"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 31 de enero de 2012

treinta y uno de enero



clavados en mí; brillantes, inmóviles, próximos, así he visto vuestros ojos durante esta noche; de niños corríamos ante vuestra mirada; nos atraía la leyenda que os rodeaba de misterio; nos espantaba vuestro grito; dueñas de la noche, fuertes en la aparente inacción, expectantes, protectoras; presencia de atracción y de repulsión; ¿qué hemos hecho los hombres de vosotras?; un símbolo, os hemos encerrado a las lechuzas en una señal paralizante; mientras os convertimos en un significado abstracto dejáis de influir en lo concreto; os utilizamos para explicar nuestros actos o nuestros sueños o nuestras deficiencias; para unas culturas representáis la muerte, para otras la sabiduría; para unos el vuelo de la razón, para otros la noche oscura; ¿cómo entenderlo?; ¿se entienden los hombres?; hemos acoplado a las especies a nuestra necesidad justificante; sois víctimas de nuestros temores, no de nuestro poder; esta noche he mantenido el pulso con la incontenible atracción de vuestras pupilas; he pensado en lo que yo tengo de vosotras y lo ignoraba; cuestión de territorios, acaso; hipnosis cómplice 



(Imagen fotográfica de Jorge molder)


lunes, 30 de enero de 2012

treinta de enero


te extrañará seguramente; pero voy a pasar la noche con las persianas de todas las habitaciones levantadas; las persianas del gabinete, la del dormitorio, la de la cocina, las del cuarto grande de mis experimentaciones, las de las otras estancias vacías; quiero una noche abierta desde dentro; muy abierta, donde entre la oscuridad de manera natural; ¿por qué la gente echa las persianas de manera contundente? ¿solo para que la luz del alba no le despierte antes de tiempo?; no, se echan las persianas como una forma estúpida de aislamiento; a la gente le gusta sentirse protegida; baja las persianas o cierra las contraventanas como un símbolo; aquí estoy yo y solo yo, piensa cada inquilino; otros lo llaman preservar la intimidad, incauta frase como pocas en tiempos en que nadie está a salvo de nadie, principalmente de los poderes ocultos; quiero ver la oscuridad más abierta esta noche; tal vez lo haga con más frecuencia; seguro que me levantaré y pasearé por cada cuarto; quiero saber cómo no se ve desde cada cuarto; nunca he tenido problemas de ser despertado por el sol; no sé lo que es eso; mi padre me acostumbró a sentir la madrugada; soy un hijo de la madrugada; nací en la madrugada y cabalgo ya en mi actividad antes de que se perfile la luz; quiero ver las noches concéntricas cara a cara; quiero ver la gesticulación de los ramajes, la parte de cielo estrellado si las nubes lo permiten, los ojos de las lechuzas; será entretenido seguir el intercambio de las sombras; quiero que la noche oscura tome la casa a través de todos sus vanos; es un ofrecimiento; espero que se corresponda con una posesión

viernes, 27 de enero de 2012

veintisiete de enero



qué queda; contemplar los copos que en su caída recubren las moreras y humedecen el lúpulo que asciende, sinuoso y plácido, en torno a los troncos de los álamos; el agua del arroyo se borra y los patos, traviesos, se deslizan por su costra; qué acecha; la pérdida del camino si las referencias se ocultan; qué mirar; las antiguas piedras, los tenaces testimonios apenas reconocidos por los hombres actuales, se resisten a perecer, no obstante la ingratitud que reciben de estos a cambio; nada hay que reclamar de ellas sino su persistencia y su claridad; feneció hace siglos su tiempo, su huella es también su origen, su fundación, y el espejo de los habitantes de la ciudad perdida, que adaptaron el suelo a sus necesidades; qué rescatar; la materia, roca emergida desde el fondo, reducida por la inclemencia y la altura, se mira en dos manos, en dos rostros, en dos asombros; la señal del viejo ritual se vela; qué reconocer

