Saliendo de Rua dos Bacalhoeiros hacia la de Alfândega te encuentras un espacio a modo de plaza que no es plaza, al menos no de momento. Es un solar amplio, frente a la Casa dos Bicos, con árboles centenarios, cuyo suelo se excava por un lado y se urbaniza por otro. Allí y un poco más adelante, todo son obras y ya se sabe que las obras en curso se hacen sobre otras obras que cumplieron su cometido. De las que no queda su sombra, o eso se pensaba. Pero a veces aparecen en una urbe antigua como ésta, y nos fascinan. Si se las respeta o se las ignora o se las desvía no lo sé con exactitud. No obstante, parece que hoy predomina el primer criterio y uno, que solo está de paso, desconoce el cómo y de qué manera. En esta parte fue el terremoto, dice entusiasmado el obrero que pone la valla. El mar llegó hasta aquí, lo tragó todo y ahora salen los restos de las calles y los muros de los edificios que quedaron destruidos. Habla como profesional al que emociona no solo el trabajo presente sino aquello que renace como huella. Al contar a su modo y manera se vincula con el pasado y sobre todo con los de su oficio del pasado. Por esta parte se ve la calzada por donde iban los carros de hace más de trescientos años. Se desplazaría el rey y la corte que hubiera entonces, pero seguro que también transitaban los arrieros, los porteadores esclavos, los comerciantes que irían a las oficinas del puerto a pagar los impuestos de lo que importaban o exportaban. El obrero pisa el suelo con delicadeza, no tanto porque le hayan dicho que tenga cuidado con los restos arqueológicos como porque comprende el valor natural de lo que hay allí. Si la tierra de por sí siempre es sagrada, me dice, aquella parte de la tierra transformada por el hombre lo es más. Me deja perplejo que lo tenga tan claro. Pienso entonces en una sacralidad añadida, que podríamos decir. Una sacralidad laica que es la que mejor reconoce el significado y el valor de la naturaleza que hemos heredado y de las ciudades que se han construido para facilitar la supervivencia. Ya ve, el agua llegó hasta aquí, repite para que me lo grabe en el recuerdo invisible. Cuando las tripas de la tierra o del mar crujen no se resisten las obras de los hombres, por muy grandes que sean. El hombre ajusta el cercado. Es la hora de acabar la jornada.
Trump Is Willing to Take the Pain
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