sábado, 29 de noviembre de 2008
Conclusiones (Memphis, I)
...he llegado a la conclusión de que debo escribir menos, tal vez leer menos, tal vez beber menos, tal vez mostrarme menos huraño con otras personas, tal vez hacer que vengan con menos frecuencia a casa algunas mujeres que me destrozan, tal vez tener menos fantasías que agotan mi cuerpo, ya sé que esto suena a un haz de proposiciones de la enmienda como aquellas que nos inculcaban en los tiempos de la inocencia, y por lo tanto proposiciones que no se cumplen jamás, pero tengo que decírmelo, esa duda me ahoga, y me lo repito para quedarme más a gusto, aunque sea inútil, debería quitarme algunas manías, suavizar algunos vicios, rebajar ciertas desmesuras, lo sé, pero no puedo orientarme de otra forma, no sé vivir de otra manera, hace tiempo que vivo en el límite de todo, me he liberado de algunas ataduras externas pero en contrapartida me he amarrado a la parte más oscura de mi mismo aun a riesgo de no saber o no poder deshacer sus nudos, me siento siempre agotado, mis ritmos no tienen que ver nada con los del resto del mundo, día y noche son términos que carecen de sentido explícito para mi, creo que al fin y al cabo las noches están hechas para ser recorridas como el día, yo no tengo horas, me da igual dormir de día que de noche, y ya que por la noche me resulta difícil hacerlo sé que en algún momento tengo que caer rendido, aunque sea durante tres o cuatro horas, y no es fácil dormir durante el día, demasiados ruidos por todas partes, sirenas que atraviesan los callejones, gritos que escalan por las fachadas interiores de las casas, el cuerpo se altera aunque se encuentre inmerso en mundos ajenos, el cerebro lo siente todo, se empapa de todo aunque permanezca ausente, y se inquieta y se irrita en su desasosiego, hay tanto ajetreo en el edificio y en la calle, y el taller de los caldereros que hay en los bajos del edificio no para de martirizar con sus golpes, cuesta mantener un sueño profundo durante varias horas, si bien ese cansancio extremo se impone y es como si al caer en el sueño no fuera a levantarme de nuevo, pero el reposo siempre acaba quebrando antes de cumplir su ciclo mínimo, y así resulta que no puede llamarse descanso, y mis despertares son malhumorados, no me quito de encima fácilmente la debilidad que arrastro, por eso bebo y me sobrecargo de café y zampo los estimulantes que caen en mis manos y me sumerjo en lecturas que alivian mi abatimiento, aun cuando estar concentrado en ellas me agote, vigilia y sosiego echan pulsos improvisadamente, duermo por lo tanto a trompicones, reparto el sueño como reparto mi ebriedad o mi ira o mis miserias sexuales, trampeando con el vacío del tiempo, Mathew me lo dice con frecuencia, no debieras vivir tan desordenadamente, eso me dice, pero a mi me suena a monserga de predicador, yo vivo en mi orden, ¿qué es eso de vida desordenada?, ¿ordenada o desordenada para quién?, no le contesto airado porque sé que le mueve una intención sincera y bondadosa, y porque bastante tiene con aguantarme como vecino de puerta y como amigo que soporta mis desatinos, nunca estaré suficientemente agradecido por su bondad cuando me recoge hecho una piltrafa en las noches más solitarias, pero que nadie olvide que el vecindario está repleto de empeños compasivos que se entrometen en la vida de los demás, a los que no mueve el cuidado sincero del desgraciado, sino el funcionamiento aséptico de las cosas, y es que no me han gustado nunca las maneras que algunos han tenido de dirigirse a mi, sólo porque uno tiene mal aspecto social, digamos, o tal vez mi compostura es dudosamente estética para el gusto de los que se obsesionan con los preceptos, y como a uno les sucede a muchos otros, y a los que vivimos en el extremo, aunque no nos metamos con nadie, no se nos ve con buenos ojos, así que prefiero no pensar en que harán las almas benefactoras el día en que no me controle y les mande al infierno de malos modos o cuando comprueben que uno no corrige, porque uno no tiene la menor intención de corregir, ya que no soy proclive a hacer vida de sumiso insecto laborioso ni de honesto pagador de impuestos, ¿o es que ellos se piensan que son mejores por el hecho de figurar en una nómina y de doblegar su cerviz ante el fisco?, no me cabe duda de que es la normalidad lo que apacigua y hermana a la grey, aun cuando interiormente les devore saber cómo son considerados unos respecto a otros, aunque sepan de las diferencias enormes de sus salarios y de sus posibilidades de vivir y de sus reconocimientos, pero es propio de esa masa amorfa sufrir para adentro, y sin embargo dan su aquiescencia ante las instancias superiores, que son las que generan sus desigualdades, a mi me repugnan sobre manera, y en cambio ese desprecio por ellos lo perciben ellos como si fuera mi situación la culpable, como si fuera el complejo de inferioridad motivado por mi vida orientada en otra dirección la causa de mi malestar, y yo no digo que no tenga algo de complejo y de insatisfacción, puesto que es difícil vivir entre la manada si no exhibes una fuerza que ella entienda como tal, por eso siempre estás en desventaja, no te hallas en su terreno, donde podrías mostrar armas y tácticas que ellos temerían y les obligarían a respetarte, al situarte en una marginalidad no reconocida ese vecindario te compadece, y te desprecia con facilidad, y se siente superior a ti, si bien ellos no son sino la hez de ese recipiente maloliente que está lleno de sometidos, de cuantos se venden al mejor pagador, de desairados, de los que se sienten fracasados porque se propusieron objetivos que jamás podrían alcanzar, no es mi caso, podría serlo, entre su situación física, digamos, y la mía no hay mucha diferencia, sólo que yo elijo vivir fuera de sus normas y no les pido tampoco que me mantengan, Mathew me comprende pero me vapulea a consejos, nunca podrás ser un fuera del sistema, me dice, acabarás pasando por todo como todos, salvo que decidas morirte aquí mismo, en cualquier momento, pero eso sería reconocer que eres un perdedor de verdad, me lo dice con aplomo y con bastante calma, en parte para que no me irrite y en parte para que reflexione, aunque no me descubre nada, me trata como un adolescente, y yo lo entiendo, él me lleva bastantes años, sabe de batallas perdidas, de renuncias, de expulsiones, de desamores, nada podría enseñarle yo que no haya probado él de la sustancia de la vida, y no acepta que me acurruque en los rincones del abandono, él desearía de mi que corrigiera el rumbo de la barca, una navegación que para él se fue a pique hace tiempo, pero cuya apariencia de mantenerse a flote la lleva con dignidad, controladamente, no me gustaría ser desleal con Mathew, no podría serlo, pero hay días que su presencia la percibo como presión, acaso porque tengo la sensación de que en él se proyecta en realidad mi imagen, y sí, me siento salvado por su honesta complicidad, haga lo que haga me acepta y si es necesario me defiende ante terceros, si no hubiera sido por su presencia próxima mi ruptura con Bárbara la hubiera llevado peor, y ya es bastante sufriente mi situación como para no reconocer lo mucho que debo a Mathew, las noches de desahogo, las lágrimas vertidas, mis enfados desquiciantes, los recursos que hieren el cuerpo, Bárbara no hubiera sido capaz de apreciar este auxilio desinteresado, me sorprendo pronunciando Bárbara, hacía semanas que no pronunciaba este nombre que me confunde, que inmediatamente me exige colgar apelativos contradictorios, Bárbara delicada, Bárbara despiadada, Bárbara dulce, Bárbara desapacible, Bárbara comprensiva, Bárbara exigente, la lista podría ser larga, pero debo dar marcha atrás, hacer como si no he mencionado a nadie, como si nadie existiera en mi vida, porque nadie existe desde que...
