Querido Sam. Ya no te llegarán esta letras, pero te las envío igualmente. Ahora que nos comunican tu desaparición aquí muchos han comentado: se lo habíamos advertido, le habíamos dicho: hijo, a qué vas a ese país del que ni siquiera sabemos dónde está en el mapa. Pero debes estar tranquilo, no les voy a dar la razón. Si hubieras regresado, en mejores o peores condiciones, podríamos haber discutido amigablemente sobre tu aventura, aunque no me cabe duda de que tus razones me habrían convencido todavía más. De alguna manera ya lo hiciste antes de partir. Por eso he sido yo quien más ha defendido tu conducta y he deseado tu suerte más favorable. Se ve que no soy buen adivino o tal vez haya sucedido que tú has sido demasiado travieso. Tu retorno ya no es posible, pero yo me reconozco en tu gesto auténtico. Ahí sí que no hace falta echar demasiada imaginación. Por más que muchos conciudadanos nuestros no quieran verlo las cosas están fraguándose muy negras en algunos países de ese continente. Solo los más receptivos lo venimos comentando desde hace tiempo, pero la gente prefiere ignorar los acontecimientos. Tú y yo habíamos comentado con amplitud sobre lo que ocurría en España. No nos importó tanto saber qué país era como conocer la violenta injusticia que se había cometido con la obra política que los hombres venían levantando durante los últimos años. Por tus cartas he empezado a entender las humillaciones y miserias que ese pueblo, al que has ido a ayudar de la manera más desesperada, ha sufrido durante siglos. Solo por ese motivo, por tu sensibilización ante el golpe contra la República, ya me puse en su momento de tu parte. No te oculto que una parte de mí me habla con cierto sentido de culpa, y entonces me estremezco. Solo tenía veinte años, dicen algunos familiares y amigos. ¡Como si con veinte años no se pudieran tener ciertas ideas claras! No solo ideas, pues hay muchos que creen tenerlas pero no toman determinaciones en la práctica. Se fue por aventura, a los jóvenes les gusta la aventura, he oído decir a otros. No saben que tú y yo habíamos hablado mucho sobre el peligro de ese huevo de la serpiente que se incubaba en el centro de Europa, y que sospechamos que va a parir antes o después un monstruo de proporciones gigantescas e imprevisibles. Pero no quiero en esta carta recordar lo que mil veces hemos tratado, acaso con más idealismo, y que tú ahora has probado el acero de los argumentos de las palabras en tu carne. De manera definitiva. Es tu poema lo que me ha conmovido. Cuando un individuo toma con una mano el desafío de los acontecimientos, con todas sus razones, y con la otra todo aquello que supone de angustia del vivir y de arriesgar, como en tu caso, ¿no está más cerca de la luz de la conciencia, aunque las tinieblas le hayan estado esperando, vengativas y crueles, a la vuelta de su noble determinación? Este poema adquiere una altura que no es fácil de alcanzar. Por una parte, escribes con la consecuencia de que tienes claro tu destino. Por supuesto si hubieras sobrevivido, tus palabras no perderían ni un ápice de sentido y de calidad. Por otro lado, conjuras el miedo, la superstición y la inacción del hombre corriente que tú no aceptaste. Si alguien dice al leer tu poesía: ese chico es un insano, buscaba morir, yo me sentiré insultado. Le citaré dos versos simplemente:
"Mi vida goza con la poesía púrpura y con las nubes,
Con los barcos en que navegué, con la cerveza que derramé"
Y les diré enfadado: ¡Podría haberse quedado en nuestro extenso país disfrutando de los placeres tibios de los demás jóvenes! Si hubieras sido religioso te hubiera dicho: tu poema es una oración. Y en cierto modo lo es, porque la conversación íntima es propiedad libre de cada individuo, el clamor profundo ante el destino incierto es un ejercicio de libertad. Y las palabras que miran de frente a la muerte probable es un pulso que la mayoría no saben siquiera preparar. Sam, has pagado el precio del cálculo de posibilidades al que nos obliga nuestra misma condición a los humanos. También lo están pagando otros compañeros de la Lincoln y de otros lugares del mundo con los que has combatido. También, y sobre todo, lo están sufriendo los mismos españoles, muchos de ellos civiles que han sido asesinados en la retaguardia impunemente, tal como me has venido contando en tus cartas.
"Si lo que aguarda es oscuridad, entonces dormiré,
Si es luz, despertaré."
Duerme tranquilo, Sam, porque tú ya habías despertado hace tiempo.
Estarás siempre en mi corazón.