Ella tuvo que citarlo para que él se propusiera adentrarse en sus letras. Naufragaba el hombre como fruta ácida sobre un océano de confusión. Y ella tuvo la ocurrencia de citarlo entre sus preferidos. Habiendo oído él hablar del poeta y de su obra, tuvo sin embargo que venir aquella pasajera a descubrírselo. Habiendo estado más cerca siempre de él que de ella, él apenas le había hincado el diente a aquel don oculto. ¿Por qué a veces la proximidad pasa desapercibida? Y los primeros versos eran tan contundentes:
“Siempre la claridad viene del cielo;
es un don; no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de las sombras” Él tuvo que leer aquella portentosa manifestación de la naturaleza. Esta vez las palabras no son tales. Son los elementos, el acontecer, la aparición y la pérdida. Lo que tiene lugar, lo que surge desde dentro de la tierra y desde lo más oscuro de los cuerpos. La claridad lo ocupa todo, todo lo amasa, todo lo dispone...¡y cuánto nos gusta habitar entre tinieblas! ¿No advertimos la luz lo suficiente? ¿No retenemos el gran milagro de cada día antes de que la ceguera nos prive de la visión irrenunciable? ¿Hay algo más que turba nuestras horas y se revela cómplice de la luz para una vida llevadera?
“Así el deseo. Como el alba, clara
desde la cima y cuando se detiene
tocando con sus luces lo concreto
recién oscura, aunque instantáneamente.
Después abre ruidosos palomares
y ya es un día más. ¡Oh, las rehenes
palomas de la noche conteniendo
sus impulsos altísimos! Y siempre
como el deseo, como mi deseo."
Y desde entonces no cesa de leer a Claudio Rodríguez, porque allí en sus poemas hay mucho trigo del que nutrirse, porque ahora él se alimenta de las sustancias que el cielo le provea con tinta de palabras. Como fruto ácido se desenvuelve atónito y perplejo. Son las encrucijadas de la vida, porque, como en el mismo poema, él se repite:
“Oh, la estrella de oculta amanecida
traspasándome al fin, ya más cercana.
Que cuando caiga muera o no, qué importa.
Qué importa si ahora estoy en el camino”.
(Pintura de Kuzmá Petrov-Vodkin)
cuando hace un par de años leí la poesía completa de claudio rodríguez esos primeros versos "siempre la, claridad viene del cielo; es un don / no se halla entre las cosas" me sacudieron, durante varios días sólo oía esos versos. realmente, hay en esta poesía mucho donde nutrirse, con tu entrada me has invitado a la relactura de su poesía completa (que volvería a acoger si tuviera un poquito más de tiempo...). sé que si lo releo, habra direcciones en las que vuelva a sacudirme.
ResponderEliminarEs que esos versos son de cabecera, de mesilla, de bolsillo de la camisa...Versos al alcance cuando las tinieblas nos cercan. Me parece una obra la de Claudio Rodríguez para releer según se avanza en la vida. Las direcciones de las que hablas se ven de manera más nítida, no exentas, naturalmente, de su afectación. A mi me lo ha descubierto oportunamente una persona de extrema sensibilidad y en un momento crucial y me pregunto cómo he podido estar tantos años sin disfrutarlo. Ahora me tomo la revancha, hala. Gracias por tu comentario preciso y sincero.
ResponderEliminarPues yo no comparto esos versos; la claridad me parece que irradia siempre del centro de las cosas. El cielo es una extralimitación de la razón, un espejismo o una proyección de nuestro anhelo.
ResponderEliminarEl brillo, la sombra y la gracia, en los seres y en las cosas...
abrazos
Stalker...¿estás seguro de lo que dices? ¿Desde cuando la poesía se deja llevar por el racionalismo a ultranza?
ResponderEliminarTarea paternofilial: vuelve a leer a Claudio. No, a leer no, a sentir...a lo mejor, la claridad no tiene una dirección ni recta, ni unívoca, ni definida...
Salud, frater.
Era yo, Stalker, s eme fue el dedo.
ResponderEliminarFackel
Es que en Claudio Rodríguez abunda en clichés que cada día tolero menos: la claridad, la luz es uno de ellos. Es como la transparencia o la luz en Valente o incluso en Gamoneda: al final son recursos que, de tan reiterados, no quieren decir nada. Aluden a una vaga realidad metafísica y se convierten en lugares comunes.
ResponderEliminarClaudio me resulta pesado, con esa densidad castellana que no comprende mi alma cubierta de salitre.
Un gran poeta, sin duda, aunque yo sea incapaz de apreciarlo.
Pero es que nací tullido para muchas cosas.
Abrazos y encantado por el generoso consejo paterno-filial!!!