(Fotografía del checo Martín Stranka)
El extravío de la palabra
A muchos no les gusta el tema. ¿Por miedo? ¿Por mala o temerosa conciencia? ¿Por déficit de pensamiento y razón? Yo sólo me hago preguntas. Por ejemplo: pozos, simas, cunetas, laderas, hoyos, lagunas, cementerios...¿son palabras poéticas? ¿Qué lírica poblaba aquella barbarie? ¿La épica se disfrazaba de lírica o viceversa? ¿O la poesía, y en general la literatura, habían huido del regazo de los hombres? Entonces, ya lo entiendo. Los dioses -siempre tan caprichosos, crueles e injustos ellos- abandonaron a los humanos a su suerte, simplemente privándoles del poder sincero y liberador de la palabra. La memoria no es revancha. La memoria es poner las cosas en su sitio, sea del color que sean. La memoria no es llanto, es la alegría de quien recupera la cordura, aunque sea a través de sus nietos. La memoria no es matraca, es ética. Dejemos de ser tan cicateros, tan ambiguos y tan maniqueos. No se pide tanto. O sí, se pide todo: tenerlo claro, sacar conclusiones, instaurar de una santa vez el reino del Derecho y de la Lógica. Y todo para evitar repeticiones. Para entendernos mejor. Para tener garantías fuertes de convivencia. ¿Perdón? ¿Olvido? Estas palabras ya no son la clave. Claridad es el término. Reconocimiento de los hechos. Compasión por lo irreparable y sobre todo piedad por lo que puede evitarse a tiempo. Reflexión, tolerancia, vertebración. No hay palabra nueva alguna entre las que he citado. Viejos conceptos que o se revalorizan o perdemos todos de nuevo. Y si extraviamos el significado, mejor, el sentido, de las palabras, díganme, ¿para qué sirve la literatura?
(Fotografías extraídas de los periódicos sobre el pozo de Arucas, en Gran Canaria, y el cementerio de San Rafael, en Málaga. Los esqueletos no son parte de ningún parque temático, se lo prometo)
miércoles, 26 de noviembre de 2008
El hombre de Kraus
" El hombre no es más que una caña, la más débil de la naturaleza; pero una caña que piensa. No hace falta que el universo entero se arme para que lo aplaste: un vapor, una gota de agua, bastan para matarlo. Pero cuando el universo le aplaste, el hombre seguirá siendo más noble que lo que le mata, porque sabe que va a morir, y la ventaja que tiene el universo sobre él; el universo no sabe nada "
Karl Kraus.
(Para Niké Moritz, cuyo ojo mira en profundidad y sin embargo cree que no entiende nada)
martes, 25 de noviembre de 2008
Las piedras
..echas mano de todas las piedras que has ido encontrando por el camino, incluso las que tu riñón o tu vejiga han fabricado a lo largo de años de grasas y sedentarismo, el mundo está lleno de piedras, jamás podrás decir de otro objeto que abunde tanto en este mundo, a excepción de los plásticos, naturalmente, siempre te topaste con las piedras desde que recuerdas, las hallaste por doquier, en la calle, en las laderas, en los caminos, hilvanadas en el suelo del zaguán de entrada a la venta, tropezabas con ellas, se te metían las más chiquitas en el zapato, os tirabais los chicos las más gordas, lanzabas los guijarros planos sobre la superficie del arroyo, que lo sorteaban limpiamente y llegaban intactas a la otra orilla, coleccionaste piedras, piedras de la sierra, de los acantilados, de las minas abandonadas, tu vida ha estado señalada por las piedras, recuerda aquella diminuta que formaba un complejo poliedro de aristas cortantes que te desgarraron los uréteres en su lenta y desmesurada huída, para tu fortuna, del hogar donde se formaron, allá en lo más íntimo del riñón derecho, tu padre mismo preservó en un frasco durante años una piña de piedras redondeadas que casaban como los sillares de las paredes cuzqueñas y que le habían extirpado de la vesícula, piensas con frecuencia en que nuestra condición mineral nos vincula con la orografía exterior, acaso será por eso que te reclama tanto las piedras, las piedras que son como desmenuzamientos del pasado, pero también te reclaman las piedras sobre piedras, es decir, los edificios, las cuevas, las iglesias rupestres, ya sabes que la arquitectura de los siglos pasados consagró el himno a la piedra transformándola en símbolos, o acaso fue al revés, acaso los símbolos tuvieron necesidad de encarnarse en la roca tallada, en los sillares labrados, en las columnas papiriformes, pero tus piedras son más elementales, son las que te sigues encontrando en tu recorrido diario, y que de tanto trasladarlas en tu regazo llegas a creer que son parte de tu constitución, y que tus órganos, el bazo, el intestino, el hígado, el corazón, se van convirtiendo en una fosilización que te resulta pesada, y te encorvas, vas por la calle y te encorvas, te ladeas, quiebras a veces, tienes que respirar profundamente para mantenerte erguido, porque te das cuenta de que las piedras no emergen sino de tus pensamientos, de todo ese naufragio de inconsistencias, dudas e indecisiones que se fraguan en tu mente, son como una cantera de donde pueden saltar por derrumbe o como lascas que la acción de tus contradicciones provocarán que se desplomen, cargas con las piedras porque, en tu narcisismo atroz, piensas que no puedes dejarlas tiradas por ahí, sin darte cuenta de que la piedra desprendida de tu experiencia ya se ha perdido, que las piedras que vas dejando caer no son recuperables en absoluto, ni tienen valor, ni podrás rehacer nada con ellas, ni siquiera serán recogidas por otros caminantes, nadie se para a considerar de dónde proceden las piedras que invaden los caminos, se las ignora, se las aparta, se las acumula en montones alejados de las orillas, sólo te consuela que el esfuerzo por trasladar las últimas piedras va dejando al descubierto tu desnudez, allí donde debes mirarte para preservar la voluntad que aún late en tu cuerpo, donde debes reagrupar fuerzas para proceder a nuevas iniciativas por las que debes considerarte aún vivo, donde te resistes a perecer como un Sísifo insalvable en manos de la abulia y la resignación...
