"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 29 de junio de 2021

Los beodos y el sabio

 



Bebed, bailad, saciaros, fornicad como si fuera el último día que Júpiter nos tuviera destinado. Beodo como buen hijo del lagar en que se crio, Licinio Gneo iba por la calle de la Fortuna dando tumbos y proclamando salvación, fiel a los principios de los que se declaraba maestro en la filosofía del caos. Sus compañeros, tan adictos al ritual de Baco como él, coreaban el imperativo de cada verbo. ¿Dónde vais en esas condiciones?, les salió al paso con su bonhomía habitual Calpurcio Bensus, que había entregado su existencia a la interpretación de los astros y a la influencia de estos sobre la naturaleza, incluida la humana. Nosotros vemos más estrellas que tú, le replicó sarcástico Licinio Gneo trazando círculos con el índice hacia abajo. A las estrellas no se llega nunca, Calpurcio. Y de mirarlas no sé hasta qué punto se vive ni se siente uno vivo. Vente con nosotros a entrar en planetas más cercanos, pues no sabemos cada noche con certeza si despertaremos a un nuevo amanecer para seguir contemplando el firmamento. Licinio Gneo no se suele inmutar y menos ante borrachos, pero cuando le tocan el objeto de su dedicación fundamental se siente obligado a defender la causa. Los astros saben desde el principio de los tiempos más de nosotros que nosotros mismos, sermonea al grupo. Llevan una eternidad contemplando nuestros caprichos y nuestras adversidades. No son nuestros jueces ni nuestros verdugos. Ni siquiera juegan a portarse como nuestra conciencia. A mí me aportan calma, reflexión e interés por conocer lo que puede haber tras ellos. Eso tú sabrás, pero mientras te dejas absorber el seso por los astros te pierdes la belleza y la pasión que proporcionan los sentidos, le corrige Licinio Gneo, que puede ser un beodo pero al que no le falta retórica seductora. Calpurcio sonríe y se defiende. Nuestros sentidos o, al menos, nuestra noción de sentido, debe ser diferente entre vosotros y yo. Jamás me ha causado ansiedad el cielo y, sin embargo, me ha proporcionado una visión reposada y acertada sobre la tierra. Vosotros podéis traicionar a vuestras esposas o defraudar al tesoro público o simplemente engañar a vuestras mentes desdeñando la capacidad de conocimiento, de la que también disponéis, en aras de una definición del placer que no os procura sino desgaste. ¿O creéis que es placentero dejarse dominar por los sentidos en lugar de utilizarlos para causas cuerdas? Licinio, que advierte el tono enfadado del sabio, no es proclive a peleas afortunadamente y tampoco considera a Calpurcio un enemigo. Un punto de sensatez le dice que es mejor batirse en retirada con alguna consideración superficial, pero no menos acertada,  que rebaje la tensión y le haga salir airoso ante la tribu ebria que escucha impersonal la polémica. Si mañana, dice, vuelve un movimiento del suelo como el de hace unos años, que destruyó la ciudad y arrebató la vida de tantos vecinos, y nos devora a todos, ¿valdría de algo considerar lo que mereció la pena en la vida? ¿Haber apurado hasta el fondo los goces exigidos por la carne o haberse abstraído en el disfrute que tú dices, Calpurnio, que produce esa observación de tus mundos inalcanzables? Calpurnio recupera la serenidad y sentencia. Entonces, amigo Licinio, es elemental que no podremos decir ni valorar nada, pues si algo resulta obvio es que la muerte nos enmudece a todos. 



   

(Estatuilla de acróbata de terracota conservada en el Museo Arqueológico Nacional de Tarento)

miércoles, 23 de junio de 2021

Carta del anciano duumviro Apolonio Flaco a su amigo Claudio Festo a propósito de los poetas

 



Días inciertos los que nos tocan vivir, Claudio. Este estío seco y parco en novedades amenaza con arrastrarnos a todos a la abulia total. ¿O serán pensamientos funestos propios de mi edad? 

