"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





lunes, 30 de mayo de 2022

El pasado como escenario cinematográfico (Serie negra, 96)

 



Anda por aquí tu amigo Seymour, dice Madox, el director de fotografía, a Lynn. No sé cómo se ha enterado de que estamos haciendo un reportaje de las ruinas, pero no te extrañe si aparece en cualquier momento. Lynn pone cara de disgusto. Seymour se entera de todo, es como si siguiera nuestros pasos. ¿Nuestros pasos? ¿No serán los tuyos?, le dice Madox. Puede que también, matiza la arqueóloga, pero no solamente por celos. O acaso ni siquiera por celos. Él siempre quiere estar informado. Nunca ve una actividad ajena en su punto justo, sino que piensa que detrás tiene que haber siempre otra intención. Ya sé que es muy propio de un diplomático, pero en el caso de Seymour es obsesivo. ¿Tal vez por la crisis internacional?, apostilla el director. En ese caso, más vale que nosotros permanezcamos al margen. Lynn niega con la cabeza. Nadie está al margen cuando el mundo está a punto de saltar por los aires. Ni siquiera los pastores y otros nativos, que han vivido en su mundo aséptico, permanecen hoy día seguros. Cualquier tensión de un rincón del planeta repercute en el que está más lejano. El precio a pagar será mayor o menor en función del interés que tenga para los poderes que compiten el espacio en disputa. O los objetivos recónditos que persiguen. Además, si lo piensas bien, Madox, estas mismas ruinas ya han pasado por decadencias, probablemente sucesivas. La pugna por territorios y hegemonías es tan antigua como las primeras civilizaciones. Que ahora alcancemos a ver la magnificencia de aquellos poderes que se consolidaron, sometiendo a otros a su vez, nos permite concluir que también ellos tuvieron su final. Cuando hablamos del pasado, ¿de qué hablamos realmente? ¿De las ilusiones que percibimos acerca de un mundo desaparecido? ¿De las imágenes de sus grandes y avanzadas obras? ¿De la herencia del sentido de una estética y una realización técnica que resultaron a la larga efímeros, por más siglos que durase? Nos complacemos en estas muestras que nos dan idea de su desarrollo material y, por lo tanto, de conocimientos. Han sobrevivido más o menos bien y las valoramos. ¿Nos debemos quedar ahí? ¿No conviene explorar la historia oculta de estas culturas, que poco a poco nos ofrecen datos para que interpretemos las extensiones y los límites de tal obra humana? No puedo por menos que comparar, dentro de una relativa ficción, aquellos milenarios tiempos con los que vivimos ahora. Es como si la naturaleza humana siguiera teniendo los mismos comportamientos. 

Sé que te gusta establecer analogías, Lynn, dice Seymour, que acaba de aparecer en medio del rodaje. Se muestra cordial pero severo. Del pasado hay que aprender, pero sin conocer los detalles del tiempo que vivimos no podríamos hilar para resolver las enrevesadas tramas en que nos vemos hoy envueltos. Seymour, no te creí tan interesado en el cine al servicio de la cultura, dice Lynn con ironía ante la presencia del diplomático. Seymour esboza una sonrisa muy inglesa. Yo tampoco pensé que estuvieras tan prendada de la vida cotidiana de la gente de estas regiones. Sé que hablas bastante con ellas. Seguro que podrías contarme mucho. Lynn presume un tour de force con el recién llegado. Estoy ahora a lo que estoy, le replica con desdén. 
 





(Fotografía de Latif Al-Ani, Babilonia)

viernes, 27 de mayo de 2022

Una leyenda ancestral (Serie negra, 95)

 





¿Quiere que le cuente una historia que he escuchado desde niño? El rostro de Lynn esbozó una mueca sonriente que el zagal interpretó como afirmación. 