(Fotografía de Misha Gordin)
lunes, 24 de noviembre de 2008
Habla Katsushika Hokusai
“Desde que tenía seis años me invadió la manía por dibujar las formas de las cosas. Cuando llegué a los cincuenta, ya había publicado infinidad de diseños, pero todo lo que he producido antes de llegar a los setenta años no merece la pena tenerse en cuenta. A la edad de setenta y cinco años he aprendido por fin un poco acerca de la estructura real de la naturaleza, de los animales, las plantas y los árboles, los pájaros, los peces y los insectos. En consecuencia, cuando llegue a los ochenta, previsiblemente habré hecho aún más progresos. A los noventa penetraré en el misterio de las cosas; y a los cien ya habré alcanzado sin duda una fase maravillosa y, cuando cumpla los ciento diez, todo lo que haga -ya sea una línea o un punto- estará vivo. Les ruego a los que vivan mientras yo siga ahí que comprueben si cumplo mi palabra. Escrito a la edad de setenta y cinco años por mí -anteriormente conocido como Hokusai-, hoy llamado Gwakio-rojin, “el viejo loco por la pintura”.
domingo, 23 de noviembre de 2008
Mano de lluvia
...y el pájaro incandescente restalla en la mano con los colores del mar y de la tierra, y se adivinan las espumas de los oleajes y se advierte el fulgor de las lavas que brotan de las ubres del planeta, y el pájaro trae aromas de lejanos salitres, deposita el polvo de los terrenos yermos, aventa las cenizas de las aves muertas, despliega los pasos que se perdieron por las sendas de los continentes, deja caer los gritos y las risas y los llantos que escuchó al atravesar cada calle y cada patio y cada alféizar de ventana de alcoba, arrastra el eco de los silencios que recogió entre los hombres que habitan las ciudades y los campos, y al tacto del ave que no cesa en sus ofrendas los dedos se encienden más y más, y sus yemas se iluminan, y se impregnan de cada una de las sustancias que el vuelo del ave le ha proporcionado, y a través de cada partícula de esas materias la mano se abre, crece, se extiende, la mano adquiere una energía insospechada, el pájaro picotea en la mano generosa, bebe en ella las gotas renovadas de rocío, cata en ella la esencia nueva del alimento que conjure la muerte, rescata de la afasia su voz firme, y al hacerlo la ave procura curar sus heridas, reorientarse, fijarse en un punto en que la supervivencia no sea sólo vuelo inerte, y en esa transustanciación no se sabe bien quién se nutre de quién, tal vez ambos, mano y pájaro, se alimenten mutuamente, porque ése es el destino del vuelo de las aves, porque esa es la súplica de los hombres que no renuncian...
jueves, 20 de noviembre de 2008
Pájaro de fuego
...no lo suelta...lo ha hallado malherido entre las hojas del otoño, y su mano le aporta calor, y su boca pone saliva sobre sus alas maltrechas, y sus dedos pulsan el lomo de su cuerpecito, y sus palabras tenues pretenden la calma, y el pájaro revive, la ave es bella, sus colores refulgen, la pátina de su plumaje emite destellos diferentes en cada luz del día, su mirada hipnotiza, su urdimbre es aterciopelada, su canto se muestra cadencioso, su figura airosa, la mano se abre toda a su fragilidad, trata de concederle sosiego, de inocularle confianza, la mano rebaja su melancolía, la mano le sugiere esperanza, la mano es menuda pero posee una intensidad acariciadora, en ella cabe un pájaro descendido del paraíso, en ella se genera un haz de luces que se proyecta sobre los sentidos, en ella se columpia el pájaro en su contento, en ella la ave amortigua su desorientación, en ella el pájaro se duerme, la mano, mientras, recibe el tesoro ígneo que el alma del pájaro porta, una calidez que vincula a sus cuerpos, la mano necesita el pájaro de fuego...
miércoles, 19 de noviembre de 2008
No cesa
Ella tuvo que citarlo para que él se propusiera adentrarse en sus letras. Naufragaba el hombre como fruta ácida sobre un océano de confusión. Y ella tuvo la ocurrencia de citarlo entre sus preferidos. Habiendo oído él hablar del poeta y de su obra, tuvo sin embargo que venir aquella pasajera a descubrírselo. Habiendo estado más cerca siempre de él que de ella, él apenas le había hincado el diente a aquel don oculto. ¿Por qué a veces la proximidad pasa desapercibida? Y los primeros versos eran tan contundentes:
“Siempre la claridad viene del cielo;
es un don; no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de las sombras”
Él tuvo que leer aquella portentosa manifestación de la naturaleza. Esta vez las palabras no son tales. Son los elementos, el acontecer, la aparición y la pérdida. Lo que tiene lugar, lo que surge desde dentro de la tierra y desde lo más oscuro de los cuerpos. La claridad lo ocupa todo, todo lo amasa, todo lo dispone...¡y cuánto nos gusta habitar entre tinieblas! ¿No advertimos la luz lo suficiente? ¿No retenemos el gran milagro de cada día antes de que la ceguera nos prive de la visión irrenunciable? ¿Hay algo más que turba nuestras horas y se revela cómplice de la luz para una vida llevadera?
“Así el deseo. Como el alba, clara
desde la cima y cuando se detiene
tocando con sus luces lo concreto
recién oscura, aunque instantáneamente.
Después abre ruidosos palomares
y ya es un día más. ¡Oh, las rehenes
palomas de la noche conteniendo
sus impulsos altísimos! Y siempre
como el deseo, como mi deseo."