miércoles, 25 de enero de 2012

veinticinco de enero


he llegado para verle a la caída de la tarde; ha debido sospechar de mi pesadumbre porque ni se ha inmutado; si vas a decirme algo impropio de la tierra que piso, mejor no me lo digas; últimamente lo he venido asintiendo claramente: las palabras son vanas; unas veces, sujetas a traición; otras, prostituidas en el mercado de las promesas incumplidas; poco se puede hacer por ellas si los actos de los hombres son inicuos y la turbiedad cubre con un antifaz abyecto sus rostros; le he percibido tan lapidario que le he supuesto informado del penúltimo reflejo impropio de una convivencia colectiva cada vez más frágil; creí que estaba al tanto del remedo de cierto acto de los hombres llamado equívocamente justicia; tal vez simplemente lo sospechara, se lo estuviera esperando; él no desciende a vocalizar con nombres y apellidos lo que excrementan los periódicos y las emisoras, como suele decir con acritud; ambos sabemos lo que tiene lugar sobre este panorama más ocupado cada día por la mediocridad y la incompetencia, buenas madres del latrocinio y del reparto de prebendas; así que nos abstenemos de citar expresamente a quienes representan la indecencia; entra y acompáñame a cenar, no agotemos las energías con todo lo que nos queda por delante, ha dicho



(Imagen de Alfredo Castañeda)

martes, 24 de enero de 2012

veinticuatro de enero



(me podría quedar observándole a distancia, sin que él me viera, sin que ni siquiera supiese que estaba allí, y le estaría oyendo hablar; a veces habla solo, pero nunca habla solo, en su diálogo interior es fecundo, lo fue desde su niñez solitaria; solitaria no quiere decir abandonada, sino reconcentrada; protegía sus mundos interiores con sus juegos, sus evasiones, sus ausencias; ¿o era todo lo mismo?; de alguna manera lo ha seguido haciendo siempre, más ahora en que ya no le llama tanto encontrarse con otros individuos o con otras tribus; ha vuelto a él, pero no es del todo verdad, siempre ha estado en él; pronuncia palabras y las escribe, en estos tiempos en que las palabras parece que estuvieran agotadas; pero no, las palabras son inagotables; cierto que algunas, muchas acaso, sobran; cierto que hay palabras traidoras, que se vacían de significado, que son de más ruido que nueces; él reexplora las palabras como relee o como prueba el fruto desconocido de otros textos; aparenta ignorarme cuando entro y le hablo; apenas me deja que diga algo, me utiliza, soy el testigo secreto y sabe también que en mis escasas aseveraciones puedo apuntillarle; ahora le escucho, parado desde la puerta entreabierta de su gabinete: no hay libro que nos hable de todo lo que habita; no hay silencio que nos vacíe de manera definitiva; no hay palabras que sean totales; el límite de la palabra está en nosotros, cada uno renueva la palabra o la extermina; ha ido bajando el tono de la voz y lo siguiente me resulta imperceptible) no te quedes ahí, dice de pronto con fuerza, o entras o sales; y no sé si manifestarme o dejar de estar allí



(Imagen de Alfredo Castañeda)

