lunes, 28 de marzo de 2022
Antonio Saura y la libertad total de las pinturas negras de Goya
viernes, 25 de marzo de 2022
Las ausencias (Serie negra, 83)
Dicen que nos hemos quedado sin padre. Dicen que se nos ha ido también el hermano. Dicen que tampoco ha aparecido el que dejó su fruto dentro de mí.
Qué dice madre. Madre ya sabes que no dice. Madre ya ni siquiera llora, madre solo hace.
Dicen que nadie se salvó. Que la galerna fue de lo nunca visto. El mar es una condena, pero de eso hemos vivido mal que bien.
Qué haremos sin recursos. Lo que sea, menos morirnos de necesidad. Yo lo que digáis.
Dicen que en la ciudad faltan manos. Dicen que a poco se vive mejor que en la aldea. Dicen que allí un hijo es un hijo y puede tener un futuro.
Qué dirá madre cuando se lo digamos. Dirá que busquemos nuestro bien. Dirá que se evitará el mal trago del qué dirán de mí los vecinos.
Dicen que hay que ser firmes. Dicen que hay ser fuertes. Dicen que hay que ocultar el dolor.
Padre nos quería a las tres. Tenía su favorita, bien lo sabes. No me miréis a mí por ser la pequeña.
Dicen que la juventud todo lo puede. Pero somos mujeres. Pues porque somos mujeres saldremos adelante.
Padre era duro con nosotras. Era también compasivo. Era como tenía que ser.
Dice el cura que resignación. Y que ellos están allí arriba. Y él sigue aquí abajo, aplicado al buen vivir.
A mí me tentó el cura. Conmigo trató de doblegarme. No me gustó nunca que me acariciara la cabeza.
Dicen las lenguas falsas que estamos solas. Que digan lo que quieran. Solas pero en una piña.
¿Y si nos quedamos? ¿Y si no nos vamos? ¿Y si el hombre o la mujer que vendrá también nace aquí?
(Fotografía de Peter Lindbergh)
miércoles, 23 de marzo de 2022
Fragmentos del diario de un pintor ignoto (Serie negra, 82)
Algunos le conocen como el pintor de Tálasa, Θάλασσα, el mar. Nada se sabe de sus orígenes pero sí que trabajó en ciudades de lo que hoy denominamos la cultura minoica. Tampoco es seguro que los fragmentos escritos que nos han llegado, cuales los de un Heráclito posterior, pero más mundano y narrativo, pertenezcan a apuntes, en diversos momentos interrumpidos, de lo que podemos nombrar nosotros como un diario de artista. No se identifique, por favor, el relato con la pintura adjunta, aunque juegue un papel de referencia. Pero, ea, dejémonos llevar por las confidencias personales del Pintor de Tálasa, que rebosan pasión por su trabajo y por los placeres de la vida.
" He sido requerido por los príncipes de esta ciudad. Tienen fama de saber disfrutar de los bienes obtenidos. Quieren que realice un gran mural que sea un canto a su manera de vivir. Alardean de no estar interesados como otros en representar las hazañas guerreras. La propuesta me ha parecido atrayente y también (...)
Acompañado por el arquitecto de los príncipes del palacio he accedido a una gran sala vacía. Paredes encaladas. Luz suficiente. Materiales de lujo en el suelo y las puertas. Una disposición arquitectónica que he elogiado y mi acompañante ha agradecido. Me ha dicho que le haga saber lo que necesito. Que se me proporcionarán medios técnicos y ayudantes. También ha insistido sobre si yo tenía una idea clara de lo solicitado. Entonces he sido un osado. Transmite al príncipe, le he respondido, que representar sus modos de vida tendría más calidad y precisión si también se relataran las costumbres de los habitantes. Se ha quedado intrigado pero no le ha parecido mal. Lo consultaré con el señor, solo él decide (...)
Imposible pegar ojo. Tengo preocupación por haber sugerido que se altere el plan original. Si lo ven como desaire puedo tener serios problemas y habría hecho un viaje largo para nada y (...)
Me ha llamado el príncipe. Has llegado precedido de una celebridad profesional de la que no estamos dispuestos a prescindir, ha dicho. No vemos mal que relaciones la vida de nuestros súbditos con nuestra propia vida. Al fin y al cabo se trata de buscar la armonía en todos sus aspectos. Empieza cuando quieras. También con el príncipe he vuelto a mostrarme atrevido. Entonces, he dicho, primero tendré que conocer cómo viven los habitantes de la isla. Incluso compartir las tareas y los entretenimientos con ellos. Solo después llevaré con acierto mi interpretación a estos muros (...)
