"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





sábado, 27 de junio de 2020

A través de los bambúes




Atravesando en compañía de la joven fotógrafa Hitomi Shi y sus amigos el bosque de bambúes de Arashiyama escuché algunas leyendas. La de los amantes adúlteros, por ejemplo, que huían de la persecución de sus familias y cómo la senda de los bambúes se cerró para ocultarlos. La de los soldados desertores, que quedaron convertidos en troncos del bambú cuando un destacamento del ejército estaba a punto de atraparlos. La del funcionario avaricioso y cruel que cobraba tasas superiores a las ordenadas y desapareció misteriosamente. La de los ancianos que desaparecían en la montaña para terminar sus días, si no solamente sus horas. Una leyenda es la formulación literaria más antigua que existe. Como va corriendo a través del viento las posibilidades de que se amplíe o se reduzca su contenido son infinitas. Algunas leyendas se enriquecen considerablemente. Nunca se puede decir si es más bella la que más cuenta o la que más obvia. Particularmente prefiero las que no desvelan los enigmas que guardan dentro de sí. Creo que Chitón habla hoy sobre alguna de ellas.






(Ukiyo-e de Katsushika Hokusai)

martes, 23 de junio de 2020

Cuentos indómitos. La doble caída del caballo del juez
















"Los hombres desesperados viven en ángulos. Todos los hombres enamorados viven en ángulos. Todos los lectores de libros viven en ángulos. Los hombres desesperados viven suspendidos en el espacio como figuras pintadas sobre las paredes, sin respirar, sin hablar, sin escuchar a nadie". 

Pascal Quignard, Terraza en Roma


Había cogido gusto a la novela. No entendía lo suficiente como para poder clasificarla en un género ni juzgarla por su calidad. Había sido tan intuitivo como con los sumarios del juzgado. Hay sumarios que son novelescos, otros anodinos, pensó Ordóñez. Pero los casos pertenecen a un mundo que me conozco de sobra. Sin embargo qué curioso relato el que he leído. ¿Será porque lo leo de otro modo sin el condicionamiento y la premura de una sentencia que debo dictar? El agrimensor del título apenas aparece sino al principio. Tiene una vida tan efímera que si no fuese porque la mujer que se enamora de él, o eso se supone, lo rememora a lo largo del libro se diría que no ha existido. Pero ella convierte a un ser vivo en un espectro. A la protagonista le gusta hacer mención de aquel hombre fugaz, ¿o solo fue fugaz la relación que mantuvieron, y es que el matiz importa?, a todos los hombres que ha ido conociendo después en su vida. Se lo cuenta a cada uno y sus amantes le escuchan, se vuelcan en la posesión de la mujer y después la ignoran por completo. Les cuenta a cada cual, recreando cuando no reinventando, la clase de vínculo que le unió con uno o con otro. Les cuenta sobre la personalidad del anterior, o del anterior del anterior, y qué le gustaba o le disgustaba de ellos. No le importa que el amante presente piense que con él puede hacer lo mismo. Ella lo hace para forzar un acicate. Para que cada nueva aventura se esmere con ella y revele de sí, de él pero también de ella, de lo que son capaces en la aproximación y en el calado al que lleguen. Y es que ¿tiene acaso otra manera de superar la experiencia con el hombre efímero del que siempre ha lamentado su desaparición? ¿Qué vio en aquel amor primigenio que no cesa de perseguir de forma denodada otros, aun sabiendo que son inciertos y que le van a aportar poco más? Ella ejerce su dominio arriesgado y ellos, cada uno de los que caen en su red, esos hombres oportunistas y de temporada, creen aprovecharse de una circunstancia que, no obstante, solo ella controla. Pero ahora que lo pienso, si lo que espolea dentro de ella la pasión con sus nuevos novios es el recordatorio, tenaz y vívido, del agrimensor perdido, ¿no será que busca acabar con él si bien solo logra encender más aquellas vivencias? Ella como acicate para cuantos individuos se acercan. Ella recibiéndoles al principio como únicos o incluso definitivos. Ella luego traicionándolos pero haciéndoles ver que son ellos los que se traicionan y que por eso, cuando a ella le conviene, les deja de querer. Hay uno de los amantes que en un momento dado dice: me hablas tanto de ese agrimensor que conociste de pasada que tengo celos. Y ella, la protagonista, se ríe y se aprieta al hombre circunstancial y le contesta. No temas, tu ámame y calla. Se lo dice con un tono autoritario al que el amante se rinde. Cuando otro de los amantes le pregunta durante un encuentro si aquel hombre fue tan importante en su vida o resultó ser tan buen amador la mujer protagonista le responde con simpleza: fue un hallazgo que no pude, o no supe, retener. Y esto da pistas al amante del momento y este sabe que debe hacer algo diferente para que a su vez ella no se le vaya. La protagonista persiguiendo siempre un fantasma. Acaso lo inalcanzable, no solo lo no alcanzado. La trama te pierde un poco, piensa Ordóñez, o acaso se trata de que la imaginación del lector, acostumbrada a lo lineal y simplón, no pone de su parte lo suficiente para penetrar en la maraña de motivaciones y acciones que se describen en el libro.