domingo, 22 de enero de 2012

veintidós de enero


pasa, pasa, quédate por ahí, echa una ojeada a alguna de esas necedades que he escrito; pero estate como si no estuvieras, eso me ha dicho en cuanto he pisado el umbral de su observatorio; debes ser un espécimen raro, tan solitario como yo, tan necesitado como yo, aunque haya tanta gente que te reconozca y acuda, digamos, a tus prestaciones morales; eso me ha soltado sin pudor y para mi extrañeza; suena mal eso de las prestaciones, le digo; suena asqueroso, pero es muy ilustrativo, ¿no crees?; la gente te busca para que le digas lo que ella teme decirse a sí misma; van a tu encuentro para que les des un empujón, para que tomes la decisión que ellos no se atreve a tomar y les aportes algo de luz, o simplemente que escuches sus desahogos; no es poco, me dice, y es más o menos como yo hago, y si aguantas mi brusquedad es porque tú obtienes algo a cambio también; tan escasa finura me intrigaba, no porque fuera nueva en él esta manera de declamar, sino porque no me daba tregua desde que entré; no tenía intención de cejar en su humor: supongo que eres un ser caritativo en extremo, ¿verdad?, alguien nacido para llegar a acuerdos y no para pleitear, alguien que para los golpes y no los devuelve, alguien que es capaz de dar, sin esfuerzo, y no pide nada a cambio, aunque esto último, insiste con retintín, es difícil que se cumpla en esta especie de los humanos, tan de toma y daca, tan prestadora y contraprestadora; he hecho de mi silencio escudo pero también foso, espacio que permitiera que las yugulares permanecieran a salvo, prolongación en que el tiempo se congela con la apariencia de que no existe; observaba tensión en sus facciones, espera afilada de que yo respondiera, aun sabiendo bien él que no iba a hacerlo, no al menos de modo precipitado ni agresivo; se ha sentido ignorado: ¿no vas a decirme nada?; oh, sí, que has escrito poco y, si me permites, por cierto que nada interesante, le he colado; su carcajada se ha confundido con la apertura fiera de una densa cerveza muy malteada, plena de alcohol y de una espuma que reverberaba por el cuello de la botella; a la mierda la escritura, ha saltado; ¿qué crees, que se empezó a escribir hace escasos milenios para sentirse entretenido algún cortesano de Mesopotamia?; ¿o para corresponder los amores? ¿o para sujetar los sentimientos ajenos y desbocar los propios?; no, no; se comenzó a escribir por aquello que entonces se sentía como más necesario: sobre los derechos de propiedad, sobre registros legales, sobre ordenamientos jurídicos, y las maneras de ir controlando las conductas y pontificando cómo debían regirse las costumbres; se escribía, en fin, para administrar; y eso no era escribir, claro que no; por supuesto esa necesidad puso en pie los alfabetos más rudimentarios; tal vez entonces el lenguaje exquisito y depurado estaba lejos de ser imaginado; tal vez el ojo podía más que la palabra; me pasa el medio litro malteado, apuro un trago, este gesto de compartir es otra cosa, le digo: algo más habría, ¿no?; ni lo sueñes, estaría bueno que a estas alturas fuéramos de incautos; en el principio fue el poder y el poder creó la palabra ordenada; más tarde siguió siendo el poder y así hasta el momento que tú y yo vivimos; se escribe siempre para el mismo fin, el statu quo; no podía controlar mi perplejidad: pero, ¿y las descripciones de ambientes, las relaciones de países, las cartas amorosas, los relatos oníricos, las tramas de aventuras…?; eso son epígonos, dice tajante; lo que permanece es el statu quo; el hombre no sabe vivir sin poseer, aunque su larga mano busque cobrarse con otras monedas o en especie, y siempre en otras vidas; man is an eternal sophomore (*), dice citando de memoria un adagia de Wallace Stevens;



(* el hombre es un eterno principiante)


(Fotografía de Aira Manna)

jueves, 19 de enero de 2012

me siento un payaso




Les propongo un pequeño juego. Requiere un mínmo esfuerzo. Sugiero dirigirse a este enlace PDF, nada sospechoso, por cierto.

http://www.boe.es/boe/dias/2011/12/31/pdfs/BOE-A-2011-20638.pdf

Una vez en él, diríjanse a la página 146615 (está indicada a la derecha) Concéntrense en las Disposiciones Séptima y Octava. Son muy breves. En la Séptima hagan números, ya saben, multipliquen. En la Octava, interpreten, es decir, imaginen beneficios y deducciones fiscales varios.

Saquen conclusiones. Luego reflexionen, rían, lloren, tosan, emitan alharidos, escupan, eructen, oren et laboren y, por favor, comuníquenme su estado de ánimo porque yo me siento un payaso.

P.D. Eso, sí, traten de dormir bien. Yo no les quito el sueño, en todo caso el BOE.

Buenas noches.



domingo, 15 de enero de 2012

(paréntesis: desde la indignación, no olvidar)





Y uno más que se va de rositas. Sin pedir perdón. Por si no había sido poca su complicidad y participación en un régimen de sangre, cumpliendo su rol de represor por excelencia de la libertad expresiva, del que jamás se arrepintió. Ni los crímenes de Vitoria ni de Montejurra, que tuvieron lugar bajo la égida de aquel entonces ministro de Interior, recibieron jamás justicia. Nadie, ni el máximo responsable de vigilar el orden, pidió perdón a las familias de las víctimas y a la sociedad. Algunos cínicos decían que era un precio menor de la Transición democrática. Pero todos los actos tienen manos que los ejecutan directa o indirectamente. Que azuzan o que permiten. Que empuñan el arma o que propician que otros lo hagan. Luego las responsabilidades están siempre ahí. Triste España, donde no se ha procesado nunca a los verdugos y dictadores del pasado, que siguen muriendo dulcemente en la cama. Triste país nuestro que encima lleva a los tribunales a jueces honestos y severos nada corruptos como Baltasar Garzón, bien por perseguir la corrupción bien por defender la memoria histórica. Lamentable pell de brau que permite la mentira, el dolo, la desvirtuación de los hechos de la historia, los modelos de corrupción y los hipócritas valores tradicionales ungidos y bendecidos. Triste todo.



