Primero había pensado en poner aquí el cuadro El abrazo, de Genovés, pintor recientemente fallecido. Pero pensé que estaba siendo muy manipulado desde sus orígenes. Cuando la transición y posteriormente se ha querido ver en ese cuadro una alegoría del reencuentro -tardío pero menos era nada- entre españoles, algo que no me parece mal en absoluto. Siempre que una alegoría no sustituya a la realidad. Pero es que la realidad real de los orígenes del cuadro, según cuentan, era más bien la celebración o exigencia de una amnistía para todos los presos políticos de la dictadura abyecta que tuvimos. Y una amnistía en aquel momento de los inicios de la tan cacareada Transición, ¿no era una manera de reencontrarnos? Creo que no para todos. Porque algunos, no sé si herederos del antiguo régimen o de la ignorancia, que para el caso tiene sus identificaciones, han seguido buscando permanentemente las vueltas a la Democracia -limitada, relativamente satisfactoria, pero seguramente superior a muchas otras incluso del Occidente- hasta estos días. Lo de estos días ya es de tristeza cultural, de injusticia y de desagradecimiento. Que en plena crisis sanitaria los partidos de la derecha se hayan revelado -¿¡abajo máscaras!?- como extremistas y radicales, no colaborando en todas sus dimensiones en el cuidado por combatir la crisis, y hayan buscado el beneficio político, perdón, partidista, resulta de lo más lamentable y mezquino. ¿Quiénes no quieren el abrazo permanente en nuestra sociedad? Ruido han metido y siguen metiendo lo suyo. Poniendo palos en las ruedas, querellándose imprudentemente, dividiendo a las familias, si no ya a otros territorios, exhibiendo los símbolos de su impotencia. ¿Tal vez incluso alegrándose, en la mayor de las bajezas, de la desgracia de los miles de muertos con la que tiene que enfrentarse los gestores políticos elegidos en este período? El ruido y la impotencia de los que siempre están tras el pensamiento único no parece cesar. Es lo que tienen los dogmáticos, los que no saben defender con el diálogo los razonamientos sensatos, los que quieren que todos pensemos como ellos, los que solo buscan su interés particular por encima del bien de la colectividad social. Así que el sábado leí un artículo en El País, firmado por Remedios Zafra, titulado El ruido como fórmula, del que entresaco un par de párrafos que me parece que interpretan muy bien los dos tipos de comportamientos que chocan entre sí estos días.
"...No todo lo que importa suena. Fíjense en el virus, que ha venido de puntillas, aunque pareciera que algunos quieren echarlo a golpe de cazos y tapaderas como platillos. Pero no, no se trataba de echar al virus. Las escenas más ruidosas han estado movilizadas por un grito localizado contra el Gobierno, como una reina de corazones pidiendo aquí y allí ¡que les corten la cabeza! La argumentación, crítica y alternativa de gobernanza que proponen quienes lo incentivan, no se muestra o no está, solo parecía sugerida por ollas golpeadas con cazos y sartenes, un palo de golf rebotando en una señal de tráfico, autobuses triunfales de quienes aspiran a crear una épica impostada, coches enfilados con sus bocinas pulsadas y gruñidos de motores diesel de última o penúltima generación.
Saturada de ruidos pienso en multitud de cosas calladas que importan. Por ejemplo, no suena la investigación silenciosa, las lecturas en voz baja y los ensayos clínicos, la concentración de esos científicos a los que ahora se escucha con inusual atención sin advertir la precariedad de muchos, como la de tantos sanitarios que se manifiestan en silencio. No suena el trabajo diario de profesores y estudiantes, la reflexión que quizá en los próximos meses nos regalará una explosión creativa sin precedentes. No suena la atención de quienes están pensando soluciones colectivas para mejorar cada pequeña parcela de mundo que se ha visto trastocada: las formas de trabajar, el envejecimiento, la sanidad, el clima, la educación, la igualdad, los espacios en que vivimos… Todo requiere reflexión e inteligencia para aportar ideas, no ya que resuelvan el estropicio, sino que mejoren lo que teníamos antes. No suenan, o muy levemente, la atención de un enfermo en la UCI, ni la ansiedad de las enfermeras ahora que se apaga el foco sobre ellas. No suenan las colas de personas que recogen comida en asociaciones vecinales. Lo hacen con la cabeza baja, como si se sintieran culpables, sin que los demás temblemos de vergüenza por permitir que esto pase. No suenan los cuidados de los vulnerables y ancianos en la intimidad. No creo que esas cuidadoras se manifiesten en coche, seguramente no tienen tiempo, algunas ni tienen coche, ni siquiera tienen contrato, y, con pocos recursos, después de cuidar ancianos se ponen en las colas calladas. ¿Han observado cómo los sonidos y los instrumentos para pronunciarse difieren según las personas que sufren? Tampoco suenan con estruendo las conversaciones templadas que tienen y debieran tener los políticos, especialmente los incapaces de hablar sin insultarse o sobreactuar cumpliendo su trabajo de mejorar lo común (no lo propio), empatizando con quienes piensan diferente, como si fuéramos juntos por una vez".