El juez, tomándose un café cargado en la confitería de sus tiempos de juventud, apoya los codos en la mesa. Entrecruza sus manos y deja volar destellos, sorprendiéndose que esté repasando aquel argumento laberíntico sobre el que ya le había advertido el librero Gortari. ¿Habrá sido esta novela, medita, un punto de inflexión en mi dejadez tradicional? ¿Será mi caída del caballo paulina que me está indicando lo abandonado que había estado en la lectura literaria? ¿O el libro me conduce a revisar otro abandono, mi acomplejado vaciamiento afectivo que el socorrido recurso habitual no puede llenar? 






 (Fotografía de Jorge Molder)


domingo, 21 de junio de 2020

Presencia del Fujiyama





Es inenarrable el encantamiento visual del Monte Fuji. Su elevada altura, su visión desde amplios y distantes entornos -Tokio se encuentra a cien kilómetros- lo convierten en una presencia todopoderosa y en una autoridad inapelable. Por supuesto también en un mito que dio lugar a adoradores de diversos tipos. A cultos y templos pero también a su extensión en la literatura y en el arte plástico. Es una de esas presencias reales que parecen imponerse al mundo de los hombres para condicionarlo durante largos períodos de su historia. Hay muchos cuentos, infinidad de episodios, en torno a la soberbia referencia que las erupciones volcánicas fueron labrando en la isla de Honsu. Ese volcán hoy dormido, en la terminología al uso, tuvo su última manifestación de energía hace apenas tres siglos y la ciudad de Edo, el Tokio actual, fue cubierta por las cenizas. El pintor del mundo flotante Katsushika Hokusai lo representó en sus imágenes de las Treinta y seis vistas o en las Cien vistas del Monte Fuji desde diversos ángulos y parajes. Vinculándolo a los trabajos y los días de los aldeanos y de los urbanitas, de los artesanos y de los funcionarios, de los comerciantes y de los viajeros. Convirtiendo a la naturaleza en protagonista majestuosa de un país y de una forma de vida compleja y secular. Chitón sigue sus breves cuentos inspirados por Hokusai. ¿O acaso lo son por el Monte Sagrado?




viernes, 19 de junio de 2020

Se va el caimán...



En los aledaños de mi ciudad se ha producido un episodio  hipnótico. Digo hipnótico por buscar una calificación que se opone a la visión nítida y comprobada. Aunque ignoro quién será el hipnotizador o si simplemente lo que ha causado cierta hipnosis ciudadana es la coyuntura anormal que hemos venido atravesando desde mediados de marzo.  Durante días han estado buscando a un cocodrilo -algún osado llegó a decir que se trataba de un cocodrilo del Nilo nada menos- en las aguas del río Pisuerga en Simancas, cerca de la desembocadura en el Duero. Supuestos testigos dijeron que lo habían visto -o les había parecido verlo- y otros testimonios posteriores hablaron de que se trataba de una nutria. Pero como no se ha dado ni con cocodrilo alguno ni con nutria conocida todo ha quedado en una búsqueda infructuosa, a tenor de la prensa. Y uno tiene la sensación de que la serpiente de verano llegó en vísperas. Bien por alucinaciones de algún paseante, bien por el mono de no poder salir a hacer la vida normal que el estado de alarma proscribió, bien porque el espíritu viajero de un Salgari o un Conrad de la vecindad lo sugirió sin necesidad de adentrarse en ningún corazón de las tinieblas de cualquiera de las selvas que aún subsisten en el planeta.