En una aldea de la región de Ur había un pastor que tenía dos canes para vigilar el rebaño. A uno lo llamaba Demiurgo y a otro Diablo. Un amanecer faltó una oveja, y entonces el pastor increpó a Demiurgo, con el que tenía más confianza por su buen hacer. ¿Por qué no estabas al tanto de tu tarea y evitaste la pérdida? ¿Preferías dormir? Entonces Demiurgo mostró congoja, hundió su hocico culpable, y le prometió que no volvería a ocurrir. El otro perro, Diablo, fingió solidarizarse con su compañero pero se alegró del fracaso. 

Al cabo de unos días sucedió de nuevo que otra oveja desapareció del aprisco. El pastor se volvió a encolerizar con Demiurgo. ¿Dónde estabas que no evitaste que nos robaran otra oveja? ¿Qué confianza puedo tener contigo? Diablo observó la escena frotándose las patas contento del mal ajeno mientras ponía cara compungida. Aprovechó la circunstancia y le dijo con mala saña al pastor: si quiere, yo puedo hacer la labor de cuidar el hatajo mientras Demiurgo reposa. Demiurgo se puso en pie y, no obstante ser un animal prudente y amable, ladró con cierto encono a Diablo. Este se hizo valer. ¿Te he sacado de tus casillas? ¿No eres tú el can preferido de nuestro jefe desde el momento que te puso ese nombre tan bondadoso que llevas? ¿Acaso yo no puedo tener la opción de ser solicitado de igual a igual por mi amo? Demiurgo, que, de acuerdo a su nombre era un perro benefactor, rebajó el tono de su ira. Por mí no tengo inconveniente, le dijo a Diablo. Reconoceré mis fallos ante el amo y le propondré que te eleve de categoría vigilante. No tienes por qué ser menos que yo. 

Como resultado de la gestión, el pastor aceptó otorgar a Diablo el nuevo estatus protagonista a cambio de que le garantizase una segura protección del ganado. Diablo hizo todo lo posible por mostrarse atento celador. No dormía ni de día ni de noche, pues las vigilancias de un hatajo, se mueva o permanezca inactivo, exigen mantener los ojos bien abiertos. 

Pasaron algunas jornadas cuando una mañana el pastor observó que faltaban dos ovejas. Pero, ¿qué es esto? Me fallaba Demiurgo y ahora me falla Diablo en mayor medida. ¿Qué has estado haciendo? ¿Te dejaste vencer por el sueño?, gritó furioso el pastor a Diablo. Has resultado ser peor cuidador que Demiurgo. ¿Tampoco puedo confiar en ti? ¿Ninguno de los dos me da garantías de que este aprisco va a estar protegido por las noches? No entiendo qué ha podido ocurrir, replicó el can acusado. He permanecido alerta, recorriendo el perímetro y olisqueando los alrededores por si a alguna alimaña o a un ratero se le ocurría hacer de las suyas. Todo ha ido bien. No tengo explicación. 

El pastor, que era más perro viejo que sus perros, se rascó el cogote. Te doy otra oportunidad. Os la doy a los dos. Si me defraudáis me pensaré qué hacer con vosotros. Tal vez os quite vuestros nombres o simplemente a uno le ponga el del otro, y al revés. Pasaron días y días y parecía que la regañina había causado efecto. O bien la amenaza de remitir sus respectivos nombres les había hecho más responsables. El cuidado del ganado fue eficaz. La seguridad imperaba. 

La víspera del día de la oración el pastor, que se había levantado ufano y de buen humor, se dirigió al redil para dar comienzo a la rutina ordinaria. Pero el redil estaba abierto, se hallaba vacío y no había rastro alguno de los perros. Desesperado subió y bajó las lomas del entorno. Tomó el camino de la cañada. Descendió por el valle hacia el arroyo. No hubo pasto habitual que no registrara en busca del ganado. Sin huella alguna de este. Se dirigió a la aldea, y enloquecido preguntó a los vecinos a grandes alaridos si habían visto sus ovejas y sus perros. Nadie sabía nada. Insistió sobre si a otros les había ocurrido algo semejante en sus establos y gallineros. Pero nadie se quejó de hurtos o depredaciones. ¿Quiénes cuidaban tus ovejas?, le preguntó el representante del cheik en el pueblo. Unas veces Demiurgo, respondió. Y en otras ocasiones Diablo. Pues como el asunto sea entre el Demiurgo y el Diablo poco podemos hacer los pobres humanos, le contestó la autoridad. 

