"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





sábado, 4 de septiembre de 2021

El desierto de los bárbaros (Serie negra, 24)

 



¿Vendrán ellos?, se preguntaban los de un lado. ¿Llegaremos antes nosotros?, decían los de la otra parte. El desierto, incluidos oasis y ciudades efímeras, los dividía, pero a ambos extremos de él se mantenían en guardia habitantes que apenas sabían de su existencia mutua y que deseaban ir más allá, sin que hicieran ninguno de ellos nada por tomar la iniciativa. En aquella dirección están los bárbaros, indicaban unos. Por aquella parte habitan los fieros extranjeros, señalaban confines invisibles los opuestos. En su sentido de la espera eternizada se creían no solo diferentes sino además enemigos. 

Aquel alejamiento hacía crecer en todos ellos un sentido del enfrentamiento imaginario. Algunos de mente clara señalaban que en lugar de temerse podrían plantearse las cosas de otro modo, buscando la colaboración mutua, por ejemplo. Los que habían viajado recomendaban darse al comercio, pues nada hay que aproxime más que los objetos que se fabrican. Quienes eran considerados raros en sus respectivas ciudades argumentaban que todos los pueblos tienen ideas que son aprovechables por otros pueblos, y que también podrían intercambiar. Eso nos beneficiaría, precisaba. Pero nadie hacía caso, y menos los que detentaban poder. Pues la impresión común que dominaba acerca de saber los unos del otros era solamente por referencias de segunda mano, gran parte de ellas alentadas por mitos y leyendas con escasa base real. Esto les impedía apearse de una visión medrosa y hostil. En los pueblos de ambos lados del desierto había individuos neutrales que decían: el desconocido puede ser el maná que aporte pero también el enemigo que devaste. Esta versión, que generaba dudas y dividía, solo aportaba más inmovilidad. Y la quietud degenera siempre en obsolescencia y esta en un radicalismo peligroso que acaba perjudicando a todas las partes. 

Así se mantenía el panorama de aquellos pueblos de los márgenes del desierto, sin avances ni especiales movimientos, atemorizados los unos de que los otros, no menos pusilánimes, en algún momento cayeran sobre ellos, demoliesen sus defensas, arrasaran sus urbes y acabaran con su historia, como si la civilización a la que pertenecían fuera propiedad única y sagrada. En aquel vivir en perpetua tensión tan solo se les ocurría erigir más altos y gruesos muros, sin perder la esperanza de alcanzar algún día el espacio que cada cual tenía al otro lado. Pero para eso tenían que arriesgar. Disponer sus ejércitos, movilizar a la población para alcanzar un nuevo destino, imaginar una nueva vida en otras lindes de la Tierra. 

Uno de los ancianos más preclaros y sensatos de cierta urbe sentenció al morir: a lo que en realidad hemos temido siempre es al desierto, más que a los hombres de la otra parte. ¿De quién era el desierto? El desierto, que no tiene en realidad dueño, que las divisiones alternas de los hombres ni lo crean ni lo destruyen, había estado siempre ahí. Hay arenas sin fin como hay en otras partes vergeles envidiables. Pero en esa inmovilidad que envejecía tanto a los de una extensión como a los de otra, habitantes de confines que se temían, se fomentó la ocurrencia de cercar el desierto. Por qué no extender una cédula de propiedad sobre las dunas, plantearon jóvenes promesas de las castas afianzadas en sus respectivos pueblos. Por qué no convertir el desierto en fortaleza, secundaron los veteranos más frustrados, que jamás habían sabido proporcionar un futuro fiable. Y algún pretencioso y patético profeta argumentó: por qué no hacer desaparecer la vastedad yerma que solo arroja vientos ardientes sobre nuestras ciudades. Como si aquel efecto gigantesco y milenario del clima, y probablemente de la pasividad de los hombres, pudiera modificarse por un acto de voluntad. 