sábado, 14 de enero de 2012

desde el sueño del desquite



No tienes idea de las veces que he soñado con sangre. No la que fluía de cada una de mis afirmaciones de adolescente. Sino la que contemplaba en aquel filo con el que una y otra vez arremetía contra tu imagen. En cuántas ocasiones durante mis sueños he alzado el arma vengativa. Recuerdo que siempre era lo mismo. La blandía en lo alto, descargaba el golpe, pero nunca supe si llegaba a hendirse en cuerpo alguno. Ni siquiera tenía certeza de que fueras tú quien se ocultaba tras una masa oscurecida que el sueño jamás me reveló. Mas yo quería que fueras tú, sí. Luego me quedaba mirando la hoja y pasaba la mano sobre aquella sustancia granate y viscosa que escurría por ella. Pero mis manos permanecían limpias. ¿Qué estaba diciéndome el sueño? ¿Era posible imponerme a ti, padre, sin que sintiera culpabilidad alguna? Pero en la realidad era tu actitud la que me detenía. Tu afán posesivo, tus ademanes despreciativos cuando yo pretendía transmitirte mis sentimientos. La brusquedad que exhibías al hablarme del mundo como si solo se dividiera entre cielo e infierno. Pero tú, que tanto te reclamabas de la probidad y del razonamiento, ¿en qué lado estabas de la vida? Me predicabas un territorio pero yo te veía como si defendieras el opuesto. ¿Pretendías hacerme creer a esas alturas que era yo quien rompía un pacto que jamás había sido entre iguales? Era lógico que me desprendiera de ti, poco a poco, imperceptiblemente. Y cuanto más me alejaba de ti, más empeño ponías en apretar tu mano de hierro. Yo veía tu sufrimiento. ¿Por qué no aceptabas el mío? Tal vez mis sueños de Némesis llegaban hasta los tuyos. Y temías dormido tanto o más como cuando estabas despierto. Tus momentos enfebrecidos te dejaban al descubierto y débil. Fue entonces cuando empecé a meditar sobre mis sueños. Cuando construí con ellos un pequeño relato para mí misma, dándome cuenta de que la línea que separa el sueño de la realidad es tan inconsistente como siniestra.

viernes, 13 de enero de 2012

desde la parálisis interior


¿Por qué callaría ante tus imprecaciones, padre? Cuanto más las proferías más mostrabas tus fauces de sangre. Y tu rostro se cubría de los borbotones contenidos que teñían la piel de tu rostro intensamente. Querías que creciera, pero no me dejabas crecer. No sin que tú trazaras las líneas de una vida que deseabas no tanto a imagen y semejanza de la tuya -¿qué podías ofrecerme sino un pasado rudo, humilde y laborioso?- sino de la idea de un mundo que iba surgiendo y que no entendías muy bien. ¿Por qué callaría ante tanto denuesto y tanto reproche ejercidos con la entonación gravísima de tu voz? ¿Qué esperabas de mí sin darme tiempo a expresarme? No había tiempo, dijiste una vez. El tiempo somos nosotros mismos, dijiste otro día. Te aterrorizaba la mera imagen del pasado de los tuyos, lo que había sido aquel erial al que te habían arrojado. Pero no te dabas cuenta de que una es sobre todo hija de la circunstancia, cuando no del instante. El instante que querías sustraerme. Y cuanto más proferías la tiranía de tus palabras afiladas más herida abrías en mí; pero también más abismo tajabas entre los dos. Obsesionado como estabas por evitar el retorno de las dificultades vividas, no deseabas para tu hija que se repitieran. Era loable e inmenso tu deseo de salvación. Pero no sabías transmitir de modo comprensible la magnitud de la miseria. Y tu carácter despótico, tus maneras convertidas en saliva agresiva atravesaban mis oídos y llegaban hasta mi pecho hasta paralizarme. Lograste paralizarme, sí. Muchas veces he pensado que pudiste hundirme del todo, sin que acaso lo pretendieras. Perdida en mi confusión, el mundo seguía a trompicones en torno mío, alrededor de ambos. Oír tus pasos ágiles al alba, soportar tu mirada cargada de exigencia o escuchar tus primeras palabras del día con un tono gris cuando no de reparo me obligaba a aislarme. ¿Por qué no te atravesaría con mi espada de amazona en uno de aquellos momentos de soledad malsana, padre mío?