Aviso a los navegantes. ¿Se producirán en el futuro más visiones no comprobadas como la del cocodrilo que se fue y no vino? ¿Habrá saurios, reptiles y patógenos múltiples entre la convivencia cívica? ¿No les basta a algunos las falsas noticias de las redes sociales, las fake inventadas con mala saña y peor intención por los envenenadores que alientan el odio o simplemente para satisfacer su estúpido ego con patrañas? Algo huele a cambiante en el entorno y no sé en qué dirección soplará el aire. A pesar de lo que la sacrosanta publicidad pregone que de esta salimos maravillosos y maravillados surgen tantas dudas. ¿Nos seguiremos fiando unos de otros como lo hemos venido haciendo hasta no hace mucho? ¿Daremos más pábulo todavía a la insensatez y al infundio? ¿Asumiremos un civismo y unos cuidados que se tienden a abandonar a la primera de cambio? ¿Cederemos a la hipócrita y negada pseudo argumentación de los partidos del odio y rendiremos nuestras armas e impedimenta de la razón y el diálogo? ¿Preferiremos vivir de lo fantasioso antes que afrontar la dura realidad de cada día? Me temo que va a ser un verano con mucho caimán suelto. Que no nos pase nada.



 

 (Fotografía tomada del blog El paseante)


lunes, 15 de junio de 2020

Cuentos indómitos. La librería de Gortari




"En los libros busco solamente deleitarme con una honesta ocupación; si estudio, no busco otra cosa que la ciencia que trata del conocimiento de mí mismo y que me enseña a morir bien y a vivir bien".

Michel de Montaigne, Los Ensayos. Capítulo De los libros.



Aprovechando un viaje profesional a Asunción el juez Heriberto Ordóñez se propuso acercarse hasta una librería. En toda su vida había entrado lo justo en esta clase de establecimiento. De joven cuando había tenido que hacerse con textos de Derecho, casi todos de segunda mano. Después solo cuando necesitaba optar por un regalo de compromiso. Pensaba como mucha gente: ¿qué regalo a mi tía o a mi sobrino, si desconozco sus gustos? Con un libro de moda o un cuento quedaré bien. Y ni siquiera tomaba la iniciativa de elegir. Se dejaba recomendar por el dependiente. 

Dime de una librería bien dotada, indicó a un compañero de judicatura que gozaba de fama lectora. ¿Quieres que tenga textos antiguos o literatura moderna?, le preguntó el juez amigo. Heriberto se quedó pillado. Él solo quería una dirección y el otro parecía dispuesto a hacerle un examen. Se lo pensó, poniendo cara de circunstancias. ¿Cómo iba a revelar a alguien cercano que andaba tan perdido en materia de letras? ¿Qué concepto tendrían de él si manifestaba sus carencias o, lo que es peor, su falta de interés por la cultura? Ocultando sus limitaciones buscó una respuesta salomónica, muy propia de su oficio. Lo nuevo siempre es atractivo y tentador, contestó como si dijera algo importante. Pero si lo viejo está cargado de sabiduría siempre será una lectura más segura y satisfactoria, ¿verdad? El juez amigo afirmó con la cabeza. Buen criterio el tuyo, Heriberto, se nota que entiendes y que tienes claro lo que te pide el cuerpo. Pero hay de todo, tanto de lo escrito en el pasado como de lo que se escribe en los tiempos actuales. Ve a la librería del flaco Gortari, es un águila. Distingue a primera vista al cliente y se rinde ante la evidencia del lector fiel. Entre lo que lee y lo que le informan los clientes afinados en la lectura, que él metaboliza y recrea, es un orientador seguro. Fíjate que hasta es capaz de recitar de memoria un libro no escrito, añadió con un guiño. No digas, replicó Ordóñez, entrando a la chanza. Ese hombre no es solo un librero, sino un portento.   