Entonces el pastor maldijo el día que puso tales nombres a sus bestias domésticas. Dicen que aún se escuchan al alba voces atormentadas que claman con ira los nombres fatídicos de los perros. 

Yo, señora Lynn, dijo Mâlik, no las he escuchado jamás. 






(Fotografía de Latif Al Ani)

martes, 24 de mayo de 2022

Charla con el zagal Mâlik (Serie negra, 94)

 


Me gustaría ser pastora, comenta Lynn a Mâlik. Siempre se os ve tan apacibles y sin que os urjan los problemas del mundo. No crea, señora, replica con timidez el zagal. Estas horas de dejar pacer al ganado no son las únicas de actividad para nosotros. Hay que madrugar, ordeñarlas, estar vigilante de que nadie te roba alguna oveja, conducirlas al aprisco, recontarlas al final del día y vuelta a ordeñar. Hay días que puede ser peor, que te digan que no vayas a los campos y te quedes en el caserío haciendo queso con tu madre y tu abuela. O que te manden a algún recado por zonas peligrosas y te arriesgues a que te asalten. Hay que aprender a hacer de todo, es el consejo favorito de nuestros mayores. Si es un abuso, como dicen otros chicos, no lo sé. Pero es lo que ha ocurrido siempre y uno se deja llevar. ¿Qué puedo hacer? Cuando me haga mayor tal vez busque otro oficio. 

Lynn gusta de escuchar a las gentes sencillas. Es como si encontrara la contrapartida no solo a su trabajo callado sino sobre todo a la sociedad de la que ella procede. Mâlik la tiene confianza. Se permite opinar con la libertad con que Lynn ha sabido ganárselo. No se queje señora, su trabajo no está nada mal. Pasar horas y horas entregada a ver lo que encuentra tiene mérito. En mi aldea muchos no saben apreciarlo, aunque estén pendientes de lo que haya bajos nuestros pies. Pero siguen pensando que todo lo que aparece es para beneficio de los extranjeros, que se lo llevan a sus países, a eso que llamáis museos. Y puede ser peor. Cuando lo que se rescata del suelo protector cae en manos de traficantes de antigüedades sin escrúpulos o de militares que se han aprovechado alguna de sus conquistas. 

La arqueóloga admira la viveza y lógica del muchacho. Su receptividad, cómo escucha la visión que ella tiene del pasado y que tanto satisface a Mâlik. El zagal no había oído hasta entonces más que leyendas, y siempre le parecieron increíbles, si bien entretenidas. Lynn intercambia saberes con él. ¿Qué te parece si tú me hablas de tradiciones y cuentos de vuestros abuelos y yo te pongo al día de lo que nos van enseñando las ruinas sobre las gentes que habitaron estos lugares hace miles da años? 

Mâlik se ajusta la kefia que le protege del sol agresivo y polvoriento, y ella adivina tras su mirada que en aquella complicidad el chico se siente un adulto reconocido. Sé muchas historias, señora, y me gusta contarlas, exclama jubiloso el zagal. Ya que me das confianza, dice ella, te voy a advertir de algo que te puede interesar. Los de mi gobierno dicen que entre los pastores hay confidentes que sirven a otros gobiernos. A mí misma me señalarían si me vieran hablando frecuentemente contigo, Mâlik. Este da un respingo. Pero los pastores somos desde siempre gente neutral. Otra cosa puede ser que los propietarios de los hatajos y de otros negocios se presten a sacar ganancia de sus chivateos, sirviendo al mejor pagador. Los pastores somos una especie diferente que ha sobrevivido a todo tipo de conquistadores. Somos de los pocos resistentes callados que sabemos proteger la memoria honorable de nuestros antepasados. Nuestras leyendas lo cantan. ¿No me cree?