Mi sobrino Valerio ha partido de viaje para honrar al poeta en su tumba. No volverá hasta dentro de unos días. Van a hacer entre varios orates de las letras como él una suerte de justas poéticas. La excusa es homenajear al poeta Publio, pero lo que pretenden es exhibir sus propias habilidades y festejar las virtudes y la benevolencia que proporciona la vida. Recurriendo además, supongo, a los placeres que el lugar y el instante les conceda. Esa confidencia me hizo antes de partir. Se mostraba agitado y no ha levantado cabeza del pupitre durante el último mes. Ha preparado un hatillo frágil en ropa pero abundante en escritos. 

Todo su empeño es aprenderse las obras de los grandes y recitarlas allí donde le llamen. Hacer sitio en la memoria para las grandes escrituras es un modo de aprender para guiarte en esto del vivir, remata cuando le hago alguna observación. Me tiene mareado con sus citas. Tú, romano, piensa en gobernar bajo tu poder a otros pueblos. Estas serán tus artes. Y a la paz ponerle normas, perdonar a los sometidos y abatir a los soberbios. Al final yo mismo declamo por inercia versos de la gran gesta que nos transmitió el poeta Publio. Pues ¿a dónde no es capaz de llegar un cantor de las proezas de aquellos hombres legendarios que inauguraron la patria? ¿Cómo negar el valor de sus rimas? ¿Quién puede permanecer ajeno al relato de una epopeya fundacional? ¿O acaso se puede restar importancia a su tratado poético sobre el cultivo de la tierra y el cuidado del ganado, tan fundamentales para una sociedad que se precie de estar a la altura de las conquistas de sus próceres? Y así podríamos decir de otras obras del mismo vate a las cuales me es imposible llegar, porque mi vista cada vez se reduce más y el cansancio merma mis tiempos de lectura.

De ahí que me entusiasme el afán de mi joven sobrino. Aunque a veces le reprendo. Valerio, le digo, todo no consiste en empaparte de las palabras ajenas, por muy edificantes y precisas que te parezcan. ¿O crees que el poeta de tu obsesión, al que adoras como si lo hubieras tenido de maestro, habría escrito lo que escribió de no haber viajado, enriqueciendo su mente con aventuras y experiencias? Un hombre puede pasar a la historia por un solo libro. Pero ese libro no habría tenido acogida en el mundo si no hablara de la historia de los hombres. Un autor vale en cuanto hace de intermediario entre mundos desconocidos y el que habitamos. Un texto nos cautivará si quien lo escribe es cautivador. ¿O creías que la seducción es un arte que remite solo al enamoramiento? No hay arte si no hay fortaleza íntima en un hombre, porque en ella se ejercitan las capacidades y se fraguan las obras que merecen la pena. 

A veces le avasallo en exceso con esta clase de razonamientos paternales. Valerio entonces calla y con frecuencia disimula, como si los consejos ajenos, y él joven al fin y al cabo, fuesen un arma arrojadiza que hay que esquivar. Me parece, pues, formidable que Valerio se haya reunido con sus compinches de otras urbes, huyendo del clima tórrido que tenemos en la finca y, en general, en toda Pompeya. Mientras tanto trataré de no consumirme aquí de aburrimiento. A su vuelta desperezaré y recuperaré mi curiosidad, pues un anciano puede hallarse agotado pero siempre queda dentro un rescoldo de curiosidad. La curiosidad es el acicate del conocimiento. Y el saber gratifica con el goce más exquisito. Valerio es un gran estímulo para mí y anhelo su retorno. Pero si decidiera emprender periplos hacia nuevos mundos no me disgustaré. Pues sabré entonces que mis recomendaciones no habrán caído en saco roto. Fraterno Claudio, otro día te escribiré más. El día pesa y un misterioso silencio se va apoderando del entorno.



lunes, 21 de junio de 2021

Un verano más, un verano menos

 