martes, 10 de enero de 2012

desde más adentro


Me reconozco en tus manos rudas, que cercaban como un pincho áspero mi cuerpo. Me reconozco en tus dedos tensos y en el crujido que producían al aferrarme como si el destino se te escapara, padre mío. Nadie más que yo podría haber resistido el abrasamiento que producían. Porque yo sabía de qué materia estaba compuesta aquella energía que te consumía por exceso. Hay seres en este mundo que perecen por inanición o por carencia. Seres que jamás han sido amados. No era tu caso, como seguramente no es el mío. Y ese es el riesgo que precisamente nos perseguía a ambos. Te alarmaba el pensamiento de que tuvieras que ceder tu reino. Te espantaba aún más que yo te lo disputara. Y a mí, padre irrenunciable, me angustiaba contemplar la mera posibilidad de tener que enfrentarme a ti. ¿No había un espacio común que pudiéramos haber compartido sin querella? Si a los dos nos sobraba vigor y magnanimidad, ¿qué destino nos abocó a no encontrarnos? Nunca pude entender que la abundancia acabara con nosotros. ¿Por qué ninguno de los dos dimos un paso atrás? ¿Por qué no rebajaríamos nuestras exigencias? Era demasiado pedir a dos almas volcánicas. Condicionadas por orígenes lejanos y fuerzas en constante ebullición, ese tipo de energía y de capacidad no entiende de control, de voluntad ni de parada. En su carácter está su condena. Lo voy entendiendo. Tal vez por esa razón yo sienta en tus enormes manos, en las argollas de tus dedos, la caricia deliciosa que transporta. Al no ceder a ti te desarmé. Y a su vez comprobé que eras el más frágil de los seres que ha habitado este mundo.

domingo, 8 de enero de 2012

desde dentro


No sé desde dónde emergían aquellos ojos oscuros. Pero jamás tuve miedo cuando me cogía y me acercaba a él. ¿Llegarían desde lo más agotado de su ser? ¿O era su desesperación por sentirse ya tan lejano de la partida? ¿Le estremecería su destino cada vez más ineludible como próximo? Pero en su severidad yo veía también su aflicción. Él debía darse cuenta de que yo no reaccionaba con temor y aquella mirada fue preñándose poco a poco de perplejidad y poblándose de espanto. ¿Sería lo que yo significaba para él lo que le hacía dudar y emocionarse? Hubiera querido consolarle en ese momento, apaciguarle con mis palabras. Hubiera deseado ofrecerle mis aromas y la lozanía de mi iniciada juventud con tal de verle liberado de su angustia. Oh, padre, ¿por qué no cedería a mi orgullo con tal de desviarte de las torturas que te desgarraban? ¿Por qué no nos pusimos a edificar una casa nueva donde la fatalidad no entrara? Cuanto más me sometía a la alucinación de su mirada más sentía que era posible poseerle a través de su experiencia. Sé que me la hubiera dado toda a cambio de efímeros momentos de luz que yo le aportara. ¿Podría haberte detenido en tu furia cada vez menos contenida si mis destellos hubieran cubierto tu cuerpo, padre mío? Y sin embargo, yo veía que su rostro se iba cargando de brillo, de aquel que solo emana del calor más profundo.

viernes, 6 de enero de 2012

el compás


¿no tienes la impresión de que están diseñando un mundo a nuestras espaldas?, me dice mi amigo en la primera charla del año; ¿que una mano firme pero no segura está trazando una nueva geometría de las relaciones sociales y de la vida?; ya sé que las cosas no son tan simples, que los dibujos no son tan precisos, pero se advierten movimientos cada vez menos invisibles que prácticamente están prescindiendo de los humanos; algo se hace y deshace todos los días en ciertas instancias de impuros farsantes; de pretenciosos demiurgos que no son nada sin sus poderes; pero que lo son todo precisamente por eso, porque están trazando esferas donde quedamos atrapados, donde no contamos nada; el ruido de tambores comienza siempre en los cuarteles del mercado bursátil; no, aquí ya no hay un Gran Arquitecto cuyo compás quedó obsoleto hace tiempo; los humanos van a ser atravesados una y otra vez por las agujas del compás más moderno que se haya diseñado; mitad uso geométrico, mitad uso quirúrgico; ¿crees que de esas maniobras orquestales saldrá una recomposición de fuerzas?, le digo, tratando de acotar la dispersión de su discurso; más bien, dice severo, contemplando con tristeza el paisaje de boira que oculta el bosque, va a tener lugar una descomposición si no del humano en sí, al menos de sus clanes actuales, de sus formas de vida, donde un retorno a la servidumbre puede producirse con el propio beneplácito



(La imagen es obra del calígrafo Juan de Yciar)