Lynn asiente con la cabeza. Aquel niño adulto le suscita ternura. ¿Existirán aún almas puras en medio de un mundo de intereses? ¿Habrá sencillez a pesar de las turbulencias que llegan a todos los rincones? ¿Permanecerá una estirpe de personas cuya bondad se imponga al precio de la lucha por la vida? ¿Será Mâlik una excepción?





(Fotografía de Latif Al Ani)

jueves, 19 de mayo de 2022

Aquel aprendiz de escribiente

 



Me veo de pronto desplegando el cuaderno, La herramienta tiembla al principio en mi mano. Sé que si es lápiz el error se subsana cómodamente. Si se trata de una pluma de palillero que hay que mojar en un tintero y conducirla con habilidad y pulso a la vertical del papel, es más arriesgado. De lo fácil he aprendido menos, me doy cuenta ahora. De fallos y errores, no obstante lo dolorosos que han sido, ha cabido esperar mayor conocimiento de las cosas. Quien dice cosas dice personas del entorno, conductas humanas, sistema de funcionamiento establecidos, tareas diversas, comportamientos para el saber estar. Las rabietas por manchar el cuaderno me condujeron a reiniciar la tarea una y mil veces. Había que romper el papel o incluso el cuaderno, y comenzar de nuevo. En esa reiniciación se ponía más cuidado. Si la suerte y el pulso se aliaban el resultado era satisfactorio. Se superaban las regañinas de padres o maestros. ¿Ha sido después todo de ese modo? ¿Cuántos comienzos no he tenido que reemprender a lo largo de los años? Mientras contemplo los cuadernos de caligrafía y redacción que aún tengo guardados trato de medir la distancia existente del aprendizaje inicial a lo transcurrido. ¿Sigo hoy aprendiendo? ¿Sigo adaptándome al error y la equivocación tratando de subsanarlos? ¿Lo consigo? Concluyo que mientras uno vive las posibilidades de aprendizaje se mantienen. No importa si el interés por muchas materias se ha reducido o la capacidad ha mermado. Pepito Grillo al acecho: pero tu tiempo es ya mínimo, me sopla al oído. Pepito Grillo siempre tan realista como demoledor.





(Fotografía de Frank Horvat)

domingo, 15 de mayo de 2022

El sueño de Ahmed (Serie negra, 93)


 


La visita de Lynn me ha perturbado. No ha cambiado en exceso. Tal vez la he encontrado un poco más seria. O, mejor dicho, grave. Lo he deducido de la conversación que hemos tenido mientras cenábamos. Vienen tiempos difíciles, incluso para ti, Ahmed. Te prevengo. Tiempos en que nos pedirán que decidamos de qué lado estamos. Ese ha sido su mensaje. No deja de ser curioso. Hasta ahora yo pensaba que las dificultades las habíamos heredado solamente la gente de estas tierras. Que ellos, esos pudientes que viajan hasta aquí porque se sienten aburridos, estarían por encima de las grandes disputas. Siempre he sido benévolo con ellos. Principalmente con personas como Lynn, a quienes interesa sinceramente el pasado de esta región y colabora con sabios que se dejan el pellejo en el desierto. Que Lynn me dé a entender que hasta las sociedades confortables corren riesgos hoy día no deja de ser preocupante. Nosotros siempre estamos en la línea de fuego de sus rencillas, aunque nos separen miles de kilómetros. En la cena también han participado algunos compatriotas de Lynn que han venido a fisgonear para contar a la vuelta a sus amigos su versión imaginaria de este país. Esa gente, a partir de impresiones superficiales y vivencias aparentes, llega a conclusiones misérrimas. Y lo van narrando en sus reuniones de salón, sin pudor ni veracidad. Lynn, que nos conoce a los de aquí de sobra y que distingue la prepotencia de sus paisanos, no se sentía cómoda con ellos y ha hecho todo lo posible para que las opiniones que exponían no me hiriesen. No he concedido importancia a cuanto han dicho y Lynn me lo ha agradecido. ¿Será a causa de esa charla o de la presencia vigorosa de Lynn por lo que he tenido más tarde unos sueños desasosegantes? 

