"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





sábado, 30 de septiembre de 2017

¿Qué diría Eric Arthur Blair, alias George Orwell?


















Recordando a R.M.S., un amigo desaparecido por voluntad propia hace pocos años, que se quedó el libro de Orwell que le había prestado y que jamás me devolvió. Recordando a mis amigos catalanes honestos, consecuentes y que buscan siempre caminos de entendimiento, más allá de los intereses de las castas y de la despersonalización de los cantos de sirenas. No pretendo estar en verdad alguna sino transmitir lo que he recibido.

Si viera la actual inversión endogámica de cierta gente en Cataluña, ¿qué diría aquel internacionalista que vino a apoyar en 1936 una causa tan paradigmática como la de la República Española? ¿Qué pensaría de los catalanes de ahora inmersos en la máxima aspiración de cambiar un Estado por otro Estado, sin que varíe en ambos casos el control del mismo por análoga élite social? ¿Se identificaría con una causa que solo piensa en sí misma en tiempos de plena abundancia económica y de mayor exigencia de solidaridad entre pueblos? ¿Comprendería los devaneos supremacistas en una época en que los países europeos caminan hacia una trascendencia supranacional? ¿Se sentiría extraño al ver el silencio del mundo trabajador cuando no la alineación de parte de éste con un aventura nacionalista? ¿Se sumergiría en el desconsuelo tras constatar la nula influencia de los obreros, empleados y emprendedores mileuristas de hoy día sobre la política que se hace contra ellos mismos? 

Orwell se comprometió con la causa republicana española para ponerse del lado de los trabajadores y de los que defendían a los trabajadores, a pesar de todos los claroscuros y complejidades que caracterizaban a la zona legítima. Escribió un espléndido relato basado en la experiencia de su estancia en España titulado Homenaje a Cataluña, que es, en cruda realidad, una narración de lo mal que fueron las cosas en el período que estuvo en Barcelona y en el frente de Aragón. Vinculado al POUM hizo la guerra con los anarquistas, y en el frente resultó seriamente herido. He desempolvado del anaquel de mis libros favoritos el Homenaje a Cataluña porque mi perplejidad acerca del secesionismo catalán me tiene desasosegado, me lleva a hacerme mil preguntas y a plantear serias dudas tanto sobre Cataluña como sobre España, acerca de la demagogia y el falseamiento de la historia y acerca de la falta de diálogo, sobre el valor de una Constitución y las leyes y sobre la sublimación de los mitos históricos, sobre el Gran Hermano que cunde en todas partes, incluso en gobiernos nonatos todavía y como inoculación del ciudadano fiel a una causa. En definitiva me preocupa la dudosa sensatez de los humanos en esta tierra que pisamos. Pero no salgo de ahí. Debe ser que pertenezco a otra época y que ahora su memoria vuelve para que tenga en cuenta sus lecciones y para exigirme que sea cauto, alejados como tengo ya de mi costa personal los cantos de sirena de la política.

Para algunos rebeldes de otro tiempo de la España interior y provinciana (también existente en las cuatro provincias catalanas) el interés, la atracción y la admiración por Cataluña -y por qué no decir también cierto grado de amor y comprensión- no nos vino en aquellos años de juventud por la vena nacionalista, que desconocíamos. A mí por lo menos me llegó por la lectura de ese libro  -reconozco que leí el texto interesado por el lado de una aventura real acontecida en la guerra de España y acaso no tanto por el trasfondo político, que más tarde llegué a comprender mejor y aún sigo en ello- y, principalmente, por el compromiso de otros jóvenes del cinturón rojo de Barcelona a los que conocí. Entre aquella gente de finales de los sesenta y principios de los setenta del siglo XX que yo traté no se hablaba del país nación ni de otro Estado que no fuera uno de trabajadores ni de apoyar a la clase pudiente catalana y española que explotaba a obreros catalanes y a trabajadores charnegos (esto último algo que los independentistas parecen haber olvidado y algún día lo lamentarán, si no lo están haciendo ya) Se soñaba con ideales más elevados, que nunca se consolidaron, y por lo tanto más ilusorios, obviamente, y que a muchos llevó más tarde a moderarse o a frustrarse para siempre. Las veleidades militantes de aquellos jóvenes querían emular dimensiones internacionalistas y fines que se consideraban de alto valor. Idealismo donde se distinguía capital  y trabajo, donde se hablaba de la abolición de clases, de tomar el poder e instaurar mecanismos de control, de ir más allá de acabar con la dictadura, etc. Ya digo: idealismo y limitada reflexión cultural probablemente.  Lo queríamos todo sin tener nada. Justo cuando ya había quebrado el internacionalismo al uso que tanto se había sublimado, cuando nada cabía esperar de la nación faro con que engañaron durante décadas los burócratas de los partidos ortodoxos, cuando los partidos comunistas habían quedado definitivamente al descubierto de que no eran sino aparatos burocráticos y de influencia de la maquinaria pseudo soviética. 



Pero acaso aquel mundo nuestro era un mundo de fantasía y bienintencionado por el que, sin embargo, nos jugábamos el pellejo y no solo los cuartos. Tal vez era nuestra aventura juvenil, cargada de indagación, no siempre acertada, de emociones y de valores excesivamente sacramentados por nosotros mismos. ¿Viene mi aprecio y reconocimiento a Cataluña solo por el lado político? En absoluto. Viene sobre todo por la fraternidad con que siempre fui acogido, por la convivencia abierta con personas de allí, por la generosidad y cuidado con que me trataron, por la admiración ante la entrega, a veces alocada, a la reivindicación de clase (ya sé que hoy suena esto a cuento del abuelito), por la decisión que jóvenes sencillos demostraban ante las tropelías de patronales y gobierno,  por el ánimo y desparpajo en plantar cara a la patronal y a la fuerza pública, por el interés en desarrollar temas de debate que parecía que allí se veían más claros que en otras zonas del país, ese debate permanente, no siempre razonable y con los pies en la tierra, y con frecuencia rígido, según influyeran unos líderes u otros, pero que nos sacaba a todos de la afasia y nos alejaba del pensamiento amorfo generalizado o bien del agotado y agarrotado pensamiento único del régimen nacional catolicista. Fue el sentido del apoyo mutuo de gentes pares mi primera percepción de la Cataluña que hoy podría denominar orwelliana. Y aquella experiencia, finiquitada más bien antes que tarde, no la olvidaré nunca. Son esas pequeñas cosas las que componen el bagaje del individuo y no las grandes parafernalias ni los montajes míticos con pies de barro.

