Una mujer mira el puente largo sobre el río que ya está a punto de ser mar. La luz se va cubriendo con lentitud de una neblina imperceptible, pero el horizonte se resiste a dejar de ser albo. Es pronto todavía para que se difumine la costa lejana, que se mantiene adornada por un collar de ámbar apenas mutable. La mujer absorbe y expulsa a la vez desde su piel todas las razas que alguna vez llegaron hasta aquí. Si se observa su tez puede nombrar un continente, acaso dos. Si se recorre su figura parece que hubiera nacido apenas nada. Si se dibuja su perfil resulta difícil distinguir qué hay de esclavo o qué de emancipado en sus rasgos estilizados. Se gira, exhibiendo un rostro sin heridas aún. Mantiene generosa mi mirada asombrada. Yo solo espero de un momento a otro un gesto de desdén. Pero su actitud me apacigua. A sus ojos se les ve cansados, señor, pero también en ellos se refleja la luz, llega a decirme. Aproveche lo que queda del día y mire hasta donde ya no haya qué mirar. Siento la bofetada de mi propio rubor. Luego ella se concentra de nuevo en la línea lejana, cada vez más velada. Y yo sueño.
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Hace 45 minutos
Hola Fackel,
ResponderEliminarVeo que andas por Lisboa (o anduviste). Yo estuve también allí a principios de mes y visité todos los sitios de los que hablas, pero claro, no me acompañó tu poesía.
Te cuento, lo pasé muy bien, la gente (en general) es muy amable, e hice todas las turistadas, todas todas, incluso comer pasteles en Belem. Otra cosa, también subí al cristo, éste es un lugar para dar la pasta a la Iglesia, pero la vista de la ciudad desde allí, es el complemento, y al tercer día de estancia en la ciudad, ya me desplazaba en tuk-tuk, por 5€ la cruzaba. Una de las chicas que llevaba uno, me dió su número de teléfono, así que, estupendo, ella encantada y yo también.
Bueno, es un placer que hayamos coincidido. Si sigues por Lisboa, compra pastillas de jabón de leche de burra, ahora me lavo la cara con ellas, queda muuuuy suave la piel (un amigo, que tiene una novia que sabe mucho de estas cosas, me lo dijo, y desde luego, estoy encantada).
Besos y abrazos,
Pero las turistadas que citas son muy tranquilas y nada exhibicionistas. Por cierto, los pasteles de Manteigaria, junto a Camoens, los mejores. Es lo que tiene hablar con gente de allí a la que conoces de pronto porque hacen un alto en el trabajo y comen a tu lado y te enrollas a charlar y a entenderte como puedes. Vergüenza propia me da que los portugueses nos entienden mejor a nosotros y nosotros no estamos a su altura. ¿Leche de burra a lo Cleopatra? Vaya, ni me lo había planteado.
EliminarLisboa siempre es un placer y, por cierto también, ¿por qué uno tiene la sensación allí de estar más en Europa que si está en España? Qué raro todo.
Hermosa experiencia y buen consejo.
ResponderEliminarUn abrazo.
La naturaleza social es como la la naturaleza madre: caótica, instintiva, surge de pronto por doquier y nos sorprende. Hay algo que nos vincula a los humanos por encima (o debajo) de patrias, lenguas, políticas y creencias turbias. Hay que escuchar siempre.
EliminarAl menos, esta vez, no intervino el café que, como se sabe, es la puerta de entrada a todos los males del amor...
ResponderEliminarAl menos así dicen.
Suerte,
J.
Es que es una mujer expeditiva, por lo que se ve. Aunque las contemplaciones del paisaje tienen sus peligros.
EliminarA veces la contemplación es eso, un sueño de lo real que busca cómplices.
ResponderEliminarEn efecto, cuántos paisajes contemplados no me han conducido sino a una perspectiva onírica. Y con ganas de hacerla participativa.
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