A principio el flaco Gortari le pareció a Ordóñez un tipo huraño. Su contextura asténica y el rostro severo no contribuían a atraer al cliente que entrase por primera vez. Cuando el juez le comentó que venía recomendado por un colega el librero se quitó la máscara. Si le envía el juez Vallarta es que usted es un entendido. Yo no le voy a vender nada. Usted va a elegir. En esta materia no me gusta utilizar el término comprar. Heriberto se quedó confuso. ¿Le iba a dejar a la deriva en medio de aquel almacén de libros donde no sabía en qué dirección mirar? Gortari debió captar a la primera la parálisis del juez, pero no dejó margen a la duda que el otro considerase ofensiva. A título informativo, dijo, y para que no se le caigan las estanterías encima siga los rótulos de las materias. Pero tampoco pierda el tiempo. Déjese llevar por el olfato. No se fíe de las portadas tentadoras de los libros y menos de los comentarios publicitarios de las solapas o de la parte de atrás que, como sabrá de sobra, son engañosas. Sienta la llamada interior o el sexto sentido, lo inesperado. 

Ordóñez ocultó hábilmente su desconcierto. Luego exhibió una pose de concentración sobre algunos volúmenes y una actitud de desdén hacia otros. Tan pronto tomaba de un anaquel un título al azar y se dedicaba a hojearlo con calma como colocaba otro rápidamente en su nido. Al pasar por la sección de autores clásicos Ordóñez se agachó, pero el librero lo interpretó como una reverencia. Ah, señor, intervino presumiendo de ser sumo sacerdote de un templo laico. Esos nombres no solo merecen ser admirados sino también venerados. No en vano desde entonces nos llegan no únicamente la belleza de las palabras sino también las formas precisas de su uso. Y con ellas los valores morales que han trascendido y que no entienden tanto de ideas o de creencias como de reglas de juego por las que conviene que nos sigamos rigiendo los humanos hoy día, ¿no le parece? Heriberto Ordóñez hizo un gesto de aprobación. De los clásicos valoro sobre todo que no parezcan antiguos, dijo por decir algo. Y se dio cuenta de su capacidad para disimular incluso en condiciones adversas, entre las cuales la cultura abierta no era solo un déficit sino una limitación que descubría horrorizado que era onerosa.

Al juez le pareció que la visita a aquella librería le suponía más de manifestación sobre sí mismo que de acercamiento a literaturas. He sido siempre un cínico en mi oficio e incluso en ciertas relaciones sociales, pensó con humor, pero nunca imaginé hasta qué punto esta actitud me sería útil para mantener el tipo con un personaje conocedor de la materia. Luego se desplazó de zona y se entregó a un vuelo rasante sobre las novedades, toqueteando los libros, como si el cálido tacto le informara o esperase de aquella caricia una revelación. De pronto el juez se detuvo ante una portada. Letras en rojo sobre negro. El caso del agrimensor extraviado en la ciénaga, leyó. Volvió a deletrear palabra tras palabra. El pecho se le agitó y tuvo un pálpito. Lo he echado un vistazo, interrumpió el librero su perplejidad. No es una mera novela de misterio. El autor debe ser de algún país eslavo de la arcaica Europa, del que apenas sabemos casi nada ni de su historia ni de su presencia. Pero le advierto que es literatura híbrida, y tiene mucho de experimentación. Un libro raro, no le puedo decir más. Ordóñez simuló una actitud iconoclasta respecto al confeso interés por lo clásico. Escondió también que no había entendido nada de lo expuesto por el librero. Creo que voy a aventurarme, dijo, mientras le extendía trémulo el libro. De vez en cuando hay que romper gustos, liberarse de adicciones y probar de lo desconocido, ¿no es cierto?





domingo, 14 de junio de 2020

Pensamiento fugaz entre los cacharros





Al final resulta que la publicidad se impone a las versiones oficiales. Y no digamos a las realidades. Ahora que todo ha terminado...oigo decir a un anuncio en la radio. ¿Por qué nos reconforta más la publicidad que los argumentos? ¿Acaso porque es la alternativa de nuestros días al ejercicio de razonar?  Dejo de fregar y me vengo a escribirlo. Parodiando a Teresa de Cepeda tengo la impresión de que el combate entre las verdades y las mentiras también tiene lugar entre los pucheros. 




