Naida me cuenta. Ayer me encontré con Emina. ¿La recuerdas? La conociste en una ocasión, en aquella exposición del pintor loco. Su estado de ánimo ha mejorado de manera muy visible. Debe ser porque ha ahuyentado en gran parte sus obsesiones. Desde que decidió, sin saber por qué, ponerse a escribir se ha ayudado mucho. Me preguntó por ti. Tengo aquí varios poemas que quiere publicar. Le apetece que los revise. Mira, lee el que titula La blanca vecindad.
Cuesta arriba, cuesta abajo
solo veo una ciudad silenciosa y blanca.
Las figuras poligonales como ríos de memoria
crecen y se incrustan entre los vivos que no olvidan
aún atónitos pero no incrédulos de cuanto aconteció.
Los otros nos miran desde el reino de la roca virgen
allá en lo más hondo de la tierra
donde se agitan por nosotros
advirtiendo que el horror nunca descansa
y no respeta a las familias, ni siquiera a las que dijeron
que ellas no se habían metido nunca en nada.
No aconsejan. Gritan que nos prevengamos contra la infamia.
Los ausentes no envejecerán nunca
y el conglomerado mineral del que forman parte
abajo y arriba
seguirá abriendo su cuna universal
para que nazcamos de nuevo.
Contemplo cada día la blanca vecindad,
invoco muchos nombres conocidos,
y otros de los que nunca supe se presentan ante mí
y se mencionan en una secuencia de tonos alternos:
Harun, Adnan, Izet, Marija, Imram, Ado...
Yo imagino en cada uno su sonrisa, no la última
sino la que les llenó de vida.
Los nombres se repiten, los silencios se multiplican,
la sangre fue absorbida por los cerebros de las nuevas generaciones.
Las voces ocultas toman mi voz y a través de ella
me piden que las proteja del anonimato.
Las laderas ofrecen las huellas del lamento.
En las calles el asfalto no puede tapar las pisadas antiguas.
Aún hay fachadas en que los agujeros de lo innombrable
se oxidan lentamente. Sin cerrarse. ¿Se cegarán alguna vez?
¿Seguirán nuestras plazas mecidas para siempre por las palomas
sin que el retorno de la ferocidad las ahuyente?
¿Acompañarán las cornejas el sosiego de nuestros quehaceres cotidianos?
¿Llegará un día en que los viajeros que nos visiten
proclamarán con su presencia que aquella fue la última vez
y que ya no habrá un nuevo desamor que nos divida?
Verdaderamente, es una manera muy sabia de conjurar sus fantasmas, digo a Naida. Y de rescatar a la ciudad con una intensidad afectiva. Muy emotiva, para qué negarlo. Si quieres puedes decírselo tú mismo, lo agradecerá viniendo de un extranjero, responde Naida. Y añade: las personas que narran lo vivido y a la vez imploran, incluso imaginan, con sus cantos otra vida ¿no se merecen que se rompa la antigua y cruel dialéctica de las aproximaciones y los rechazos entre los hombres?
(Fotografía de Inés González)