Llevo dos días sin saber si tengo la aprobación para moverme libremente por la isla. ¿Por qué seré tan arrojado? (...)
Para mi sorpresa hoy ha venido a hablar conmigo una de las esposas del señor. Por su actitud podría decirse que tiene influencia decisiva sobre el príncipe. Ha estado primero exigente. Te hemos llamado para que los frescos exalten la magnificencia de esta corte. Yo le he respondido con la mayor cautela: si queréis que las generaciones del futuro os recuerden deben aparecer también en las paredes de vuestro palacio las mujeres y los hombres que os acompañan en la vida y os proporcionan sus frutos y os participan sus alegrías. Ella se ha manifestado contrariada. Después se ha estado interesando por mi modo de trabajar. ¿Cómo vas a representarme?, ha dicho sin ningún pudor mientras se me acercaba con cierta actitud zalamera y provocativa. Dejaré, mi señora, que elija el lugar, la vestimenta y la disposición siempre que (...)
Acompañado de un guardia he dado un paseo por los cultivos. Había tantas muchachas recogiendo la flor del azafrán. ¿Por qué mi mirada advirtió sobre todo la presencia de ella? Esa presencia que (...)
Se han despejado mis cuitas. Han sido contundentes. Aceptamos que pintes a toda la gente que desees. Hemos consultado con nuestro filósofo y consejero. Recomienda que no solo expongas escenas de trabajos sino también de placeres. No solo de las casas que habitan sino de las plazas donde se divierten y festejan las cosechas. Además el paisaje que va cayendo suavemente hacia la costa te proporcionará motivos, ya verás. Han advertido mi entusiasmo contenido. Habrá también juventud a tu disposición, han precisado. He exagerado mi agradecimiento. He tomado la senda que se desliza hacia el plateado mar (...)
Hoy han traído ante mí a dos jóvenes, mujer y hombre, para que posen como modelos, si lo considero oportuno. No he querido disentir y hemos pasado a la sala grande donde la espléndida luz ya dibuja desde el alba sobre las paredes. Ambos no salían de su asombro y me han preguntado qué tenían que hacer. Les he pedido que se pusieran de perfil, de espaldas, de frente, que ejecutasen movimientos lentos y también veloces. Que se retorcieran y que de pronto permanecieran pasivos. Se han echado a reír. Luego me han dicho si les necesitaba para algo más. Y que contase con ellos para (...)
A veces permanezco absorto largo rato ante el muro blanco. La luz refleja tonalidades diferentes, expande sombras, dibuja a su manera geometrías evanescentes, hace estallar intensidades. En ese momento me parece que sobro. Pintar es mi dedicación, mi arte, ya lo sé. Pero, ¿puede un pintor emular a la propia naturaleza? ¿Acaso (...)
Empeñado todo el día en preparar los colores y hacer las mezclas que proporcionen las texturas más adecuadas para los muros no he tenido humor para nada más. A través de la ventana he visto pasar a las recogedoras del azafrán, y me he despistado. Algo no ha ido bien en la combinación que buscaba, y he tenido que empezar de nuevo la tarea. Menos mal que aquí no reparan en gastos. La mirada de la última muchacha era la misma del otro día. Tal vez debería hablar con los señores, la luz de sus ojos son una buena inspiración, tal vez (...)
Los señores ponen objeciones. Dicen que las recogedoras no son originarias de allí, que hacen trabajo como esclavas y no representan a su pueblo. No entienden que tenga que tomar como modelo rasgos físicos diferentes u otra coloración de la piel o proporciones de cuerpos que no son como los individuos de esta isla. Me hubieran sido tan útiles, les he respondido. Lástima (...)
Hace varios días que los príncipes no se interesan por la obra que he empezado a pergeñar. Me da lo mismo (...)
La desnudez de los dos modelos que me han proporcionado se complementa. Cuando posaban ha aparecido el príncipe y me ha preguntado con cierto sarcasmo si acaso pienso representarlos de ese modo. Le he tranquilizado. Un artista necesita ver la desnudez para acercarse más al alma de las criaturas y compararlas con su apariencia. Creo que no me ha creído mucho. Artistas, artistas, siempre con excusas, ha dicho. Y se ha marchado (...)