Y desde entonces no cesa de leer a Claudio Rodríguez, porque allí en sus poemas hay mucho trigo del que nutrirse, porque ahora él se alimenta de las sustancias que el cielo le provea con tinta de palabras. Como fruto ácido se desenvuelve atónito y perplejo. Son las encrucijadas de la vida, porque, como en el mismo poema, él se repite:
“Oh, la estrella de oculta amanecida
traspasándome al fin, ya más cercana.
Que cuando caiga muera o no, qué importa.
Qué importa si ahora estoy en el camino”.
(Pintura de Kuzmá Petrov-Vodkin)
martes, 18 de noviembre de 2008
Ajeno, de Claudio Rodríguez
Largo se le hace el día a quien no ama
y él lo sabe. Y él oye ese tañido
corto y duro del cuerpo, su cascada
canción, siempre sonando a lejanía.
Cierra su puerta y queda bien cerrada;
sale y, por un momento, sus rodillas
se le van hacia el suelo. Pero el alba,
con peligrosa generosidad,
le refresca y le yergue. Está muy clara
su calle, y la pasea con pie oscuro,
y cojea en seguida porque anda
sólo con su fatiga. Y dice aire:
palabras muertas con su boca viva.
Prisionero por no querer, abraza
su propia soledad. Y está seguro,
más seguro que nadie porque nada
poseerá; y él bien sabe que nunca
vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama,
¿cómo podemos conocer o cómo
perdonar? Día largo y aún más larga
la noche. Mentirá al sacar la llave.
Entrará. Y nunca habitará su casa.
lunes, 17 de noviembre de 2008
Oh, Gott!
"El insomnio te hiere. Transcurren las horas lentas y agitadas. No sabes cómo estar. Si con la luz apagada, te acosan fantasmas. Si tratas de leer, no te concentras. Si te levantas y paseas por la habitación, te cansas. Si permaneces en la cama, no dejas de dar vueltas y no hay posición que te calme. De vez en cuando, en uno de esos giros intranquilos sobre el eje de tu cuerpo, tienes un instante atroz en que aflora en ti la parte más lejana, supersticiosa y profunda, la que ya creías superada. Un suspiro emerge de lo más recóndito y brota de tus labios de forma refleja la palabra mágica: Oh, Gott! La pronuncias como una síntesis de tu desasosiego. Como un pandemonium que conjure tu estado fatigado. Hasta la repites. Oh, mein Gott! ¿Dios como desasosiego? ¿Por qué no?
De niño invocabas la palabra totémica -¿o habría que decir también tabú?- por excelencia y le dabas ese tono protector, consolador, salvífico. Era una imagen etérea de la cual esperabas que se encarnara en Poder sobre los poderes y viniera a echarte una mano en tus complejos, en tus dudas y en tus infortunios. Mas como éstos no fueran tan graves ni irremediables como te parecía -otro asunto es cómo te obsesionaban, cómo te hacían sentir apurado cuando no desgraciado, cómo temías la reacción de la autoridad familiar si no los resolvías- de ordinario resultaba que los motivos de tus angustias tenían fácil solución. Y aunque casi nunca llegaba la sangre al río, sin embargo de ahí deducías el poder taumatúrgico y benefactor de Dios. ¿De Dios? De la palabra Dios, del inoculado concepto abstracto y febril denominado Dios. Te lo habían repetido tantas veces desde la cuna. Ya venías oyendo el vocablo antes de disponer de una mínima capacidad de encontrar identidad entre objetos y conceptos. Gott era un término en boca de todos, desde las matronas hasta los carreteros, ya fuera para invocar las satisfacciones o para exorcizar los sufrimientos.
Hoy ese Oh, Gott! no te lleva a concederle ni tiempo ni crédito, pero no puedes evitar sorpresa por el destello. Meditas en las palabras que empezaron a entrar hasta tus vísceras desde el primer vagido. Y que siguen infiltrándose en tu carne madura. Ellas te desasosiegan tanto como el Oh, Gott! Adviertes que si los creyentes irredentos lo supieran podrían ver en ello un triunfo de los sobrenatural. Pero a ti tal observación de los fanáticos no te interesa. Hay también fanáticos de la literatura que pretenden imponerse con sus palabras de apariencia de acero, pero de textura frágil. Te preocupa la oscuridad de las palabras. Mas, ¿de verdad crees que hay palabras oscuras? No. Lo que te causa inquietud y pavor son las intenciones oscuras. La utilización maniquea y traidora de las palabras. La mezquindad de quienes reprimen los sentimientos y no saben traducirlos en la belleza de la honestidad. Ahí reside la oscuridad y la confusión, que fomentan la falta de entendimiento entre los hombres.”
(Carl Maria Träume, de su obra desaparecida titulada "Die Dunkelheit der Wörter. Tagebuch eines Mannes unruhig, traducido como La oscuridad de las palabras. Diario de un hombre intranquilo")
domingo, 16 de noviembre de 2008
El color
Te adentras en el bosque porque no te crees sus colores. Quieres registrarlos y palparlos. Quieres olerlos y preservarlos. Y uno de ellos te da de plano y te toma. Te dejas, te abandonas.
Está por todas partes. Cae del cielo, sube desde la capa de humus bajo tus pies, tapa las huellas, colorea las sonrisas. Es su gran momento efímero. Todos tenemos nuestro gran momento efímero. Aunque no se note.
Como si volaran tus pisadas. Imperceptibles. El suelo ha desaparecido. Una nueva geometría. Textura y forma del ocaso. ¡Y sin embargo parece tan nuevo!
El color va ascendiendo. Oculta las raíces, la base de los árboles, tus pies, los gritos de los niños. Pronto llegará hasta...ni se sabe. Ascensión que todo lo ocupa y lo tiñe.
El piélago te moja. Te lame las rodillas, te acaricia los muslos, te atrae. Atractiva su mirada narcisa. No te apartas. Acabará engulléndote.
Queda el diálogo solitario. El color permanecerá por la noche y sólo lo disfrutarán los bancos de hoja perenne. Pronto ellos serán también atrapados. Su apacibilidad no es garantía de supervivencia.
Juegos al trasluz. Los guiños del crepúsculo sobre el color. Éste absorberá toda la luz posible para sobrevivir en la oscuridad.
Resuenan aquellos versos de Georg Trakl, de su poema Sebastián en sueños...