Cuando las viejas y oníricas aspiraciones de un sector de la izquierda se vinieron abajo tuve la gran suerte de seguir manteniendo lazos de amistad amplios con catalanes. Con viejos compañeros de fatigas, con amigos coyunturales pero abiertos, aunque a la mayoría los perdiera y, principalmente, con personas nuevas que conocí más tarde a través del ámbito laboral y la cadena de relaciones que por inercia se va estableciendo en la vida si eres receptivo y escuchas con atención y tolerancia. De gente de allí he recibido mucho, con gente de allí he hablado mucho y he querido mucho.  Cataluña se me había mostrado también como terreno de aportación cultural, de lo suyo y de lo ajeno. Podía saber y entender de una región de la que no me habían hablado prácticamente en mi infancia y juventud castellana y franquista. Aunque siempre se la había citado con respeto y reconociendo el valor tradicionalmente productivo y con vocación moderna, al menos en Barcelona y grandes núcleos industriales. Los prejuicios, la ignorancia y la losa política imperante modelaban conciencias y había que ser muy decidido e incluso valiente para romper la baraja.

Podía saber, en fin, de las capacidades desarrolladas en materia cultural, de diálogo, de influencia de ideas internacionales, del papel esponja que la Cataluña mediterránea y europea jugaba. Pero ¿era y es toda Cataluña así? Acaso no, porque en esa comunidad, como en todas las españolas, hay regiones profundas y regiones más accesibles. Hay zonas abiertas y modernas y zonas conservadoras cuando no retrógradas. Creo que Barcelona, más que Cataluña en general, era el paradigma. Barcelona y su área de influencia, la metropolitana, la de las grandes poblaciones circundantes de la industria y de una clase obrera numerosa y exigente, abiertas a las ideas del mundo, receptivas a otros españoles. Ciertamente nunca conocí lo suficiente la Cataluña rural, probablemente apegada a atavismos y tradiciones, donde más prendía el mensaje del pasado, y menos la modernidad, donde la influencia católica sigue latente y que es más sensible al mito nacionalista y a la manipulación social a través del clientelismo debido a las clases ricas. ¿No se acuerda ahora nadie de lo que fue el caciquismo y el clientelismo seculares, con hondas raíces en Cataluña y toda España?  Para mí lo avanzado, lo moderno, lo abierto de par en par, donde se cuece el presente fértil y bulle el futuro esperanzador ha estado en las capitales, en las metrópolis, en los núcleos donde la clase trabajadora ha generado cultura sobrepasando a la religión y a las viejas costumbres que siguen remitiéndose a conservar lo que tenían. Pero ¿sigue siendo hoy así? Las últimas manifestaciones pro independencia me confirman que son más partidarios de la misma los núcleos de población rurales, la Cataluña profunda. Si a ello se suma las noticias que me llegan de reacciones intolerantes, acciones contra disidentes, presiones por las redes sociales, amenazas varias, etcétera, uno se pregunta cómo pueden empezar a prender prácticas propias del totalitarismo y mi preocupación aumenta. 

No sé qué cambiará en los próximos tiempos respecto a mi percepción por los catalanes, a los que he defendido en infinidad de ocasiones  -digo catalanes, no planteamiento nacionalista y menos el actual-  en la tierra en que vivo, donde los prejuicios (empezando por lo que siempre costó admitir el uso del catalá, lengua románica hermana del castellano o del portugués o del gallego), el desconocimiento histórico y el vivir de espaldas ha dominado durante décadas, constituyendo una de las más trágicas señas de identidad con que sentenció el franquismo las relaciones entre españoles. Diga lo que diga ahora a los amigos catalanes independentistas me lo van a refutar con su código de valores ideológico porque, engullidos como están por el mito alimentado desde hace tres siglos, no van a dar el brazo a torcer por las buenas. Ellos, que siempre han manifestado la queja de que sus problemas históricos han sido causados por España  -el uso indiscriminado por su parte de los términos Estado y  España siempre me ha parecido lamentable, el primero es poder y el segundo es principalmente sociedad, no solamente instituciones-  olvidando por benevolencia o ignorancia interesada los problemas que les han causado sus propias clases dirigentes y en abundantes casos corruptas, resulta que ahora están al borde de generar nuevo problema para sí como colectivo y para los españoles, no solo para el Estado de España. Y ahí, en que los españoles podamos sufrir las consecuencias de una aventura de película cuya productora y realizadora que se lo ha permitido es la misma Democracia (esa misma que a muchos nos causa insatisfacción, pero no hay otra, y de la que las clases pudientes tanto catalanas como españolas se han aprovechado en abundancia, ¿o hay que recordar los mil y un pactos y apoyos entre el nacionalismo catalán y el centralismo españolista, tanto bajo el franquismo como en la etapa democrática, para repartirse entre todos poder y ganancias?) es algo que probablemente muchos tengamos que repensar en el futuro si el secesionismo nos afecta. No sé en qué cambiaré yo también. ¿Tendré que decir aquello de jo tinc por, por mí, por mis paisanos del resto de España y por los mismos catalanes? Maldita la gracia. 


(Fotografía que hice hace tiempo en la plaza del mismo nombre)


















lunes, 25 de septiembre de 2017

Fuga tras el canto del gallo





















Max, revuelto y presuroso, ha entrado en casa hace un rato. No aguanto más los actuales episodios nacionales, me dice. Le miro atónito. Yo tampoco, le digo, ¿qué puedo hacer por ti? Acompañarme, me voy unos días a perderme a donde no llegue el ruido de los panfletos ni la prensa ni los cánticos ni el vocerío inclemente ni los trapos de serie ni las músicas celestiales. Con un gesto me invita a acercarme a la ventana. Oh, tu viejo Maserati del 66, exclamo con asombro, que fue siempre de segunda mano. Pero si creí que lo habías vendido. Y así fue pero mi comprador, el vecino que conoces del otro lado del río, lo usa poco y me lo presta para la ocasión. ¿Retorno al pasado?, y río con sarcasmo. No. Max se muestra tajante. Huida al pasado sería otro episodio nacional ya finiquitado. Allí no hay refugio. Voy a preparar un pequeño equipaje y vuelvo a buscarte. Oye, le respondo descolocado, que yo tengo compromisos, que tengo que acabar unos escritos. Y él: si eres capaz de soportar la tabarra que queda, allá tú, no vengas. Luego no digas que te arrepientes. En media hora estoy de vuelta. No nos merecemos esta situación insalubre, hay que poner tierra real y suelo imaginario por medio. Pero ¿a dónde ir?, insisto. A todas partes llegan los episodios que dices tú. Déjalo de mi cuenta, ratifica ufano. Hay maneras de salir de la épica cochambrosa, y comida y alojamiento no nos faltarán sobre la marcha. ¿Lo demás? Mirada y más mirada a la tierra bendita que muchos la hacen maldita, salta convincente.