(Fotografía de Alexander Rodchenko)

jueves, 11 de junio de 2020

Senecio, Klee y mis máscaras




El pintor Paul Klee (y músico, y literato) pintó aquella máscara que tituló Senecio, tocado, como otros artistas de su tiempo, por la llamada de África, es decir, de lo desconocido. O de lo minusvalorado. O por la atracción a saber él más de sí mismo, de sus posibilidades creadoras, de su entendimiento con lo exterior. En sus Diarios -mi último gran descubrimiento a través de una librería de lance- hay un punto escrito años antes de su Senecio que dice:

"...825) Uno encuentra su estilo cuando no puede hacerlo de otra manera, es decir, cuando no puede hacer otra cosa. El camino hacia el estilo: Gnôthi seautón (Conócete a ti mismo)"

Pero esa conclusión, ¿no es aplicable a cualquier comportamiento y no solamente al de un creativo artístico? Cuando nos encontramos al límite de una situación se nos plantea o el abandono o el salto adelante. Hay quien obvia este y se pudre en el callejón sin salida. En un pintor probablemente significa que ha llegado al límite y que no es capaz de hacer nada nuevo. Algunos han intentado lo nuevo y ciertamente les ha salido peor que lo anterior. En nuestras conductas vitales nos sucede lo mismo. Y sin embargo siempre nos persigue la atracción por lo desconocido de nosotros mismos. Que por miedo o por cansancio o por la aceptación de una relativa comodidad de vida nos resistamos a saber algo más es una posibilidad, si no un riesgo.  Paul Klee se inspiró en geometrías múltiples que veía por todas partes, inclusive en la plástica africana. Yo también, cuando dudo, miro alguna de mis máscaras de pared, hago que se encaren con la mía propia, la que corresponda a determinado momento de mi vida. A veces el coloquio es fructífero, en otras ocasiones las de la pared ignoran la mía propia. 

Por cierto, qué interesantes los Diarios de Klee, escritos entre 1898 y 1918, pero preservados hasta después de su muerte en 1940. ¿Eran una herramienta del conocimiento de sí o el testigo escuchón con el que se encaraba?


1art1 Paul Klee - Senecio, 1922 Alfombrilla para Ratón (23 x 19cm ...
(Senecio, de Paul Klee)



martes, 9 de junio de 2020

Deseo de la bienaventuranza (Y Martynov)






Quien más o quien menos, en mayor o menor medida, con prudencia o con osadía, con indolencia o con ansia, con ignorancia o con clarividencia, con urgencia o con calma, con humildad o con soberbia, con ilusión o con dudas, con sueños o con cálculos, con tozudez o con preocupación,  con fantasía o con naturalidad, con apoyos o por azar, con normalidad o frente a adversidades, quien más o quien menos, ya digo, todos aspiramos a un cierto grado de prosperidad en la travesía de la vida. Deseemos, pues, una dichosa bienaventuranza en estos tiempos sumamente quebradizos e inciertos. A pesar de.










viernes, 5 de junio de 2020

Cuentos indómitos. Las dudas de la mujer del funcionario




"¿Por qué, pues as llegado
aqueste coraçón, no le sanaste?
Y, pues, me le as robado,
¿por qué assí le dexaste,
y no tomas el robo que robaste?"

San Juan de la Cruz, Cántico.




Sé que el placer que te di fue y seguirá siendo único, leyó Jacinta en una hoja suelta del diario del agrimensor. Aquel texto, escrito de puño y letra por Pallarés, desconcertó a la mujer. El aparente realismo -no exento de tono pretencioso- pareció desafiar la incredulidad inicial. ¿Lo había copiado en un papel aparte del cuaderno? ¿O era fruto de la imaginación de su marido? Este, antes de desaparecer, llevaba dos días absorto en unos cuadernos ajenos que no había entregado al juzgado para el procedimiento de la investigación. ¿Qué leía o, mejor dicho, qué veía el funcionario en ellos que tanto le impresionaba? Aquellas letras amorosas que parecían propias, ¿se trataban de una prueba que se había impuesto por pura fiebre literaria? ¿Era un desahogo proveniente de un interior reprimido que nunca había confiado a su esposa? ¿O se trataba de lo inesperado, el borrador de una misiva a una amante de cuya existencia ella jamás había sabido? Jacinta lo dio vueltas durante un rato, sin dejarse afectar más que por la sorpresa primero y a medida que avanzaba la lectura por la perplejidad.