La esclava del azafrán me mira desde el umbral. He detenido el trabajo y me he desorientado para el resto de la jornada. ¿Qué podía hacer yo? (...)
Noche de luna llena. Magnífica. Una extraña agitación me tiene insomne. He acudido a la gran sala donde poco a poco van tomando cuerpo las imágenes que salen de mis manos. De pronto la luna se ha precipitado con toda su potencia diáfana sobre el lienzo del muro aún virgen. He permanecido desconcertado. Ni siquiera soy un intermediario de su luz (...)
Al volver, avanzada la madrugada, he presentido que me seguían. A la vuelta de una esquina me han cegado unos ojos desvelados por el plenilunio. La chica del azafrán, a la que no quieren que pinte, ha salido de las sombras. Ha murmurado tenuemente en su lengua algo que no he podido entender. Pero su presencia me ha bastado. Ambos nos hemos dispersado tras un muro oscuro (...)
Mi propósito me tiene desazonado. Ella va a estar en aquel mural de la vida, guste o no a los príncipes. He de buscar la manera de que pase desapercibida, pues observarán uno a uno a cada personaje y lo que hace. Pero la ocurrencia, a la que vengo dando vueltas, puede exigirme que modifique mi estilo. Pues, ¿y si precisamente esta joven, la actitud prohibitiva del señor y la noche en que nos atravesó la luna no son sino señales de que debo evolucionar en mi arte? (...)
Vuelve a visitarme la esposa más influyente del príncipe. Su excusa es comprobar los preparativos y el avance de mis esbozos. Ha despachado a sus sirvientas y toca cuanto hay preparado para la obra. Ha dicho también a mis ayudantes que el arquitecto los reclama para darles ciertas instrucciones. Me violenta la presencia de esta mujer. Se unta los dedos de colores diferentes y se acerca peligrosamente a mi rostro. ¿Sabes aquello del pintor pintado?, y ríe. Pero no llega a rozarme. ¿Qué puedo hacer? (...)
Me he tomado de descanso la jornada. Necesito pensar mejor lo que quiero plasmar en ese salón que va a ser tan visitado y compartido por gentes diferentes. He solicitado no tener injerencias de ningún tipo. Sé que puedo suscitar las iras de quien me asedia caprichosamente. He paseado y he estado un buen rato entre las higueras contemplando los distintos planos del horizonte. Al pasar junto al cultivo de azafrán todas me miraban, Pero ella, de otro modo. Más altiva, más segura (...)
(Fresco de la casa llamada Xeste 3, en Akrotiri, Santorini. Civilización minoica)
lunes, 21 de marzo de 2022
1924. K. Kollwitz y su grito en una entrevista ficticia (Serie negra, 81)
Periodista Hans W. Señora Kollwitz, ¿volvería a empuñar el grito de Nunca más la guerra?
K. Kollwitz. Sin duda. Si de algo estoy arrepentida es de no haber hecho este llamamiento antes de iniciarse el conflicto de consecuencias tan trágicas.
Periodista Hans W. Usted perdió un hijo.
K. Kollwitz. Que fue tanto como perder una parte de mi vida. No solamente porque fuera hijo sino porque una parte de mí, del pensamiento y las ilusiones a los que me había aferrado hasta entonces, se venía abajo. Todos perdimos en mayor o menor medida.
Periodista Hans W. ¿Se arrepiente de no haber tenido más claridad antes de apoyar la guerra?
K. Kollwitz. Me arrepiento de no haber hallado a tiempo la luz, sí, de haberme dejado arrastrar por los cantos de sirenas, de no haber sido más incisiva y exigente con los míos para haberme opuesto cuando debía a la barbarie.
Periodista Hans W. Pero usted ha corregido su propio rumbo personal. Sabe en quién no debe confiar. Y ahora arriesga en apostar por aquellos que no quieren que se vuelva a repetir no solo una guerra sino las condiciones que la propician.
K. Kollwitz. Vivimos tiempos más oscuros que los de antes de la aventura que causó tantas muertes y ha dejado al país maltrecho, entregado al infortunio y a las voces más falsarias.
Periodista Hans K. ¿Teme que se repita la barbarie?
K. Kollwitz. La historia es siempre una historia encadenada. Una condena. Hay guerras con victoriosos y perdedores pero siempre queda abierto un futuro de revanchas. Temo que ciertas clases y poderes vayan fraguando un desquite en el que los primeros perjudicados seremos los que disintamos. Si fuera así volveríamos a sentir análogas atrocidades y seremos convertidos en enemigos de nuestros propios paisanos.