Vaya, unos días que doy vacaciones a la escritura, pienso. Tal vez sea bueno para ella y para mí.



(Ilustración de Gustave Doré)
  

domingo, 24 de septiembre de 2017

Aún no había cantado el gallo














El margen del insomnio te permite dos reacciones. Por un lado, aguantar en el lecho a ver si uno se duerme, con la consecuencia de que te dé en pensar sobre todo lo malo ocurrido y que puede ocurrirte. Por otro, dar la luz, levantarte discretamente y sin hacer ruidos que incordien al vecino coger un libro al azar y ponerte a leer algo. Es un ejercicio que siempre depara una sorpresa.

El azar me lleva a una página de El silencio de la luna, de José Emilio Pacheco, aquella en la que un poema lleva por título La derrota:

"El que piensa por todos prohibió pensar.
Su palabra es la única palabra.
Él dice todo sobre las cosas.

Sólo existe algo que él no puede prohibir:
los sueños.

Noche tras noche
la gente sueña en acabar con el que piensa por todos." 

Luego me quedo pensando en la prohibición por sí misma, en la imposición de lo que debemos pensar, decir o hacer, en la soberbia de los que se eligen a sí mismos y dejamos que se auto proclamen. Todo ello me parece tan actual que debo recurrir a convencerme de que es antiguo para no tener mayor complejo de siervo, de súbdito o de idiota. ¿De verdad que la gente sueña con acabar con los que imponen el pensamiento o inducen a que no lo tengamos? Y los que sueñan, ¿lo convierten en deseo a este otro lado del no sueño?



(Ilustración de Gustave Doré)

sábado, 23 de septiembre de 2017

Otro gallo que cantó





















Entre irritantes horas de insomnio se le coló esa noche un espacio no medido pero intenso de sueños. En uno de ellos, que devino en alucinaciones, se veía a sí mismo con diferentes caracterizaciones de sufridores de la historia. Ora de estudiante contra la última dictadura, ora de republicano español, ora de bolchevique, ora de communard de 1871, ora de sans-culotte, y así saltaba hacia atrás en el pasado de disfraz en disfraz. Mascaradas cuyo significado desconocía pero que se pretendían eco de oscuros conspiradores, contradictorios resistentes, obreros traicionados, traidores renegados y salvadores que decían liberar a las masas. 

Despertó de aquel delirio agitado y encendió la luz. En su espanto creyó verse revestido de una vestimenta que sugería una amalgama de banderas y escuchar un vocerío de himnos y lenguas, cuya confluencia y significados no logró entender, y que iban in crescendo. Entonces, se dio media vuelta y decidió seguir durmiendo, para conjurar la estruendosa pesadilla que percibía del exterior. Puestos a tener que decidir sobre una patria, elijo la del sueño, se dijo.



(Ilustración de Gustave Doré)


viernes, 22 de septiembre de 2017

Al canto del gallo






















Cuando despertó al primer canto del gallo, el durmiente advirtió alborozado que la matraca mediática y cuanto se agitaba detrás no seguía ya sonando.

(Solo más tarde, cuando se libró de las legañas, comprobó amargamente que la ilusión había sido parte del sueño, como corresponde a los durmientes)



(Ilustración de Gustave Doré)


jueves, 21 de septiembre de 2017

"Las democracias se hacen con ciudadanos. Las patrias viscerales necesitan extranjeros, enemigos, traidores, apóstatas. Renegados. Nada define mejor a una patria que la designación de un enemigo." Antonio Muñoz Molina en defensa de Juan Marsé






















Bendita ira la de Antonio Muñoz Molina en un artículo en defensa de Juan Marsé por las barbaridades que se emiten contra él con la mano alevosa y negra del anonimato. Aunque ya se sabe quién está detrás. Muñoz Molina reivindica a Marsé como muy útil y me impresiona cuando dice: "Las democracias se hacen con ciudadanos. Las patrias viscerales necesitan extranjeros, enemigos, traidores, apóstatas. Renegados. Nada define mejor a una patria que la designación de un enemigo."

Por su valor, reivindicando la personalidad y la labor de Marsé, y porque, por fin, se empiezan a escuchar voces contra la ignominia y la agresiva desfachatez política, reproduzco aquí el texto de Muñoz Molina:  

"No puedo contenerme ahora mismo. No quiero. Acabo de ver una foto de Juan Marsé cruzada por un letrero escalofriante en catalán: Renegado. Su cara noble como de boxeador viejo en primer plano, y esa palabra siniestra, esa acusación, ese estigma. Juan Marsé es un renegado por decir aquello que lleva diciendo desde hace más de medio siglo: lo que le da la gana. De muy joven Marsé empezó a escribir novelas que rompían con furia y belleza el sopor policial del franquismo. Fue el cronista de la Barcelona de las periferias emigrantes y de los barrios burgueses, con una ambición abarcadora de novelista francés del XIX. Su primera obra maestra Últimas tardes con Teresa , estaba llena de citas de Stendhal y de El rojo y el negro: Manolo el Pijoaparte era un trepador empujado por el instinto y el rencor de clase, como Julien Sorel, con un fondo suburbial y felino de rumba catalana. Marsé ha escrito y dicho lo que le da la gana hasta el punto de que su novela más grande, Si te dicen que caí, la publicó en México en 1973 para no someterse a las censuras y las autocensuras inevitables en España. Cuando se publicó aquí, en 1977, nos estallaba en las manos a quienes queríamos ser escritores, contar el mundo cercano y al mismo tiempo construir edificios luminosos de literatura. La libertad con la que había sido escrita esa novela era el anticipo de la que nosotros mismos queríamos ejercer en la literatura y en la vida. Marsé escribía un castellano tan libre porque era para él una lengua fronteriza, entrecruzada con el catalán, empapada de él. Marsé es un hombre íntegro, sentimental y huraño que puede enfadarse mucho, y lo ha hecho muchas veces, incluso con gran escándalo público. 