Pero tras estas invenciones propias de seres atrofiados y mezquinos solo seguían afianzándose la desazón, los miedos y la incapacidad que iba empobreciéndolos. No en vano aquella situación inamovible de las gentes de los dos extremos del desierto fue lanzando a sus hijos a diásporas donde ser y vivir como hombres dignos fuera algo más que resistir. Nos vamos a buscar otro mundo, proclamaron jóvenes de uno de los pueblos. Marchamos a la búsqueda de lo desconocido, se despidieron los osados púberes de los de enfrente. El discreto sabio Muley Ubada dio su opinión. Que se vayan a la búsqueda del azar, enfatizó. Que rompan con las oscuras aprensiones de sus mayores. Que descubran que hay otros mundos más allá de estas ciudades marchitas. Que huyan de un pasado que les está atenazando y robando el presente. Que atraviesen desiertos para que palpen también el placer de los oasis y penetren en los gozosos misterios de las ciudades ignotas. Que lleguen incluso a sentir bajo sus pies la suave humedad de las playas que bordean los océanos. Solo en esa dispersión nuestros jóvenes de ambos lados del desierto podrán encontrarse por fin entre ellos, sin muros ni estériles extensiones divisorias ni fantasmas que hemos propagado con nuestros cuentos ilusorios y nuestras creencias frágiles que no conducían a ninguna parte.




(Fotografía de Elio Ciol. La muralla de Khiva, Uzbekistán)

24 comentarios:

  1. Deja a dos hombres ante la duda de quién se puede quedar con algo y la pelea está servida.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Y quien dice dos hombres dice dos pueblos dice dos regiones dice dos países dice dos naciones dice...

      Eliminar
  2. Lo veo muy difícil. Incluso para los jóvenes. Creo que no debían centrarse en el desierto. Si venían los invasores llegarían tan cansados, que si traian malas intenciones sería fácil derrotarlos.
    La ignorancia y el miedo a lo desconocido.
    Que es más grande? La curiosidad o laignorancia (necedad), o el miedo?
    Me he perdido, antes de llegar a la muralla. Ya no sé a dónde quería llegar...
    Saludos de todos modos..

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Los tamaños se dan de manera análoga en unas emociones u otras, en unos sentimientos u otros, en un sistema de representación de ideas y de otras, ¿no? No es difícil perderse en el desierto, aunque esté repleto de señalizaciones.

      Eliminar
  3. En efecto, el problema es el desierto, no los pueblos del otro lado. Seguro que al señor Buzzati no le desagradaría esta relectura.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Seguro que no, aunque tuve presente sobre todo la fotografía adjunta, que me parece impresionante. Pletórica de significados. Por o demás, el desierto de Buzzati me parece de lo que mejor se ha escrito.

      https://laantorchadekraus.blogspot.com/2013/01/la-vida-se-pasa-buscando-lo-que-no-se.html

      Salud dominical, Cayetano.

      Eliminar
  4. Há sempre dúvidas, medos quando se enfrenta o desconhecido...Mas temos que os enfrentar para não ficarmos presos na obscuridade.
    Não é fácil, mas nada o é e só se enfrentarmos o deserto físico, emocional é que encontraremos a verdade.
    Interessante como sempre...
    Beijos e abraços
    Marta

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Por supuesto, Marta. Lo peor es cuando los miedos vienen producidos por nuestra visión o carencia de visión sobre los otros seres humanos. O por ese temor al vació que genera un desierto en nosotros y que nos impide avanzar hacia el encuentro y la convivencia. Bom dia.

      Eliminar
  5. Muy sabio. En un desierto todo alcanza una magnitud poco frecuente. Un post muy bueno.

    Regreso de mis vacaciones y me alegra leerte, como siempre, con trazos de onírica realidad. Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo onírico es tan real como cualquier otra visión. Sueños, ficciones, representaciones, incluso interpretaciones aparentemente más racionales son todo realidad. La cuestión es saber dónde nos situamos en cada momento del vivir, ¿no?

      Que haya ido bien el reposo. Sigamos la ruta del desierto.

      Eliminar
  6. Fackel, el mono, a pesar de creer otra cosa, sigue encerrado en la caverna que platón identifico. Todo es miedo, a lo desconocido, a lo diferente y el egoísmo del que perderé, pocos piensan en lo que se puede ganar.
    Que tengas un buen domingo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Probablemente, pero también juega a salir a la intemperie, probar cómo le va, arriesgar a veces sus pasos y luego repetir la jugada. Hoy encima al mono le ofrecen eso llamado virtual y para qué quieren más millones de monos. Tenlo tú también.