Siempre que llega oficialmente el verano me acuerdo de aquellos veranos. Cuando el nerviosismo del niño o del joven caracterizaba una estación que se iniciaba con expectación, alegría y relajación de los quehaceres del resto del año. Luego había de todo, por supuesto, pero solo por la disponibilidad de tiempo libre merecía la pena. Si la infancia ya ha marcado y fraguado siempre de por sí a un hombre los veranos de entonces producían una impronta mayor y más intensa. Por la acumulación de experiencias, por el cambio de paisajes, por la recuperación o inauguración de amigos. Si la libertad existiera llevaría para mí el nombre de infancia estival. Suena a paradójico, porque es precisamente en la niñez cuando estabas más controlado y protegido. Pero aquella infancia y temprana juventud implicaba unos márgenes más abiertos por donde uno podía pasarse horas del día ajeno a la familia, es decir, al control. Cierto que no era fácil porque toda la sociedad estaba en aquel tiempo tan atada y controlada, y cualquiera podía pretender sujetarte. Y sin embargo aprendimos a practicar un doble juego, a transgredir, a romper normas clandestinamente, a hacer la real gana. Unos tirados a su indolencia, otros, como en mi caso, tendentes a probar aventuras, tantas veces arriesgadas. Mi verdadera obsesión era, lo sigue siendo, no aburrirme jamás. Mayormente lo lograba. Así que presto a movilizar mis neuronas y mi esqueleto, por lo tanto, las vacaciones de verano eran sobre todo un no parar. Un transcurrir sin planes, atento a que cualquier amigo te reclamase a cualquier hora. Trilla, río, fiestas, juegos, escarceos con el otro género, devoración de tebeos, narraciones orales al pie de la escalera vecinal, observación de pautas de los mayores, esa referencia latente y enigmática...Todo era una sucesión de actividades a cual más apasionantes.

Hoy el solsticio está aquí, seguiremos aproximándonos al sol para ir poco a poco otra vez alejándonos. Nada se para en el Universo. ¿Y mientras? Sucesión de veranos, relevo imparable de estaciones, caducidad de los propios años que vamos cumpliendo. Todo tiene hoy otra perspectiva, o bien su dosis de resignación, pero creo que aquellas tensiones y pulsiones que nos agitaban y nos daban vida no se han vuelto a repetir. Si acaso en algunos períodos juveniles más avanzados en que sin madurar del todo pretendíamos comernos el mundo. Como mucho construimos uno de ficción. Y valió. Llega hoy un verano más que también será un verano menos. Dualidad de la existencia. Mirémoslo con cierta añoranza y a la vez con humilde compasión. Por lo que nos va tocando. 




sábado, 19 de junio de 2021

Leer a pequeñas dosis. Hoy llegando a Wallace Stevens

 


Lo más divertido de leer puede que sea el método utilizado, que además es un ejercicio tan personal e intransferible como dicen que es el DNI. Es decir, el modo en que lo hacemos, la intensidad o levedad como lo hacemos. Leer a pequeñas dosis proporciona a uno la facultad de sentirse sembrador. Una minúscula semilla genera un fruto robusto. Un poema, no un poemario, leído poco a poco, releído y degustado, dejando luego el libro de lado, me cae mejor. Leer es tan biológico como comer. ¿Por qué cometer imprudencias con nuestro cuerpo -leer alimenta el cuerpo- llenándonos de imágenes que no asimilamos? Me pasa más los días de cansancio íntimo. No quiero entrar en si este tiene los apellidos de enfado, hastío, desinterés o indolencia. Cuando estás cansado o duermes o recurres a imágenes que masajeen tu cerebro. Un aforismo o un poema sustancioso masajean al hombre fatigado. Y a la vez activan su imaginación. ¿No es sorprendente lo dual que es cada acto humano? Ayer por la noche todo empezó por el particular método caótico de lecturas que uno se trae. Buscando explicaciones en un texto riquísimo sobre El mito de la diosa, de la Baring y la Cashford, prestigiosas indagadoras, di con una cita de Wallace Stevens: Hay un poema en el corazón de las cosas. Como el aforismo es en sí todo un poema sé que no debo proyectar raciocinio alguno. Pero no voy a evitar leer el capítulo del libro de las mitólogas donde va al frente la cita del escritor de Pensilvania para tratar de aproximarme a por qué han elegido de bandera ese Hay un poema en las cosas. Asociación posterior de ideas: del libro sobre el mito de la diosa salté al de los poemas y aforismos de Stevens. Y en este una simple frase me impactó, como lo sigue haciendo Heráclito en sus oscuros ¿o interrumpidos? fragmentos. Y no me resisto a pergeñar una leve reflexión -vivimos en la mente, escribe Wallace Stevens-  que voy a poner en El laberinto grotesco:


"Recurrente lectura la que hago de Wallace Stevens. Recurso oxigenante. Uno de sus Adagia da vueltas a mi alrededor hoy: "Vivimos en la mente", leo. Me parece estar escuchando a Heráclito. Un fragmento puede ser un discurso entero. Solo hace falta que el lector desarrolle la intención del autor -o la carencia de la misma- para que amplíe el relato. No hace falta utilizar palabras. Ya vamos sabiendo que estas habitan en la mente, procreen o no. Del mismo modo que en ese ámbito se hace dueño y señor el dolor o el placer o la capacidad reflexiva o el afán comunicativo o la sencilla relajación que nos procura calma y serenidad. Hagamos lo que hagamos durante el día y durante miles de días, la existencia es un devenir en la mente. Acontecemos en ella, transcurrimos en ella, concluimos en ella. He vivido en la mente, no hubo más, acaso me diga cuando postrado en una cama o ante el golpe feroz de un accidente sobre el asfalto mi tiempo acabe".


miércoles, 16 de junio de 2021

Pensando en mi abuela desde el Shinkansen

 



Me lo contó mi madre, a la que antes se lo había contado la suya. Mi abuela no había sido ninguna viciosa, ni aprovechada, ni intrusa. Al menos ella lo tenía claro. Si la tildaban de algo que iba contra las normas sociales mi abuela no se inmutaba. Aquel episodio de amor en los márgenes que mantenía con su amo, mi abuelo, había sido rompedor. Un amo al que había convertido en esclavo, nada menos. Extraña circunstancia. Increíble capacidad para humanizar a un hombre -¿no suena esto a paradójico?- cuya humanidad, hasta conocer a mi abuela, la sirvienta, había sido la dureza en los tratos comerciales, la sumisión a los funcionarios del Emperador, el apoyo a los ejércitos en sus aventuras, la apariencia en mantener la familia como símbolo de un poder que recubría y justificaba los otros poderes. Los que luego quebraron, qué ironía. Servir al amo era para mi abuela su trabajo. Mi madre me contaba que mi abuela había domesticado al salvaje. No estoy tan seguro. Si no lo logró del todo al menos lo llevó a un territorio muy específico en el que él era el sirviente. 

Pensar en ello, por intermediarios, ahora me divierte. Y es uno de mis pensamientos escogidos mientras me desplazo de punta a punta en la Tokaido Shinkansen. Una manera de compaginar la velocidad de los días que me tocan vivir con el tiempo pretérito. El que yo reconstruyo imaginativamente. Aunque sé que mi existencia, concatenada a otra anterior, se la debo al día en que mi abuela expulsó de sus favores al amo para siempre.


Quien desee saber de qué va la historia, recurra a Chitón.

https://ehchiton.blogspot.com/2021/06/el-amo-esclavo-de-la-sirvienta.html



(Fotografía de Yuma Yamashita, tomada de Cultura inquieta)

lunes, 14 de junio de 2021

Fabulosa Eivør Pálsdóttir




No tengo ganas de escribir hoy. Me abandono al arrebato que me causa la acústica, la vocalización y el ritmo de la cantautora feroesa Eivør Pálsdóttir. ¿A qué tiempo, a qué paisaje, a qué humanos, a qué vida, en fin, me traslada?






viernes, 11 de junio de 2021

Arístides el fabulador

 