Ahora los patriotas del banderazo y la hoguera han decidido señalarlo con lo que para ellos es el peor de los insultos: renegado. Un renegado es peor que un extranjero, porque a su alevosía une la condición de traidor. Los héroes de la libertad de los pueblos no sienten el menor interés por la libertad de las personas. Los pueblos son abstracciones a las que se puede atribuir cualquier virtud y hasta cualquier impulso de ira justiciera. Para mantener siempre su pureza necesitan enemigos exteriores y chivos expiatorios. Cualquier sátrapa y cualquier aspirante a comisario político puede ejercer con éxito la ventriloquía patriótica o justiciera y presentarse como portavoz del pueblo. Las personas concretas tienen una cara, una voz, una voluntad soberana o caprichosa. También tienen domicilio, y número de teléfono. Si las señalan son muy vulnerables. Algunas tienen trabajos y corren el peligro de perderlos. Juan Marsé fue un resistente contra la dictadura y es uno de los grandes escritores de España y de Cataluña, pero ahora resulta, a los ochenta y tantos años, que es un renegado. La foto de un renegado se puede quemar. También puede servir para acosarlo. 

Se trata de una figura muy útil. Las democracias se hacen con ciudadanos. Las patrias viscerales necesitan extranjeros, enemigos, traidores, apóstatas. Renegados. Nada define mejor a una patria que la designación de un enemigo. Cuando era joven, Juan Marsé formó parte de lo que los franquistas llamaban la anti-España. Ahora lo han arrojado a la anti-Cataluña, en compañía , entre otros, de enemigos como Antonio Machado, Goya, Calderón, Negrín… 

Todo esto es de una inmensa tristeza, de un aburrimiento insufrible."

http://xn--antoniomuozmolina-nxb.es/2017/09/los-impuros/















miércoles, 20 de septiembre de 2017

Por ahí no paso. Marsé, Cervantes y Joanot Martorell





















No sé si algunos pretenden que Cataluña deje de ser una de las comunidades más cultas y tolerantes de España pero a quienes la hemos admirado en su vertiente más creativa y abierta ciertos gestos nos preocupan. ¿Que algunas fechorías son hoy minoritarias y que no hay que exagerar? Se sabe cuándo empiezan a cometerse y nunca se sabe su deriva, como las guerras. El caso es que no puedo aceptar que un autor como Juan Marsé, que te pude gustar o no, pero que tiene un repertorio de novelas más o menos interesantes y con una literatura bastante medida, pueda ser puesto en el punto de mira de los bárbaros solo porque haya escrito siempre en castellano y porque no esté a favor de independencia política alguna, por lo que ha firmado un Manifiesto anti independentista aparecido estos días. Se empieza llenando de tachaduras e insultos -le llaman botifler y renegado entre otras lindezas- páginas de libros suyos de alguna biblioteca y se sigue...¿llevándolos a la pira, por ejemplo? Si lo primero ya es insensato lo segundo sería un crimen. Puede que sea una iniciativa alocada muy individual pero me preocupa que pueda haber más iniciativas de este tipo. Suelen ser las que más cunden al principio y que más adelante dan un salto en direcciones más agresivas, aparte de que el autor o autores de este tipo de ejecuciones librescas demuestran ser unos incívicos con sus propios medios públicos, y eso ya dice lo suyo. No, la estúpida irracionalidad de tachar y poner frases agresivas en un libro no dice mucho a favor de la causa identitaria.

Miren, soy una esponja y admito por las buenas todas las expresiones respetuosas y respetables. Pero que no me toquen un libro ni se metan injustamente con un autor, salvo para enjuiciar y opinar pacífica y críticamente sobre su obra. Uno no quisiera que este tipo de gestos de supuestos cachorros de cruzadas por la patria fueran representativos de aversión, odio e incultura. Ya ha habido excesiva Inquisición y Santo Oficio en este país, demasiados pistoleros, demasiadas dictaduras. Cataluña no se merece ser traicionada ni por la intolerancia ni por el analfabetismo.  A los autores de Tirante el Blanco no les gustaría. Porque ¿quién es más renegado, el que escribe en la lengua que quiere y como le apetece o el que traiciona y persigue la cultura, que no es sino la libre expresión, cuya propiedad no es de nadie en particular pero es el espacio de todos?




Los violentos que empiezan a asomar en el procés, hoy de baja intensidad, deberían saber la estima que Miguel de Cervantes -este escritor de perspectiva vital inmensa es de mucho antes a 1714, señores, y nada sospechoso de especiales connivencias con fanatismos y gobiernos-  sentía por la magna obra de caballería titulada Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell y Martí Joan de Galba, del siglo XV. Y miren, me apetece reproducir la opinión que tiene sobre ella Don Miguel por boca del cura cuando se dispone junto con la ama, la sobrina y el barbero a destruir la biblioteca de Don Quijote:


"—¡Válame Dios —dijo el cura, dando una gran voz—, que aquí está Tirante el Blanco! Dádmele acá, compadre, que hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos. Aquí está don Quirieleisón de Montalbán, valeroso caballero, y su hermano Tomás de Montalbán, y el caballero Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirante hizo con el alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con los amores y embustes de la viuda Reposada, y la señora Emperatriz, enamorada de Hipólito, su escudero. Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es este el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros deste género carecen. Con todo eso, os digo que merecía el que le compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida. Llevadle a casa y leedle, y veréis que es verdad cuanto dél os he dicho." 

(Don Quijote de la Mancha, Primera parte, capítulo VI, edición del Instituto Cervantes de 2004, a cargo de Francisco Rico)

¿Cómo encaja la verdad del pasado en las dudosas aventuras de caballería que algunos pretenden en estos días? Disfrutemos de la literatura, que es la vida misma, y dejémonos de zarandajas que nos van a hacer daño a todos. Pero este consejo de viejo no les gustará escuchar a muchos que se han metido en camisa de once varas. 




(Los grabados pertenecen a la extraordinaria edición bibliófila del libro Tirant lo Blanc, cuatro volúmenes, ilustrado por Manuel Boix para Edicions de la Tercera Branca)



martes, 19 de septiembre de 2017

La Lamentable desaparece









La lamentable desaparece. Lo han decidido quienes venían haciendo esta página desde hace seis años largos. El país de países  -los bobos la llaman la nación de naciones-  les ha debido cansar a los que formaban el alma y el cuerpo de la web. España y Cataluña, o monta tanto, o España a secas, de sequía y de secano, aburre al más resistente, salvo a los corruptos, los oportunistas y los insensatos. Como no llueva algo que haga fructificar a sus pobladores estaremos buenos. Como no haya oxigenación, fecundidad y buenas cosechas tolerantes y con futuro nos cansaremos todos. Marcelo en Ensilgor dijo que algo olía a podrido en Dinamarca. ¿Cuándo podremos dejar de aplicar la cita a nuestro propio país, incluido el que algunos intentan desligar, como si allí en el suyo estuvieran limpios de polvo y paja? Permítaseme decirlo: es lamentable que desaparezca La lamentable. Cualquier voz que nos deja huérfanos es una pérdida para el futuro. Nosotros veremos si preferimos andar extraviados o renacer.


http://lamentable.org/lamentable-adios-esp/


lunes, 18 de septiembre de 2017

¿Parábola?