Los seres humanos, siguió leyendo la mujer, nos pasamos la vida retando al destino. ¿Cuántas caras auténticas tiene el destino? ¿Solo las del amor y la muerte? Y eso suponiendo que la primera sea siempre sentida con sinceridad. Y lo que hay entre ellas, ¿qué es? ¿Simples gestos o muecas con que cumplimos la función de vivir con arreglo a normas, acostumbrándonos al desgaste, resistiendo al tedio que vuelve opacas nuestras existencias? Según avanzaba en edad más me ofuscaba en el recuerdo y contemplaba la rutina con mayor aceptación, pero algo me decía que ir hacia la vejez, aunque fuese lentamente, no podía ser solamente esto. Entonces apareciste tú concediéndome el don de una respuesta salvífica. Ya no se trataba de tu juventud ni de tu atractivo porte ni de la capacidad innata de entregarte, aun cuando todo ello justificase tu entrada en mi vida. Era ese saber estar pendiente de mí lo que más me seducía. Tu interés por mi pequeño mundo. Tu disposición a comprender las circunstancias en las que me muevo, sin exigencias ni celos. Y el ver potencialidades dentro de mí que yo ignoraba cuando no desechaba. Y entonces, ¿era el mismo u otro cuando estaba contigo? Creerme el de siempre significaba crecer en mi idoneidad, algo que me parecía casi imposible. Ser otro me revelaba la maravilla de mutación que un individuo puede experimentar en esta vida incluso sin haber previsto ni imaginado un cambio. Sin que la edad pueda afectarle definitivamente y le obligue a claudicar. ¿Y si todo está siendo un sueño pasajero, una alucinación transitoria, un regalo que el azar me concede para que descubra dentro de mí esos espacios que distingo a medias y que nunca he satisfecho más que en reducidas dimensiones?

Según avanzaba en la lectura de aquel apunte Jacinta no sabía si el que hablaba era el autor del cuaderno o quien tenía secuestrado el diario a la investigación judicial. ¿A quién se refería realmente el autor de aquellos apuntes que parecían sobreponerse a los del agrimensor? ¿O era imaginario?, volvía a pensar una y otra vez. Siguió leyendo, impresionada por aquella especie de confesión íntima, pero no se sintió herida de modo especial, si bien tocada por una afinada curiosidad cuya deriva era imprevisible. Había adoptado la actitud de un lector ajeno que en parte se identifica con un relato pero que conserva el temple distante que le permite gozar de lo leído sin perder la referencia de sí mismo. Después de estar contigo, retengo el recuerdo de lo experimentado, se afirmaba en aquel texto. No solo como eco sino como principio activo que se mantiene en mis sentidos. Y que me pide más. Volver a verte, acercarme a tu cuerpo, envolverte en el mío. Si tú desapareces, yo desaparezco, remataba. La esposa del funcionario no pudo avanzar. Esta última frase era lapidaria. ¿Como un reto o como un epitafio?, pensó. Y ella misma se sintió incómoda por utilizar aquella imagen tras la cual ya no hay posibilidades de modificar nada y sí, en cambio, permite permanecer en un mar de misterios y enigmas que cada individuo arrastra con su oleaje vital.




 (Fotografía de Manuel Álvarez Bravo)


