroja pretendía algo más que enterarse por la venta de antigüedades debía ser cauto. ¿Te pasas aquí el día entero vigilando a tus muertos?, continuó preguntona. Ese desenfado me cayó bien. Y empecé a ver a la rubia con otra mirada, y sentí que me crecía como hombre, y ella debió darse cuenta. Me turno con mi hermano, que es el que controla el negocio, le aclaré. Pero de vez en cuando libro. Podría llevarte a ver una de las mastabas descubiertas recientemente, propuse. Antes de que el calor apriete y nos haga trizas. Además el capataz de la excavación es amigo mío y nos dejará pasar. La chica inglesa, ondeando su acaracolada cabellera, se animó. ¿Por qué no?, dijo dando saltos. Y de paso podemos practicar técnicas de momificación, rio con descaro. Su piel rosácea me resultaba menos extraña. La risa fácil me desconcertaba. Sus ojos se volvieron turbios. El movimiento del torso acabó de perturbarme. ¿Me trataba de ese modo porque me consideraba sumiso o solamente pasivo? ¿Quería llevarse un recuerdo vivo de su estancia en el país? Mañana mismo, al abrirse el sol, le propuse, puedo buscarte a la puerta del hotel. Al despedirme de ella tuve la sensación de que era una chica más de mi barrio, con la que me había iniciado en fantasías. Me quedé pensativo y excitado. ¿Qué pinto yo vendiendo muertos y papiros día tras día en este rincón? Faruk, pedí al viejo ropero del puesto de al lado, préstame una camisa limpia para mañana, que igual cambia mi vida.
Pero mi vida no cambió. Al día siguiente esperé a la puerta del lujoso hotel hasta que el calor se hizo notar. No esperes más, me dijo uno de los chicos de servicio. No hay ninguna inglesa rubia y lasciva, si es a la que esperas. El otro día le ocurrió lo mismo al hijo del carretero. Y también a Alí Bastam, el sobrino del escribiente de cartas. Debe ser el sol. Acaso el ardor de la juventud, que nos consume a todos. O tal vez el país, que nos tiene rendidos a todos ante los de fuera, balbucí mientras miraba con frustración mi camisa limpia y retornaba al puesto callejero.
¿De qué personajes son estas momias?, me saca de mi abulia un europeo bien plantado, con una gran testa cubierta por un salacot. Yo le contesto que de personajes inexistentes. Luego corrijo mi respuesta cortante. Vaya usted a saber, said. Tal vez funcionarios, sacerdotes, parientes de mandatarios, escribas. Una clase inaccesible sobre la que los sabios de su nación hablan mucho en estos días. Lo seguro es que no se trataba de hombres vulgares. De la vida de estos poco se conoce. Tú bien sabes, me replicó cortés e interesado. No soy tan torpe, pensé con satisfacción para mis adentros.
(Fotografía de Felix Bonfils de un vendedor de momias en una calle de El Cairo, 1865)
martes, 7 de septiembre de 2021
Postal desde Palmira (Serie negra, 25)
sábado, 4 de septiembre de 2021
El desierto de los bárbaros (Serie negra, 24)
(Fotografía de Elio Ciol. La muralla de Khiva, Uzbekistán)
jueves, 2 de septiembre de 2021
Hasta siempre, Mikis