¿Y por qué me parece a mí que lo que escribe Jean es una parábola muy actual? ¿Que no es una casilla ajena ni casual donde ha caído el dado de cada jugador? ¿Que ciertos sones seductores van a volverse contra quienes han sido seducidos y también contra los que nos sentimos engañados? ¿Que el vuelo de un ave doméstica no puede ser de largo trayecto? ¿Acaso que se eleven en su orgullosa y aparente majestuosidad quiere decir que se remonten más allá de un vuelo rasante próximo al suelo? Tanto ruido al batir las alas ¿no implica un viaje imprudente y egoísta? ¿Es que una vuelta al paraíso soñado no es sino un señuelo porque tal edén no existe? ¿Y que la aventura juguetona disfrazada de épica no va a traer nada bueno ni para las osadas aves ni para el gallinero? ¿Por qué los ciegos siguen a otros ciegos?


*Algunas preguntas de un pensionista y no solo ante un libro, Bertolt.


http://tulaevanescente.blogspot.com.es/2017/09/36-llamada-al-origen-salvaje.html


domingo, 17 de septiembre de 2017

Tarde de domingo con Philip Glass

















Entre tanta publicidad comercial y política enajenantes, me dispongo a escuchar a Philip Glass para hacer llevadera la tarde de domingo casi otoñal. Es música de su Mishima, pero interpretada por Catalyst Quartet. La luz se resiste a dejar de ser intensa pero abres la ventana y se percibe fría. Propuesta de las horas que quedan de la jornada: no ver noticiarios de tv, no abrir páginas de prensa en internet, no mirar ningún video tonto de los que suelen llegar por el móvil, no discutir con nadie aunque vengan con ánimo de incordio, coger el periódico habitual solamente para hacer los crucigramas, leer unas páginas del recochineo que se traen los Escritos irreverentes de Mark Twain, tomar una cerveza tostada bien malteada y con doble lúpulo (según la etiqueta), cenar una rebanada de pan con tomate bien untado en aceite de arbequina, ver algunas secuencias de la película Mishima de Schrader, por el solaz y recreo de las imágenes más estéticas y las composiciones más inquietantes, bostezar libérrimamente cuando lo pida la saciedad o el tedio, reflexionar de pasada sobre lo reconfortante que es saberse un día más a salvo de superiores carencias y de orfandades no deseadas. Mañana, el eje de rotación y el de traslación dirán lo que tengan que decir.




sábado, 16 de septiembre de 2017

Mientras tanto














Estive sempre sentado nesta pedra
escutando, por assim dizer, o silêncio.

Eugénio de Andrade, A beira de água.



A veces dan ganas de sacar el letrero. Sé que algún día lo haré. Solo aspiro a que sea un acto voluntario y decidido. Me horroriza pensar que otro hombre o el mecanismo bruto de imposición de otros hombres pueda hacerlo por mí y, sobre todo, a mi pesar. No es que me agrade tampoco que la naturaleza me imponga su ley para mí involuntaria, pero sería más fácil de aceptar. Al fin y al cabo uno se sabe más materia que idea. Más sueño que conciencia. Más humano que divino. Pero mientras tanto que la palabra quede en el cuarto de atrás de las intenciones. Tampoco me interesa saber si el día que haya que sacar el cartel estará escrito con caracteres árabes, chinos o marcianos. Eso sí, qué pena no tener más vidas para aprender nuevas caligrafías, puro erotismo siempre para mis sentidos.




viernes, 15 de septiembre de 2017

Hastío y enfado






















¿Nos merecemos la incompetencia e ineptitud de nuestros dirigentes, los de allí y los de aquí? ¿Hay un desencuentro real entre la ciudadanía? ¿Por qué se auspician divisiones y se recurre a mitos para justificar aventuras que no pueden traer nada bueno para nadie? ¿Por qué se siembran odios gratuitos? ¿Por qué hay tanta deficiencia inteligente y tan escaso nivel cultural y político entre los gobernantes y los líderes de los partidos? ¿Por qué esos gestos de soberbia e insolidaridad por doquier? ¿Por qué tienen que hablar en nombre de todos sin que todos estén de acuerdo con ellos?¿Por qué volver a viejas rencillas e inútiles y atávicas disputas que para gran parte de nosotros ya estaban superadas? ¿Tiene el ciudadano de a pie que soportar que se esté jugando con fuego entre tirios y troyanos, propiciando situaciones peligrosas que nadie quiere? 

* Algunas preguntas de un pensionista y no solo ante un libro. (Que también podría ser, Bertolt. El libro de la vida depara páginas inciertas) 



(Grabado de Goya)

jueves, 14 de septiembre de 2017

A qué Cataluña homenajea 'Homenaje a Cataluña'

















Un texto ajeno que corto y pego aquí. Es de Miquel Berga, en el prólogo a la edición española de Orwen en España. George Orwell, Homenaje a Cataluña y otros escritos, en edición de Peter Davison, publicado en Tusquets en 2003.


“Homenaje a Cataluña” constituye el texto central de “Orwell en España”. El reportaje de Orwell sobre sus vivencias en Barcelona y el frente de Aragón ha conseguido, con el paso de los años, convertirse en uno de los libros más valorados del autor y formar parte de la memoria cultural de aquella guerra civil. Contra múltiples obstáculos y un cúmulo de circunstancias adversas, el libro de Orwell se mantiene como uno de los testimonios más escuchados y respetados del conflicto. Entre las innumerables batallas textuales que la guerra originó y que, por supuesto, siguen librándose, el relato de Orwell es un texto canónico en la escritura de guerra en general y un punto de referencia en el imaginario colectivo sobre la guerra civil española. El historiador Pierre Vilar, superando su escasa simpatía por las posiciones políticas del autor, lo formuló de una manera algo rocambolesca: «La imagen de un país (incluso cuando es inexacta) que proyecta un testimonio con gran audiencia (incluso cuando sus razones son discutibles) se convierte en parte de la historia de este país». Estamos, en efecto, ante un libro singular por varios motivos. De entrada sería conveniente aclarar algunas confusiones suscitadas por el título mismo, “Homenaje a Cataluña”. Por una parte, para varias generaciones de lectores de todo el mundo es posible que haya significado una carta de presentación sobre la existencia de un pequeño país, «Cataluña», cuyas posibilidades de proyección internacional eran escasas bajo el régimen de uniformismo cultural y lingüístico impuesto por la dictadura franquista. Sin embargo, Orwell prácticamente no se refiere a cuestiones de identidad nacional ni pondera el peso del republicanismo catalanista en el conflicto. El «homenaje», para decepción de nacionalistas catalanes adulados por el título, apunta principalmente a la actitud idealista y fraternal de algunos milicianos catalanes. «Cataluña» se usa como un referente simbólico, una sinécdoque, en la que el todo, en realidad, nos remite a la parte. En mi opinión, lo que quiere sin duda celebrar Orwell en su título es la epifanía política que ha vivido en Cataluña, una revelación ideológica que va a marcar su futura obra literaria. Mi propuesta es leer el título como si contuviera una elipsis: «Homenaje a [los días que viví en] Cataluña».