Qué otoño más suave. Bajo los árboles altos quedos resuenan nuestros pasos
por el viejo parque. Qué serio el rostro del jacinto del atardecer.
El manantial azul está a tus pies, misterioso el silencio rojo de tu boca
que oscurece el sueño ligero del follaje, el oro apagado de unos ruinosos girasoles.
Cargados de adormidera están tus párpados y sueñan silenciosos en mi frente.
Suaves campanas tiemblan en el pecho. Una nube azul,
tu rostro, va cayendo sobre mí, en el crepúsculo.
Parada
Las letras no pueden esperar. El mecanismo se muestra expectante. Tus manos se ausentan. No pueden esperar las letras porque por naturaleza son hijas del caos. Como tú. Como tus sentimientos. ¿Pueden detenerse tus sentimientos? ¿Alguna vez obedecieron órdenes ajenas que pretendían que fueran sometidos? ¿Alguna vez te exigieron que los domeñaras? Claro que sí, pero no les hiciste caso a los autoritarios de turno; aparentaste, nada más. Cuando tus sentimientos se rasgaron -y desde entonces no han parado de desgarrarse- buscaron enfebrecidamente la complicidad de las letras. ¿Para complementarse o para distanciarse? ¿Para compensar lo que ellos no obtenían por sí mismos? ¿O acaso fueron los progenitores de esta insolente encrucijada de vocablos e hilaciones sintácticas que ni tú sabes a dónde te llevan? No te engañes. Los sentimientos jamás han existido en estado puro. Como mucho tienen un punto fugaz de revelación que no atrapas. Un instante inadvertido, que cae como rayo sobre el territorio del hombre. Su carta de naturaleza está en que se hallan abocados sine die a ser representados por las palabras. Sentimos con nuestra pronunciación más íntima, pronunciamos los sentimientos. Por eso sabes que lo que quieres decir no puede esperar. Pero si esperase, si nunca más emitieras palabra alguna, si renunciaras a explorar, si te olvidaras de tus aflicciones y de tus impedimentos, si abortaras tus tentaciones, si tragaras saliva y detuvieras tu caos, ¿dejaría de amanecer? (Preguntas de un disoluto ante una máquina de escribir)
sábado, 15 de noviembre de 2008
Pulsaciones
¿Los dedos buscan las letras o las letras salen al encuentro de los dedos? ¿Quién podría decir lo que sucede realmente cuando te pones a escribir? ¿Son las palabras las que emergen o la intención persigue las palabras? ¿Hay algo concreto y definido cuando te pones ante la máquina o la máquina incentiva la imaginación? ¿Quién actúa tomando la iniciativa? ¿Los estímulos de tu interior o el movimiento de tus dedos? Tal vez no hay diferencias, sino coordinaciones. Esa extraña y velada red de intuiciones, sugerencias, ideas y obsesiones se entrecruzan tejiéndose hasta la revelación si es posible. ¿Hay algo más? El enigma, tal vez. Ese desconocerte, ese desproveerte, ese necesitarte. ¿Tienen las letras autonomía propia? No me cabe duda. Una a te puede iniciar, una o te puede preservar, una u acaso te proyecte...¿O el orden es otro? Signos juguetones que fueron cayendo en tu vida como espíritus puros, hasta que las consonantes las tomaron y decidieron llevarlas al crisol y parir la palabra. Y siguieron siendo signos. Pero las palabras, edificadas con los ladrillos y lo sillares de vocales y consonantes, no son todo el edificio. Al dar a las teclas, miras la letra. La fijas, la piensas, la deseas. Tus dedos tienen tal sensibilidad táctil que reconocen el valor de cada letra. Se mueven ágiles, en ocasiones equívocamente, o se dan una por otra. Y de pronto tu dedo no avanza. Tu pulsación por un momento en el aire. Tu dedo permanece sobre una consonante que no quiere completar la palabra. No porque dude, sino porque le parece enorme y acaso no sabe nombrarla correctamente. Porque la siente, porque le significa, porque le prolonga, porque le incentiva, porque le estremece. Las letras están provistas de sentimiento y los dedos lo captan. Algunas están pertrechadas de tal carácter que se paren a sí mismas. Los dedos, tan firmes y sin embargo tan frágiles cuando pulsan las letras. Y la palabra se queda a resguardo, esperando, pensándose de nuevo. Puede decir tanto. Y lo que intuye es tan inevitable...
jueves, 13 de noviembre de 2008
Al fondo
Has debido caer por algún agujero donde no te sabes, donde no te tocas, donde no te miras, donde ya no exclamas, donde no sonríes, donde no acaricias, donde no te sientes, donde no imaginas, donde ya no gimes, donde no susurras, donde no conversas, donde no te ensanchas, donde no suspiras, donde te ensombreces, donde no recuerdas, donde te reniegas, donde te decreces, donde estás ausente, donde te sometes, donde te conformas, donde no transitas, donde no te muestras, donde no te vales, donde te escabulles, donde no te elevas, donde no rescatas, donde te limitas, donde te oscureces, donde te marginas, donde no hay verdades, donde no te piensas, donde te lamentas, donde no respiras, donde no te escuchas, donde hay voces huecas, donde ya te vences, donde no te alumbras, donde te dispersas, donde no te acoges, donde te desgarras, donde te traicionas, donde no te buscas, donde no te palpas, donde no te cubres, donde no te lames, donde no te curas, donde hay besos rotos, donde desconoces, donde desesperas, donde te reduces, donde no te pruebas, donde te lastimas, donde ya no lloras, donde no te calmas, donde te extravías, donde no te hallas, donde no descubres, donde no te atrapas, donde te rehuyes, donde ya te ignoras, donde estás ya seco, donde te sumerges, donde te emponzoñas, donde ya no sueñas, donde no te duermes, donde no despiertas, donde no derribas, donde no edificas, donde no te abres, donde no compartes, donde estás sediento, donde no te agarras, donde te soslayas, donde no hay salidas, donde no te quieres, donde te has rendido, donde no te salvas...
(Composición pictórica de M. Boix)
miércoles, 12 de noviembre de 2008
El futuro...