Era considerado por muchos como un charlatán. Había quien le acusaba de ser un visionario. Tampoco faltaba alguien que le señalase como un adscrito a las nuevas creencias, lo cual no sonaba muy elegante entre las clases más tradicionales de Pompeya. Pero aquel vecino dicharachero al que acudían a escuchar niños y adultos solo se trataba de un fabulador. No es que abundara este tipo de personajes, pero merecían cierto reconocimiento. Nadie cuestionaba que un hombre capaz de jugar con las palabras y poner voz y rostro humano a los animales o a los fenómenos de la naturaleza tenía su arte, haciendo participar de sus invenciones a todos. 

Pero ¿de qué se nutría Cayo Arístides sino de sus sueños? Eran sus sueños los que trazaban las líneas de sus relatos variables. Soñaba de noche y fantaseaba durante el día. ¿No son acaso las fantasías una modalidad onírica que altera la realidad tanto o más que los sueños? Pero a Arístides le gustaba modificar las circunstancias y convertir en posible lo probable y en incertidumbre lo que en apariencia era obvio. 

Las confidencias a sus íntimos no ofrecían dudas sobre lo que pretendía. Si hablo de las cosas tales como son no aporto nada, todo el mundo las ve. En cambio, si desordeno las imágenes que las gentes tienen de lo existente y rehago caprichosamente los hechos invito a otro modo de ver y disfrutar la vida, ¿no creéis? La vida tiene que ser estimulada por una alternativa siquiera fantasiosa. Tú eres lo que eres, pero podrías ser otro. ¿Por qué no probar a verte de perro, de viñedo o de curso de río, por no decir como amo o esclavo? Sus amigos ponían entonces el dedo en la llaga. Precisamente es lo que no te perdonan algunos. Que en tus relatos hagas esclavo al amo y liberes al siervo, le decían. Esos intransigentes creen que estás proponiendo de manera encubierta revueltas contra el orden instituido. 

Y es que lo que hoy contaba Arístides de una manera a los pocos días lo decía desvirtuado o simplemente lo ofrecía con un matiz no utilizado antes. Os asombráis, decía en público, de que los animales domésticos tengan opinión en mis narraciones. ¿No habéis hablado alguna vez con ellos? Os produce temor que dé patente de humano a las bestias salvajes. ¿No es una manera de aproximarlas a vuestra comprensión? Y si a los enemigos de más allá de nuestras fronteras, que tanto os atemorizan cuando llegan informaciones de que han traspasado estas y pueden poner en riesgo urbes importantes del Imperio, los convierto en ciudadanos coloquiales que en nada se diferencian de nosotros, ¿os escandalizáis pensando que estoy abriendo la puerta de nuestra patria? Además, ¿de qué patria hablaríamos? ¿De una cerrada o de la que deben participar todos los hombres? No concibáis a los que son diferentes a nosotros, y tienen otras lenguas y costumbres, como alimañas que van contra nuestros bienes y tradiciones, pues acaso debemos aprender de ellos. Algunos me acusan al hablar así de que incito a confraternizar con las tribus bárbaras. Mas solo pretendo que pongáis algo de vuestra parte para que no mutéis vuestra alma y sobre todo vuestra inteligencia en hostiles contra sí mismas. 

Arístides se recreaba en sus fabulaciones, alternando personajes, dotando de virtudes a los que eran objeto de vicios, y de condenas a aquellos que disfrutaban siempre de riquezas y dichas. ¿Cómo podía retener tantos cuentos aquel hombre? Los tiene escritos y los aprende de memoria, no hay otro truco, comentaban los escépticos. Pero, ¿escribió alguna vez el fabulador? Dicen que Arístides había tenido orígenes cultos y sin embargo prefería que su mente no dependiera de la escritura. Lo escrito queda registrado como tal y sin embargo el mundo es cambiante. Mejor no escribo, llegó a decir en un festín a quienes se hallaban tan beodos como él. Lo mío es contar con mi boca, que es tanto como hacerlo con mi espíritu, y a mi espíritu le guía la sana intención de hacer felices a los otros. Relatar lo que se ve y lo que no se ve, lo aparente y lo encubierto, lo deseado y lo impuesto. La calle es mi pergamino en blanco. Si escribiese con el cálamo y no gustara a los príncipes o a los fanáticos de las nuevas sectas destruirían con facilidad mi obra. Opto por la palabra abierta y sonora, y si a alguien no le convencen mis historias tendrá que acabar conmigo. Algo que no me importa, pues los cuentos que he contado me sobrevivirán. 