miércoles, 13 de septiembre de 2017

Irma la amarga o el espectáculo Miami




















Déjenme que ponga las tintas en lo aparentemente secundario, desde cierto punto de vista. Primero reconocer que un terremoto, un huracán o cualquier otro elemento desatado de aquello que no controlamos los humanos causa daño, dolor y muerte en cualquier lugar del planeta. Reconocer y recordar que los efectos de cualquiera de esos elementos perjudican a otras especies animales, a la configuración de los terrenos, a las infraestructuras de las ciudades y pueblos y, en definitiva, a la vida humana. Recordar que no afecta por igual a unas zonas u otras del planeta en cuanto efectos de desastre. Que los habitantes de todos los países no pierden de la misma manera cuando son golpeados. Irma la amarga (se me disculpe, por favor, la analogía del nombre con la película estadounidense Irma la dulce, un tema que no tiene nada que ver) acecha contra poblaciones de distinta condición. Hay que recordar, por lo acontecido en ocasiones anteriores,  que reponerse de la devastación no tarda tanto en países ricos como en países pobres. Recordar que incluso en los países ricos sufren más los que menos capacidad económica e influencia social tienen respecto a sus clases medias y no digamos altas, que solo ven los riesgos por internet. ¿Y todo esto es secundario? Para mí no, para el sistema mediático sí. Porque para los medios informativos parece que la versión y muestra de los problemas viene determinada a través de los poderes fácticos de los USA, y eso pasa a ser como lo principal. Y con esto no resto importancia al azote de un cataclismo, solo intento situar realidades que son sentidas de diferente manera y relatadas con distinto rasero, si se relatan. 

La paradoja de estos días está siendo que Irma ha herido en fuerza y extensión a zonas y estados de los USA como acaso no lo hacía desde hace mucho.Pero antes se había enfurecido con varias islas de las Antillas, Haití, República Dominicana, Cuba. ¿Cuánto nos han contado los mass media sobre el desastre en esas zonas? Pero eso sí, nos cuentan al minuto desde la Sexta, la A3, la TVE cómo avanza el huracán y qué sucede en Florida y lo que venga después. America first,  ya lo dijo el number 1 de los USA no hace mucho. Y los medios siempre haciendo espectáculo noticia. ¿O es noticia espectáculo? ¿Cuánto ha durado la información sobre el terremoto ¡de magnitud 8,2! de Méjico de hace unos días? Y así para todo. 

Es cierto que la información que nos dan del Irma en la península de La Florida proporciona elementos interesantes que nos hacen pensar. Meditar sobre la reacción humana, sobre los medios para combatir la arremetida de la naturaleza, sobre la organización colectiva que les permita sobrevivir. Esos millones de evacuados, refugios repletos de gente, organización de Protección Civil, bomberos, sanitarios, todo funcionando a tope; incluso un mensaje escuché ayer de un responsable de estos medios a unos cuantos vecinos: ayúdense unos a otros. Confieso que me gustó: unas críticas no pueden empañar otras actitudes constructivas. No, no me alegro en absoluto que el mal azote territorios de los USA. Solo señalo la paradoja de que ni los más ricos del planeta se libran de las vicisitudes. Y la paradoja es más sangrante cuando el presidente que tienen es un negacionista del cambio climático. Que no se implica en las decisiones de otras potencias internacionales y no firma tratado alguno para tomar medidas que rebajen la incidencia destructiva de la productividad humana sobre la naturaleza. Siempre se ha dicho que se aprende del sufrimiento, de la destrucción, del fracaso.  En este caso, y cuando pase el temporal, digamos, y se lleve a cabo la reconstrucción  -ojo, que la reconstrucción de aquellas inundaciones de Nueva Orleans tardó mucho en tener lugar y no sé si aún les queda un trecho-  tendrán oportunidad los estadounidenses de afrontar la paradoja y hacérselo saber al de America first.

Mientras, insisto: ¿cómo han quedado otras naciones donde Irma les ha tocado y no precisamente con su varita mágica? ¿Qué sabemos de ellos? ¿Cuánto coste y perjuicio les ha causado? ¿Qué estado de habitabilidad y de condición de vida les ha dejado? Desgraciadamente, para los tiempos que corren esa serie de países caribeños no proporcionan la noticia de que le gusta ser objeto al gigante USA. Pero esta vez el coloso que ha echado un pulso con la superpotencia no es un superpoder con el que se pueda pactar. Irma tiene sus leyes y no se doblega ante ninguna White House


(Francisco de Goya: el Coloso)


lunes, 11 de septiembre de 2017

La autoseducción de la masa


















La masa se seduce a sí misma. Se contempla como única en el colectivo abigarrado, agitadora de banderas, vocera de consignas, porteadora de símbolos, agitadora de emociones, misionera de nuevos paraísos, caminante de pasos designados por una élite oscura, exultante de haber tocado cielos y, por lo tanto, perdiendo la noción de que sus pies deben mantenerse sobre el suelo. La masa se mira una y otra vez como Narciso en el agua calma del arroyo, solo que el curso donde la masa se recrea suele ser con frecuencia  turbulento.

"Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido. Desea saber quién es el que le agarra; le quiere reconocer o, al menos, poder clasificar. El hombre elude siempre el contacto con lo extraño", decía Elias Canetti en Masa y Poder . Pero ese miedo del individuo al contacto con otros en la vida cotidiana tiene una contrapartida: la seguridad que proporciona la masa. "Sólo inmerso en la masa puede el hombre redimirse de este temor al contacto. Se trata de la única situación en la que este temor se convierte en su contrario. Es esta densa masa la que se necesita para ello, cuando un cuerpo se estrecha contra otro cuerpo, densa también en su constitución anímica, es decir, cuando no se presta atención a quién es el que le «estrecha» a uno. Así, una vez que uno se ha abandonado a la masa no teme su contacto. En este caso ideal todos son iguales entre sí. Ninguna diferencia cuenta, ni siquiera la de los sexos. Quienquiera que sea el que se oprime contra uno, se le encuentra idéntico a uno mismo. Se le percibe de la misma manera en que uno se percibe a sí mismo. De pronto, todo acontece como dentro de un cuerpo. Acaso sea ésta una de las razones por las que la masa procura estrecharse tan densamente: quiere desembarazarse lo más perfectamente posible del temor al contacto de los individuos. Cuanto mayor es la vehemencia con que se estrechan los hombres unos contra otros, tanto mayor es la certeza con que advierten que no se tienen miedo entre sí. Esta inversión del temor a ser tocado forma parte de la masa. El alivio que se propaga dentro de ella (y que será tratado en otro contexto) alcanza una proporción notoriamente elevada en su densidad máxima".



(Fotografía de Misha Gordin)




viernes, 8 de septiembre de 2017

Las sombras de Can Valero Petit o la memoria lúcida de Miquel Cartisano




No, no voy a hablar de geografía urbana. Voy a hablar de alguna manera de Historia de España. Cuando leo el relato Las sombras se equivocaron de dueño por supuesto que rebajo el porte y el tono del autor adulto, Miquel Cartisano, al que trato de imaginar en pantalón corto. No me cuesta verle como niño si pienso en lo del pantalón corto porque yo los llevé también. Me cuesta verle niño porque él es hijo de las barracas allá por los 50 y 60 del siglo pasado y si uno se atiene al relato que Miquel hace en su libro no es fácil imaginar lo que tuvo que ser la vida de carencias. Personales y comunitarias.  

Se podría hablar de sociología urbana y de historia de la ciudad llamada Barcelona. En diversas ocasiones he leído textos interesantes que me han acercado a realidades del pasado sobre esa ciudad de bastantes prodigios pero también de extraordinarias desigualdades. Miquel Cartisano lo pone más fácil. Centrándose en su experiencia de infancia en el lugar en que vivía, a la vera de la montaña de Montjuïc, Can Valero Petit, simplemente relata a pinceladas la intimidad y el entorno de lo vivido bajo su prisma de niño. En el libro no se desarrolla una trama compleja o etnográfica, que probablemente el autor podría haberla intentado, pero sí extractos constantes y profundos de reflexión. Porque la memoria de Cartisano es lúcida, auténtica, honesta. Una reflexión abierta, pues el autor se limita más bien a poner el color y la forma de un paisaje para que el lector extraiga las luces y las sombras. Las del pasado y las de la historia. En ese sentido no es un libro ni costumbrista (¿costumbrismo en las chabolas?) ni mera sucesión de anécdotas. El libro lleva implícita una filosofía de a pie: la que emana de la propia condición obrera, la de los perdedores -proviniesen de una guerra o del subdesarrollo general del país que obligó a tantos al desarraigo- que deben sobrevivir y adaptarse. En este sentido el lector valora ampliamente ese continuo relato acerca de cómo la carencia y los bajos ingresos económicos llevaba a las gentes a afinar el empleo de sus medios domésticos escasos o a medir los gastos, dentro o fuera del ámbito del barrio de barracas.   




Can Valero era un barrio de barracas, calles sin asfaltar, viviendas que no tenían siquiera que haber llevado tal nombre si no es por la dignidad que aportaban sus moradores, en su mayor parte provenientes de la emigración de otras zonas de España. Lucha por subsistir en el día a día y la dificultad añadida de la convivencia en el seno de las familias pobres. "En las barracas, las caricias y el dinero siempre escasearon por un igual", dice el autor en uno de los capítulos. Pero no por ir el libro de esa situación degradada en la que vivían tantos catalanes y españoles en aquel tiempo se piense el lector que Miquel Cartisano cede al victimismo, algo que tanto se lleva en los tiempos presentes, ni escribe para conmover superficialmente. Él es escueto y como domina el tono del niño que fue y que al escribir parece recrearse en él a través de sus recuerdos el libro rezuma bonhomía. Ayuda a ello un punto irónico unas veces, de deslizamiento de ternura otras, de perplejidad incluso, sin que la redacción severa resulte en ningún momento áspera.  Y cuando el lector lee determinados párrafos del libro se da cuenta de que no se habla tanto de infancia, de chabolas, de padres y madres, de los amigos de la misma edad, del tendero, del bar, de los pequeños y lentos cambios que se iban introduciendo. O se habla de todo ello. Porque todo eso y más es la intrahistoria, y buena prueba es esta parrafada:

"La palabra emigrante solo era válida para los que marchaban a Alemania, a Bélgica, a Francia...

Para los que pisaban Barcelona venidos desde cualquier otro punto de la península, el nombre peyorativo y con el que les denominan los lugareños era el de murciano, que lentamente y con el mestizaje pasó a denominarse charnego.

Mi madre era charnega. Y yo, por mucho que me opuse a efectos de no sé qué circunstancia, también.

En las barracas existía la conciencia 'de clase'; aquella de saberse protegido por un trabajo y, por él, reconocido. A nadie le ofendía que le llamaran obrero o peón, antes bien, era esa la condición elemental para sentirse unido a todo aquel conglomerado de personas que vivían en la misma situación. En el mismo medio.

Nadie estaba allí por gusto.

Las señas de identidad de un obrero eran sus herramientas. Rara era la chabola en la que entraras que no hubiera al lado de la puerta los instrumentos de faena bien a la vista. Instrumentos que siempre se enseñaban al visitante como el dato que certificaba que allí vivía una persona de la misma clase y condición que las demá, una persona trabajadora."

    



¿Que atrapa la lectura de Las sombras...? Sin duda. Por dos motivos. Por el tratamiento medido, estrictamente narrativo, sin mayores florituras ni desviaciones, que te hace captar la situación. Dicho de otro modo: lees el texto conciso y preciso y ese texto provoca automáticamente en el lector una imagen correlativa. Ves a los personajes, sin estridencias ni dramatismos, aunque sospecho que vivir en Can Valero era un drama, no sé si abierto o contenido, cada jornada- Un drama asumido. Pero Las sombras se equivocaron de dueño cautiva también por su estilo expresivo: párrafos cortos que me hacen pensar que poseen un potente carácter de narración oral. En las páginas del libro la presencia cálida y ordenada de la madre es una constante. Desaparecido por propia voluntad el padre, la madre y el hijo conforman un tándem de supervivencia y arropamiento admirable y estricto dentro de la escasez. "Mi madre solía decir que a la vida no se le podía pedir más de lo que estaba dispuesta a darte, pero que todo lo que te daba era más que suficiente, porque eran cosas de las que anteriormente habías carecido", dice el autor. Este tándem que para el autor del libro era una impronta afectiva, que modelaba una ética y que propiciaba un aprendizaje constructivo se reforzaba también en la infancia con las vivencias cómplices con su pequeño grupo de amigos íntimos que iban explorando la vida.