      Eliminar
  7. Creo que no hay peor miedo que el abstracto. Ese temor por algo que no se sabe identificar, que nunca se ha sentido presencialmente, que se sobredimensiona y al que se mitifica evitando combatir. Siempre reflexivos tus textos. Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, esa indeterminación de lo que hay delante de nosotros nos perturba siempre. No nos basta con poner nombres a cosas, situaciones y personajes, sino que nos obligamos a interpretar qué significado tiene todo ello. Personas conocidas sobradamente pueden infundir temor y por el contrario individuos que apenas conocemos o nos encontramos por el camino nos aportan paz. Ya ves. Luego, los miedos universales, ya sabes. Las representaciones mágicas, religiosas o ideológicas varias se han encargado de potenciar los miedos aunque en muchos casos surgieran como respuesta a los miedos que el hombre primitivo no sabía cómo afrontar. Aunque yo creo que sí lo hizo. Tal vez con dos elementos: Decisión y Esfuerzo. Salud de septiembre.

      Eliminar
  8. ¡Qué bueno Fackel! Ojalá que los jóvenes lleguen hasta la orilla del mar juntos. Ojalá puedan superar las barreras que impidieron a sus padres acercarse y ojalá que sea gozoso el encuentro.
    Y aunque sean muchos ojalás (porque no todo el monte es orégano y la cabra siempre tira al monte), qué sería de nosotros sin los sueños.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues los ojalá ya tienen mucho de sueños, ilusiones y aspiraciones, ¿no crees? Gracias, Loles.

      Eliminar
  9. Fáckel:
    salir del pueblo, conocer otras culturas, dejar de creerse el ombligo del mundo.
    Salu2.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Aunque sea leyendo, intercambiando pareceres, criterios o ideas por los medios al alcance, muchos no saben que el ombligo ya quedó seco al poco de nacer. Los ombligos deben ser con el mundo hoy día. Pero no es fácil.

      Eliminar

  10. La desconfianza, el temor a la reacción del otro, muchas veces puede mas que el miedo en las relaciones humanas, aún de forma individual. Y en todos los tiempos. Impresionante la muralla.

    Buenajornada, Fackel

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo cual me hace pensar en cómo el hombre tiende siempre al esfuerzo colectivo -no entremos ahora en si este es venturoso o desgraciado- y cómo ese pujar en el grupo le hace crecer. Para bien y para mal. Escucho noticias de agresiones en grupo a individuos aislados y me da vergüenza ajena. No hay códigos de honor hoy día. Predomina el número y su puñetera cobardía.

      Eliminar
  11. La curiosidad siempre vence. Solo se le conoce un freno: el miedo que procede de los fanatismos limitantes (léase fanatismos religiosos). Si estos pueden ser controlados, la curiosidad finalmente vence.
    Permíteme hacer dos apuntes mas:
    1- En la cueva de Platón no había monos. (lamentablemente)
    2- Me encanta ver un escrito tuyo, formateado con párrafos. No sabes, lo agradable que resulta.
    A bientôt !

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Agradezco tu valoración acerca de una narración civilizada (la de puntos y aparte) Pero es que me sale mejor la ácrata, la consanguínea, la visceral, es más bruta, más dura para el lector, pero más auténtica para el relator.

      Los miedos que produce el ejercicio del fanatismo es obvio. Está cargado de miseria cultural, no digamos ya moral, porque esta va de la manita de la ideología ad hoc. Cuando digo ideología digo también religión, porque es representación de ideas y además nada probadas y comprobadas. Estos días, por ejemplo, escucho que hay agresiones a homosexuales, parece que la homofobia es patrimonio de una derecha salvaje desde siempre (mira el crimen de García Lorca) Pero no se cita apenas a la madre nutriente de esa pseudo moral, no hace falta que cite su nombre, lleva veinte siglos.

      Eliminar
  12. No hay nada mejor que emprender el viaje sin nada para comprender qué somos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es en la andadura cuando vamos desalojando el bagaje sobrante, porque lo que somos acabará antes o después no siendo.

      Eliminar