A ese paso, Cayo Arístides, le indicaban los espontáneos, acabarás reescribiendo la historia. Y contando lo que no fue en lugar de lo que tuvo lugar. Pero el fabulador sabía salir airoso. ¿La historia? ¿No es acaso lo que nos cuentan continuamente los vencedores y las clases pudientes? No reescribo nada, solo ofrezco participar en el juego de la imaginación. Soñar despiertos por un rato. Acercarme al universo y tutearme con él. Jamás se podrá ni se sabrá interpretar la historia. Apenas pergeño para vosotros apuntes sobre ella. ¿No crees nada en la verdad de la historia?, le preguntaban con ironía. Él se lo pensaba y de pronto saltaba desarmando al interlocutor: solo creo en lo vivido.




(Pintura mural de la Villa de los Misterios, Pompeya)

martes, 8 de junio de 2021

Los últimos ideales


 

De los ideales de viejos tiempos algo me queda. El último paquete de tabaco que fumó mi padre y que decidió abandonar, ya octogenario, no sé si por prescripción médica, por voluntad propia tras haber visto las orejas al lobo o porque ya no le sacaba gustillo a la elaboración. Sospecho que por esto último. Pues si algo acompaña a la ancianidad es el cansancio y el hastío. Y ya no cabe probar cosas nuevas de ninguna clase. Las mermadas fuerzas físicas solo invitan a resistir anodinamente.

Ignoro cuánto habría de tabaco y cuánto de viruta en las elaboraciones nacionales de aquella época. El paquete azul -denominado también caldo- era supuestamente de más calidad que otro con el mismo nombre pero con el papel amarillo en los cigarros. Se les llamaba cigarros porque, aunque se podían fumar tal cual, tenían su grosor y se abrían y se liaban de nuevo. De uno podían salir dos y conocí a un vecino droguero que sacaba tres y agotaba hasta que sus dedos no podían sujetarlos. No sé si para que cundiera más el fumeque o por tacañería.

Mi padre no fumaba ni continua ni compulsivamente. Tal vez por eso nunca padeció mal alguno de los que sentencia el tabaco. Extraía del chaleco su librito de Abadie, formaba un cigarrillo menos grueso que el original, pegaba con la lengua el borde del nuevo papel con una perfección asombrosa que yo jamás aprendí y lo encendía con el chisquero. Curiosamente él abandonó sus Ideales y yo persistí ingenuamente en otro tipo de ideales cuya toxicidad solo alcancé a percibir a medias. La palabra ideal, tan confusa como traidora, es una especie de despliegue en abanico que va generando una evolución que acaba siendo involutiva. Parte de un mínimo concepto de idea, se refugia en el pensamiento por lo tanto, mezclándose con otras ideas fijas, a veces meras ocurrencias, se metamorfosea en arquetipo o modelo y, he ahí el peligro, se sublima con la categoría de un corpus a imitar, a reproducir y en el que persistir obcecadamente con el supuesto objetivo de salvar el mundo, al menos el cercano, o bien preservarlo fanáticamente, aunque los hechos vayan por otro camino.