Como acabo de leer el libro y aún estoy mediatizado por lo que cuenta Miquel Cartisano no me queda sino recomendar su lectura. En especial a cuantos han extraviado la memoria personal o la niegan, que es tan histórica y tan válida como la de los anales que suelen escribirse. A los hijos de los charnegos, por si han olvidado sus orígenes o los de sus padres, tan dolorosos y sacrificados. A los independentistas de estos días que creen descubrir un nuevo mundo, porque nunca viene mal que se les recuerde que el desarrollo de los territorios y el bienestar de los individuos se hace entre todos y a pesar de algunos, y no hay ningún carisma que garantice la convivencia que no sea el que viene del esfuerzo del trabajo y del acuerdo entre iguales. 





 (El autor del libro, Miquel Cartisano Méndez)

Las sombras se equivocaron de dueño, de Miquel Cartisano, está publicado por Emboscall, Moment Angular. Barcelona, 2017. 9 euros.


(Las fotografías están tomadas de internet sin que haya visto con claridad si figuraban autores)


jueves, 7 de septiembre de 2017

Hebras


















Este país nuestro (¿nuestro?) es muy raro. A la ciudadanía (¿ciudadanía?) le gusta vivir secuestrada. La que habita todas las comunidades, regiones, ciudades, pueblos y aldeas del territorio que va desde Creus al Peñón y de Gata a la Estaca de Bares. A la ciudadanía le gusta que otros (unos pocos) decidan por ella. Le gusta ser conducida, estar entregada y abandonarse. Visto lo que está sucediendo con el secesionismo catalán creo que no libro a nadie. No nos libramos nadie de que suceda lo que sucede. No solamente instituciones, partidos o corporaciones, a las que concedo especial responsabilidad pero no única, sino que el español de a pie no ha querido afrontar situaciones durante las últimas décadas. Nadie parece darse cuenta que todo es dinámico y cambiante (incluso muy mutante) y que el anquilosamiento y la obsolescencia en materia de relaciones sociales y políticas es tan nefasto con en materia técnica y mecánica. La ciudadanía ha vivido mejor en su limbo del consumo desaforado de cada día y en el espectáculo mediático y diverso a todas horas que, por cierto ella misma genera y sostiene con su capacidad productiva y con su gasto. Cogidos estamos todos por nuestras propias indiferencias. La grey se ha hecho con el individuo, éste ha sido embaucado por la demagogia de la felicidad y la renuncia al pensamiento, y a todo tipo de poderes (incluidos aquellos de los independentistas, que no son más santos ni más justos, y que les van a exigir tanto o más que al resto) les viene muy bien. Nos hemos puesto nosotros mismos la mordaza. Tendremos que pencar con problemas que nos da miedo hasta imaginar. Remendando aquel viejo chiste del gran Perich, una vez más habrá que decir: jódanme en español, por favor, jódanme en catalá, si us plau.



(Mapa de España de 1850)


lunes, 4 de septiembre de 2017

¿Para qué sirve un fotógrafo como Joan Colom, por ejemplo?


























Sirve por ejemplo para no olvidar ninguna imagen vivida, por nuestros antepasados o nosotros mismos, y levantar acta de la vida y miserias, más que milagros, de muchos paisanos.













Sirve para que nunca se olvide el extremo dolor producido por una dictadura.





















Sirve para que no olvidemos que en este país ha habido niños que no han tenido infancia.





















Sirve para que las generaciones presentes y venideras sepan que fue perseguida la sexualidad libre por la Iglesia y por el Estado e inducida hacia el lado oculto de las vidas de los españoles.

















Sirve para que que no se olvide el desgarro y el dolor de la calle.














Sirve para recordar que el machismo imperante, hijo de una sociedad patriarcal que hacía de menos a la mujer, viene de muy atrás.
















Sirve para reflexionar sobre la extensa pobreza que entristecía la vida de tantos niños.




















Sirve para que no se olvide la condición miserable y la actividad degradante de los barrios chinos (que de chinos no sé qué tenían)




















Sirve para que se tenga presente lo que tuvieron que acarrear muchas criaturas con el fin de llevar una pela a casa.

















Sirve también para no ignorar la soledad de la vejez callejera.


















Sirve para pulsar el valor de la conversación entre vecinos.














Sirve para no confundir el culo con las témporas.


Esta selección de fotografías de Joan Colom, muerto ayer a los 96 años, son solo eso, unas cuantas fotografías elegidas con intención. Por que la intención, que es subjetiva, se basa en la Historia, que es tal cual, y domina y marca no solo vidas sino interpretaciones particulares, aunque no roce a todos por igual. En las escuelas ya deberían enseñarse materias, en lo que respecta a la historia de parte del siglo XIX y todo el XX, con este tipo de elementos, superando las meras relaciones de fechas y hechos históricos, o las anodinas narraciones de situaciones económicas y sociológicas de un país y un tiempo determinados. Las imágenes fotográficas, por sí mismas, y más si es obra honesta, ya explican los sucesos, las formas de vida, los fenómenos a veces chocantes que se producen día a día en una ciudad. La fotografía es crónica que habla y permite reflexión. A diferencia de una película, donde cabe un grado de invención superior, aunque muchas de ellas tengan análogo carácter de retratar una sociedad, y sean útiles y necesarias en ese contexto, y más si se añade una creación estética digna de tal nombre, las fotografías de autores de raza como Colom son lenguaje en estado bruto  y dinámico. Las gentes de la calle se mueven, actúan en sus quehaceres o abandonos y el fotógrafo, como dice el dicho, estaba allí para fijar el tiempo y el movimiento. Y la condición social y personal de tantos seres que nos han precedido en épocas más oscuras y dificultosas. Valga este comentario como homenaje a Joan Colom, un imprescindible de todo un espectro amplio (Boix, Catalá Roca, Miserachs, Maspons, Pomés, Catany...casi todos desaparecidos ) gracias a los cuales sabemos más.



(Joan Colom en una foto de Doménech Umbert)