La pesadilla que más huella me ha dejado al despertar era extraña. Lynn y yo descubríamos una estatua femenina cuyo significado ignorábamos. La pequeña cabeza exhibía un tocado recargado que jamás habíamos visto en las obras aparecidas hasta entonces. Mostraba unos ojos hipnóticos. Sus labios se pronunciaban en una curvatura que oscilaba entre sonrisa y ceño. Poco a poco asomaba un busto generoso y creciente. Todo sugería que bajo tierra permanecía un tamaño colosal que hacía que nos debatiéramos entre el asombro y el temor. Entre varios tirábamos de ella con fuerza para arrancarla de las entrañas de las ruinas. Se resistía con tenacidad. Al emerger iba perdiendo los colores que la habían adornado. Sentíamos que hacía fuerza en dirección contraria a nosotros. Como si no quisiese ser rescatada. Cuando parecía que estábamos a punto de liberarla de su escondite de milenios las manos de la estatua se ponían en movimiento y me agarraban, arrastrándome hacia las profundidades. Yo, muy asustado, le pedía ayuda a gritos a Lynn, pero ella, paralizada, solo podía invocar mi nombre: Ahmed, Ahmed, no te vayas, resiste. Me hundía más y más mientras la mujer de piedra acababa por salir toda entera al exterior. La voz angustiada de Lynn llegaba a mis oídos cada vez más difusa y lejana. Fue al precipitarme en la caída cuando desperté, náufrago a merced del sudor y de la ansiedad. 

No sé si contarle el sueño a Lynn o callarme. Temo que su interpretación me produzca más pánico que la pesadilla en sí misma. Pero aquella imagen última en que me sentía rehén que se intercambiaba con otro rehén  me dejó aturdido y preocupado.


  


(Fotografía de Latif Al Ani)

jueves, 12 de mayo de 2022

Los descubrimientos (Serie negra, 92)

 




Ahmed tiene dotes de mando. Lynn observa cómo imparte órdenes hábilmente al grupo de obreros. El capataz no se sorprende por la presencia de la mujer. Son viejos conocidos. ¿Vienes a asombrarte con nuestros hallazgos o a llevártelos? La risotada que echa suaviza que Lynn pueda tomarse en serio la frase. Ella ha estado a punto de replicar que jamás se ha llevado nada, pero resulta tan obvia la ironía que se suma a la risa. Me alegra verte, Lynn. Aquí seguimos, más viejos pero más sabios. Hemos aprendido mucho del especialista que nos enviasteis. Supongo que tú no habrás parado tampoco. Lynn contempla las arrugas excesivamente marcadas de Ahmed, su nariz prominente, las salpicaduras virolentas en la piel. Y una espalda que declina peligrosamente. Las marcas del viento y este polvo que bloquea hasta los bronquios, dice el hombre como si interpretara la mirada de ella, me han destrozado. Lynn observa que si el deterioro ha invadido el cuerpo de un hombre todavía en buena edad al menos los ojos permanecen limpios. Tienes la misma mirada pícara y atractiva de siempre, Ahmed. Eres bondadosa conmigo, Lynn. Acepto tu cumplido. Pero no creas, los ojos tampoco se salvan de este sol que reverbera y confunde. Por otra parte, siempre he tenido una mirada clara y profunda contigo. Ambos hablan medianamente bien la lengua del otro, pero siempre se encuentran a medio camino. Ese jalón que expresa humor y buena intención para entenderse. Una marca donde no solo se encuentran dos personas, o una mujer y un hombre, sino dos culturas. Si nos hemos comprendido siempre, Lynn, es porque no son nuestras culturas y costumbres las que hacen precisamente por unirnos, sino los márgenes que buscamos ambos para el entendimiento. Lynn asiente y no puede callar. Y en el pasado nos hemos entendido bien, ¿verdad? Llegamos a entendernos como si ambos fuésemos extranjeros de nuestros respectivos países, más allá de las creencias de cada uno. Lo hicimos incluso honrando nuestros afectos y entregándonos a nuestras emociones. Y eso vale tanto como lo que más. Más que este trabajo, más que sacar a la luz las creaciones de aquellas sociedades. Sin duda, le corta Ahmed, son cosas diferentes. Para mí el hecho de llegar hasta una mujer occidental con un calado tan intenso, tal como me permitiste, me instruyó en una libertad que no conocía. Una libertad de expresar sentimientos, de volcar mis energías, de admirar la belleza de lo vivo. Lynn se sonroja. Yo puedo decir lo mismo respecto a ti. Hay un silencio. La hora del día aprieta y debilita. Ahmed y Lynn no interrumpen sus miradas estupefactas tras tanto tiempo sin verse. Es él quien rompe el instante blanco. Hasta aquí ha llegado el rumor de que coqueteas con el diplomático inglés, Lynn. No es necesario que te prevenga, sería subestimarte. Pero no me gustaría que ni él ni nadie te hiciera daño. Sé protegerme de sobra, salta Lynn, aunque valoro tu interés. Vivo el presente, Ahmed. Hoy aquí, reencontrándome con un amigo fiel como tú, admirando vuestro trabajo en las excavaciones, tratando de comprender a través de la ciudad que despertáis de la noche lo que fue otra vida que acabó borrada de la faz de la tierra. Mañana donde me detenga de nuevo, abierta a las circunstancias. Una nunca se detiene. Una no puede permitir que envejezcan ni la mente ni el corazón. El capataz sonríe con cierto atisbo de melancolía. Así es como se debe vivir, dice.