Periodista Hans K. La guerra ¿es inevitablemente algo recurrente, si no frecuente?
K. Kollwitz. No ha dejado de serlo nunca. De hecho es la paz lo que resulta excepcional.
Periodista Hans W. Sus grabados y sus esculturas, ¿los considera un arma, una protesta o simplemente una disidencia?
K. Kollwitz. Ante todo los tengo por expresión propia. Debo manifestar lo que me inquieta, lo que me disgusta, lo que me resulta insoportable. Y en la coyuntura actual del país me genera ansiedad y hastío todo. Tengo que expresar con mis manos lo que ven mis ojos, que es un paisaje humano bastante negro.
Periodista Hans W. ¿Cabe en este mundo la esperanza?
K. Kollwitz. La esperanza, ¿y qué es la esperanza? No veo que sea ningún don del cielo ni tampoco algo tangible. Las sociedades se reclaman de esa palabra, pero a su vez miran para otro lado. Si las gentes no se apartan de los embaucadores, que una y otra vez llaman a armarse y a enfrentarse, negándoles su respaldo, ¿qué cabe esperar?
(Cartel de Käthe Kollwitz: Nie wieder krieg. Nunca más la guerra. Año 1924)
miércoles, 16 de marzo de 2022
Mi suicida accidental (Serie negra, 80)
No lo hubiera imaginado. Varias horas después de haber estado con ella se presentó la policía en mi casa y me interrogó. A qué hora la dejé, cómo era su estado de ánimo, si tuvo confidencias conmigo, si hubo presiones por mi parte, desde cuándo la conocía. Los inspectores debían tener muy claro que había sido decisión propia, pero, no obstante, el protocolo es el protocolo y todo el mundo es sospechoso mientras no se advierta que no lo es. Estuvieron correctos y entendieron que mi nerviosismo momentáneo estaba causado por la sorpresa del incidente. Para el forense y el juez no había dudas, pero nosotros tenemos que aportar nuestro informe, entiéndalo, dijeron. La próxima vez que busque un encuentro nocturno hágalo con una persona cuerda. Si no hubiera estado claro podría estar metido usted en un buen follón, se despidieron. A mí me dolió que ambos funcionarios calificaran a la mujer del bar de loca. No estaba loca, les dije en la puerta, rescatando el respeto por una mujer que se merecía mi cariño de un par de horas. Me miraron con gesto despectivo. Llámelo depresión, dijeron, o mente retorcida, que de todo hay.
Di un portazo y recordé con dolor a Eve. ¿Has escuchado lo que piensan de ti esos tipos? Para ellos alguien que se quita la vida es un enajenado que no merece ya mayor consideración. Con esa taxativa opinión tú me dirás qué interés pueden tener por investigar. Y encima gracias que no me he visto inmerso en un lío. Te cuidaste de no involucrarme ni indirectamente, aunque ignoro qué pista o lengua larga les condujo hasta mí. Supongo que en el vecindario crecen los chivatos incluso para informar de lo más inocuo. No voy a negarte, Eve, que me he quedado bloqueado al saber lo ocurrido. Me culpabilizo, siquiera por instinto. Sabía algo de tus desánimos y desazones. De un lado al otro de la barra me habías dado a entender en varias ocasiones que te costaba vivir. Pero, ¿quién no pasa una mala racha y se deja atrapar por las sombras?, me decía a mí mismo.
Sin embargo, ayer por la noche, cuando cerraste el bar -no te vayas, espera que recojo la caja y echo la persiana, sujeta estas cervezas-, tras sugerir abiertamente que te apetecía enredarte un rato conmigo te percibí animada y diferente. ¿Me buscaste porque este hombre al que hiciste vibrar te interesaba o porque me tenías fácil? La atracción puede tener tantos caminos, aunque siempre conduzcan al mismo fin. Reconozco que tampoco me había esforzado antes en coquetear contigo. O que si lo intenté no recibí signos nítidos por tu parte. Debo ser mal traductor de los lenguajes afectivos. Creo que si supiera ahora que te había seducido de verdad me dolería mucho más tu brutal desaparición. Sería como hacerme reconocer que no había hecho antes nada por ti.
