qué queda; contemplar los copos que en su caída recubren las moreras y humedecen el lúpulo que asciende, sinuoso y plácido, en torno a los troncos de los álamos; el agua del arroyo se borra y los patos, traviesos, se deslizan por su costra; qué acecha; la pérdida del camino si las referencias se ocultan; qué mirar; las antiguas piedras, los tenaces testimonios apenas reconocidos por los hombres actuales, se resisten a perecer, no obstante la ingratitud que reciben de estos a cambio; nada hay que reclamar de ellas sino su persistencia y su claridad; feneció hace siglos su tiempo, su huella es también su origen, su fundación, y el espejo de los habitantes de la ciudad perdida, que adaptaron el suelo a sus necesidades; qué rescatar; la materia, roca emergida desde el fondo, reducida por la inclemencia y la altura, se mira en dos manos, en dos rostros, en dos asombros; la señal del viejo ritual se vela; qué reconocer
Muy bello texto. Qué reconer, si todo cambia...
ResponderEliminarUn saludo.
Las viejas preguntas de los filósofos...
ResponderEliminar¿qué somos, qué carajo hacemos aquí, dónde dirigirnos...?
¿mirar hacia la naturaleza que destruimos, o mirar hacia un dios que usamos como espada de destrucción? ¿dónde, la mansedumbre de los lobos a nuestro lado?
Esto último lo añado yo, que me doy respuestas mediante preguntas retóricas porque no soy filósofo.
Un abrazo
Gracias por pasarte, Carmela. Y precisamente la conciencia del cambio nos permite reconocernos...
ResponderEliminarSalud.
Luis. Tenemos derecho a hacernos las mismas y más preguntas que los filósofos, ¿no? Y tampoco podrían evitar que nos las planteáramos. Pero nos hemos olvidado tanto de observar la materia y cómo habla esta, y en su lugar se ha cedido a las ideologías especulativas...
ResponderEliminarPero creo que encontraremos la luz. La materia, siempre la materia, nos responde.
Un abrazo.