(Fotografía de Latif Al Ani. Malwiya. Samarra)

sábado, 7 de mayo de 2022

No dejarte caer

 



Llegas. Una vez llegas al mundo y te ponen a recorrer un camino prefijado; te enseñan algunos verbos para conjugar los días: aprender, obedecer, asentir, aceptar, cumplir; hay más, no importa ahora el orden o si varios de ellos tuviste que verbalizarlos a la vez; más tarde caes en la cuenta de que hay otros verbos que te explican aquellos pero no dicen lo mismo; y los despliegas en sus tiempos y modos: aquellos, dices, te encorsetaban, te marcaban, te obligaban, te retenían, te encarrilaban, te reducían; hay muchos más, no importa tampoco el orden en que fuiste descubriéndolos; estos son verbos reveladores, piensas con regocijo; son verbos que conjuran los primigenios; luego tu euforia se sedimenta; dudas: ¿he desafiado a los viejos dominios realmente o apenas me he rebelado contra verbos oclusivos?; asombro: el lenguaje que te proporcionaron para ser sin quiebra de los suyos también es útil para ser menos suyo; pero, ¿de quién eres?, te preguntas; ¿del eterno ambulante de penumbras que portas dentro de ti?, te carcajeas; una voz: eres de la tierra y la tierra no es de nadie; te inclinas a una deducción, pero enmudeces; 


Os invito a pasar por ese blog que de vez en cuando se sumerge en la noche silenciosa:


el hombre en la noche


https://elhombreenlanochesilenciosa.blogspot.com/




(Fotografía primera: Mona Kuhn. Fotografía segunda: escultura de Bernardí Roig. Imagen tercera: Liliana Inés González Soria)




jueves, 5 de mayo de 2022

La aparición casual (Serie negra, 91)



Ahí la veo venir. Espigada y altiva. Hay quien piensa que su belleza engaña. Que su porte seduce. Que su iniciativa es un arma. Yo más bien creo que siempre juega. 