Tu propuesta de ir a mi casa, ¿fue un impulso o algo premeditado? Cierto que no quisiste hablar demasiado. Si se hace el amor hay que estar en ello y las palabras sobran, dijiste, salvo las palabras que sean también crudamente amor. Ahora me da en pensar que tu sugerencia fue parte del ritual que conduce al sacrificio. Beber y desatar la pasión de los sentidos son adicciones. ¿Me tomaste a mí como si tomaras coñac, por ejemplo? ¿Te pedías a ti misma intentar el rescate a través de un testigo ocasional? Déjame ser una bestia contigo, me provocaste. Diciéndolo de esa manera me fue imposible ceder a tus impulsos, pero también hiciste saltar los míos. El animal que pedías que fuese a mi vez desplegó los mimos más inesperados. ¿No sirvieron para nada? Si yo te miraba, tú no te dejabas mirar. Si me detenía a contemplar la tersura de tu cuerpo, te retorcías. Si mi boca expelía palabras sentidas, tú me la cerrabas. Tanta agitación y desenvoltura por tu parte desplazaba confidencias y ahuyentaba cariños. Pero te aferrabas tan intensamente a mi cuerpo, me apretabas hasta golpear mis entrañas, bebías tanto del sudor de ambos que entendí que esa era la descripción del amor que tú deseabas para probarte a ti misma. Podría morirme aquí mismo y de esta manera, dijiste mientras conducías mis manos a tu cuello. Sería la solución. Te miré no sé si divertido o aterrado. Mis dedos buscaban escapar de aquella posición embarazosa, pero tú los hacías crujir y yo sentía tus ganglios quebradizos que resbalaban oscilantes y frágiles.
Si hoy vivieses, Eve, yo estaría urgido de ir a buscarte, para repetir, para empezar, para romper esta especie de afasia interior que ambos veníamos padeciendo, aunque también superando en nuestros pequeños coloquios. Pero no estás y aún mi cuerpo se estremece con el recuerdo del tuyo, y me siento desgarrado, abandonado a una incierta fortuna. Tú me dirías: vives, no es poco. Y yo repetiría como otras veces: vivir no es solo un acto pasivo, de dejarte llevar. Es también una opción que elegimos día a día. ¿Por qué no utilicé ese modesto argumento para convencerte?
(Fotografía de Eve Arnold, agencia Magnum)
domingo, 13 de marzo de 2022
La escalera fatídica (Serie negra, 79)
"Todas las almas de la gente que amo
están entre las estrellas: afortunada, al fin,
ya a nadie puedo perder, y sí puedo llorar.
El aire invita a repetir canciones".
Anna Ajmátova, 1944.
Yuri Smolenko no había dejado de ser niño cuando vio por primera vez la película de la escalera. Aunque no había voces, porque aún no se había inventado el cine sonoro, toda la película le hablaba. Sobre todo la escena de la extensa escalinata en que los esbirros del zar cargaban contra la población, bayonetas en ristre y a tiro limpio.
Yuri Smolenko no logró recordar jamás si había llorado, aunque sí que había sentido una indignación muy profunda. ¿Eso pasó de verdad?, preguntaba a sus padres cada vez que recordaban el filme. Eso y mucho más, le contestaban. El tío de Yuri, Gregori, que había prosperado como comisionista para el gobierno local, daba su versión. Hechos como el de la escalera, Yuri, por más terribles que hayan sido, han tenido lugar siempre en la historia de nuestro inmenso país, le decía. Yuri, que iba teniendo capacidad de razonamiento le preguntaba entonces: ¿quieres decir que estamos condenados a que se repitan esta clase de acontecimientos violentos? Yo no he dicho eso, saltaba de inmediato su tío, asustado por si una mala interpretación de Yuri pudiera ponerle en evidencia algún día ante las autoridades, aunque estas no fuesen aquellas que dirigían el país que se reflejaba en la película. Yuri Smolenko gustaba de mantener el pulso con los mayores. Pues a mí me ha contado un compañero de la escuela que si hay gente que no está de acuerdo con lo que ordenan los jefes también sufren las consecuencias, aunque no sea sobre una escalera sino enviándola a territorios lejanos. En este curso ha habido casos en que de repente ha dejado de asistir algún niño porque ha tenido que desplazarse obligatoriamente con sus padres a otras zonas de nuestra amada nación. En ese momento su tío trataba de apaciguar lo que consideraba inquietud en Yuri. Habladurías, se irían porque querrían. Pero Yuri no era propenso a rendirse. ¿Tú crees, tío, que a nosotros nos podría ocurrir algo parecido a lo de la escalera algún día? ¿O que tengamos que dejar porque sí la ciudad de toda la vida? El tío de Yuri Smolenko no sabía cómo cortar aquella conversación que se iba convirtiendo en una espiral de difícil marcha atrás. Buscó una solución salomónica que tranquilizara a Yuri. Nuestros gobernantes nos protegen y evitarán que nadie, ni de fuera ni de dentro, pueda hacernos daño, así que quédate tranquilo. Y, aunque a nosotros nos protegiesen, ¿podrían perjudicar a otras personas inocentes?, insistió Yuri. Su tío optó por un viejo método, culpar al cine. Creo, Yuri, que la película de la escalera te ha afectado más que la realidad. Yo que tú no creería demasiado a los peliculeros, aunque fuesen de los nuestros, que hacen lo posible por el desarrollo del arte y para divulgar el progreso alcanzado. Además, apostilló, quienes conducen sabiamente nuestro país no podrían hacer jamás daño a nadie. Va en contra de sus principios. Además hemos aprendido la lección del sacrificio, que es el mejor precio para garantizar la paz. Yuri no acabó de entenderlo, pero aceptó como valioso el aplomo del hombre.