El futuro es desierto
y el futuro ha empezado
y el futuro ha empezado
(leído en una obra del poeta Juan Vicente Piqueras)
sábado, 8 de noviembre de 2008
Las visiones del caminante (Monogatari, 19)
Mas desde aquella parada bajo el cañizo lo veía todo. No sólo la visión adivina del obscuro valle de Tanarai, sino las cimas más lejanas y las costas más agrestes. Cerraba los ojos y los mares orientales se batían en mi presencia, y me llegaba el rumor de su ferocidad y el embate de las olas contra los acantilados que resistían, a pesar del riesgo de su propio desgaste, y los empellones contra las naves de mercaderes que desafiaban su destino. Y me era dada la contemplación abierta de los valles de la soja y de los humedales de arroz, y los trabajos y jornadas de los habitantes de las aldeas primitivas. Y penetraba con mi retina malherida entre los frondosos bosques de bambú, erectos como lanzas guerreras, cerrados como caballería del shogun, que apenas se dejaban herir por esbozos de ligeros rayos del sol. Y simulando el vuelo de los gavilanes alcancé las cimas de nieve de los montes santos, y sobrevolé el corazón de los volcanes durmientes, cuyo fuego se renovaba en sus recónditas entrañas, y al anochecer descendí sobre el alma de las ciudades que se sumergían en los sueños, muchos de cuyos habitantes se entregaban a la diversión o al repaso de las tareas y las cuentas del día. Y envuelto en el aspecto del viajero que lo mira todo, entré en los hogares honorables y me recosté sobre los tatamis cálidos, me emborraché con sake en las tabernas portuarias y me deslicé tras las puertas de las mórbidas casas de placer de las afueras. Y empeñado como me veía en la exigencia de la meditación me dejé llevar por el silencio de los santuarios y escuché respetuoso los cánticos de sus profesos, siquiera para probar si la dimensión de mi alma individual era inferior a aquellos que hacían de su existencia un apartado reconocido y vitalicio. Todo consistió en cerrar los ojos. Mi vida era simplemente el espacio reducido bajo el bambú protector. Mi sentido estaba en la concentración de mi humilde cuerpo. Mi estímulo consistía en detener la ansiedad de la búsqueda. Las preguntas bien podrían replantearse; las respuestas bien podrían ser flexibles; la mirada bien podría ir más allá de lo que aparentemente se ve; lo que se desea saber acaso podría ser un arañazo al magma de ese conocimiento secreto de la vida cuya línea divisoria nunca significa alejamiento, sino acaso nueva aproximación. No sentía hambre ni frío ni humedad ni deseo. El haiku habló por mi y se perdió entre todos los paisajes...
Bambú te meces
flexible, consistente.
Afianzas tu ser.
(A Par49, cuyo sentido fotográfico de la percepción de las cosas bien merece ser acompañado por la mirada del pintor japonés Katsushika Hokusai)
Bambú te meces
flexible, consistente.
Afianzas tu ser.
(A Par49, cuyo sentido fotográfico de la percepción de las cosas bien merece ser acompañado por la mirada del pintor japonés Katsushika Hokusai)
jueves, 6 de noviembre de 2008
...contra la costa
Y el ojo de la escrutadora estaba allí, a una distancia no excesivamente lejana, y yo sentía su mirada agrandándome, ¿o tal vez me empequeñecía?, y con su retina incisiva leía todo lo recóndito que habitaba en mi: mi procedencia, mi crecimiento, mis intenciones, mis compromisos, mis energías, mis inseguridades, mis fuerzas latentes y mis fantasías ocultas, y desde su atalaya no dejaba de prospectar los movimientos que yo me procuraba para salvarnos del ataque de los elementos, ella no paraba de observarme y de medir mis recursos, pulsaba las energías y las habilidades que yo desataba, tomaba nota de la dimensión de la embarcación y de su capacidad para resistir la fuerza de la tormenta, cotejaba escrupulosamente mi posición, calculaba la distancia entre nosotros y la tierra firme y el riesgo amenazante de los farallones hacia los que la nave se dirigía de forma ineluctable, tanta pasividad por su parte desde aquella altura me estremecía, pues ella se mostraba allí imperturbable mientras el oleaje caprichoso y severo debilitaba las energías de mis hombres y las mías propias, yo trataba de ignorarla, era inclemente aquella prospección sin piedad sobre los que padecíamos la furia del viento y del agua, y yo quería evitar como fuera su control, porque desconocía los móviles que perseguía, intentando no mirar siquiera hacia su posición, mas era ella la que se mantenía superior, era ella quien manifestaba un dominio todopoderoso, actuando sigilosa, prudente, distante, y mientras mi cuerpo se empapaba del salitre y de las aguas frías del océano, mientras las piernas y los brazos me dolían hasta la extenuación, mientras acusaba la merma de mis propias fuerzas como si se tratase de un cuchillo que se hendía en mi costado, desgarrándome cada pedazo de la carne, sometidas mis energías a un esfuerzo desmesurado y agónico, no podía dejar de pensar dónde se agazapaba realmente el peligro, ¿entre el arrebato huracanado o en tierra adentro?, y si ella pretendía algo contra mi ¿a qué esperaba?, ¿a que le hiciera el trabajo la galerna?, tal vez nos tomara por la avanzadilla de alguna flota poderosa, o acaso por un puñado de salteadores de pueblos costeros, ella se elevaba enhiesta allá arriba invocando el desencadenamiento de todas las energías contra nosotros, como si fuera una sibila haciendo de intermediaria entre los dioses y los hombres, sin desvelarnos los secretos de lo encomendado, sin interpretarnos nuestro destino, porque acaso ella era la ejecutante de ese fatum desconsolador, nuestro verdugo, la espada de Némesis, la guardiana de todas las cellas de los templos vestales que garantizaría a sangre y fuego si fuera preciso la integridad del santuario, y, sin embargo, algo irradiaba en lo alto de su cabeza que me transmitía esperanza, o acaso fuera la situación extrema que me doblegaba la que me hacía buscar cualquier tipo de salvación, a cualquier precio, incluso arriesgando que aquello que me deparara la costa fuera tan infame como esto, mas el hombre vive al día y se hunde y se renueva en cada jornada onerosa, y sus esfuerzos y sus sufrimientos y sus quiebras sólo se sienten y se valoran a pie mismo del dolor, en el preciso momento en que hacen mella sobre uno, y se está dispuesto a pactar cualquier futuro con las criaturas del Averno con tal de alzarse sobre la destrucción que se avecina
Lares de los libros
martes, 4 de noviembre de 2008
Suelo