Desde la distancia se ofrece, mostrando seguridad. Cuando me dirija a ella aparentará sorpresa, pero no se sorprenderá. No, no me echará en cara que aplazásemos el viaje. Es probable incluso que me cuente lo de su vuelo con ese piloto alcohólico. Será su manera de devolverme el desaire. Pero su objetivo final será echar el anzuelo por aquí y por allá para penetrar en mis actividades. No me cabe duda que hasta nuestros devaneos amorosos han tenido esa pretensión. Sabe hablar, sabe sonreír, sabe interesarse con apariencia desinteresada. Sus entregas han sido reales y auténticas, como las mías, pero no conviene sublimar al amor de circunstancias. Se puede ser sincero durante un rato, porque hasta las burbujas tienen su efecto y su función, pero son efímeras y no sustituyen otros comportamientos de la materia. Y ella, como yo, sabe que el amor tiene una materialidad placentera pero también de limitado alcance, cuando no desemboca en lo opuesto. No es el caso. Lynn prolonga nuestra amistad a dos bandas. No solo la extiende sino que la fecunda. La necesita por su propia condición emocional, pero buscar sacar otro provecho menos candoroso. Probablemente ella esté dando vueltas a la situación de modo análogo a como yo lo hago. Mi ayudante Ted suele decirlo. Sois iguales. Si te conoces un poco a ti mismo no te alejarás de distinguirla a ella. No anda descaminado Ted. Pero no es tan simple. Y sin embargo qué apasionante resulta tratar con una mujer cuya personalidad eclipsa la tuya, y no me importa reconocérselo a Lynn llegado el momento. Su empuje no debe empañar nuestros vínculos. Sin embargo, qué dispar fortuna conocernos en medio de un conflicto de intereses digamos profesionales. Ella simula pero sabe que yo lo intuyo. Del mismo modo que yo trato de aprovechar su ubicación en este juego de ajedrez que es nuestro oficio y los intereses que ambos, no exentos de un cierto grado de escepticismo, se podrían considerar de entregada causa, naturalmente bien pagada, a nuestras patrias respectivas. Ambos somos conscientes de que mantenemos una diplomacia personal entre nosotros. La mía es abierta porque un cargo me respalda a los ojos de todos. Lynn, por el contrario, se oculta a duras penas tras una profesión que indaga el pasado. Nada nuevo por otra parte, pues muchos, antes que ella ya mantuvieron el doble juego. Aunque alardearan de su actividad cultural y mantuvieran discreta su afición sobre otra clase de conocimientos. Agradezco a Lynn que mi limitado saber se amplíe con las informaciones apasionadas sobre civilizaciones pretéritas que ella lee en las ruinas. Se lo he dicho. ¿Y ella qué me pide a cambio? Con que me escuches y aprendas algo de lo que desconocías me basta, suele decirme con esa ternura de comunicadora sin igual. Creo, no obstante, que Lynn siempre espera que yo le dé algo sin habérmelo solicitado abiertamente. Conoce a los hombres. Me distingue a mí. Un caballero debe ser siempre un caballero, dijo entre risas, pero no menos intencionadamente, en el último cóctel en el que nos encontramos. 

Ya está frente a mí. ¿Por qué me pongo nervioso, como si fuese un adolescente, cada vez que me encuentro con ella? Ese cabello tan atezado, su armónica verticalidad, el movimiento sólido de su cuerpo, la sonrisa invulnerable, la acertada manera de vestir a la moda. Todo ello rematado por una capacidad de decisión desbordante cuando se aproxima a sus admiradores. Algo me obliga especialmente a dominarme. Una invisible y cálida sensación que no proviene de Lynn, sino que se incuba por momentos dentro de mí mismo, me turba. ¿Se dará ella cuenta?   

Seymour. ¿Cómo tú por aquí?





(Fotografía de Latif Al Ani)

martes, 3 de mayo de 2022

Un pensamiento de Marco Aurelio para alivio de un martes de mayo

 



"Todas las cosas están en estado de transformación. Tú mismo sufres una alteración continua y una suerte de agotamiento. Lo mismo ocurre con todo el universo".


Pienso que acaso Marco Aurelio no me descubre nada a estas alturas. Pero un pensamiento de tal clase sí refrenda lo que uno viene asumiendo desde hace tiempo. Pensamiento que proporciona un cierto grado de calma necesaria. Sin la calma la exploración del mundo, principalmente el interior, seguiría siendo mero caos. Pero uno vive no para resolver el caos sino más bien para comprender en cierta medida sus movimientos no reglados y, por lo tanto, aceptarlos. Todo es fugaz y pasajero, evidentemente, pero al persistir en la vida debemos procurar no desesperarnos por sus impurezas, pues al fin y al cabo cada uno de nosotros somos producto y efecto de ellas.