A Yuri Smolenko siempre le ha gustado recordar aquellas charlas con su tío, del que unos años después no se supo más cuando fue trasladado a una remota zona más allá de la cadena montañosa de los Urales. Yuri Smolenko se entristece un poco recordando la película de la escalera pero exhibe con orgullo sus estrellas en el uniforme.
(Fotograma de El acorazado Potemkin, de Serguéi Eisenstein, 1925)
jueves, 10 de marzo de 2022
El rostro de la pena misma (Serie negra, 78)
Alguien ha comentado al verla allí parada: si a esa mujer se le separa simétricamente una parte de la cara de la otra parte se verían acaso dos mujeres diferentes.
Pero un rostro es un ente único donde los órganos que lo configuran dan paso a la expresión. Sí, un ente, condicionado pero con categoría ontológica, y que me perdonen los metafísicos si incursiono incorrectamente en su territorio nebuloso. La vida, mutante e intrascendente, está ahí. Las facciones se entregan a los sentimientos. Los gestos ceden a las emociones. La cara de la mujer, que incita a ser contemplada con una desgarradora lentitud, es la de la pena misma que se desliza casi imperceptible, impotente, atroz.
Cuanto la perturba se precipita sin ocultación alguna. No es el rostro de ninguna escena épica. No hay detrás otra defensora más que la mujer que trata de mantener a salvo la propia vida. Es un rostro de tránsito, donde la conciencia de la pérdida va despertando contenidamente. Se advierte que sus vísceras están implosionando. De un momento a otro un lado de la cara tomará la iniciativa de arrastrar al otro lado hacia el agujero donde ella se verá perdida. Carente de casa, expulsada de la ciudad, separada de una familia, privada del esposo.
Alguien ha dicho algo más: tal vez el embrión que se desarrolla dentro de ella le dé cierta esperanza. Sin embargo y de momento pensar en ese hijo futuro la acongoja más. Un más allá incierto, peligroso, acaso de abandono y, sin duda, de riesgo.
El semblante del miedo ocupa todo el semblante de la mujer que parte no sabe a dónde. Qué tendrán las guerras que la mirada de los humanos se vuelve ausente. Abstraída hacia afuera pero reconcentrada interiormente por un elemento llamado angustia. No hay en la mujer que se dispone a escapar afectación fingida de ningún tipo, ni máscara, ni pose de circunstancias. Las circunstancias se han impuesto y la laceran profundamente. Lo que da o quita vida a su rostro juega a los dados con ella. Solo tiene ante sí la huida de la ciudad cercada como verdad lamentable e indiscutible.