La gente se refugiaba en mi tiempo de infancia y juventud en sus ideales. No se decía este tiene ideas, yo tengo mis ideas. No estaba bien visto pensar, menos argumentar, y era un osado quien lo intentase. No estaba permitido expresar los propios criterios. Los ideales, para quien los tuviese, eran como dogma. Se aferraban a ellos, incluso desde varias generaciones anteriores. Cuando nos fuimos dando cuenta que lo importante era tener ideas para pensar y no ideales en los que creer empezamos a cambiar, si bien nunca lo hacías del todo. Si he guardado los Ideales tabaqueros es por tener un vínculo material con mi padre. Encontrar de vez en cuando el paquete en un cajón e imaginarme al progenitor en su trance de fumar es todo uno.

Ahora que lo pienso, ¿no tenía también trampa, como todo, aquella denominación de los cigarrillos? Recuerdo que había un café nombrado El ideal nacional y algún periódico encabezado como El ideal. Incluso la utilización pija de lo ideal para definir un objeto, un lugar o una situación fue cundiendo en la década rompedora de los 60. Si me hubiera hecho entonces mod en lugar de mantener aún ciertos ideales mi suerte probablemente hubiera sido otra. Pero algunos empezamos a creer en otro concepto no menos ladino, el de Utopía. Tener lo inalcanzable nada menos. Nada era utópico, no se engañe nadie. Las utopías -nuevo y más moderno formato de ideales- las tratamos de imaginar a base de otro ejercicio y término que se acuñaba: idealismo. Ya ves. De la misma matriz.




viernes, 4 de junio de 2021

Un apunte sensitivo sobre aquel cuento de Tokio

 




Tras dedicar dos buenas horas a ver Tôkyô monogatari -título traducido al español como Cuentos de Tokio-, el filme de Yasujiro Ozu realizado en 1953, he sentido un acceso de calma. Me ha parecido increíble que a estas alturas de mi vida una película de tantas décadas atrás me haya dicho tanto. Cada vez creo más en el modo en que se desarrolla un filme. En el sentido del tiempo que un director sabe desarrollar a partir de lo que existe en la vida misma: el silencio. No entiendo de cine. Sí de las sensaciones y de los estados emocionales que se desencadenan dentro de mí. Y las vías que un argumento determinado -adobado a la perfección con una interpretación ajustada y expresiva, sin concesiones a lo sobrante- se abren en la mente. Como si uno quisiera participar de la obra que acaba de ver. Y que no puede por menos que relacionar con la propia historia personal. Se me grabaron dos frases. "Con el tiempo los padres y los hijos se alejan", dice la dulce Noriko. Mientras que uno de los personajes varones apostilla en otro momento: "Nadie puede ayudar a sus padres más allá de la tumba".


Luego descubrí un enlace en el que flota cierta referencia aquel tiempo, a aquel lugar, a aquella mujer..., pero simple y caprichosa ficción.



Adjunto enlace del filme.


martes, 1 de junio de 2021

Un recuerdo fugaz del que se va y el que se queda

 


La tarde se había instalado en el crepúsculo. La marea creciente empujaba al silencio a los escasos paseantes. Todo quedó detenido, pendiente de una expectación que no era propiedad de los hombres sino de la luz que se resistía a extinguirse. Cogí la mano del niño y le hablé. No pienses en nada. Que la humedad te haga estremecer. Que la luminosidad que se filtra taciturna te proporcione una visión diferente. Que el oleaje parsimonioso te traiga voces lejanas. Esta es la hora fronteriza. Mañana no será otro día más. Nunca hay un día cualquiera. En cualquier momento llegará un alba donde solo te verás a ti mismo, pero diferente al que eras ayer. Te esperan días rayanos y te parecerá que en algunos de ellos eres un náufrago, sometido a vaivenes y sin saber dónde sujetarte. Pero será una percepción equívoca. Yo no estaré pero tu aprendizaje te dará el apoyo que yo no podré aportar. Yo también viví un crepúsculo agitado una vez y pasó la tormenta. La aurora trajo calor, claridad, quietud. Cuántas veces puede un hombre renacer es lo que más me entusiasma. Y el niño me habló a su vez. No te vayas. Pero debes saber que si te vas recordaré siempre este momento que permanece en el apretón de tu mano.




(Fotografía del Cais das colunas, Lisboa)