lunes, 1 de junio de 2020

Más allá del ruido de los energúmenos, el silencio de los que hacen y trabajan



Primero había pensado en poner aquí el cuadro El abrazo, de Genovés, pintor recientemente fallecido. Pero pensé que estaba siendo muy manipulado desde sus orígenes. Cuando la transición y posteriormente se ha querido ver en ese cuadro una alegoría del reencuentro -tardío pero menos era nada- entre españoles, algo que no me parece mal en absoluto. Siempre que una alegoría no sustituya a la realidad. Pero es que la realidad real de los orígenes del cuadro, según cuentan, era más bien la celebración o exigencia de una amnistía para todos los presos políticos de la dictadura abyecta que tuvimos. Y una amnistía en aquel momento de los inicios de la tan cacareada Transición, ¿no era una manera de reencontrarnos? Creo que no para todos. Porque algunos, no sé si herederos del antiguo régimen o de la ignorancia, que para el caso tiene sus identificaciones, han seguido buscando permanentemente las vueltas a la Democracia -limitada, relativamente satisfactoria, pero seguramente superior a muchas otras incluso del Occidente- hasta estos días. Lo de estos días ya es de tristeza cultural, de injusticia y de desagradecimiento. Que en plena crisis sanitaria los partidos de la derecha se hayan revelado  -¿¡abajo máscaras!?-  como extremistas y radicales, no colaborando en todas sus dimensiones en el cuidado por combatir la crisis, y hayan buscado el beneficio político, perdón, partidista, resulta de lo más lamentable y mezquino. ¿Quiénes no quieren el abrazo permanente en nuestra sociedad? Ruido han metido y siguen metiendo lo suyo. Poniendo palos en las ruedas, querellándose imprudentemente, dividiendo a las familias, si no ya a otros territorios, exhibiendo los símbolos de su impotencia. ¿Tal vez incluso alegrándose, en la mayor de las bajezas, de la desgracia de los miles de muertos con la que tiene que enfrentarse los gestores políticos elegidos en este período? El ruido y la impotencia de los que siempre están tras el pensamiento único no parece cesar. Es lo que tienen los dogmáticos, los que no saben defender con el diálogo los razonamientos sensatos, los que quieren que todos pensemos como ellos, los que solo buscan su interés particular por encima del bien de la colectividad social. Así que el sábado leí un artículo en El País, firmado por Remedios Zafra, titulado El ruido como fórmula, del que entresaco un par de párrafos que me parece que interpretan muy bien los dos tipos de comportamientos que chocan entre sí estos días.


"...No todo lo que importa suena. Fíjense en el virus, que ha venido de puntillas, aunque pareciera que algunos quieren echarlo a golpe de cazos y tapaderas como platillos. Pero no, no se trataba de echar al virus. Las escenas más ruidosas han estado movilizadas por un grito localizado contra el Gobierno, como una reina de corazones pidiendo aquí y allí ¡que les corten la cabeza! La argumentación, crítica y alternativa de gobernanza que proponen quienes lo incentivan, no se muestra o no está, solo parecía sugerida por ollas golpeadas con cazos y sartenes, un palo de golf rebotando en una señal de tráfico, autobuses triunfales de quienes aspiran a crear una épica impostada, coches enfilados con sus bocinas pulsadas y gruñidos de motores diesel de última o penúltima generación. 

Saturada de ruidos pienso en multitud de cosas calladas que importan. Por ejemplo, no suena la investigación silenciosa, las lecturas en voz baja y los ensayos clínicos, la concentración de esos científicos a los que ahora se escucha con inusual atención sin advertir la precariedad de muchos, como la de tantos sanitarios que se manifiestan en silencio. No suena el trabajo diario de profesores y estudiantes, la reflexión que quizá en los próximos meses nos regalará una explosión creativa sin precedentes. No suena la atención de quienes están pensando soluciones colectivas para mejorar cada pequeña parcela de mundo que se ha visto trastocada: las formas de trabajar, el envejecimiento, la sanidad, el clima, la educación, la igualdad, los espacios en que vivimos… Todo requiere reflexión e inteligencia para aportar ideas, no ya que resuelvan el estropicio, sino que mejoren lo que teníamos antes. No suenan, o muy levemente, la atención de un enfermo en la UCI, ni la ansiedad de las enfermeras ahora que se apaga el foco sobre ellas. No suenan las colas de personas que recogen comida en asociaciones vecinales. Lo hacen con la cabeza baja, como si se sintieran culpables, sin que los demás temblemos de vergüenza por permitir que esto pase. No suenan los cuidados de los vulnerables y ancianos en la intimidad. No creo que esas cuidadoras se manifiesten en coche, seguramente no tienen tiempo, algunas ni tienen coche, ni siquiera tienen contrato, y, con pocos recursos, después de cuidar ancianos se ponen en las colas calladas. ¿Han observado cómo los sonidos y los instrumentos para pronunciarse difieren según las personas que sufren? Tampoco suenan con estruendo las conversaciones templadas que tienen y debieran tener los políticos, especialmente los incapaces de hablar sin insultarse o sobreactuar cumpliendo su trabajo de mejorar lo común (no lo propio), empatizando con quienes piensan diferente, como si fuéramos juntos por una vez".





(Ilustración de Manel Vizoso)