Hoy no te apetecía sentarte frente a la mesa, ni leer, ni escribir, ni hacer recados, ni repasar temas pendientes, ni hablar con nadie, ni ponerte a tareas domésticas, ni echarte a la cama a horas inusuales, no te apetecía estar de ninguna de esas maneras, preferías ser de otra forma, y entonces decides sentarte en el suelo, podrías haberte sentado sobre el parquet directamente, es una madera de roble amable, cálida, el tacto que perciben los pies es agradable, y como habías dado la calefacción sentías que subía por tu cuerpo una temperatura animosa, pero optaste por sentarte sobre la alfombra, apoyando tu espalda en un sofá sobre el que a veces te echas a dormir a horas también atípicas, pero sobre todo porque algo que gira entre las neuronas y tu estado de ánimo te pide desconectar, y entonces conjuras el malhumor o el desconcierto con un sueño pasajero, un sueño que no sueles proponerte pero que llega como ángel salvador, eso pasa algunos días, hoy has estado sentado un buen rato sobre la alfombra de rayas de colores que te recuerda a un cuadro de Malevich, te habías desprovisto de la ropa de calle, te habías descalzado, te sentías más cómodo con los pantalones de algodón que pegan más para el verano pero que, en casa y con ese clima te hacía sentirte más ligero, te desabrochaste la camisa blanca cuyo cuello por su parte interior empieza a ennegrecerse por efecto del roce, acariciaste los dedos de tus pies desnudos o tal vez los masajeabas, y permaneciste inclinado sobre tus pensamientos fugaces, de vez en cuando arqueabas tu cuerpo sujetando tus rodillas, las abrazabas, disponías tu postura a lo turco, había silencio en el piso y no quisiste siquiera interrumpirlo con la música de tus discos, echaste las manos hacia atrás, tomando la cabeza por la nuca, sujetándola, produciendo un vaivén que cimbreaba divertidamente tu torso, y de pronto te veías en un tiempo olvidado, en el piso de la vieja casa de la vuelta, donde nadie te hacía desistir de sentarte en los rincones, ni de estar tirado por la tarima, boca arriba, contemplando el cielo raso pintado de ámbar o de celeste azul, entonces necesitabas tocar el suelo continuamente, con todas las partes de tu cuerpo, sentirte vinculado al origen, los hombres eran demasiado altos para tu comprensión y lo que decían no te interesaba, ni siquiera te apetecía soportar las órdenes de tu padre, aunque disimularas y representaras tan bien la comedia de la sumisión y el acatamiento, que no resultaba, por otra parte, de gran esfuerzo puesto que el carácter severo de tu padre obraba como un mecanismo de contención de ti mismo, tú te refugiabas entonces en lo más palpable, lo más liso, lo más firme, cada tabla de la tarima con sus nudos y sus tonos de color alterados te parecían un mundo misterioso pero al cual comprendías, sobre el cual eras alguien, y aquella ductilidad del piso te perdía, no en vano tu aprendizaje del tacto estuvo entre los pechos de tu madre y el suelo bajo tus pies, bajo tus costillas, bajo tu columna, y hoy lo recordabas, aunque la alfombra fuera una interferencia o acaso una intermediaria, la fuerza del tejido requiere otro tacto desde tus palmas avariciosas, y así acabaste, jugando con las líneas rojas, azules, negras, amarillas, moradas, líneas paralelas, campos de roturación sobre los cuales tu vista se alargaba, ocupando el espacio de tu desgana
lunes, 3 de noviembre de 2008
Parada (Monogatari, 18)
Caminar por Tanarai es como si uno se dirigiera a ninguna parte. Como si las proyecciones geográficas hubieran volado. Si preguntas por el mar a algún personaje con el que te hayas encontrado te indica en una dirección. Si le preguntas a otro puede señalarte la contraria. Si hablas con un tercero, no sabe. Abandoné el lugar misterioso de Fuji Tanaka deseando suerte al pastor. A diferencia de aquel viajero que le regaló el shamisen, yo sólo invoqué el favor del azar. Tampoco soy hombre de dar consejos. Siempre me ha parecido que no es útil, y que cada uno debe descubrir con su agudeza y observación lo que le depara la vida. El chico no sabía leer, por lo que obsequiarle con uno de los libros que me acompañan hubiera sido un gesto baldío. Mas luego me arrepentí de no haberlo hecho. ¿Y si algún día aprende? Siempre podría disponer de él. ¿Y si lo conserva como un talismán? No creo en el fetiche del simple objeto. ¿Y si se lo da a otro caminante cuyo contenido le va a ser útil o simplemente agradecido? Difícil adivinarlo. La fuerza de los libros es más intensa que la de las palabras, siquiera porque perduran más. El destino de un texto es una larga mano, imprevisible, de ida y vuelta. Puede que hoy no entendamos lo que leemos, pero dentro de unos años puede iluminar. Es verdad que hay palabras, emitidas por la boca de otras personas, que calan a la primera y que se sedimentan en el alma del individuo, no voy a negarlo; palabras que nunca se olvidan. Es verdad que hay narraciones que se nos han ido transmitiendo de generación en generación en las frías noches de invierno, al borde del hogar, o en los agradables atardeceres de verano, al pie de los bambúes. De aquellos cuentos nos han llegado hoy estas otras maneras de relatarlos, a través de escribientes que se han esforzado. Sin embargo en un libro hay tantas palabras que se dispersan en tantas direcciones. Tantos sentidos, tantas posibilidades de interpretar, tanto dicho y no dicho que puede ser completado por el lector. A veces me pregunto si la genialidad de un texto no está tanto en lo que dice como en lo que incita a ser comprendido, en lo que nos sugiere. ¿Saben más los que han escrito los libros? Acaso simplemente se han anticipado a los lectores en percibir la vida, y nos la cuentan. No soy de los que tienen fe ciega en cada palabra y en cada argumento de lo que se lee. La palabra es débilmente humana. Por lo tanto, puede ser aceptable o discordante, o bien etérea o bien tangible. Esa palabra no vale si no se somete a la interpelación del que lee. En mi experiencia de caminante sin claro retorno, vivo la lectura con el entusiasmo de las nuevas exploraciones. Para mi es un alimento que tengo que digerir y absorber. Mi nutrición con ella dará la medida del valor de lo escrito. Hay quien busca curación en la palabra escrita, quien la adopta como vínculo religioso, quien se deja acariciar superficialmente, quien exige más, quien se conforma con el placer que obtiene, quien la complementa en su imaginación. Son distintas posiciones, variadas