(Fotografía tomada de The Guardian)
lunes, 7 de marzo de 2022
Mujeres anónimas y del pasado (Serie negra, 77)
Cuando la tarde languidece renacen las sombras. Sonaba a todas horas la canción de moda en aquellas tardes tórridas. No sé si interpretada por Lucho Gatica o Los Panchos. Ni me acuerdo ahora ni creo que lo supiera entonces. Y en la quietud los cafetales vuelven a sentir. Pero ellas, las tres, pobres, aguantando el tirón, el compás del bolero haciéndolas más llevadera la jornada. Aquella y otras canciones de moda acompañaban sus horas de esfuerzo donde iban dejando la vida. Una triste canción de amor de la vieja molienda. Ellas sin levantar cabeza, de sol a sol, dándole a la máquina de coser y a la plancha, a los pespuntes, a los dobladillos. Aguantando las exigencias del sastre que les pasaba tarea. Sudando la gota gorda. Preocupadas por los hijos que aún tenían que salir para adelante o bien curadas de espanto de los que habían perdido. Que en el letargo de la noche parece gemir. La más anciana, ya con su cuota de demencia senil, reducida a la mínima expresión tras años de madrugones seculares para ordeñar las ovejas y hacer queso. Las otras, una viuda con hijos pequeños y otra soltera, de la que me contaron una vez que se había entendido con un mozo que fue asesinado por los falangistas. Luego entró en barrena de una enfermedad que le dejó postrada años. Un mal sin saber por qué, y es que en aquel tiempo la gente padecía o se moría no solo sin cura sino sin saber qué le pasaba. Los diagnósticos eran escasos, los tratamientos mínimos. Al final, la naturaleza o tiraba para adelante o hundía a la gente. Una pena de amor, una tristeza. Ellas allí, en aquella galería que les propiciaba la luz para ejecutar el oficio, tratando de no perder la vista antes de tiempo, inclinando sus cuerpos hacia la deformidad. ¿Quién se acuerda de las pantaloneras? Un trabajo como tantos que abundaban en la España gris y necesitada hasta la extenuación y todavía con aroma a sangre enterrada, por el que recibían una retribución modesta. Trabajo a destajo, se decía. Lleva el zambo Manuel y en su amargura. Allí las tres, sus vidas alteradas tras la guerra civil, de golpe cambiando campo por ciudad para no perecer. Allí las tres, cuando la radio era la conexión con el mundo, porque más allá de los límites de la patria cercenada había mundo. Todas con vestido oscuro, con votos a algún santo, con sufrimientos contenidos, con duelos olvidados. Pasa incansable la noche moliendo café. Estas son para mí algunas de las mujeres anónimas y valerosas de mi infancia, cuando aún no había despegado el eco de la mujer publicitada. Las tres y muchas más. Mujeres pendientes de ganarse el pan (qué maravillosa y olvidada expresión), midiendo los reducidos gastos, ahítas de silencios, encogidas en sus preocupaciones, desplazadas por unos tiempos que no les iban a devolver los pasados.
viernes, 4 de marzo de 2022
El hombre en la noche de Heráclito
el hombre en la noche
En las horas inciertas, en que nos vemos sumergidos en oscuros designios, qué estimulante es reflexionar sobre textos de los filósofos clásicos. Propongo uno de los fragmentos de Heráclito de Éfeso.
"Un hombre prende una luz en la noche cuando su vista se apaga; vivo, palpa la muerte mientras duerme; despierto, entra en contacto con el durmiente".
(Fragmento LIX de Fragmentos e interpretaciones de Heráclito recogidos por José Luis Gallero y Carlos Eugenio López)
El sabio Emilio Lledó lo traduce así: "El hombre, en la noche, enciende una luz para sí mismo; en el sueño alcanza a los muertos; en la vigilia, a los que duermen".
Ahora os invito a pasar por un blog recóndito que enciende una luz para sí mismo.
https://elhombreenlanochesilenciosa.blogspot.com/
(Imagen de principio: Fragmento del cuadro Demócrito y Heráclito, de Pedro Pablo Rubens, en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid / Imagen posterior de El hombre en la noche: escultura de Bernardí Roig)
miércoles, 2 de marzo de 2022
Viktoria y Fedor: nacer y sobrevivir en el refugio antibombas
Viktoria parió a Fedor el viernes pasado en el subterráneo de un hospital de Kiev. La naturaleza sigue su curso a pesar de las bombas. Algún día Viktoria le contará a Fedor el episodio, que ya desde ahora para la familia es toda una narración que se irá transmitiendo. Pero un hecho de esta clase nos demuestra una vez más que la literatura no inventa nada. Se lo da hecho la propia realidad de la vida. El misterio de la imaginación también nace con las circunstancias.
https://www.theguardian.com/world/2022/mar/02/giving-birth-in-a-bunker-in-kyiv-new-ukrainian
martes, 1 de marzo de 2022
Marzo: abrevia tu intención y pasa de rondón