posibilidades, ¡y todo es válido!. A mi me ha gustado ser de estos últimos. Nunca he considerado los textos como algo cerrado, ni los más herméticos lo son tanto como parecen, y resulta que, con frecuencia, son los más abiertos para ciertos espíritus inquisitivos y rebeldes. Es como si hubiera una subterránea relación dentro de mi entre lo que vivo y lo que leo; incluso han llegado momentos en que no sabía con seguridad si vivía lo real o lo que emergía de la ficción. Con estos pensamientos redundantes me fui alejando de la ciudad enigmática, de la que nunca se ha sabido si fue o no fue tal ciudad. Después de andar media jornada consideré que hay ocasiones en que el caminante debe parar sin más. ¿Qué importancia podía tener para mi saber dónde caía el mar o dónde la montaña? ¿Acaso me había propuesto salir de aquel valle? Se supone que el viajero debe trazar una ruta y seguirla indefectiblemente hasta dar con el objetivo propuesto. Así era antes de entrar en Tanarai, mas ahora mis referencias eran otras. Ni siquiera pensé en que me iba a cruzar con tantos personajes, si bien todos ellos resultan seres marginales, desahuciados o apartados de su origen y de su destino. ¿Tal vez yo me voy convirtiendo en uno más de ellos? ¿Es ése el secreto del valle? Un lugar donde llegan los que ya no quieren descubrir más, los que no pretenden probar de nuevo, los que se han dado por vencidos ante los retos o las apetencias, los que viven de nostalgias insalvables e incluso los que no han tenido otra oportunidad de saber qué es lo diferente. Una pequeña elevación del terreno, desde la que se contemplaba con cierta perspectiva la parte más hundida de Tanarai, me dio la idea de acampar sin mayores pretensiones. A lo lejos, asomaban las cumbres albinas de Hokusai Yama. Demasiado evanescentes. Necesitaba detenerme; sin tiempo, sin urgencias. Corté varias cañas de bambú, las uní, las recubrí con hojas grandes hasta formar un sencillo cobertizo, y me senté debajo. Permanecí allí impasible, mirando el entorno, el sol asomando entre nimbos, las abejas capturando el néctar de multitud de plantas, las aves cayendo en picado sobre las simientes salvajes.
Parar y sentir
la calma del planeta,
soy pero no soy.
Parar y sentir
la calma del planeta,
soy pero no soy.
(Pintura de Hoku)
domingo, 2 de noviembre de 2008
E la nave va
Estaba allí, de pie, a estribor, oteando el atardecer que se iba consolidando poco a poco, su imagen permanecía en la penumbra, el destello de la llamarada de su boca llegaba hasta mis sentidos, y tanto si aquella facción horizontal se tratara de una letra recién incorporada al alfabeto como si desde su labio superior se tensara un arco de amazona, aquella encarnadura rosada emitía una señal nueva, aún indescifrable, y ponía un punto de luz acogedor en la anochecida en ciernes, y la armonía de aquel perfil pasivo pero seguro me deslumbraba, no podía apartar mi vista de su gesto altivo, apenas intuido, siquiera vislumbrado, y no sé qué paisaje escudriñaba ella, no sé qué equilibrio la mantenía firme en medio del embate cada vez más agitado del oleaje, no sé por qué esa actitud perseverante y calma, y mientras, la espuma del mar la salpicaba y de rebote me salpicaba, el olor a salitre impregnaba mi olfato, humedecía mis labios, entreabría mi boca, y a cada golpe de aire que agitaba nuestros cabellos me llegaba una ola de aroma diferente, ni salado ni dulce, ni acre ni suave, una fragancia que procediera de un mundo submarino o tramontano que yo no había conocido jamás, que no había probado anteriormente en navegación alguna, y sabía que Ítaca estaba ya lejos, nada me reclamaba regresar a ella, al menos no por la misma ruta, ni con los mismos nautas, y por más que la leyenda pregonara el retorno al origen yo no pensaba en la Ítaca que quedaba atrás, sino en la nueva que debía abrazarme tras la travesía, y en aquella figura solitaria y enhiesta empecé a vislumbrar el signo de una antorcha, la noche iba precipitándose en torno a mi, pero ella parecía no temerla, como si la oscuridad fuera su aliada y estuviera en aquel punto con objeto de alumbrar mis movimientos y mis trabajos para garantizar la supervivencia de la nave...
sábado, 1 de noviembre de 2008
Inmovilidad
No vas a parte alguna, ni siquiera tocarás el suelo, y el cielo queda fuera de ti, te han cortado las alas de mensajero con que llevabas y traías para ti mismo las noticias de tus descubrimientos, sólo eres una flotación pesada, inerme, te ves atado a la nada por una mordaza del movimiento, tus tobillos anclados al enigma, sin visión, sin cuerpo, desprovisto de una figura que justifique unas extremidades cuyos dedos se abren a palabras mudas, cuyas uñas se expanden para arañar partículas de tierra firme donde quisieras reposar, donde tener conciencia de ubicación, se te niega el lugar, se te priva de las posibilidades de unos pasos que han quedado mancos acaso para siempre, amarrado por una banda nívea de la que sólo crecen nudos, como las verrugas del tronco de un árbol veterano, de qué son cada uno de esos nudos, te cuestionas, de una herida, de una defección, de un desgarro, de una costra, de una traición, interrogaciones átonas cuyo trenzado se concatena ocupando gran parte del paño cano, aún hay una pequeña porción de trapo esperando estérilmente que se liguen nuevos nudos, estás colgado en algún lado vano, tú que hablabas de encrucijadas no previste la más dudosa de todas las perplejidades, la desaparición de las sendas, y ahora por dónde irás si no puedes ya ir, si no sabes ya tomar una dirección, no pienses que la ley de la gravedad vaya a quebrar sólo para ti, sólo para acogerte en otra dimensión, y cualquier tentativa sería ilusoria, el impulso desafía su inexorable destino, pero no tienes el poder de hacerlo perdurable, si saltas tan paralizado como te encuentras caerás al pozo o al barranco, ni lo intentes, si al menos comprendieras lo que esconde el lenguaje de cada nudo, si dejaras de mirar la atadura estéticamente morbosa de cada uno de ellos, si advirtieras la disposición declinada de tus pies, que no consigna de ti más que un pasado incorregible, pero tal vez careces ya de la agudeza de la percepción, aquella que te hacía gozar y sentir y desear y compartir, y maldito como te sientes, gritas salvajemente, desesperadamente, a tu manera aquello del ilustrado filósofo moribundo: oh vide, où est ta victoire?
(La composición es de Darío Villalba)
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